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Seis por ocho (57): Cuando el sexo queda de lado…




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Compendio I


“¡En realidad, no tienes que llevarme así!” me decía Amelia. “¡Aun puedo caminar!”
Con el trote, ahora ella se había dislocado el pie. Era justicia divina, de alguna manera, pero prefería cargarla en mi espalda, sintiendo sus tibios pechos y aprovechando de palpar y sujetar esos muslos atléticos una vez más.
“Una vez también lo hiciste por mí, ¿Recuerdas?” le dije, con algo de nostalgia.
Ella dio un leve suspiro.
“Sí, no creo poder olvidarlo nunca…” me decía ella, con un poco de tristeza. “¡Lo siento, Marco!...ahora entiendo que también no es fácil para ti.”
Empezaba a sollozar.
“¡Calma!... ¡Está bien!... ¡Solo tenemos que esperar que no quedes embarazada!...” le dije yo.
“Debería haberte pedido que lo hicieras por detrás, o que lo hubieras hecho con mis pechos… en realidad, yo quería hacerlo así, porque era lo que más iba a extrañar, aunque me doliera un poco… debería haberte pedido que hicieras lo que tú quisieras conmigo.”
Entonces, mis rodillas flaquearon…
“¿Estás cansado?... ¿Peso demasiado?” preguntó ella.
“¡No, Amelia, no es eso!” le dije yo, con un tono de voz levemente más agudo. “Tal vez, no lo sepas, pero una de las frases con la que una mujer puede desarmar a un hombre es pedirle que haga lo que él desee con ella… y bueno, una mujer tan bonita como tú…”
Ella debió avergonzarse…
“¡Mejor cambiemos de tema!” me dijo, con un tono más enérgico.
“¡Sería lo mejor!” le respondí, retomando la marcha.
“Marco… mis padres… ¿De verdad se van a divorciar?” preguntó, con algo de temor.
“No lo sé, corazón. No creo que tu padre le dé el divorcio, porque tiene que contratar un abogado y con lo tacaño que es, dudo que lo haga.”
“¡Pero mamá dice… que nos quiere correr de la casa… para el fin de semana!” notaba angustia en su voz.
“¡Y ojalá lo haga! Tu papá no es un tipo muy bueno.” Le respondí.
“¿Cómo me dices eso?... ¡Pensé que nos querías!... ¿Dónde vamos a vivir?...” me decía, empezando a llorar.
“Pues, vivirán con Marisol, Pamela y conmigo.” Le respondí. “Tú misma me dijiste que me extrañabas y que te entristecía que te dejara sola. Ahora podrás verme todos los días.”
“¿De verdad?” me decía ella, muy ilusionada.
“Sí, corazón. Este es mi último turno en la mina. Si encontramos… a “Amelia” de la mina, después tendría que retomar mis labores en la oficina, hasta que el jefe me indique.”
Sonreí al pensar que tenía que encontrar a “Amelia” de la mina, si en estos momentos estaba cargando a la dulce Amelia en mis espaldas.
Deben estar pensando “¡Amigo, eres un genio! ¡Podrás tirarte a todas las tipas, sin salir de tu casa!”. Les tengo que decir que en esos momentos, pensé que podría normalizar la tensa situación en la que estaba, al sentirse incomodas por estar unas tan cercas de las otras.
Lamentablemente, (o mejor dicho, afortunadamente para ustedes) el tiempo les daría la razón y en el fondo, me obligaría a acelerar mi compromiso con Marisol.
“Pero… ¿Por qué sugeriste el divorcio?... cuando mamá trató de disculparse, me dijo que había sido tu idea.”
“En realidad, lo hice porque tengo que comprar su antigua casa.” Le expliqué “Veras, tu papá se enojó tanto cuando los hombres del gas le dijeron que ella le era infiel, que en ningún momento pensó que podían estarle mintiendo. Cuando Marisol me dijo que su embarazo se debió a una posible violación, yo no tenía sombra de duda en mi corazón que esa era la verdad. ¿Entiendes lo que digo?”
“Creo que sí.” Me dijo ella. “Si papá quisiera tanto a mamá como tú lo haces con Marisol, debería haberle creído, ¿No?”
“¡Así es!” respondí.
“¡Pero mamá ya engañaba a papá contigo!” concluyó ella.
Casi me tropiezo… tenía razón y no lo había pensado de esa manera.
“¡Papá no estaba tan equivocado!... pero tienes razón… tú eres mejor papá que él.” Dijo, apoyando su rostro en mi espalda.
“Bueno, como te decía, eso me hizo pensar que tu mamá no se sentiría mejor si seguía casada con él y si quería que fuera libre, necesitaba una casa a donde poder llevarla. Por eso, estoy incitándolo para que la venda y no nos termine corriendo a todos.” Le dije.
“¡Eres muy inteligente!” me dijo ella. “Me habría gustado mucho que hubieras sido mi novio de verdad…”
Yo sonreí. Al menos, ya no me guardaba rencor.
“A mí también. Pero pienso que si te hubiera conocido antes, igual me habría enamorado de tu hermana.”
Creo que la confundí…
“¿Por qué?” me dijo, un tanto alterada. “Pensé… que te gustaban las chicas con pechos grandes.”
“¡Pues sí!... pero aunque Marisol tenga pechos pequeños comparados contigo, yo la amo por otra razón.”
“¿Cuál?”
“La amo porque su libro favorito es el mismo que me gusta a mí…” le respondí, algo avergonzado.
“Pero eso… no tiene mucho sentido.” Me dijo ella, un tanto confundida.
“¿Ah, no?... entonces, ¿Por qué me amas tú?” pregunté.
“Pues… yo te amo… porque eres considerado, noble y valiente. No dudas en defenderme, aunque sabes que no puedes ganar y siempre pareces tener algo pensado.” me decía ella, suspirando en mi espalda.
“Tu punto de vista es válido.” le respondí “Sin embargo, ¿Has pensado cómo podríamos habernos conocido?”
“¿A qué te refieres?”
“Piénsalo de esta manera: de no haberte conocido, yo no habría empezado o pensado en correr y para ti, todo lo que haces está relacionado con el deporte. Mi físico no es tan bueno y tú misma te burlas de que lo único que hago es andar en bicicleta de vez en cuando.” Le dije.
“Pero yo sabía que eras un chico bueno. Mi hermana siempre… hablaba de ti.” Meditó ella. “Ahora que lo pienso, solamente te conocí porque ella se había fijado en ti.”
Yo sonreí.
“Incluso nuestros intereses no son los mismos. A mí me gustan los libros, los videojuegos y el anime. A ti no te gusta tanto el anime…” le dije.
“Solamente veo eso, porque a mis amigas les gusta.” dijo, sonriendo. “Igual, creo que las extrañaré.”
“pero ¿Ellas tienen conexión a la red, cierto?” pregunté.
“Creo que sí, ¿Por qué?”
“Entonces podrás seguir viéndolas. Tuve que poner una conexión en casa, por asuntos del trabajo y por Marisol, más que nada.”
“¿De verdad? ¡Marco, me haces tan feliz!” me decía, enterrándome sus tiernos pechos en la espalda. Me sentía tan bien…
“Si fueran otros tiempos, te pediría que lo metieras por detrás.” Me confesó, con tristeza.
“A mí me encantaba, pero también me gustan tus pechos.” Le dije.
“Pues, siguen siendo tuyos…además… “agregó ella, con algo de vergüenza “Soy bien flexible… podríamos habernos arreglado para que pudieras verlos.”
Me pateaba mentalmente a mí mismo…
“¡No lo hice, por miedo a lastimarte!” me lamenté.
Ella se rió.
“Para haberme enseñado tantas cosas, Marco, deberías haber tenido más confianza conmigo. Tú siempre me decías que si algo me dolía, que te lo dijera.”
“Supongo que eran otros tiempos…” le dije.
“Sí… pero si alguna vez te atreves… lo podemos intentar… siempre que lo quieras, claro” me decía ella, con su manera infantil y nerviosa de siempre.
“¡Has madurado bastante!” le dije, bajándola de mi espalda. Sus frases eran más completas que las primeras veces.
“¡Te cansaste!...¡Bobo!...¡Mira cómo puedo caminar!” dijo ella dando dos pasos y luego dio un salto de dolor. “¡Bueno, tal vez no pueda caminar sola, pero sí puedo caminar!”
Le tomé la mano.
“Quizás, no podamos ser novios de verdad, pero esta noche, podemos ser novios de mentira, si tú quieres.”
Su rostro se puso radiante como el sol y se acurrucó bajo mi brazo.
“¿Los novios de mentira… pueden hacerlo por detrás?” me preguntó.
“¡No!” le respondí, sonriendo.
“¿Ni siquiera unas 2 o 3 veces?” me insistía, medio en broma, medio en serio.
Yo me reía.
“¡Amelia, por favor!” le decía.
“¡Al menos, podrías agarrarme el trasero!... eso hacen los novios cuando están solos, ¿No?” me decía ella, con cara de traviesa.
“¡Claro que no!” le respondí, muerto de la risa.
Me di cuenta que con Amelia, el sexo, simplemente, ya no podía ponerse de lado y afortunadamente para ella, sus deseos se cumplirían en un día más…


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