Cuando Juan me contó este incidente todavía le duraba la exitación. Son cosas que nunca imaginás que puedan pasarte.
Un día de semana, al momento de acostarse fue a su pieza y escuchó la voz de Maia y otra de un masculino sin identificación. Otra noche aguitada, pensó. Se acostó y descartó la idea de leer algo, iba a ser imposible concentrarse... concentrase en la lectura. Se escuchaba que hablaban, iban, venían, la cama crujia, pero nada inteligible.
Al rato empezaron algunos gemidos. Había algo distinto a las noches anteriores. Todo era como más lento y charlado.
"Más despacio", dijo Maia. En ese instante Juan descubrió que los gemidos de Maia tenían algo más de dolor que otras veces. "¿Así?", preguntó el flaco. Como un tictac de reloj, uno por segundo, se escuchó el gemido de Maia: una mezcla de ay y ah. Juan se rompia la cabeza pensando qué estarían haciendo. ¿El tipo la tendría tan grande?
Luego hubo un bache, un silencio, un reacomodar posiciones, la cama se quejó. Volvieron a empezar, Maia empezó gozando. Empezó a gritar cada vez más fuerte, como cuando corre sola hacia el orgasmo. Pero el grito fue incorporando cada vez más dolor. El orgasmo estaba ahí nomás. Siguió adelante, y acabó con un grito cien por cien de dolor.
Cuando recuperó el aire, Juan escuchó que preguntaba: "¿Cuántos dedos...?". No pudo escuchar la respuesta. ¿Qué le estaban haciendo?
Otra vez, un reacomodar posiciones. Y, como un relámpago en medio de la noche, se escucha a Maia decir: "Ahora te voy a coger con la cola."
Juan, pobre. De repente se le acomodaron todas las piezas, completó todos los diálogos. No podía creer ser testigo de esa intimidad. A Maia evidentemente no le importaba nada.
Al rato empezaron los gemidos-quejidos. Ahora Juan se la imaginaba como el otro día. Saltando, como entre las cajas, arriba del flaco. Clavandosé la pija en culo en cada caida. Las tetotas cayendo medio segundo después. Habrán estado por lo menos diez minutos.
Maia volvió a acabar. Juan se preguntaba si se tocaba la concha mientras saltaba. Pero el flaco no podía alcanzar el orgasmo. Juan no se explicaba cómo. El flaco la incitaba a que siguiera saltando. Maia, tomó aire y aceleró. Le dolía bastante. "Me quema". Al fin se escuchó que el flaco acababa y Maia le decía algo.
No me lo quiso confirmar, a veces tiene vergüenza, pero esa noche Juan hizo justicia por mano propia.
Un día de semana, al momento de acostarse fue a su pieza y escuchó la voz de Maia y otra de un masculino sin identificación. Otra noche aguitada, pensó. Se acostó y descartó la idea de leer algo, iba a ser imposible concentrarse... concentrase en la lectura. Se escuchaba que hablaban, iban, venían, la cama crujia, pero nada inteligible.
Al rato empezaron algunos gemidos. Había algo distinto a las noches anteriores. Todo era como más lento y charlado.
"Más despacio", dijo Maia. En ese instante Juan descubrió que los gemidos de Maia tenían algo más de dolor que otras veces. "¿Así?", preguntó el flaco. Como un tictac de reloj, uno por segundo, se escuchó el gemido de Maia: una mezcla de ay y ah. Juan se rompia la cabeza pensando qué estarían haciendo. ¿El tipo la tendría tan grande?
Luego hubo un bache, un silencio, un reacomodar posiciones, la cama se quejó. Volvieron a empezar, Maia empezó gozando. Empezó a gritar cada vez más fuerte, como cuando corre sola hacia el orgasmo. Pero el grito fue incorporando cada vez más dolor. El orgasmo estaba ahí nomás. Siguió adelante, y acabó con un grito cien por cien de dolor.
Cuando recuperó el aire, Juan escuchó que preguntaba: "¿Cuántos dedos...?". No pudo escuchar la respuesta. ¿Qué le estaban haciendo?
Otra vez, un reacomodar posiciones. Y, como un relámpago en medio de la noche, se escucha a Maia decir: "Ahora te voy a coger con la cola."
Juan, pobre. De repente se le acomodaron todas las piezas, completó todos los diálogos. No podía creer ser testigo de esa intimidad. A Maia evidentemente no le importaba nada.
Al rato empezaron los gemidos-quejidos. Ahora Juan se la imaginaba como el otro día. Saltando, como entre las cajas, arriba del flaco. Clavandosé la pija en culo en cada caida. Las tetotas cayendo medio segundo después. Habrán estado por lo menos diez minutos.
Maia volvió a acabar. Juan se preguntaba si se tocaba la concha mientras saltaba. Pero el flaco no podía alcanzar el orgasmo. Juan no se explicaba cómo. El flaco la incitaba a que siguiera saltando. Maia, tomó aire y aceleró. Le dolía bastante. "Me quema". Al fin se escuchó que el flaco acababa y Maia le decía algo.
No me lo quiso confirmar, a veces tiene vergüenza, pero esa noche Juan hizo justicia por mano propia.
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