Estaba veraneando con mis tíos y mi prima, en la casa que tienen en un pueblo de montaña. El jardín estaba rodeado por una alambrada, sin seto, por lo que se veía sin ningún problema desde la calle. Los días pasaban lentamente, con una monotonía desesperante. Nos bañábamos en la piscina, tomábamos el sol en el jardín, paseábamos por el campo…
Pero todo cambió cuando mis tíos se fueron a pasar dos semanas en la playa. Mi prima y yo seguimos con la misma rutina: baños, sol, paseos… Hasta que se me ocurrió una idea loca.
Mi prima Sara tenía la misma edad que yo, diecinueve años. Su cuerpo es era escultural, adornado por una melena negra y rizada que le llega hasta la cintura. Cuando se ponía el biquini para bañarse o tomar el sol no puedo apartar la vista de ella. Daría lo que fuera por verla desnuda.
- Esto es aburridísimo, Sara -comenté después de comer-. ¿Te apetece jugar al póker? Podríamos apostar algo para hacerlo más emocionante.
- Depende de lo que apostemos, Jorge. Ya sabes que no trabajo y siempre ando escasa de dinero.
- No estaba pensando en dinero -aclaré-. El primero que pierda tres partidas tendrá que pasar el resto del día en el jardín, en pelotas.
Juego muy bien al póker. Mis amigos nunca hacen apuestas conmigo, porque saben que no tienen ninguna posibilidad de ganar. Sara me miró con los ojos muy abiertos. Por un momento me arrepentí de lo que había dicho. Tuve la seguridad de que no solo iba a negarse, también me iba a echar una bronca que no olvidaría en mucho tiempo.
- De acuerdo, vamos a jugar. Mis amigas han hecho apuestas parecidas algunas veces, pero yo nunca me había atrevido.
La primera partida la gané con mucha facilidad. En la segunda tuve malas cartas. Eso no debería haber sido ningún problema, pero mi prima jugaba mejor de lo que yo pensaba y terminé perdiendo. La tercera gané. Estaba a un solo triunfo cumplir mi sueño más secreto, de poder ver el cuerpo de Sara sin nada de ropa, de poder admirar sus partes más íntimas.
Me puse nervioso perdido y empezaron a sudarme las manos. La cuarta partida la perdí de un modo lamentable, cometí un error digno del principiante más imbécil. Traté de concentrarme en la última partida, sabiendo lo mucho que me jugaba. Intenté olvidar la apuesta y el cuerpo de Sara. Pero los nervios seguían ahí, tratando de fastidiar mi gran oportunidad. Finalmente perdí.
No tuve más remedio que quedarme en pelotas en medio del jardín. Me había puesto de espaldas a mi prima y estuve doblando la ropa cuidadosamente, retrasando el momento en que tendría que dejar que me viese la polla.
- Vaya, primo, no estás nada mal -exclamó Sara cuando por fin me di la vuelta-. Ha merecido la pena la apuesta, tendré que probar alguna vez más.
Tengo que agradecer a Sara lo bien que se portó conmigo. Estuvimos charlando como cualquier otra tarde, sin ningún comentario fuera de tono. Pasamos mucho tiempo en la piscina, al estar en la parte de atrás de la casa, así que evité que pudiera verme la gente que pasaba por la calle. Descubrí que era agradable bañarse en bolas.
- Repetimos apuesta, Sara -pregunté al día siguiente, nada más terminar de comer-. Dijiste que te había gustado.
- Vale, pero deberíamos hacer algún cambio. El que pierda, además de estar toda la tarde en pelotas en el jardín, tendrá que ir hasta la poza.
La poza era una charca de agua sucia, a unos veinte minutos a pie desde la casa de casa de mis tíos.
- De acuerdo -acepté-. Reparte las cartas.
Esta vez fue todo mucho mejor. Gané las dos primeras partidas y, aunque perdí la tercera, rematé la jugada en la cuarta.
Mi prima se puso de espaldas, como había hecho yo el día anterior, y se quitó la camiseta. A continuación se desprendió de las bragas y el sujetador. Su culito redondo, mostrando las marcas de las braguitas, era encantador. Cuando se puso de frente no pude verle las tetas, porque se las había tapado con su espesa melena, pero sí que pude mirarle el conejo. Lo llevaba casi depilado, con una delgada tira de pelo tapándole la rajita. Sonriendo, se echó el pelo a la espalda, luciendo unos pechos grandes y preciosos, con unos pezones muy pequeños.
- Bueno, Jorge, ahora tengo que ir hasta la poza -comentó, dirigiéndose a la calle-. Supongo que me acompañarás.
Claro que quería acompañarla. Sara tenía el cuerpo más atractivo que había visto nunca, me apetecía verla el mayor tiempo posible. La casa de mis tíos era la última de la calle, en seguida llegamos a un camino de arena. Además, a esas horas de la tarde, cuando más calor hacía, era poco probable que nos encontráramos con alguien. Aún así me llamó la atención la naturalidad con la que mi prima se paseaba por el campo con todo al aire.
- Se te ve muy cómoda yendo desnuda, Sara. Parece que lo hayas hecho toda la vida.
- Pues te aseguro que es la primera vez. Tampoco me he bañado desnuda en la piscina, aunque estuviese sola en casa. Pero la verdad es que me está gustando, tengo una sensación de libertad que nunca habría imaginado. Lo único que lamento es haber venido descalza, no me había dado cuenta hasta ahora de la cantidad de piedrecillas que hay en este maldito camino.
Cuando llegamos a la poza, Sara se sentó en una piedra y se estuvo acariciando los pies. Yo me quedé de pie delante de ella, admirando el excitante balanceo de sus tetas. En el camino de vuelta me quedé rezagado varias veces, para poder ver cómo se le movían las nalgas mientras andaba.
Al llegar al pueblo vimos que varias personas estaban en la calle, casi delante de nuestra casa. Mi prima se quedó un momento parada, pero en seguida me cogió de la mano y siguió andando con una decisión que me sorprendió. Saludamos a los vecinos, que se habían quedado boquiabiertos, y entramos en la casa.
Pasamos el resto de la tarde bañándonos en la piscina y charlando sentados en la hierba. Yo también me había quedado en pelotas, me resultaba incómodo usar bañador para nadar.
- Ha llegado el momento de jugar a las cartas, primita -le dije una vez más, en cuanto terminamos de comer-. El que pierda tiene que despelotarse e ir hasta la poza. ¿Quieres añadir algo?
- Sí -contestó Sara-. También tendrá que pasar la prueba que le ponga el que gane.
Jugué lo mejor que pude, pero perdí. No me importaba quedarme en pelotas, ni tener que ir andando hasta la poza enseñando el rabo. Lo que me preocupaba era la prueba que me podía ponerme mi prima. Esperaba que no fuera algo demasiado vergonzoso.
Me quité toda la ropa y salí a la calle. Sara tenía razón, era una sensación estupenda andar desnudo por el campo. Fui bajando la vista de vez en cuando, para ver mi polla moviéndose de un lado a otro. Cuando llegamos a la poza, mi prima se sentó en una piedra y se quedó mirándome, en silencio.
- ¿Ocurre algo? -pregunté.
- Sí, ocurre que tienes que pasar una prueba. Tienes que hacerte una paja aquí y ahora.
Estaba muerto de vergüenza. Aunque me había masturbado muchas veces, siembre había sido a solas. Pero había perdido la apuesta y tenía que pagarla. Empecé a acariciarme el rabo, con los ojos cerrados, intentando olvidar que mi prima estaría mirándome. Imaginé que la estaba viendo como el día anterior, desnuda, luciendo un cuerpo magnífico. Se acercaba a mí, dejaba que le manoseara las tetas y que le besara los pezones. Después de correrme abrí los ojos y vi que Sara no apartaba la vista de mi rabo. Se le marcaban los pezones en la ropa, a pesar de que llevaba sujetador.
- Menuda potencia -exclamó-, casi me echas todo el semen en la camiseta.
En el camino de vuelta iba cada vez más preocupado. Recordaba que el día anterior había varios vecinos cerca de nuestra casa y no me apetecía en absoluto que me vieran en bolas. Fue un alivio comprobar que no se veía a nadie por los alrededores. Nos fuimos directamente a la piscina, Sara se desnudó y nos estuvimos bañando hasta la hora de la cena.
Las vacaciones estaban resultando mucho mejores de lo que había pensado. Las mañanas no contaban, las pasábamos lo más distraídos posible, bañándonos o paseando por el pueblo. Tanto mi prima como yo esperábamos impacientes la hora de la comida. Recogíamos todo rápidamente y nos sentábamos en la mesa del jardín, junto a la piscina, con la baraja de cartas en la mano.
- Has perdido, prima. Ve quitándote la ropa, que tenemos que salir de paseo.
Sara se quitó lentamente la camiseta, dejándola caer en la hierba. Se desabrochó el sujetador, dejando que los tirantes resbalaran por sus hombros. A continuación se puso de espaldas. En esta ocasión, en lugar de bragas, llevaba un tanga de hilo que dejaba al aire sus bonitas nalgas. Después de bajárselo un poco, fue moviendo las piernas para que resbalara hasta los tobillos. Entonces se agachó para recogerlo, permitiéndome verle los labios del conejo.
Mi prima entró en la casa, mientras yo la esperaba en el jardín, cachondo perdido por el espectáculo que había contemplado. Salió poco después, calzada con unas zapatillas de deporte.
- Unas zapatillas no pegan nada con este cuerpo tan estupendo -aseguró Sara-, pero no estoy dispuesta a machacarme los pies como el otro día.
En la poza nos sentamos en una piedra y estuvimos un rato charlando. Sara me miraba intrigada, esperando, sin duda, que le comunicara la prueba a la que tendría que enfrentarse. Pero no era el lugar oportuno para decírselo, tenía que esperar a que volviésemos a casa.
- Tuviste una gran idea con esto de las apuestas, Jorge. Si no llega a ser por ti no habríamos descubierto lo estupendo que es estar sin ropa.
- La verdad es que se me ocurrió porque hacía tiempo que deseaba verte desnuda.
- Pues yo no tenía ningún interés por verte la polla, aunque reconozco que ahora me alegro cuando la enseñas.
De vuelta a casa, me despeloté y nos dimos un baño en la piscina. Mientras nos paseábamos por la hierba para secarnos, mi prima estaba preciosa, con el pelo mojado y gotitas de agua por todo su cuerpo desnudo.
- ¿Vas a decirme de una maldita vez cual es mi prueba? -preguntó Sara, fingiendo estar enfadada-. No aguanto más la incertidumbre.
- Tienes que depilarte completamente el conejito.
Mi prima fue a buscar espuma de afeitar y una maquinilla. Después de echarse agua de la piscina entre las piernas, cogió una silla y la colocó delante de mí, a poco más de un metro. A continuación se sentó con las piernas muy separadas.
Sin dejar de sonreír, se echó espuma en la mano y se la extendió por el conejo, acariciándoselo. Luego fue pasando la maquinilla con delicadeza, eliminando todos los pelillos. Después de limpiarse los restos de espuma con una toalla, se dio una crema entre las piernas, separándose los labios del conejo con los dedos y enseñando claramente la raja. Por último se levantó, acercándose hasta que casi me rozaba con las tetas. Yo la miraba fascinado, con la polla tiesa.
- Fíjate lo suave que me ha quedado, Jorge.
Me cogió una mano, poniéndosela entre las piernas. Por un momento pensé que todo era un sueño, no podía ser cierto que estuviese acariciando el conejo de mi prima. Pero era una realidad, notaba la rajita recién depilada, su piel tersa y suave. Sara me agarró la polla y empezó a masturbarme. Estaba completamente cachondo, con el rabo tan duro que me dolía, así que no tardé en correrme encima de mi prima.
- Al final te han salido con la tuya -dijo Sara, riendo a carcajadas-, ya tenías ganas de llenarme la tripa de semen. Menos mal que esta vez no llevo camiseta, habría sido un fastidio tener que lavarla.
Nos duchamos juntos, cenamos desnudos en la parte de delante del jardín, sin preocuparnos de si nos veía alguien que pasara por la calle, y nos fuimos a nuestros cuartos. Antes de quedarme dormido pensé que había disfrutado de otro maravilloso día de vacaciones.
Había recuperado todo mi aplomo, volvía ser el campeón de póker. En la siguiente apuesta gané las tres primeras partidas con facilidad. A mi prima no pareció importarle en absoluto, se fue quitando la ropa de una manera muy sensual, como si fuese la protagonista de un espectáculo erótico.
En la poza, Sara se había sentado en una piedra, como todos los días, con la diferencia de que tenía las piernas separadas y lucía la raja abierta. Yo estaba de pie delante de ella, para decirle en que consistía la prueba que tenía que superar. Había pensado decirle que cogiera barro de la orilla y se lo extendiera por todo el cuerpo, pero antes quise gastarle una broma, a ver cómo reaccionaba.
- Quiero que me la chupes -le dije, muy serio.
De inmediato, antes de darme tiempo de decirle nada más, se puso de rodillas en la arena. Me bajó de un tirón el pantalón y los calzoncillos, y se metió mi polla en la boca. Sus suaves labios recorrían toda la longitud de mi rabo, cada vez más duro. De vez en cuando se la sacaba y me la lamía, o se pasaba la punta por los pezones. Le puse las manos en las tetas, apretándoselas con delicadeza. Mientras disfrutaba de la primera mamada de mi vida, observé que Sara se masturbaba, acariciándose el clítoris.
- ¡No puedo más, Sara, no puedo más! -grité, entre jadeos-. ¡Voy a correrme ahora mismo!
Mi prima se apartó y se quedó tumbada en la arena, con los dedos todavía metidos en el coño. Después de soltar varios chorros de semen me senté a su lado y le sobé los pechos hasta que también tuvo un orgasmo.
- Era una broma, Sara -le expliqué-, no pensé que fueras a acceder a chupármela.
- Pues ya ves, me tomo las apuestas muy en serio. Deberías estar feliz y satisfecho, no acostumbro a hacerles mamadas a mis primos.
Cuando estuvimos un poco más descansados nos levantamos. Sara se puso de espaldas y me pidió que le quitara la arena de la espalda. También le limpié el culo, metiendo la mano entre sus nalgas hasta rozar los labios del conejo. Camino del pueblo me fijé en lo duros que se le habían puesto los pequeños pezones.
Delante de nuestra casa estaban nuestros vecinos, un matrimonio de cerca de sesenta años. Mi prima no dudó en pararse a charlar con ellos. Yo estaba maravillado de la naturalidad con la que Sara hablaba con el matrimonio, a pesar de estar en pelotas en medio de la calle. Se agachó para quitarse las zapatillas, dejando que los pechos le colgaran de una forma tan deliciosa, que todos la miramos sin ningún disimulo.
La mujer estaba cada vez más seria, sin duda escandalizada de que una persona se exhibiese en público de aquella manera. Supuse que el marido tendría un buen calentón. Yo, al menos, estaba cachondo perdido. Me alegré cuando, por fin, nos despedimos y entramos en casa.
Nada más llegar a la parte de atrás del jardín me desnudé, dejando a la vista la polla, completamente dura. Sara se arrodilló en la hierba delante de mi, como había hecho en la poza.
- Hazte una paja para mi, Jorge -me pidió-, mánchame las tetas con tu semen.
No dudé ni un momento en complacerla. Me masturbé lentamente, mirando su cuerpo desnudo, precioso. Cuando me corrí en sus pechos, me abrazó con fuerza, frotándose para mancharme con mi propio semen. Al igual que el día anterior, nos dimos una ducha juntos. Luego nos fuimos a dormir sin molestarnos en cenar, estábamos realmente agotados.
Había llegado la hora de jugar al póker. Yo me había desnudado para estar más cómodo. Sara llevaba puesto un sujetador trasparente y un tanga de hilo, en el que se le marcaba la rajita. Jugábamos con el mismo entusiasmo de siempre, deseando ganar, aunque después de las últimas experiencias no nos importaba perder.
- ¿Estáis ahí, chicos?
Eran mis tíos, que volvían antes de lo previsto. Nos quedamos petrificados, mirándonos con cara de susto. Estaban ya dentro de la casa, era imposible llegar hasta nuestros dormitorios sin que nos vieran. Afortunadamente no tardamos en reaccionar, nos levantamos y fuimos corriendo hasta el tendedero. Me puse un pantalón corto y una camisa, mientras que mi prima se tapaba con una camiseta larga.
- Menudo disgusto nos hemos llevado -explicó mi tía, después de besarnos en las mejillas-. Ha habido un problema con la reserva y hemos podido estar menos días de los que habíamos contratado.
Nosotros sí que nos llevamos un buen disgusto, mucho mayor de lo que mis tíos podían sospechar. Sara intentó parecer alegre de ver de nuevo a sus padres, pero tenía los ojos tristes y su sonrisa no era tan luminosa como antes. Yo estaba hundido, sabiendo que tendríamos que volver a los días rutinarios, largos, interminables.
Esa noche, tumbado desnudo en la cama, me acaricié la polla pensando en mi prima. Recordaba su atractivo cuerpo, sus grandes pechos con sus pequeños pezones, su culo redondo, el movimiento de sus nalgas mientras andaba, su preciosa rajita depilada. A pesar de que estaba empalmado, dejé de masturbarme. No quería correrme pensando en ella, quería verla, abrazarla, acariciarla… Y sabía que no podría hacerlo en mucho tiempo.
Pero todo cambió cuando mis tíos se fueron a pasar dos semanas en la playa. Mi prima y yo seguimos con la misma rutina: baños, sol, paseos… Hasta que se me ocurrió una idea loca.
Mi prima Sara tenía la misma edad que yo, diecinueve años. Su cuerpo es era escultural, adornado por una melena negra y rizada que le llega hasta la cintura. Cuando se ponía el biquini para bañarse o tomar el sol no puedo apartar la vista de ella. Daría lo que fuera por verla desnuda.
- Esto es aburridísimo, Sara -comenté después de comer-. ¿Te apetece jugar al póker? Podríamos apostar algo para hacerlo más emocionante.
- Depende de lo que apostemos, Jorge. Ya sabes que no trabajo y siempre ando escasa de dinero.
- No estaba pensando en dinero -aclaré-. El primero que pierda tres partidas tendrá que pasar el resto del día en el jardín, en pelotas.
Juego muy bien al póker. Mis amigos nunca hacen apuestas conmigo, porque saben que no tienen ninguna posibilidad de ganar. Sara me miró con los ojos muy abiertos. Por un momento me arrepentí de lo que había dicho. Tuve la seguridad de que no solo iba a negarse, también me iba a echar una bronca que no olvidaría en mucho tiempo.
- De acuerdo, vamos a jugar. Mis amigas han hecho apuestas parecidas algunas veces, pero yo nunca me había atrevido.
La primera partida la gané con mucha facilidad. En la segunda tuve malas cartas. Eso no debería haber sido ningún problema, pero mi prima jugaba mejor de lo que yo pensaba y terminé perdiendo. La tercera gané. Estaba a un solo triunfo cumplir mi sueño más secreto, de poder ver el cuerpo de Sara sin nada de ropa, de poder admirar sus partes más íntimas.
Me puse nervioso perdido y empezaron a sudarme las manos. La cuarta partida la perdí de un modo lamentable, cometí un error digno del principiante más imbécil. Traté de concentrarme en la última partida, sabiendo lo mucho que me jugaba. Intenté olvidar la apuesta y el cuerpo de Sara. Pero los nervios seguían ahí, tratando de fastidiar mi gran oportunidad. Finalmente perdí.
No tuve más remedio que quedarme en pelotas en medio del jardín. Me había puesto de espaldas a mi prima y estuve doblando la ropa cuidadosamente, retrasando el momento en que tendría que dejar que me viese la polla.
- Vaya, primo, no estás nada mal -exclamó Sara cuando por fin me di la vuelta-. Ha merecido la pena la apuesta, tendré que probar alguna vez más.
Tengo que agradecer a Sara lo bien que se portó conmigo. Estuvimos charlando como cualquier otra tarde, sin ningún comentario fuera de tono. Pasamos mucho tiempo en la piscina, al estar en la parte de atrás de la casa, así que evité que pudiera verme la gente que pasaba por la calle. Descubrí que era agradable bañarse en bolas.
- Repetimos apuesta, Sara -pregunté al día siguiente, nada más terminar de comer-. Dijiste que te había gustado.
- Vale, pero deberíamos hacer algún cambio. El que pierda, además de estar toda la tarde en pelotas en el jardín, tendrá que ir hasta la poza.
La poza era una charca de agua sucia, a unos veinte minutos a pie desde la casa de casa de mis tíos.
- De acuerdo -acepté-. Reparte las cartas.
Esta vez fue todo mucho mejor. Gané las dos primeras partidas y, aunque perdí la tercera, rematé la jugada en la cuarta.
Mi prima se puso de espaldas, como había hecho yo el día anterior, y se quitó la camiseta. A continuación se desprendió de las bragas y el sujetador. Su culito redondo, mostrando las marcas de las braguitas, era encantador. Cuando se puso de frente no pude verle las tetas, porque se las había tapado con su espesa melena, pero sí que pude mirarle el conejo. Lo llevaba casi depilado, con una delgada tira de pelo tapándole la rajita. Sonriendo, se echó el pelo a la espalda, luciendo unos pechos grandes y preciosos, con unos pezones muy pequeños.
- Bueno, Jorge, ahora tengo que ir hasta la poza -comentó, dirigiéndose a la calle-. Supongo que me acompañarás.
Claro que quería acompañarla. Sara tenía el cuerpo más atractivo que había visto nunca, me apetecía verla el mayor tiempo posible. La casa de mis tíos era la última de la calle, en seguida llegamos a un camino de arena. Además, a esas horas de la tarde, cuando más calor hacía, era poco probable que nos encontráramos con alguien. Aún así me llamó la atención la naturalidad con la que mi prima se paseaba por el campo con todo al aire.
- Se te ve muy cómoda yendo desnuda, Sara. Parece que lo hayas hecho toda la vida.
- Pues te aseguro que es la primera vez. Tampoco me he bañado desnuda en la piscina, aunque estuviese sola en casa. Pero la verdad es que me está gustando, tengo una sensación de libertad que nunca habría imaginado. Lo único que lamento es haber venido descalza, no me había dado cuenta hasta ahora de la cantidad de piedrecillas que hay en este maldito camino.
Cuando llegamos a la poza, Sara se sentó en una piedra y se estuvo acariciando los pies. Yo me quedé de pie delante de ella, admirando el excitante balanceo de sus tetas. En el camino de vuelta me quedé rezagado varias veces, para poder ver cómo se le movían las nalgas mientras andaba.
Al llegar al pueblo vimos que varias personas estaban en la calle, casi delante de nuestra casa. Mi prima se quedó un momento parada, pero en seguida me cogió de la mano y siguió andando con una decisión que me sorprendió. Saludamos a los vecinos, que se habían quedado boquiabiertos, y entramos en la casa.
Pasamos el resto de la tarde bañándonos en la piscina y charlando sentados en la hierba. Yo también me había quedado en pelotas, me resultaba incómodo usar bañador para nadar.
- Ha llegado el momento de jugar a las cartas, primita -le dije una vez más, en cuanto terminamos de comer-. El que pierda tiene que despelotarse e ir hasta la poza. ¿Quieres añadir algo?
- Sí -contestó Sara-. También tendrá que pasar la prueba que le ponga el que gane.
Jugué lo mejor que pude, pero perdí. No me importaba quedarme en pelotas, ni tener que ir andando hasta la poza enseñando el rabo. Lo que me preocupaba era la prueba que me podía ponerme mi prima. Esperaba que no fuera algo demasiado vergonzoso.
Me quité toda la ropa y salí a la calle. Sara tenía razón, era una sensación estupenda andar desnudo por el campo. Fui bajando la vista de vez en cuando, para ver mi polla moviéndose de un lado a otro. Cuando llegamos a la poza, mi prima se sentó en una piedra y se quedó mirándome, en silencio.
- ¿Ocurre algo? -pregunté.
- Sí, ocurre que tienes que pasar una prueba. Tienes que hacerte una paja aquí y ahora.
Estaba muerto de vergüenza. Aunque me había masturbado muchas veces, siembre había sido a solas. Pero había perdido la apuesta y tenía que pagarla. Empecé a acariciarme el rabo, con los ojos cerrados, intentando olvidar que mi prima estaría mirándome. Imaginé que la estaba viendo como el día anterior, desnuda, luciendo un cuerpo magnífico. Se acercaba a mí, dejaba que le manoseara las tetas y que le besara los pezones. Después de correrme abrí los ojos y vi que Sara no apartaba la vista de mi rabo. Se le marcaban los pezones en la ropa, a pesar de que llevaba sujetador.
- Menuda potencia -exclamó-, casi me echas todo el semen en la camiseta.
En el camino de vuelta iba cada vez más preocupado. Recordaba que el día anterior había varios vecinos cerca de nuestra casa y no me apetecía en absoluto que me vieran en bolas. Fue un alivio comprobar que no se veía a nadie por los alrededores. Nos fuimos directamente a la piscina, Sara se desnudó y nos estuvimos bañando hasta la hora de la cena.
Las vacaciones estaban resultando mucho mejores de lo que había pensado. Las mañanas no contaban, las pasábamos lo más distraídos posible, bañándonos o paseando por el pueblo. Tanto mi prima como yo esperábamos impacientes la hora de la comida. Recogíamos todo rápidamente y nos sentábamos en la mesa del jardín, junto a la piscina, con la baraja de cartas en la mano.
- Has perdido, prima. Ve quitándote la ropa, que tenemos que salir de paseo.
Sara se quitó lentamente la camiseta, dejándola caer en la hierba. Se desabrochó el sujetador, dejando que los tirantes resbalaran por sus hombros. A continuación se puso de espaldas. En esta ocasión, en lugar de bragas, llevaba un tanga de hilo que dejaba al aire sus bonitas nalgas. Después de bajárselo un poco, fue moviendo las piernas para que resbalara hasta los tobillos. Entonces se agachó para recogerlo, permitiéndome verle los labios del conejo.
Mi prima entró en la casa, mientras yo la esperaba en el jardín, cachondo perdido por el espectáculo que había contemplado. Salió poco después, calzada con unas zapatillas de deporte.
- Unas zapatillas no pegan nada con este cuerpo tan estupendo -aseguró Sara-, pero no estoy dispuesta a machacarme los pies como el otro día.
En la poza nos sentamos en una piedra y estuvimos un rato charlando. Sara me miraba intrigada, esperando, sin duda, que le comunicara la prueba a la que tendría que enfrentarse. Pero no era el lugar oportuno para decírselo, tenía que esperar a que volviésemos a casa.
- Tuviste una gran idea con esto de las apuestas, Jorge. Si no llega a ser por ti no habríamos descubierto lo estupendo que es estar sin ropa.
- La verdad es que se me ocurrió porque hacía tiempo que deseaba verte desnuda.
- Pues yo no tenía ningún interés por verte la polla, aunque reconozco que ahora me alegro cuando la enseñas.
De vuelta a casa, me despeloté y nos dimos un baño en la piscina. Mientras nos paseábamos por la hierba para secarnos, mi prima estaba preciosa, con el pelo mojado y gotitas de agua por todo su cuerpo desnudo.
- ¿Vas a decirme de una maldita vez cual es mi prueba? -preguntó Sara, fingiendo estar enfadada-. No aguanto más la incertidumbre.
- Tienes que depilarte completamente el conejito.
Mi prima fue a buscar espuma de afeitar y una maquinilla. Después de echarse agua de la piscina entre las piernas, cogió una silla y la colocó delante de mí, a poco más de un metro. A continuación se sentó con las piernas muy separadas.
Sin dejar de sonreír, se echó espuma en la mano y se la extendió por el conejo, acariciándoselo. Luego fue pasando la maquinilla con delicadeza, eliminando todos los pelillos. Después de limpiarse los restos de espuma con una toalla, se dio una crema entre las piernas, separándose los labios del conejo con los dedos y enseñando claramente la raja. Por último se levantó, acercándose hasta que casi me rozaba con las tetas. Yo la miraba fascinado, con la polla tiesa.
- Fíjate lo suave que me ha quedado, Jorge.
Me cogió una mano, poniéndosela entre las piernas. Por un momento pensé que todo era un sueño, no podía ser cierto que estuviese acariciando el conejo de mi prima. Pero era una realidad, notaba la rajita recién depilada, su piel tersa y suave. Sara me agarró la polla y empezó a masturbarme. Estaba completamente cachondo, con el rabo tan duro que me dolía, así que no tardé en correrme encima de mi prima.
- Al final te han salido con la tuya -dijo Sara, riendo a carcajadas-, ya tenías ganas de llenarme la tripa de semen. Menos mal que esta vez no llevo camiseta, habría sido un fastidio tener que lavarla.
Nos duchamos juntos, cenamos desnudos en la parte de delante del jardín, sin preocuparnos de si nos veía alguien que pasara por la calle, y nos fuimos a nuestros cuartos. Antes de quedarme dormido pensé que había disfrutado de otro maravilloso día de vacaciones.
Había recuperado todo mi aplomo, volvía ser el campeón de póker. En la siguiente apuesta gané las tres primeras partidas con facilidad. A mi prima no pareció importarle en absoluto, se fue quitando la ropa de una manera muy sensual, como si fuese la protagonista de un espectáculo erótico.
En la poza, Sara se había sentado en una piedra, como todos los días, con la diferencia de que tenía las piernas separadas y lucía la raja abierta. Yo estaba de pie delante de ella, para decirle en que consistía la prueba que tenía que superar. Había pensado decirle que cogiera barro de la orilla y se lo extendiera por todo el cuerpo, pero antes quise gastarle una broma, a ver cómo reaccionaba.
- Quiero que me la chupes -le dije, muy serio.
De inmediato, antes de darme tiempo de decirle nada más, se puso de rodillas en la arena. Me bajó de un tirón el pantalón y los calzoncillos, y se metió mi polla en la boca. Sus suaves labios recorrían toda la longitud de mi rabo, cada vez más duro. De vez en cuando se la sacaba y me la lamía, o se pasaba la punta por los pezones. Le puse las manos en las tetas, apretándoselas con delicadeza. Mientras disfrutaba de la primera mamada de mi vida, observé que Sara se masturbaba, acariciándose el clítoris.
- ¡No puedo más, Sara, no puedo más! -grité, entre jadeos-. ¡Voy a correrme ahora mismo!
Mi prima se apartó y se quedó tumbada en la arena, con los dedos todavía metidos en el coño. Después de soltar varios chorros de semen me senté a su lado y le sobé los pechos hasta que también tuvo un orgasmo.
- Era una broma, Sara -le expliqué-, no pensé que fueras a acceder a chupármela.
- Pues ya ves, me tomo las apuestas muy en serio. Deberías estar feliz y satisfecho, no acostumbro a hacerles mamadas a mis primos.
Cuando estuvimos un poco más descansados nos levantamos. Sara se puso de espaldas y me pidió que le quitara la arena de la espalda. También le limpié el culo, metiendo la mano entre sus nalgas hasta rozar los labios del conejo. Camino del pueblo me fijé en lo duros que se le habían puesto los pequeños pezones.
Delante de nuestra casa estaban nuestros vecinos, un matrimonio de cerca de sesenta años. Mi prima no dudó en pararse a charlar con ellos. Yo estaba maravillado de la naturalidad con la que Sara hablaba con el matrimonio, a pesar de estar en pelotas en medio de la calle. Se agachó para quitarse las zapatillas, dejando que los pechos le colgaran de una forma tan deliciosa, que todos la miramos sin ningún disimulo.
La mujer estaba cada vez más seria, sin duda escandalizada de que una persona se exhibiese en público de aquella manera. Supuse que el marido tendría un buen calentón. Yo, al menos, estaba cachondo perdido. Me alegré cuando, por fin, nos despedimos y entramos en casa.
Nada más llegar a la parte de atrás del jardín me desnudé, dejando a la vista la polla, completamente dura. Sara se arrodilló en la hierba delante de mi, como había hecho en la poza.
- Hazte una paja para mi, Jorge -me pidió-, mánchame las tetas con tu semen.
No dudé ni un momento en complacerla. Me masturbé lentamente, mirando su cuerpo desnudo, precioso. Cuando me corrí en sus pechos, me abrazó con fuerza, frotándose para mancharme con mi propio semen. Al igual que el día anterior, nos dimos una ducha juntos. Luego nos fuimos a dormir sin molestarnos en cenar, estábamos realmente agotados.
Había llegado la hora de jugar al póker. Yo me había desnudado para estar más cómodo. Sara llevaba puesto un sujetador trasparente y un tanga de hilo, en el que se le marcaba la rajita. Jugábamos con el mismo entusiasmo de siempre, deseando ganar, aunque después de las últimas experiencias no nos importaba perder.
- ¿Estáis ahí, chicos?
Eran mis tíos, que volvían antes de lo previsto. Nos quedamos petrificados, mirándonos con cara de susto. Estaban ya dentro de la casa, era imposible llegar hasta nuestros dormitorios sin que nos vieran. Afortunadamente no tardamos en reaccionar, nos levantamos y fuimos corriendo hasta el tendedero. Me puse un pantalón corto y una camisa, mientras que mi prima se tapaba con una camiseta larga.
- Menudo disgusto nos hemos llevado -explicó mi tía, después de besarnos en las mejillas-. Ha habido un problema con la reserva y hemos podido estar menos días de los que habíamos contratado.
Nosotros sí que nos llevamos un buen disgusto, mucho mayor de lo que mis tíos podían sospechar. Sara intentó parecer alegre de ver de nuevo a sus padres, pero tenía los ojos tristes y su sonrisa no era tan luminosa como antes. Yo estaba hundido, sabiendo que tendríamos que volver a los días rutinarios, largos, interminables.
Esa noche, tumbado desnudo en la cama, me acaricié la polla pensando en mi prima. Recordaba su atractivo cuerpo, sus grandes pechos con sus pequeños pezones, su culo redondo, el movimiento de sus nalgas mientras andaba, su preciosa rajita depilada. A pesar de que estaba empalmado, dejé de masturbarme. No quería correrme pensando en ella, quería verla, abrazarla, acariciarla… Y sabía que no podría hacerlo en mucho tiempo.
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