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Compendio I
Ese vuelo fue sin muchas novedades. Aproveché para informar a Sonia sobre nuestras nuevas labores. No tendríamos que trabajar en la oficina de administrativos, ni mucho menos ver a la maquina “Verónica”. Tendríamos que buscar directamente en el sector 4 la ubicación de la maquina “Amelia” y a diferencia de los otros turnos, solamente estaríamos hasta el viernes, es decir, solamente 5 días.
El jefe regional me avisó que había puesto al personal al tanto de lo ocurrido y que gentilmente, nos cederían una oficina para poder realizar nuestra labor.
Le dije que aunque sabía que Sonia le daba miedo estar encerrada, que estaríamos juntos y le apoyaría en lo que necesitara.
Su mirada dio un brillo de esperanza cuando le tomé la mano, pero yo la erradiqué, al agradecerle por su cooperación en el trabajo, con el que finalmente podría hacer mis deseos realidad.
Ella no me lo dijo, pero aunque me apoyaba en mi decisión, la relación de compañeros de trabajo ya había cruzado la frontera de la amistad y del sexo casual.
No era el muchacho tímido y torpe que habían contratado para ayudarle. Ahora me veía con admiración y agradecimiento y le entristecía verme tan feliz...
Pero yo estaba demasiado enfrascado en mi propia alegría para poder notarlo... aunque en tan solo un par de horas, volvería estar en el mismo puesto de inicio.
Que no vinieran a recibirme era una mala señal. La última vez que ocurrió, me tuve que agarrar con el profesor de Amelia.
Sería difícil explicarles la nueva situación, pero tenía que hacerlo. No podía llevar una relación en paralelo con ellas si ya estaba comprometido oficialmente con Marisol… o al menos, eso creía yo.
Tomamos un taxi y Sonia me dio un beso en la mejilla cuando la dejé en la cabaña de huéspedes.
Llegué a la casa y encontré a Amelia, llorando en el jardín.
“¿Qué pasó, Amelia? ¿Qué tienes?” le dije.
“¡Marco!... ¡Gracias al cielo! ¡Has vuelto!” me dijo dándome un fuerte abrazo y un beso. “¡Tienes que ayudar a mamá! ¡Papá se ha vuelto loco y le está golpeando!”
¿Sergio vuelto loco y golpeándola?... ¡No podía ser!
Tuve que serenarme y pensar. No había motivos para dudar en sus palabras.
“Amelia, ¿Dónde está Violeta?”
“En casa de unas amigas, ¿Por qué?”
“¡Quiero que la vayas a buscar y la lleves de paseo! ¡Si la ventana de mi pieza no está abierta, no vuelvas! ¿Entendiste?” le ordené, muy serio.
Soy bueno en situaciones tensas. Por lo general, tomo buenas decisiones…
“¿Qué harás tú?” me preguntó, secando sus lágrimas.
“¡Supongo que… salvar el día!” le dije yo, aun sorprendido con la situación.
Amelia me besó inesperadamente en los labios.
“¡Te había extrañado mucho!... ¡Gracias por venir!” y se fue trotando.
No me dio tiempo para sentir remordimientos. Tenía que ver a Verónica.
Abrí la puerta y lo primero que escuché fueron las cachetadas.
“¡Te lo mereces por puta! ¡Toma!” oí la voz de Sergio.
Llegué a la cocina y Verónica sollozaba en el suelo…
“¡Oiga, oiga, suegro! ¡Cálmese! ¡Es su esposa!” le dije, tomando sus brazos, antes que la golpeara nuevamente.
“¡Marco!” dijo Verónica al verme, mientras sobaba sus coloradas mejillas, llorando.
“¿Cómo quieres que me calme? ¡Me acabo de enterar que esta puta me ha estado poniendo los cuernos!” me dijo, muy enojado.
Me asusté, pero guardé la compostura.
“¡A ver!, ¿Cómo es eso?” le dije, ayudando a poner en pie a Verónica.
“¿Recuerdas los hombres del gas? ¡Me dijeron que se estaban acostando con ella!” dijo enojado, escupiendo a sus pies.
“¡Marco, eso no es cierto!... ¡Yo no lo he hecho!...” me decía, con ojos suplicando ayuda.
Tenía que calmar la situación. Le pedí a Sergio que entrara en razón y logré convencerlo para que se sentara y me explicara lo sucedido. Por seguridad, me senté al lado de Verónica, que no paraba de apegarse a mi brazo por miedo, aunque le aseguré a Sergio que sería completamente imparcial, ya que en el fondo, estaba representando los intereses de Marisol y sus hermanas.
Había ocurrido uno de mis mayores temores cuando Verónica me contó sobre sus infidelidades con los hombres de los servicios.
Para que se hagan una idea (ya que me he dado cuenta que he estado tan caliente al escribir, que no he descrito lo más importante), Verónica es una mujer de 42 años, de 1.62 metros de estatura, ojos verdes, cabello castaño, largo hasta los hombros, aunque se lo tiñe de un rubio no tan llamativo, con un peinado juvenil con moño para arriba, nariz pequeña y labios bien finitos, como un piquito, al igual que Marisol.
Está un poco gordita, pero apenas se nota por sus 102cms de busto bamboleante y libres de sostén…
¡Así es! ¡Sus pechos son los segundos más grandes!... aunque Marisol está recuperando el terreno perdido, para mi mayor felicidad.
Su cola es discreta. Sus pompas no están tan levantadas y es en su cintura donde hay algunos rollos, que no la hacen ver mal, sino que le dan la dignidad de una mujer madura.
Amelia, por su parte, acaba de cumplir sus 18 años, mide 1.65, con los mismos ojos verdes de su madre y su hermana; cabellos negros y largos, hasta la altura de la cintura, con un algunos rizos pequeños alrededor de su cara, pero que trata de alisarlos tomando su cabello constantemente con una cola de caballo, para ayudarle al trotar; su piel es blanca como la nieve, sus labios son gruesos y jugosos y su nariz es respingada y pequeña.
Tiene una mirada de ángel inocente y 2 armas de destrucción masivas, con 104cms de busto, los que ha logrado mantenerlos ocultos muy bien, bajo sostenes calados, muy apretados e inocentes poleras con diseño de perritos, ángeles y flores, que complementadas con su hermosa cara, le han mantenido relativamente bajo del radar de los hombres.
Amelia, según mi opinión, es un tanque. Su trasero es parado, bien formado y musculoso. Su cintura está algo robusta, pero proporcional a su cuerpo.
Teniendo en cuenta esas descripciones, imagínense que son repartidores mal pagados de gas, a los que una madre insatisfecha sexualmente les da rienda suelta para satisfacer todas sus fantasías con su cuerpo.
Ahora bien, imaginen que de un día para otro, sin razón aparente, esa misma madre les prohíbe que jueguen con ella, mientras su hija, vestida de escolar, regresa a casa y los encuentra. Ustedes intentan tomar a ambas por la fuerza, pero la madre logra contenerlos, agarrándose a escobazo limpio.
Si fueran los repartidores, ¿No creen que, en venganza por “cerrar la tienda”, irían donde el cornudo marido que podría amargarle la existencia de la esposa?
“Pero don Sergio… ¿Cómo va a creer eso? ¿Acaso los vio?” le dije yo, tratando de llamar a la compostura.
“¡No necesitaba verlos!... ¡Solo mírala!... ¡Es una puta sucia fácil y cualquiera… y lo que es peor, estéril, como una piedra!”
A Verónica le dolió el comentario, pero ya había aguantado suficiente.
“¿Con qué moral me juzgas?... ¿Crees que no sé que tienes a esa gorda?” le dijo, muy enfurecida.
“¿Cómo te atreves, malnacida?” dijo Sergio, levantándose. Alcancé a detenerlo, antes que golpeara a Verónica de nuevo.
“¡Don Sergio, por favor! ¡Guarde la calma!” dije yo, tratando de calmarlo.
“¡Sé muy bien que cuando te vas, la vas a ver a ella! ¿Cómo te atreves a juzgarme?” decía Verónica, mientras que Sergio me miraba a mí.
“¿Ves lo que tengo que aguantar de ella?” me decía, para luego mirarla y decirle “¡Es una vagabunda estéril y mentirosa!”
Verónica lloraba, pero le tomaba la pierna para decirle que no estaba sola.
“¡Sabes bien…que no fue mi culpa!... Yo quería tener un hijo… y lo que pasó con Violeta… no fue mi culpa.” le dijo, abrazándome para llorar tranquila.
“¡Di lo que quieras!” dijo Sergio, sin prestarle demasiada atención.
Acariciaba a Verónica, porque me dolía verla sufrir, pero debía seguir mi rol.
“Suegro, ¿Realmente va a tirar más de 18 años por la borda, sólo por lo que dijeron otras personas?” le dije, suplicando un ápice de decencia.
“¿Por qué debería hacerlo? ¡No me ha dado nada!” respondió.
Entonces, decidí realmente tomar el rol de “Abogado del diablo”. La expresión normalmente se refiere a defender al más culpable de todo, pero en mi caso, lo estaba tomando de una forma literal. Un abogado, por lo general, defiende los intereses de su cliente y si este era el diablo, no habría ni tregua ni misericordia.
Si antes tenía un poco de respeto por Sergio, este se esfumó el momento que negó el apoyo de su esposa. Él no la merecía y le haría pagar con creces y astucia su falta de respeto. No niego que ya lo había pensado antes, pero lo que estaba ocurriendo me resultaba muy oportuno.
“¡Si no le cree, entonces, debería divorciarse!” le dije, cambiando drásticamente su mirada.
Verónica me miró asustada y los ojos de Sergio brillaron con malicia.
“¡No es mala idea!” me dijo él.
“¡No, Sergio!¡Discúlpame!...¡No lo hagas!... ¡Piensa en Amelia y en Violeta!... ¡Por favor, ten piedad de ellas!” le decía Verónica, mirándome confundida.
Por primera vez, Sergio dio señales de astucia…
“¿Por qué debería hacerlo?” le respondió. “¡Acabas de reconocer tu culpa!”
Verónica lloraba.
“¡Sergio, son tus hijas!... ¡Yo no puedo mantenerlas!... ¿Qué voy a hacer?...” decía ella, apoyando su cara sobre la mesa.
“¡Ese no es mi problema!”Dijo él “¡Ya verás cómo te las arreglas sola!... ¡Total, nadie quiere a una perra estéril!...”
Verónica sintió una mano cálida en su espalda. Alguien sí la quería…
“¡Bueno, a mí me preocupa lo de Marisol!” le dije, tratando de sonar indiferente. “Quería preguntarle si me podría vender su casa.”
Verónica me miró espantada. Se sorprendió por mi fría actitud, pero Sergio no aceptó la propuesta de buena gana.
“¿Y por qué querría vendértela?” me preguntó.
“Pues, usted sabe cómo son las leyes. Si uno adquiere una propiedad estando casados, las propiedades se dividen en la mitad, si los cónyuges se divorcian. Sé que usted está muy enojado con mi suegra ahora, pero no creo que quiera darle la mitad de la casa. ¿Qué tal si me vende esa mitad a mí?” le propuse.
Verónica me miró asustada, pero se mantuvo calmada, al sentir que acariciaba su pierna.
Sergio, en cambio, se rió.
“¡Si es por eso, te la vendo entera a mitad de precio!” me dijo, sonriendo con crueldad.
¡Imbécil! ¡Ya lo tenía donde quería!
Empecé a hurgar la intimidad de Verónica. Tenía la impresión de que sería la última oportunidad de hacerlo frente al gordo de Sergio y ella, depositando su confianza en mí, se dejó hacer.
“Bueno, yo me tomé la libertad de llamar un tasador y él me entregó un valor aproximado por la casa. Como somos familiares, creo conveniente darle un 15% adicional, como señal de buena fe” le dije yo, entregando el documento con mi mano libre. Lo andaba portando en mi bolso de trabajo hacía bastante tiempo, pero no se había dado esta oportunidad para entregarlo…probablemente, porque la información estaba incompleta…
Mientras él leía, su ex empezaba a secretar jugos y su respiración empezaba a agitarse. Como un profesional, le sugerí que él mismo lo llevara a notario y lo legalizara, ya que mi trabajo me impedía realizarlo personalmente.
“¡Pensé que valdría más!” me dijo, algo deprimido al ver el valor de la tasación.
No se equivocaba…
“Sí, pero ya sabe cómo son esta gente. Lo único que ven es plata, plata, plata y se aprovechan de los pobres sin dinero” le dije yo, apelando a sus intereses personales, para que se enterrara él mismo la daga por la espalda.
“¡Tienes toda la razón!” me dijo, tomando mis papeles, con una gran sonrisa.
“¡Bueno, también le sugeriría que dejara vivir a su esposa en esta casa hasta el fin de semana!” le dije yo, mientras tenía a Verónica al borde del clímax con mis caricias. “¡Usted sabe cómo están las leyes hoy en día y estos asuntos de violencia entre familiares no le ayudaría demasiado en la mediación!”
Sergio no podía estar más contento. ¡Pobre iluso!
“¡Definitivamente, eres un buen muchacho!” me decía él, ofreciéndome la mano, tras guardar los documentos en la carpeta.
Yo se la apreté, con la humedad de los jugos de su esposa…
“¡Me encanta poder ayudarle, Suegro!” le dije yo, fingiendo una sonrisa amistosa.
“¡Y tú, perra sucia! ¡Anda juntando tus cosas y márchate, que no quiero volver a verte!” le dijo a Verónica, pero ella no podía responderle… ocultaba su cara en la mesa, para que no viera su satisfacción.
Fue entonces que sintió ese aroma tan peculiar de nuevo…
“¡Yo no siento nada, señor!” le mentí “¡No creo que sea mala idea que se examine! Como le digo, sentir olores extraños es muy peligroso…”
“¡Qué buen amigo eres! ¡Trataré de seguir tu consejo!” dijo el pobre tonto.
Tras despedirlo en la puerta, fui a mi habitación y abrí la ventana. Luego volví con Verónica.
“Marco… ¿Qué has hecho?...” me dijo ella, todavía agitada por lo ocurrido “¡Yo nunca he trabajado, ni mucho menos, puedo mantener una casa sola!”
“Ten paciencia…Cada día tiene lo suyo…o algo así”, le dije mirándola con templanza.
Al rato, llegaron Amelia y Violeta.
“¡Marco!” dijo la menor, abrazándome en las piernas.
“¡Estás menos pequeña que la última vez que te vi!” le dije.
“¡Es porque me como la comida de mi mami!” me decía ella, muy feliz. “¡Te eché de menos! Y te tengo una sorpresa… ¡Mira mi boca!”
La pequeña había cambiado su primer diente de leche. La abracé y la tomé en brazo, besando su mejilla, como si fuera su padre.
“¿Y papá?” preguntó Amelia, buscando por todos lados, con algo de temor.
“Se ha marchado. Ya no tienes que preocuparte…” le dije, dándole una cálida sonrisa. Sus ojos se alegraron. Sabía que podía confiar en mí…
Cenamos y luego de acostar a Violeta, ayudé con la loza a Verónica.
“¿Podrías dormir conmigo…esta noche?” me dijo, con algo de vergüenza. “No sé si tienes algo planeado con Amelia, pero realmente me gustaría que durmieras conmigo, para no sentirme tan sola en esa cama tan grande.”
Fue entonces que recordé a mi conciencia. Debía darles las buenas nuevas, pero al ver esos ojos suplicantes, no pude rehusarme.
Nos desvestimos y me sorprendí al verla acostarse, solamente con un calzón.
“La lavadora se rompió y no la hemos podido arreglar, todavía.” Me decía ella, con sus bamboleantes senos.
Mis pantalones estaban al alza… pero debía resistir… al fin tenía lo que quería…
Al rato, se abrió la puerta y apareció Amelia, vestida en calzoncillos y sostén. Mi pobre pene…
“¡Mamá, estoy asustada! ¿Puedo dormir con ustedes?”
“¡No tengo problemas! ¡Sé que Marco nos cuidará!” le dijo, acurrucándose a mi lado, enterrándome sus pechos en las costillas.
Su hija, no menos floja ni perezosa, también hizo sus demandas.
“¡Pero Marco, abrázame! ¡Tengo frio y miedo!” me hizo abrazarla, por debajo de esos masivos pechos.
Como podrán imaginar, el sueño no me llegó fácilmente… por un lado, los firmes pechos de mi suegra; por el otro, la mano de mi cuñada rozando mi verga y sus candentes muslos apegándose a mi cintura, mientras ellas dormían.
Al igual que ese tubérculo en esa película de niños, también me repetí constantemente mi condición actual, como si fuera un mantra.
“¡Ahora estoy comprometido!... ¡Ahora estoy comprometido!... ¡Ahora estoy comprometido!..”
La pregunta era cuánto más podría aguantar…
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3 comentarios - Seis por ocho (54): Abogado del diablo