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Compendio I
Les pido mis disculpas. Sé que debería ser más ordenado y tal vez debería decirles de lo que descubriría esa tarde con Amelia, lo que hice esa noche con Verónica o lo que pasaría el día siguiente con Sonia, pero estoy tan cerca y fue un momento tan especial (y raro), que no puedo aguantar las ganas para contarlo.
Recuerdo que nuestros antiguos compañeros nos miraban sorprendidos. Cuando habíamos llegado, pensaban que al igual que mi jefe, nos habían despedido y ahora veníamos por nuestras cosas, pero cuando nos vieron salir de la oficina del jefe, los dejamos boquiabiertos.
No nos importaba avanzar por el pasillo o que los otros nos observaran. Nos deseábamos y nuestros impulsos eran demasiado fuertes. Recuerdo a mi amigo que trabajaba en recursos humanos que trató de saludarme, pero quedó impresionado al ver cómo desabrochaba delante de él la camisa de Sonia y acariciaba sin pudor sus pechos bajo el sostén.
Incluso una de sus amigas dio un grito de sorpresa al verla cómo me desabrochaba el pantalón y buscaba con desesperación mi aparato. Todos nos miraban, hasta que abrí la puerta del baño, puse el seguro y como era de esperarse, empezamos a gemir de placer…
Debíamos celebrarlo. Había sido una victoria inesperada…
Habíamos llegado esa mañana algo desanimados. Sonia aun no entendía la importancia de nuestro trabajo y yo me sentía mal por no haber hecho algo útil, a pesar de haberme esforzado tanto.
El recibimiento del jefe de área regional no era mejor. Por primera vez, vi al gordito canoso alterado. Su corbata desabrochada, su camisa abierta en el último botón y una cara de preocupación que no se la quitaba nadie.
“¡Por favor, Marco! ¡Dime que tienes buenas noticias!” me decía con ojos asustados.
“Pues… no he podido descubrir mucho…” le dije, un poco perturbado por su nerviosismo.
“¿Pero tu amiga? ¿No iba a ayudarte?” nos dio una mirada de completa desesperación. Sonia no sabía qué decir.
“Es su primera semana… aun se está acostumbrando.” Le dije yo.
El jefe dio un suspiro.
“Sí, lo sé. Pero es tiempo lo que más necesitamos y lo que menos tenemos.” Nos dijo, tomando un vaso con agua y tomando unas 3 pastillas efervescentes.
“¿Pasa algo?” le pregunté.
“No, muchacho… nada que puedas hacer.” Me dijo, mirándome paternalmente. “Es solo que…”
Lo que fuera que le preocupaba era demasiado grande para relegarme la tensión.
“¡Por favor, señor, díganos!” le dije muy preocupado.
El jefe dio un suspiro de resignación.
“¡Está bien!” dijo, tratando de retomar su profesionalismo habitual “Durante los últimos 4 meses, la producción del yacimiento ha alcanzado un 20% de lo esperado. La junta estaba considerando cerrar la mina, pero como yo soy ingeniero y conozco de esos asuntos, sospechaba de una avería en nuestros equipos. Por eso, accedí a conocerte cuando hablé con tu jefe. Sabía que en el fondo, podía ser algo sencillo de arreglar, pero yo no me puedo mover de mi puesto para hacerlo. Por eso, deposité mi confianza en ti y traté de darte todas las comodidades, pero ahora veo que eso fue en vano.”
“¿Por qué?”
Al jefe realmente le afligía la situación.
“La junta espera un incremento en la producción de la mina, para final de mes. Nos dieron una meta del 35% del esperado para continuar las operaciones. Si no se cumple…”
No era necesario que dijera el resto…
“¡Pero no pueden hacer eso! ¡La mina sigue produciendo mineral!” dijo Sonia, también asustada.
“Es cierto, Sonia.” Le respondí “Pero tú trabajabas en un área distinta al yacimiento. Aunque exista mineral en la mina, las ganancias por producción se equilibran entre el material retirado versus los costos de mantención y producción. Generalmente, se considera un valor mínimo de ganancia, pero si ese tiende al negativo, sale más costoso sacar el material que producirlo. E imagino que ese es el caso” dije mirando al jefe, quien asintió con la cabeza.
“Además, los incidentes que han reportado la última semana no han ayudado para nada en mejorar nuestra situación. Hemos tenido que incurrir en más gastos para solventar la producción y la junta ya ha firmado un ultimátum. No tenemos nada más que hacer.”
“¿Pero por qué es tan importante que encuentres esa onda? ¿Qué es lo que la hace tan especial?” me preguntaba Sonia, casi llorando. Yo también sentía la pérdida de todos esos trabajadores.
“La onda “Verónica” nos permite sondear los yacimientos ferrosos. “Amelia” es tan potente, que interrumpe el rastreo de “Verónica” y prácticamente, nos tenía excavando a ciegas. En todas las vetas, existe material particulado, que son yacimientos pequeños y es lo que hemos estado produciendo, pero necesitamos encontrar filones más grandes, para mantener la operación.” Respondí.
“Ahora lo entiendo mejor…” decía Sonia, todavía triste por lo ocurrido.
“¿Realmente, no has podido encontrar nada, Marco?” me preguntó el jefe, con unos ojos llenos de cansancio.
“No, señor. Sólo me concentré en ubicar a “Amelia” por patrones de dispersión.”
El jefe sonrió, aunque su mirada seguía triste.
“Bueno, muchacho. No te preocupes. Me encargaré que sigas en la empresa. Es algo que iba más allá de tu control, nada más.”
Empecé a revisar mis papeles, para ver si podía encontrar algo productivo, pero no había nada en mis hojas de dispersión.
Entonces, divisé la carpeta con los datos conectados a la maquina “Verónica”. Aprovechando la intranet, había descargado los patrones de interferencia de los días en que estuve trabajando en la oficina administrativa.
Revisé rápidamente, uno por uno. Lucían igual que el original, exceptuando el del día del cumpleaños de Amelia.
“¡No puede ser!” exclamé, casi gritando.
“¿Qué?” dijo el jefe regional.
Abrí mi bolso y busqué el informe del supervisor.
“¡Vamos, dime! ¿Qué sucede?” me preguntaba el jefe, muy irritado.
“¡Señor, es “Amelia”! ¡Creo que la he oído gritar!”
“¿De qué estás hablando?” me preguntaba sin entender, pero emocionado porque creía que había hecho avance.
Encontré el informe y empecé a buscar los registros. ¡Era la misma ventana!
“¡Sonia, trata de recordar! Cuando hiciste los equipos de la zona 4, ¿Cuántos equipos había que funcionaran entre 65 y 70 hertz?” ordené con desesperación, estudiando las condiciones de borde de los gráficos.
“Estaba el grupo turbogenerador Diesel marca…” empezó a decirme.
“¡No seas tan especifica! Solo dime, ¿Cuántos equipos recuerdas que funcionaran entre esas frecuencias?”
“Había 4 grupos generadores, 5 compresores, 2 retransmisoras de señal y 7 bombas hidráulicas” dijo ella, cerrando los ojos para concentrarse.
Se avergonzó un poco por la mirada del jefe, pero añadió “Y bueno… no sé si serán lo mismo, pero había otros 3 equipos que funcionaban a 65 hz.”
MI jefe estaba sorprendido. Sonia había memorizado, tal cual como le dije, los parámetros de las maquinas, sin siquiera saber qué era un hertz.
No le podía quitar los ojos de encima, pero el “conejo que iba a sacar del sombrero” era sin duda, la “Santa madre de todos los conejos”.
“¡Señor, “Amelia” está gritando en el sector 4! ¡”Amelia” está en el sector 4!” le dije yo.
“¿Qué? ¿De qué hablas?”
Le mostré el patrón del día del cumpleaños de Amelia.
“¡Señor, ese día hubo un incendio en uno de los grupos generadores en el sector 7 de la mina! La potencia quedó tan comprometida, que para poder movilizar los ventiladores, se desvió la potencia de los departamentos secundarios” le dije, mientras ordenaba mis documentos.
Le mostré los patrones de interferencia de ese día.
“Observe a “Amelia” ¿Nota algo?”
“¡”Amelia”! ¡No está!” me dijo el jefe, sorprendido y flaqueando en las rodillas.
“¡Exacto!” le dije, para pasarle el registro que el supervisor me había enviado “¡Ahora mire esto! Es el reporte de fallas del supervisor que me envío el día siguiente. Observe la ventana del corte del sector 4. ¿Puede verlo?”
“¡Los tiempos! ¡Los tiempos son los mismos!” me dijo, comprendiendo lo que habíamos descubierto.
Para ser precisos, había un desfase de 2 segundos entre el registrado por el supervisor y el registrado por “Verónica”. Era entendible, porque la onda en sí tardaba un poco en disiparse, a medida que el equipo agotaba su energía.
“¡Es pura suerte!” me decía, tomándome de los brazos y saltando de alegría.
“¡No sólo eso! Tal vez, podamos generar un patrón de sondeo a partir de la información registrada en ese intervalo.”
“¡Me pondré en contacto con mi grupo para correr los datos!” dijo el jefe, muy emocionado.
Sonia se acercó a mí, confundida pero sobresaltada al vernos tan emocionados. Me vio a los ojos y hubo un cambio en su mirada.
“¿Puedes… podrías decirme por qué es pura suerte?” me dijo ella, cautivada por mis ojos.
Le di una breve explicación sobre los planes de mantención. Por lo general, un paro de operaciones para una empresa grande requiere meses de planificación. Son pocas las empresas internacionales que esperan hasta que “el equipo falle” para repararlas, porque hay muchos costos de producción de por medio.
En el caso del mineral, la baja potencia eléctrica estaba forzando paro de operaciones en distintos departamentos, que normalmente deberían haber estado funcionando sin problemas. Solo fue al momento de aislar algunas áreas que pudimos distinguir el grito de “Amelia” (o para ser más precisos, su silencio).
Cuando mi antiguo jefe lo mencionó, la idea era impracticable, ya que una mina de por sí no para operaciones para ubicar una avería de ese tipo, pero sin embargo, la casualidad nos había sonreído y se dio esa ventana.
“¡Muchachos, me tienen impresionado! ¡No pensé que pudieras descubrir algo así! Y usted, señorita…” le dijo a Sonia, tomándole de la mano y besándosela caballerosamente “¡Me ha dejado sin palabras! Una vez que terminen su trabajo, por favor, venga a verme. ¡Estoy seguro que la junta estará muy interesada en sus habilidades!”
Le habíamos dado un respiro al jefe y lo que era mejor, la mina no se cerraría.
Salimos de la oficina y lo único que podíamos pensar era el uno en el otro. No nos importaba el resto. Éramos, en cierta forma, héroes...
El baño era pequeño. Era para una sola persona. Tenía un excusado y un lavamanos. Yo la deseaba tanto, que cerré la puerta, apresando su cuerpo entre la puerta y yo.
Mientras me bajaba el pantalón y se preparaba para mamarlo, la tomé y se lo impedí.
“¡No! ¡Tenemos que celebrarlos…juntos!” le dije, colocándome el preservativo.
La puse de pie y le bajé la falda, mientras que ella se bajaba las bragas.
“¡Por esto quería trabajar contigo!” le dije, mientras la penetraba.
“¡Ah!... ¿Por qué?... ¿Querías… ¡Ah!... hacerlo conmigo?” me preguntaba, resistiendo la violencia de mi embestida.
“¡No!, porque eres la única capaz de entender mi felicidad ahora” le dije, bombeando con fuerza.
“¡Ah!... ¿Más que… Marisol?” decía ella, chorreando sobre mis pantalones.
“¡Muchísimo más!” le decía, haciendo que alcanzara su primer orgasmo.
Aunque había vivido una experiencia parecida con Amelia y Verónica, no era lo mismo. No comprendían lo que pasaba y sentía que eran agregadas. Pero con Sonia, era distinto. Aunque no entendía más que ellas, sí fue testigo de lo ocurrido.
La deseaba con la sangre hirviendo y la besaba de esa manera.
“¡Estás… tan duro… y tus besos… siento que me queman..!” decía ella, jadeando como perro. “¡Tan adentro!... me encantas.”
La penetraba, azotándola a la puerta. Tomaba sus pechos, como si quisiera sacárselos.
“¡Ah!... ¡No… los tomes… tan fuerte!” me decía, con esos ojos que deseaban lo contrario.
Yo quería demolerla a orgasmos…
“¡No grites… tan fuerte! … afuera… pueden oírnos.” Le dije, casi gritando.
“¡Ah!” dio un gemido que dio eco en las paredes del pequeño baño, mientras se corría nuevamente.
“¡No digas eso!... ¡No quiero que… me escuchen!”
Sería difícil, porque lo gritaba a todo pulmón…
“¿Qué pensaran… los demás… si te escuchan gritar?” le decía, mientras ella se aferraba a mí como un mono, apretándome fuerte con sus piernas.
“¡No!... ¡Qué vergüenza!... ¡No quiero… que me escuchen!...” seguía gritando, a todo volumen.
“Probablemente… mis amigos deben estar… con una tremenda erección… por oírte gritar así.” Le decía, mientras metía un dedo por su culito, pero ella estaba tan excitada, que no se daba cuenta.
“… ¡No!... ¡No lo digas!...” decía ella, moviendo sus caderas de una forma impresionante “… ¡No quiero que piensen… que soy una puta… que le gusta tu verga!...”
“Imagínate… que dirán tus amigas… si te vieran ahora.” Le dije, aguantando mi carga. Sabía que ella también estaba cerca.
“¡Que no me vean… mientras me la entierras!... ¡No!... ¡No!... ¡No!...”
Nos corrimos juntos y ella me seguía abrazando. Fue un orgasmo estupendo.
Estuvimos unos 5 minutos pegados, pero estaba tan contento, que quería servirme el plato de fondo.
“¿Quieres… más?” dijo ella, al ver mi cara y mi verga parada sin condón. Ella estaba exhausta, pero igual la deseaba.
La tomé de la cintura y le di vuelta. Seguía chorreando, pero su culito lucía encantador como siempre.
“¡Es… muy gorda!” me decía ella, mientras invadía su intestino.
“Lo dices… como si no te gustara…”
“¡La adoro!” decía ella, algo adolorida por mi violenta invasión.
“¿Qué pensarán… tus amigas?” le decía nuevamente.
“¡No!... no quiero que sepan… que me gusta tu gorda verga… en el culo…”
Bombeaba como un pistón. Sus pechos golpeaban suavemente la puerta, mientras ella se quejaba.
“¡Ay!... ¡Ay!... ¡Ay!... ¡Siento… que me arde… el culo!... ¡Tu verga… me lo está… quemando!” seguía gritando.
“¡Qué mal!... ¿Quieres que lo saque?” le decía yo, bombeando incesantemente dentro de su ano, tomándola de la cintura, para penetrarla a fondo.
“¡No!... ¡Por favor!... ¡Sigue metiéndola!... ¡Rompe mi culo!... ¡Córrete en el!...”
“¡Sonia, no grites! ¡Te escucharán todos!”
“¡No… me importa! ¡Quiero que todos… sepan que me gusta…. tu leche caliente… en mi ardiente
culo!” gritó, como loba en celo, mientras nos corríamos nuevamente.
Ahora estaba agotado. Ella también. Nos tardamos un poco en despegarnos. El piso estaba mojado con nuestros jugos y bastaba tener nariz para saber que había pasado ahí.
Nos besamos un poco y nos vestimos. Había sido excepcional, pero nada nos prepararía para lo que veríamos afuera…
“¿Quieres tomar una taza de café?” le dije, una vez abierta la puerta.
Sonia solo asintió con la cabeza y se apoyó en mi hombro, tratando de mirar el piso.
El ambiente en la oficina era como el de una película de guerra o una película de zombies, cuando la epidemia recién empieza. Era algo difícil de describir…
Los menos afectados nos miraban con una erección o con una mirada de lascivia, complementada por una mancha en la falda de las mujeres. Pero a medida que nos acercábamos al ascensor, pudimos contemplar la magnitud de nuestros actos.
El gordito simpático de finanzas, que tenía dos secretarias bien guapas de unos 25 años, estaba sentado en su silla, con una mirada pérdida en el techo, llena de satisfacción, mientras que a su derecha, una de sus compañeras se arreglaba el labial y la otra, a su izquierda, se acomodaba los botones de la camisa. Las dos todavía estaban arrodilladas…
En otra oficina, mi amigo de Recursos Humanos se arreglaba la bragueta del pantalón y la corbata, mientras que su compañera de oficina se acomodaba la falda y trataba de arreglarse el sostén.
Y quizás, lo más impactante de todo fue pasar por fuera de la sala de conferencia. En su interior, 4 ejecutivos se arreglaban la ropa, mientras que la que parecía ser la tetona secretaria del abogado yacía acostada sobre la mesa, la cual estaba manchada por líquidos blancos, con el sostén a medio poner, el culo al aire libre, ya que su diminuta falda estaba recogida a la mitad de la nalga, con su delgadísimo hilo dental a la altura de las rodillas y chorreando un liquido espeso y pegajoso desde el interior de su nalga. Incluso, parecía tener una mancha blanca en la espalda…
Cuando se cerró la puerta del ascensor, tratamos de concentrarnos en el hecho de que el yacimiento no se cerraría y decidimos creer que nadie se había percatado de lo que habíamos hecho en el baño, que nadie nos había oído y que simplemente, había sido otro aburrido y lento lunes en la oficina.
Era lo mejor que podíamos hacer…
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1 comentarios - Seis por ocho (40): El grito de “Amelia”