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Compendio I
Siempre que veía hentai con Marisol (mientras sea animación japonesa, Marisol lo ve sin problemas... otra de las razones por la que la amo), le decía lo difícil que sería acostarse con 2 mujeres al mismo tiempo.
Le explicaba que aunque era un sueño para cualquiera, era complicado para mí, porque significaba que una de las mujeres podía sentirse rechazada cuando el tipo se tiraba a la otra. Aunque usara sus manos o el resto de sus extremidades, su pene siempre estaría dentro de una de ellas y no en ambas.
“¡Genial! Entonces te vas a tirar a la madre y a la hija… ¡Eres muy afortunado!” pueden pensar. Sí y no. También hay que considerar mi cansancio físico.
Si contamos las corridas de ese día, tenemos las 3 mamadas matutinas de Amelia, la mamada de Sonia, la penetración anal y vaginal de Sonia en la tienda erótica y el sexo anal y pasional que acababa de tener con Verónica. Es decir, en total 8 corridas en lo que llevaba del día y ahora tenía que enfrentar a una Amelia emborrachada con su libido al máximo y a su madre, con ganas de tener una revancha.
Por más que forzara las matemáticas, estimaba una fuerza para correrme de 1 ó 2 veces más, insuficiente para satisfacer sus demandas.
Pero yo ya había previsto esa posibilidad, ya que la primera orgia que tuve ocurrió en casa de mis suegros, por lo que consideré apropiado acaparar distractores, con la intención de recuperarme (y por supuesto, prevenir otra descompensación por fatiga).
Como lo deben haber imaginado, mi visita a la tienda de juguetes sexuales iba más allá de mostrarle a Sonia un lugar interesante o una preocupación por la empresa del vendedor. Mi interés principal era la adquisición de “refuerzos”, para satisfacer la demanda de mi viciosa suegra y mi aparentemente inocente cuñada.
La seguí bajando las escaleras, alcanzando a ponerme los pantalones. Al llegar al living, pude imaginar lo ocurrido: las niñas habían arrasado con la botella de ron y se habían vuelto locas… las más afortunadas, tenían sus camisas puestas, o sus faldas en sus cinturas, acostadas abrazándose unas con otras… una imagen muy interesante.
Y al igual que mi suegro, dormían en el piso, para pasar su borrachera.
“Creo que será mejor que llamé a sus padres” dijo Verónica, cubriéndose con su delgada bata blanca, preocupada al ver el espectáculo.
“Sí, no es mala idea. Diles que la han pasado tan bien, que Amelia decidió hacer una pijamada. Así nadie se meterá en problemas.”
Verónica sonrió. Como siempre, yo veía más allá del bosque…
Mientras ella tomaba el auricular, yo fui a ver a Amelia. Estaba llorando sobre el cojín de mi habitación, acostada en mi cama, todavía vistiendo su ajustado uniforme escolar. Podía apreciar sus braguitas blancas e inocentes y mis pensamientos perversos empezaban a fluir...
“¡Ya, tranquila! ¡Todo está bien!” la acaricié por la cintura, rozando su delicioso trasero.
“No, porque yo te quería para mí solamente este día.”
“Bueno, tú sabes que tu madre también me necesita.” Le dije “además, no iba a darte mi regalo, si estabas con tus amigas.”
“¿Me compraste… un regalo?”
Sus ojos se iluminaron y su tristeza se cerró. En realidad, era un poco ladina como su padre.
Aunque estaba consciente y su uniforme modelaba la imaginación de sus escondidas curvas, la llevé al baño, para que tomara agua y se lavara la cara. Amelia me gustaba mucho, pero no era tan canalla de aprovecharme de su intoxicación.
Cuando recuperó un poco más sus sentidos, Verónica había terminado de llamar a los padres de las niñas. Afortunadamente, la personalidad de Amelia era tan inocente, que no pensaron que estuviéramos encubriendo algo más.
Verónica y Amelia las desvistieron (existían fuertes razones para que no lo hiciera yo) y las cubrieron con algunas frazadas.
“Bueno… creo que es hora que le des su regalo a la niña. Iré a acostarme” dijo Verónica, algo desanimada, por tener que acostarse con el gordo inconsciente de Sergio.
“¡No lo hagas! ¡También te tengo un regalo para ti!”
“Pero Amelia… sé que quiere un tiempo a solas contigo…”
“¡Anda!... además, es algo que siempre quisiste tener.”
Aceptaron ir a la habitación de Amelia, ya que los regalos los tenía en mi pieza.
El dueño había envuelto los regalos. No podía haber estado más agradecido.
Ambas estaban ilusionadas cuando les entregué los paquetes. Ambas estaban confundidas, cuando los abrieron.
“¿Qué son?” me preguntó Verónica, al ver el ovoide.
“Ya lo verás. Sonara algo raro, pero abran sus piernas”
Empecé con Amelia. Levanté su falda escocesa, levemente, para bajar sus blancas braguitas.
“¡Marco, no frente a mi mamá!” me decía avergonzada, al sentir mis dedos en su rajita.
Cuando terminé de acomodarlo, le subí la ropa interior y le besé la frente.
No sé si habrá sido el morbo, pero me dio la impresión que Verónica se estaba calentando.
“¡Bien! es tu turno, Verónica…”
Ella abrió su bata, dejándome ver uno de sus enormes pechos. Acaricie su botón suavemente, mientras ella abría las piernas. Acomodé el ovoide, aprovechando de untar mis dedos en sus viscosos jugos.
“¡Bien, ya están listas!”
“¡Esto se siente raro!” dijo Amelia.
“Sí, ¿Qué es?” preguntó Verónica, un tanto decepcionada porque mis caricias fueran tan breves.
Busqué uno de los controles y lo encendí, esperando ver quién sería la afortunada.
“¡Ah!” exclamaron ellas, al mismo tiempo…
Para mi sorpresa, ambos huevitos funcionaban a la misma frecuencia.
“¡Se…siente…tan bien!... ¿Qué… es?” preguntó Amelia, bien excitada, tratándose de llevar la mano debajo de sus bragas. Su madre hacía una acción parecida, abriendo su bata y rascando su botón.
“¡Es un vibrador, con forma de huevo! Lo colocas en tu vagina y puedes estimularte cuando quieras.”
Las dos gemían levemente, disfrutándolo y tratando de cerrar las piernas, sin atreverse a meter sus dedos en su intimidad.
“Pensé… que los vibradores… eran alargados…” dijo Verónica, conteniendo sus espasmos.
“¡El que te regalé era así, pero hay de muchas formas! ¡Uno de estos fue lo que le dio el orgasmo a tu hija, en su ceremonia de aniversario!”
“¿A… mí?... ¡Ah!” dijo Amelia, con su primer orgasmo. Sus bragas estaban manchadas con sus jugos y ya no se preocupaba de sacar el huevo, sino que de acariciar sus pechos por encima de la camisa.
“No, a Marisol. ¿No la recuerdas?”
“No… sólo recuerdo… que mamá me pidió… ¡Ay!...cuidar a Violeta… esa tarde… ¡Me siento tan rara!...”
Verónica empezaba a gemir levemente, arqueando su espalda. Sus pechos se bamboleaban con libertad, al tener la bata completamente abierta.
“Tu hermana llevaba uno de estos, claro que a mayor potencia” dije yo, tratando de no entusiasmarme tanto con el espectáculo.
“¿Puede… vibrar… más?” decía Verónica, tratando de no seguir gimiendo.
“Pues, sí. Mira…”
El morbo me impulsó a seguir. Les di intensidad media…
“¡Ah!... se siente… tan rico…” decía Amelia, dando gemiditos. Había desabrochado sus botones de la camisa y trataba de deshacerse del sostén.
“¡Sí!... nunca me había… sentido así… Amelia”. Verónica acariciaba sus pezones y su botón, con una cara de deseo que me empezaba a afectar.
“¿Podrías… meterlo un poquito?... es mi cumpleaños… me tienes que… ¡Ah!... dar un regalo…”
Amelia levantaba su falda y se sacaba las húmedas bragas, abriendo las piernas para que viera su chorreante intimidad.
“¡No… Amelia!...¡Tienes que esperar!... ¡Ay!... estoy demasiado caliente…”
Verónica empezaba a sobar su botón con violencia, mientras se apoyaba en la cama de su hija, ofreciéndome su culo.
Yo empezaba a sobarme el palo y ellas se excitaban más.
“¡Sólo un poquito… mamá!... estoy muy caliente…” le decía Amelia, ya metiéndose los dedos en la rajita sin inhibirse.
“¡No, Amelia!... me la tiene que meter a mí primero…” respondía su madre, levantando su culito.
Mi gran problema, frente a mis ojos: 2 mujeres, hirviendo en lujuria, se tocaban el cuerpo, deseándome.
¿Cómo decidía a quien tirarme: la inocente Amelia, masturbándose con sus piernas abiertas y acariciando sus blancos y níveos pechos, vistiendo como una escolar?
¿O la ardiente Verónica, que no paraba de ofrecerme el culo, mientras se tomaba los pechos, completamente desnuda?
La respuesta era obvia: a ninguna…
“¿Puedes tener el control? ¡Le enseñaré a tu mamá lo que hicimos por la mañana!”
“¿Por qué?... ¡Es mi cumpleaños!” me decía ella, muy enojada.
“Pero mi regalo de cumpleaños es dormir contigo toda la noche…” le respondí.
Ella enrojeció.
“¿Los dos… juntos?”
Ya estaba convencida…
“¡Verónica, acuéstate en la cama!” le ordené, lo que ella obedeció al instante “Por lo sensible que eres, no creo que alguien se haya masturbado en tus pechos, ¿Cierto?”
“¿Masturbarse… en mis pechos?” preguntó ella, muy sorprendida.
Era definitivamente, la mejor respuesta.
Le agradó ver mi erección entre sus pechos.
“¡Trata de mantenerlos apretados!” le dije yo.
“¡Puede que sientas cosquillas!” le dijo Amelia, sobándose el botón.
“¡Esto se siente extraño!” nos dijo ella.
Empecé a bombearla suavemente. Sus pechos no eran tan grandes como los de su hija, pero no dejaban de ser buenos, blandos y gelatinosos… y también eran una fantasía mía de pendejo.
“¡Me está… gustando!... ¿A ti…también, Marco?”
“Sí, esto se siente… muy bien.”
“¡Mamá, ya estás mojada!” dijo Amelia, viendo la rajita de su madre.
“¡Amelia, no me mires ahí!”
“Lo siento, pero se ve tan rico… ¡Ah!...”
Amelia encendió el vibrador nuevamente. Madre e hija se sacudieron al mismo tiempo.
“¿Así… lo hacías conmigo?... es tan grande…”
Amelia empezaba a masturbarse. Mi segundo trío empezaba a cruzar la frontera de lo bizarro a lo incestuoso.
“¡Amelia… no te toques… mirándome!” decía Verónica, más excitándose más.
“¡Mamá… chupa su helado!...” le dijo Amelia, al ver mi cabeza emerger entre los pechos de su madre, con ojos llenos de deseo.
Verónica lo chupaba con tanta intensidad…
“¡Marco se ve… tan feliz!... ¡Ah!...” decía Amelia, masturbándose como loca.
Los ojos de Verónica se dilataron. Amelia había subido la intensidad nuevamente y me chupaba la cabeza como si fuera una puta.
“¡Me… preguntó… qué pasará… si lo subo… ¡Ah!...”
Estaban en intensidad máxima. Marisol aguantaba, con suerte, 2 minutos…
La boca de Verónica lamía mi palo, sin parar, tratando de seguir el ritmo de las vibraciones. Yo también me correría pronto y Amelia había soltado el control, para sobarse el pecho mientras rozaba su clítoris, dejándose llevar por el placer.
“¡Me voy a correr!...” les dije, batiendo mi cadera a más no poder.
“¡Yo…también!” decía Amelia, frotándose sin cesar.
Verónica solo me lamia, pero sus ojos me decían todo.
“¡Ah!” Gritamos, mientras alcanzamos nuestro orgasmo. No sé si Verónica lo alcanzó al mismo tiempo, pero pude ver cómo salían sus jugos.
Caímos rendidos uno al lado de otro.
“Eso fue… muy bueno” dijo Verónica, con un poco de mi semen escapando de sus labios.
Estaba agotada. La acostamos en la cama de Amelia y la dejamos dormir.
“¿Quieres acompañarme?” le dije a Amelia, tomando su mano.
Ella sonrió. Pasamos una noche tranquila, acurrucados, abrazándonos.
“¡Esto era lo que quería para mi cumpleaños!” me dijo, antes de acomodarse a dormir.
Había sido un día genial…
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2 comentarios - Seis por ocho (35): Función doble
Gracias por la fantasía...saludos...