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Compendio I
Puede que piensen que esta parte es lejos la más ridícula, dado lo inverosímil de lo ocurrido. Probablemente, estén en lo cierto, porque yo mismo la recuerdo y creo que exageramos. Sin embargo, creo prudente narrarla, ya que nos sirvió tanto a Pamela, como a mí, para plantear nuestro rol en la propuesta de Marisol.
Lo que más recuerdo eran esos momentos tensos…
De verdad, no era mi intención ubicar mi verga tan cerca del conejito de Pamela. Por su parte, ella también trataba de resistir el impulso de meterla dentro de su ser.
Estábamos literalmente atrapados, sin escapatoria y lo que era peor, llevábamos un buen rato así. Éramos reos de una de las prisiones más fuertes (o tal vez, más tontas) que el ser humano podría haber construido… pero creo que es bueno empezar del principio, para poder comprender por qué nos impactó tanto.
Todo comenzó un par de horas antes. Aunque habíamos disfrutado la cogida en nuestro viejo amigo, el baño, igual tenía intenciones de hablar con Pamela sobre lo ocurrido el día anterior.
Me dijo que aunque era algo extraño para ella, al menos estaba más feliz de no mentirle a Marisol y que
“Aunque eres un bastardo embobado con mis tetas, igual eres un tipo bien guay…”
Sin embargo, se sentía un tanto incomoda de tener que compartir la cama entre los tres.
No la culpaba, porque pensaba lo difícil que sería cuando tuviera que coger con una de ellas, mientras estaba la otra al lado… aunque lo de la mañana me había parecido una alternativa refrescante, ¿Qué pasaría el día que una sorprendiera a la otra?.
Por ahora, aceptábamos la idea de Marisol, pero no por eso estábamos completamente de acuerdo con ella y los eventos que se desencadenarían más tarde, nos convencerían de que estábamos en lo cierto.
Una vez que Pamela se bañó y vistió, nos pusimos a estudiar. Deseaba evaluar su desempeño matemático y me sorprendió el potencial que ella tenía.
Tenía gran facilidad para resolver problemas e incluso, podía sacar rápidos cálculos matemáticos; memorizar ecuaciones, propiedades y formulas. Incluso era capaz de desarrollar ejercicios con algunos cambios en las condiciones iniciales, que generalmente rompen la cabeza a los alumnos primerizos.
Le pregunté sorprendido cómo había desarrollado tales habilidades. Creyendo que intentaba seducirla, me dijo que lo había aprendido trabajando en el bar.
Pamela siempre pensó que podría hacer dinero más rápido trabajando en un bar que yendo a la escuela, por lo que desertó en segundo de secundaria. Su bonita figura, su apariencia gótica y su madurez le permitieron hacer buenas ganancias en aquel antro, sin levantar sospechas de que era menor de edad.
Pero las cosas eran distintas y quería empezar de nuevo, aunque le atemorizaba el fracaso. Le dije que lo peor que podría hacer es rendirse antes de dar la pelea.
“Si realmente deseas algo, debes sacrificarte y luchar contra ti misma por conseguirlo.”
Aunque en esos momentos, se burló de mis palabras, en unas pocas horas comprendería que era cierto.
Le pasé un ensayo para probar qué tanto había aprendido. Logró acertar un tercio de las preguntas, lo cual era destacable, ya que no había tomado libros en más de un año.
Sin embargo, ella no lo veía como una victoria y pensaba que su decisión había sido equivocada.
Al rato, llegó Marisol, muy alegre y entusiasmada. Desde su gran hazaña al haber obtenido “Legendarios” en los controles finales, era admirada tanto por profesores como sus pares.
Pero su entusiasmo principal se debía a su interés por ver una serie de animación japonesa que seguía cada semana (en su idioma original, para que vean lo adepta que era), de un muchacho karateca que lucha por volverse fuerte y en el capítulo de la semana anterior, había quedado en suspenso, al tener que enfrentarse con el antiguo maestro que venció a su padre en un torneo de artes marciales, con todas las desventajas propias de ese tipo de animaciones (heridas, cansancio, la dama en peligro, etc.).
Cabe recalcar que no soy muy fanático de la serie. Como les digo, Marisol se excita demasiado con esos golpes y casi siempre, se desquita con el cuerpo más cercano que encuentra cuando duerme, aunque ella no se da cuenta.
Más tarde, preparamos la cena, comimos, lavamos la loza y le ayudé a repasar sus lecciones.
Luego nos fuimos a acostar y estaba muy ilusionada de tener a Pamela como público, mientras le hacía su “evaluación nocturna”.
Sin embargo, Pamela ya venía preparada y armada con un antifaz y audífonos. Se puso a dormir, para dejarnos libres “haciendo cochinadas”.
Le hice el amor unas tres veces a Marisol, quedando satisfecha. Nos dormimos y a eso de las doce y media, llegó su primer manotazo en mi cara.
Traté de dormir, pero a los quince minutos, llegó el segundo manotazo.
Ya veía que no iba a dormir tranquilo, por lo que me acurruqué al lado de Pamela.
“¡Hola!” le susurré.
“¿Qué quieres?” gruñó todavía medio dormida.
“¿Puedo acurrucarme contigo?”
Al parecer, mi pregunta la sorprendió.
“¿Por qué?”
“Marisol está tirando golpes… y bueno… estamos compartiendo la cama”
“¡Esta bien!... pero si lo estás haciendo para agarrarme las tetas, te mando a volar.”
“Sí, no te preocupes” le respondí.
Como siempre, ella tomó mis manos y las colocó sobre sus pechos.
“¡Tengo frio, así que mantenlas abrigadas!”Me ordenó y empezamos a dormir.
Pamela es igual que yo. A mí me gusta acomodarme al borde de la cama. O tal vez, me acostumbré a acomodarme al borde de la cama.
De repente, la pierna de Marisol me empujó por la cintura y me hizo acomodarme muchísimo mejor con Pamela: mi pelvis quedo alojada entre esos hermosos muslos.
“¡Oye, no seas descarado!...” dijo Pamela, aunque no del todo desagradada.
“No es mi culpa. Marisol tiene la pierna en mi espalda.”
Me empezaba a excitar. Mi pene sentía los jugosos muslos de Pamela y avanzaba serpenteante. Estaba a unos centímetros de su culito.
“¿Es eso…?” preguntó ella, al sentirlo “¡Sácalo de ahí!”
“No puedo moverme. Marisol está apoyando su pierna en mi espalda”
“¡Sí, claro!... y tú estás casualmente enterrándomela en el culo… ¡cómo no!”
La pierna de Marisol me seguía empujando y mi glande se deslizaba entre las piernas de Pamela, parándose a centímetros de sus labios húmedos.
“¡Ah!”
Dio uno de sus gemidos más sensuales.
“¡Sube… un poco…más!” me pedía.
¡Estaba loca! Aunque estaba excitado, no iba a metérselo en su conejito. No sin protección, al menos.
“¡Por favor… métela!” decía ella, casi llorando “¡Estoy tan caliente!”
No la culpo. Como es tan sensible, se excita con facilidad y trata de ocultarlo con una faceta malhumorada.
Para mí, tampoco era fácil. Consideren que mis manos estuvieron todo el tiempo tomando sus pechos, que ahora estaban excitadísimos. Podía sentir las tercianas de excitación que corrían por su espalda, al tenerla tan cerca y la pierna de Marisol, siempre firme y obligándome a mantener tan complicada posición.
“¡Por favor! ¡La deseo tanto!” decía ella, llorando al palparla con sus labios vaginales
Era un sufrimiento esperar a que la pierna de Marisol bajara. Aunque piensen que nos habría sido más fácil pararnos e irnos, no era tan fácil. Nuestras piernas estaban atrapadas entre las sabanas y movernos demasiado podía significar que perdiéramos el equilibrio y nos cayéramos uno encima del otro. La superficie de la cama estaba a medio metro del nivel del piso, por lo que la caída, aparte de ser ruidosa, podría romper una nariz, golpearnos en la cabeza o lo que era peor, aplastar a Pamela.
Debía hacer algo. Si Pamela seguía gimiendo de esa manera, lo único que haría sería tenerme duro por más rato.
Le apreté el pezón y moví la mano enyesada hasta su botón.
“¿Qué…haces?”
“Trato de calmarte. Si sigues gimiendo así, lo único que me harás es tenerme duro por más tiempo”
“¿Pero… qué… pasará… ¡Ah!... contigo?”
Mis caricias parecían cumplir el efecto deseado.
“Por ahora, no es importante. Necesito que trates de mantener silencio y aguantar. Recuerda que no será fácil para mí.”
Cerré los ojos y traté de no pensar lo que estaba haciendo. Ni siquiera conté los orgasmos que Pamela había tenido. Lo único que hice fue aguantar y tratar de no pensar.
Después de minutos que se me hicieron eternos, la pierna de Marisol regresó a su posición habitual. Finalmente, pude retirar mi aparato de las piernas de Pamela.
Ella estaba embelesada. Mis manos, húmedas con sus jugos y tenía una erección formidable.
Al verme tan excitado, se sorprendió. Supongo que nunca antes le había pasado
“Realmente, sabes cuidar a una mujer” me dijo, besándome suavemente.
Nos dimos cuenta que por muy idealista que fuera la idea de Marisol, era impracticable para nosotros. Me invitó a pasar el resto de la noche con ella, pero tuve que declinar. Alguien debía velar por la “pequeña karateca”… y tenía darme una ducha helada.
A la mañana siguiente, mientras Marisol desayunaba mi leche, se deprimió al ver que Pamela no estaba, pero la abracé y le dije que al menos estaba yo. Sonrió y me dijo que era un tonto, pero que me amaba.
Se bañó, se vistió y se fue a la universidad. Empezaba a dormirme, cuando escuché…
“¡Picha brava! ¡Ven, por favor!”
Di un suspiro, tomé los preservativos y sonreí. Las órdenes eran órdenes…
Supongo que no hay sacrificio, sin una buena recompensa…
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0 comentarios - Seis por ocho (24): Presos, al borde del abismo.