Las mudanzas son una mierda. Estás todo el día haciendo cajas, moviéndolas, deshaciéndolas, pensando en qué tirar y en qué no. Si algún día acabara en el infierno, sé que me impondrían el castigo de la mudanza infinita, como aquél de Sísifo pero al estilo moderno. El problema que tienen no es sólo el hecho de hacerlas, sino el estrés que conlleva, que acaba afectándonos en muchos otros sentidos.
Sé que Electra se sentía igual. Aunque quizá lo niegue, resulta más ausente cuando tenemos mudanza. Muchas cosas en que pensar, y sinceramente en estos momentos uno no tiene la cabeza para tener buen sexo. No es que tuviéramos polvos mediocres, al contrario, pero no teníamos la cabeza ni el tiempo para dedicarnos a lo largo de un día a disfrutar el uno del otro.
La verdad que Electra es el tipo de mujer que uno no podría parar de desear, se parece a uno de esos dibujos de chicas puramente femeninas, las pin-ups de los años 60. Labios gruesos y perfectamente perfilados, que me volvían loco con sus besos en toda su amplitud de significados, pechos generosos e increíblemente sensibles, por los cuales debo reconocer tener cierta fijación, caderas anchas adornadas con un culo redondo... Electra es lo que se dice una morenaza, con todas sus letras. Desde nuestro primer día que me encantaba perderme en sus curvas de piel eternamente tostada, aunque desde el primer segundo en que la vi ya lo deseaba.
Fueron unas cuantas semanas de mudanza, más otras dos semanas de compromisos familiares de gente que quería ver nuestro nuevo hogar. En total casi mes y medio de puro estrés. Hasta que llegó un día festivo en el que el plan básico era tirar alguna caja vacía y relajarse en casa. A día de hoy no sé si Electra ya tenía pensado o meditado lo que iba a ocurrir, yo al menos no, porque tampoco es que planee mucho estas cosas. Después de poner algunas cosas en orden en casa y comer, me preparé un café como normalmente. Ella estaba leyendo un cómic de esos que se dicen «de autor independiente». Cuando me senté a su lado la noté algo incómoda, y con cara de vergüenza vi cómo giraba ligeramente el libro para que no lo viera. «¿Qué pasa?», le pregunté mientras me asomaba. El estilo del dibujo no era muy realista, pero sin lugar a dudas salía un chico lamiéndole el culo a una chica. Tras insistir un poco me explicó un poco sobre lo que leía, se trataba del relato de una chica francesa que hablaba de su vida sexual junto a su enamorado. «Es muy bonito» - aseguró, y tras ello siguió leyendo sin soltar más prenda.
Lo único que puedo asegurar, es que en cuanto terminó de leer, estaba muy cariñosa y ligeramente cachonda. Es todo un decir, por supuesto, porque tardó más bien poco en quitarse los pantalones y pedirme en el mismo sofá que le lamiera el sexo, ya totalmente húmedo tras las pocas caricias que había tenido tiempo de regalarle. Tras todo este tiempo juntos, ya sé reconocer sin problemas hasta qué punto está cachonda Electra. A veces simplemente se humedece, otras tiene pequeños espasmos pélvicos cuando la acaricio, pero hay otras en las que puedo notar perfectamente todos los músculos que le rodean ese delicioso agujero totalmente tensos al meterle un dedo. En esta ocasión, apenas me cabía el dedo que le metía mientras le lamía el clítoris, me costaba mantener el ritmo por culpa del movimiento rítmico e inconsciente de sus caderas e incluso me hacía un poco de daño en la nariz de lo fuerte que apretaba con sus manos mi cabeza en el deseo inconsciente de que no parara.
Podía notar cómo su orgasmo se acercaba. Para algunos sus corridas podrían resultar explosivas, pero yo ya notaba sin problemas cuándo le venía. Notaba cómo Electra trataba de minimizar el movimiento de cadera para que siguiera, en sus propias palabras, «así, por ahí, por favor, no pares, sigue así». Con ya dos dedos aprisionados, seguía estimulándole su interior perfectamente lubricado. Justo en ese momento, justo antes de correrse en mi boca, echaba las caderas hacia adelante. Recuerdo cómo las primeras veces se me escapaba y tenía que recuperarla para poder sentir su orgasmo con mi boca. Por suerte para ella, había aprendido a predecir esos movimientos, y podía notar cómo le gustaba, hasta el delicioso final. Siempre me ha encantado metérsela justo después de que se corriera, notar cómo enloquece de puro placer, cómo me clava uñas y dientes y me mira con esos ojos puro deseo. Debo reconocer que nunca he sido capaz de aguantar mucho en esa situación, sería un idiota insensible si fuera capaz de aguantar más de cinco minutos un polvo tan intenso. Vi en sus ojos cómo reclamaba mi orgasmo antes de que lo pronunciara con sus labios, y no me costó nada contentarla. Tras ese revolcón, el día transcurrió con cierta normalidad, aprovechamos para salir, disfrutar un poco de la nueva ciudad que aún no habíamos tenido tiempo de visitar, de caminar, cansarnos y como ella siempre dice «besarnos por las esquinas». Éramos felices.
Después de llegar a casa y cenar algo ligero. Por pura curiosidad cogí el cómic que ella había leído, y empecé a leerlo mientras ella estaba en el ordenador. Efectivamente era un libro autobiográfico de una chica francesa, hablaba de cómo había descubierto el sexo con su nueva pareja. Sin ser explícito en exceso, se relataba la complicidad sexual que tenían en una relación sana y con muy pocos tabús. Y respecto a la viñeta que había visto horas antes, en verdad no resultaba ser, pues en cierto modo había una ligera fijación por el sexo anal en el cómic. La chica relataba lo feliz que se sintió la primera vez que se le corrían por el culo, o lo buenos que eran sus orgasmos anales. El cómic no estaba dibujado con la intención de excitar, pero sí que lograba evocar y comparar mis relaciones con Electra, sorprendentemente muy similares excepto por el sexo anal, que tiempo atrás probamos y para mi desdicha a ella no le convenció como para querer repetir.
Acabé de leer el cómic en la cama, con ella tiernamente abrazada a mí. Tampoco sé si lo esperaba, si lo buscaba, o si simplemente surgió, pero los cuatro besos tiernos que nos empezamos a dar, subieron rápidamente el tono. A cada una de mis palabras diciéndole lo cachondo que me ponía, notaba cómo se derretía, y sabía con seguridad que estaba húmeda sin necesidad de tocarla. Parecía enloquecer cuando mis labios rozaban sus pezones, totalmente erizados, y yo notaba cómo su piel suave me exigía de alguna manera que la desnudara de una vez.
Electra no era de las que se depilaban. «No me gustan los chochos pelones», le dije en una ocasión. Siempre que le bajaba los pantalones me lucraba la vista. Primero le miraba sus caderas anchas, que apenas permitían que deslizara la ropa, luego su vello púbico en forma de triángulo que más tarde se abriría ligeramente para ver lo que guardaba en su interior al pedirle que alzara las piernas. Pura belleza carnal. Alguna vez se la había metido directamente sin llegar a desnudarla, me excitaba demasiado, pero ese era uno de esos días en que me gustaba tomármelo con calma.
No dejaba de besarla por todo donde alcanzaran mis labios mientras la acariciaba con mis manos. Tenía el clítoris hinchado, estaba totalmente húmeda, y a cada pequeño movimiento notaba como prácticamente sufría de la frustración que a veces se siente cuando uno está demasiado excitado. «Hoy me dejaría hacer lo que quisieras», dijo Electra, totalmente ida de sí. Yo no podía dejar de olvidar lo leído, y sobre todo no podía dejar de olvidar que a ella le había excitado leerlo.
«¿Te apetece que te lama por ahí detrás?», le pregunté con un poco de timidez. Ella sonrió y se puso boca abajo, dejándome hacer. No era la primera vez que le lamía el culo, la primera vez ocurrió estando los dos muy cachondos y ella casi ni se dio cuenta de lo que le hacían. Las siguientes ocasiones fueron algo más meditadas y habladas, pero en general salía bien y yo ya le había perdido los posibles ascos que pudiera tener de utilizar mi lengua con esa zona. Tengo que decir que en esta ocasión estaba yo también muy cachondo, y mientras otras veces empiezo más bien jugueteando con sus cachetes y paulatinamente ir acercando más y más mi lengua, en esta ocasión entré prácticamente a matar, devorándole el culo a lametazos mientras alternaba con su coño, o la acariciaba con mis manos. Pude entonces oír el sonido de la victoria, sus gemidos apagados por la almohada, sus caderas en movimiento rítmico su sexo empapado de humedad. Notaba con mi lengua cómo su esfínter se tensaba, a la vez que cada vez era menos reacio a pequeñas incursiones con mi lengua o con algún dedo. Con mis mejillas notaba cómo se le iban tensando los glúteos. Con un ritmo más lento y tímido, me sorprendió con un orgasmo suave y longevo, prácticamente atrapando mi cara entre sus glúteos tensos como un arco.
No dejaba de resonar en mi mente la frase «... hacer lo que quisieras». Relajada y cachonda como estaba, bastó con decirle al oído «¿No te apetece que vayamos un poco más allá?» para que se pusiera una almohada bajo la cadera para facilitarme la tarea. Con todo el trabajo que había hecho con mi lengua, no había ninguna necesidad de lubricante y con mi polla, totalmente dura por la excitación del momento, no hubo apenas dificultad para entrar, a pesar de que el culo de Electra fuera prácticamente virgen. Sólo había entrado la cabeza y ya notaba el placer prohibido de entrar dentro de ese agujerito tan estrecho. Ella me pidió que parara un segundo, necesitaba acostumbrarse a la sensación de que se la metieran por ahí. No tardé en empezar a moverme lentamente, cada vez metiéndosela más profundamente, sintiendo cómo su culo rodeaba con un abrazo prieto a mi polla que se sentía a punto de explotar. Mientras tanto no paraba de besarle la nuca, la espalda, los hombros, la mejilla. Ella tenía los ojos cerrados y la cabeza alzada, respirando pausadamente, casi resoplando, lo suficiente como para que sus labios gruesos resultaran aún más excitantes. Mi polla entraba casi entera, y era yo quien se movía casi espasmódicamente, mi cuerpo se tensaba y destensaba de puro placer hasta que me descargué en un profundo orgasmo sin salir de su oscuro rincón.
«Siento que no la hayas podido meter entera», me decía ella. Yo ya había salido de su interior y me había acostado a su lado, sonriente y satisfecho. «¿Me ves con cara de que eso ahora mismo me importe?», le contesté sobándole descaradamente todo lo que estuvo a mi alcance. Con sorpresa pude notar cómo estaba incluso más húmeda que antes, y mientras la miraba con una sonrisa mientras le acariciaba su sexo empapado, ella me devolvió una sonrisa de timidez y satisfacción.
Sé que Electra se sentía igual. Aunque quizá lo niegue, resulta más ausente cuando tenemos mudanza. Muchas cosas en que pensar, y sinceramente en estos momentos uno no tiene la cabeza para tener buen sexo. No es que tuviéramos polvos mediocres, al contrario, pero no teníamos la cabeza ni el tiempo para dedicarnos a lo largo de un día a disfrutar el uno del otro.
La verdad que Electra es el tipo de mujer que uno no podría parar de desear, se parece a uno de esos dibujos de chicas puramente femeninas, las pin-ups de los años 60. Labios gruesos y perfectamente perfilados, que me volvían loco con sus besos en toda su amplitud de significados, pechos generosos e increíblemente sensibles, por los cuales debo reconocer tener cierta fijación, caderas anchas adornadas con un culo redondo... Electra es lo que se dice una morenaza, con todas sus letras. Desde nuestro primer día que me encantaba perderme en sus curvas de piel eternamente tostada, aunque desde el primer segundo en que la vi ya lo deseaba.
Fueron unas cuantas semanas de mudanza, más otras dos semanas de compromisos familiares de gente que quería ver nuestro nuevo hogar. En total casi mes y medio de puro estrés. Hasta que llegó un día festivo en el que el plan básico era tirar alguna caja vacía y relajarse en casa. A día de hoy no sé si Electra ya tenía pensado o meditado lo que iba a ocurrir, yo al menos no, porque tampoco es que planee mucho estas cosas. Después de poner algunas cosas en orden en casa y comer, me preparé un café como normalmente. Ella estaba leyendo un cómic de esos que se dicen «de autor independiente». Cuando me senté a su lado la noté algo incómoda, y con cara de vergüenza vi cómo giraba ligeramente el libro para que no lo viera. «¿Qué pasa?», le pregunté mientras me asomaba. El estilo del dibujo no era muy realista, pero sin lugar a dudas salía un chico lamiéndole el culo a una chica. Tras insistir un poco me explicó un poco sobre lo que leía, se trataba del relato de una chica francesa que hablaba de su vida sexual junto a su enamorado. «Es muy bonito» - aseguró, y tras ello siguió leyendo sin soltar más prenda.
Lo único que puedo asegurar, es que en cuanto terminó de leer, estaba muy cariñosa y ligeramente cachonda. Es todo un decir, por supuesto, porque tardó más bien poco en quitarse los pantalones y pedirme en el mismo sofá que le lamiera el sexo, ya totalmente húmedo tras las pocas caricias que había tenido tiempo de regalarle. Tras todo este tiempo juntos, ya sé reconocer sin problemas hasta qué punto está cachonda Electra. A veces simplemente se humedece, otras tiene pequeños espasmos pélvicos cuando la acaricio, pero hay otras en las que puedo notar perfectamente todos los músculos que le rodean ese delicioso agujero totalmente tensos al meterle un dedo. En esta ocasión, apenas me cabía el dedo que le metía mientras le lamía el clítoris, me costaba mantener el ritmo por culpa del movimiento rítmico e inconsciente de sus caderas e incluso me hacía un poco de daño en la nariz de lo fuerte que apretaba con sus manos mi cabeza en el deseo inconsciente de que no parara.
Podía notar cómo su orgasmo se acercaba. Para algunos sus corridas podrían resultar explosivas, pero yo ya notaba sin problemas cuándo le venía. Notaba cómo Electra trataba de minimizar el movimiento de cadera para que siguiera, en sus propias palabras, «así, por ahí, por favor, no pares, sigue así». Con ya dos dedos aprisionados, seguía estimulándole su interior perfectamente lubricado. Justo en ese momento, justo antes de correrse en mi boca, echaba las caderas hacia adelante. Recuerdo cómo las primeras veces se me escapaba y tenía que recuperarla para poder sentir su orgasmo con mi boca. Por suerte para ella, había aprendido a predecir esos movimientos, y podía notar cómo le gustaba, hasta el delicioso final. Siempre me ha encantado metérsela justo después de que se corriera, notar cómo enloquece de puro placer, cómo me clava uñas y dientes y me mira con esos ojos puro deseo. Debo reconocer que nunca he sido capaz de aguantar mucho en esa situación, sería un idiota insensible si fuera capaz de aguantar más de cinco minutos un polvo tan intenso. Vi en sus ojos cómo reclamaba mi orgasmo antes de que lo pronunciara con sus labios, y no me costó nada contentarla. Tras ese revolcón, el día transcurrió con cierta normalidad, aprovechamos para salir, disfrutar un poco de la nueva ciudad que aún no habíamos tenido tiempo de visitar, de caminar, cansarnos y como ella siempre dice «besarnos por las esquinas». Éramos felices.
Después de llegar a casa y cenar algo ligero. Por pura curiosidad cogí el cómic que ella había leído, y empecé a leerlo mientras ella estaba en el ordenador. Efectivamente era un libro autobiográfico de una chica francesa, hablaba de cómo había descubierto el sexo con su nueva pareja. Sin ser explícito en exceso, se relataba la complicidad sexual que tenían en una relación sana y con muy pocos tabús. Y respecto a la viñeta que había visto horas antes, en verdad no resultaba ser, pues en cierto modo había una ligera fijación por el sexo anal en el cómic. La chica relataba lo feliz que se sintió la primera vez que se le corrían por el culo, o lo buenos que eran sus orgasmos anales. El cómic no estaba dibujado con la intención de excitar, pero sí que lograba evocar y comparar mis relaciones con Electra, sorprendentemente muy similares excepto por el sexo anal, que tiempo atrás probamos y para mi desdicha a ella no le convenció como para querer repetir.
Acabé de leer el cómic en la cama, con ella tiernamente abrazada a mí. Tampoco sé si lo esperaba, si lo buscaba, o si simplemente surgió, pero los cuatro besos tiernos que nos empezamos a dar, subieron rápidamente el tono. A cada una de mis palabras diciéndole lo cachondo que me ponía, notaba cómo se derretía, y sabía con seguridad que estaba húmeda sin necesidad de tocarla. Parecía enloquecer cuando mis labios rozaban sus pezones, totalmente erizados, y yo notaba cómo su piel suave me exigía de alguna manera que la desnudara de una vez.
Electra no era de las que se depilaban. «No me gustan los chochos pelones», le dije en una ocasión. Siempre que le bajaba los pantalones me lucraba la vista. Primero le miraba sus caderas anchas, que apenas permitían que deslizara la ropa, luego su vello púbico en forma de triángulo que más tarde se abriría ligeramente para ver lo que guardaba en su interior al pedirle que alzara las piernas. Pura belleza carnal. Alguna vez se la había metido directamente sin llegar a desnudarla, me excitaba demasiado, pero ese era uno de esos días en que me gustaba tomármelo con calma.
No dejaba de besarla por todo donde alcanzaran mis labios mientras la acariciaba con mis manos. Tenía el clítoris hinchado, estaba totalmente húmeda, y a cada pequeño movimiento notaba como prácticamente sufría de la frustración que a veces se siente cuando uno está demasiado excitado. «Hoy me dejaría hacer lo que quisieras», dijo Electra, totalmente ida de sí. Yo no podía dejar de olvidar lo leído, y sobre todo no podía dejar de olvidar que a ella le había excitado leerlo.
«¿Te apetece que te lama por ahí detrás?», le pregunté con un poco de timidez. Ella sonrió y se puso boca abajo, dejándome hacer. No era la primera vez que le lamía el culo, la primera vez ocurrió estando los dos muy cachondos y ella casi ni se dio cuenta de lo que le hacían. Las siguientes ocasiones fueron algo más meditadas y habladas, pero en general salía bien y yo ya le había perdido los posibles ascos que pudiera tener de utilizar mi lengua con esa zona. Tengo que decir que en esta ocasión estaba yo también muy cachondo, y mientras otras veces empiezo más bien jugueteando con sus cachetes y paulatinamente ir acercando más y más mi lengua, en esta ocasión entré prácticamente a matar, devorándole el culo a lametazos mientras alternaba con su coño, o la acariciaba con mis manos. Pude entonces oír el sonido de la victoria, sus gemidos apagados por la almohada, sus caderas en movimiento rítmico su sexo empapado de humedad. Notaba con mi lengua cómo su esfínter se tensaba, a la vez que cada vez era menos reacio a pequeñas incursiones con mi lengua o con algún dedo. Con mis mejillas notaba cómo se le iban tensando los glúteos. Con un ritmo más lento y tímido, me sorprendió con un orgasmo suave y longevo, prácticamente atrapando mi cara entre sus glúteos tensos como un arco.
No dejaba de resonar en mi mente la frase «... hacer lo que quisieras». Relajada y cachonda como estaba, bastó con decirle al oído «¿No te apetece que vayamos un poco más allá?» para que se pusiera una almohada bajo la cadera para facilitarme la tarea. Con todo el trabajo que había hecho con mi lengua, no había ninguna necesidad de lubricante y con mi polla, totalmente dura por la excitación del momento, no hubo apenas dificultad para entrar, a pesar de que el culo de Electra fuera prácticamente virgen. Sólo había entrado la cabeza y ya notaba el placer prohibido de entrar dentro de ese agujerito tan estrecho. Ella me pidió que parara un segundo, necesitaba acostumbrarse a la sensación de que se la metieran por ahí. No tardé en empezar a moverme lentamente, cada vez metiéndosela más profundamente, sintiendo cómo su culo rodeaba con un abrazo prieto a mi polla que se sentía a punto de explotar. Mientras tanto no paraba de besarle la nuca, la espalda, los hombros, la mejilla. Ella tenía los ojos cerrados y la cabeza alzada, respirando pausadamente, casi resoplando, lo suficiente como para que sus labios gruesos resultaran aún más excitantes. Mi polla entraba casi entera, y era yo quien se movía casi espasmódicamente, mi cuerpo se tensaba y destensaba de puro placer hasta que me descargué en un profundo orgasmo sin salir de su oscuro rincón.
«Siento que no la hayas podido meter entera», me decía ella. Yo ya había salido de su interior y me había acostado a su lado, sonriente y satisfecho. «¿Me ves con cara de que eso ahora mismo me importe?», le contesté sobándole descaradamente todo lo que estuvo a mi alcance. Con sorpresa pude notar cómo estaba incluso más húmeda que antes, y mientras la miraba con una sonrisa mientras le acariciaba su sexo empapado, ella me devolvió una sonrisa de timidez y satisfacción.
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