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Compendio I
Los calmantes que me dieron me tenían bien relajado. Ni siquiera supe cómo llegué a mi cama. Sólo sabía que estaba muy cansado y apenas podía abrir mis ojos.
“¡Marco! ¡Marco!” escuché una voz que me llamaba.
“¿Ah?” dije al despertar. Era Marisol.
“¡Marco, discúlpame! ¡Necesito de ti!” me dijo Marisol.
“¡Sí, sí! ¡No te preocupes, Marisol!” y seguí durmiendo.
Soñaba que me chupaban la polla. Era delicioso y me sentía tan rico.
Luego, sentí algo húmedo. Pensé que era un culito. Abrí los ojos y vi unas tremendas tetas, subiendo y bajando.
“¡Descansa, Marco, descansa!” me decía Pamela, mientras se montaba en mi palo.
“¿Pamela? ¿Qué haces tú aquí?” le dije, tratando de tocarle las tetas.
Con su actitud tan altanera y prepotente, me corría las manos.
“¡No seas tonto, soy Marisol!” me decía ella, pero era imposible. Sus tetas eran demasiado grandes para ser las de Marisol.
“¡Ay, no, Marco! ¡No despiertes! ¡Se siente tan bien! ¡Por favor, sólo descansa!” me decía ahora Amelia.
“¿Amelia? ¿Me estás tú montando?”. Estaba demasiado mojado para ser un culo.
“¡No, Marco! ¡Cierra los ojos, por favor! ¡Es tan gruesa! ¡Por favor, no me odies!”
“¿Verónica?”
“¡No, Marco! ¡Solo vente pronto y duerme! ¡Estás soñando, Marco! ¡No me odies, por favor!”
Estaba apretándome tan rico. No había duda que era Verónica, pero aun trataba de convencerme que dormía. Su interior era tan cálido y tan apretado.
“¡Por favor, Marco! ¡Me falta tan poco!... ¡No, Marco! ¡No me tomes las tetas!... ¡Son tan sensibles!... ¡No, Marco, piensa que soy Marisol! ¡No me odies, Marco! ¡Por favor, no me odies!”
Empezaba a llorar. Acariciaba despacio sus pezones.
“¡No, Marco, no los toques así! ¡Me siento tan bien! ¡Solo me falta un poco más! ¡Por favor, Marco, no despiertes! ¡Vente en mí! ¡Lléname con tu leche, pero no me odies! ¡Estás tan adentro! ¡Solo aguanta un poco más!... ¡Por favor, Marco!… ¡No despiertes!”
Y nos corrimos juntos. Le llené con mis jugos y cayó agotada, a mi lado.
“¡Verónica!” le dije, al ver que empezaba a llorar.
“¿Por qué despertaste, Marco? ¿Por qué? ¡Fue tan hermoso y tuviste que despertar!”
La abracé y la acaricié, besando suavemente sus mejillas.
“¡No me odies, Marco! ¡Soy tan débil!” decía Verónica, llorando a mares.
“¿Por qué tendría que odiarte?”
“¡Porque nuevamente me aproveché de ti!”
La besé suavemente en sus labios, buscando su cálida lengua.
“¿Y quién dice que te estoy odiando?” le decía, mientras nos besábamos.
“Pero yo te hice infiel, Marco. No lo quise hacer. No quería lastimar a mi hija, pero nos has hecho tanto bien. Soy una mujer débil, muy débil.” se recriminaba a sí misma.
La acosté en mi cama y la acaricié. Luego busqué, tomé mi herramienta y la coloqué en su rajita.
“¡Marco, no lo hagas, por favor! ¡Sé que amas a Marisol! ¡Vi el anillo de compromiso! ¡No, Marco, no la metas así! ¡Por favor, Marco! ¡Perdóname!”
“¿Entonces, cómo puedo mostrarte que no te odio?” le dije.
“¿Por qué Marco… se siente tan bien? ¿Por qué… pienso en ti… en lugar de mi hija?”
Nos abrazábamos y besábamos. Verónica olía tan bien y me abrazaba con tanta fuerza.
“¡No, Marco!... ¡No veas mis tetas!... ¡Piensa en Marisol… no pienses en mis tetas!”
Empezaba a chuparlas, como animal salvaje.
“¡No, Marco!... ¡No sigas!... ¡Estás tan adentro... y muerdes mis tetas!... ¡siento que me derrito!”
Era el primer orgasmo de Verónica. Aunque lloraba, su rostro se veía tan radiante, que tenía que continuar.
“¡Por favor, Marco!... ¡No sigas!... ¡Me estás golpeando tan fuerte!... ¡Y mis tetas!... ¡siento que estoy muriendo, Marco!... ¡No me dejes sola!”
Lloraba como una niña indefensa. Estábamos rompiendo la línea de la infidelidad.
“¡Por favor, Marco!... ¡No me odies!... ¡Estás tan caliente!... ¡No me importa Sergio, Marco!... ¡No me importa mi hija!... ¡Solo córrete en mi y hazme tuya!... ¡Mis pechos, mi cuerpo!... ¡Todo es tuyo, Marco!... ¡Tómame cuando quieras!”
Y diciendo eso, me vine dentro de ella.
“¡Siento tu leche!... ¡Quemándome, Marco!... ¡Me siento tan feliz!... ¡Por favor, aunque sé que no me amas!... ¡Aunque te cases con Marisol!... ¡Marco, haré lo que me pidas!... ¡Mi cuerpo es tuyo, para lo que quieras!”
La besé y empezamos a hacerlo una tercera vez. Sin embargo, cuando ella alcanzaba su sexto o séptimo orgasmo, me pareció escuchar otra voz, también agitada.
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3 comentarios - Seis por ocho (11): Infidelidad
segui asi que da gusto leer tus relatos! gracias por compartir!