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seis por ocho (4): la confesion de mi suegra




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Compendio I


Aunque reconozco que había sido una de mis fantasías antes de conocer a Marisol, tener a mi suegra devorándome me llenaba de angustia.

seis por ocho (4): la confesion de mi suegra

Para sus cuarenta y dos años, se mantiene bastante bien. Esta algo gordita, pero no tanto como para no poder apreciar esos pechos enormes. Además, es un par de centímetros más bajita que Marisol y tiene unos ojos verdes, con pestañas largas y seductoras.
Y ahí estaba, literalmente, entre la espada y la pared, mientras mi suegra me lamía, sin poder escapar. Finalmente, sentí que eyacularía pronto y trataba de cerrar los ojos, para no pensar en el daño que le hacía a Marisol y disparé mi chorro en la boca de mi suegra.
El segundo impacto le dio en la cara y el tercero, cayó en sus tetas, que bailaban libres fuera del camisón. Me miró a los ojos, como preguntándome si lo había disfrutado, pero sólo atiné a recoger mi toalla y volver a mi habitación.
No sé cómo me vestí, ni mucho menos cómo diablos llegué al terminal de bus, pero el hecho era que había llegado con una hora de anticipación.
No hay nada peor que tener que esperar cuando uno ha hecho algo malo. Me sentía horrible, ya que aunque me había resistido, en el fondo, lo había disfrutado y me causaba una sensación que revolvía mi estómago.
Finalmente, apareció el bus y tras otra hora de viaje, llegamos a la faena. No es una operación grande y las oficinas administrativas son un grupo de cinco contenedores a las afueras del mineral.
Mi lugar de trabajo era más apartado. Había unos diez metros de separación con el resto, por lo que prometía ser un tremendo horno. En efecto, a ratos se paraba el aire acondicionado y a duras penas me defendía con el ventilador, mientras procesaba los datos de producción en mi ordenador. Ni siquiera teníamos conexión a la red, por lo que no podría conversar con Marisol.
Pasaron las ocho horas del turno y debía regresar al hogar de mi suegro. Había decidido que lo mejor sería irme a quedar al campamento de la empresa.
Cuando entré en la casa, mi suegra fue a recibirme con una mirada triste.

tetona

Apenas le pude mirar a los ojos. Mi suegro, por su parte, estaba muy animado ya que había visto un partido de futbol y pasó toda la cena ovacionando la labor de su equipo favorito.
No deseaba hacerle pasar un mal rato, por lo que apenas cené, me fui a mi habitación. A las diez, estaban todos acostados y a eso de la medianoche, apareció mi suegra.

orgia

Me pidió disculpas por lo de la mañana. Se había dejado llevar por los impulsos y creía que yo también quería hacerlo, pero apenas la podía mirar a los ojos.
Me confesó que desde que se mudaron, se había sentido muy sola. Mi suegro se marchaba por su trabajo una o dos semanas seguidas y ella se había acostumbrado a tener a alguien a su lado.
Se reía al recordar las protestas de su marido por el costo de las cosas. La verdad era que mi suegra se dejaba toquetear por el carnicero o los hombres que llevaban el balón de gas.
De hecho, siempre me llamó la atención que cuando pedíamos un nuevo balón, no pasaban más de veinte minutos en entregarlo y cuando veían que yo o Marisol lo recibíamos, parecían deprimirse.
También me confesó que con la miserable suma de dinero que le dejaba su marido para administrar la casa, había empezado a pagar con su cuerpo para mantener la casa.
Avergonzada, reconocía que el carnicero la recibía temprano en la mañana, llevándola al congelador para manosearla. Recordaba que era un hombre gordo, pero con unos brazos enormes y una fuerza descomunal, pero ella me aseguraba que era un bruto que la obligaba a chupar su pequeñísima verga y que se tragara sus miserables gotas.
Los hombres del gas eran otra cosa. Siempre iban de a dos y ya conocían la rutina, turnándose para hacer las entregas. Dejaban el balón atrás, mientras el otro cerraba las puertas.
Ellos la desvestían rápidamente, ya que siempre aparcaban el auto en medio de la calle y mientras uno le metía la verga por la boca, el otro se la metía en el ano, pellizcando sus pechos mullidos o palmoteando sus glúteos.
No pasaba mucho tiempo en que ellos acababan y en agradecimiento por el descuento, les limpiaba las pollas, antes de que instalaran el balón, para luego abrirles la puerta y despedirles.
Esa revelación me sorprendió, además de excitarme un poco. Le pregunté que por qué lo hacía, si ella ya estaba casada.
Me respondió que su esposo no la satisfacía sexualmente. Se habían casado, pero fue porque ella se había embarazado de Marisol y aunque tenían sexo casi todos los días, eran pocas las veces que ella alcanzaba el orgasmo.
También me confesó que los ascensos de su esposo se debían a ella. En sus propias palabras, “detrás de un gran hombre, hay un jefe follando a su mujer” y eso lo creía ella, hasta que me conoció.
Me dijo que sabía lo mucho que amaba a su hija y en cierta forma, la envidiaba. Entre nosotros, había amor sincero y yo no era como los otros hombres que había conocido.
Confesó que el tour del día anterior había sido un esfuerzo para forzarme a dar el paso, pero que yo no había sido infiel. Lo había planeado todo, desde el espejo retrovisor hasta el barril de juguetes de Amelia, para tentarme con su cuerpo.
Incluso, a pesar de estar enojadísima con mi suegro, le comió la verga e intentó tener sexo salvaje para excitarme, pero era muy incompetente.
Cuando fue a verme por la mañana, vio mi tripa apuntando al techo y cuando iba a probarla, desperté y le desbaraté los planes. Fue entonces cuando se le ocurrió lo del calentador y aprovechó de tomarlo por la fuerza, mientras ella lloraba arrepentida.
Le pregunté que por qué lo había hecho, si sabía mis sentimientos por su hija. Me respondió que ella siempre supo que cuando salíamos, teníamos relaciones.
Marisol le recordaba sus años de juventud, pero nuestra relación era distinta a la que ella tenía con su marido. Mientras que mi suegra podía contar con mi suegro para cada fiesta y cambalache, Marisol podía llamarme para cualquier cosa y yo siempre estaba dispuesto, incluso si después no teníamos relaciones, gran diferencia con mi suegro.
Pero lo que más le intrigó fue la fiesta de aniversario. Me había visto buscándola y trató de ayudarme. Irónicamente, ella le encontró y le pidió que le acompañara a la mesa de honor.
Había algo en la mirada de Marisol que intentaba ocultar y también se acordó que tambaleó un par de veces, dando pequeños gemidos.
Respondiendo al deber social, se paró al lado de su esposo para alzar su copa, pero contemplaba de reojo a su hija, que parecía buscarme entre la multitud.
Cuando alzaron sus copas y vio la expresión de satisfacción en la cara de su hija, pudo comprender lo que estaba ocurriendo. Entonces me vio llegar y ayudarle a recibirla, mientras ella quedaba perpleja con la duda de cómo le había dado placer a su hija, si estaba a más de veinte metros de distancia.
Finalmente, le pregunté si acaso ella se sentía como mujer infiel, a lo que me respondió drásticamente que no. El único pene que había entrado en su vagina había sido el de su marido y mientras eso siguiera siendo así, solamente estaría teniendo “relaciones casuales” con desconocidos.
La conversación con mi suegra había aliviado mis preocupaciones y también había despertado mi curiosidad.


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