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Caliente II

Al día siguiente Vanesa se levantó temprano. Se duchó, sus manos se demoraron más de lo necesario. El monstruo que llevaba dentro necesitaba el golpe de gracia.
Llegó a la oficina antes que Alberto. Preparó café y se sentó a esperarlo. Pensó en el trabajo, pero no se pudo concentrar. Ordenó algunas cosas de la cocina. Al fin llegó Alberto, no tuvo que esperarlo tanto.
- ¿Temprano hoy? -saludó, Alberto.
- Sí, te estaba esperando. Necesito, esto. -Dijo, agarrandole la pija por sobre el pantalón.
- ¿Querés un café? -preguntó Vanesa al soltar.
- Sí, gracias. ¿Qué pasó que estás tan necesitada?
- Ayer me volví a ver con el flaco que te conté... pero no me tocó ni un pelo. Yo me había hecho la película... y nada.
Alberto dio un gran trago al café mientras Vanesa se sacó la bombocha. Tenía la concha bastante mojada. Se acodó en la mesada y quebró la cintura.
- Ya voy, ya voy. -apurando el café.
Le levantó la pollera. Vanesa separó las piernas ofreciendo la concha.
- ¡Uy, cómo estás! -dijo Alberto mientras medía la humedad.
Apoyó la cabeza de la pija en la concha. Vanesa flexionó un poco las rodillas para facilitarle la entrada.
- ¡Ay, cómo necesitaba esto!- exclamó Vanesa.- Dame sin piedad.
Alberto la tomó de la cintura con ambas manos y le dió con fuerza y rítmo. Clavando hasta el fondo. Vanesa no podía más, quería acabar cuanto antes. Se ayudó con la mano derecha en el clítoris. En menos de un minuto acabó, conteniendo el grito y estremeciendosé.
Al observar esto Alberto detuvo su marcha.
- No, seguí, no pares. Fuerte como antes. Aguantá todo lo que puedas... ¡rompeme toda!
Alberto siguió, cada vez más rápido. Los orgasmos a Vanesa le llegaron en bandada. Hacía un esfuerzo sobrehumano por no gritar. Una vez se habían quejado los vecinos. Alberto hacía otro esfuerzo sobrehumano por no acabar, su concentración estaba empezando a flaquear.
- ¿Así querés? ¿Más fuerte?
- Sí..., así... más...
Entonces Alberto no pudo más. La clavó hasta el fondo con todas sus fuerzas y le llenó la concha. Se movió un minuto más acompañando cada eyaculación.
Cuando volvieron al estudio, a la cocina, al segundo café, hablaron algo del trabajo.
- Un día de estos te la cobro. -Le advirtió Alberto.
- Te debo una. Gracias.
El resto fue un día normal de trabajo.

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