Post siguiente
Compendio I
Digamos que me llamo Marco. Tengo treinta y un años y soy ingeniero. Estoy trabajando para una empresa minera, pero por razones administrativas, me tienen organizando las labores desde la capital.
En realidad, eso me resulta beneficioso, ya que estoy sacando mi primer magister y mi tema de disertación está basado en mi trabajo actual, por lo que a pesar de estar fuera de terreno, igual me ayuda estar en la capital, ya que puedo moverme sin problemas dentro y fuera de la Universidad.
Mido un metro ochenta, soy delgado, vivo sanamente y cada cuatro meses me da por tomar mi bicicleta y recorrer la ciudad hasta que las piernas se me caigan. Por alguna razón, mi novia me encuentra atractivo y en realidad, no deseo discutirle eso.
Su nombre es Marisol y tiene dieciocho años, recién cumplidos. No es la típica historia de viejo verde que se levanta a la escolar… bueno, tal vez sí, pero tengo motivos para no darle importancia.
Nos conocemos hace dos años. Se habían mudado a nuestro vecindario y me llamó la atención ver una niña Otaku, igual que yo.
Como podrán imaginar, mi personalidad sigue el típico perfil de “niño explorador” que algunos ingenieros tienen: poca personalidad, mala coordinación física… en resumen, soy un típico ñoño, como los personajes de esa serie de televisión popular.
De cualquier manera, empecé a conversar bastante con ella, ya que siempre la veía sola y sin amigos. Siempre giraba nuestra conversación en torno al animé y los mangas, pero nunca nada serio.
En el vecindario, soy bastante querido y admirado, ya que siempre que alguien necesita ayuda domestica van a nuestra casa. Incluso, me he colado en tres casas de vecinos, porque se les han olvidado las llaves.
Por esta razón, los padres de Marisol me miraban con buenos ojos. Nuestra relación empezó porque ella necesitaba ayuda en Física y Matemáticas, ya que iba a cursar la prueba de ingreso para la universidad y como gran parte de las mujeres, odiaba estas materias.
Como Ingeniero, recién salido de la universidad, sus problemas no eran tan difíciles y mientras ella resolvía las ecuaciones, yo aprovechaba de mirarla…
Con solo pensar en ella, se me hace agua la boca. Mide un metro setenta y es flaca como un palillo, pero como buen libro, “no se puede juzgar por apariencias”. Tiene una cintura delgada, un trasero firme y bien parado y sus pechos no son muy grandes, pero tampoco es un tablón. Pero lo que más me gusta es esa carita de ángel, con un solitario lunarcillo en la mejilla derecha.
Es muy inteligente y me gusta su percepción de la vida. Aparte de ser Otaku, le encanta leer, razón por la que siempre ha sido reservada y tímida con los chicos. Pero cuando vi que ella también tenía la colección de “El Conde de Montecristo”, supe que era la mujer de mi vida.
Sus padres estaban más que contentos con que la invitara a salir, en especial, su mamá, con la que siempre conversaba. No le dábamos motivos para desconfiar, porque siempre íbamos al cine, a comer o salíamos de excursión en bicicleta.
Imagino que ellos siempre lo supieron, pero en cada cita yo llevaba mi caja de condones. En el fondo, somos una pareja perfecta: ella es tan pervertida como yo, porque por más que proteste las veces en que le meto la mano debajo de sus bragas en el cine, siempre se termina viniendo y llevándome a algún lugar solitario para darme una buena mamada y si tenemos suerte, entrar en combate.
Ella sabe que mis ojos son suyos y sin importar lo coqueta que sea su prima o las miradas indiscretas que me den sus amigas, mi atención se centra en Marisol.
Para nuestro primer aniversario, le regalé un huevito vaginal. Aunque al principio se molestó, pensando que le regalaría algo más romántico (que fue mi segundo regalo, un libro que siempre estuvo buscando), tras colocárselo, se dio cuenta que era un excelente regalo, en especial para esas noches donde no podíamos dormir juntitos.
A mí me ha servido bastante el control remoto, en especial, en las numerosas fiestas que he tenido que ir con su familia. Porque, claro, cuando me empiezo a aburrir sólo, aprieto el botón y al rato regresa a mi lado, toda colorada y suspirando, como si fuera un pajarillo entrenado.
Sin embargo, eso cambió en la fiesta de aniversario de sus padres. Habían arrendado un local bien bonito y habían invitado a varios compañeros de su papá, con sus respectivas parejas. También habían invitado a la molestosa de su prima, pero me estaba cansando de sus comentarios tontos y cochinos y de que se las diera de florero de mesa, por su físico bien formado.
Como eran cerca de quinientos invitados, buscar a Marisol sería agotador y aunque su mamá me decía que andaba por ahí, no la podía encontrar, por lo que encendí mi “localizador especial”. Pasaron unos tres minutos, en intensidad baja, pero ningún rastro de Marisol.
Aburrido, le subí a intensidad media, pero nada. Me excitaba la idea de que si estaba al alcance del control, estaría bordeando el orgasmo, por lo que mi búsqueda se hizo más exhaustiva. Sin embargo, tampoco me resultó.
Decidí apagarlo y volver a la mesa con su prima, cuando llamaron la atención para el brindis de mi suegro. Entonces la divisé, al borde de la mesa principal, a la derecha de su madre. Vestida de blanco, elegante, con un vestido llamativo, veía cómo sus labios temblaban suavemente y por la tensión de sus hombros, sabía que le estaba pasando.
Rápidamente, tomé el control y lo revisé. Estúpidamente, cuando lo guardé, lo tomé al revés y en lugar de apagarlo, estaba en intensidad máxima. La pobrecita llevaba unos tres minutos conteniendo su placer y tratando, a duras penas, de verse como una dama, mientras trataba de divisarme, toda complicada.
Apagué el aparato, pero cuando se pararon para dar el brindis, pude ver ese suspiro de alivio, con el rostro colorado, que me indicaba su orgasmo. Su mamá notó el gesto y preguntó si se sentía bien, a lo que ella se excusó con que había tomado algunas copas de más.
Le dije a mi suegra que no se preocupara, que yo la llevaría tomar aire para que se repusiera, gesto que ella respondió con una cálida sonrisa.
Mientras la acompañaba, no dijimos palabra alguna, pero había algo en su caminar que me llamaba la atención. En el fondo, ayudaba a la idea de que se sentía mal, por lo que las parejas que encontrábamos nos daban sonrisas de cortesía y nos dejaban pasar.
Llegamos al balcón y tras ponerle mi chaqueta, le pedí disculpas. No había sido mi intención y creo que algunas lágrimas rodaron por mis mejillas, pero para sorpresa mía, me calló con uno de sus besos más apasionados.
No sólo eso, sino que también bajó el cierre de mi pantalón, removió mi calzoncillo y empezó a darme la mejor mamada de toda mi vida.
Por cada chupada, sentía su amor y ternura por mi verga y cuando me iba a correr, enterró mi glande en lo más profundo de su garganta, bebiendo una buena parte de mis jugos. La muy traviesa me miraba como diabla, limpiando suave, pero con ruidos obscenos, los restos de leche de mi falo.
Era la primera vez que se tragaba mis jugos y que me miraba con esos ojos de viciosa. Me amenazó con que la próxima vez que hiciera algo como eso, me iba a ir peor.
De ahí en adelante, cada fiesta que íbamos, me buscaba, me tomaba de la mano y me apartaba discretamente a algún lugar desocupado, para darme una excelente mamada. Aunque después me respondía que era para que no se me pasaran ideas por la cabeza, su mirada libidinosa me decía otra cosa.
Pasó el tiempo y tras dar la prueba de selección, ingresó a la misma Universidad donde estoy sacando mi magister, para estudiar Pedagogía en Historia. De ahí en adelante, tratamos de follar casi todos los días, aunque ella estudie en régimen Diurno y yo Vespertino, por lo que trato de llegar una hora antes de mis clases para poder expresar nuestro amor, en algún lugar con poco transito de nuestra facultad.
A los pocos meses, su padre me fue a visitar, para decirme que tenían que mudarse al norte. Le habían ascendido y destinado para allá, para administrar gente y quería preguntarme si podía cuidar a su hija.
Como yo ya estaba trabajando en una minera y ganando mi “dinero chingón”, como dicen, le propuse a mi suegro si acaso le parecería mejor que viviera con ella. Él me dio un fuerte apretón de mano y un abrazo que casi me sacó el aire. Mensualmente, le deposito un dinerito, como si le pagara mi arriendo, para no sentirme tan culpable de follar a su hija en la Universidad, en los cines y restoranes y por supuesto, cada noche en su antigua casa.
Pero no todo lo bueno dura para siempre y mi jefe, algo preocupado por lo que estaba encontrando en mis avances de magister, decidió renegociar mi contrato y darme turnos seis días en el mineral, por ocho días de descanso en la ciudad, empezando dentro de dos semanas, para que corroborara algunas irregularidades que aparecieron durante mi investigación.
No puedo decir que recibí la noticia sin sufrir molestias, pero sí tengo que reconocer que las preocupaciones que tenía en ese momento no eran las que ahora estoy pasando…
Post siguiente
Compendio I
Digamos que me llamo Marco. Tengo treinta y un años y soy ingeniero. Estoy trabajando para una empresa minera, pero por razones administrativas, me tienen organizando las labores desde la capital.
En realidad, eso me resulta beneficioso, ya que estoy sacando mi primer magister y mi tema de disertación está basado en mi trabajo actual, por lo que a pesar de estar fuera de terreno, igual me ayuda estar en la capital, ya que puedo moverme sin problemas dentro y fuera de la Universidad.
Mido un metro ochenta, soy delgado, vivo sanamente y cada cuatro meses me da por tomar mi bicicleta y recorrer la ciudad hasta que las piernas se me caigan. Por alguna razón, mi novia me encuentra atractivo y en realidad, no deseo discutirle eso.
Su nombre es Marisol y tiene dieciocho años, recién cumplidos. No es la típica historia de viejo verde que se levanta a la escolar… bueno, tal vez sí, pero tengo motivos para no darle importancia.
Nos conocemos hace dos años. Se habían mudado a nuestro vecindario y me llamó la atención ver una niña Otaku, igual que yo.
Como podrán imaginar, mi personalidad sigue el típico perfil de “niño explorador” que algunos ingenieros tienen: poca personalidad, mala coordinación física… en resumen, soy un típico ñoño, como los personajes de esa serie de televisión popular.
De cualquier manera, empecé a conversar bastante con ella, ya que siempre la veía sola y sin amigos. Siempre giraba nuestra conversación en torno al animé y los mangas, pero nunca nada serio.
En el vecindario, soy bastante querido y admirado, ya que siempre que alguien necesita ayuda domestica van a nuestra casa. Incluso, me he colado en tres casas de vecinos, porque se les han olvidado las llaves.
Por esta razón, los padres de Marisol me miraban con buenos ojos. Nuestra relación empezó porque ella necesitaba ayuda en Física y Matemáticas, ya que iba a cursar la prueba de ingreso para la universidad y como gran parte de las mujeres, odiaba estas materias.
Como Ingeniero, recién salido de la universidad, sus problemas no eran tan difíciles y mientras ella resolvía las ecuaciones, yo aprovechaba de mirarla…
Con solo pensar en ella, se me hace agua la boca. Mide un metro setenta y es flaca como un palillo, pero como buen libro, “no se puede juzgar por apariencias”. Tiene una cintura delgada, un trasero firme y bien parado y sus pechos no son muy grandes, pero tampoco es un tablón. Pero lo que más me gusta es esa carita de ángel, con un solitario lunarcillo en la mejilla derecha.
Es muy inteligente y me gusta su percepción de la vida. Aparte de ser Otaku, le encanta leer, razón por la que siempre ha sido reservada y tímida con los chicos. Pero cuando vi que ella también tenía la colección de “El Conde de Montecristo”, supe que era la mujer de mi vida.
Sus padres estaban más que contentos con que la invitara a salir, en especial, su mamá, con la que siempre conversaba. No le dábamos motivos para desconfiar, porque siempre íbamos al cine, a comer o salíamos de excursión en bicicleta.
Imagino que ellos siempre lo supieron, pero en cada cita yo llevaba mi caja de condones. En el fondo, somos una pareja perfecta: ella es tan pervertida como yo, porque por más que proteste las veces en que le meto la mano debajo de sus bragas en el cine, siempre se termina viniendo y llevándome a algún lugar solitario para darme una buena mamada y si tenemos suerte, entrar en combate.
Ella sabe que mis ojos son suyos y sin importar lo coqueta que sea su prima o las miradas indiscretas que me den sus amigas, mi atención se centra en Marisol.
Para nuestro primer aniversario, le regalé un huevito vaginal. Aunque al principio se molestó, pensando que le regalaría algo más romántico (que fue mi segundo regalo, un libro que siempre estuvo buscando), tras colocárselo, se dio cuenta que era un excelente regalo, en especial para esas noches donde no podíamos dormir juntitos.
A mí me ha servido bastante el control remoto, en especial, en las numerosas fiestas que he tenido que ir con su familia. Porque, claro, cuando me empiezo a aburrir sólo, aprieto el botón y al rato regresa a mi lado, toda colorada y suspirando, como si fuera un pajarillo entrenado.
Sin embargo, eso cambió en la fiesta de aniversario de sus padres. Habían arrendado un local bien bonito y habían invitado a varios compañeros de su papá, con sus respectivas parejas. También habían invitado a la molestosa de su prima, pero me estaba cansando de sus comentarios tontos y cochinos y de que se las diera de florero de mesa, por su físico bien formado.
Como eran cerca de quinientos invitados, buscar a Marisol sería agotador y aunque su mamá me decía que andaba por ahí, no la podía encontrar, por lo que encendí mi “localizador especial”. Pasaron unos tres minutos, en intensidad baja, pero ningún rastro de Marisol.
Aburrido, le subí a intensidad media, pero nada. Me excitaba la idea de que si estaba al alcance del control, estaría bordeando el orgasmo, por lo que mi búsqueda se hizo más exhaustiva. Sin embargo, tampoco me resultó.
Decidí apagarlo y volver a la mesa con su prima, cuando llamaron la atención para el brindis de mi suegro. Entonces la divisé, al borde de la mesa principal, a la derecha de su madre. Vestida de blanco, elegante, con un vestido llamativo, veía cómo sus labios temblaban suavemente y por la tensión de sus hombros, sabía que le estaba pasando.
Rápidamente, tomé el control y lo revisé. Estúpidamente, cuando lo guardé, lo tomé al revés y en lugar de apagarlo, estaba en intensidad máxima. La pobrecita llevaba unos tres minutos conteniendo su placer y tratando, a duras penas, de verse como una dama, mientras trataba de divisarme, toda complicada.
Apagué el aparato, pero cuando se pararon para dar el brindis, pude ver ese suspiro de alivio, con el rostro colorado, que me indicaba su orgasmo. Su mamá notó el gesto y preguntó si se sentía bien, a lo que ella se excusó con que había tomado algunas copas de más.
Le dije a mi suegra que no se preocupara, que yo la llevaría tomar aire para que se repusiera, gesto que ella respondió con una cálida sonrisa.
Mientras la acompañaba, no dijimos palabra alguna, pero había algo en su caminar que me llamaba la atención. En el fondo, ayudaba a la idea de que se sentía mal, por lo que las parejas que encontrábamos nos daban sonrisas de cortesía y nos dejaban pasar.
Llegamos al balcón y tras ponerle mi chaqueta, le pedí disculpas. No había sido mi intención y creo que algunas lágrimas rodaron por mis mejillas, pero para sorpresa mía, me calló con uno de sus besos más apasionados.
No sólo eso, sino que también bajó el cierre de mi pantalón, removió mi calzoncillo y empezó a darme la mejor mamada de toda mi vida.
Por cada chupada, sentía su amor y ternura por mi verga y cuando me iba a correr, enterró mi glande en lo más profundo de su garganta, bebiendo una buena parte de mis jugos. La muy traviesa me miraba como diabla, limpiando suave, pero con ruidos obscenos, los restos de leche de mi falo.
Era la primera vez que se tragaba mis jugos y que me miraba con esos ojos de viciosa. Me amenazó con que la próxima vez que hiciera algo como eso, me iba a ir peor.
De ahí en adelante, cada fiesta que íbamos, me buscaba, me tomaba de la mano y me apartaba discretamente a algún lugar desocupado, para darme una excelente mamada. Aunque después me respondía que era para que no se me pasaran ideas por la cabeza, su mirada libidinosa me decía otra cosa.
Pasó el tiempo y tras dar la prueba de selección, ingresó a la misma Universidad donde estoy sacando mi magister, para estudiar Pedagogía en Historia. De ahí en adelante, tratamos de follar casi todos los días, aunque ella estudie en régimen Diurno y yo Vespertino, por lo que trato de llegar una hora antes de mis clases para poder expresar nuestro amor, en algún lugar con poco transito de nuestra facultad.
A los pocos meses, su padre me fue a visitar, para decirme que tenían que mudarse al norte. Le habían ascendido y destinado para allá, para administrar gente y quería preguntarme si podía cuidar a su hija.
Como yo ya estaba trabajando en una minera y ganando mi “dinero chingón”, como dicen, le propuse a mi suegro si acaso le parecería mejor que viviera con ella. Él me dio un fuerte apretón de mano y un abrazo que casi me sacó el aire. Mensualmente, le deposito un dinerito, como si le pagara mi arriendo, para no sentirme tan culpable de follar a su hija en la Universidad, en los cines y restoranes y por supuesto, cada noche en su antigua casa.
Pero no todo lo bueno dura para siempre y mi jefe, algo preocupado por lo que estaba encontrando en mis avances de magister, decidió renegociar mi contrato y darme turnos seis días en el mineral, por ocho días de descanso en la ciudad, empezando dentro de dos semanas, para que corroborara algunas irregularidades que aparecieron durante mi investigación.
No puedo decir que recibí la noticia sin sufrir molestias, pero sí tengo que reconocer que las preocupaciones que tenía en ese momento no eran las que ahora estoy pasando…
Post siguiente
2 comentarios - Seis por ocho (1): mi novia Otaku