Fue una suerte que ese día fuera sábado; todavía estaba maltrecho por los devaneos amorosos de la noche anterior. Pero para su espíritu calculador eso era positivo; al estar aplacados sus instintos más exacerbados, evitaría comportarse como Atila ante la aldea indefensa de la dulce Melisa.
Melisa arribó puntualmente; apenas traspuesto el umbral se arrojó en brazos de su seductor, buscando cobijo y la humedad de sus labios. Contra toda costumbre, fueron las manos de ella, las que con ardoroso atrevimiento, exploraron el cuerpo de Fernando.
La protuberancia se hizo evidente en la entrepierna de Fernando; la jovencita solo actuó para encender e incentivar antes que apaciguar el fuego de su lujuria. Pronto se demostró que el hombre no necesitaba mayores incentivos; liberando parcialmente a la jovencita la alzó en vilo y la llevó resueltamente a la habitación.
Suavemente la depositó en el suelo y la desvistió con unción reverente, cual sacerdote en rito de sacrificio de la víctima propiciatoria. A cada nuevo descubrimiento un suspiro entrecortado hollaba su garganta; la jovencita, de respiración agitada, lo observaba de manera anhelante como quien dice ¿te gusta? ¿me deseas?.
Como Lucio resbaloso de transpiración, tomó su cuerpo desnudo y lo depositó suavemente sobre el lecho. Con la parsimonia del cocinero que sazona el festín, se desvistió lentamente; Melisa lo observaba con hambre mientras su cuerpo jadeaba mirando al hombre. Antes de describirlo por completo; el hombre estaba totalmente desnudo exhibiendo una gloriosa erección.
Ferrr!!!! .-Eso es una barbaridad!!!!
-Todo eso me cabra???
-No te preocupes! Dijo el hombre (mientras pensaba –Te va a entrar de maravillas!).
Sin más se abalanzó sobre su vagina para devorarla. La jovencita no tenía la experiencia para soportar el ataque que sufría. Espasmos sacudían su joven cuerpo, mientras grititos de placer evidenciaban su entrega al supremo placer. Estaba entregada a las dulces sensaciones del placer carnal en cuerpo y alma. Con una mirada de adoración vio el rostro del hombre avanzar hasta ella…hasta sentir la cabeza tumefacta apoyarse sobe su clítoris humedecido.
El mágico contacto electrizó su cuerpo y aceptó al intruso mientras se deslizaba hasta sus profundidades; la vaina húmeda y palpitante engulló el sobredimensionado pene con un gritito de éxtasis.
Melisa resultó ser una alumna ávida y exigente; ora con lánguidos quejidos otorgaba sus dulces tesoros; ora con furia casi demente tomaba parte activa, reclamando a horcajadas la entrega del supremo placer. Hasta que, finalmente rendido, el cuerpo femenino cayó sobre el hombre que derramaba, gota a gota, el semen que tanto había deseado.
El descanso reparador dio paso a una charla que jamás se me hubiera ocurrido. Fernando exponía, hasta el último pormenor, sus aventuras amatorias con la madre de Melisa. La respiración agitada y exclamaciones de la jovencita, producto del escándalo o la excitación, mo la privaron de saber de los placeres de su madre. Finalmente, los amantes repitieron su cópula desenfrenada; el relato antes dicho solo sirvió para reavivar la fértil imaginación de la jovencita. Las caricias y toques osados añadieron combustible al fuego de su lujuria; después de un largo y ardoroso devaneo la ninfa recibió toda la ofrenda del sátiro.
Las palabras son la pimienta de la existencia; y un par de palabras razonables determinaron el más vicioso plan del que yo tenga noticias.
Pasaron varios días hasta que Sonia hizo saber a Fernando que se proponía visitarlo con intenciones más que evidentes. El corrupto sonrió para sus adentros y preparó el escenario en el que se desarrollaría el drama que solo podía ser imaginado por una mente enferma.
El reloj marcaba las dos de la tarde cuando una Sonia agitada y excitada, anticipando los placeres del rito venéreo, traspuso la puerta de la vivienda.
Fernando se sentó cómodamente en el sofá y le ordenó:
-desnudate!
Sin mediar palabra, Sonia se despojó de cada prenda con movimientos sugestivos, hasta quedar completamente desnuda ante los ojos del hombre. Su menudo cuerpo, sus pequeños pechos, el oscuro rubor de su cuerpo descarnado, antojaban un bocado sumamente deseable.
Sin embargo el hombre solo se limitó a abrir su bragueta y extraer su miembro erecto. Sonia cayó de rodillas y devoró el suculento manjar que se le ofrecía; lamió, chupó, sorbió, mordisqueó. Extrajo la dúctil piel, liberando el glande a sus lengüetazos.
Fernando la tomó de la mano y la condujo; resultaba algo ridículo llevando a la mujer hacia su cama, totalmente vestido y con el pene erecto al aire. Sin embargo logró su objetivo y acostando a la mujer, anunció jubiloso:
-hoy vamos a jugar un juego especial.
Dicho esto acostó a la mujer en el centro de la cama. Con movimientos decididos sujetó sus muñecas, muslos y tobillos con sendas vendas. La mujer quedó totalmente inmovilizada y abierta; entre divertida y temerosa quedó con sus genitales totalmente expuestos a la voluntad del hombre.
Sin mediar palabra, Fernando se desnudó por completo; su erección permanecía incólume a pesar de los incómodos movimientos. Totalmente desnudo se dirigió al placar y extrajo de su puerta derecha un consolador verdoso; entre travieso y divertido observaba a su víctima desde los pies de la cama, mientras encendía y apagaba el curioso artefacto.
Sonia lo observaba con la enfermiza fascinación de una presa que ve acercarse a su depredador; ninguna palabra acudía a su garganta; ningún ademán trataba de liberar sus miembros. Fernando lubricaba el vibrador mirándola sugestivamente.
Finalmente, poniendo fin a la incertidumbre de su víctima, se inclinó sobre la inmovilizada figura; juguetón frotaba el vibrador encendido desde el clítoris hasta el ano. Sonia no podía permanecer insensible a ese tratamiento; su cuerpo se arqueaba convulso a cada toque eléctrico a sus partes más pudentas. Tremenda sorpresa se llevó cuando la cabeza nervuda del aparato presiono contra su ano. Lenta y prudentemente, el falo de silicona penetró el oscuro nicho; los quejidos y protestas no impidieron que el émbolo bien aceitado rellenara hasta la raíz.
Fernando, satisfecho de su sádica hazaña, se empeñó vorazmente con la indefensa vagina. La mujer se debatía entre el vibrador que la perforaba y la boca que le procuraba placer. Finalmente, se entregó en cuerpo y alma al doble deleite que le arrancaba gemidos y frases delatoras del supremo placer.
Fue en esta feliz circunstancia que la desdichada Sonia no escuchó como la puerta de calle se abría subrepticiamente. Fernando, conocedor de su geografía, sonrío y continuó con la menuda tarea a la que se había empeñado.
La pobre Sonia descubrió tardíamente, entre los espasmos de su cuerpo, que en el vano de la puerta, una sonriente y totalmente desnuda Melisa la contemplaba. La mujer se debatió contra las ataduras, contra la boca que la devoraba y hasta contra el vibrador que con su zumbido acariciaba sus entrañas. Pero finalmente, un Fernando conocedor de la mujer con la que estaba tratando, la sintió sucumbir a las deliciosas sensaciones que torturaban su cuerpo.
Melisa se encaminó hacia el cuerpo yacente de su madre; con manos y boca acarició los pequeños pechos de duros pezones. La mujer entrecerraba fuertemente los ojos, esclava del placer que saturaba su mente;
-Dale tu conchita amor!
Ordenó el hombre, mientras se erguía y encaminaba su tieso ariete hacia la húmeda cavidad. Melisa obedeció; subiéndose a horcajadas puso su vagina al alcance de la boca de su madre. En ese preciso momento el pene comenzó a penetrarla lentamente; Sonia, sin poder resistirse, lamió dulce y delicadamente la vagina de su hija. La dulce Melisa gemía ante las caricias prodigadas por su madre, mientras Fernando aceleraba sus movimientos en esa inusual doble penetración.
Para los lectores que desconocen; penetrar a una mujer con un vibrador en el culo es una sensación inefable; Fernando sentía a lo largo de su pene la electrizante vibración a cada embestida. Observaba a Melisa gemir y contorsionarse; veía la lengua de Sonia acariciar todo como una cuchara hambrienta; sin dejar de moverse, fue cortando cada venda; y no se sorprendió cuando las manos de Sonia se apoderaron de los muslos de su hija, para hundir mas su cara entre ellos.
Triunfante y vicioso invirtió los papeles; poniendo a Melisa de cuatro patas la obligó a lamer a su madre, mientras la penetraba como un padrillo.
Ambas mujeres recibieron, varias veces, el contenido corrupto de los testículos de Fernando, en una tarde que se prolongaría hasta el día siguiente. Ha pasado el tiempo; Melisa estudió un profesorado en psicología en Catamarca; sin embargo el corrupto continua disfrutando, en conjunto o por separado, de las dos mujeres.
Melisa arribó puntualmente; apenas traspuesto el umbral se arrojó en brazos de su seductor, buscando cobijo y la humedad de sus labios. Contra toda costumbre, fueron las manos de ella, las que con ardoroso atrevimiento, exploraron el cuerpo de Fernando.
La protuberancia se hizo evidente en la entrepierna de Fernando; la jovencita solo actuó para encender e incentivar antes que apaciguar el fuego de su lujuria. Pronto se demostró que el hombre no necesitaba mayores incentivos; liberando parcialmente a la jovencita la alzó en vilo y la llevó resueltamente a la habitación.
Suavemente la depositó en el suelo y la desvistió con unción reverente, cual sacerdote en rito de sacrificio de la víctima propiciatoria. A cada nuevo descubrimiento un suspiro entrecortado hollaba su garganta; la jovencita, de respiración agitada, lo observaba de manera anhelante como quien dice ¿te gusta? ¿me deseas?.
Como Lucio resbaloso de transpiración, tomó su cuerpo desnudo y lo depositó suavemente sobre el lecho. Con la parsimonia del cocinero que sazona el festín, se desvistió lentamente; Melisa lo observaba con hambre mientras su cuerpo jadeaba mirando al hombre. Antes de describirlo por completo; el hombre estaba totalmente desnudo exhibiendo una gloriosa erección.
Ferrr!!!! .-Eso es una barbaridad!!!!
-Todo eso me cabra???
-No te preocupes! Dijo el hombre (mientras pensaba –Te va a entrar de maravillas!).
Sin más se abalanzó sobre su vagina para devorarla. La jovencita no tenía la experiencia para soportar el ataque que sufría. Espasmos sacudían su joven cuerpo, mientras grititos de placer evidenciaban su entrega al supremo placer. Estaba entregada a las dulces sensaciones del placer carnal en cuerpo y alma. Con una mirada de adoración vio el rostro del hombre avanzar hasta ella…hasta sentir la cabeza tumefacta apoyarse sobe su clítoris humedecido.
El mágico contacto electrizó su cuerpo y aceptó al intruso mientras se deslizaba hasta sus profundidades; la vaina húmeda y palpitante engulló el sobredimensionado pene con un gritito de éxtasis.
Melisa resultó ser una alumna ávida y exigente; ora con lánguidos quejidos otorgaba sus dulces tesoros; ora con furia casi demente tomaba parte activa, reclamando a horcajadas la entrega del supremo placer. Hasta que, finalmente rendido, el cuerpo femenino cayó sobre el hombre que derramaba, gota a gota, el semen que tanto había deseado.
El descanso reparador dio paso a una charla que jamás se me hubiera ocurrido. Fernando exponía, hasta el último pormenor, sus aventuras amatorias con la madre de Melisa. La respiración agitada y exclamaciones de la jovencita, producto del escándalo o la excitación, mo la privaron de saber de los placeres de su madre. Finalmente, los amantes repitieron su cópula desenfrenada; el relato antes dicho solo sirvió para reavivar la fértil imaginación de la jovencita. Las caricias y toques osados añadieron combustible al fuego de su lujuria; después de un largo y ardoroso devaneo la ninfa recibió toda la ofrenda del sátiro.
Las palabras son la pimienta de la existencia; y un par de palabras razonables determinaron el más vicioso plan del que yo tenga noticias.
Pasaron varios días hasta que Sonia hizo saber a Fernando que se proponía visitarlo con intenciones más que evidentes. El corrupto sonrió para sus adentros y preparó el escenario en el que se desarrollaría el drama que solo podía ser imaginado por una mente enferma.
El reloj marcaba las dos de la tarde cuando una Sonia agitada y excitada, anticipando los placeres del rito venéreo, traspuso la puerta de la vivienda.
Fernando se sentó cómodamente en el sofá y le ordenó:
-desnudate!
Sin mediar palabra, Sonia se despojó de cada prenda con movimientos sugestivos, hasta quedar completamente desnuda ante los ojos del hombre. Su menudo cuerpo, sus pequeños pechos, el oscuro rubor de su cuerpo descarnado, antojaban un bocado sumamente deseable.
Sin embargo el hombre solo se limitó a abrir su bragueta y extraer su miembro erecto. Sonia cayó de rodillas y devoró el suculento manjar que se le ofrecía; lamió, chupó, sorbió, mordisqueó. Extrajo la dúctil piel, liberando el glande a sus lengüetazos.
Fernando la tomó de la mano y la condujo; resultaba algo ridículo llevando a la mujer hacia su cama, totalmente vestido y con el pene erecto al aire. Sin embargo logró su objetivo y acostando a la mujer, anunció jubiloso:
-hoy vamos a jugar un juego especial.
Dicho esto acostó a la mujer en el centro de la cama. Con movimientos decididos sujetó sus muñecas, muslos y tobillos con sendas vendas. La mujer quedó totalmente inmovilizada y abierta; entre divertida y temerosa quedó con sus genitales totalmente expuestos a la voluntad del hombre.
Sin mediar palabra, Fernando se desnudó por completo; su erección permanecía incólume a pesar de los incómodos movimientos. Totalmente desnudo se dirigió al placar y extrajo de su puerta derecha un consolador verdoso; entre travieso y divertido observaba a su víctima desde los pies de la cama, mientras encendía y apagaba el curioso artefacto.
Sonia lo observaba con la enfermiza fascinación de una presa que ve acercarse a su depredador; ninguna palabra acudía a su garganta; ningún ademán trataba de liberar sus miembros. Fernando lubricaba el vibrador mirándola sugestivamente.
Finalmente, poniendo fin a la incertidumbre de su víctima, se inclinó sobre la inmovilizada figura; juguetón frotaba el vibrador encendido desde el clítoris hasta el ano. Sonia no podía permanecer insensible a ese tratamiento; su cuerpo se arqueaba convulso a cada toque eléctrico a sus partes más pudentas. Tremenda sorpresa se llevó cuando la cabeza nervuda del aparato presiono contra su ano. Lenta y prudentemente, el falo de silicona penetró el oscuro nicho; los quejidos y protestas no impidieron que el émbolo bien aceitado rellenara hasta la raíz.
Fernando, satisfecho de su sádica hazaña, se empeñó vorazmente con la indefensa vagina. La mujer se debatía entre el vibrador que la perforaba y la boca que le procuraba placer. Finalmente, se entregó en cuerpo y alma al doble deleite que le arrancaba gemidos y frases delatoras del supremo placer.
Fue en esta feliz circunstancia que la desdichada Sonia no escuchó como la puerta de calle se abría subrepticiamente. Fernando, conocedor de su geografía, sonrío y continuó con la menuda tarea a la que se había empeñado.
La pobre Sonia descubrió tardíamente, entre los espasmos de su cuerpo, que en el vano de la puerta, una sonriente y totalmente desnuda Melisa la contemplaba. La mujer se debatió contra las ataduras, contra la boca que la devoraba y hasta contra el vibrador que con su zumbido acariciaba sus entrañas. Pero finalmente, un Fernando conocedor de la mujer con la que estaba tratando, la sintió sucumbir a las deliciosas sensaciones que torturaban su cuerpo.
Melisa se encaminó hacia el cuerpo yacente de su madre; con manos y boca acarició los pequeños pechos de duros pezones. La mujer entrecerraba fuertemente los ojos, esclava del placer que saturaba su mente;
-Dale tu conchita amor!
Ordenó el hombre, mientras se erguía y encaminaba su tieso ariete hacia la húmeda cavidad. Melisa obedeció; subiéndose a horcajadas puso su vagina al alcance de la boca de su madre. En ese preciso momento el pene comenzó a penetrarla lentamente; Sonia, sin poder resistirse, lamió dulce y delicadamente la vagina de su hija. La dulce Melisa gemía ante las caricias prodigadas por su madre, mientras Fernando aceleraba sus movimientos en esa inusual doble penetración.
Para los lectores que desconocen; penetrar a una mujer con un vibrador en el culo es una sensación inefable; Fernando sentía a lo largo de su pene la electrizante vibración a cada embestida. Observaba a Melisa gemir y contorsionarse; veía la lengua de Sonia acariciar todo como una cuchara hambrienta; sin dejar de moverse, fue cortando cada venda; y no se sorprendió cuando las manos de Sonia se apoderaron de los muslos de su hija, para hundir mas su cara entre ellos.
Triunfante y vicioso invirtió los papeles; poniendo a Melisa de cuatro patas la obligó a lamer a su madre, mientras la penetraba como un padrillo.
Ambas mujeres recibieron, varias veces, el contenido corrupto de los testículos de Fernando, en una tarde que se prolongaría hasta el día siguiente. Ha pasado el tiempo; Melisa estudió un profesorado en psicología en Catamarca; sin embargo el corrupto continua disfrutando, en conjunto o por separado, de las dos mujeres.
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