No espié, ni mire a mi madre con curiosidad. Alguna línea de respeto existía en la configuración de mi personalidad que la madre debería ser una persona asexuada. No la imaginaba teniendo sexo, ni con mi padre ni con nadie. Hablando con varios amigos de ello me han confirmado esta creencia. Pero las creencias cambian con el tiempo. Mi padre un ingeniero civil, un día fue asesinado en una obra por un contratista con el que tuvo una discusión y le disparo a quemarropa. Esto sucedió en un barrio que se construía en el interior de la provincia de Buenos Aires. Cerca de Bahía Blanca. Mi madre viajo de inmediato con el socio de mi padre, y pidieron un avión sanitario para hacer el traslado a una zona donde se dispusieran medios médicos de mejor complejidad. El caso que fue imposible y el socio, contrato un avión Piper donde lo trajeron a la Capital. El traslado no solo le costó la vida a mi padre sino que a su agresor lo libero de una condena mayor. Ya que la bala camino por los movimientos y produjo un desenlace fatal.
Ahí comenzó otra vida. Yo estudiaba Filosofía y era de pensamiento amplio y mi madre fue siempre coqueta y seductora, hasta lo que siempre creí que era hacia su marido.
Paso el duelo, pero mantuvo la línea pulcra y bella de siempre, digamos una mujer exuberante y bella, y que a partir de los dos años de la desaparición de mi padre su aspecto fue cambiando a una manera más sexy y extravagante, lo mismo que su atuendo. Podía decir sin lugar a equivocarme que era un hembrón, aunque yo miraba siempre de otra manera mi vínculo con ella.
Un día, en una comida nos pusimos a charlar sobre mi futuro y las relaciones con las mujeres. Cuentos, chistes, risas y jaranas, la charla se fue tornando más íntima y seria.
Mi madre me confesó que había sido mujer solo de mi padre. Y que esta circunstancia la tentaba, por un lado a buscar una nueva experiencia, pero por otro sentía que una parte de ella había muerto y no quería tocar un cuerpo extraño de varón.
No voy a entrar en detalles, de lo que me dijo, pero entro a pormenorizar como era la relación íntima con mi padre, con precisión, lo que me fue cambiando el chip entre horrorizado y seducido por sus comentarios.
-¿adónde queremos llegar, mama? Le pregunte.
-no se hijo, me dijo, a los 45 años creo que mi sexualidad está intacta y no puedo romper este cerco.
-¿Cómo pudo ayudar? Volví a preguntar.
-no se me ocurre nada me contesto, no tengo ni la menor idea.
De inmediato se acercó a mí y me abrazo, mientras sentía su congoja y su cariño.
Debo admitir que me sentía extraño, porque o era yo, que no entendía o había cambiado el patrón con el que mi madre se acercaba a mí.
Hundió su cara en mi cuello y sentí las lágrimas de sus ojos en mi cuello y luego sus labios.
Hasta ahí todo bien, pero luego sus labios y su lengua jugaron con el pabellón de la oreja y me excite. Por lo que la separe abruptamente de mi lado para mirarla cara a cara. Creo que era tarde. Al cruzar la mirada éramos dos personas diferentes que no reconocíamos filiaciones.
Nos fundimos en un beso y su lengua buscaba ansiosa la en mi boca y sus manos eran un remolino de caricias en mi cuerpo.
Cuando su bajo vientre sintió el bulto de mi erección su mano se dirigió presta a liberarla de su encierro.
Se reclino un poco y comenzó a chuparla, y pude comprender exactamente que no era amor de madre. ¿O sí? Ya no estaba en condiciones de reflexionar y me abandone al juego.
Me llamo la atención su habilidad para mamarme la pija, era una garganta profunda, suave y delicada, su lengua jugaba con mi glande con una ternura que me hacía delirar. Su mirada profunda y picara, aumentaba cuando dejaba de mamar y con sus dos manos acariciaba el choto bien al palo.
Con hermetismo no decía palabra, pero sabía que todo su cuerpo iba a ser mío, cuando chupaba y me acariciaba la virola de mi ano, supe que además de su placer al hacerlo, había data como para suponer que ese ano era penetrable.
La puse en doggy style y fue así, mi pija dura y firme fue guiada por su mano hasta la puerta de su ano.
No reflexione si habría dolor o no, supe que ella quería una penetración, y así fue, la mande hasta el fondo y solo pude escuchar su profundo suspiro de placer y alivio.
Un callejo prieto, suave y sutil era ese ano. Mi pija en el calzaba como un guante y a pesar de la estrechez se podía mover a gusto en su trayectoria, que mi madre con sus caderas acompasando, me invitaba a acabar.
No necesitaba hablar, sentía como apretaba sus glúteos de una manera en que mi movimiento lo convertía ella en caricia.
El líquido pre seminal hacía de ese agujero una cueva húmeda y adorable. Sentí un leve quejido cuando mi madre empezó a acabar y no me detuve más hasta que sentí que me desbordaba de leche, ahí, en el culo. Maravilla.
Quedamos quietos y en silencio uno al lado del otro semidesnudos.
Sin decir nada, ambos nos desnudamos y empezamos a juguetear. Seré sincero y quizás como un acto infantil me empecine con sus pezones.
Mientras hacía eso, ella se masturbaba y ponía sus dedos empapados de estro en mi boca y en la suya.
Poco a poco fuimos tomando varias posiciones, un sesenta y nueve interesante, hasta que me monto cuando se dio cuenta que estaba nuevamente al palo.
EL movimiento de su cuerpo era sinusoidal para acariciar mi pija dentro de su vagina. No tan apretada como en su culo viajaba por esa caricia lleno de curiosidad.
Sentí que estaba por correrme, y lo último que se me hubiera imaginado pensar es que iba a acabar en su concha.
Su cadencia lo presintió y me comenzó a mira fijamente de nuevo a los ojos con una lujuria impactante mientras se acariciaba sus tetas.
Me corrí, no había más remedio, era una fiera mi madre en estos menesteres.
Yo tenía 25 años y ella 45 cuando sucedió esto. Jamás hablamos palabra de estos hechos. Solo sé que 20 años después y siendo mi madre una mujer mayor y yo un soltero empedernido, me suele tirar la goma como solo mi madre sabe hacerlo.
Ahí comenzó otra vida. Yo estudiaba Filosofía y era de pensamiento amplio y mi madre fue siempre coqueta y seductora, hasta lo que siempre creí que era hacia su marido.
Paso el duelo, pero mantuvo la línea pulcra y bella de siempre, digamos una mujer exuberante y bella, y que a partir de los dos años de la desaparición de mi padre su aspecto fue cambiando a una manera más sexy y extravagante, lo mismo que su atuendo. Podía decir sin lugar a equivocarme que era un hembrón, aunque yo miraba siempre de otra manera mi vínculo con ella.
Un día, en una comida nos pusimos a charlar sobre mi futuro y las relaciones con las mujeres. Cuentos, chistes, risas y jaranas, la charla se fue tornando más íntima y seria.
Mi madre me confesó que había sido mujer solo de mi padre. Y que esta circunstancia la tentaba, por un lado a buscar una nueva experiencia, pero por otro sentía que una parte de ella había muerto y no quería tocar un cuerpo extraño de varón.
No voy a entrar en detalles, de lo que me dijo, pero entro a pormenorizar como era la relación íntima con mi padre, con precisión, lo que me fue cambiando el chip entre horrorizado y seducido por sus comentarios.
-¿adónde queremos llegar, mama? Le pregunte.
-no se hijo, me dijo, a los 45 años creo que mi sexualidad está intacta y no puedo romper este cerco.
-¿Cómo pudo ayudar? Volví a preguntar.
-no se me ocurre nada me contesto, no tengo ni la menor idea.
De inmediato se acercó a mí y me abrazo, mientras sentía su congoja y su cariño.
Debo admitir que me sentía extraño, porque o era yo, que no entendía o había cambiado el patrón con el que mi madre se acercaba a mí.
Hundió su cara en mi cuello y sentí las lágrimas de sus ojos en mi cuello y luego sus labios.
Hasta ahí todo bien, pero luego sus labios y su lengua jugaron con el pabellón de la oreja y me excite. Por lo que la separe abruptamente de mi lado para mirarla cara a cara. Creo que era tarde. Al cruzar la mirada éramos dos personas diferentes que no reconocíamos filiaciones.
Nos fundimos en un beso y su lengua buscaba ansiosa la en mi boca y sus manos eran un remolino de caricias en mi cuerpo.
Cuando su bajo vientre sintió el bulto de mi erección su mano se dirigió presta a liberarla de su encierro.
Se reclino un poco y comenzó a chuparla, y pude comprender exactamente que no era amor de madre. ¿O sí? Ya no estaba en condiciones de reflexionar y me abandone al juego.
Me llamo la atención su habilidad para mamarme la pija, era una garganta profunda, suave y delicada, su lengua jugaba con mi glande con una ternura que me hacía delirar. Su mirada profunda y picara, aumentaba cuando dejaba de mamar y con sus dos manos acariciaba el choto bien al palo.
Con hermetismo no decía palabra, pero sabía que todo su cuerpo iba a ser mío, cuando chupaba y me acariciaba la virola de mi ano, supe que además de su placer al hacerlo, había data como para suponer que ese ano era penetrable.
La puse en doggy style y fue así, mi pija dura y firme fue guiada por su mano hasta la puerta de su ano.
No reflexione si habría dolor o no, supe que ella quería una penetración, y así fue, la mande hasta el fondo y solo pude escuchar su profundo suspiro de placer y alivio.
Un callejo prieto, suave y sutil era ese ano. Mi pija en el calzaba como un guante y a pesar de la estrechez se podía mover a gusto en su trayectoria, que mi madre con sus caderas acompasando, me invitaba a acabar.
No necesitaba hablar, sentía como apretaba sus glúteos de una manera en que mi movimiento lo convertía ella en caricia.
El líquido pre seminal hacía de ese agujero una cueva húmeda y adorable. Sentí un leve quejido cuando mi madre empezó a acabar y no me detuve más hasta que sentí que me desbordaba de leche, ahí, en el culo. Maravilla.
Quedamos quietos y en silencio uno al lado del otro semidesnudos.
Sin decir nada, ambos nos desnudamos y empezamos a juguetear. Seré sincero y quizás como un acto infantil me empecine con sus pezones.
Mientras hacía eso, ella se masturbaba y ponía sus dedos empapados de estro en mi boca y en la suya.
Poco a poco fuimos tomando varias posiciones, un sesenta y nueve interesante, hasta que me monto cuando se dio cuenta que estaba nuevamente al palo.
EL movimiento de su cuerpo era sinusoidal para acariciar mi pija dentro de su vagina. No tan apretada como en su culo viajaba por esa caricia lleno de curiosidad.
Sentí que estaba por correrme, y lo último que se me hubiera imaginado pensar es que iba a acabar en su concha.
Su cadencia lo presintió y me comenzó a mira fijamente de nuevo a los ojos con una lujuria impactante mientras se acariciaba sus tetas.
Me corrí, no había más remedio, era una fiera mi madre en estos menesteres.
Yo tenía 25 años y ella 45 cuando sucedió esto. Jamás hablamos palabra de estos hechos. Solo sé que 20 años después y siendo mi madre una mujer mayor y yo un soltero empedernido, me suele tirar la goma como solo mi madre sabe hacerlo.
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