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Cuando el amor se quiebra

María Cristina llego a Buenos Aires, desde su San Luis natal para hacer un trámite que por mi intermedio le había gestionado. Una diferencia en sus sueldo con una empresa radicada en esta ciudad y que el CEO de la misma era amigo mío de la infancia.
Luego de hablar con él y ella, no más se vino, quedando yo en pasarla a buscar por la terminal de Retiro.
Nos sentamos a tomar un café en la terminal. La charla giro sobre su altura y la mía. Ella era pequeña (no más de 1,55) y yo 1,98.
Sugerí que en mi vida por lo general eran las mujeres de baja estatura las que más me seguían, lo que fue más un juego de seducción que una afirmación sobre mis experiencias amorosas.
Creo que rápidamente en esta mujer, de bellísima complexión, casi perfecta, se desarrolló un instinto natural a cogerme.
La cosa derivo y como la entrevista era a las 3 de la tarde y eran las nueve de la mañana terminamos en un telo.
Verla desnuda me fascino, armoniosa y con pubis densamente poblado de vello que me daban una imagen que jamás había visto de esta magnitud.
En los desplazamientos de los juegos amorosos deje que tomara la iniciativa y que se sintiera cómoda y con libertad de movimientos.
Un despliegue amatorio total, desencadeno su desenfreno, reconoció que hacía unos meses que no tenía sexo y que no le había desagradado desde la invitación mía, ver si le caía en gracia a ella, para darse su propio oportunidad. Y se la dio.
Su pelo lacio claro tapaba su rostro cuando su boca se perdía en mi pija. Me deje llevar por las caricias ardientes de su boca húmeda. Mi pija disfrutaba de su actividad insistente mientras sus manos me acariciaban desde el culo hacia los huevos como un cosquilleo de la suavidad de sus movimientos.
No pude evitar irme en ese contexto. No soy eyaculador precoz, pero fue irresistible esa invitación bucal para darle mi semen en la boca.
Lo paladeo, lo desapareció casi completo y con hilitos en sus labios me besaba profundamente y ansiosa, mientras se masturbaba sabiendo que mi pija estaba fláccida.
Debo asentir, que ahí me di cuenta que estaba llegando tarde a mi trabajo, y que mi recuperación seria lenta. Ya que si bien estaba motivado por ella y ver cómo podía pintar con mi leche ese pubis lleno de vellosidad, el pensar que no había avisado nada en el trabajo me ponía mal y ansioso.
De un salto, suspendí los juegos y me di una ducha, ella me siguió hasta el baño y segura que si me seguía chupando podría ganar mi reacción se sentó en el inodoro.
Fue mágico, mi pene respondía a ese convite con un endurecerse que hacia estremecer a su cuerpo.
Cuando entro en clima, se paró sobre la tapa del inodoro de plástico y estuvimos a la altura de besarnos. Era todo intenso y fascinante, cuando un ruido sordo indico que la tabla de plástico no había soportado su peso y sus pies caían en el embudo infernal de inodoro.
Pasamos en un centro de ortopedia muy reputado en esta ciudad tratando de recomponer sus fracturas.
Un mal final para esta odisea impensada. No la volví a ver a María Cristina luego de este martes 13 del amor.

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