Hola, mi nombre es Matías, y soy nuevo en P!. En realidad, soy nuevo en esto de postear, porque me la pasé leyendo relatos de ustedes. Finalmente, me animé y me voy a poner a contar mis experiencias, a ver si les gusta.
Era el año 2011, y me había venido a vivir a Buenos Aires hace unos meses para estudiar. El primer tiempo fue un poco difícil, ya que no conseguía hacer muchos amigos. El CBC es medio complicado, hay mucha gente pelotuda, y mucha otra que no estudia lo que vos querés estudiar, entonces se van haciendo grupitos y, por ahí, no quedás en ninguno.
Una de las materias que tenía que cursar era Sociedad y Estado, que es como historia argentina. Después del primer parcial (en el que me fue regular: me saqué un 5), la profesora nos dio un trabajo práctico grupal para que hiciéramos. Esa era la parte que yo odiaba, porque no me gustaba mucho hacer sociales con gente sólo para hacer un TP.
A la sede que yo iba (Puán), iban muchas más mujeres que varones. En general, eran normales, pero siempre había alguna que rajaba la tierra, y se creía la diosa del Olimpo. Yo siempre dije que no tenía un gusto definido para las mujeres; me podía gustar cualquiera, siempre y cuando me conquistara por su personalidad y carácter más que por su físico. Aunque toda la vida me llamaron la atención las chicas con rasgos exóticos en su rostro, cosas que salieran de lo común: más cachetonas, o con rasgos indios, o expresiones extrañas. Con el tiempo, sin embargo, me dí cuenta que la gran mayoría de las mujeres con las que había tenido algo eran morochas. De esas morochas bien morochas, hasta con los ojos negro azabache.
En mi comisión, la de Sociedad y Estado, no habían muchas mujeres lindas. Había una que sí me llamaba la atención, pero no sabía por qué. Era una morocha linda, alta, pero parecía más grande que yo (en ese momento yo tenía 18 años). No tenía muchas tetas -es más, no tenía casi nada- pero si tenía una cola hermosa, y no se privaba de mostrarla: siempre caía con jeans ajustados, y hasta una vez vino con una calza gris gimnasio con una franja violeta arriba que me volvió loco.
En fin, la vieja nos dijo que formáramos grupos de a tres, porque de a cuatro era mucha gente, y ella tenía la "teoría" de que, de a tres, siendo un número impar, las decisiones no iban a poder quedar en empate (una vez, a otra profesora que me dijo lo mismo, le pregunté: "¿Y qué pasa si los tres decidimos cosas distintas?". Me dijo que no le complicase la existencia y buscara compañeros).
Yo no sabía qué hacer, porque era muy vergonzoso como para entablar conversaciones rápidamente con cualquiera. Siempre fui muy inseguro, y más en ese momento, porque estaba hace poco en Buenos Aires, y sentía que mi tonada catamarqueña era motivo de burlas en los demás. Hice la típica, y empecé a mirar para todos lados, como buscando grupo.
-Matías, ¿no? -me dijo alguien atrás mío, y me dí vuelta para mirarlo.
-Sí. ¿Cómo andás? -le dije sonriendo. Era un pibe de más o menos mi edad -¿Tenés grupo?
-Nos falta uno, ¿querés ser con nosotros? -me invitó, señalándome al otro miembro restante del grupo. Cuál fue mi emoción cuando lo ví: era ella, la morocha hermosa.
-Hola. Matías -la saludé dándole un beso en el cachete.
-María Laura. ¿Cómo estás? -me respone ella, simpática.
Hicimos el trabajo juntos, en mi departamento (vivía solo), sin ningún suceso importante que contar. Ella era amistosa, y muy inteligente. Por las cosas que me decía, era medio zurdita, pero no militaba en ninguna agrupación ni partido. Era muy crítica, pero no le gustaba entrar en discusiones con nosotros. Cuando yo le contaba las cosas de mi provincia, como los problemas con la megaminería, la corrupción imparable que había y esas cosas, ella siempre asentía y me daba siempre la razón. Me prestaba mucha atención cuando yo hablaba, y eso me gustaba. Hasta que, en cierto momento, me resultó medio exagerada en sus halagos y tratos para conmigo.
-Che, pará un poco, que no soy tu hijito como para que estés mimándome todo el tiempo, jaja -le tiré en broma, pero tratando de marcarle el terreno.
-¡Ay, ya sé, tonto! No soy tu madre, pero casi podría serlo, eh -me respondió, y me dejó un poco contrariado.
-¿Mi mamá, vos? Pfff, nena, ¿cuántos años tenés? -la desafié, pero no esperaba que me contestase de verdad.
-Treinta y tres, bobito.
-¡¿Qué?! ¿En serio? -me sorprendí, dejando a la vista mi ingenuidad.
-Sí -me dice ella levantando la cabeza, como sacando pecho por la edad.
-Uff, te juro que pensé que tenías 23, por ahí -se me escapó, y me puse colorado.
-Ay, sos un tarado -me dijo, y bajó la vista. No la pude ver mucho, pero me di cuenta que ella también se había sonrojado.
Retomando la historia, no había pasado nada más que eso, que no era nada. Yo no le tiré palos ni nada, porque me intimidaba chamuyarme a una mujer así. No sólo porque era más grande que yo, sino porque su personalidad no era la de una zorrita cualquiera, y no era de la onda esa de los palos y las indirectas.
El último día del cuatrimestre -un sábado- fui porque teníamos que firmar la libreta los que habíamos promocionado (yo llegué a promocionar gracias a la ayuda de Lau en el trabajo práctico). Y ahí estaba ella, sólo que ahora estaba distinta. Suelo ser medio boludo para esas cosas, pero pude darme cuenta que estaba maquillada y estaba producida mucho más linda que siempre. Entendí, también, que estaba así porque los sábados trabajaba en una compañía de seguros, y tenía que estar diez puntos para atender al público.
-Apa, te produjiste toda, che -le dije mientras me acercaba para saludarla.
-Sí, sí -me tiró apenas, y se dio vuelta y fue a buscar su libreta, que ya estaba con la firma de la titular de la cátedra.
Uh, qué pelotudo, pensé yo. La cagaste, y ahora no la vas a ver más, porque se termina el cuatrimestre. Me llamaron y fui a buscar mi libreta. Cuando salí del aula, la busqué con la mirada por entre los que iban saliendo, pero no estaba.
Me resigné, lo saludé a Julián (el compañero de grupo), y me fui para las escaleras. El aula estaba en el tercer piso del edificio y, siendo un sábado, no había nadie, solo los de Sociedad y Estado. Pensé en mejor ir al baño antes de viajar en el subte, porque sino no llegaba a mi casa.
Cuando salgo del baño, ya no había nadie, y me agarró esa nostalgia que te viene cuando sabés que no vas a ver a esos giles nunca más, y que, por ahí, hubieses preferido hacerte amigo de alguno para poder salir los findes o boludear por ahí.
En eso estaba cuando siento que me agarran del brazo. Era Lau, y me arrastró hasta el baño de mujeres. Me estaba clavando las uñas, y, no sé por qué, pensé que me iba a pegar. Siempre tiendo a pensar pelotudeces en casos como estos.
-¿Así que estoy toda producida? ¿Te gustó verme así, eh? -me susurró fuertemente al oído, y me pasó la mano por mis huevos.
Casi me explota la cabeza. Literalmente. Sentía cómo una vena que me cruzaba la sien me latía a mil por hora.
-¿Qué te pasa? -le dije, todavía medio extrañado, porque nunca la había visto así
-Ahora vas a ver qué me pasa.
Y me estampó un beso. Fue de esos besos violentos, con furia, con rabia. Sentía su lengua recorrer toda mi boca, y, cuando encontró la mía, la rodeaba para que se despertara. Y no tardé mucho en despertarla. Las dos lenguas se trenzaron en una batalla, parecían dos leones luchando por su territorio.
Su mano seguía sobándome los huevos, y cuando me percaté de eso, le agarré el culo con las dos manos, bien fuerte. Se lo apretaba, y después le separaba los cachetes lo máximo que podía, dado que tenía el jean.
En un momento, cuando el beso dejó de ser suficiente, me desprendió el cinto. Justo a tiempo, porque mi verga ya estaba completamente dura, y no aguantaba más tenerla ahí encerrada. Pensé que tendría que ayudarla, porque mi jean no tenía una bragueta con cremallera, sino que tenía botones.
-No hay cosa más incómoda que los botones -me dijo en el oído otra vez. Pero no lo dijo enojada; tenía una cara de pícara que no le había visto nunca antes. Bajó su otra mano y, de un tirón, rompió todos los botones, que saltaron por todo el baño. Me quedé con los ojos abiertos mirándola.
-Mucho mejor -dijo con cara de viciosa, y me dio una lamida desde el mentón hasta mi oreja, pasando por mis labios. Eso me puso a mil, y le pedí a Dios, Allah, Buda y a Ángel Labruna que me hicieran resistir mucho tiempo con esta mina antes de acabar.
Se agachó y, de una, me bajó el pantalón y el bóxer, que ya estaba un poco mojado por tanta excitación. Me agarró la pija, la levantó, y pasó su lengua desde la base hasta la cabeza. Cuando llegó a la punta, se la metió toda entera a la boca y se la tragó completa. Con sus labios casi llegaba hasta la base, y sentía cómo su lengua movediza hacía juegos por todo el tronco. Estuvo como cinco segundos así, y se la sacó rápido para poder respirar. Y empezó a chupármela de una forma exquisita. Nunca me habían chupado la pija así, pero no sólo por la locura con la que lo hacía, sino que tenía una técnica perfecta. Con su mano derecha me pajeaba la base, y chupaba la cabeza. Y después se la metía y se la sacaba de la boca, siempre con la mano agarrándola por delante de su boca.
Pasaron cinco minutos nada más, pero estaba a punto de acabarle toda la cara. La agarré de los pelos y la tiré hacia atrás. Ella me entendió, y se levantó. No le dije nada, pero no hizo falta. Mi cara debe haber sido la de un psicópata, porque ella solita mi miró y se metió en uno de los cubículos con los inodoros. Se bajó sensualmente el jean, haciéndome privilegiado de un streap-tease de primera calidad, y se quedó con la bombachita. Era una colaless blanca con bordes rojos y con lunares rosados. Me volvió completamente loco.
Se puso de rodillas en la tapa del inodoro (el baño de mujeres era considerablemente más limpio que el de hombres) y me miró haciendo trompita.
- ¿Menís o no? -me dijo, haciéndose la nenita y levantando la cola.
Creo que llegué de un solo salto, como un leopardo que se tira a agarrar a su presa sin dudarlo. Empezé a besarle la espalda baja, y seguí con su culo, pero no le saqué la colaless. Se le formaba un sapo increíble, y empecé a frotárselo por encima de la bombacha. Estaba empapada. Le besé esa empanada jugosa hermosa, pero siempre con la colaless, hasta que escuché un grito.
-¡Chupáme todo, la puta que te parió, dale!
-Pedímelo bien -le dije mirándola por arriba de su culo.
-Por favor, chupáme todo, miamor -me dijo con otra trompita y esa tonadita porteña que me ponía super caliente.
Le bajé la bombachita, y se la dejé a mitad de las piernas, entre las rodillas y su cola. No lo dudé ni un segundo, y le pasé la lengua desde abajo de todo (casi desde la panza; sí, tengo una lengua larga) hasta su ano. Y volví hasta la concha, que se me abría como una rosa. Se la empecé a chupar con mi mejor esfuerzo (mis amigos siempre me jodían con mi lengua, porque la podía mover a mucha velocidad). Con mi mano izquierda le acariciaba el clítoris, y con la derecha le amasaba una teta, por abajo de su remerita blanca semitransparente.
-¡Aaaaay, qué hijo de puta! -empezó a gritar, -dale, así me encanta, seguí, así, ahhhhhh.
Fue un solo segundo el que utilicé para pensar en que alguien nos podría escuchar desde afuera y entrar para ver qué pasaba, pero estaba tan fuera de mí que me importó tres carajos.
Le metía la lengua hasta el fondo, haciendo movimientos de arriba hacia abajo, y después de izquierda a derecha. Ella me agarró de los pelos y me empujaba hacia su concha. A decir verdad, me estaba casi asfixiando, porque tengo una nariz un poco grande, y no tenía espacio para respirar.
Me levanté, y ella seguía ahí, sin moverse de su lugar. Me agarré la pija, me pajeé durante cinco segundos para que recobrara su dureza, y se la ensarté de una, sin miramientos.
-Pará, boludo, que no tenés forro -se alarmó ella, y se dio vuelta para mirarme, mientras su cabeza golpeaba con los azulejos del baño.
Yo seguí dándole bomba sin mirarla a la cara, y se volvió a dar vuelta y empezó a gritar más fuerte que antes. Mi mano izquierda seguía con su clítoris, que estaba durito e hinchadito, y mi mano derecha ahora la utilicé en algo mejor.
Primero, se los llevé a la boca, y se entretuvo con ellos los primeros minutos. Pero después se los saqué, y empecé a jugar con su culo, mientras le seguía metiendo y sacando mi pija.
En un momento, sus gritos se cesaron, y entonces le di una embestida fuerte y se la dejé adentro por un rato, y ella largó un alarido hermoso, como música para mi verga. Sentí por mis huevos y mi pierna cómo corrían sus jugos, y los unté con mi mano derecha y volví a dárselos en la boca. La hija de puta los chupó como si estuviesen llenos de nutella.
Después de su orgasmo, volví al trabajo. Le seguía dando con fuerza y ritmo y ella empezó de nuevo a gemir y, más tarde, a gritar suavemente.
De repente, siento que la puerta del baño se abre, y me quedé paralizado. Laura me miró aterrorizada, y entendí lo que me quiso decir: la ropa y nuestras cosas habían quedado afuera del cubículo.
Los pasos se acercaron hasta donde habían quedado mis pantalones, y se escuchó un ruido, como si estuvieran oliendo profundamente.
-Qué hijos de puta -escuchamos que dijo una voz de una mujer -. Sigan, che, no los jodo más -y se fue.
No lo podía creer. Nos habían descubierto, pero nos dejó seguir con lo nuestro.
Era mi momento perfecto. Después de cuarenta minutos de acción, supuse que estaba lista. Le metí un dedo en el culo, de a poquito. Lau me miró enojada.
-¿Estás loco vos?
-No pasa nada, ya se fue.
-¿Y si vuelve alguien más?
-Vos fuiste la que empezó esto, así que ahora bancátela -le dije, y le enterré otro dedo en el orto.
-Ahhh, pedazo de... ahhhh, trolo reprimido, qué hacés, ahhhhh.
Era obvio que le encantaba. Seguí así unos cinco munitos más y, en un solo movimiento, saqué la pija de la concha y se la mandé en el ojete. ¡Qué apretado que estaba, mierda! Era la primera vez que le daba a alguien por el orto, pero después de todos los videos que había visto por internet, supuse que no sería tan difícil meterla. Claro, las de internet son actrices porno, acostumbradas a meterse tres pijas por día en el culo. Lau pegó un grito que me hizo cagar de miedo, pero, por suerte, no se la saqué. Me pegó una trompada en el pecho, pero no fue muy fuerte, así que imaginé que no quería que me detuviese.
Entré a bombearle el orto, con una mano le metía los dedos en la concha y con la otra le hacía "la tuerca": le apreté un pezón mientras se lo giraba de izquierda a derecha, como si estuviese enroscando una tuerca en un tornillo.
Duré cinco minutos, más o menos.
-Voy a acabar -le dije entre jadeos perrunos.
-Llename el orto de leche, dale -fue lo único que me dijo. Lo único que me dijo para que yo explotara.
Sentí un espasmo hermoso, y dí una última embestida. Por un momento, pensé que le iba a salir leche por la boca, de tanta cantidad de semen que me salió. No dejaban de venirme oleadas de leche y, cuando por fin terminaron, me recosté sobre su espalda transpirada, abrazándola.
Le dí un beso, pero me rechazó. Ahora sí que la cagaste, pensé.
-¿Qué te pensás? -me espetó -. A mi todavía me queda nafta, pendejo.
Esto me puso otra vez a mil, y, mientras veía cómo le empezaba a salir la leche de su culo abierto, agarré su mano e hice que me pajeara. Para mi sorpresa, se dio vuelta y me la empezó a chupar, cien veces mejor que antes.
Cuando estuvo otra vez parada (¡cómo no pararse con semejante mamada!), la puse contra la pared del cubículo, y le entré a dar por la concha de parados.
Estaba desencajado, no era yo. Le agarré las tetas y, como era más alta que ella, la levantaba y le seguía dando así, con sus pies en el aire.
En una de las levantadas, sentí otra vez cómo su cueva se apretaba y cómo pegaba un grito estremecedor. Le seguí dando sin detenerme, hasta que no aguantaba más.
-Me vengo, otra vez -le dije.
Automáticamente, se sacó la pija de la concha y se agachó. Me empezó a pajear y se puso con la boca abierta adelante de mi verga, como esperando que le llegara el chorro. Cuando esto fue así, ella se dio cuenta y se metió la cabeza en la boca.
-¡Ahhhhh, sí, que putita hermosa que sos! -le dije mientras miraba al techo, lleno de placer.
Se levantó, y sin decirme nada, se fue hasta donde estaba mi pantalón. Lo agarró, se lo llevó a la boca, y escupió toda mi leche en la parte del bolsillo izquierdo y en donde estaban antes los botones.
-¡¿Qué hacés, loca de mierda?!
-Si yo me vuelvo rengueando con el culo roto a casa, vos por lo menos te volvés con el jean enlechado -me contestó sonriendo.
-Bueno, me parece justo. ¿Nos volvemos a ver otro día? Tengo más pantalones con botones, y... a vos se te va a curar el culo -le insinué, mirándole la bombacha todavía mojada.
-Obvio, pendejo -y me estampó otro beso. Agarró sus cosas, se subió la colaless y el jean y se fue.
Me dio mucha gracia verla caminar lentamente y apoyándose en la pared. Aunque no me duró mucho, porque me tenía que poner ese pantalón destrozado para tomarme el palo. Lo que sí, me dio la sensación de que iba a ser una buena amistad.
Espero les haya gustado mi relato. Por favor, dejen las críticas que quieran, porque son las que me van a impulsar a contar más aventuras que tuve. Serán bien recibidas. Gracias por su tiempo. Saludos!!!
Era el año 2011, y me había venido a vivir a Buenos Aires hace unos meses para estudiar. El primer tiempo fue un poco difícil, ya que no conseguía hacer muchos amigos. El CBC es medio complicado, hay mucha gente pelotuda, y mucha otra que no estudia lo que vos querés estudiar, entonces se van haciendo grupitos y, por ahí, no quedás en ninguno.
Una de las materias que tenía que cursar era Sociedad y Estado, que es como historia argentina. Después del primer parcial (en el que me fue regular: me saqué un 5), la profesora nos dio un trabajo práctico grupal para que hiciéramos. Esa era la parte que yo odiaba, porque no me gustaba mucho hacer sociales con gente sólo para hacer un TP.
A la sede que yo iba (Puán), iban muchas más mujeres que varones. En general, eran normales, pero siempre había alguna que rajaba la tierra, y se creía la diosa del Olimpo. Yo siempre dije que no tenía un gusto definido para las mujeres; me podía gustar cualquiera, siempre y cuando me conquistara por su personalidad y carácter más que por su físico. Aunque toda la vida me llamaron la atención las chicas con rasgos exóticos en su rostro, cosas que salieran de lo común: más cachetonas, o con rasgos indios, o expresiones extrañas. Con el tiempo, sin embargo, me dí cuenta que la gran mayoría de las mujeres con las que había tenido algo eran morochas. De esas morochas bien morochas, hasta con los ojos negro azabache.
En mi comisión, la de Sociedad y Estado, no habían muchas mujeres lindas. Había una que sí me llamaba la atención, pero no sabía por qué. Era una morocha linda, alta, pero parecía más grande que yo (en ese momento yo tenía 18 años). No tenía muchas tetas -es más, no tenía casi nada- pero si tenía una cola hermosa, y no se privaba de mostrarla: siempre caía con jeans ajustados, y hasta una vez vino con una calza gris gimnasio con una franja violeta arriba que me volvió loco.
En fin, la vieja nos dijo que formáramos grupos de a tres, porque de a cuatro era mucha gente, y ella tenía la "teoría" de que, de a tres, siendo un número impar, las decisiones no iban a poder quedar en empate (una vez, a otra profesora que me dijo lo mismo, le pregunté: "¿Y qué pasa si los tres decidimos cosas distintas?". Me dijo que no le complicase la existencia y buscara compañeros).
Yo no sabía qué hacer, porque era muy vergonzoso como para entablar conversaciones rápidamente con cualquiera. Siempre fui muy inseguro, y más en ese momento, porque estaba hace poco en Buenos Aires, y sentía que mi tonada catamarqueña era motivo de burlas en los demás. Hice la típica, y empecé a mirar para todos lados, como buscando grupo.
-Matías, ¿no? -me dijo alguien atrás mío, y me dí vuelta para mirarlo.
-Sí. ¿Cómo andás? -le dije sonriendo. Era un pibe de más o menos mi edad -¿Tenés grupo?
-Nos falta uno, ¿querés ser con nosotros? -me invitó, señalándome al otro miembro restante del grupo. Cuál fue mi emoción cuando lo ví: era ella, la morocha hermosa.
-Hola. Matías -la saludé dándole un beso en el cachete.
-María Laura. ¿Cómo estás? -me respone ella, simpática.
Hicimos el trabajo juntos, en mi departamento (vivía solo), sin ningún suceso importante que contar. Ella era amistosa, y muy inteligente. Por las cosas que me decía, era medio zurdita, pero no militaba en ninguna agrupación ni partido. Era muy crítica, pero no le gustaba entrar en discusiones con nosotros. Cuando yo le contaba las cosas de mi provincia, como los problemas con la megaminería, la corrupción imparable que había y esas cosas, ella siempre asentía y me daba siempre la razón. Me prestaba mucha atención cuando yo hablaba, y eso me gustaba. Hasta que, en cierto momento, me resultó medio exagerada en sus halagos y tratos para conmigo.
-Che, pará un poco, que no soy tu hijito como para que estés mimándome todo el tiempo, jaja -le tiré en broma, pero tratando de marcarle el terreno.
-¡Ay, ya sé, tonto! No soy tu madre, pero casi podría serlo, eh -me respondió, y me dejó un poco contrariado.
-¿Mi mamá, vos? Pfff, nena, ¿cuántos años tenés? -la desafié, pero no esperaba que me contestase de verdad.
-Treinta y tres, bobito.
-¡¿Qué?! ¿En serio? -me sorprendí, dejando a la vista mi ingenuidad.
-Sí -me dice ella levantando la cabeza, como sacando pecho por la edad.
-Uff, te juro que pensé que tenías 23, por ahí -se me escapó, y me puse colorado.
-Ay, sos un tarado -me dijo, y bajó la vista. No la pude ver mucho, pero me di cuenta que ella también se había sonrojado.
Retomando la historia, no había pasado nada más que eso, que no era nada. Yo no le tiré palos ni nada, porque me intimidaba chamuyarme a una mujer así. No sólo porque era más grande que yo, sino porque su personalidad no era la de una zorrita cualquiera, y no era de la onda esa de los palos y las indirectas.
El último día del cuatrimestre -un sábado- fui porque teníamos que firmar la libreta los que habíamos promocionado (yo llegué a promocionar gracias a la ayuda de Lau en el trabajo práctico). Y ahí estaba ella, sólo que ahora estaba distinta. Suelo ser medio boludo para esas cosas, pero pude darme cuenta que estaba maquillada y estaba producida mucho más linda que siempre. Entendí, también, que estaba así porque los sábados trabajaba en una compañía de seguros, y tenía que estar diez puntos para atender al público.
-Apa, te produjiste toda, che -le dije mientras me acercaba para saludarla.
-Sí, sí -me tiró apenas, y se dio vuelta y fue a buscar su libreta, que ya estaba con la firma de la titular de la cátedra.
Uh, qué pelotudo, pensé yo. La cagaste, y ahora no la vas a ver más, porque se termina el cuatrimestre. Me llamaron y fui a buscar mi libreta. Cuando salí del aula, la busqué con la mirada por entre los que iban saliendo, pero no estaba.
Me resigné, lo saludé a Julián (el compañero de grupo), y me fui para las escaleras. El aula estaba en el tercer piso del edificio y, siendo un sábado, no había nadie, solo los de Sociedad y Estado. Pensé en mejor ir al baño antes de viajar en el subte, porque sino no llegaba a mi casa.
Cuando salgo del baño, ya no había nadie, y me agarró esa nostalgia que te viene cuando sabés que no vas a ver a esos giles nunca más, y que, por ahí, hubieses preferido hacerte amigo de alguno para poder salir los findes o boludear por ahí.
En eso estaba cuando siento que me agarran del brazo. Era Lau, y me arrastró hasta el baño de mujeres. Me estaba clavando las uñas, y, no sé por qué, pensé que me iba a pegar. Siempre tiendo a pensar pelotudeces en casos como estos.
-¿Así que estoy toda producida? ¿Te gustó verme así, eh? -me susurró fuertemente al oído, y me pasó la mano por mis huevos.
Casi me explota la cabeza. Literalmente. Sentía cómo una vena que me cruzaba la sien me latía a mil por hora.
-¿Qué te pasa? -le dije, todavía medio extrañado, porque nunca la había visto así
-Ahora vas a ver qué me pasa.
Y me estampó un beso. Fue de esos besos violentos, con furia, con rabia. Sentía su lengua recorrer toda mi boca, y, cuando encontró la mía, la rodeaba para que se despertara. Y no tardé mucho en despertarla. Las dos lenguas se trenzaron en una batalla, parecían dos leones luchando por su territorio.
Su mano seguía sobándome los huevos, y cuando me percaté de eso, le agarré el culo con las dos manos, bien fuerte. Se lo apretaba, y después le separaba los cachetes lo máximo que podía, dado que tenía el jean.
En un momento, cuando el beso dejó de ser suficiente, me desprendió el cinto. Justo a tiempo, porque mi verga ya estaba completamente dura, y no aguantaba más tenerla ahí encerrada. Pensé que tendría que ayudarla, porque mi jean no tenía una bragueta con cremallera, sino que tenía botones.
-No hay cosa más incómoda que los botones -me dijo en el oído otra vez. Pero no lo dijo enojada; tenía una cara de pícara que no le había visto nunca antes. Bajó su otra mano y, de un tirón, rompió todos los botones, que saltaron por todo el baño. Me quedé con los ojos abiertos mirándola.
-Mucho mejor -dijo con cara de viciosa, y me dio una lamida desde el mentón hasta mi oreja, pasando por mis labios. Eso me puso a mil, y le pedí a Dios, Allah, Buda y a Ángel Labruna que me hicieran resistir mucho tiempo con esta mina antes de acabar.
Se agachó y, de una, me bajó el pantalón y el bóxer, que ya estaba un poco mojado por tanta excitación. Me agarró la pija, la levantó, y pasó su lengua desde la base hasta la cabeza. Cuando llegó a la punta, se la metió toda entera a la boca y se la tragó completa. Con sus labios casi llegaba hasta la base, y sentía cómo su lengua movediza hacía juegos por todo el tronco. Estuvo como cinco segundos así, y se la sacó rápido para poder respirar. Y empezó a chupármela de una forma exquisita. Nunca me habían chupado la pija así, pero no sólo por la locura con la que lo hacía, sino que tenía una técnica perfecta. Con su mano derecha me pajeaba la base, y chupaba la cabeza. Y después se la metía y se la sacaba de la boca, siempre con la mano agarrándola por delante de su boca.
Pasaron cinco minutos nada más, pero estaba a punto de acabarle toda la cara. La agarré de los pelos y la tiré hacia atrás. Ella me entendió, y se levantó. No le dije nada, pero no hizo falta. Mi cara debe haber sido la de un psicópata, porque ella solita mi miró y se metió en uno de los cubículos con los inodoros. Se bajó sensualmente el jean, haciéndome privilegiado de un streap-tease de primera calidad, y se quedó con la bombachita. Era una colaless blanca con bordes rojos y con lunares rosados. Me volvió completamente loco.
Se puso de rodillas en la tapa del inodoro (el baño de mujeres era considerablemente más limpio que el de hombres) y me miró haciendo trompita.
- ¿Menís o no? -me dijo, haciéndose la nenita y levantando la cola.
Creo que llegué de un solo salto, como un leopardo que se tira a agarrar a su presa sin dudarlo. Empezé a besarle la espalda baja, y seguí con su culo, pero no le saqué la colaless. Se le formaba un sapo increíble, y empecé a frotárselo por encima de la bombacha. Estaba empapada. Le besé esa empanada jugosa hermosa, pero siempre con la colaless, hasta que escuché un grito.
-¡Chupáme todo, la puta que te parió, dale!
-Pedímelo bien -le dije mirándola por arriba de su culo.
-Por favor, chupáme todo, miamor -me dijo con otra trompita y esa tonadita porteña que me ponía super caliente.
Le bajé la bombachita, y se la dejé a mitad de las piernas, entre las rodillas y su cola. No lo dudé ni un segundo, y le pasé la lengua desde abajo de todo (casi desde la panza; sí, tengo una lengua larga) hasta su ano. Y volví hasta la concha, que se me abría como una rosa. Se la empecé a chupar con mi mejor esfuerzo (mis amigos siempre me jodían con mi lengua, porque la podía mover a mucha velocidad). Con mi mano izquierda le acariciaba el clítoris, y con la derecha le amasaba una teta, por abajo de su remerita blanca semitransparente.
-¡Aaaaay, qué hijo de puta! -empezó a gritar, -dale, así me encanta, seguí, así, ahhhhhh.
Fue un solo segundo el que utilicé para pensar en que alguien nos podría escuchar desde afuera y entrar para ver qué pasaba, pero estaba tan fuera de mí que me importó tres carajos.
Le metía la lengua hasta el fondo, haciendo movimientos de arriba hacia abajo, y después de izquierda a derecha. Ella me agarró de los pelos y me empujaba hacia su concha. A decir verdad, me estaba casi asfixiando, porque tengo una nariz un poco grande, y no tenía espacio para respirar.
Me levanté, y ella seguía ahí, sin moverse de su lugar. Me agarré la pija, me pajeé durante cinco segundos para que recobrara su dureza, y se la ensarté de una, sin miramientos.
-Pará, boludo, que no tenés forro -se alarmó ella, y se dio vuelta para mirarme, mientras su cabeza golpeaba con los azulejos del baño.
Yo seguí dándole bomba sin mirarla a la cara, y se volvió a dar vuelta y empezó a gritar más fuerte que antes. Mi mano izquierda seguía con su clítoris, que estaba durito e hinchadito, y mi mano derecha ahora la utilicé en algo mejor.
Primero, se los llevé a la boca, y se entretuvo con ellos los primeros minutos. Pero después se los saqué, y empecé a jugar con su culo, mientras le seguía metiendo y sacando mi pija.
En un momento, sus gritos se cesaron, y entonces le di una embestida fuerte y se la dejé adentro por un rato, y ella largó un alarido hermoso, como música para mi verga. Sentí por mis huevos y mi pierna cómo corrían sus jugos, y los unté con mi mano derecha y volví a dárselos en la boca. La hija de puta los chupó como si estuviesen llenos de nutella.
Después de su orgasmo, volví al trabajo. Le seguía dando con fuerza y ritmo y ella empezó de nuevo a gemir y, más tarde, a gritar suavemente.
De repente, siento que la puerta del baño se abre, y me quedé paralizado. Laura me miró aterrorizada, y entendí lo que me quiso decir: la ropa y nuestras cosas habían quedado afuera del cubículo.
Los pasos se acercaron hasta donde habían quedado mis pantalones, y se escuchó un ruido, como si estuvieran oliendo profundamente.
-Qué hijos de puta -escuchamos que dijo una voz de una mujer -. Sigan, che, no los jodo más -y se fue.
No lo podía creer. Nos habían descubierto, pero nos dejó seguir con lo nuestro.
Era mi momento perfecto. Después de cuarenta minutos de acción, supuse que estaba lista. Le metí un dedo en el culo, de a poquito. Lau me miró enojada.
-¿Estás loco vos?
-No pasa nada, ya se fue.
-¿Y si vuelve alguien más?
-Vos fuiste la que empezó esto, así que ahora bancátela -le dije, y le enterré otro dedo en el orto.
-Ahhh, pedazo de... ahhhh, trolo reprimido, qué hacés, ahhhhh.
Era obvio que le encantaba. Seguí así unos cinco munitos más y, en un solo movimiento, saqué la pija de la concha y se la mandé en el ojete. ¡Qué apretado que estaba, mierda! Era la primera vez que le daba a alguien por el orto, pero después de todos los videos que había visto por internet, supuse que no sería tan difícil meterla. Claro, las de internet son actrices porno, acostumbradas a meterse tres pijas por día en el culo. Lau pegó un grito que me hizo cagar de miedo, pero, por suerte, no se la saqué. Me pegó una trompada en el pecho, pero no fue muy fuerte, así que imaginé que no quería que me detuviese.
Entré a bombearle el orto, con una mano le metía los dedos en la concha y con la otra le hacía "la tuerca": le apreté un pezón mientras se lo giraba de izquierda a derecha, como si estuviese enroscando una tuerca en un tornillo.
Duré cinco minutos, más o menos.
-Voy a acabar -le dije entre jadeos perrunos.
-Llename el orto de leche, dale -fue lo único que me dijo. Lo único que me dijo para que yo explotara.
Sentí un espasmo hermoso, y dí una última embestida. Por un momento, pensé que le iba a salir leche por la boca, de tanta cantidad de semen que me salió. No dejaban de venirme oleadas de leche y, cuando por fin terminaron, me recosté sobre su espalda transpirada, abrazándola.
Le dí un beso, pero me rechazó. Ahora sí que la cagaste, pensé.
-¿Qué te pensás? -me espetó -. A mi todavía me queda nafta, pendejo.
Esto me puso otra vez a mil, y, mientras veía cómo le empezaba a salir la leche de su culo abierto, agarré su mano e hice que me pajeara. Para mi sorpresa, se dio vuelta y me la empezó a chupar, cien veces mejor que antes.
Cuando estuvo otra vez parada (¡cómo no pararse con semejante mamada!), la puse contra la pared del cubículo, y le entré a dar por la concha de parados.
Estaba desencajado, no era yo. Le agarré las tetas y, como era más alta que ella, la levantaba y le seguía dando así, con sus pies en el aire.
En una de las levantadas, sentí otra vez cómo su cueva se apretaba y cómo pegaba un grito estremecedor. Le seguí dando sin detenerme, hasta que no aguantaba más.
-Me vengo, otra vez -le dije.
Automáticamente, se sacó la pija de la concha y se agachó. Me empezó a pajear y se puso con la boca abierta adelante de mi verga, como esperando que le llegara el chorro. Cuando esto fue así, ella se dio cuenta y se metió la cabeza en la boca.
-¡Ahhhhh, sí, que putita hermosa que sos! -le dije mientras miraba al techo, lleno de placer.
Se levantó, y sin decirme nada, se fue hasta donde estaba mi pantalón. Lo agarró, se lo llevó a la boca, y escupió toda mi leche en la parte del bolsillo izquierdo y en donde estaban antes los botones.
-¡¿Qué hacés, loca de mierda?!
-Si yo me vuelvo rengueando con el culo roto a casa, vos por lo menos te volvés con el jean enlechado -me contestó sonriendo.
-Bueno, me parece justo. ¿Nos volvemos a ver otro día? Tengo más pantalones con botones, y... a vos se te va a curar el culo -le insinué, mirándole la bombacha todavía mojada.
-Obvio, pendejo -y me estampó otro beso. Agarró sus cosas, se subió la colaless y el jean y se fue.
Me dio mucha gracia verla caminar lentamente y apoyándose en la pared. Aunque no me duró mucho, porque me tenía que poner ese pantalón destrozado para tomarme el palo. Lo que sí, me dio la sensación de que iba a ser una buena amistad.
Espero les haya gustado mi relato. Por favor, dejen las críticas que quieran, porque son las que me van a impulsar a contar más aventuras que tuve. Serán bien recibidas. Gracias por su tiempo. Saludos!!!
5 comentarios - Mi compañerita veterana