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la nena de papa parte 3

Muy bien, chicos, hoy no se trata de lucir bañadores sino ropa de gala: la nena de papá está ahora en su baile de graduación del instituto – señaló Diego.

- Nos has puesto muy guapos – comenté.

Papá estaba guapísimo, con un traje muy elegante, con una corbata de color granate, realmente me gustaba verle así. Se lo merecía. La vida no le había dado muchas oportunidades y ahora estaba disfrutando de un baile con su princesa, que era yo. A mí me habían puesto un vestido de tirantes con bastante escote, y muy liviano, tanto que como iba sin sujetador se me marcaban los pezones. Era un vestido cortito, apenas llegaba a un tercio de muslo. Y muy ajustado al cuerpo en la parte superior, por debajo más suelto.

Bailamos para Diego. Papá me cogió por la cintura y me miraba a los ojos. Estaba feliz, no fingía. Me sonreía. Diego tomó varias fotos. Después añadiría en el ordenador a otros padres y otras hijas bailando alrededor. Pero nosotros teníamos que estar pendientes solo el uno del otro. Mirarnos con absoluta devoción, rendidos el uno al otro, él tenía que captar esas caras. La de un papá y su mujercita. Orgullosos el uno del otro.

- Vale, ahora salimos a la calle y está lloviendo. Macarena, ¿tienes todo listo?

- Sí, Diego.

Con un fondo de una calle y el suelo lleno de plásticos, Macarena apareció con una especie de grifo de ducha. Diego apagó las luces y encendió sólo un par de focos. Estábamos solos en una calle, de noche, iluminados por las farolas. Mojándonos.

- Carlos, quítate la chaqueta y tapa a tu nena – le indicó – y cuidado que vamos a mojaros.

Papá como un caballero, se quitó la chaqueta y me cubrió. Yo puse carita de incomodidad por la lluvia y me acurruqué mientras él me abrazaba. Macarena accionó el mecanismo y empezó a caer agua sobre nosotros, parecía que realmente llovía, y Diego de nuevo no paraba de disparar la cámara recogiendo los gestos. El agua que caía, no obstante, estaba a un temperatura agradable.

- Papá y su nena se miran – dijo Diego. Nos miramos el uno al otro, de frente, yo aún con su chaqueta en mis hombros. – Acercad esas caritas, como si fuerais a daros un beso.

Papá acercó su rostro al mío, yo no le quitaba ojo a su mirada.

- Carlos, mira el escote de tu hija – dijo Diego captando ese momento como si fuera una mirada furtiva. – Muy bien, chicos. Carlos, cógele a Marta la cara con tus dos manos, por los lados... Así. Y ahora Marta, tu mano derecha apóyala en el pecho de tu padre. Estupendo.

Estábamos chorreando agua, pero era muy agradable.

- Bésala – señaló Diego. Y nos volvimos locos, nos dejamos llevar por sus instrucciones. Fue un beso muy apasionado. Mi padre recorrió mi boca con su lengua, haciendo que bailara con la mía, dándome un beso muy muy especial, mordiendo con dulzura mis labios.

- Tus manos a su culo.

Así lo hizo y yo me quería morir de gusto.

- Métele la mano por debajo del vestido y acaríciale el culo – le dijo.

- Recuerda que no llevo bragas – le susurré a mi padre, que sonrió y me siguió besando.

- Marta, con una mano desabrocha despacito la camisa de tu padre, botón a botón.

Lo hice, le solté un poco la corbata y me fui deshaciendo de los botones y aporté de mi cosecha el acariciarle el pecho y los abdominales cuando quedaron libres... El agua no paraba de caer. El efecto de las gotas sobre su escultural cuerpo lo hacía aún más irresistible.

- Pónte tú la corbata de tu padre – me dijo Diego. Lo hice, intentando detener el beso lo mínimo posible. Me costaba seguir a Diego a veces, mi cabeza tenía su propio ritmo, por eso le saqué a mi padre la camisa del todo y acaricié sus bíceps, sus brazos fuertes con los que me protegía. Con la otra mano seguía con esos abdominales que tan loca me volvían.

- La cremallera del vestido, Carlos. El cinturón de tu padre, Marta.

Casi no hacía falta decirnos nada. Mi padre fue bajando a lo largo de mi espalda la cremallera con una mano y con la otra acariciando la piel que iba quedando libre. Llegó al final de la espalda y metió sus dos manos grandes y maduras hacia mis desnudas nalgas, masajeándolas mientras yo terminaba de desabrochar su cinturón y procedía a hacer lo mismo, sin que nadie me lo mandara, con el botón de su pantalón para de inmediato bajarle la cremallera e introducir una mano con la que le acariciaba la polla por encima del calzoncillo.

- Chicos, parad un momento, nos vamos al garaje, lo siguiente es en el coche.

Macarena paró de echar agua, todo estaba muy mojado, sobre todo mi vagina. El suelo de Diego nos daba igual, queríamos ir a que se fotografiara la siguiente secuencia antes de que se nos pasara el calentón. Mi padre me cogió en brazos, con el vestido a medio quitar como estaba y sin nada debajo y fue a paso rápido hacia el coche que estaba en el garaje de Diego, como nos había explicado al principio de la tarde. Ellos nos seguían, sabiendo que había que ir muy deprisa para no perder la magia. Por el camino, y sin que nadie nos fotografiara, mi padre me seguía dando besos y yo le regalaba mi boca porque era de él.

- El coche está abierto, Carlos, métela dentro y termina de quitarle el vestido.

En pocos segundos estaba tirada sobre los asientos de atrás del coche y mi padre hábilmente me quitaba el vestido hasta dejarme desnuda ante él. Sólo me quedaban su corbata y los tacones, puesto que no llevaba medias. Mi padre desnudo de cintura para arriba, se inclinó encima de mí y mi mano, hábil, volvió a meterse por su pantalón y esta vez también por debajo del calzoncillo y empezó a sobarle la polla. Mi padre me besaba con pasión, yo era consciente de que tenía encima de mí a un toro que estaba frenando su instinto por poseerme y al que muy pronto nada podría parar.

Diego se había metido en los asientos delanteros y Macarena le auxiliaba con un foco pero apenas estábamos haciendo caso al uno o al otro. Mi mano empujó el pantalón de mi padre para abajo arrastrando con él el calzoncillo dejándolos a medio muslo y liberando a aquel titán que mi padre escondía entre sus piernas. Pajeándolo a manos llenas mientras él, que tenía una mano quieta en mi espalda, usaba la otra para masajearme las tetas con fruición. Pronto dejó de besarme y bajó su cabeza hasta mis tetas y empezó a devorar una de ellas. Diego hacía fotos de todo. Mi padre saboreaba con placer mi pecho, disfrutando de mi pezón, que trabajó con bravura con su lengua. Cuando pasó al otro pecho, la mano que tenía ahora libre no se quedó quieta, sino que me fue palpando por el abdomen para abajo hasta que encontró mi vagina, y empezó a acariciarla. Yo ya gemía como una perra. Empezó a hacer algunos círculos y a acariciarme la vagina superficialmente hasta que fue introduciendo uno de sus dedos en mi interior. Mis jadeos eran antológicos puesto que mientras me hacía eso me seguía comiendo las tetas. Introdujo un segundo dedo y mi éxtasis fue absoluto, tuve un orgasmo increíble y la cámara de Diego podía captarlo todo porque iba a la velocidad de la luz: mi cara, mis pechos, mi vagina, todo. Creo que los ojos se me debieron entornar, y papá volvió a besarme la boca. Con mi mano acariciaba la polla del semental, que aún estaba ansiosa por tener un papel más protagonista.

Y de repente noté que me la metía. Yo no podía estar más cachonda y él era un caballo salvaje penetrando a su potrilla. Empezó a follarme con fuerza y firmeza, a un ritmo salvaje que me estaba volviendo loca. Aquello era un hombre. Su rígida barra de metal se había ajustado a la perfección a mi cavidad y entraba y salía con una facilidad inusitada. Era el mejor momento de mi vida, no quería que terminara nunca. No tardé en notar que mis entrañas se estremecían y que un segundo orgasmo estaba llegando. Chillé como una posesa mientras Diego debía estar alucinando con lo que su cámara captaba.

De pronto mi padre sacó la polla de dentro de mí y no volvió a introducirla. La dejó fuera y me giró. Yo ya sabía lo que iba a pasar, me agaché y puse mi cabeza a la altura de su polla. Él iba a correrse pero yo quería que lo hiciera dentro de mí y me la metí en la boca, mamándosela desesperada.

- No, fuera, fuera – dijo Diego sabiendo que si se corría dentro de mí no sería tan llamativo en una foto.

Me aparté y abrí mi boquita, sacando la lengua y mirando a los ojos a mi padre que estaba desbocado. Él iba a pajearse para correrse en mi lengua pero me adelanté y con mi mano le pajeé yo. Mi lengua estaba junto a su polla, a escasos milímetros y me acerqué aún más para colocarla bajo su glande, tocándoselo con la punta, lo cual desencadenó que un chorro enorme de esperma saliera disparado hacia mi boca, colándose en su interior y dejando mi lengua empapada y mi boca llena de líquido. Un segundo chorro empapó toda mi cara y yo no paraba de pajearle y dirigí el tercero hacia mis tetas. La cara de mi padre, que yo seguía mirando, era de liberación y absoluto placer. Yo miré a la cámara de Diego enseñando orgullosa el trofeo que llenaba mi lengua y mi boca y ante él me lo tragué todo, volviendo a enseñar mi boquita ya vacía.

Esa noche desde mi habitación escuché cómo papá y mamá gritaban entre ellos. Mi madre le insultaba por no tener trabajo y le decía que era un inútil. Lo siguiente que escuché fue un portazo. Me quedé escuchando para ver quién se había ido y supe que era mi madre porque al momento pude escuchar pequeños sollozos de mi padre.

Automáticamente salí del cuarto y me dirigí a la habitación de mis padres. Allí estaba el rey de mi vida sentado en la cama, como si estuviera acostado y simplemente se hubiera incorporado, secándose con las manos al verme entrar intentando disimular las lágrimas. Las sábanas estaban apartadas así que le vi de cuerpo entero con una camiseta gris y un pantalón blanco de pijama. Yo vestía una camisetita blanca y unas braguitas de color rosa. Me senté junto a papá y le besé la cara. Lo abracé y me abrazó, y le empujé cariñosamente sobre la cama, tumbándole. Me coloqué encima de él, como cuando estábamos en la playa. Con la ropa puesta, coloqué mi vagina directamente en contacto sobre su polla, y pronto noté que se iba endureciendo. Mi padre me miraba con agradecimiento:

- Eres mi princesa.

- Y tú mi rey. Mereces princesas y no brujas – le dije.

Y empecé un movimiento lento pero continuo de caderas masajeándole la polla con mi pelvis, mientras bajaba mi cuerpo hacia él y le besé muy despacio pero amorosamente en la boca. Nuestras lenguas disfrutaban en compañía la una de la otra. Metí mi mano por debajo de su camiseta y le acaricié el pecho, ese pecho que tan protegida me hacía sentir y que ahora era mío, solo mío y no tenía que compartirlo.

- ¿Me vas a hacer el amor despacito? – le pregunté.

- Sí.

Se incorporó y me tumbó en el lugar que ocupaba él. Se quitó la camiseta y se quedó mirándome, como quien mira a un tesoro. Con dulzura, quitó mi camiseta y lamió mis pechos, comiéndolos con mucho cariño, como si fueran un dulce manjar que quisiera disfrutar poco a poco. Mientras yo recorría su espalda fuerte con mis manos.

Él se incorporó otra vez y agarró mis braguitas con sus manos, por el lateral. Yo levanté suavemente el culito de la cama para facilitarle el trabajo y me las quitó. Y a continuación se quitó el pantaloncito del pijama. No llevaba calzoncillos debajo. Yo estaba tumbada completamente y él se tumbó encima mío, pegando bien su cuerpo al mío y buscando mi boca, en un beso largo y profundo, en un nuevo baile de lenguas en el que ambos vibrábamos de pasión y deseo. Con una mano se ayudó para dirigir su polla hacia la entrada de mi vagina y me la metió. Presionó y la llevó hasta el fondo de mí, sin dejar de besarme. Y empezó un rítmico vaivén mientras seguíamos besándonos y me acariciaba los brazos y los pechos y yo a él la espalda y el pelo. Podía sentir la dureza de su larga broca taladrando mis entrañas y llegando hasta el fondo, llenándome de él, yo podía sentir la felicidad en ese momento, el culmen de la protección, nada ni nadie podía hacernos daño ni separarnos.

Él empezó a embestirme con más fuerza, estaba transformándose en ese toro pasional que llevaba por dentro y yo le pedía más, quería sentir nuevamente un orgasmo con él y quería que esta vez se corriera en mi interior, que sus chorros de leche inundaran mi vagina entera.

En ese momento se escuchó la puerta de la calle. Nuestros jadeos cesaron. Nos quedamos petrificados, nos miramos en silencio. Unos pasos avanzando por el pasillo. Estábamos paralizados, él aún con su polla durísima en mi interior y sin sábanas que nos protegieran. Yo no quería que me la sacara, no podía, era mi semental y si en algún lugar tenía que estar su polla era en mi interior. Él tampoco hizo movimiento alguno para sacarla. Nos cogimos las manos. Nuestras cabezas se giraron hacia la puerta de la habitación, que estaba completamente abierta.

Los pasos entraron en el trastero, que estaba justo al lado. Se escucharon tintinear unas llaves, la puerta se cerró nuevamente y los pasos se volvieron a dirigir a la calle, escuchándose un portazo aún más fuerte que el anterior. Probablemente mi madre había entrado a por la llave de la casa de mis abuelos, de la que teníamos una copia ahí, para entrar a su casa sin despertarles por la hora.

Mi padre y yo nos miramos. En esos tres tensos minutos en que casi habíamos sido pillados, su polla había permanecido en mi interior sin perder vigor ni por un instante. Al revés, estando aún más dura si cabía, pudiendo yo sentir su presión en mis paredes vaginales. Cuando se escuchó el portazo mi padre me miró, yo le miré, y empezó a embestirme con furia, con mucha furia. Unas embestidas fuertes y rabiosas, mi toro bravo me necesitaba para expulsar su bravura, para vaciar sus testículos de su varonía y compartirla con su ternerita, que estaba ansiosa de leche.

Esa noche mi padre y yo dormimos muy relajadamente. Desnuditos y muy juntitos, protegiéndome él con su cuerpo y muy cogidos de la mano.

Cuando me desperté él seguía dormido. Yo tenía que ir a clase pero faltaba una hora para eso así que comprobé que como buen macho que era su polla estaba dura ya desde por la mañana, y me coloqué sobre él, lo cual le despertó. Se despertó con su hijita metiéndose su polla en la vagina. Me miró con ojos de sueño y me incliné sobre él, dándole besitos en la cara, en el cuello, en los labios, y muy lentamente fui yo esta vez la que inicié unos movimientos rítmicos y muy sensuales con ayuda de mis caderas.

- ¿Qué haces?

- Quiero mi biberón.

Cuando le tenía bien calentito, me aparté de él y bajé la cabecita hasta su polla. Se la sujeté con una mano y empecé a chupar con delicadeza. Primero le lamí el glande muy despacito y con mucho cuidado. Y luego me la introduje entera en la boca. Y la fui metiendo y sacando en mi boca a un ritmo cada vez más rápido y sin dejar de mirarle a los ojos. Acabó dándome lo que quería: mi desayuno en forma de leche que me tragué hasta la última gota y que me daría energía para superar las horas que estaría fuera de casa sin él.

La sesión de fotos de esa tarde, nos contó Diego, consistiría en que alguien quería hacerle a su papá un regalo muy especial por su cumpleaños. En las fotos mi padre estaría sentado en una silla, atado de pies y manos, y su nena, que estaría vestida de colegiala, haría un striptease integral para él, dejándole muy calentito y acabaría sentándose encima de él y cabalgándole.

Además, todo culminaría con una incursión en el sexo anal. Fue escuchar esas palabras y mi cuerpo entero se estremeció, porque nunca lo habíamos practicado y realmente me apetecía sentir a mi papá en todos los orificios de mi cuerpo y también en ese, porque le correspondía, era su derecho.

- La novedad, nos contó Diego - es que esta vez la nena no será Marta, sino su hermana mayor.

- ¿Y quién es mi hermana mayor????? No tengo hermanas – dije sorprendida.

- Pero me la he inventado – respondió Diego.

Y Macarena entró por la puerta vestida de colegiala. Tenía una blusa blanca muy escotada y atada por la cintura, mostrando su ombligo, y una faldita muy muy corta a cuadros. Tenía una cara de viciosa que no podía con ella y ahí entendí que no era tan mosquita muerta como había querido hacernos ver en todo este tiempo... Y para colmo estaba realmente sexy.

- La hija mayor de nuestro papá quiere festejar el cumpleaños de papaíto regalándole no sólo un striptease sino también su culito.

Macarena miró a mi padre de arriba abajo con una cara de vicio impresionante y relamiéndose los labios.

- He traído vaselina – dijo mostrando un frasquito que tenía en la mano.

Protesté:

- Diego, esto no estaba en el contrato.

- Sí que lo estaba – contestó...

- Pues no acepto – dije.

- Ni yo – me dio la razón mi padre.

- En el contrato dice también que si os negáis a algo de un listado de cosas, entre las que aparece ésta, tendréis que devolverme todo lo que os he pagado hasta ahora más una indemnización.

- No es justo... – protesté.

Diego nos acercó los contratos y efectivamente, habíamos firmado también esa condición. Me enfurecí pero mi padre me intentó calmar:

- Hija, piensa en el dinero, esto lo empezamos por el dinero...

- ¿Qué piense en el dinero? ¿Te vas a follar a esta zorra?

- Cálmate, Marta, viene en los contratos que firmamos...

Salí de allí llorando, más que por la rabia de la situación porque mi padre no parecía disgustado en absoluto con lo que iba a pasar.

- Adiós, Marta – escuché a Diego – tienes la tarde libre.

Estuve en casa llorando y viendo pasar las horas sin que mi padre apareciera. Seguro que estaba follándose a esa fulana cuando debería estar atendiéndome a mí. ¿Cómo podía ser tan imbécil?

Llegó la noche y mi padre no aparecía. De repente me llegó un mensaje: “No me esperes despierta, cariño, mañana te cuento”. Le contesté: “Vete a la mierda”. Y apagué el móvil. No quería saber nada más de él. Mi madre tenía razón...

Me metí en la ducha llena de furia, y al salir me puse una falda corta, top ajustado y taconazos. Ni sujetador ni bragas. Me pinté como una furcia que es lo que quería ser esa noche y salí de caza. Me metí en un bar y me senté en la barra y pedí una copa esperando que llegara algún chico a decirme algo.

- Buenas noches, Martita – escuché una voz – te vi por la calle y no pude evitar seguirte.

Cuál sería mi sorpresa cuando me giro y veo el careto de Diego...

- ¿No vienes hoy con tu padre?

- No te hagas el gracioso...

- Auu, estás que arañas esta noche, gatita... Tu padre se ha ido a casa de Macarena a seguírsela tirando. Se lo pasaron muy bien esta tarde...

- No me digas...

- Como lo oyes, pero yo puedo ser esta noche tu papaíto.

- Que te follen.

- Qué boquita tienes... otros días eras más modosita. Anda, deja que te invite a la siguiente – dijo pasándome los dedos por la mejilla y mirándome las tetas – realmente estás para comerte, no entiendo cómo tu papaíto te tiene desatendida.

- ¿Qué quieres? ¿Que me enrolle contigo? ¿También lo pone en el contrato que firmé?

- Pues mira tú por dónde... – dijo haciéndose el interesante – sí que lo pone...

Puso su mano en mi muslo y la subió por la parte de atrás subiendo descaradamente hasta palparme el culo:

- Vaya, vaya, si con las prisas te has olvidado las braguitas... ¿Tantas ganas tienes de que te estrenen el culete? – e introdujo la punta de uno de sus dedos por mi agujerito mientras yo le miraba tensa.

Y recordé la voz de mi padre: “Hija, piensa en el dinero, esto lo empezamos por el dinero”.

Me dejé hacer. Me sentía una auténtica zorra pero empecé a besar a Diego apasionadamente mientras él seguía hurgando con su dedo en el interior de mi culo y yo quería entregárselo esta noche. No siendo que mi padre quisiera inaugurarlo y yo como una tonta le cediera la exclusividad. No, mi culo sería para Diego esa misma noche, y allí mismo.

- Vamos al baño – le dije.

(continuará...)

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