Dany se sentía frágil como el cristal en sus manos, y no se atrevía a confiar en sus piernas. Se quedó allí, desvalida y temblorosa con su túnica matrimonial de seda, mientras él ataba los caballos; cuando se volvió para mirarla, ella se echó a llorar.
–No –dijo Khal Drogo, que contemplaba sus lágrimas con un rostro extrañamente inexpresivo.
Alzó la mano y se las secó rudamente con un pulgar encallecido.
–Hablas la lengua común –se maravilló Dany.
–No –repitió él.
Quizá fuera la única palabra que conocía, pensó, pero al menos conocía una, más de lo que ella esperaba. Aquello hizo que se sintiera mejor en cierto modo. Drogo le rozó el cabello con suavidad; acarició con los dedos las hebras de oro blanco de su pelo, al tiempo que murmuraba algo en dothraki. Dany no comprendió lo que decía, pero su tono de voz era cálido y tenía una ternura que nunca habría esperado de aquél hombre.
Le puso un dedo bajo la barbilla y le levantó la cabeza para que lo mirase a los ojos. Drogo se alzaba muy por encima de ella; superaba en estatura a todo el mundo. La asió suavemente por debajo de los brazos, la alzó y la sentó en una roca redondeada junto al arroyo. Luego se sentó en el suelo ante ella con las piernas cruzadas. Por fin, sus rostros estaban a la misma altura.
–No –dijo.
–¿Es la única palabra que sabes decir?
Drogo no respondió. La larga trenza, muy gruesa, caía hasta el suelo junto a él. Se la echó por encima del hombro derecho y empezó a quitarse las campanillas del pelo, una a una. Tras un instante de vacilación, Dany se inclinó hacia delante para ayudarlo. Cuando terminaron, Drogo hizo un gesto. Ella lo comprendió. Lentamente, con mucho cuidado, empezó a deshacerle la trenza.
Le llevó mucho tiempo. Durante largo rato, Drogo permaneció sentado, en silencio, observándola. Cuando hubo terminado, sacudió la cabeza, y la cabellera cayó sobre su espalda como un río de oscuridad, aceitado y brillante. Dany no había visto nunca una melena tan larga, tan negra, tan espesa.
Entonces le tocó el turno a él. Empezó a desvestirla.
Tenía dedos hábiles y sorprendentemente amables. Una a una le fue quitando las capas de seda, con ternura, mientras Dany permanecía inmóvil y silenciosa, mirándolo a los ojos. Cuando le dejó al descubierto los pechos menudos, ella no pudo contenerse: desvió la mirada y se cubrió con las manos.
–No –dijo Drogo. Le apartó las manos de los pechos suavemente, pero con firmeza, y le alzó el rostro de nuevo para que lo mirase–. No–repitió.
–No –dijo ella como un eco.
La hizo levantarse y la atrajo hacia si para quitarle la última prenda de seda. Dany notó el aire gélido de la noche en la piel desnuda. Se estremeció y se le puso la carne de gallina. Tenía miedo de lo que iba a suceder a continuación, pero durante unos momentos no pasó nada. Khal Drogo se quedó sentado con las piernas cruzadas y se dedicó a mirarla, como si se bebiera su cuerpo con los ojos.
Al cabo de un rato empezó a tocarla. Primero suavemente, luego con mas energía. Dany presentía la fuerza brutal de sus manos, pero en ningún momento sintió dolor. Le tomó la mano y acarició los dedos, uno a uno. Le rozó la pierna con delicadeza. Le acarició el rostro, recorrió la curva de sus orejas, le pasó un dedo por los labios. Le puso ambas manos en el pelo y se lo peinó con los dedos. Le dio la vuelta, le hizo un masaje en los hombros y deslizó un nudillo por la columna vertebral.
Pareció que transcurría una eternidad antes de que las manos del hombre llegaran por fin a sus pechos. Acarició la piel delicada hasta que la sintió erizarse. Hizo girar los pezones con los pulgares, los pellizcó suavemente y empezó a tirar de ellos, muy ligeramente al principio, luego con mas insistencia, hasta que estuvieron tan erectos que empezaron a dolerle.
Solo entonces se detuvo, y la sentó en su regazo. Dany estaba ruborizada y sin aliento, sentía el corazón desbocado en el pecho. Drogo le sostuvo el rostro con ambas manos y la miró a los ojos.
–¿No? –dijo.
Dany supo que era una pregunta. Le tomó la mano y la llevó hacia abajo, hacia la humedad, entre sus muslos.
–Si –susurró mientras guiaba el dedo del hombre hacia su interior.
–No –dijo Khal Drogo, que contemplaba sus lágrimas con un rostro extrañamente inexpresivo.
Alzó la mano y se las secó rudamente con un pulgar encallecido.
–Hablas la lengua común –se maravilló Dany.
–No –repitió él.
Quizá fuera la única palabra que conocía, pensó, pero al menos conocía una, más de lo que ella esperaba. Aquello hizo que se sintiera mejor en cierto modo. Drogo le rozó el cabello con suavidad; acarició con los dedos las hebras de oro blanco de su pelo, al tiempo que murmuraba algo en dothraki. Dany no comprendió lo que decía, pero su tono de voz era cálido y tenía una ternura que nunca habría esperado de aquél hombre.
Le puso un dedo bajo la barbilla y le levantó la cabeza para que lo mirase a los ojos. Drogo se alzaba muy por encima de ella; superaba en estatura a todo el mundo. La asió suavemente por debajo de los brazos, la alzó y la sentó en una roca redondeada junto al arroyo. Luego se sentó en el suelo ante ella con las piernas cruzadas. Por fin, sus rostros estaban a la misma altura.
–No –dijo.
–¿Es la única palabra que sabes decir?
Drogo no respondió. La larga trenza, muy gruesa, caía hasta el suelo junto a él. Se la echó por encima del hombro derecho y empezó a quitarse las campanillas del pelo, una a una. Tras un instante de vacilación, Dany se inclinó hacia delante para ayudarlo. Cuando terminaron, Drogo hizo un gesto. Ella lo comprendió. Lentamente, con mucho cuidado, empezó a deshacerle la trenza.
Le llevó mucho tiempo. Durante largo rato, Drogo permaneció sentado, en silencio, observándola. Cuando hubo terminado, sacudió la cabeza, y la cabellera cayó sobre su espalda como un río de oscuridad, aceitado y brillante. Dany no había visto nunca una melena tan larga, tan negra, tan espesa.
Entonces le tocó el turno a él. Empezó a desvestirla.
Tenía dedos hábiles y sorprendentemente amables. Una a una le fue quitando las capas de seda, con ternura, mientras Dany permanecía inmóvil y silenciosa, mirándolo a los ojos. Cuando le dejó al descubierto los pechos menudos, ella no pudo contenerse: desvió la mirada y se cubrió con las manos.
–No –dijo Drogo. Le apartó las manos de los pechos suavemente, pero con firmeza, y le alzó el rostro de nuevo para que lo mirase–. No–repitió.
–No –dijo ella como un eco.
La hizo levantarse y la atrajo hacia si para quitarle la última prenda de seda. Dany notó el aire gélido de la noche en la piel desnuda. Se estremeció y se le puso la carne de gallina. Tenía miedo de lo que iba a suceder a continuación, pero durante unos momentos no pasó nada. Khal Drogo se quedó sentado con las piernas cruzadas y se dedicó a mirarla, como si se bebiera su cuerpo con los ojos.
Al cabo de un rato empezó a tocarla. Primero suavemente, luego con mas energía. Dany presentía la fuerza brutal de sus manos, pero en ningún momento sintió dolor. Le tomó la mano y acarició los dedos, uno a uno. Le rozó la pierna con delicadeza. Le acarició el rostro, recorrió la curva de sus orejas, le pasó un dedo por los labios. Le puso ambas manos en el pelo y se lo peinó con los dedos. Le dio la vuelta, le hizo un masaje en los hombros y deslizó un nudillo por la columna vertebral.
Pareció que transcurría una eternidad antes de que las manos del hombre llegaran por fin a sus pechos. Acarició la piel delicada hasta que la sintió erizarse. Hizo girar los pezones con los pulgares, los pellizcó suavemente y empezó a tirar de ellos, muy ligeramente al principio, luego con mas insistencia, hasta que estuvieron tan erectos que empezaron a dolerle.
Solo entonces se detuvo, y la sentó en su regazo. Dany estaba ruborizada y sin aliento, sentía el corazón desbocado en el pecho. Drogo le sostuvo el rostro con ambas manos y la miró a los ojos.
–¿No? –dijo.
Dany supo que era una pregunta. Le tomó la mano y la llevó hacia abajo, hacia la humedad, entre sus muslos.
–Si –susurró mientras guiaba el dedo del hombre hacia su interior.
George R.R. Martin - Canción de hielo y fuego I
1 comentarios - No
Supongo que habrá más del autor para postear a futuro 🙄
Quedo en espera 👍