“A veces creo que los buenos lectores son cisnes aún más tenebrosos y singulares que los buenos autores”. Prólogo a Historia Universal de la Infamia. J.L.Borges
Después de varios años escribiendo textos eróticos en todas sus variantes, fantasías, vivencias, deseos insepultos, pulsiones latentes, incitaciones etc., he decidido escribir una especie de novela epistolar donde ir vertiendo toda mi experiencia literaria en género pornográfico. Para ello imaginé una musa, Casandra, que aunque es absolutamente imaginaria está conformada por delicados fragmentos y detalles de muchas de las amigas reales o virtuales con las que he ido compartiendo este tipo de literatura. Más de alguna reconocerá algunos textos o mensajes como ya leídos. Y también por esto es que Casandra posee la comprensión, la complicidad, y la grata amistad tolerante que se necesitan para dejar fluir mis secretos e imaginaciones sin censuras ni limitaciones. Y a esta Casandra le fui enviando estas cartas intimas y desvergonzadas, escritas, como en la Divina Comedia, desde el paraíso, purgatorio o infierno, según sea su origen en los éxtasis, laberintos o cloacas del autor, aunque todas están escritas en la hoguera de aquel fuego que me devora: el sexo. Intentando ser algo distinto a los miles y miles de relatos eróticos que se encuentran desperdigados en el mundo virtual, la temática de este libro es un sola, la obsesión fálica y sus infinitas expresiones y variantes, la exploración de una fantasía recurrente, la confesión de pequeños pecados de la carne, y la travesía por los prohibidos senderos que bordean el amenazador acantilado de la homosexualidad. No hay más protagonistas que el solitario autor de las misivas y la musa que las lee (o quizás no) en majestuoso silencio, sin nunca responder o comentarlas. El libro en sí aun no existe, es lo que se llama un texto en progreso, es decir se sigue escribiendo. Como sucede con todas las cartas, la receptora/lectora de estas libidinosas epístolas tiene el derecho inalienable a leerlas con atención o curiosidad, o leerlas entrelineas solo por saber que dicen o simplemente borrarlas sin abrir. Tampoco necesitan comentarios o respuestas, así la receptora/lectora puede asumir la misma misteriosa actitud de Casandra.
El Vizconde Embozado.
1 comentarios - Cartas a Casandra - Prólogo