Después de nuestra mini luna de miel no me comunique con Vicente ni él conmigo, creo que de alguna manera ambos sabíamos que lo nuestro no podía seguir, por lo menos no con la intensidad con que lo estábamos viviendo. Nos estábamos enamorando cada vez más y debido a mi situación sentimental, no quería llegar al extremo de tener que elegir entre mi familia y él, porque la verdad no sabía que hacer. Cuando iba a verlo a la pensión, después del trabajo, me daban ganas de quedarme y hacer el amor con él toda la noche. Y sabía que de seguir así, en algún momento cometería la locura de no volver a casa y entonces todo se me vendría encima. Finalmente, luego de pensarlo varios días, decidí que era mejor tenerlo a medias que no tenerlo, pero quería saber si él estaba de acuerdo en que fuéramos solo amantes ocasionales, viéndonos de tanto en tanto para apaciguar esas llamaradas de pasión que el uno incitaba en el otro.
Llegue a la pensión ansiosa por verlo, pero cuándo estaba subiendo la escalera, la dueña me dice:
-El señor… no se encuentra, se fue hace un par de días-
Se me vino el alma al suelo al escucharla.
-¿Cómo? No puede ser, si no me dijo nada- le digo.
-Sí, es una lástima, era un buen huésped- se lamentó ella.
-Pero… ¿dejó alguna dirección, algo? No sé, lo que sea- le pregunto ya desesperándome.
-No, nada- se encoge de hombros. –Creo que era tucumano, quizás se volvió a su tierra-
No supe que decirle. Entonces pareció recordar algo.
-Ah, usted es Mariela, ¿no?-
-Sí- le contesté con un hilo de esperanza.
-Dejó este sobre a su nombre- me dijo alcanzándome la esquela. La debo de haber puteado hasta en chino mandarín por no haberme dicho eso desde el principio. Era un sobre con mi nombre escrito, adentro había una carta, lo que dice me lo guardo para mí, solo diré que se fue para no hacerme ni hacerse más daño. Para que lo entiendan, transcribo solo un párrafo de todas las cosas que me escribió:
“Yo que perdí a mi familia puedo decirte mejor que nadie lo importante que es tener a los tuyos a tu lado. Como dijiste, me hubiera gustado formar una nueva familia con vos y hacerte un hijo tras otro, pero vos ya tenés la tuya, y es a ellos a quienes tenés que cuidar y amar. No quiero que cometas un error por el que algún dia puedas llegar a culparme. Te amo y te agradezco todo lo que hiciste por mí, ahora es mi tiempo de hacer algo por vos, por eso me voy…”
Salí d ela pensión con los ojos conteniendo mis lágrimas. Trate de llamar a su celular, pero estaba fuera de cobertura. Me sentía desolada, sin saber que hacer. Como una autómata llegue a la boca del subte, la línea “D” y me subí a una formación que iba a Congreso de Tucumán.
A esa hora viajaba poca gente, por lo que fui sentada, sin reaccionar todavía. En eso me doy cuenta que un tipo de unos 40 y pico está sentado enfrente mirándome sin disimulo las piernas. Por un momento me dan ganas de mandarlo a la m…, pero entonces lo pienso mejor, en un momento así, con semejante desengaño a cuestas, no me conviene estar sola. Me levanto y me siento a su lado.
-¿Solo vas a mirarme?- le pregunto así, abiertamente.
Minutos después estamos cogiendo furiosamente en un telo de Belgrano. Quiero que me coja mal, que me lastime, que me haga daño. Lo desafío a que me coja como nunca cogió a nadie y me responde con una contundencia que me arranca el primer orgasmo post-Vicente. Pero aunque este cogiendo con otro, sigo pensando en él, siento su aroma, su fervor, hasta que al momento de acabar me doy cuenta de la diferencia, éste no me acaba adentro, no siento su néctar diluyéndose en mi interior, mezclándose con mi propia esencia, formando su propio caudal, éste, por tratarse de un desconocido, tiene colocado un preservativo que contiene la descarga que no puedo disfrutar como debiera. Al terminar, y aunque le digo que no cobro, insiste en pagarme.
-Lo que me hiciste no se hace gratis, merece su recompensa- me dice.
Para no discutir aceptó el dinero, pero ya en la calle se lo doy al primer indigente que me cruzo. Al otro día, apenas llego a la oficina, compruebo en el sistema la información de Vicente, enterándome que anuló su seguro hace dos días. No lo puedo creer. Me siento destrozada. Al mediodía voy a tomar mi habitual yogurt en la plaza de la vuelta. Reviso varias veces el celular para ver si tengo algún mensaje de Vicente, pero no hay nada. Entonces lo veo venir, no, no es Vicente, sino el mismo chico de aquella vez, hace tiempo, el del skate. Viste uniforme de colegio privado y luce más espigado, el cabello más corto, al verme como que se le alteran las hormonas. Pasa por delante mío, mirándome de reojo, pero sin animarse a decirme nada, aunque ya nos saludamos unas cuantas veces. Entonces, una vez más, soy yo la que toma la iniciativa.
-Hola- le digo.
El chico se frena y mira para todos lados para asegurarse que estoy hablándole a él. Titubea un momento, sin saber que responder y de nuevo soy yo la que lo salva de la situación.
-Veni, sentate, ¿o estás apurado?- le digo mostrándole el lugar vacío al lado mío.
-Eh… no… no estoy apurado…- tartamudea.
Se lo nota nervioso, incrédulo ante lo que está pasando. Hablamos un rato, el tiempo que falta para terminar mi hora de almuerzo. En lo poco que hablamos y sin necesidad de que me diga nada me doy cuenta de que no tiene novia, que nunca la tuvo, que es virgen y que al llegar a su casa me va a dedicar una. Eso me excita. Por lo demás me cuenta que se llama Leonel, o Leo, como quiere que le diga, y tiene…, bueno, la edad me la reservo, para no ir presa, jaja. Todavía está en el secundario, y aunque siempre me gustaron los hombres más grandes, se me ocurrió que no estaría mal experimentar con alguien que todavía está transitando la adolescencia. Eso sí, advierto que con él no será como con los demás, aquí se requiere un trabajo más fino, paciente, artesanal. Hay que llevarlo de a poco, ¿y saben qué?, estoy dispuesta a hacerlo, quiero ser su primera mujer, la que lo convierta en hombre. Eso quizás me ayude a ir olvidándome de Vicente, de dejarlo ir y recordarlo como lo que fue, un dulce capricho de mi corazón.
Llegue a la pensión ansiosa por verlo, pero cuándo estaba subiendo la escalera, la dueña me dice:
-El señor… no se encuentra, se fue hace un par de días-
Se me vino el alma al suelo al escucharla.
-¿Cómo? No puede ser, si no me dijo nada- le digo.
-Sí, es una lástima, era un buen huésped- se lamentó ella.
-Pero… ¿dejó alguna dirección, algo? No sé, lo que sea- le pregunto ya desesperándome.
-No, nada- se encoge de hombros. –Creo que era tucumano, quizás se volvió a su tierra-
No supe que decirle. Entonces pareció recordar algo.
-Ah, usted es Mariela, ¿no?-
-Sí- le contesté con un hilo de esperanza.
-Dejó este sobre a su nombre- me dijo alcanzándome la esquela. La debo de haber puteado hasta en chino mandarín por no haberme dicho eso desde el principio. Era un sobre con mi nombre escrito, adentro había una carta, lo que dice me lo guardo para mí, solo diré que se fue para no hacerme ni hacerse más daño. Para que lo entiendan, transcribo solo un párrafo de todas las cosas que me escribió:
“Yo que perdí a mi familia puedo decirte mejor que nadie lo importante que es tener a los tuyos a tu lado. Como dijiste, me hubiera gustado formar una nueva familia con vos y hacerte un hijo tras otro, pero vos ya tenés la tuya, y es a ellos a quienes tenés que cuidar y amar. No quiero que cometas un error por el que algún dia puedas llegar a culparme. Te amo y te agradezco todo lo que hiciste por mí, ahora es mi tiempo de hacer algo por vos, por eso me voy…”
Salí d ela pensión con los ojos conteniendo mis lágrimas. Trate de llamar a su celular, pero estaba fuera de cobertura. Me sentía desolada, sin saber que hacer. Como una autómata llegue a la boca del subte, la línea “D” y me subí a una formación que iba a Congreso de Tucumán.
A esa hora viajaba poca gente, por lo que fui sentada, sin reaccionar todavía. En eso me doy cuenta que un tipo de unos 40 y pico está sentado enfrente mirándome sin disimulo las piernas. Por un momento me dan ganas de mandarlo a la m…, pero entonces lo pienso mejor, en un momento así, con semejante desengaño a cuestas, no me conviene estar sola. Me levanto y me siento a su lado.
-¿Solo vas a mirarme?- le pregunto así, abiertamente.
Minutos después estamos cogiendo furiosamente en un telo de Belgrano. Quiero que me coja mal, que me lastime, que me haga daño. Lo desafío a que me coja como nunca cogió a nadie y me responde con una contundencia que me arranca el primer orgasmo post-Vicente. Pero aunque este cogiendo con otro, sigo pensando en él, siento su aroma, su fervor, hasta que al momento de acabar me doy cuenta de la diferencia, éste no me acaba adentro, no siento su néctar diluyéndose en mi interior, mezclándose con mi propia esencia, formando su propio caudal, éste, por tratarse de un desconocido, tiene colocado un preservativo que contiene la descarga que no puedo disfrutar como debiera. Al terminar, y aunque le digo que no cobro, insiste en pagarme.
-Lo que me hiciste no se hace gratis, merece su recompensa- me dice.
Para no discutir aceptó el dinero, pero ya en la calle se lo doy al primer indigente que me cruzo. Al otro día, apenas llego a la oficina, compruebo en el sistema la información de Vicente, enterándome que anuló su seguro hace dos días. No lo puedo creer. Me siento destrozada. Al mediodía voy a tomar mi habitual yogurt en la plaza de la vuelta. Reviso varias veces el celular para ver si tengo algún mensaje de Vicente, pero no hay nada. Entonces lo veo venir, no, no es Vicente, sino el mismo chico de aquella vez, hace tiempo, el del skate. Viste uniforme de colegio privado y luce más espigado, el cabello más corto, al verme como que se le alteran las hormonas. Pasa por delante mío, mirándome de reojo, pero sin animarse a decirme nada, aunque ya nos saludamos unas cuantas veces. Entonces, una vez más, soy yo la que toma la iniciativa.
-Hola- le digo.
El chico se frena y mira para todos lados para asegurarse que estoy hablándole a él. Titubea un momento, sin saber que responder y de nuevo soy yo la que lo salva de la situación.
-Veni, sentate, ¿o estás apurado?- le digo mostrándole el lugar vacío al lado mío.
-Eh… no… no estoy apurado…- tartamudea.
Se lo nota nervioso, incrédulo ante lo que está pasando. Hablamos un rato, el tiempo que falta para terminar mi hora de almuerzo. En lo poco que hablamos y sin necesidad de que me diga nada me doy cuenta de que no tiene novia, que nunca la tuvo, que es virgen y que al llegar a su casa me va a dedicar una. Eso me excita. Por lo demás me cuenta que se llama Leonel, o Leo, como quiere que le diga, y tiene…, bueno, la edad me la reservo, para no ir presa, jaja. Todavía está en el secundario, y aunque siempre me gustaron los hombres más grandes, se me ocurrió que no estaría mal experimentar con alguien que todavía está transitando la adolescencia. Eso sí, advierto que con él no será como con los demás, aquí se requiere un trabajo más fino, paciente, artesanal. Hay que llevarlo de a poco, ¿y saben qué?, estoy dispuesta a hacerlo, quiero ser su primera mujer, la que lo convierta en hombre. Eso quizás me ayude a ir olvidándome de Vicente, de dejarlo ir y recordarlo como lo que fue, un dulce capricho de mi corazón.
60 comentarios - Un dulce capricho
Seria muy agradable para todos tus seguidores, que poco a poco vayas insertando imagenes de tu bellisimo cuerpo, obviamente sin mostrarse la cara.
Un beso
GONZALO J.
Vamos a ver como sigue esta nueva etapa!
Gracias por compartir
ojalá puedas contestar mi MP, jejeje.... saludos!
Interesante tu historia, triste pero esperado el final. A veces el corazon es caprichoso, pero hay esperanza. Aparentemente tenes un corazon fuerte y un libido insaciable.
Vas a estar bien, gracias por compartir. gran relato sin tanta leche, pijas y cogidas de por medio.
PD: me encanto lo de poeta del engaño... jaja
Un fenomeno Vicente,y espero que con el pibe del skate lo desvirgues y lo dejes loco de la vida a puro polvo 😃. Besos andes bien.
(aca viene el mangazo)))
Yo te consuelo de la forma que quieras jee posta jaaa 😘
Lastima lo de Vicente.
Pero bueno, de a poco iras sanando. El mundo continua girando... y ojala en esos giros nos crucemos en el subte 😉
habla bien de vos
beso