Colorada, sin pecas, delgada, 23 años y preciosa. Así la conocí cuando comenzó a darnos clases de inglés.
La empresa nos daba ese beneficio, sin saber que yo recibiría un beneficio extra...
Mi compañera estaba que trinaba al terminar la primera clase con nuestra nueva teacher. "¡Todo el tiempo! Todo el tiempo te hablaba a vos". De la clase participábamos unos siete compañeros de trabajo. Nos reímos de su comentario, la acusamos de celosa, de falta de mimos y le dimos besos entre varios para sacarle la cara de puchero/bronca que tenía.
Pero tenía razón. Solo me hablaba a mí.
Las clases eran semanales y en una semana la cabeza trabaja mucho. ¡La mía al menos! (Y creo que la de muchos también)
Comenzamos la segunda clase y... (mantengamos su nombre en secreto) llegó a nuestra oficina, imponente, con su presencia, con su espíritu libre. Llegó con una remera blanca que apenas marcaba sus pechos y un pantalón de jean clarito ajustado que mostraba su encanto escondido, pero también llegó con esa sonrisa, su sonrisa. Esa que no se describe con palabras, esa que embriaga, que invita a sonreír con ella, que no se puede dejar de mirar, ni admirar. Nadie iba a evitar que yo ocupara el lado opuesto al de ella en la mesa de la sala de reuniones donde nos reuníamos.
Desde el otro extremo, saboreaba sus palabras, sus explicaciones, su presencia. De tanto en vez, ella tomaba su carpeta, la acercaba a su cuerpo para leer mejor y la colocaba por debajo de sus pechos, dejando así descubrir esas tetas deliciosas que tenía; justas, redondas, firmes. Obviamente, dejé su sonrisa y me llené con esa vista, y ella lo sabía. Sabía que la miraba, y yo que a ella le gustaba que yo lo hiciera, embelesado, embobado como estaba.
No quieran saber que aprendí esa clase, lo único que sabía es que no iba a dejar pasar ese momento, no iba a dejar que esa espesa nube tóxica de hormonas, que se formaba cuando nos mirábamos a los ojos, se difuminara.
Terminada la ya interminable clase, me arrojé a su lado y fue un simple "¿Que haces ahora?" lo que bastó como excusa para darnos el espacio de seguir buceando en nuestra nube.
Fuimos a un bar cerca del trabajo, pedimos una cerveza y comenzamos a conversar. De todo, de nada. Desafiando nuestros nervios, el temblor de nuestros vientres, nuestras ganas de comernos y desvestirnos el uno al otro ahí mismo; solo nos deleitamos escuchando nuestras voces, saboreando el instante previo.
Comenzamos a hablar de situaciones inesperadas y fue ella quien me dijo "¿Vos que harías si te hicieran esto?" Tomó mi mano, la abrió y pasó su lengua a través de toda mi palma. Me miró, saboreo en su boca las sales de mi piel y mi última palabra fue "esto haría".Para cuando mi lengua invadía su boca, aun pude sentir mi sabor en la suya y fue electrizante.
Habrán pasado 20 minutos de brindar un espectáculo al barman y a algunas parejas cercanas, cuando dejamos un instante de besarnos y respiramos. Nos habíamos besado, lamido, mordido nuestras lenguas, labios, vuelto a beber nuestras propias salivas y no podíamos detenernos. Nuestras bocas estaban roja de lujuria, de pasión, de piel, de sentir el incontenible esperma y el delicioso flujo que querían mezclarse y transportarse al paraíso del instante final.
Salimos con dirección cierta, no teníamos dudas, no necesitábamos palabras.
En la calle, yo estaba tenso, iba a ser mi primera vez con alguien que apenas conocía, ella en cambio, siempre fue la musa, una sonrisa imborrable iluminando nuestra corta caminata y esas manos inquietas pellizcando mi cola y las mías buscando hacer lo mismo con sus pechos en plena calle Florida. Reímos todo el camino. Y yo, yo no concibo el sexo de otra forma que no sea así, con risas.
Continuará...
La empresa nos daba ese beneficio, sin saber que yo recibiría un beneficio extra...
Mi compañera estaba que trinaba al terminar la primera clase con nuestra nueva teacher. "¡Todo el tiempo! Todo el tiempo te hablaba a vos". De la clase participábamos unos siete compañeros de trabajo. Nos reímos de su comentario, la acusamos de celosa, de falta de mimos y le dimos besos entre varios para sacarle la cara de puchero/bronca que tenía.
Pero tenía razón. Solo me hablaba a mí.
Las clases eran semanales y en una semana la cabeza trabaja mucho. ¡La mía al menos! (Y creo que la de muchos también)
Comenzamos la segunda clase y... (mantengamos su nombre en secreto) llegó a nuestra oficina, imponente, con su presencia, con su espíritu libre. Llegó con una remera blanca que apenas marcaba sus pechos y un pantalón de jean clarito ajustado que mostraba su encanto escondido, pero también llegó con esa sonrisa, su sonrisa. Esa que no se describe con palabras, esa que embriaga, que invita a sonreír con ella, que no se puede dejar de mirar, ni admirar. Nadie iba a evitar que yo ocupara el lado opuesto al de ella en la mesa de la sala de reuniones donde nos reuníamos.
Desde el otro extremo, saboreaba sus palabras, sus explicaciones, su presencia. De tanto en vez, ella tomaba su carpeta, la acercaba a su cuerpo para leer mejor y la colocaba por debajo de sus pechos, dejando así descubrir esas tetas deliciosas que tenía; justas, redondas, firmes. Obviamente, dejé su sonrisa y me llené con esa vista, y ella lo sabía. Sabía que la miraba, y yo que a ella le gustaba que yo lo hiciera, embelesado, embobado como estaba.
No quieran saber que aprendí esa clase, lo único que sabía es que no iba a dejar pasar ese momento, no iba a dejar que esa espesa nube tóxica de hormonas, que se formaba cuando nos mirábamos a los ojos, se difuminara.
Terminada la ya interminable clase, me arrojé a su lado y fue un simple "¿Que haces ahora?" lo que bastó como excusa para darnos el espacio de seguir buceando en nuestra nube.
Fuimos a un bar cerca del trabajo, pedimos una cerveza y comenzamos a conversar. De todo, de nada. Desafiando nuestros nervios, el temblor de nuestros vientres, nuestras ganas de comernos y desvestirnos el uno al otro ahí mismo; solo nos deleitamos escuchando nuestras voces, saboreando el instante previo.
Comenzamos a hablar de situaciones inesperadas y fue ella quien me dijo "¿Vos que harías si te hicieran esto?" Tomó mi mano, la abrió y pasó su lengua a través de toda mi palma. Me miró, saboreo en su boca las sales de mi piel y mi última palabra fue "esto haría".Para cuando mi lengua invadía su boca, aun pude sentir mi sabor en la suya y fue electrizante.
Habrán pasado 20 minutos de brindar un espectáculo al barman y a algunas parejas cercanas, cuando dejamos un instante de besarnos y respiramos. Nos habíamos besado, lamido, mordido nuestras lenguas, labios, vuelto a beber nuestras propias salivas y no podíamos detenernos. Nuestras bocas estaban roja de lujuria, de pasión, de piel, de sentir el incontenible esperma y el delicioso flujo que querían mezclarse y transportarse al paraíso del instante final.
Salimos con dirección cierta, no teníamos dudas, no necesitábamos palabras.
En la calle, yo estaba tenso, iba a ser mi primera vez con alguien que apenas conocía, ella en cambio, siempre fue la musa, una sonrisa imborrable iluminando nuestra corta caminata y esas manos inquietas pellizcando mi cola y las mías buscando hacer lo mismo con sus pechos en plena calle Florida. Reímos todo el camino. Y yo, yo no concibo el sexo de otra forma que no sea así, con risas.
Continuará...
7 comentarios - Historias vividas – ¿Vos que harías si te hicieran esto?
http://www.poringa.net/posts/relatos/2415015/Historias-vividas-Vos-que-harias-si-te-hicieran-esto-2.html
Me gusto...
Besitos...
pasaste por mis aportes a la comunidad?
comentar es el mejor agradecimiento.
de esta forma te digo GRACIAS.