En realidad me había enamorado mucho de Antonia y casi me había decido a hacer la vida Andalucía. Ella vivía en Ayamonte, el ultimo pueblo andaluz en las cercanías del Rio Guadia antes de cruzar un blanco puente colgante hacia Portugal.
El sexo no era desenfrenado, sino sutil, de largo aliento, suave. Un verdadero deleite, donde el eyacular era sentir que uno complacía a su pareja y ella devolvía la misma actitud.
De un pubis sumamente poblado e hirsuto era una maravilla el cuerpo de esta andaluza blanca, bajita, de ojos con cierto dejo de melancolía, pero amante infernal. Hubiera dejado todo en esos momentos por Antonia.
En su apartamento de un primer piso daba al fondo con una plaza cuya luz ponía una media luz a la oscuridad del cuarto donde hacíamos el amor.
El perfil de sus senos, sus movimientos oscilantes, el arqueo de su espalda era un beneplácito muto.
No puedo decir mi sorpresa un día cuando prendió la luz de la mesa de noche y comenzó a chuparme la pija hasta hacerme acabar mientras sus melancólicos ojos tenían fija la mirada en mi como desafiando a que me haría acabar en su boca.
A partir de ahí todo se fue diversificando. Un día le pedí hacerle la cola, y me dijo, el “disparatillo” no. Creo que no es necesario explicar cómo podemos romper las pelotas los hombres cuando nos dan un no.
Así que siempre le pedía a Antonia que me dejara hacerle el culo. Pasaron meses y siempre fue en negativa. En el verano en su Seat Ibiza nos fuimos unos días a Portugal cruzando el ya citado en puente colgante.
Un día de playa, quizás algo de bebida, caímos al hotel a la noche bastante cansados, pero iniciamos nuestro buen sexo. Fue ahí donde me dijo ¿quieres hacer el “disparatillo”? y dije SI.
Bueno entonces ponte detrás mío yo me pondré en la posición del perrito y tú me penetraras. Yo pondré la palma de mi mano en tu vientre, si vas ligero te marco el tiempo, sino no te paro empuja.
Fue así que puse mi glande en la virola de su culo y empecé a empujar tratando de sentir su mano. Su mano me paro una, dos, tres, pero a cada aviso ya estaba penetrada un poco más. Luego del cuarto me dijo: ya y fui a fondo y comenzó a menearse y así nos sostuvimos un buen rato hasta que acabamos juntos.
No lo puedo creer me decía Antonia es la primera vez que logro acabar cuando me acaban en el culo.
Ni yo tampoco podía creer que me permitiera superar su no al disparatillo.
El sexo no era desenfrenado, sino sutil, de largo aliento, suave. Un verdadero deleite, donde el eyacular era sentir que uno complacía a su pareja y ella devolvía la misma actitud.
De un pubis sumamente poblado e hirsuto era una maravilla el cuerpo de esta andaluza blanca, bajita, de ojos con cierto dejo de melancolía, pero amante infernal. Hubiera dejado todo en esos momentos por Antonia.
En su apartamento de un primer piso daba al fondo con una plaza cuya luz ponía una media luz a la oscuridad del cuarto donde hacíamos el amor.
El perfil de sus senos, sus movimientos oscilantes, el arqueo de su espalda era un beneplácito muto.
No puedo decir mi sorpresa un día cuando prendió la luz de la mesa de noche y comenzó a chuparme la pija hasta hacerme acabar mientras sus melancólicos ojos tenían fija la mirada en mi como desafiando a que me haría acabar en su boca.
A partir de ahí todo se fue diversificando. Un día le pedí hacerle la cola, y me dijo, el “disparatillo” no. Creo que no es necesario explicar cómo podemos romper las pelotas los hombres cuando nos dan un no.
Así que siempre le pedía a Antonia que me dejara hacerle el culo. Pasaron meses y siempre fue en negativa. En el verano en su Seat Ibiza nos fuimos unos días a Portugal cruzando el ya citado en puente colgante.
Un día de playa, quizás algo de bebida, caímos al hotel a la noche bastante cansados, pero iniciamos nuestro buen sexo. Fue ahí donde me dijo ¿quieres hacer el “disparatillo”? y dije SI.
Bueno entonces ponte detrás mío yo me pondré en la posición del perrito y tú me penetraras. Yo pondré la palma de mi mano en tu vientre, si vas ligero te marco el tiempo, sino no te paro empuja.
Fue así que puse mi glande en la virola de su culo y empecé a empujar tratando de sentir su mano. Su mano me paro una, dos, tres, pero a cada aviso ya estaba penetrada un poco más. Luego del cuarto me dijo: ya y fui a fondo y comenzó a menearse y así nos sostuvimos un buen rato hasta que acabamos juntos.
No lo puedo creer me decía Antonia es la primera vez que logro acabar cuando me acaban en el culo.
Ni yo tampoco podía creer que me permitiera superar su no al disparatillo.
1 comentarios - El disparatillo (un cuento de amor)