Sábado por la mañana, me levanto y le digo a mi marido que voy a ir un rato al gimnasio.
-Te alcanzo- me dice –Igual tengo que pasar por la oficina a revisar unos documentos que llegaron ayer a última hora-
Eso no me lo esperaba. La verdad es que lo del gimnasio era solo una excusa. Lo único en que pensaba era en ver a Vicente. En toda la semana no lo había visto, ya que tuvo que viajar a Tucumán, de donde es oriundo, por un problema familiar. Había regresado ese viernes por la noche, así que imagínense como estaba. Toda la noche me había mojado pensando en él, recordando nuestros momentos juntos, y aunque con mi marido hicimos el amor antes de dormir, la necesidad de sentir a mi macho, a mi amante, se volvía cada vez más desesperante. Cuando me levante a la madrugada para cambiarle el pañal al Ro, le mandé un mensaje: “A las 9 estoy por la pensión con facturas, esperame con el mate y en la cama”.
“Jaja, acá hay un amiguito que te quiere saludar”, me respondió.
“¿Solo saludar?”, fue mi réplica. “Jaja”, la suya. Tenía todo planeado, pero no contaba con el inesperado ofrecimiento de mi marido. Estuve a punto de decirle que no, que mejor me iba sola, pero no daba, su oficina queda para el mismo lado del gimnasio, por lo que si me negaba podría llegar a sospechar algo. Así que poniendo mi mejor carita de agradecida, le dije:
-Sos un amor, desayunamos algo rápido y vamos-
Mi suegra llego puntual para quedarse con Rodrigo, así que mientras mi marido se duchaba, me encerré en el cuarto y le mandé otro mensajito a Vicente: “Cambio de planes, esperame en 30’ en… y…”, refiriéndome a la esquina del gimnasio. ¿Creían que iba a cancelar todo? ¡Ni loca! Me puse una calza, un top de lycra, una camperita deportiva, zapatillas, agarré mi bolso, que ya tenía preparado desde el día anterior, y espere a mi marido en la sala. Cuando ya estuvo listo, nos despedimos del Ro, de mi suegra y nos pusimos en marcha. Debo admitir que me sentía algo nerviosa, sobre todo cuando llegamos al gimnasio y en la esquina se veía al taxi de Vicente esperándome. Me despedí de mi marido con un pico, un abrazo y me baje del auto, pero antes de que me alejara me dice por la ventanilla:
-Cuando termines avisame, así te paso a buscar y volvemos juntos-
-Ok mi amor- le digo con una sonrisa, aunque por dentro me carcomían los nervios.
Entro al gimnasio y me quedo charlando con las recepcionistas, lo suficiente para ver el coche de mi marido alejándose y perdiéndose por la avenida.
-¡Uy! ¿Saben qué? Me olvide algo, enseguida vuelvo- les digo.
Salgo del gimnasio, cruzo la calle y voy directo hacia el taxi de Vicente. Me subo y apenas cierro la puerta nos trenzamos en un beso por demás jugoso y apasionado. La saliva de nuestras bocas me chorrea por la comisura de los labios de tanta efusividad que le ponemos a nuestro reencuentro. Soy conciente que desde el gimnasio las chicas de la recepción pueden vernos, pero no me importa, esperé toda la semana por ese momento y nada ni nadie podrían impedir que lo disfrute, ni siquiera mi marido.
-Mmm… parece que me extrañaste- expresa Vicente luego del beso.
-¡Como loca!- le confirmo –Por eso iba a ir a verte tempranito-
-¿Ah sí? ¿Y para qué querías verme… tempranito?- pregunta con picardía.
Vuelvo a apretujarme contra su cuerpo y le susurro de igual manera:
-Saludar a ese amiguito tuyo que me decías-
-Jaja, está más que ansioso, también te extraño parece-
-¿Y que esperamos?-
Se sonríe ante mi urgencia, y pone el auto en marcha. A tan solo un par de cuadras encontramos un telo. Ya en la habitación volvemos a enredarnos en un beso furioso y exaltado. Mil cosas me pasan por la cabeza en ese momento, una de ellas que mi marido puede terminar antes con sus benditos documentos y pasar por el gimnasio sin avisarme. ¿Y si va y no me encuentra? ¿Qué excusa podría darle? ¿Qué me fui a otro gimnasio? ¿Qué me volví a casa? ¿Le dirían las chicas que me vieron subirme a un taxi, en el asiento de adelante, besarme largo rato con el tachero y partir luego con rumbo desconocido aunque evidente? El riesgo era mucho, lo sabía, pero… ¿saben qué? Estaba dispuesta a correrlo, los besos de Vicente, sus caricias, sus abrazos, y sobre todo sus apoyadas, me convencían de ello. Un minuto con él valía cualquier sufrimiento posterior. Con eso en mente, le improvise un sensual Strip tease, y quedando completamente desnuda, me agarre las tetas con mis propias manos y ofreciéndoselas, el dije:
-No traje facturas, pero quizás esto te guste-
Mirándome con una cara de pervertido total, me atrajo hacia él y me chupeteó fuertemente cada una, arrancándome mis primeros gemidos de placer. Cuando me liberó, caí de espalda sobre la cama, lo que aproveche para abrirme de piernas y ofrendarle mi caldito íntimo en su máxima ebullición. Sin dejar de mirarme, de comerme (cogerme) con los ojos, Vicente se desnuda frente a mí, exhibiendo en todo momento una erección más que tentadora. Con esa hermosa pija (¡mi pija!) oscilando de un lado a otro, se sube a la cama y empieza besándome los pies, comienza con los dedos, chupándomelos con deleite, me pasa la lengua por toda la planta y prosigue con el empeine, luego el tobillo, las pantorrillas, un besito en cada rodilla, sube besándome los muslos hasta llegar a mi incisiva herida natural, la que sangra y se humedece, la que atrae multitudes pero que ahora (¿solo por ahora?) tiene un solo dueño. Me la chupa con frenesí, me la muerde, me la absorbe, me succiona los labios y me hunde la lengua con el de Kiss hasta en los recovecos más profundos de mi intimidad, me saborea toda por dentro, bebiéndose desaforado el néctar que, denso y espumante, rezuma desde mi interior.
-¡Estás empapada!- exclama triunfante asomándose por entre mis piernas.
-¡Estoy así por vos… vos me pones así!- le digo mirándolo con ojos entrecerrados, sintiendo aún dentro de mí esos pinchazos de placer que me envuelven en una nebulosa cargada de amor y lujuria. Dejándome ahí tendida, a merced de tan extremas sensaciones, se levanta y empuñando con mano segura y firme su gloriosa erección, me la pone cerca de mis labios, solo tengo que abrir la boca para devorar una buena porción de tan nutritivo manjar. No tengo que mascar mucho para sentir el sabor de su virilidad llenándome los sentidos. Con movimientos rítmicos y suaves se desliza por mi paladar, llegándome hasta la garganta, permitiéndome saborear su excelsa carne en toda su extensión. La boca se me hace agua de solo probar tan apetitoso pedazo… ¡mi pedazo! Me quedaría todo el día en ese cuarto de hotel solo chupándosela, sintiéndola palpitar entre mis labios, en la palma de mi lengua, rozándome las amígdalas, golpeándome la campanilla, proporcionándome en definitiva el mayor de los disfrutes.
Me la saca de la boca toda entumecida y mojada con mi saliva y me la deja ahí, vibrando en el aire. Le doy una lamida de punta a punta y me cobijo en sus huevos, los cuales beso y chupeteo con avidez y fruición. Me encantan sus huevos, sobre todo cuando están así de cargados, duritos de tan llenos, me gusta besárselos, lamérselos todo en derredor y sentir la furiosa ebullición en su interior. Con la pija más dura que antes, rebosante de saliva y vigor, se me acomoda encima, entre mis piernas abiertas, listas para recibirlo, y me la mete… un suspiro mutuo, acompasado, acompaña la tan ansiada penetración. Cuando me llega a lo más íntimo, adosando sus bolas recién lamidas a mis nalgas, fiel testimonio de la consumación plena y absoluta de nuestros deseos, nos volvemos a besar, nos chupamos y rechupamos, haciéndonos también el amor con nuestras bocas. Su pelvis comienza el movimiento anhelado, penetrándome a intervalos firmes y regulares, deslizándose fluidamente por todo mi interior. Por un momento dejamos de besarnos y nos miramos, la intensidad de esa mirada podría derretir un témpano.
-¡Me encanta como me cogés!- le digo en un susurro, encandilada por sus ojos.
-¿Sí?-
-¡Mmmm… siiiiii…!- asiento entre muestras de gozo y placer.
-Me pasaría el día entero cogiendo con vos- agrego moviéndome con él.
-¡Jaja! No creo que me dé el cuero- observa.
Mientras hablamos sus movimientos son más lentos y pausados, igual que los míos.
-Hasta ahora no me decepcionaste- le aseguro.
-¿Cómo te gusta… así?- pregunta y sigue moviéndose en esa misma forma, desacelerada, aunque haciendo oscilar su pelvis de un lado a otro, de modo que alcanza a friccionar cada terminación nerviosa de mi concha -¿…o así?- acelerando ahora el ímpetu de las penetraciones, golpeando violentamente toda mi zona íntima cada vez que me llegaba a lo más profundo.
-¡Mmmm… me gusta… todo… ahhhhh… me cojas… como… me cojas… ahhhhhh… me gusta… mmmm… me encanta…!- le confirmo.
Tengo una teoría, creo que la sexualidad humana es algo así como un gran rompecabezas, y cada concha y cada pija una parte importante del mismo, cada uno de nosotros, como individuos, poseemos una de esas partes, solo tenemos que encontrar la correcta, la que encaje con nuestra pieza y así completar lo que nos toca, y la de Vicente me encaja a la perfección. Me deshago en suspiros mientras lo siento bombeándome con todo, sin pausa ni respiro, haciéndomela sentir en forma más que satisfactoria. ¡Por Dios, como lo siento! Estoy desbordada por sensaciones que me arrancan de aquella cama de hotel y me elevan a un estado hipnótico, como de trance, no soy capaz de nada, ni de moverme, solo me abro para él, jadeo para él, totalmente entregada, sintiéndome más suya que nunca, deseando fundirme con él en la forma más plena. El polvo que nos echamos me deja al borde del desmayo. Nada, absolutamente nada puede compararse a esa pulsión animal, a ese festín de sensaciones que me embriaga y me revolea por los aires. Cuando me repongo, me le subo encima, me encajo yo misma en esa pieza que me falta para sentirme completa y empiezo la cabalgata, sintiendo como se abren mis nalgas ante su vigoroso e implacable avance. Vicente disfruta del banquete de mis pechos, mientras yo disfruto de esa verga de ensueño que tantos placeres me proporciona. Cuando ya está al borde mismo de la ebullición, me salgo de un salto, se la agarro con una mano y le chupeteo el glande mientras prosigo la fricción con el estímulo de mis dedos. El enrojecimiento de la cabeza, la tensión de las venas, sus jadeos, cada vez más exaltados, todo anuncia la inminencia del orgasmo… se la sacudo más fuerte todavía, y cuándo está al borde de la disolución, no me retiro, me mantengo ahí, chupándosela con avidez hasta que los latigazos de semen me golpean en la garganta, pero es tanta su descarga, lo que acumuló en esa semana, que al apartarme todo el resto me da en la cara. Empapada de leche me refriego contra su verga como una gatita mimosa, ronroneando de satisfacción. Una buena cantidad de semen se mantiene en mi paladar, el cual saboreo dulcemente antes de tragármelo por completo, como lo que es, la esencia vital de mi lujuria. Vicente me mira fascinado.
-Me volvés loco- me dice.
-Vos me volvés loca a mí- le digo, y para terminarlo de enloquecer, se la vuelvo a chupar, limpiando con mis labios y lengua los restos de semen que le impregnan la poronga.
Luego de tan maravillosa demostración de amos, nos duchamos juntos, entre besos, caricias y enjabonamiento mutuo. Nos vestimos, salimos del telo y me deja en la misma esquina donde nos encontramos un rato antes. Tras un largo y efusivo beso, me bajo del taxi y vuelvo a entrar al gimnasio. Las chicas de recepción se sonríen cómplices al verme llegar con el pelo mojado y carita de haber sido muy bien atendida. No dicen nada pero resulta obvio que me vieron ir y volver en el mismo taxi, por lo que, lo que estuve haciendo durante mi ausencia resulta más que evidente. Las saludo como si nada y me siento en uno de los sillones de la recepción. Llamo a mi marido y le digo que ya termine con mi rutina, que estoy lista para que me pase a buscar.
-Sí, ya estoy en camino- me dice.
Más justo imposible, pienso. En cinco veo el coche deteniéndose frente a la puerta. Me despido de las chicas y salgo del gimnasio. Me subo al auto y saludo a mi marido con un pico… un pico de estos labios que minutos antes estuvieron saboreando la carne y la esencia de otro hombre…
-¿Y, que tal te fue?- me pregunta.
-Agotadísima, hoy sí que me dieron para que tenga- le contesto con un doble sentido que solo yo entiendo.
-Eso te pasa por venir de vez en cuando- me recrimina –Tenés que ser constante-
-Sí, tenés razón, creo que voy a venir más seguido, por lo menos la rutina de hoy me dejo con las ganas de más- me sonrío por dentro.
Y claro, si la rutina que acabo de practicar es mejor que cualquier gimnasio, ¿no les parece?
-Te alcanzo- me dice –Igual tengo que pasar por la oficina a revisar unos documentos que llegaron ayer a última hora-
Eso no me lo esperaba. La verdad es que lo del gimnasio era solo una excusa. Lo único en que pensaba era en ver a Vicente. En toda la semana no lo había visto, ya que tuvo que viajar a Tucumán, de donde es oriundo, por un problema familiar. Había regresado ese viernes por la noche, así que imagínense como estaba. Toda la noche me había mojado pensando en él, recordando nuestros momentos juntos, y aunque con mi marido hicimos el amor antes de dormir, la necesidad de sentir a mi macho, a mi amante, se volvía cada vez más desesperante. Cuando me levante a la madrugada para cambiarle el pañal al Ro, le mandé un mensaje: “A las 9 estoy por la pensión con facturas, esperame con el mate y en la cama”.
“Jaja, acá hay un amiguito que te quiere saludar”, me respondió.
“¿Solo saludar?”, fue mi réplica. “Jaja”, la suya. Tenía todo planeado, pero no contaba con el inesperado ofrecimiento de mi marido. Estuve a punto de decirle que no, que mejor me iba sola, pero no daba, su oficina queda para el mismo lado del gimnasio, por lo que si me negaba podría llegar a sospechar algo. Así que poniendo mi mejor carita de agradecida, le dije:
-Sos un amor, desayunamos algo rápido y vamos-
Mi suegra llego puntual para quedarse con Rodrigo, así que mientras mi marido se duchaba, me encerré en el cuarto y le mandé otro mensajito a Vicente: “Cambio de planes, esperame en 30’ en… y…”, refiriéndome a la esquina del gimnasio. ¿Creían que iba a cancelar todo? ¡Ni loca! Me puse una calza, un top de lycra, una camperita deportiva, zapatillas, agarré mi bolso, que ya tenía preparado desde el día anterior, y espere a mi marido en la sala. Cuando ya estuvo listo, nos despedimos del Ro, de mi suegra y nos pusimos en marcha. Debo admitir que me sentía algo nerviosa, sobre todo cuando llegamos al gimnasio y en la esquina se veía al taxi de Vicente esperándome. Me despedí de mi marido con un pico, un abrazo y me baje del auto, pero antes de que me alejara me dice por la ventanilla:
-Cuando termines avisame, así te paso a buscar y volvemos juntos-
-Ok mi amor- le digo con una sonrisa, aunque por dentro me carcomían los nervios.
Entro al gimnasio y me quedo charlando con las recepcionistas, lo suficiente para ver el coche de mi marido alejándose y perdiéndose por la avenida.
-¡Uy! ¿Saben qué? Me olvide algo, enseguida vuelvo- les digo.
Salgo del gimnasio, cruzo la calle y voy directo hacia el taxi de Vicente. Me subo y apenas cierro la puerta nos trenzamos en un beso por demás jugoso y apasionado. La saliva de nuestras bocas me chorrea por la comisura de los labios de tanta efusividad que le ponemos a nuestro reencuentro. Soy conciente que desde el gimnasio las chicas de la recepción pueden vernos, pero no me importa, esperé toda la semana por ese momento y nada ni nadie podrían impedir que lo disfrute, ni siquiera mi marido.
-Mmm… parece que me extrañaste- expresa Vicente luego del beso.
-¡Como loca!- le confirmo –Por eso iba a ir a verte tempranito-
-¿Ah sí? ¿Y para qué querías verme… tempranito?- pregunta con picardía.
Vuelvo a apretujarme contra su cuerpo y le susurro de igual manera:
-Saludar a ese amiguito tuyo que me decías-
-Jaja, está más que ansioso, también te extraño parece-
-¿Y que esperamos?-
Se sonríe ante mi urgencia, y pone el auto en marcha. A tan solo un par de cuadras encontramos un telo. Ya en la habitación volvemos a enredarnos en un beso furioso y exaltado. Mil cosas me pasan por la cabeza en ese momento, una de ellas que mi marido puede terminar antes con sus benditos documentos y pasar por el gimnasio sin avisarme. ¿Y si va y no me encuentra? ¿Qué excusa podría darle? ¿Qué me fui a otro gimnasio? ¿Qué me volví a casa? ¿Le dirían las chicas que me vieron subirme a un taxi, en el asiento de adelante, besarme largo rato con el tachero y partir luego con rumbo desconocido aunque evidente? El riesgo era mucho, lo sabía, pero… ¿saben qué? Estaba dispuesta a correrlo, los besos de Vicente, sus caricias, sus abrazos, y sobre todo sus apoyadas, me convencían de ello. Un minuto con él valía cualquier sufrimiento posterior. Con eso en mente, le improvise un sensual Strip tease, y quedando completamente desnuda, me agarre las tetas con mis propias manos y ofreciéndoselas, el dije:
-No traje facturas, pero quizás esto te guste-
Mirándome con una cara de pervertido total, me atrajo hacia él y me chupeteó fuertemente cada una, arrancándome mis primeros gemidos de placer. Cuando me liberó, caí de espalda sobre la cama, lo que aproveche para abrirme de piernas y ofrendarle mi caldito íntimo en su máxima ebullición. Sin dejar de mirarme, de comerme (cogerme) con los ojos, Vicente se desnuda frente a mí, exhibiendo en todo momento una erección más que tentadora. Con esa hermosa pija (¡mi pija!) oscilando de un lado a otro, se sube a la cama y empieza besándome los pies, comienza con los dedos, chupándomelos con deleite, me pasa la lengua por toda la planta y prosigue con el empeine, luego el tobillo, las pantorrillas, un besito en cada rodilla, sube besándome los muslos hasta llegar a mi incisiva herida natural, la que sangra y se humedece, la que atrae multitudes pero que ahora (¿solo por ahora?) tiene un solo dueño. Me la chupa con frenesí, me la muerde, me la absorbe, me succiona los labios y me hunde la lengua con el de Kiss hasta en los recovecos más profundos de mi intimidad, me saborea toda por dentro, bebiéndose desaforado el néctar que, denso y espumante, rezuma desde mi interior.
-¡Estás empapada!- exclama triunfante asomándose por entre mis piernas.
-¡Estoy así por vos… vos me pones así!- le digo mirándolo con ojos entrecerrados, sintiendo aún dentro de mí esos pinchazos de placer que me envuelven en una nebulosa cargada de amor y lujuria. Dejándome ahí tendida, a merced de tan extremas sensaciones, se levanta y empuñando con mano segura y firme su gloriosa erección, me la pone cerca de mis labios, solo tengo que abrir la boca para devorar una buena porción de tan nutritivo manjar. No tengo que mascar mucho para sentir el sabor de su virilidad llenándome los sentidos. Con movimientos rítmicos y suaves se desliza por mi paladar, llegándome hasta la garganta, permitiéndome saborear su excelsa carne en toda su extensión. La boca se me hace agua de solo probar tan apetitoso pedazo… ¡mi pedazo! Me quedaría todo el día en ese cuarto de hotel solo chupándosela, sintiéndola palpitar entre mis labios, en la palma de mi lengua, rozándome las amígdalas, golpeándome la campanilla, proporcionándome en definitiva el mayor de los disfrutes.
Me la saca de la boca toda entumecida y mojada con mi saliva y me la deja ahí, vibrando en el aire. Le doy una lamida de punta a punta y me cobijo en sus huevos, los cuales beso y chupeteo con avidez y fruición. Me encantan sus huevos, sobre todo cuando están así de cargados, duritos de tan llenos, me gusta besárselos, lamérselos todo en derredor y sentir la furiosa ebullición en su interior. Con la pija más dura que antes, rebosante de saliva y vigor, se me acomoda encima, entre mis piernas abiertas, listas para recibirlo, y me la mete… un suspiro mutuo, acompasado, acompaña la tan ansiada penetración. Cuando me llega a lo más íntimo, adosando sus bolas recién lamidas a mis nalgas, fiel testimonio de la consumación plena y absoluta de nuestros deseos, nos volvemos a besar, nos chupamos y rechupamos, haciéndonos también el amor con nuestras bocas. Su pelvis comienza el movimiento anhelado, penetrándome a intervalos firmes y regulares, deslizándose fluidamente por todo mi interior. Por un momento dejamos de besarnos y nos miramos, la intensidad de esa mirada podría derretir un témpano.
-¡Me encanta como me cogés!- le digo en un susurro, encandilada por sus ojos.
-¿Sí?-
-¡Mmmm… siiiiii…!- asiento entre muestras de gozo y placer.
-Me pasaría el día entero cogiendo con vos- agrego moviéndome con él.
-¡Jaja! No creo que me dé el cuero- observa.
Mientras hablamos sus movimientos son más lentos y pausados, igual que los míos.
-Hasta ahora no me decepcionaste- le aseguro.
-¿Cómo te gusta… así?- pregunta y sigue moviéndose en esa misma forma, desacelerada, aunque haciendo oscilar su pelvis de un lado a otro, de modo que alcanza a friccionar cada terminación nerviosa de mi concha -¿…o así?- acelerando ahora el ímpetu de las penetraciones, golpeando violentamente toda mi zona íntima cada vez que me llegaba a lo más profundo.
-¡Mmmm… me gusta… todo… ahhhhh… me cojas… como… me cojas… ahhhhhh… me gusta… mmmm… me encanta…!- le confirmo.
Tengo una teoría, creo que la sexualidad humana es algo así como un gran rompecabezas, y cada concha y cada pija una parte importante del mismo, cada uno de nosotros, como individuos, poseemos una de esas partes, solo tenemos que encontrar la correcta, la que encaje con nuestra pieza y así completar lo que nos toca, y la de Vicente me encaja a la perfección. Me deshago en suspiros mientras lo siento bombeándome con todo, sin pausa ni respiro, haciéndomela sentir en forma más que satisfactoria. ¡Por Dios, como lo siento! Estoy desbordada por sensaciones que me arrancan de aquella cama de hotel y me elevan a un estado hipnótico, como de trance, no soy capaz de nada, ni de moverme, solo me abro para él, jadeo para él, totalmente entregada, sintiéndome más suya que nunca, deseando fundirme con él en la forma más plena. El polvo que nos echamos me deja al borde del desmayo. Nada, absolutamente nada puede compararse a esa pulsión animal, a ese festín de sensaciones que me embriaga y me revolea por los aires. Cuando me repongo, me le subo encima, me encajo yo misma en esa pieza que me falta para sentirme completa y empiezo la cabalgata, sintiendo como se abren mis nalgas ante su vigoroso e implacable avance. Vicente disfruta del banquete de mis pechos, mientras yo disfruto de esa verga de ensueño que tantos placeres me proporciona. Cuando ya está al borde mismo de la ebullición, me salgo de un salto, se la agarro con una mano y le chupeteo el glande mientras prosigo la fricción con el estímulo de mis dedos. El enrojecimiento de la cabeza, la tensión de las venas, sus jadeos, cada vez más exaltados, todo anuncia la inminencia del orgasmo… se la sacudo más fuerte todavía, y cuándo está al borde de la disolución, no me retiro, me mantengo ahí, chupándosela con avidez hasta que los latigazos de semen me golpean en la garganta, pero es tanta su descarga, lo que acumuló en esa semana, que al apartarme todo el resto me da en la cara. Empapada de leche me refriego contra su verga como una gatita mimosa, ronroneando de satisfacción. Una buena cantidad de semen se mantiene en mi paladar, el cual saboreo dulcemente antes de tragármelo por completo, como lo que es, la esencia vital de mi lujuria. Vicente me mira fascinado.
-Me volvés loco- me dice.
-Vos me volvés loca a mí- le digo, y para terminarlo de enloquecer, se la vuelvo a chupar, limpiando con mis labios y lengua los restos de semen que le impregnan la poronga.
Luego de tan maravillosa demostración de amos, nos duchamos juntos, entre besos, caricias y enjabonamiento mutuo. Nos vestimos, salimos del telo y me deja en la misma esquina donde nos encontramos un rato antes. Tras un largo y efusivo beso, me bajo del taxi y vuelvo a entrar al gimnasio. Las chicas de recepción se sonríen cómplices al verme llegar con el pelo mojado y carita de haber sido muy bien atendida. No dicen nada pero resulta obvio que me vieron ir y volver en el mismo taxi, por lo que, lo que estuve haciendo durante mi ausencia resulta más que evidente. Las saludo como si nada y me siento en uno de los sillones de la recepción. Llamo a mi marido y le digo que ya termine con mi rutina, que estoy lista para que me pase a buscar.
-Sí, ya estoy en camino- me dice.
Más justo imposible, pienso. En cinco veo el coche deteniéndose frente a la puerta. Me despido de las chicas y salgo del gimnasio. Me subo al auto y saludo a mi marido con un pico… un pico de estos labios que minutos antes estuvieron saboreando la carne y la esencia de otro hombre…
-¿Y, que tal te fue?- me pregunta.
-Agotadísima, hoy sí que me dieron para que tenga- le contesto con un doble sentido que solo yo entiendo.
-Eso te pasa por venir de vez en cuando- me recrimina –Tenés que ser constante-
-Sí, tenés razón, creo que voy a venir más seguido, por lo menos la rutina de hoy me dejo con las ganas de más- me sonrío por dentro.
Y claro, si la rutina que acabo de practicar es mejor que cualquier gimnasio, ¿no les parece?
42 comentarios - Mejor que el gimnasio...
gracias por compartir!
te dejo unos puntito 😉
Muy buen relato me fascina los detalles que le das a cada uno de ellos
Muuy caliente como siempre!
Gracias por compartir
"la rutina que acabo de practicar es mejor que cualquier gimnasio"[/i]
Siempre he pensado que el buen y lujurioso sexo es mucho mejor que ir al Gym jajaja, te mantiene en un forma esplendida!!
Excelente relato como siempre querida!!
Ansioso a la espera de un nuevo y cachondo relato como solo tu los sabes narrar. FELICITACIONES preciosa!! +10
Besos
LEON