Sábado en familia 18º "con imágenes"

Bruno se refugió en un improvisado cuarto fabricado años atrás, en una especie de galpón en el fondo del terreno de su casa. Lo había utilizado por primera vez, cuando había cometido la única infidelidad que además confesó a su esposa. Muchas noches había pasado allí, y de vez en cuando lo utilizaba, cuando Angélica, su mujer, estaba cruzada (enojada) con él, o también, lo hacía para meditar. Este era uno de esos momentos.
Felina a su vez, se había levantado de la cama matrimonial de sus padres, donde había protagonizado una escaramuza sexual con su progenitor. Había sucedido por error, jamás lo hubiera buscado, reflexionó ¿O si? ¡Tal vez!
Ella sola se respondió, sin embargo, también analizó que si lo hubiera hecho, no sería en ese momento, con novio, y con varios amantes, entre ellos su hermano.
La joven, retiró todas las cobijas y sábanas de la cama de sus padres y la puso en la lavadora, algo no habitual en ella, y menos aún, el tomarse el trabajo de accionarla y realizar el lavado. No quería dejar huellas, vestigios de lo sucedido ese mediodía, entre otras cosas le daba cierta vergüenza. Hasta había dado vuelta el colchón de dos plazas, cosa que realizó con dificultad por el peso del mismo, por si restos de líquidos o fluidos seminales permanecieran en él.
Se dirigió luego a la ducha a tomar un baño.
La casa entonces, pero por otros motivos, continuaba en silencio, esta vez, era un silencio cómplice, amargo.
Angélica regresó de efectuar las compras y dejó las bolsas de mercadería en la cocina. Escuchó el lavarropas funcionando, pensó que lo había encendido Bruno su marido.
Mientras sacaba las compras realizadas de las bolsas, llegó su hijo Leo, este venía con hambre y sueño.
Le preguntó a su madre que había para comer y Angélica le comentó que inmediatamente se podría a preparar pastas. Leo, le manifestó que no iba a esperar, que se iba a dormir y que se haría unos sanguches.
La madre, decepcionada permaneció en silencio, conocía a su hijo, y llevarle la contra o intentar convencerlo sólo generaría una disputa que terminaría en pelea a gritos. Dejó lo que hacía y le preparó cuatro panes con fiambres.
Felina, la hermana de Leo e hija de Angélica salió de la ducha envuelta en toallas y apareció en la cocina.
Leo ni la miró y Felina lo obvió, ¿Cuándo comemos? Preguntó a su madre, mientras Leo se levantaba y se dirigía a el cuarto que compartían con su hermana.
Su madre, no respondió, Felina exclamó ¡Qué le pasa a este! Al ver que su hermano se iba
¡Tiene sueño, no va a comer! Respondió Angélica
¡Ah, eso enseguida me respondés! Criticó Felina, su hija, y continuó ¡Qué, no come él y no come nadie!
¡No, lo que pasa, que yo compré una cantidad de cosas para comer todos juntos, pastas! Se defendió Angélica
¡A esto lo dejamos para la noche, así cenamos juntos, esperá que tengo unas hamburguesas! Aseguró a su hija
¡Andá, eso me lo hago yo! Se quejó la chica
¡Bueno! Respondió la madre sin mostrar preocupación, claramente lo importante para ella era agasajar a su hijo, igual todos en la casa lo sabían.
Mientras Felina, sacaba los "Patys" del freezer y el pan para las hamburguesas, Angélica preguntó por su marido, el padre de la adolescente. Felina no se inmutó y le dijo que creía haberlo escuchado entrar al rato que ella (su madre) había salido a realizar las compras.
¡Bruuuuuuunoooooooo! Llamó la mujer a su esposo
¡Siiiiiiii!! Respondió él desde el galpón
¿Qué hacés? ¿Querés comer? Preguntó Angélica, casi dispuesta a guardar todo, tomar mate o picar cualquier cosa, dada la ausencia de su hijo.
¡No, gracias! Dijo el padre absolutamente atormentado por lo sucedido con su hija
¡Bueno! Aceptó de buen modo Angélica
¡Esperá que hago yo las hamburguesas y me hago una para mi! Advirtió la madre a su hija, ella no dudó, y se apartó de la cocina, se quitó la toalla y observó su vulva, depilada hacía instantes en la ducha y sin signos de actividad reciente, se le había desinflamado, recordaba el grosor del pene de su padre y recapacitó en lo interesante que había sido sentirlo dentro suyo.

Luego de comer, Felina había recibido la llamada de su novio "el tano" pidiéndole disculpas por el trato dispensado por él hacia ella la noche anterior, y luego de un rato de hacerse rogar, accedió a verlo, así que se cambió y esperó que este pasara por ella. Así fue.
Minutos más tarde Mingo, el panadero, novio de la nena, estacionó su auto último modelo en la puerta de casa, ella corrió fingidamente hacia él, entró al vehículo y se marcharon, él tanito le dijo, perdoname y acompañó la disculpa con una sortija de compromiso, y eso no fue todo, la invitó a ir y venir en el día a la costa atlántica, lugar que Felina no conocía y deseaba hacerlo, por supuesto aceptó sin consultar con nadie, es más, ella creyó adecuado, desobedecer a su madre, la que le había indicado, que si quería concretar, ganárselo como "candidato" a casamiento, a él, no le diera nada, ningún adelanto, ninguna satisfacción sexual. Pero, ella, de alguna manera, tal vez, sintiéndose culpable de todas las humillaciones que le propinaba, las traiciones, las infidelidades, con tantos hombres, y ya que no le costaba nada, le obsequió una fellatio, una "mamada", en pleno viaje en auto.

Luego de que se marchara su hija, Bruno dio señales de vida y le manifestó a su mujer que lo habían llamado de la casa de su madre, la suegra de Angélica y que marcharía y cenaría allí, más aún hasta le comunicó que tal vez se quedara a dormir, ya que su madre era viuda y estaba con problemas de salud.
Angélica casi brinca de algarabía.
Fue así, que al promediar la tarde estaba sola con su hijo.

Angélica entró a la habitación donde dormía Leo, era una tentación para ella verlo profundamente dormido, observó que como de costumbre, su hijo estaba al palo, se desvistió parcialmente quedándose sólo con sus bragas, se acercó a su hijo y retiró las cobijas que lo cubrían, se maravilló al verlo desnudo, sin calzoncillos y con su miembro erguido, se acostó lentamente, sin hacer ruido junto a él, y comenzó a tocarse.

Al cabo de un tiempo no lo soportó más, la masturbación propinada por ella misma a su humanidad y los orgasmos que se produjo no la calmaban.
Así que sin mediar otra cosa se dirigió directamente al falo de su hijo, lo tomó entre sus dedos y se lo comió, literalmente hablando, lo tragó, quería masticarlo, comerlo, era su fetiche.

Lo lamió todo, cada milímetro lo saboreó, le chupó los huevos, los testículos casi lampiños, sin vellos, pensó que lo hacía delicadamente, suavemente, porque su hijo no se despertaba, seguía profundamente dormido, o tal vez lo disfrutaba en silencio, en paz. Así que como para despabilarlo y que se despierte comenzó hacer más severa en su accionar, le dio mayor fricción a sus embates.

Hasta que de una vez por todas reaccionó, volvió en si, y le devolvió reciprocidad a su entrega.
Se incorporó, le abrió las piernas y besó su raja por sobre las bragas.

Leo, le quitó la bombacha a su madre y le comió la "almeja" le chupó la concha a Angélica con pasión, introduciéndole un dedo en el ano, como ella lo había hecho con él anteriormente, cuando este se fastidió.

Ella reaccionó de manera absolutamente diferente se excitó hasta el paroxismo, se incorporó sintiendo la llegada del clímax y su próxima explosión de placer, y el continuó bebiendo su miel, comprendió que lo que sentía por ella, era algo más que amor parental, era amor sexual, perversión, algo que lo enfermaba y lo consumía.

Angélica acabó en la boca de su hijo y tambaleante por el coito, temblorosa se subió sobre él para montarlo con su frenesí, para bailar sobre esa verga encantada que la poseía como una ramera, como una desquiciada ninfómana, sabía que podía morir cojiendo con su hijo, secarse incrustada a Leo.

Lo que Leo sentía con su madre era extraño, lo excitaba, era evidente, sin embargo, no podía eyacular, era como una contradicción, sería la culpa que se expresaba de esa forma, pensó. Pero eso, a ella la enloquecía, el poder de aguantarse, de su hijo, el continuar y continuar, sin cejar en el bombeo, parecía un motor, un pistón que entraba y salía de su cueva, de su orificio infernal, un infierno que les quemaba a ambos.

Buscando de una vez por todas terminar, llegar al orgasmo se levantó con ella ensartada y la fue llevando por distintos sectores de la casa vacía.

Terminaron en la mesa del comedor principal, un área de la casa que casi nunca se utilizaba, sólo para las celebraciones importantes, que casi no existían en la familia.
Allí, Angélica prácticamente próxima a desfallecer por la intensidad de la garchada, transpirada, llena de sus propios líquidos, chorreándolos entre sus piernas endebles por el esfuerzo, la vulva inflamada por el roce, toda la zona genital susceptible por los multiorgasmos entregados por ella, y recibiendo una feroz, y rogaba última aceleración de agite penetrante, sintió en su vagina como comenzaba a latir el miembro viril de su hijo y expeler dentro suyo una profusa cantidad de semen caliente.

El cual soportó estoica, inclinada sobre la mesa, en los últimos empellones y los gritos guturales producidos por Leo al eyacular, casi como un primate.
Esa contienda aguerrida, esa batalla sexual los había dejado extenuados, y nunca repararon en que alguien los estaba observando.

Momentos después sonó el timbre de entrada de la casa.