Visita al médico
Parte II
Parte II
Para comprender este relato, es absolutamente necesario leer la Introducción y los relatos previamente publicados
A las dos de la tarde en punto, me encontraba en el consultorio de la Dra. Paloma Méndez, ginecóloga y proctóloga. Me había vestido con una falda de cuadros escoceses muy cortita, con una camisa blanca y una corbatita a juego con la falda, a semejanza de la escuela donde hasta hace un par de años había estudiado. No llevaba bragas, pero lo que si no podía faltar, por supuesto, era mi fiel Tito, mi plug anal, insertado en mi agradecido ano. Dos coletas en mi largo pelo castaño y unos mocasines con medias blancas completaban mi atuendo.
Tal vez por estar sentada mucho tiempo en la sala de espera, la picazón anal comenzó de nuevo. Al no poder rascarme, tuve que simplemente empezar a moverme hacia adelante y atrás en mi asiento. Con disimulo, levante la parte trasera de mi falda, para que mis nalgas quedaran en perfecto contacto con el asiento de plástico. Una de las características de mi querido Tito, es que su parte posterior es una ventosa, la cual con el adecuado movimiento puede quedar adherida a una superficie, para mantenerse fijo. Levanté un poco el culo y con un movimiento de presión empujé a Tito contra el asiento, para fijarlo y poder masturbarme por el culo libre pero disimuladamente.
En la sala se encontraban varias mujeres más, de diferentes aspectos y edades, cada una ocupada en lo suyo. Una leía una revista, la otra conversaba por el teléfono móvil y otra dormitaba. Afortunadamente, ninguna se había dado cuenta de mi pequeño trabajito anal. Pasó aproximadamente media hora, durante la que estuve dale que te dale a Tito, hasta que la recepcionista me llamó por mi nombre y me hizo pasar. Disimuladamente, introduje un dedo entre Tito y el asiento, para poder despegarlo suavemente. Tal vez no lo hice correctamente, o tal vez estaba más adherido al asiento de lo que debería, el caso es que no pude evitar que se escuchara un "¡Plop!" cuando me levanté del asiento. Las mujeres asistentes voltearon a verme intrigadas, pero yo, haciendo caso omiso entré a la sala de consulta de la doctora.
– Buenos días, doctora – la saludé
– Hola Isa, ¿cómo has estado?. ¿Cómo está tu madre? – me saludó afectuosamente.
– Todo bien, doctora, produciendo más que nunca y con la verga cada vez más grande – le dije al tiempo que le guiñaba un ojo.
La doctora estaba acompañada de dos hermosas enfermeras, enfundadas en unos pequeños vestidos blancos abotonados por el frente, con medias panties del mismo color. Me indicó que me quitara la ropa, acción en la que las amables enfermeras me ayudaron tocandome más de lo debido, y que me acostara en la camilla ginecológica. Me acosté boca arriba, con las piernas flexionadas y los pies sujetos en los soportes destinados para tal fin. De esta manera, mi coño y mi culo quedaban expuestos completamente para permitir el exhaustivo análisis de la doctora.
– Veo que no viniste sola – exclamó mientras retiraba delicadamente el plug anal.
– Nunca salgo sin él, doctora.
Introdujo un instrumento similar a la boca de un pato en mi ano, y estiro sus paredes al máximo permitido para estudiarme el recto. Esto provocó un poco de incomodidad en mí, cosa que no pasó desapercibida para la doctora.
– Elisa, ayuda un poco a la paciente para que se tranquilice.
Obedeciendo inmediatamente, una de las enfermeras se acercó hasta mi cara y se levantó un poco la falda por delante. Con un ágil movimiento extrajo su gigantesca polla y la apoyo en mis labios.
– Chupa un poco querida, esto te distraerá.
Ni corta ni perezosa comencé a mamarle la verga a la enfermera, lo que hizo que me olvidara un poco del examen rectal. Sentía como la doctora introducía sus dedos y diversos instrumentos allí, y de no haber sido por la polla que rellenaba mi boca, me habría sentido un poco incómoda.
Al cabo de 10 minutos aproximadamente, la doctora se levantó de su taburete.
– Creo que ya tengo una idea de lo que tienes, Isa, pero necesito hacer un examen un poco más "invasivo", si no hay problema por ti,
– Para nada, doctora, lo que sea con tal de que me alivie la picazón del culo.
Dicho y hecho, la doctora se bajó los pantalones y las bragas, dejando libre su hermosa verga.
– Te la voy a meter poco a poco, Isa, y quiero que me digas lo que sientes.
– Mmmpff, no hay problema doctora – le dije con la polla de la enfermera aún en la boca.
Poco a poco, la doctora fue penetrándome. Primero la cabeza y luego el tronco completo. A medida que iba entrando me preguntaba si la picazón se aliviaba, a lo que yo respondía afirmativamente. Así estuvo durante un rato, el cual disfruté al máximo. Mientras la doctora me penetraba, la otra enfermera se había abocado a la tarea de chuparle el coño a la doctora, para que su herramienta no perdiera rigidez y pudiese realizar el examen eficazmente. Pronto, la doctora empezó a arreciar sus embestidas.
– ¡Voy a acabarte adentro, Isa, necesito que me digas si sientes más alivio! – me dijo con la respiración entrecortada.
– ¡Dele, doctora, dele duro! – la aupé.
De verdad, una vez que sentí mi recto lleno de semen, la picazón disminuyó un poco, pero no llegó a desaparecer completamente. Al retirar la doctora su verga de mi culo, una de las enfermeras corrió presta a lamer todo el semen que se escurría de mi ano.
– Bien Isa, ya se lo que tienes – exclamó limpiándose el sudor de la cara y subiéndose los pantalones.
– ¿Qué es, doctora?
– Al parecer, además de la condición médica del futanarismo, tu cuerpo también está experimentando un nuevo cambio. Por lo que he escuchado de otros colegas, así como directamente de miembros de la familia, esta nueva "condición" está afectando a varios miembros de tu generación futanari, y al parecer no es más que el producto evolutivo del uso perpetuo e indiscriminado del ano y el recto.
– ¿Y eso cómo se soluciona?
– Hasta donde sabemos, sólo puedo ayudarte a aliviarte temporalmente. Varias mujeres han experimentado ya estos síntomas, por lo que estamos intentando conseguir una cura definitiva. Hay una posibilidad muy remota, pero es algo muy complicado y no quiero darte falsas esperanzas. De momento, lo único que puedo hacer es recetarte un medicamento. Son unos supositorios conformados por semen de futanari concentrado al máximo. Tienes que colocarte uno en culo todos los días, preferiblemente por la mañana, para que así no sientas picazón durante el resto del día.
– ¿Hay alguna indicación especial de cómo colocármelos, doctora? – inquirí.
– Sí. Tienes que metértelos bien hasta el fondo, por lo que la mejor opción es que te consigas una buena verga que te penetre bien profundamente. Luego, mediante el roce de esa verga en las paredes de tu recto producto de la follada, el supositorio va a comenzar a derretirse. Por último, te tienen que acabar bien adentro, ya que la medicina sólo reacciona al contacto del semen fresco y caliente. No importa si es una verga de hombre o de futanari. Por último, mientras más tiempo esté el semen dentro de tu recto, mejor. Más alivio sentirás.
– Captado, doctora, no se preocupe por eso.
– El primero te lo vamos a colocar ahora, los demás corren por tu cuenta. Si un día no consigues una verga dispuesta a penetrarte, no dudes en pasar por aquí que con gusto te atenderemos.
– ¡Muchas gracias, doctora!
– Bien, ahora las chicas se ocuparan de ti – dijo refiriéndose a sus enfermeras – ya que yo tengo que pasar otra consulta en la sala de al lado. Espero que estés bien y cualquier problema me avisas.
Diciendo esto salió de la sala de consulta. Sus enfermeras ayudantes me indicaron que me bajara de la camilla. Acto seguido, una de ellas se acostó en la camilla y me indicó que me colocara en cuatro patas encima de ella. Apenas lo hice, la otra enfermera tomó la verga de su compañera y comenzó a introducirla en mi ano, no sin antes previamente insertarme el supositorio. La enfermera que estaba debajo de mí comenzó a bombearme el ano, con un poco de dolor al principio, que solamente pude atenuar cuando me dediqué a lamerle las tetas y morderle los pezones.
Cuando ya la follada había adquirido un buen ritmo, la otra enfermera se unió a nosotras y comenzó a introducir su verga en mi ya ocupado ano.
Mientras más roce y más profundamente llegue el supositorio mejor. Y así también puedes tener el doble de leche en tu recto – dijo la segunda enfermera muy profesionalmente.
A estas alturas, el dolor dio paso al placer, y si hubiera sido por mí, me hubiera metido dos pollas más. Acabaron casi al mismo tiempo, inundando mi recto de leche caliente y mi cerebro de placer infinito. Cuando retiraron sus vergas de mi culo me indicaron que no me moviera, para poder introducirme de nuevo el plug anal sin derramar nada de leche.
Les di las gracias y me vestí, prometiéndoles que vendría pronto a colocarme otro supositorio. No sé si me hicieron caso, ya que estaban abocadas a la tarea de lamerse mutuamente las vergas para eliminar cualquier rastro de semen de sus preciados instrumentos quirúrgicos.
Salí de la consulta rumbo al Metro para regresar a mi casa, feliz, bien follada y con el culo rebosante de semen. No podía esperar para contarle todo a mamá, y que además ella probara un poco de la rica leche de las enfermeras depositada en mi culito.
Continuara...
2 comentarios - Historia Futanari III
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