La semana transcurrió con una falsa normalidad en la que ambos nos desenvolvíamos intentando ver quien aguantaba más, quien se rendía antes; No me creía su versión sobre su plan con Ángela pero me molestaba que una tercera persona estuviera involucrada de alguna manera en nuestra prueba. María por su parte aparentaba que mi silencio no le afectaba; estaba convencido de que ella esperaba otra reacción por mi parte y yo no estaba dispuesto a dársela. Tras la primera sorpresa cuando desveló aquella supuesta trama no había dudado en ningún momento de que se trataba de una treta para poner en evidencia mis inseguridades.
Día a día me fue poniendo al corriente sobre los planes del nuevo departamento que iba a dirigir, sus comentarios iban impregnados de una cierta ambigüedad calculada que yo interpretaba como una artimaña para hacerme pensar que Roberto estaba intentando algo, ante lo cual mantenía una actitud displicente que María ignoraba, ninguno de los dos estábamos dispuestos a ceder y el juego, además de morboso, se había convertido en una especie de competición entre ambos. Yo, por mi parte, evité hacer la más mínima alusión a su falsa salida con Ángela.
No obstante, había algo que me inquietaba y excitaba simultáneamente, María había pasado de mantener una actitud pasiva ante mis insistentes insinuaciones sobre el sexo compartido a adoptar un rol diferente, ahora era ella la que creaba situaciones en las que la ambigüedad generaba más tensión que cualquier declaración explícita que, sin duda, me habría llevado al terreno de la fantasía; La ambigüedad, el decir sin decirlo todo, la insinuación velada, el gesto descuidado… hacían más efecto, mucho más, que el erotismo explicito que habíamos usado hasta entonces en nuestras fantasías compartidas.
"Mañana por la noche se cumple el plazo" – Estábamos cenando cuando rompí el silencio con esta frase, me miró largamente sin responder nada. -"¿Algún plan en concreto?" – Sonrió al descubrir en mi insistencia la debilidad de mi aparente aplomo.
"Hablar, salir de la cancha, dejar de competir, volver a ser nosotros mismos y comparar" – dijo con una preciosa sonrisa en su boca, su expresión de sosegada calma me dio a entender que, al igual que yo, estaba deseando acabar con aquello.
"¿Comparar? Creo que no te sigo"
"Yo creo que me sigues perfectamente, supongo que cuando terminemos el… ¿partido? ¿o debería decir ‘combate’?"
"Dejémoslo en partido" – dije sonriendo.
"Bien, pues cuando dejemos el partido, podremos relajarnos un poquito, rebobinar la película de estas dos semanas y valorar lo que tenemos" – Tenía la impresión cada vez más firme de que María estaba cansada de mantener este juego y me alegró porque yo sentía eso mismo: deseaba volver a nuestra vida, no me gustaban las incógnitas que se habían creado estos días. Echaba de menos la transparencia que siempre hay entre nosotros y aunque se tratase de un juego, me generaba una molesta desazón.
"Perfecto, ¿después del gimnasio?" – María asintió con la cabeza. Continuamos cenando en silencio.
"En realidad apenas he necesitado una semana de las dos que nos propusimos, hasta el jueves pasado no pensé en serio en esto, pero me han bastado unos pocos días para desmontar tu pretendida seguridad"
Su voz era dulce, no había ironía en ella, aun así su argumentación me pareció un arranque de prepotencia tan explicito que hirió mi orgullo, María daba por hecho que me había derrotado.
"¿Tú crees?" – me sonrió y tomó una de mis manos.
"Cariño, estás pasando los peores días de tu vida, no soportas no saber, te mueres por acabar con esto y conocer hasta el último detalle para quedarte tranquilo" – su tono me pareció paternalista, no entré en la provocación.
"Que rápido sacas tu las conclusiones y eso que te quejas de no haber empleado más que una semana…" – aun no tenia definido ni mi argumento ni la manera de recuperar terreno y no aceptar su veredicto anticipado, entonces improvisé – "… Por mi no hay ningún inconveniente en darte esa semana que te falta… más aun, si quieres podemos dejar abierto el plazo, hasta que uno de los dos se rinda"
Era todo un órdago lanzado sin ganas, deseaba acabar con aquello y volver a nuestra normalidad, pero no podía hacerlo desde la derrota. María me miró a los ojos sonriendo aun, no esperaba esta reacción y se demoraba en encontrar la respuesta adecuada.
"¿Estás seguro? te veo bastante tenso estos días, ¿Vas a poder aguantarlo?"
"Sin problema cariño, eres mayorcita, sabes lo que haces" – su mirada cambió, no supe adivinar si se había molestado, o si había algo mas tras aquella sombra en su mirada.
"Por supuesto"
No volvimos a hacer ninguna alusión a la prueba durante el fin de semana, pero mi forma de hacerle el amor reflejaba la intensidad de la tensión y el morbo que me provocaba aquello; María por el contrario tenía una reacción más errática, unas noches era ella la que se descargaba violenta y rápidamente conmigo, - aunque se cuidó de no volver a dejarme sin acabar -, otras se dejaba hacer, como si le costase excitarse. Yo seguía viendo aquellos signos no como síntomas de su intenso dilema interno sino como una estrategia para superarme en la prueba.
Sus comentarios sobre su ascenso acababan llevando siempre a Roberto, su preocupación se trasmitía en sus palabras, pero yo no lo veía; Necesitaba hablar conmigo, con su marido y amigo, pero se encontraba frente a su contrincante en una partida absurda y al mismo tiempo se veía limitada por su pudor a revelarme sus concesiones a Roberto. Sus vacilaciones sin embargo me parecían tretas para debilitarme.
A finales de aquella semana tuve una reunión que me entretuvo hasta casi las diez de la noche, cuando llegué a casa no había ninguna luz encendida, me extrañó que María no hubiera llegado a esas horas; cuando estaba aun intentando buscar una explicación lógica escuché música en el ático. Subí y la encontré en el sillón con los pies descalzos sobre la tapicería, encogida en una postura casi fetal, Lorena McKennitt sonaba en el equipo de música. Me quedé de pie en la puerta, mirándola, admirándola; por un momento olvidé la competición que manteníamos y me recreé en la niña de la que me enamoré, en la mujer en la que se había convertido, una suave ternura me invadió y deseé envolverla en mis brazos y acunarla sin objetivo, sin tiempo, sin final.
Sus ojos me inspeccionaban, una sombra de preocupación, quizás de tristeza, enturbiaban su mirada, sabía el esfuerzo tan importante que le estaba suponiendo aspirar al ascenso y lo achaqué a eso, no tenía ni idea de la presión a que estaba sometida. Me senté a su lado.
"¿Un mal día?"
"Ni mejor ni peor que otros" – su respuesta evasiva me sorprendió cuando esperaba que, como siempre, me contase lo que la preocupaba.
"¿Entonces?" – mi insistencia, en lugar de dar pie a la confidencia, la hizo sentirse presionada, se volvió hacia mí.
"¿Qué pasa?"
"Te noto… no se… ¿preocupada?" – pareció a punto de iniciar una frase, pero antes de pronunciarla se detuvo y, tras una breve pausa, evitó el tema.
"Tonterías, cosas del gabinete" – Esta no era ella, aquel gesto de duda me pareció tan estudiado, tan dirigido a provocarme la curiosidad que, de un plumazo, la ternura desapareció poniendo de nuevo en marcha al jugador. Estaba tan ciego que no fui capaz de entenderla.
"¿Y Roberto? ¿no te echa una mano?"
Aquella frase, pensada para azuzar a alguien que juega tu misma partida, fue un golpe bajo para la mujer que se debatía entre sincerarse conmigo o mantener el silencio; la oí suspirar profundamente, como quien se rinde a una evidencia no deseada, como quien da por perdida una esperanza; De nuevo la defraudaba.
"Menos de las que él quisiera" – cambió de postura con una leve violencia que no me pasó desapercibida.
"Pero… ¿mas de las que quisieras tu?" – no me sentía cómodo actuando de esta manera, aun así no era capaz de detenerme. Apenas vi como María desviaba su mirada al escuchar aquella inoportuna frase.
"Tú no tienes ni idea de lo que yo quiero" – era evidente su enfado, me arrepentí de haber dicho aquella bobada.
"¿Te ha molestado?, solo era una broma"
"Ni me ha molestado, ni era una broma, pero es igual" - su tono expresaba desinterés por mi opinión, volvía a ser normal, sereno, algo mordaz lo cual me llevó a pensar que entraba al trapo.
"¿Y por qué crees, a estas alturas, que no sé lo que quieres?"
"No es ese el objetivo de esta… prueba, o batalla, o como quieras llamarla? ¿Enterarte de qué es lo que quiero?
"Pensaba que no, que lo que pretendías era demostrarme que a la hora de la verdad recularía y me daría miedo verte follar con otro" – María hizo un gesto de fastidio.
"Yo nunca he hablado de follar, solo aposté porque no serías capaz de verme con otro hombre, no especifiqué mas pero ya veo que vas a por todas"
"A propósito, aun no me has aclarado a que te referías al decir que no tengo ni idea de lo que quieres, ¿te referías en general o hablabas de Roberto y sus… manejos?" – María sonrió con cierta amargura.
"¿A propósito, dices? ¿hablamos de follar y eso trae a colación a Roberto?"
"¿Por qué no? Tu misma me dijiste que por qué no probar a desinhibirte" – la conversación estaba yendo demasiado lejos pero me sentía incapaz de detenerme.
"Solo repetía tus argumentos aunque… ya veo que tengo vía libre" – cada frase que salía de nuestras bocas avivaba una hoguera que amenazaba con convertirse en incendio incontrolado.
"Nunca has necesitado mi permiso cielo" – aquella palabra, ‘cielo’, le recordó a Roberto y en aquel momento sintió cómo el desprecio que le había provocado cuando la llamó así se trasladaba a mí, la insolencia de Roberto era ahora mi insolencia, ¿cómo me atrevía a decirle aquello? La amargura de sentirse sola se convirtió en irritación; se levantó del sillón y se dirigió a la puerta.
"Bien, bueno es saberlo"
Bajó las escaleras y yo aguanté las ganas de seguirla y disculparme, deseaba acabar con aquello, reconocer que me había comportado como un idiota y volver a ser los de siempre..
Pero no lo hice.
Diez minutos más tarde la escuché trastear en la cocina y bajé; De una manera premeditada pasé por su lado sin decir nada y me fui a la alcoba a cambiarme de ropa.
Cenamos fingiendo normalidad, le comenté algunos temas del trabajo que solo obtuvieron algún monosílabo. Me sentía frustrado, deseaba acabar con aquello pero mis intentos por romper el silencio se estrellaban contra un frio hermetismo. Entonces terminé de perder los papeles.
"¿Sabes de quien me he acordado hoy" – me miró con una expresión de suficiencia, como si de antemano supiese lo que iba a decir y aquello me terminó de disparar.
"A ver, dime" – dijo con aire tolerante.
"Se me ha venido a la cabeza Elena" – mi frase provocó un estallido de risa que reprimió inmediatamente pero que me hizo sentir ridículo.
"¡Vaya! ¿hoy, precisamente?" – María mantenía un sonrisa de incredulidad.
"En fin no solo hoy..." – seguía improvisando, tenía que lograr que mi historia fuera verosímil evitando al mismo tiempo humillarla – "… he pensado mucho en cómo nos fuimos aquella noche, sin despedirnos apenas, sin decirle nada…" – María mantenía una sonrisa tensa en su cara. Sus ojos mostraban una frialdad hiriente que jamás había visto.
"¿No… tuviste tiempo suficiente de decirle todo lo que querías?" – María ya no se contenía, estaba en pie de guerra, la ironía que impregnaba su voz me azuzaba a continuar.
"No me refiero a eso, quiero decir que nos fuimos tan de improviso, te molestaste tanto que…" – María dejó el tenedor con el que jugueteaba con la comida.
"Me puse histérica, ¿es eso? – buscaba provocarme, me lanzaba una frase que siempre nos ha parecido indecente y miserable, esa frase hecha de muchos hombres que ante un cabreo femenino lo achacan a la regla o a la histeria.
"Te pusiste excesivamente tensa, no había motivo para salir de allí de ese modo"
"¿Tú crees? Vaya, pues haberlo dicho y nos hubiéramos quedado a pasar la noche en las habitaciones que os habíais encargado de reservar, así habrías podido terminar de decirle a Elena todo lo que querías, con pelos y señales, siento haberte estropeado la noche"
"Sabes perfectamente que yo no reserve nada y que no tenía intención de ocultártelo" – hice una pausa, no me había gustado nada la insinuación que había lanzado, por un momento olvidé que Elena y yo… - "y además, no me estropeaste la noche"
María se acodó en la mesa, su tono no reflejaba la tensión que había en el ambiente, no parecía alterada sino amargada. Noté el matiz pero no le presté atención enfrascado como estaba en la lucha por dominar el juego.
"Pues mira, si tanto te acuerdas de ella ¿Por qué no la llamas?" – me provocaba.
"Sabes que no tengo su teléfono" – un gesto de duda en su rostro me hizo ponerme serio – "lo sabes ¿verdad?" – no iba a permitir que dudase de mi palabra.
"Pues llama a Pablo, ese sí que le tienes"
Me acodé yo también en la mesa, a escasa distancia de su rostro, María echaba un órdago de tal envergadura que dudé de que fuera consciente de lo que planteaba.
"Si le llamo para pedirle ese teléfono… sabes lo que va a querer a cambio"
Nos mantuvimos en silencio, sin apartar la mirada el uno del otro, calculando hasta donde estaba dispuesto a llegar cada uno. La cercanía de su rostro, su belleza, avivaba la excitación que me provocaba aquella escaramuza, deseaba besar esos labios, acariciar sus mejillas, besar sus parpados, acabar con aquello y llevármela a la cama, pero…
"¿Tu quieres el teléfono de Elena, verdad? Entonces, ya sabes: pídeselo" – María iba a por todas, segura de que me iba a echar atrás. La miré fijamente intentando mostrar toda la gravedad del asunto.
"María…"
Sobraban las palabras, ambos sabíamos a dónde conducía esa llamada. Me miró con una insolente seguridad
"¿Qué?"
"Me va a pedir el tuyo, lo sabes" – no me gustó lo que vi en su mirada, ¿tristeza?, amargura, cansancio quizás, no sabía bien qué, pero me preocupó.
"Ya eres mayorcito" – dijo imitándome – "tu sabrás lo que debes hacer" – otra vez se burlaba, me sentí ridiculizado, ofendido.
"Como quieras, mañana le llamo"
"Muy bien"
Día a día me fue poniendo al corriente sobre los planes del nuevo departamento que iba a dirigir, sus comentarios iban impregnados de una cierta ambigüedad calculada que yo interpretaba como una artimaña para hacerme pensar que Roberto estaba intentando algo, ante lo cual mantenía una actitud displicente que María ignoraba, ninguno de los dos estábamos dispuestos a ceder y el juego, además de morboso, se había convertido en una especie de competición entre ambos. Yo, por mi parte, evité hacer la más mínima alusión a su falsa salida con Ángela.
No obstante, había algo que me inquietaba y excitaba simultáneamente, María había pasado de mantener una actitud pasiva ante mis insistentes insinuaciones sobre el sexo compartido a adoptar un rol diferente, ahora era ella la que creaba situaciones en las que la ambigüedad generaba más tensión que cualquier declaración explícita que, sin duda, me habría llevado al terreno de la fantasía; La ambigüedad, el decir sin decirlo todo, la insinuación velada, el gesto descuidado… hacían más efecto, mucho más, que el erotismo explicito que habíamos usado hasta entonces en nuestras fantasías compartidas.
"Mañana por la noche se cumple el plazo" – Estábamos cenando cuando rompí el silencio con esta frase, me miró largamente sin responder nada. -"¿Algún plan en concreto?" – Sonrió al descubrir en mi insistencia la debilidad de mi aparente aplomo.
"Hablar, salir de la cancha, dejar de competir, volver a ser nosotros mismos y comparar" – dijo con una preciosa sonrisa en su boca, su expresión de sosegada calma me dio a entender que, al igual que yo, estaba deseando acabar con aquello.
"¿Comparar? Creo que no te sigo"
"Yo creo que me sigues perfectamente, supongo que cuando terminemos el… ¿partido? ¿o debería decir ‘combate’?"
"Dejémoslo en partido" – dije sonriendo.
"Bien, pues cuando dejemos el partido, podremos relajarnos un poquito, rebobinar la película de estas dos semanas y valorar lo que tenemos" – Tenía la impresión cada vez más firme de que María estaba cansada de mantener este juego y me alegró porque yo sentía eso mismo: deseaba volver a nuestra vida, no me gustaban las incógnitas que se habían creado estos días. Echaba de menos la transparencia que siempre hay entre nosotros y aunque se tratase de un juego, me generaba una molesta desazón.
"Perfecto, ¿después del gimnasio?" – María asintió con la cabeza. Continuamos cenando en silencio.
"En realidad apenas he necesitado una semana de las dos que nos propusimos, hasta el jueves pasado no pensé en serio en esto, pero me han bastado unos pocos días para desmontar tu pretendida seguridad"
Su voz era dulce, no había ironía en ella, aun así su argumentación me pareció un arranque de prepotencia tan explicito que hirió mi orgullo, María daba por hecho que me había derrotado.
"¿Tú crees?" – me sonrió y tomó una de mis manos.
"Cariño, estás pasando los peores días de tu vida, no soportas no saber, te mueres por acabar con esto y conocer hasta el último detalle para quedarte tranquilo" – su tono me pareció paternalista, no entré en la provocación.
"Que rápido sacas tu las conclusiones y eso que te quejas de no haber empleado más que una semana…" – aun no tenia definido ni mi argumento ni la manera de recuperar terreno y no aceptar su veredicto anticipado, entonces improvisé – "… Por mi no hay ningún inconveniente en darte esa semana que te falta… más aun, si quieres podemos dejar abierto el plazo, hasta que uno de los dos se rinda"
Era todo un órdago lanzado sin ganas, deseaba acabar con aquello y volver a nuestra normalidad, pero no podía hacerlo desde la derrota. María me miró a los ojos sonriendo aun, no esperaba esta reacción y se demoraba en encontrar la respuesta adecuada.
"¿Estás seguro? te veo bastante tenso estos días, ¿Vas a poder aguantarlo?"
"Sin problema cariño, eres mayorcita, sabes lo que haces" – su mirada cambió, no supe adivinar si se había molestado, o si había algo mas tras aquella sombra en su mirada.
"Por supuesto"
No volvimos a hacer ninguna alusión a la prueba durante el fin de semana, pero mi forma de hacerle el amor reflejaba la intensidad de la tensión y el morbo que me provocaba aquello; María por el contrario tenía una reacción más errática, unas noches era ella la que se descargaba violenta y rápidamente conmigo, - aunque se cuidó de no volver a dejarme sin acabar -, otras se dejaba hacer, como si le costase excitarse. Yo seguía viendo aquellos signos no como síntomas de su intenso dilema interno sino como una estrategia para superarme en la prueba.
Sus comentarios sobre su ascenso acababan llevando siempre a Roberto, su preocupación se trasmitía en sus palabras, pero yo no lo veía; Necesitaba hablar conmigo, con su marido y amigo, pero se encontraba frente a su contrincante en una partida absurda y al mismo tiempo se veía limitada por su pudor a revelarme sus concesiones a Roberto. Sus vacilaciones sin embargo me parecían tretas para debilitarme.
A finales de aquella semana tuve una reunión que me entretuvo hasta casi las diez de la noche, cuando llegué a casa no había ninguna luz encendida, me extrañó que María no hubiera llegado a esas horas; cuando estaba aun intentando buscar una explicación lógica escuché música en el ático. Subí y la encontré en el sillón con los pies descalzos sobre la tapicería, encogida en una postura casi fetal, Lorena McKennitt sonaba en el equipo de música. Me quedé de pie en la puerta, mirándola, admirándola; por un momento olvidé la competición que manteníamos y me recreé en la niña de la que me enamoré, en la mujer en la que se había convertido, una suave ternura me invadió y deseé envolverla en mis brazos y acunarla sin objetivo, sin tiempo, sin final.
Sus ojos me inspeccionaban, una sombra de preocupación, quizás de tristeza, enturbiaban su mirada, sabía el esfuerzo tan importante que le estaba suponiendo aspirar al ascenso y lo achaqué a eso, no tenía ni idea de la presión a que estaba sometida. Me senté a su lado.
"¿Un mal día?"
"Ni mejor ni peor que otros" – su respuesta evasiva me sorprendió cuando esperaba que, como siempre, me contase lo que la preocupaba.
"¿Entonces?" – mi insistencia, en lugar de dar pie a la confidencia, la hizo sentirse presionada, se volvió hacia mí.
"¿Qué pasa?"
"Te noto… no se… ¿preocupada?" – pareció a punto de iniciar una frase, pero antes de pronunciarla se detuvo y, tras una breve pausa, evitó el tema.
"Tonterías, cosas del gabinete" – Esta no era ella, aquel gesto de duda me pareció tan estudiado, tan dirigido a provocarme la curiosidad que, de un plumazo, la ternura desapareció poniendo de nuevo en marcha al jugador. Estaba tan ciego que no fui capaz de entenderla.
"¿Y Roberto? ¿no te echa una mano?"
Aquella frase, pensada para azuzar a alguien que juega tu misma partida, fue un golpe bajo para la mujer que se debatía entre sincerarse conmigo o mantener el silencio; la oí suspirar profundamente, como quien se rinde a una evidencia no deseada, como quien da por perdida una esperanza; De nuevo la defraudaba.
"Menos de las que él quisiera" – cambió de postura con una leve violencia que no me pasó desapercibida.
"Pero… ¿mas de las que quisieras tu?" – no me sentía cómodo actuando de esta manera, aun así no era capaz de detenerme. Apenas vi como María desviaba su mirada al escuchar aquella inoportuna frase.
"Tú no tienes ni idea de lo que yo quiero" – era evidente su enfado, me arrepentí de haber dicho aquella bobada.
"¿Te ha molestado?, solo era una broma"
"Ni me ha molestado, ni era una broma, pero es igual" - su tono expresaba desinterés por mi opinión, volvía a ser normal, sereno, algo mordaz lo cual me llevó a pensar que entraba al trapo.
"¿Y por qué crees, a estas alturas, que no sé lo que quieres?"
"No es ese el objetivo de esta… prueba, o batalla, o como quieras llamarla? ¿Enterarte de qué es lo que quiero?
"Pensaba que no, que lo que pretendías era demostrarme que a la hora de la verdad recularía y me daría miedo verte follar con otro" – María hizo un gesto de fastidio.
"Yo nunca he hablado de follar, solo aposté porque no serías capaz de verme con otro hombre, no especifiqué mas pero ya veo que vas a por todas"
"A propósito, aun no me has aclarado a que te referías al decir que no tengo ni idea de lo que quieres, ¿te referías en general o hablabas de Roberto y sus… manejos?" – María sonrió con cierta amargura.
"¿A propósito, dices? ¿hablamos de follar y eso trae a colación a Roberto?"
"¿Por qué no? Tu misma me dijiste que por qué no probar a desinhibirte" – la conversación estaba yendo demasiado lejos pero me sentía incapaz de detenerme.
"Solo repetía tus argumentos aunque… ya veo que tengo vía libre" – cada frase que salía de nuestras bocas avivaba una hoguera que amenazaba con convertirse en incendio incontrolado.
"Nunca has necesitado mi permiso cielo" – aquella palabra, ‘cielo’, le recordó a Roberto y en aquel momento sintió cómo el desprecio que le había provocado cuando la llamó así se trasladaba a mí, la insolencia de Roberto era ahora mi insolencia, ¿cómo me atrevía a decirle aquello? La amargura de sentirse sola se convirtió en irritación; se levantó del sillón y se dirigió a la puerta.
"Bien, bueno es saberlo"
Bajó las escaleras y yo aguanté las ganas de seguirla y disculparme, deseaba acabar con aquello, reconocer que me había comportado como un idiota y volver a ser los de siempre..
Pero no lo hice.
Diez minutos más tarde la escuché trastear en la cocina y bajé; De una manera premeditada pasé por su lado sin decir nada y me fui a la alcoba a cambiarme de ropa.
Cenamos fingiendo normalidad, le comenté algunos temas del trabajo que solo obtuvieron algún monosílabo. Me sentía frustrado, deseaba acabar con aquello pero mis intentos por romper el silencio se estrellaban contra un frio hermetismo. Entonces terminé de perder los papeles.
"¿Sabes de quien me he acordado hoy" – me miró con una expresión de suficiencia, como si de antemano supiese lo que iba a decir y aquello me terminó de disparar.
"A ver, dime" – dijo con aire tolerante.
"Se me ha venido a la cabeza Elena" – mi frase provocó un estallido de risa que reprimió inmediatamente pero que me hizo sentir ridículo.
"¡Vaya! ¿hoy, precisamente?" – María mantenía un sonrisa de incredulidad.
"En fin no solo hoy..." – seguía improvisando, tenía que lograr que mi historia fuera verosímil evitando al mismo tiempo humillarla – "… he pensado mucho en cómo nos fuimos aquella noche, sin despedirnos apenas, sin decirle nada…" – María mantenía una sonrisa tensa en su cara. Sus ojos mostraban una frialdad hiriente que jamás había visto.
"¿No… tuviste tiempo suficiente de decirle todo lo que querías?" – María ya no se contenía, estaba en pie de guerra, la ironía que impregnaba su voz me azuzaba a continuar.
"No me refiero a eso, quiero decir que nos fuimos tan de improviso, te molestaste tanto que…" – María dejó el tenedor con el que jugueteaba con la comida.
"Me puse histérica, ¿es eso? – buscaba provocarme, me lanzaba una frase que siempre nos ha parecido indecente y miserable, esa frase hecha de muchos hombres que ante un cabreo femenino lo achacan a la regla o a la histeria.
"Te pusiste excesivamente tensa, no había motivo para salir de allí de ese modo"
"¿Tú crees? Vaya, pues haberlo dicho y nos hubiéramos quedado a pasar la noche en las habitaciones que os habíais encargado de reservar, así habrías podido terminar de decirle a Elena todo lo que querías, con pelos y señales, siento haberte estropeado la noche"
"Sabes perfectamente que yo no reserve nada y que no tenía intención de ocultártelo" – hice una pausa, no me había gustado nada la insinuación que había lanzado, por un momento olvidé que Elena y yo… - "y además, no me estropeaste la noche"
María se acodó en la mesa, su tono no reflejaba la tensión que había en el ambiente, no parecía alterada sino amargada. Noté el matiz pero no le presté atención enfrascado como estaba en la lucha por dominar el juego.
"Pues mira, si tanto te acuerdas de ella ¿Por qué no la llamas?" – me provocaba.
"Sabes que no tengo su teléfono" – un gesto de duda en su rostro me hizo ponerme serio – "lo sabes ¿verdad?" – no iba a permitir que dudase de mi palabra.
"Pues llama a Pablo, ese sí que le tienes"
Me acodé yo también en la mesa, a escasa distancia de su rostro, María echaba un órdago de tal envergadura que dudé de que fuera consciente de lo que planteaba.
"Si le llamo para pedirle ese teléfono… sabes lo que va a querer a cambio"
Nos mantuvimos en silencio, sin apartar la mirada el uno del otro, calculando hasta donde estaba dispuesto a llegar cada uno. La cercanía de su rostro, su belleza, avivaba la excitación que me provocaba aquella escaramuza, deseaba besar esos labios, acariciar sus mejillas, besar sus parpados, acabar con aquello y llevármela a la cama, pero…
"¿Tu quieres el teléfono de Elena, verdad? Entonces, ya sabes: pídeselo" – María iba a por todas, segura de que me iba a echar atrás. La miré fijamente intentando mostrar toda la gravedad del asunto.
"María…"
Sobraban las palabras, ambos sabíamos a dónde conducía esa llamada. Me miró con una insolente seguridad
"¿Qué?"
"Me va a pedir el tuyo, lo sabes" – no me gustó lo que vi en su mirada, ¿tristeza?, amargura, cansancio quizás, no sabía bien qué, pero me preocupó.
"Ya eres mayorcito" – dijo imitándome – "tu sabrás lo que debes hacer" – otra vez se burlaba, me sentí ridiculizado, ofendido.
"Como quieras, mañana le llamo"
"Muy bien"
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