¿Dónde estaba yo mientras se consumaba esta transición en mi esposa?
Yo estaba en otra onda, ofuscado por mis deseos; desconcertado por mis inesperadas reacciones ante la prueba a la que suponía que María me sometía, era incapaz de ver con claridad lo que le sucedía a mi mujer.
Desde aquella noche, tras su primera reunión con Pablo, perdí mi capacidad para sintonizar con sus estados de ánimo y con sus emociones y todo lo filtré desde la perspectiva de una competición en la que veía a María como la maquiavélica autora de una conspiración cuyo objetivo era demostrarme mi incapacidad para asumir una infidelidad consentida.
Aquel día en el que, por primera vez en nuestro matrimonio, María se había sentido sola, sin mi ayuda, marcó un punto de inflexión en nuestra relación; mi ausencia en esos momentos críticos, mi insistencia en analizarlo todo desde el prisma del juego erótico hicieron que María tuviera que afrontar en soledad decisiones que, si me hubiera tenido a su lado, habría resuelto de otra manera.
Mi comportamiento en esos primeros días le ofreció también la excusa perfecta para no afrontar ante mí su dilema; Temía ver en mis ojos el reproche por su claudicación y le serví en bandeja la oportunidad de moldear lo que le estaba sucediendo y vendérmelo como si fuera mitad fantasía, mitad juego. Sus comentarios del día a día y también sus omisiones eran interpretados por mí de acuerdo al sentido de la prueba que estaba en juego, lo cual le permitía no decir sin sentirse culpable y decir sin sentirse humillada.
María durmió poco aquella noche tras nuestra fogosa descarga durante la que la había acribillado a preguntas sobre su reunión con Roberto y le había dado la pauta de lo que esperaba oír. Estaba nerviosa por todo lo sucedido; las expectativas profesionales que se le presentaban la tenían en una estado de intensa euforia; al mismo tiempo su preocupación se centraba en cómo controlar a Roberto; Seguía experimentando esa especie de insensibilidad que le permitía no sentirse mal por lo sucedido. Sabía perfectamente lo que significaba esa anhedonía que la invadía; básicamente, no sentir nada es preferible a sentirse mal. Había visto esa misma reacción en tantas mujeres maltratadas en tanta chica violada, en tantos niños abusados… Su situación no era comparable en magnitud pero la reacción que experimentaba era la misma.
De madrugada me desperté; por su respiración supe que no dormía, noté sus nalgas rozando las mías, siempre nos une un punto de contacto cuando estamos en la cama, pueden ser los pies, una mano que descansa en su vientre, una pierna sobre las mías…
En aquel momento el suave tacto de sus nalgas me encendió, me moví ligeramente y ella intuyó a su vez que estaba despierto, arqueó los riñones apretando sus firmes glúteos contra los míos y aquello terminó de dispararme; Como un hambriento me volví hacia ella y la rodeé con mis brazos, María respondió con la misma urgencia y me rodeó con sus piernas cuando me situé sobre ella; no busqué penetrarla, apenas hacia un par de horas que habíamos hecho el amor, tan solo necesitaba sentirla pegada a mí, estrechamente unida a mi; nuestras bocas se buscaron con avidez, nuestras manos nerviosas buscaban tocar, sentir, sin demorarse demasiado en cada lugar.
María pegó un giro y me dejé tumbar sobre la cama al tiempo que ella se subía encima de mi y situaba con su mano mi polla en su coño, me sorprendió la urgencia con que se movía; sujetaba mi polla con dos dedos y la frotaba entre sus labios sin llegar a meterla, recorriendo una y otra vez el húmedo surco; Estaba masturbándose conmigo, su respiración era un gemido profundo y contenido; mis manos recorrían sus pechos, su vientre, su espalda, sus nalgas, en un ir y venir nervioso, sujetando el impulso involuntario que pugnaba por lanzar mis caderas hacia delante.
Por fin, se dejó caer despacio hasta clavarse en mi polla y en lugar de comenzar a moverse, estiró las piernas hacia abajo y quedó tumbada sobre mí, ensartada, besando mi cuello y quejándose bajito. Su cuerpo se movía como una ola, mis manos navegaban sobre aquel mar de piel dejando que fuera ella quien controlara todo.
Se elevó sobre sus codos y sus pies para colocar sus piernas juntas entre las mías, su coño atenazó mi hinchado miembro que agonizaba estrangulado por sus incipientes contracciones, tuve que flexionar mis piernas ligeramente para poder abrirlas y facilitarle… ¡que me follase!
Me estaba follando, habíamos invertido los papeles, yo yacía en la cama mientras ella disfrutaba de un polvo en el que yo me limitaba a dejarla hacer, una extraña sensación de plácida entrega, de pasiva rendición me embargó.
Se movía como una serpiente, oscilando sobre mi polla, saliendo casi al límite y entrando de nuevo, enseguida comenzó a acelerar sus movimientos y supe que no me iba a esperar, María estaba buscando su placer de un modo egocéntrico, solitario y yo era un medio para obtener ese placer.
Se corrió en un lamento largo, prolongado, interminable, mientras todo su coño era un espasmo que machacaba mi polla.
Descansó sobre mí, su peso sobre mi cuerpo era una delicia, casi podía sentir el latido de su corazón golpeando mi pecho, Comencé a moverme – "Shhh!" – me detuvo, era ella quien marcaba la pauta, en esta ocasión yo solo era su juguete y además de la sorpresa que este comportamiento me producía, una intensa sensación de sumisión me inundó de placer.
Pasados unos minutos María se deslizó en silencio hacia su lado de la cama, mis sensaciones eran un caos: placer, frustración, deseo inconcluso… y aceptación de sus reglas.
Cuando reconocí su respiración tranquila y sosegada y comprendí que dormía, supe que no lo había buscado; estaba seguro de que su intención era hacerme terminar pero la descarga de tensión la había llevado inevitablemente al sueño.
En silencio, arrullado por su respiración, intenté encontrar la mejor explicación a este acto en el que María, por primera vez, me había usado como lo habría hecho con uno de sus vibradores. La primera idea, la inmediata, las más vulgar y sucia fue alejada con un intenso movimiento de cabeza que negaba aquella absurda hipótesis: ¿Tan caliente venía de su reunión con Roberto?
Mientras alejaba aquel pensamiento, mi imaginación se veía invadida por antiguas escenas que había presenciado y otras que María me había contado y en las que ahora ella misma ocupaba el lugar de aquellas mujeres; En una, Roberto sobaba el culo de María en un cóctel de la empresa mientras se dirigían hacia la barra; en otra, estaban sentados en una mesa de un restaurante junto a otros compañeros y yo mismo, y todos veíamos como la mano derecha de Roberto se perdía bajo el mantel y la expresión de María se mudaba en preocupación y rubor.
Con cuidado de no despertarla huí de la cama como si con ello alejase todos aquellos fantasmas. Caminé a oscuras hasta la cocina y me serví un vaso de leche, tomé un buen trozo de papel de cocina y lo extendí sobre una silla antes de sentarme, entonces me di cuenta de que mi erección no había menguado desde que María se retiró de mí.
Intentaba buscar otras explicaciones a su insólita conducta que, en otras circunstancias, me habría excitado sin ninguna sombra de preocupación, pero no lograba componer ninguna alternativa satisfactoria. Me recriminaba por mi absurdo comportamiento, apenas unos meses antes hubiera enfocado todo el asunto de Roberto desde una perspectiva mucho más serena y lúcida, pero lo vivido desde Sevilla limitaba mi capacidad de razonamiento y sesgaba mis conclusiones de una manera que odiaba pero no podía evitar.
Si acaso Roberto la hubiese intentado tocar, - me razoné a mi mismo -, María no solo no lo habría consentido sino que daría por terminada la reunión, estaba seguro de ello.
¿Lo estaba?
Me levanté para buscar algo dulce; Al caminar mi polla cimbreaba y me recordaba dolorosamente que yo no había descargado mi libido. Afloró un conato de reproche que aborté, no tenía derecho a exigir ¿Acaso me iba a comportar como el típico macho latino, trasnochado y machista, que se cree con derecho de uso y disfrute sobre su esposa?
Comencé a relajarme mientras acompañaba el vaso de leche con una magdalena, mi polla se mantenía tozudamente erguida y cada movimiento que repercutía en ella avivaba su turgencia.
En silencio, con mucho cuidado, volví a acostarme al lado de aquella mujer hacia la que sentía un inmenso amor y que ahora, por primera vez, me planteaba enormes incógnitas.
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Aquel fin de semana acudimos a la boda de un buen amigo, solterón impenitente que había caído por fin, eso nos mantuvo alejados de cualquier posibilidad de volver a hablar de la prueba, sin embargo no me lo conseguía quitar de la cabeza.
Durante el coctel previo al banquete María y yo nos separamos en algunos momentos y cuando la veía a lo lejos charlar animadamente con nuestros amigos pensaba de nuevo en todo aquello y la duda me volvía a asaltar.
Tenía momentos de serenidad en los que me parecía absurdo dudar de ella, no entendía como se me podía pasar por la cabeza que María se fuera a acostar con otro hombre por su propia voluntad, y encima con Roberto. En esos momentos me sentía ridículo.
Pero a veces, cuando menos me lo esperaba, una sombra se cruzaba por mi mente, una inseguridad convertida en ahogo que atenazaba mi garganta, una incoherencia emocional que me llevaba a excitarme pensando en tal posibilidad y que al mismo tiempo me angustiaba profundamente.
María se sabía observada por mí, cruzaba su mirada con la mía y su sonrisa declaraba que estaba disfrutando con el juego.
Pasamos la tarde del domingo en casa, leyendo, viendo alguna película, poco más; A media tarde la noté preocupada, ensimismada en sus pensamientos, aparentando mirar la película pero visiblemente perdida en otro lugar. No quise formular una pregunta que sin duda habría forzado una respuesta de compromiso.
A medida que se agotaba el fin de semana y se acercaba el lunes María comenzó a afrontar la situación que se encontraría en el gabinete; en cuanto Julián contase su versión del viernes ella sería el centro del comentario de todos los corrillos, conocía bien la situación, sabía de la afilada lengua de algunos de sus compañeros y, lo que en otros momentos le había provocado una sonrisa indulgente, se volvía intolerablemente humillante al pensar que sería ella el foco de las habladurías.
Tampoco sabía cómo enfocar su encuentro con Roberto, ¿debía ignorar sus avanzadillas del viernes? ¿Darlas por no sucedidas? Sabía que Roberto no iba a cejar en su intento y menos ahora que, - lo tenía claro-, había claudicado ante él.
Agradeció la excusa de la película, que le proporcionó el tiempo que necesitaba para rumiar su preocupación y sus reproches.
Cenamos escudados en la televisión, disimulando nuestros silencios en una fingida atención a un programa que apenas escuchábamos.
El lunes amaneció frio, nublado y amenazando lluvia y yo, como si el clima me influyera, me sentía incómodo con mi otro yo, con el Carlos que ayer mismo soñaba con ver a su esposa en brazos de otro hombre.
De repente era como si me acabase de despertar de un sueño, nada me parecía real, nada me cuadraba con mi forma de ser, ¿qué había sucedido en los últimos meses para que, de pronto, hubiera perdido la cabeza de esa manera?
Sentí una especie de vértigo ante los acontecimientos vividos en Sevilla y más tarde en Lanzarote, repasaba como en una película las mismas escenas que antes me excitaban y ahora me producían horror, no me reconocía, no entendía como había puesto a María en situaciones límite. Era un vértigo ante la imposibilidad de deshacer lo hecho, era una especie de angustia por no poder dar marcha atrás al reloj y revivir Sevilla sin empujar a María a los brazos de Pablo.
Pero aquel arrebato de cordura apenas duró un día.
El martes por la tarde recibí un nuevo mensaje de María.
"Me voy de compras con Ángela, no me esperes para el gimnasio".
Ángela, una buena amiga de la infancia con la que había mantenido la amistad desde entonces y con la que congenié inmediatamente así como con su marido; trabajaban cerca la una de la otra y no era infrecuente que quedasen a comer y que alguna vez se vieran por la tarde para salir de compras o para tomar algo con otras amigas comunes.
De nuevo la sensación de estar siendo el juguete de María me puso en tensión, me desconcertaba mi propia actitud, no esperaba comportarme de este modo cuando me propuso la prueba, sin embargo sentía que había perdido el control de la situación y el hecho de no saber a dónde podía ir a parar aquello añadía un punto más de inseguridad.
Intenté evitarlo pero al final claudiqué y la llamé. Había sucumbido ante la fuerza de la incertidumbre y mi mente se adaptó a la situación olvidando mis propósitos del día anterior.
"Hola cariño" – su voz sonaba alegre, como siempre
"Hola cielo, ¿cómo es que te vas con Ángela?"
"Ya ves, hemos hablado este mediodía, las dos necesitamos unas cosillas y nos vamos de compras"
"¿Así? ¿en mitad de la semana?"
"¿Y qué tiene de particular?"
"No sé, no lo sueles hacer".
"Tampoco es tan extraordinario, ¿no crees?" - en absoluto quería darle una impresión de querer controlarla.
"Tienes razón"
"Vete al gimnasio, no lo dejes por mi"
"¿A qué hora llegarás?"
"¡Ay niño, que raro estás! ¡pues no lo sé!" – comenzaba a impacientarse. Estuve a punto de hacer una alusión a la prueba pero logré reprimirme.
"Vale, pues nada, que lo disfrutes"
"Eso voy a intentar" – su frase me sonó ambigua.
"¿El qué? ¿disfrutar?"
"Eso mismo: relajarme y disfrutar" – intencionadamente empleó las dos palabras del viejo chiste de la violación, estaba claro que jugaba conmigo, no hice caso y me despedí.
Salí del despacho a las seis y media, intentaba distraerme, olvidarme de todo pero no lo conseguía, mi primera hipótesis era que María me estaba intentando poner nervioso ¡y vaya que si lo conseguía!
Tras una primera vacilación me marché al gimnasio huyendo de la soledad de casa; me sentía infantil, inmaduro, dejándome llevar de estas emociones; el psicólogo que soy se asombraba de mi pérdida de control pero nada de lo que mi bagaje profesional entendía de mi conducta me ayudaba a corregirla.
Apenas llevaba media hora en el gimnasio cuando cedí avergonzado al impulso varias veces reprimido y marqué el teléfono de la casa de Ángela, había improvisado una burda excusa en la que no lograba comunicar con María y le pedía a Rafael, - el marido de Ángela -, su móvil para localizarlas. Sabía que aquello me delataría ante María y que su veredicto final al cabo de los quince días sería declararme incapaz de soportar la duda.
"Dígame"
"Rafa, soy Carlos… bien y tú? Oye, estoy intentando localizar a María pero debe tener el móvil sin batería, creo que iba de compras con Ángela, si me pudieras dar…"
"Espera, te la paso y hablas con ella"
"Ah ¿está ahí?" – una desagradable sensación me invadió.
"Un momento Carlos" – les escuché hablar con el teléfono tapado, me sentía ridículo ante ellos.
"Carlos, hola"
"Hola Ángela, ¿qué tal?"
"Bien, oye… la he dejado comprando, yo me vine antes a casa… me dolía la cabeza y como no era nada urgente…" – detecté un cierto tono de tensión en su voz, no pude evitar que aquello me sonase falso pero no quise que me lo notara.
"No hay problema, imagino que tiene el móvil sin batería"
"Seguramente"
Nos despedimos con cierta prisa, ninguno de los dos parecíamos querer alargar aquella conversación, ¿me estaba sugestionando o parecía nerviosa? Dudaba de mi propia percepción, sabía de sobra que los juicios previos, el estado emocional y las expectativas provocan inevitablemente una modulación del proceso perceptivo que puede llevar incluso a distorsionar la forma en que interpretamos un tono de voz, una pausa, un gesto. Era consciente de todo esto, aun así me dejaba arrastrar por aquella tormenta emocional.
Volví a casa hacia las nueve, María no había llegado aun, lo cual me pareció demasiado tiempo para unas compras y más aún si había ido sola. Eso avivó mi zozobra.
Me preparé una cerveza, mire por los diversos canales de televisión sin prestar demasiada atención a ninguno hasta que la apagué y puse música, ojeé un libro… la inquietud no me dejaba descansar, me mantenía en tensión.
¿Cómo debía afrontar su llegada? No me veía provocando una escena.
Veinte minutos más tarde oí el ascensor y a continuación la llave en la cerradura, María entró directamente al salón, la escuché dejar el bolso y despojarse de la chaqueta, sus tacones sonaron en dirección a la cocina.
"¿Carlos?"
No contesté, quería hacerlo pero algo me detenía, me di cuenta de que podía dar una imagen de enfado que en absoluto deseaba.
Cuando apareció en la puerta del despacho fingí salir de mi concentración en la lectura.
"¿Ya estás aquí? no te oí llegar"
"Pues he hecho ruido, no creas"
"¿Qué tal las compras?"
"Nada de particular, al final me entretuve en el despacho y salí más tarde de lo previsto" – hizo ademán de salir hacia la alcoba rompiendo una costumbre habitual: enseñarme lo que compra, buscando mi opinión, compartiendo.
El escaso tamaño de la bolsa me hacía inferir precipitadamente que apenas le habría dedicado una hora, ¿Qué es lo que había estado haciendo hasta ahora?
Mis argumentos me molestaban, me hacían comportarme como el típico marido inquisidor, que controla los movimientos de su esposa como si tuviera derecho a hacerlo, no podía dejar que ese rancio machismo pasado de época que tanto me desagrada me contaminara de esta manera.
Pero ahí estaba yo: deseando preguntar, deseando saber por qué no había ido con Elena de compras, por qué me había sonado a falsa la excusa de su amiga, ahí estaba yo, en tensión, deseando preguntarle qué o quién la había entretenido en el despacho.
La dejé ir sin preguntarle nada; me di cuenta de la profundidad de la prueba a la que me sometía y de que quizás tenía razón y, llegado el momento, me arrepentiría de haber ido tan lejos.
Pero tan solo tuve que echar mano de los recuerdos de Sevilla, tan solo tuve que hacerme consciente de que Pablo había tocado sus pechos, había besado sus labios, había rozado su coño… y el placer que me inundó me aclaró las ideas: deseaba verla follar con otros hombres, estaba convencido, tan solo necesitaba adaptarme.
Y de nuevo recordé las palabras de María al plantear la prueba: "no serás capaz de no controlar la situación, de no ser el que dirija los acontecimientos".
Era cierto: lo que más me inquietaba de su salida con Roberto y de esta tarde de compras era no controlar lo que sucedía, no ser yo quien dirigiera y presenciara todo. Ahí estaba mi debilidad.
Entré en la alcoba justo cuando acababa de colgar la ropa en el arCarlos, me miró mientras se liberaba del sujetador y se ponía unas mallas, se sentó en la cama para colocarse unos gruesos calcetines con los que le gusta andar por casa, sin zapatillas; Aun estaba desnuda de cintura para arriba y admiré sus pechos.
"¿Qué?" – me dijo al ver que no dejaba de mirarla.
"¿Dónde has estado?" – inmediatamente me di cuenta de lo absurdo de mi pregunta y de cómo podía ella interpretarla – "quiero decir que por qué zona has estado comprando?"
No le pasó desapercibida mi corrección, me miró con una sonrisa cargada de ironía que me dejó sin excusas.
"¿Quieres saber qué he hecho, dónde he estado, con quién? ¿Pretendes que te de un informe del día?" – su tono no evidenciaba enfado ni malestar, más bien parecía disfrutar poniéndome en un aprieto.
"Sería la primera vez, solo preguntaba"
Se levantó de la cama y se puso un jersey ancho que ya solo usaba para casa.
"Me entretuvo Roberto, ya sabes, con el tema del nuevo departamento" – de nuevo Roberto, aquello alimentaba mis prevenciones de que la comida del viernes le hubiera dado alas.
"¿Te está agobiando de nuevo?"
"Ya sabes cómo es" – eso no respondía mi pregunta.
"Si, pero habías conseguido que te dejara en paz y ahora de nuevo…" – me interrumpió.
"Por qué das por supuesto que me está acosando?"
"Acosar es una palabra muy fuerte, ¿lo está haciendo?" – María hizo una pausa breve, como si midiera sus palabras.
"Es una forma de hablar, ya sabes a lo que me refiero"
"Lo sé, y no me gustaría que, a cuenta del ascenso, se intentara cobrar la pieza que hasta ahora no ha podido" – María puso una cara de asombro que no dejaba duda sobre la sorpresa que mi comentario le había producido.
"¿Lo dices en serio? ¿me crees capaz de negociar un ascenso de esa manera?"
"Yo no he dicho eso, no hablo de ti, hablo de Roberto"
"Sé perfectamente cómo manejarle, no te preocupes"
No lo pude evitar, debía haberlo hecho pero me dejé llevar
"María" – se detuvo y volvió su rostro hacia mi – "ten cuidado, no arriesgues demasiado por una apuesta"
María abrió la boca, su cara de nuevo mostraba asombro, parecía ofendida, fue a hablar pero se detuvo, no dejaba de mirarme, como si no me conociera, por fin avanzó hacia mí.
"Pero que poco me conoces… y que sorpresa me estoy llevando contigo, creía conocerte mejor, desde luego tenías muy oculta esta faceta tuya"
La ausencia de enfado en su voz me alarmó más que si hubiese estallado en un acceso de ira.
"No sé qué has entendido pero…"
"Te he entendido perfectamente Carlos, si quiero pensar lo menos malo de ti interpretaré que me quieres proteger, que me consideras tan inmadura, tan infantil y tan débil que me ves en peligro ante Roberto solo por ponerte celoso…" – su tono se iba crispando a medida que hablaba, aunque intentaba controlarlo – "… pero si me limito a lo que has dicho, entonces Carlos, tu comentario es lo mas insultante que jamás habría esperado de ti"
Yo estaba absolutamente desconcertado, su reacción me parecía excesiva, algo defensiva, mi intención no había sido en absoluto insultarla, pero ella lo había percibido así. Intenté reconducir la situación.
"María no he pretendido… quizás me he expresado mal, yo solo quería…"
"Tú solo querías dejar bien claro que el juego lo diriges tú, que tú eres el director, el guionista, el productor... y que me debo limitar a sonreír y a disfrutar de tus genialidades cuando, donde y como tú quieras, ¿no es así?"
"En absoluto es así, María y tú lo sabes" –me lanzó una sonrisa retadora
"Pues piensa en lo que me has dicho y en tu actitud todos estos días" – salió de la alcoba sin darme opción a contestar.
Entré en la cocina y, como cada noche, comencé a poner la mesa mientras María preparaba una ensalada, el silencio nos pesaba a ambos pero creí conveniente dar unos minutos para que se tranquilizara antes de intentar explicarme.
No tuve opción, María dejó la ensalada y se volvió hacia mí.
"¿Te das cuenta que, desde el viernes que comí con Roberto, te has convertido en el prototipo de marido celoso?" – detuve mi primera reacción de negación y por un breve instante recreé en mi mente mis tribulaciones durante la tarde del viernes y mis dudas incontroladas de aquella misma tarde. Tenía razón, me estaba comportando como un marido celoso y posesivo, me sentí avergonzado.
"¿Es posible?, la verdad es que me resulta difícil reconocerme con esa actitud, no sé que me ha pasado"
"Ha pasado que, como yo suponía, no aguantarías verme con otro hombre, amor" – su tono se había dulcificado, pero yo no podía perder esta batalla.
"No es eso María, tienes que entender que todo lleva una adaptación, quizás no estaba preparado para que fuese con Roberto…"
"¿Para que fuese, qué? ¿Qué crees que está pasando con Roberto?" – me sentía analizado por ella, sabía que me estaba poniendo a prueba.
"No me refiero a eso, María, quiero decir que no me gusta Roberto, le considero un baboso, un tipo desagradable que usa a las mujeres y ambos sabemos que lleva detrás de ti desde que entraste a trabajar en el gabinete. El viernes temía que, por ponerme a prueba, hubieras aceptado un almuerzo que en otro momento habrías rechazado, no quisiera que ese impresentable pensase que tiene alguna posibilidad contigo"
"¿Y crees que la tiene?" – negué vigorosamente con la cabeza – "¿Crees que la oferta de dirigir el departamento me hace mas… asequible para Roberto?"
"María, por favor…"
"¿Por qué no? Tu mismo me has dicho que me libere, que pruebe a ver que se siente yendo más allá de los… ¿cómo dijiste? Ah sí: prejuicios. Y si encima le saco un provecho, pues mejor, ¿no crees?"
Me sentía acorralado, mi intención era darle un consejo y ella lo utilizaba para ganarme terreno en nuestra prueba dando por hecho mi incapacidad para superarla; Decidí contraatacar.
"¿Crees que no tengo motivos para estar preocupado? Primero me dices que vas de compras con Ángela, luego me entero de que ella no ha ido y me suelta una explicación bastante floja…" – cuando me quise dar cuenta ya me había delatado, ahora María sabía que había hablado con su amiga; su expresión era de incredulidad – "¡Si María, si, he llamado a Ángela a su casa, si miras tu móvil verás varias llamadas mías a las que no has contestado, estaba preocupado"
"¿Así que me vigilas? ¿compruebas mis pasos? ¡vaya vaya, te estás destapando!" – María parecía entre divertida y defraudada.
"Pues si María, si jugamos, jugamos del todo, tu planteas las incógnitas, tu siembras las dudas y las ambigüedades y yo juego mis cartas, intento comprobar si dices la verdad o si mientes, porque si no, cuando acabe esta semana tu habrás jugado con ventaja y encima me darás por derrotado"
María me miraba asombrada, cuando acabé esté monologo hubiera deseado poder rebobinar la película de los últimos diez minutos; me había delatado pero ya estaba hecho.
Por un instante que me pareció eterno ambos no quedamos en silencio frente a frente. María me miraba con una especie de superioridad que me hacia desear no haber descubierto mis cartas.
De pronto su expresión se fue relajando, poco a poco recuperó la calma.
"¿Quieres jugar fuerte, eh? ¿a lo grande?" – no sabía qué contestarle – "Bien, pues así será Carlos, vamos a jugar a tope" – se volvió de nuevo hacia la encimera y reanudó su trabajo con la ensalada, esta vez muy lentamente.
"¿A qué te refieres?" – hubo una pausa en la que el sonido de los cubiertos que manejaba preparando la ensalada se amplificó en contraste con el silencio. Su voz sonó diferente, su tono era algo más grave, hablaba casi en un susurro.
"Le pedí a Ángela que me cubriese en mi salida de hoy, nos vamos a ver pronto con ellos y podría salir por casualidad en la conversación nuestro día de compras "
El corazón me dio un vuelco, ¿entonces era verdad? ¿María había montado una coartada con una de sus mejores amigas? ¿Para hacer qué? Lo primero que sentí fue vergüenza, vergüenza ante Ángela y Rafael ¿qué pensarían?
Una parte de mi me decía que era un farol, que no era posible, que tenía que haber otra explicación, no me creía que de buenas a primeras María me estuviera engañando. Quise pensar que Ángela estaba al corriente de la prueba y que esta coartada formaba parte de su plan para ponerme nervioso. Tenía que mantener la calma, no podía dar un paso en falso.
"¿Qué más?"
"No tengo por qué darte más explicaciones, lo demás ya te lo estás imaginando tu" – seguía de espaldas, aliñando eternamente la ensalada.
"¿Has estado con Roberto?"
"Eso ya te lo he dicho antes"
"Me dijiste que te entretuvo y que por eso no saliste con Ángela, pero imagino que no fue así exactamente"
"No, no fue así"
María no continuó hablando, me tuve que morder la lengua para no preguntar más
"Está bien, supongo que tendré que esperar al viernes para que me lo cuentes" – no obtuve respuesta.
Continué poniendo la mesa, dándole vueltas en mi cabeza a todo lo que habíamos hablado, me di cuenta de que estaba en inferioridad de condiciones ante María, ella llevaba la batuta del juego y lograba ponerme nervioso; Sentía sus miradas escrutadoras, buscando algún signo que me delatase.
Decidí recuperar el terreno perdido con María evitando los gestos que dieran la impresión de celos o inquietud, tenía que montar un plan que me permitiera darle la vuelta a la situación.
Cenamos evitando el tema, aparentando normalidad, aunque en ocasiones creía ver en su rostro una leve sonrisa, una expresión de triunfadora de la que no me quise dar por aludido,
Yo estaba en otra onda, ofuscado por mis deseos; desconcertado por mis inesperadas reacciones ante la prueba a la que suponía que María me sometía, era incapaz de ver con claridad lo que le sucedía a mi mujer.
Desde aquella noche, tras su primera reunión con Pablo, perdí mi capacidad para sintonizar con sus estados de ánimo y con sus emociones y todo lo filtré desde la perspectiva de una competición en la que veía a María como la maquiavélica autora de una conspiración cuyo objetivo era demostrarme mi incapacidad para asumir una infidelidad consentida.
Aquel día en el que, por primera vez en nuestro matrimonio, María se había sentido sola, sin mi ayuda, marcó un punto de inflexión en nuestra relación; mi ausencia en esos momentos críticos, mi insistencia en analizarlo todo desde el prisma del juego erótico hicieron que María tuviera que afrontar en soledad decisiones que, si me hubiera tenido a su lado, habría resuelto de otra manera.
Mi comportamiento en esos primeros días le ofreció también la excusa perfecta para no afrontar ante mí su dilema; Temía ver en mis ojos el reproche por su claudicación y le serví en bandeja la oportunidad de moldear lo que le estaba sucediendo y vendérmelo como si fuera mitad fantasía, mitad juego. Sus comentarios del día a día y también sus omisiones eran interpretados por mí de acuerdo al sentido de la prueba que estaba en juego, lo cual le permitía no decir sin sentirse culpable y decir sin sentirse humillada.
María durmió poco aquella noche tras nuestra fogosa descarga durante la que la había acribillado a preguntas sobre su reunión con Roberto y le había dado la pauta de lo que esperaba oír. Estaba nerviosa por todo lo sucedido; las expectativas profesionales que se le presentaban la tenían en una estado de intensa euforia; al mismo tiempo su preocupación se centraba en cómo controlar a Roberto; Seguía experimentando esa especie de insensibilidad que le permitía no sentirse mal por lo sucedido. Sabía perfectamente lo que significaba esa anhedonía que la invadía; básicamente, no sentir nada es preferible a sentirse mal. Había visto esa misma reacción en tantas mujeres maltratadas en tanta chica violada, en tantos niños abusados… Su situación no era comparable en magnitud pero la reacción que experimentaba era la misma.
De madrugada me desperté; por su respiración supe que no dormía, noté sus nalgas rozando las mías, siempre nos une un punto de contacto cuando estamos en la cama, pueden ser los pies, una mano que descansa en su vientre, una pierna sobre las mías…
En aquel momento el suave tacto de sus nalgas me encendió, me moví ligeramente y ella intuyó a su vez que estaba despierto, arqueó los riñones apretando sus firmes glúteos contra los míos y aquello terminó de dispararme; Como un hambriento me volví hacia ella y la rodeé con mis brazos, María respondió con la misma urgencia y me rodeó con sus piernas cuando me situé sobre ella; no busqué penetrarla, apenas hacia un par de horas que habíamos hecho el amor, tan solo necesitaba sentirla pegada a mí, estrechamente unida a mi; nuestras bocas se buscaron con avidez, nuestras manos nerviosas buscaban tocar, sentir, sin demorarse demasiado en cada lugar.
María pegó un giro y me dejé tumbar sobre la cama al tiempo que ella se subía encima de mi y situaba con su mano mi polla en su coño, me sorprendió la urgencia con que se movía; sujetaba mi polla con dos dedos y la frotaba entre sus labios sin llegar a meterla, recorriendo una y otra vez el húmedo surco; Estaba masturbándose conmigo, su respiración era un gemido profundo y contenido; mis manos recorrían sus pechos, su vientre, su espalda, sus nalgas, en un ir y venir nervioso, sujetando el impulso involuntario que pugnaba por lanzar mis caderas hacia delante.
Por fin, se dejó caer despacio hasta clavarse en mi polla y en lugar de comenzar a moverse, estiró las piernas hacia abajo y quedó tumbada sobre mí, ensartada, besando mi cuello y quejándose bajito. Su cuerpo se movía como una ola, mis manos navegaban sobre aquel mar de piel dejando que fuera ella quien controlara todo.
Se elevó sobre sus codos y sus pies para colocar sus piernas juntas entre las mías, su coño atenazó mi hinchado miembro que agonizaba estrangulado por sus incipientes contracciones, tuve que flexionar mis piernas ligeramente para poder abrirlas y facilitarle… ¡que me follase!
Me estaba follando, habíamos invertido los papeles, yo yacía en la cama mientras ella disfrutaba de un polvo en el que yo me limitaba a dejarla hacer, una extraña sensación de plácida entrega, de pasiva rendición me embargó.
Se movía como una serpiente, oscilando sobre mi polla, saliendo casi al límite y entrando de nuevo, enseguida comenzó a acelerar sus movimientos y supe que no me iba a esperar, María estaba buscando su placer de un modo egocéntrico, solitario y yo era un medio para obtener ese placer.
Se corrió en un lamento largo, prolongado, interminable, mientras todo su coño era un espasmo que machacaba mi polla.
Descansó sobre mí, su peso sobre mi cuerpo era una delicia, casi podía sentir el latido de su corazón golpeando mi pecho, Comencé a moverme – "Shhh!" – me detuvo, era ella quien marcaba la pauta, en esta ocasión yo solo era su juguete y además de la sorpresa que este comportamiento me producía, una intensa sensación de sumisión me inundó de placer.
Pasados unos minutos María se deslizó en silencio hacia su lado de la cama, mis sensaciones eran un caos: placer, frustración, deseo inconcluso… y aceptación de sus reglas.
Cuando reconocí su respiración tranquila y sosegada y comprendí que dormía, supe que no lo había buscado; estaba seguro de que su intención era hacerme terminar pero la descarga de tensión la había llevado inevitablemente al sueño.
En silencio, arrullado por su respiración, intenté encontrar la mejor explicación a este acto en el que María, por primera vez, me había usado como lo habría hecho con uno de sus vibradores. La primera idea, la inmediata, las más vulgar y sucia fue alejada con un intenso movimiento de cabeza que negaba aquella absurda hipótesis: ¿Tan caliente venía de su reunión con Roberto?
Mientras alejaba aquel pensamiento, mi imaginación se veía invadida por antiguas escenas que había presenciado y otras que María me había contado y en las que ahora ella misma ocupaba el lugar de aquellas mujeres; En una, Roberto sobaba el culo de María en un cóctel de la empresa mientras se dirigían hacia la barra; en otra, estaban sentados en una mesa de un restaurante junto a otros compañeros y yo mismo, y todos veíamos como la mano derecha de Roberto se perdía bajo el mantel y la expresión de María se mudaba en preocupación y rubor.
Con cuidado de no despertarla huí de la cama como si con ello alejase todos aquellos fantasmas. Caminé a oscuras hasta la cocina y me serví un vaso de leche, tomé un buen trozo de papel de cocina y lo extendí sobre una silla antes de sentarme, entonces me di cuenta de que mi erección no había menguado desde que María se retiró de mí.
Intentaba buscar otras explicaciones a su insólita conducta que, en otras circunstancias, me habría excitado sin ninguna sombra de preocupación, pero no lograba componer ninguna alternativa satisfactoria. Me recriminaba por mi absurdo comportamiento, apenas unos meses antes hubiera enfocado todo el asunto de Roberto desde una perspectiva mucho más serena y lúcida, pero lo vivido desde Sevilla limitaba mi capacidad de razonamiento y sesgaba mis conclusiones de una manera que odiaba pero no podía evitar.
Si acaso Roberto la hubiese intentado tocar, - me razoné a mi mismo -, María no solo no lo habría consentido sino que daría por terminada la reunión, estaba seguro de ello.
¿Lo estaba?
Me levanté para buscar algo dulce; Al caminar mi polla cimbreaba y me recordaba dolorosamente que yo no había descargado mi libido. Afloró un conato de reproche que aborté, no tenía derecho a exigir ¿Acaso me iba a comportar como el típico macho latino, trasnochado y machista, que se cree con derecho de uso y disfrute sobre su esposa?
Comencé a relajarme mientras acompañaba el vaso de leche con una magdalena, mi polla se mantenía tozudamente erguida y cada movimiento que repercutía en ella avivaba su turgencia.
En silencio, con mucho cuidado, volví a acostarme al lado de aquella mujer hacia la que sentía un inmenso amor y que ahora, por primera vez, me planteaba enormes incógnitas.
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Aquel fin de semana acudimos a la boda de un buen amigo, solterón impenitente que había caído por fin, eso nos mantuvo alejados de cualquier posibilidad de volver a hablar de la prueba, sin embargo no me lo conseguía quitar de la cabeza.
Durante el coctel previo al banquete María y yo nos separamos en algunos momentos y cuando la veía a lo lejos charlar animadamente con nuestros amigos pensaba de nuevo en todo aquello y la duda me volvía a asaltar.
Tenía momentos de serenidad en los que me parecía absurdo dudar de ella, no entendía como se me podía pasar por la cabeza que María se fuera a acostar con otro hombre por su propia voluntad, y encima con Roberto. En esos momentos me sentía ridículo.
Pero a veces, cuando menos me lo esperaba, una sombra se cruzaba por mi mente, una inseguridad convertida en ahogo que atenazaba mi garganta, una incoherencia emocional que me llevaba a excitarme pensando en tal posibilidad y que al mismo tiempo me angustiaba profundamente.
María se sabía observada por mí, cruzaba su mirada con la mía y su sonrisa declaraba que estaba disfrutando con el juego.
Pasamos la tarde del domingo en casa, leyendo, viendo alguna película, poco más; A media tarde la noté preocupada, ensimismada en sus pensamientos, aparentando mirar la película pero visiblemente perdida en otro lugar. No quise formular una pregunta que sin duda habría forzado una respuesta de compromiso.
A medida que se agotaba el fin de semana y se acercaba el lunes María comenzó a afrontar la situación que se encontraría en el gabinete; en cuanto Julián contase su versión del viernes ella sería el centro del comentario de todos los corrillos, conocía bien la situación, sabía de la afilada lengua de algunos de sus compañeros y, lo que en otros momentos le había provocado una sonrisa indulgente, se volvía intolerablemente humillante al pensar que sería ella el foco de las habladurías.
Tampoco sabía cómo enfocar su encuentro con Roberto, ¿debía ignorar sus avanzadillas del viernes? ¿Darlas por no sucedidas? Sabía que Roberto no iba a cejar en su intento y menos ahora que, - lo tenía claro-, había claudicado ante él.
Agradeció la excusa de la película, que le proporcionó el tiempo que necesitaba para rumiar su preocupación y sus reproches.
Cenamos escudados en la televisión, disimulando nuestros silencios en una fingida atención a un programa que apenas escuchábamos.
El lunes amaneció frio, nublado y amenazando lluvia y yo, como si el clima me influyera, me sentía incómodo con mi otro yo, con el Carlos que ayer mismo soñaba con ver a su esposa en brazos de otro hombre.
De repente era como si me acabase de despertar de un sueño, nada me parecía real, nada me cuadraba con mi forma de ser, ¿qué había sucedido en los últimos meses para que, de pronto, hubiera perdido la cabeza de esa manera?
Sentí una especie de vértigo ante los acontecimientos vividos en Sevilla y más tarde en Lanzarote, repasaba como en una película las mismas escenas que antes me excitaban y ahora me producían horror, no me reconocía, no entendía como había puesto a María en situaciones límite. Era un vértigo ante la imposibilidad de deshacer lo hecho, era una especie de angustia por no poder dar marcha atrás al reloj y revivir Sevilla sin empujar a María a los brazos de Pablo.
Pero aquel arrebato de cordura apenas duró un día.
El martes por la tarde recibí un nuevo mensaje de María.
"Me voy de compras con Ángela, no me esperes para el gimnasio".
Ángela, una buena amiga de la infancia con la que había mantenido la amistad desde entonces y con la que congenié inmediatamente así como con su marido; trabajaban cerca la una de la otra y no era infrecuente que quedasen a comer y que alguna vez se vieran por la tarde para salir de compras o para tomar algo con otras amigas comunes.
De nuevo la sensación de estar siendo el juguete de María me puso en tensión, me desconcertaba mi propia actitud, no esperaba comportarme de este modo cuando me propuso la prueba, sin embargo sentía que había perdido el control de la situación y el hecho de no saber a dónde podía ir a parar aquello añadía un punto más de inseguridad.
Intenté evitarlo pero al final claudiqué y la llamé. Había sucumbido ante la fuerza de la incertidumbre y mi mente se adaptó a la situación olvidando mis propósitos del día anterior.
"Hola cariño" – su voz sonaba alegre, como siempre
"Hola cielo, ¿cómo es que te vas con Ángela?"
"Ya ves, hemos hablado este mediodía, las dos necesitamos unas cosillas y nos vamos de compras"
"¿Así? ¿en mitad de la semana?"
"¿Y qué tiene de particular?"
"No sé, no lo sueles hacer".
"Tampoco es tan extraordinario, ¿no crees?" - en absoluto quería darle una impresión de querer controlarla.
"Tienes razón"
"Vete al gimnasio, no lo dejes por mi"
"¿A qué hora llegarás?"
"¡Ay niño, que raro estás! ¡pues no lo sé!" – comenzaba a impacientarse. Estuve a punto de hacer una alusión a la prueba pero logré reprimirme.
"Vale, pues nada, que lo disfrutes"
"Eso voy a intentar" – su frase me sonó ambigua.
"¿El qué? ¿disfrutar?"
"Eso mismo: relajarme y disfrutar" – intencionadamente empleó las dos palabras del viejo chiste de la violación, estaba claro que jugaba conmigo, no hice caso y me despedí.
Salí del despacho a las seis y media, intentaba distraerme, olvidarme de todo pero no lo conseguía, mi primera hipótesis era que María me estaba intentando poner nervioso ¡y vaya que si lo conseguía!
Tras una primera vacilación me marché al gimnasio huyendo de la soledad de casa; me sentía infantil, inmaduro, dejándome llevar de estas emociones; el psicólogo que soy se asombraba de mi pérdida de control pero nada de lo que mi bagaje profesional entendía de mi conducta me ayudaba a corregirla.
Apenas llevaba media hora en el gimnasio cuando cedí avergonzado al impulso varias veces reprimido y marqué el teléfono de la casa de Ángela, había improvisado una burda excusa en la que no lograba comunicar con María y le pedía a Rafael, - el marido de Ángela -, su móvil para localizarlas. Sabía que aquello me delataría ante María y que su veredicto final al cabo de los quince días sería declararme incapaz de soportar la duda.
"Dígame"
"Rafa, soy Carlos… bien y tú? Oye, estoy intentando localizar a María pero debe tener el móvil sin batería, creo que iba de compras con Ángela, si me pudieras dar…"
"Espera, te la paso y hablas con ella"
"Ah ¿está ahí?" – una desagradable sensación me invadió.
"Un momento Carlos" – les escuché hablar con el teléfono tapado, me sentía ridículo ante ellos.
"Carlos, hola"
"Hola Ángela, ¿qué tal?"
"Bien, oye… la he dejado comprando, yo me vine antes a casa… me dolía la cabeza y como no era nada urgente…" – detecté un cierto tono de tensión en su voz, no pude evitar que aquello me sonase falso pero no quise que me lo notara.
"No hay problema, imagino que tiene el móvil sin batería"
"Seguramente"
Nos despedimos con cierta prisa, ninguno de los dos parecíamos querer alargar aquella conversación, ¿me estaba sugestionando o parecía nerviosa? Dudaba de mi propia percepción, sabía de sobra que los juicios previos, el estado emocional y las expectativas provocan inevitablemente una modulación del proceso perceptivo que puede llevar incluso a distorsionar la forma en que interpretamos un tono de voz, una pausa, un gesto. Era consciente de todo esto, aun así me dejaba arrastrar por aquella tormenta emocional.
Volví a casa hacia las nueve, María no había llegado aun, lo cual me pareció demasiado tiempo para unas compras y más aún si había ido sola. Eso avivó mi zozobra.
Me preparé una cerveza, mire por los diversos canales de televisión sin prestar demasiada atención a ninguno hasta que la apagué y puse música, ojeé un libro… la inquietud no me dejaba descansar, me mantenía en tensión.
¿Cómo debía afrontar su llegada? No me veía provocando una escena.
Veinte minutos más tarde oí el ascensor y a continuación la llave en la cerradura, María entró directamente al salón, la escuché dejar el bolso y despojarse de la chaqueta, sus tacones sonaron en dirección a la cocina.
"¿Carlos?"
No contesté, quería hacerlo pero algo me detenía, me di cuenta de que podía dar una imagen de enfado que en absoluto deseaba.
Cuando apareció en la puerta del despacho fingí salir de mi concentración en la lectura.
"¿Ya estás aquí? no te oí llegar"
"Pues he hecho ruido, no creas"
"¿Qué tal las compras?"
"Nada de particular, al final me entretuve en el despacho y salí más tarde de lo previsto" – hizo ademán de salir hacia la alcoba rompiendo una costumbre habitual: enseñarme lo que compra, buscando mi opinión, compartiendo.
El escaso tamaño de la bolsa me hacía inferir precipitadamente que apenas le habría dedicado una hora, ¿Qué es lo que había estado haciendo hasta ahora?
Mis argumentos me molestaban, me hacían comportarme como el típico marido inquisidor, que controla los movimientos de su esposa como si tuviera derecho a hacerlo, no podía dejar que ese rancio machismo pasado de época que tanto me desagrada me contaminara de esta manera.
Pero ahí estaba yo: deseando preguntar, deseando saber por qué no había ido con Elena de compras, por qué me había sonado a falsa la excusa de su amiga, ahí estaba yo, en tensión, deseando preguntarle qué o quién la había entretenido en el despacho.
La dejé ir sin preguntarle nada; me di cuenta de la profundidad de la prueba a la que me sometía y de que quizás tenía razón y, llegado el momento, me arrepentiría de haber ido tan lejos.
Pero tan solo tuve que echar mano de los recuerdos de Sevilla, tan solo tuve que hacerme consciente de que Pablo había tocado sus pechos, había besado sus labios, había rozado su coño… y el placer que me inundó me aclaró las ideas: deseaba verla follar con otros hombres, estaba convencido, tan solo necesitaba adaptarme.
Y de nuevo recordé las palabras de María al plantear la prueba: "no serás capaz de no controlar la situación, de no ser el que dirija los acontecimientos".
Era cierto: lo que más me inquietaba de su salida con Roberto y de esta tarde de compras era no controlar lo que sucedía, no ser yo quien dirigiera y presenciara todo. Ahí estaba mi debilidad.
Entré en la alcoba justo cuando acababa de colgar la ropa en el arCarlos, me miró mientras se liberaba del sujetador y se ponía unas mallas, se sentó en la cama para colocarse unos gruesos calcetines con los que le gusta andar por casa, sin zapatillas; Aun estaba desnuda de cintura para arriba y admiré sus pechos.
"¿Qué?" – me dijo al ver que no dejaba de mirarla.
"¿Dónde has estado?" – inmediatamente me di cuenta de lo absurdo de mi pregunta y de cómo podía ella interpretarla – "quiero decir que por qué zona has estado comprando?"
No le pasó desapercibida mi corrección, me miró con una sonrisa cargada de ironía que me dejó sin excusas.
"¿Quieres saber qué he hecho, dónde he estado, con quién? ¿Pretendes que te de un informe del día?" – su tono no evidenciaba enfado ni malestar, más bien parecía disfrutar poniéndome en un aprieto.
"Sería la primera vez, solo preguntaba"
Se levantó de la cama y se puso un jersey ancho que ya solo usaba para casa.
"Me entretuvo Roberto, ya sabes, con el tema del nuevo departamento" – de nuevo Roberto, aquello alimentaba mis prevenciones de que la comida del viernes le hubiera dado alas.
"¿Te está agobiando de nuevo?"
"Ya sabes cómo es" – eso no respondía mi pregunta.
"Si, pero habías conseguido que te dejara en paz y ahora de nuevo…" – me interrumpió.
"Por qué das por supuesto que me está acosando?"
"Acosar es una palabra muy fuerte, ¿lo está haciendo?" – María hizo una pausa breve, como si midiera sus palabras.
"Es una forma de hablar, ya sabes a lo que me refiero"
"Lo sé, y no me gustaría que, a cuenta del ascenso, se intentara cobrar la pieza que hasta ahora no ha podido" – María puso una cara de asombro que no dejaba duda sobre la sorpresa que mi comentario le había producido.
"¿Lo dices en serio? ¿me crees capaz de negociar un ascenso de esa manera?"
"Yo no he dicho eso, no hablo de ti, hablo de Roberto"
"Sé perfectamente cómo manejarle, no te preocupes"
No lo pude evitar, debía haberlo hecho pero me dejé llevar
"María" – se detuvo y volvió su rostro hacia mi – "ten cuidado, no arriesgues demasiado por una apuesta"
María abrió la boca, su cara de nuevo mostraba asombro, parecía ofendida, fue a hablar pero se detuvo, no dejaba de mirarme, como si no me conociera, por fin avanzó hacia mí.
"Pero que poco me conoces… y que sorpresa me estoy llevando contigo, creía conocerte mejor, desde luego tenías muy oculta esta faceta tuya"
La ausencia de enfado en su voz me alarmó más que si hubiese estallado en un acceso de ira.
"No sé qué has entendido pero…"
"Te he entendido perfectamente Carlos, si quiero pensar lo menos malo de ti interpretaré que me quieres proteger, que me consideras tan inmadura, tan infantil y tan débil que me ves en peligro ante Roberto solo por ponerte celoso…" – su tono se iba crispando a medida que hablaba, aunque intentaba controlarlo – "… pero si me limito a lo que has dicho, entonces Carlos, tu comentario es lo mas insultante que jamás habría esperado de ti"
Yo estaba absolutamente desconcertado, su reacción me parecía excesiva, algo defensiva, mi intención no había sido en absoluto insultarla, pero ella lo había percibido así. Intenté reconducir la situación.
"María no he pretendido… quizás me he expresado mal, yo solo quería…"
"Tú solo querías dejar bien claro que el juego lo diriges tú, que tú eres el director, el guionista, el productor... y que me debo limitar a sonreír y a disfrutar de tus genialidades cuando, donde y como tú quieras, ¿no es así?"
"En absoluto es así, María y tú lo sabes" –me lanzó una sonrisa retadora
"Pues piensa en lo que me has dicho y en tu actitud todos estos días" – salió de la alcoba sin darme opción a contestar.
Entré en la cocina y, como cada noche, comencé a poner la mesa mientras María preparaba una ensalada, el silencio nos pesaba a ambos pero creí conveniente dar unos minutos para que se tranquilizara antes de intentar explicarme.
No tuve opción, María dejó la ensalada y se volvió hacia mí.
"¿Te das cuenta que, desde el viernes que comí con Roberto, te has convertido en el prototipo de marido celoso?" – detuve mi primera reacción de negación y por un breve instante recreé en mi mente mis tribulaciones durante la tarde del viernes y mis dudas incontroladas de aquella misma tarde. Tenía razón, me estaba comportando como un marido celoso y posesivo, me sentí avergonzado.
"¿Es posible?, la verdad es que me resulta difícil reconocerme con esa actitud, no sé que me ha pasado"
"Ha pasado que, como yo suponía, no aguantarías verme con otro hombre, amor" – su tono se había dulcificado, pero yo no podía perder esta batalla.
"No es eso María, tienes que entender que todo lleva una adaptación, quizás no estaba preparado para que fuese con Roberto…"
"¿Para que fuese, qué? ¿Qué crees que está pasando con Roberto?" – me sentía analizado por ella, sabía que me estaba poniendo a prueba.
"No me refiero a eso, María, quiero decir que no me gusta Roberto, le considero un baboso, un tipo desagradable que usa a las mujeres y ambos sabemos que lleva detrás de ti desde que entraste a trabajar en el gabinete. El viernes temía que, por ponerme a prueba, hubieras aceptado un almuerzo que en otro momento habrías rechazado, no quisiera que ese impresentable pensase que tiene alguna posibilidad contigo"
"¿Y crees que la tiene?" – negué vigorosamente con la cabeza – "¿Crees que la oferta de dirigir el departamento me hace mas… asequible para Roberto?"
"María, por favor…"
"¿Por qué no? Tu mismo me has dicho que me libere, que pruebe a ver que se siente yendo más allá de los… ¿cómo dijiste? Ah sí: prejuicios. Y si encima le saco un provecho, pues mejor, ¿no crees?"
Me sentía acorralado, mi intención era darle un consejo y ella lo utilizaba para ganarme terreno en nuestra prueba dando por hecho mi incapacidad para superarla; Decidí contraatacar.
"¿Crees que no tengo motivos para estar preocupado? Primero me dices que vas de compras con Ángela, luego me entero de que ella no ha ido y me suelta una explicación bastante floja…" – cuando me quise dar cuenta ya me había delatado, ahora María sabía que había hablado con su amiga; su expresión era de incredulidad – "¡Si María, si, he llamado a Ángela a su casa, si miras tu móvil verás varias llamadas mías a las que no has contestado, estaba preocupado"
"¿Así que me vigilas? ¿compruebas mis pasos? ¡vaya vaya, te estás destapando!" – María parecía entre divertida y defraudada.
"Pues si María, si jugamos, jugamos del todo, tu planteas las incógnitas, tu siembras las dudas y las ambigüedades y yo juego mis cartas, intento comprobar si dices la verdad o si mientes, porque si no, cuando acabe esta semana tu habrás jugado con ventaja y encima me darás por derrotado"
María me miraba asombrada, cuando acabé esté monologo hubiera deseado poder rebobinar la película de los últimos diez minutos; me había delatado pero ya estaba hecho.
Por un instante que me pareció eterno ambos no quedamos en silencio frente a frente. María me miraba con una especie de superioridad que me hacia desear no haber descubierto mis cartas.
De pronto su expresión se fue relajando, poco a poco recuperó la calma.
"¿Quieres jugar fuerte, eh? ¿a lo grande?" – no sabía qué contestarle – "Bien, pues así será Carlos, vamos a jugar a tope" – se volvió de nuevo hacia la encimera y reanudó su trabajo con la ensalada, esta vez muy lentamente.
"¿A qué te refieres?" – hubo una pausa en la que el sonido de los cubiertos que manejaba preparando la ensalada se amplificó en contraste con el silencio. Su voz sonó diferente, su tono era algo más grave, hablaba casi en un susurro.
"Le pedí a Ángela que me cubriese en mi salida de hoy, nos vamos a ver pronto con ellos y podría salir por casualidad en la conversación nuestro día de compras "
El corazón me dio un vuelco, ¿entonces era verdad? ¿María había montado una coartada con una de sus mejores amigas? ¿Para hacer qué? Lo primero que sentí fue vergüenza, vergüenza ante Ángela y Rafael ¿qué pensarían?
Una parte de mi me decía que era un farol, que no era posible, que tenía que haber otra explicación, no me creía que de buenas a primeras María me estuviera engañando. Quise pensar que Ángela estaba al corriente de la prueba y que esta coartada formaba parte de su plan para ponerme nervioso. Tenía que mantener la calma, no podía dar un paso en falso.
"¿Qué más?"
"No tengo por qué darte más explicaciones, lo demás ya te lo estás imaginando tu" – seguía de espaldas, aliñando eternamente la ensalada.
"¿Has estado con Roberto?"
"Eso ya te lo he dicho antes"
"Me dijiste que te entretuvo y que por eso no saliste con Ángela, pero imagino que no fue así exactamente"
"No, no fue así"
María no continuó hablando, me tuve que morder la lengua para no preguntar más
"Está bien, supongo que tendré que esperar al viernes para que me lo cuentes" – no obtuve respuesta.
Continué poniendo la mesa, dándole vueltas en mi cabeza a todo lo que habíamos hablado, me di cuenta de que estaba en inferioridad de condiciones ante María, ella llevaba la batuta del juego y lograba ponerme nervioso; Sentía sus miradas escrutadoras, buscando algún signo que me delatase.
Decidí recuperar el terreno perdido con María evitando los gestos que dieran la impresión de celos o inquietud, tenía que montar un plan que me permitiera darle la vuelta a la situación.
Cenamos evitando el tema, aparentando normalidad, aunque en ocasiones creía ver en su rostro una leve sonrisa, una expresión de triunfadora de la que no me quise dar por aludido,
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