3 de la madrugada en punto. El Ro que empieza a moverse inquieto y a lloriquear. Últimamente ya no se está despertando todas las noches, lo que me permite disfrutar de una larga noche de sueño, pero a veces… bueno, a veces pasa esto, que empieza a reclamar la teta y no queda otra que levantarse. Para no despertar a mi marido, lo levanto de la cuna y voy a la sala. Mientras le doy el pecho prendo la tele. Cuando ya parece llenarse me mira risueño, lo acuno entre mis brazos, cantándole despacito el “arrorró” y de a poco se va quedando dormido. La que no puede volver a dormirse soy yo, estoy desvelada. Recuesto al Ro en el sofá, protegiéndolo con los almohadones y sigo mirando la tele, a ver si me va entrando el sueño, pero no. Entonces, de repente, pienso en el vigilante del edificio. Que bueno sería tener un “remember” justo ahora. Pero no, no puedo, es una locura, es plena madrugada, ¿Qué excusa le daría a mi marido para salir a esa hora?... tal vez ninguna… tal vez ni siquiera tenga que enterarse. No Mariela, estás loca, mejor metete a la cama y dormite de una vez antes de que hagas algo de lo que podes llegar a arrepentirte. Me levanto, me dispongo a levantar al Ro, a volver a mi lecho conyugal, pero… no. Eso que había comenzado como una mera posibilidad, fue creciendo y creciendo hasta volverse una obsesión. No me tardo nada, me decía, bajo, un “touch” y listo, estoy en casa de nuevo. Finalmente me puse una bata encima del camisón, agarre las llaves y tras comprobar que el Ro dormía plácidamente, apague las luces, la tele y salí. Ni siquiera sabía que le diría a mi marido si llegaba a despertarse.
Baje por las escaleras para no hacer ruido con el ascensor, llegue al hall de entrada y corrí prácticamente hacia el puesto del vigilante.
-Hola- lo saludé al llegar.
-Hola, buenas noches- me correspondió el saludo, pero había un problema, NO era mi vigilante, sino OTRO vigilante. Me quede de piedra. ¿Y ahora que hago?, pensaba.
-Eh… si… yo… eh… buscaba a…- aunque me cogió esa vez ni siquiera sé cómo se llama el otro vigilante.
-Hoy no vino, así que me llamaron a mí para reemplazarlo- me contestó antes de que le preguntara.
-Ah…- que suerte la mía, pensaba, justo me decido a bajar un día en que no está el otro.
-¿Necesita algo? Si puedo ayudarla…-
Lo mire de arriba abajo, catalogando cada una de sus aptitudes. Era mucho más joven que MI vigilante, no debía tener más de 25 años, alto, de aspecto fuerte y varonil. No era lindo pero… zafaba.
-Bueno, quizás sí puedas ayudarme después de todo- le digo -Tu compañero me ayudaba con cierto temita… no sé si me entendés- y al decir esto me abrí la bata, dejándole a la vista el surco de mis tetas que se perdía por el escote de mi camisón.
-Creo que sí- repuso –Pero tal vez pudiera ser un poco más específica, no quiero mandarme ninguna cagada-
-¿Así de específica?- le pregunté a la vez que le metía una mano entre las piernas, palpándole ansiosamente el bulto que allí se gestaba.
-Bastante específica- se sonrió.
Apagó la luz de su escritorio, puso el cartelito de “YA REGRESO”, y me llevo hacia el subsuelo.
-¿Mi compañero te llevó al cuartito del fondo?- me preguntó mientras bajábamos.
-Sí, pero no quiero ir al cuartito, quiero hacerlo acá- le dije en plena escalera.
Ya hacía rato que tenía ganas de hacerlo con el vigilante en algún otro lugar del edificio, en la terraza, en algún piso, en el pasillo… la escalera del subsuelo no estaba mal.
-¿Acá?- se sorprendió.
-Sí, ¿Por qué, no podés cogerme acá?-
-Te cojo donde sea-
-¿Entonces…?-
Bajamos un par de escalones y llegamos al pasillo en donde estaban las bauleras, y al final del mismo, aquel célebre cuartito adonde me había llevado el primer vigilante. Este nuevo vigilante me arrinconó contra la fría pared del pasillo y me besó efusivamente mientras me toqueteaba las tetas y la concha. Me deje hacer, entregándome por completo a sus labios y manos, sintiendo crecer por dentro esa combustión espontánea que siempre amenaza con consumirme en vida. Separé las piernas permitiendo el acceso de sus dedos, los cuales me exploraron profundamente, moviéndose como si buscaran algo en mi interior. Con la urgencia lógica de alguien que está disfrutando algo prohibido y que difícilmente vuelva a repetir, deslizó la bata sobre mis hombros, dejándola caer al suelo, me soltó los breteles del camisón y desnudó mis pechos, sobre los cuales se lanzó como si en ellos pudiera encontrar la razón de su existir. Me comió las gomas en una forma divina, poniéndome las puntas de los pezones tan duras que hasta me dolían. El camisón quedó hecho un cinto alrededor de mi cintura, dejándole el camino libre hacia mis pechos y mi concha. Deje entonces la pasividad de lado y comencé a tocarlo también, deslizando mi mano en torno a ese abultamiento que trepidaba por debajo de su pantalón.
-Mmmm… ¿Qué tenemos acá?- le dije en un susurro sin dejar de sobarle la tremenda comba que se le formaba a la altura de la bragueta.
-Lo que te vas a comer- repuso en un tono que revelaba la veracidad de sus palabras.
-¡Que bueno, porque me muero de hambre!- exclamé a la vez que me prostraba frente a él, dispuesta a no desaprovechar el manjar que me ofrecía.
Con la bata que estaba en el suelo, formé un mullidito colchón y me arrodillé sobre el mismo, para no lastimarme las rodillas, y desabrochándole el pantalón, descubrí una pija muy bien provista, fuerte, venosa, circuncidada, por lo que el glande se acentuaba en forma prominente y exuberante. Me lo metí de lleno en la boca y comencé a chuparlo con frenesí, tragándome las gotitas de fluido preseminal que brotaban por la punta. Era tan grande que apenas podía meterme la cabeza y un poco más, pero así y todo, lo que alcanzaba a comerme, lo devoraba con suma delectación. De pronto me acordé de en donde estaba, en el sótano de mi edificio, en plena madrugada, con el vigilante de la noche, por más que quisiera no podía entretenerme en largas y jugosas mamadas. Así que luego de lamérsela en toda su extensión, me levanté y quedándome de frente a él, me acomodé la pija justo en la entrada. El solo sentir la punzante cabeza apoyarse contra mis labios me hizo temblar de emoción… siempre me pasa lo mismo cuándo me la ponen así. Apoyé la espalda contra la pared, levanté una pierna y la calcé en su cadera, abriéndome toda para él, un empujón firme, certero, vigoroso, fue suficiente para que me atravesara hasta lo más profundo. No se puso forro, pero ¿Qué le íbamos a hacer? La calentura era apremiante y en situaciones como esa pensamos más con la concha que con la cabeza. Igual hacía ya unos días que había empezado a cuidarme de nuevo, por lo que si me acababa adentro no corría riesgo de embarazarme de nuevo, aunque, claro, nunca está de más la pastillita del día después.
Me agarró bien de la pierna que tenía levantada, me estampó contra la pared y empezó a darme bomba, bomba y bomba. Cada ensarte me levantaba unos cuantos centímetros del suelo, haciéndome quedar en puntitas de pie o en el aire, suspendida entre su cuerpo y la pared.
-¡La lengua, dame la lengua!- me pedía el vigilante sin dejar de someterme a esa deliciosa perforación que me estaba derritiendo la conchita.
Yo se la daba, sacaba la lengua y él me la chupaba, me la mordía, para luego decirme:
-¡Chupámela a mí!- entonces él la sacaba y yo se la chupaba, succionando fuertemente, sintiendo ya que una fuerza conocida amenazaba con implosionar en mi interior. Y ahí mismo, con su lengua entre mis labios, acabé… le solté la lengua y acabé en una forma por demás estruendosa y exaltada, derritiéndome de placer, sintiendo que me deshacía entre sus brazos. El vigilante del turno noche aprovechó ese momento de absoluta sumisión y levantándome la otra pierna, dejándome ahora sí casi en el aire, aceleró las descargas, golpeándome una y otra vez la espalda contra la pared.
-¡Ahhhhh… ahhhhh… ahhhhhh…!- gimiendo al ritmo de sus embestidas, yo me mantenía aferrada de su cuello, aguantando y disfrutando el tremendo garche que me estaba dando… me estaba cepillando de lo lindo, jaja, hasta que me dice:
-¡Voy a acabar…!-
-¡Bajame!- le digo.
Me la saca, toda enardecida y mojada en mis propios jugos, me suelta, dejándome caer al suelo, y poniéndome ahí mismo de rodillas, se la agarro y entro a chupársela con frenesí.
-¡Ahhhh… ahhhhh… ahhhhh…!- gimió el vigilante hasta que empezó a soltar en mi boquita toda la carga que contenían sus huevos.
Los lechazos me golpeaban de lleno en el paladar, siempre me gusta tragarme todo, pero era tanto lo que eyaculaba ese vigilante que un poco… bastante diría… se derramó sobre mis pechos y piernas. Luego de dejársela bien limpita y lustrosa a pura chupada y lamida, me levanté, me limpié el semen derramado con la bata y sin más volví a casa. Me fui acomodando el camisón mientras subía por la escalera. El vigilante se quedó ahí, sentado en la escalera, apantallándose graciosamente la pija con las manos.
Entré a mi departamento tratando de hacer el menor ruido posible, ni sabía lo que iba a decirle a mi esposo si me sorprendía entrando a esa hora, ya casi las cuatro y media. El Ro dormía plácidamente y seguía en el mismo lugar, señal de que no había habido ningún movimiento. Fui al baño, puse la bata manchada de semen en el canasto de la ropa sucia, me enjuagué la boca varias veces con enjuague bucal y también me cepillé los dientes, hasta que el sabor del vigilante al fin desapareció. Recién entonces llevé al Ro a su cuna y volví a mi cama, mi marido seguía profundamente dormido (gracias a Dios), solo alcanzó a musitar entre sueños:
-¿Se despertó?-
-Sí, pero ya se durmió de nuevo-
Me acurruqué a su lado y me quede dormida, sintiendo todavía en mi conchita las pulsaciones del orgasmo reciente. La pucha con estos vigilantes, al final resultó uno mejor que el otro…
Baje por las escaleras para no hacer ruido con el ascensor, llegue al hall de entrada y corrí prácticamente hacia el puesto del vigilante.
-Hola- lo saludé al llegar.
-Hola, buenas noches- me correspondió el saludo, pero había un problema, NO era mi vigilante, sino OTRO vigilante. Me quede de piedra. ¿Y ahora que hago?, pensaba.
-Eh… si… yo… eh… buscaba a…- aunque me cogió esa vez ni siquiera sé cómo se llama el otro vigilante.
-Hoy no vino, así que me llamaron a mí para reemplazarlo- me contestó antes de que le preguntara.
-Ah…- que suerte la mía, pensaba, justo me decido a bajar un día en que no está el otro.
-¿Necesita algo? Si puedo ayudarla…-
Lo mire de arriba abajo, catalogando cada una de sus aptitudes. Era mucho más joven que MI vigilante, no debía tener más de 25 años, alto, de aspecto fuerte y varonil. No era lindo pero… zafaba.
-Bueno, quizás sí puedas ayudarme después de todo- le digo -Tu compañero me ayudaba con cierto temita… no sé si me entendés- y al decir esto me abrí la bata, dejándole a la vista el surco de mis tetas que se perdía por el escote de mi camisón.
-Creo que sí- repuso –Pero tal vez pudiera ser un poco más específica, no quiero mandarme ninguna cagada-
-¿Así de específica?- le pregunté a la vez que le metía una mano entre las piernas, palpándole ansiosamente el bulto que allí se gestaba.
-Bastante específica- se sonrió.
Apagó la luz de su escritorio, puso el cartelito de “YA REGRESO”, y me llevo hacia el subsuelo.
-¿Mi compañero te llevó al cuartito del fondo?- me preguntó mientras bajábamos.
-Sí, pero no quiero ir al cuartito, quiero hacerlo acá- le dije en plena escalera.
Ya hacía rato que tenía ganas de hacerlo con el vigilante en algún otro lugar del edificio, en la terraza, en algún piso, en el pasillo… la escalera del subsuelo no estaba mal.
-¿Acá?- se sorprendió.
-Sí, ¿Por qué, no podés cogerme acá?-
-Te cojo donde sea-
-¿Entonces…?-
Bajamos un par de escalones y llegamos al pasillo en donde estaban las bauleras, y al final del mismo, aquel célebre cuartito adonde me había llevado el primer vigilante. Este nuevo vigilante me arrinconó contra la fría pared del pasillo y me besó efusivamente mientras me toqueteaba las tetas y la concha. Me deje hacer, entregándome por completo a sus labios y manos, sintiendo crecer por dentro esa combustión espontánea que siempre amenaza con consumirme en vida. Separé las piernas permitiendo el acceso de sus dedos, los cuales me exploraron profundamente, moviéndose como si buscaran algo en mi interior. Con la urgencia lógica de alguien que está disfrutando algo prohibido y que difícilmente vuelva a repetir, deslizó la bata sobre mis hombros, dejándola caer al suelo, me soltó los breteles del camisón y desnudó mis pechos, sobre los cuales se lanzó como si en ellos pudiera encontrar la razón de su existir. Me comió las gomas en una forma divina, poniéndome las puntas de los pezones tan duras que hasta me dolían. El camisón quedó hecho un cinto alrededor de mi cintura, dejándole el camino libre hacia mis pechos y mi concha. Deje entonces la pasividad de lado y comencé a tocarlo también, deslizando mi mano en torno a ese abultamiento que trepidaba por debajo de su pantalón.
-Mmmm… ¿Qué tenemos acá?- le dije en un susurro sin dejar de sobarle la tremenda comba que se le formaba a la altura de la bragueta.
-Lo que te vas a comer- repuso en un tono que revelaba la veracidad de sus palabras.
-¡Que bueno, porque me muero de hambre!- exclamé a la vez que me prostraba frente a él, dispuesta a no desaprovechar el manjar que me ofrecía.
Con la bata que estaba en el suelo, formé un mullidito colchón y me arrodillé sobre el mismo, para no lastimarme las rodillas, y desabrochándole el pantalón, descubrí una pija muy bien provista, fuerte, venosa, circuncidada, por lo que el glande se acentuaba en forma prominente y exuberante. Me lo metí de lleno en la boca y comencé a chuparlo con frenesí, tragándome las gotitas de fluido preseminal que brotaban por la punta. Era tan grande que apenas podía meterme la cabeza y un poco más, pero así y todo, lo que alcanzaba a comerme, lo devoraba con suma delectación. De pronto me acordé de en donde estaba, en el sótano de mi edificio, en plena madrugada, con el vigilante de la noche, por más que quisiera no podía entretenerme en largas y jugosas mamadas. Así que luego de lamérsela en toda su extensión, me levanté y quedándome de frente a él, me acomodé la pija justo en la entrada. El solo sentir la punzante cabeza apoyarse contra mis labios me hizo temblar de emoción… siempre me pasa lo mismo cuándo me la ponen así. Apoyé la espalda contra la pared, levanté una pierna y la calcé en su cadera, abriéndome toda para él, un empujón firme, certero, vigoroso, fue suficiente para que me atravesara hasta lo más profundo. No se puso forro, pero ¿Qué le íbamos a hacer? La calentura era apremiante y en situaciones como esa pensamos más con la concha que con la cabeza. Igual hacía ya unos días que había empezado a cuidarme de nuevo, por lo que si me acababa adentro no corría riesgo de embarazarme de nuevo, aunque, claro, nunca está de más la pastillita del día después.
Me agarró bien de la pierna que tenía levantada, me estampó contra la pared y empezó a darme bomba, bomba y bomba. Cada ensarte me levantaba unos cuantos centímetros del suelo, haciéndome quedar en puntitas de pie o en el aire, suspendida entre su cuerpo y la pared.
-¡La lengua, dame la lengua!- me pedía el vigilante sin dejar de someterme a esa deliciosa perforación que me estaba derritiendo la conchita.
Yo se la daba, sacaba la lengua y él me la chupaba, me la mordía, para luego decirme:
-¡Chupámela a mí!- entonces él la sacaba y yo se la chupaba, succionando fuertemente, sintiendo ya que una fuerza conocida amenazaba con implosionar en mi interior. Y ahí mismo, con su lengua entre mis labios, acabé… le solté la lengua y acabé en una forma por demás estruendosa y exaltada, derritiéndome de placer, sintiendo que me deshacía entre sus brazos. El vigilante del turno noche aprovechó ese momento de absoluta sumisión y levantándome la otra pierna, dejándome ahora sí casi en el aire, aceleró las descargas, golpeándome una y otra vez la espalda contra la pared.
-¡Ahhhhh… ahhhhh… ahhhhhh…!- gimiendo al ritmo de sus embestidas, yo me mantenía aferrada de su cuello, aguantando y disfrutando el tremendo garche que me estaba dando… me estaba cepillando de lo lindo, jaja, hasta que me dice:
-¡Voy a acabar…!-
-¡Bajame!- le digo.
Me la saca, toda enardecida y mojada en mis propios jugos, me suelta, dejándome caer al suelo, y poniéndome ahí mismo de rodillas, se la agarro y entro a chupársela con frenesí.
-¡Ahhhh… ahhhhh… ahhhhh…!- gimió el vigilante hasta que empezó a soltar en mi boquita toda la carga que contenían sus huevos.
Los lechazos me golpeaban de lleno en el paladar, siempre me gusta tragarme todo, pero era tanto lo que eyaculaba ese vigilante que un poco… bastante diría… se derramó sobre mis pechos y piernas. Luego de dejársela bien limpita y lustrosa a pura chupada y lamida, me levanté, me limpié el semen derramado con la bata y sin más volví a casa. Me fui acomodando el camisón mientras subía por la escalera. El vigilante se quedó ahí, sentado en la escalera, apantallándose graciosamente la pija con las manos.
Entré a mi departamento tratando de hacer el menor ruido posible, ni sabía lo que iba a decirle a mi esposo si me sorprendía entrando a esa hora, ya casi las cuatro y media. El Ro dormía plácidamente y seguía en el mismo lugar, señal de que no había habido ningún movimiento. Fui al baño, puse la bata manchada de semen en el canasto de la ropa sucia, me enjuagué la boca varias veces con enjuague bucal y también me cepillé los dientes, hasta que el sabor del vigilante al fin desapareció. Recién entonces llevé al Ro a su cuna y volví a mi cama, mi marido seguía profundamente dormido (gracias a Dios), solo alcanzó a musitar entre sueños:
-¿Se despertó?-
-Sí, pero ya se durmió de nuevo-
Me acurruqué a su lado y me quede dormida, sintiendo todavía en mi conchita las pulsaciones del orgasmo reciente. La pucha con estos vigilantes, al final resultó uno mejor que el otro…
14 comentarios - Uno mejor que el otro...
Muy caliente como siempre!
Gracias por compartir
sale reco y puntines
muy lindo tu nuevo avatar
besos Para mi atorranta hermosa 😘 😘
Cada dia estas mas putita...me encanta...
Quiero seguir tus pasos...jajaja
Te dejo puntitos y muchos besitos...