Una noche a solas con Elena.
Quería ir al bosque, a mi lugar, pero no podía, claro…era un débil humano ahora. Odiaba ser así, frágil y no beber sangre humana porque mi cuerpo vivo no lo permitía, ahora me tenía que conformar con la comida que por 500 años estuve rechazando, ya que no la había necesitado.
Lo único bueno era que mi odioso hermano, Stefan, podía confiar en mí, Elena estaba segura, ella era el triple de poderosa de lo que yo soy.
¡Maldita sea! Incluso Sage…si tan solo me mordiera Stefan para poder ser yo otra vez, pero él nunca lo haría ¿por qué ayudarme? mejor que Damon esté endeble y sin Poder, para que todos estén más tranquilos. ¡Qué hipócrita! Ese Shinishi es peor que yo y cuando lo pueda tener en mis manos lo aplastaré como un gusano al maldito, me ha robado todos los recuerdos que he tenido con Elena ¡me las pagarás maleducato, bastardo!
De todas formas, no valía la pena pensar en ello.
Sonreí, solo había una cosa capaz de ponerme alegre…
Suspiré desde mi lugar mirando las escaleras, en la que estaba sentado. La pensión de la señora Flowers estaba casi solitaria. Sonreí otra vez, porque con ese pensamiento de mi odioso hermanito, Meredith, la deseable y bruja Bonnie con y él con Sage fueron a buscar a no sé qué lugar—porque no me interesé en absoluto en lo que me estaban diciendo—algo para poder volverse humano.
He de decir; no sé qué le ve a esta condición, es fastidioso, por lo menos para mí, todo el tiempo me están repitiendo que tengo respirar, masticar, tragar, e incluso me canso más al caminar, lo hago lento. Si quiera hablo de parpadear…es horroroso, además ¡mis sentidos son débiles!
En cuanto a la señora Flowers y a… ¿Matt? ¿Mutt? Es lo mismo…ese chico, se han ido a…algún lugar para saber cómo enfrentar al Kitsune que me ha…Apreté con fuerza los dientes, ¡quería matarlo!
Mis ojos se posaron en la puerta que estaba en la parte superior, allí se encontraba una Elena cansada por haber practicado con su aura, ella debía poder controlarla y meterla en su cuerpo para que ningún demonio venga, como lo hizo el Kitsune. Ya no la podía ayudar más, lo hacía Stefan. Al contrario, ahora ella me ayudaba con Bonnie a mí con esto de ser humano.
Reí con tristeza al recordar porqué me había quedado, por dos razones; una, porque el bosque era peligroso para mí y dos; para proteger a Elena o aunque sea cuidarla.
Suspiré porque sus labios me llamaban otra vez, sabiendo su respuesta; otro rechazo, no sabía si lo podría soportar otra vez. Ella siempre aceptaba mis besos, solo para desencadenar a una metáfora, pero luego se negaba, eso me dolía, jamás lo demostraría, prefería ser frio e insondable. En eso ella tenía razón, me inundaba de muros contra el dolor. Sabía que a ella le hería, no podía hacer otra cosa, no podía permitir que me abra sus alas y luego me repudie, como si no fuera nada…
Miré la puerta otra vez, tenía un magnetismo inexplicable, ella me llamaba, ya era una adicción. Quería verla, a sus ojos color azul—violeta, sus labios tan deseables, su pelo rubio—dorado que tanto me gustaba tocar, acariciar y apretar en las puntas justo como yo sabía que le gustaba, al punto de caerse de placer.
Resignado, me paré y subí los peldaños haciendo mucho ruido. No podía, todavía, controlar mi sutileza, eso me fastidiaba mucho, antes llegaría de improviso con rapidez inhumana, ahora mis pies chirriaban a cada paso.
Cuando estuve enfrente de la puerta me di con que hacía bastante que no respiraba, esto era incomodo. Respiré profundamente y miré la puerta, diciéndome “respira, respira”.
Algo le pasaba a mi cuerpo, sentía una extraña sensación, incluso transpiraba… ¿estaba nervioso? Eso era ridículo, jamás había estado nervioso por esto ¿o sí? ¡Kitsune…que no me entere que me has robado algo por el estilo!
Traté de escuchar algo de dentro, pero no pude oír nada, la debilidad de mi sentido era absoluta. Así que no lo dudé más y entré de sopetón como de costumbre.
Quedé maravillado al mirarla y ella a mí. Elena mantenía los ojos fijos en mi figura con las cejas fruncidas y los ojos expectantes. Sus labios estaban hechos una línea. Su mano mantenía una lapicera, ella estaba escribiendo en su diario.
—Elena—susurré mirándola fijamente.
—Damon ¿Qué estás haciendo aquí? Se supone que estarías afuera, cuidándonos…
Fruncí el seño.
—¿A quién?—inquirí confundido, no sabía que había otra persona.
—A nosotros—nos señaló—. Tú estarías aquí para cuidarte y a mi estado afuera de esta habitación.
¿Por qué se me hacía difícil hablar con ella? Sabía que estaba enamorado…no me gustaba admitirlo, pero esa era la verdad…
Caminé hasta estar en el pie de la cama sin bajar la mirada. Se notaba que ella no me tenía miedo, yo debería tenerlo… y me gustaba.
—Elena—me arrodillé hasta estar a su altura, pero nunca sentándome en la cama—¿dime por qué lo haces?—arrugué el entrecejo, no quería demostrar debilidad y menos con ella.
Parecía confundida, pero me contestó;
—¿Hacer qué?
Sonreí con los labios maliciosos.
—Mi princesa de la oscuridad, no soy idiota, sé perfectamente que me has escuchado cuando subí las escaleras y no dijiste nada. Ahora dime ¿por qué me dejas entras si no lo quieres?—mi voz sonaba ruda, pero no me importó, quería una explicación.
—Te he dicho que no soy tu princesa de la oscuridad—se molestó a lo que yo rolé los ojos, tenía una percepción bastante diferente—y si lo hice fue porque quería saber hasta dónde eras capaz de llegar.
Me enfadé, ella estaba jugando conmigo entonces. De pronto, ella hizo un gesto muy sensual, un puchero ¿pero por qué?
Me paré y me senté en la cama con esfuerzo, ella no me hacía lugar, tuve que empujar sus piernas tapadas por una sábana blanca casi translucida.
—Elena, sabes muy bien hasta donde soy capaz de llegar, no hace falta que te lo recuerde. Además, hay una noche que me la han robado y tú no me la quieres contar, puedo pensar entonces que es más grave de lo que he estado pensando ¿o no?
Bajó la mirada.
—Prometí no decírselo a nadie—susurró.
Me acerqué más y lo que me dejaba atónito es que ella no se separaba de mí, no había rechazo.
—Ay Elena—suspiré aferrándola entre mis brazos y como siempre ella cedió sin objetar—. He extrañado esto, tenerte entre mis brazos.
—Yo también lo he extrañado—suspiró en mi cuello. Su aliento me provocaba escalofríos.
—¿Eres sincera?—pregunté dejándome llevar por las sensaciones.
—Sabes que si, ya te lo he dicho; no puedo esperar que nadie sea sincero conmigo cuando yo no los soy.
Reí nostálgicamente.
—A lo que te dije; no me quieras, soy un lobo solitario y tu un alma pura—susurré alejándome un poco, pero sin dejar de abrazarla, para mirarla.
Sus ojos estaban llenos de algo, algún sentimiento irreconocible, pero me miraba y eso me llenaba por completo.
—¿Pero por qué?—sonrió, también recordando.
—Porque te podría lastimar. No, yo…no te quiero morder…solo, te quiero besar así, solo un poco—murmuré rosando mis labios con los suyos.
En ese momento sus manos se posaron adentro de mi chaqueta de cuero, acariciándome la espalda.
Sentí placer, ella me hacía vibrar y mi reparación también a ella. Incluso su tacto en mi espalda se intensificó y sacó la camisa del pantalón para tocar mi piel cálida. Estaba perplejo, no me podía mover y lo que me inundaba el cuerpo era sentirla, sentir sus manos acariciando toda mi espalda; las cicatrices del azote con insistencia.
Y como siempre ella despertaba…
—Oh…Damon, por favor, no hagamos esto—me susurró entre beso y beso.
El enojo se apoderaba de mí porque no lo entendía; ella lo deseaba, ella quería besarme, tocarme, acariciarme. Lo podía saber por las feromonas que ella soltaba por la nariz ¿por qué lo hacía tan difícil? ¿Por qué siempre era yo el que tenía que dar el primer paso?
—¿Hacer qué?—pregunté duramente con mis ojos negros clavados en ella.
—Esto que estamos haciendo…yo amo a Stefan—me miró con desesperación, como si yo la obligase.
—Sabes que no estoy usando ningún truco contigo, no puedo en este estado. Además jamás lo he hecho. Así que no me eches la culpa a mí, Elena—dije casi enojado.
—Ya lo sé, por eso te pido que no sigas—su voz se partía, no tenía decisión, ella me deseaba, lo podía sentir.
—Eso me recuerda a que te dije que eras unicornbait ¿por qué lo habré dicho?—fruncí el seño.
—No importa. Ahora vete.
Me reí, ella de verdad era testaruda y como siempre no me daría por vencido. Me acerqué aún más para saber si de alguna maldita vez ella golpearía con su aura, si no me quería cerca ella desplegaría su poder para alejarme.
Sonreí, ella no lo hizo, solo me miró con sus ojos grandes y sus labios a milímetros de los míos, su aliento a flores me rozaba el rostro. Nuevamente la besé, pero esta vez hice lo que siempre; aferré las puntas de su pelo y supe que flaquearía como lo hizo siempre.
No me equivoqué.
No había piso, había un colchón debajo de ella, porque lo que me recosté arriba sintiendo su calor y lamentando que en medio estuviera la sabana.
Su pelo color dorado era suave y lo acaricié con otra mano. Extrañaba sentir ardor, y querer morderla cuando ella aferró mi cabello y empujó mi rostro hacía su garganta. Sonreí con pesar, porque yo también lo deseaba.
—No puedo Elena, ya no…
—Muérdeme—jadeó.
¡Por Dios! Su respiración entrecortada provocaba sensaciones en mí, no eran nuevas sino diferentes. Me sentí incomodo cuando el pantalón comenzó a molestarme en la entrepierna, porque no estaba seguro de qué hacer, solo de una cosa.
Con aserción la mordí, no era eficaz, los dientes no son lo mismo que dos filosos colmillos, pero de todas maneras lo hice con fuerza cuando ella me arrastró para que la muerda más profundo. Pero no lo estaba haciendo bien, debía morder la yugular que quedaba demasiado lejos para el tamaño de mis dientes.
Su cuerpo se movía extraño debajo de mí, ella subía y bajaba. No era normal y me gustaba, me arrastraba con ella, con su deseo con forme la mordía y sentía sus muslos alrededor de mi cintura.
No debía olvidar que estaba vestida con su camisón y no era nada discreto. Mi deseo se intensificaba a medida que sus manos aferraban mi cabello y luego se posaban en mi espalda.
De pronto sentí calor y de un tirón me saqué la chaqueta. Cuando estuve libre de mi abrigo, miré a Elena que jadeaba aferrándome el cuerpo con sus extremidades.
Me sentí feliz, porque sería primera persona que desfloraría a esta virgen hermosa. Está diosa sería mía y de nadie más…que estúpido eres hermanito al confiarme a Elena, ella está conmigo. Tu virgen en este momento disfrutará con ¡Damon Salvatore!—pensé conforme nos besábamos y nuestra respiración se hacía entre cortada.
Abrí la sabana y recordé aquel tiempo en la cabaña inventada por Shinishi, los masajes que le había proporcionado a esta magnífica reina y todo lo que deseé este momento. En aquellos minutos de apetito, no le había hecho nada porque me sentía culpable por muchas cosas, por haberme dejado traicionar por el Kitsune tramposo y por haber engañado a Stefan. Pero en ese momento no había nada que pueda distraerme, ella sería mía—cavilé conforme repasaba su esplendido cuerpo, sus muslos, sus pechos, la tela que recubría su vagina y me atrevo a decir que no llevaba ropa interior…
—¿Elena?—le llamé besándole el cuello con fervor.
—Hum
—Deseo hacer algo… —jadeé por verla extasiada.
—Hum.
Sin pensarlo más, besé su clavícula, siguiendo el camino a sus pechos. Me dificultaba el camisón hacer algo, por lo que lo subí hasta su esternón. Y ahí estaban, hermosos senos como me los había imaginado. Con la lengua rodeé sus pezones excitados. Elena jadeaba aferrándome todo el cuerpo y con movimientos que no me dejaban pensar claramente.
—¿Damon?—me llamó. Esperé la negativa, ya acostumbrado a que me aplacasen en el mejor momento—, quítate la ropa, me lastima—susurró jadeante.
Ella no me negó, al contrario ella me quería ¿desnudo? Ella…No dudé ni cinco minutos. Me paré y me saqué el pantalón tironeando, olvidándome que si no me sacaba primero las botas no lograría nada.
Me desnudé en orden y otra vez estaba ah con la diosa del Olimpo toda para mí. Pero esta vez estábamos desnudos los dos, y yo podía seguir con mis besos cuanto deseaba.
Elena me besaba con pasión libidinosa jugando con su lengua en la mía, conforme sus manos me acariciaban todo el cuerpo, la espalda, mi cola. Sus manos recorrían mis muslos y mi masculinidad repetidas veces, bajando y subiendo la piel que lo recubría. Esto hizo que no dudara al bajar otra vez escuchando su pacer cuando mi legua, nuevamente, se posó en sus pechos jóvenes y firmes. O cuando mi tibia lengua besó su estomago suave y delicioso. Incluso cuando bajé hasta su sexo—allí gritó, no jadeó, de placer— y mi lengua jugaba con su clítoris haciéndola estremecer, también me atreví a besar toda su vagina acuosa que estaba deliciosa. Lo hice por mucho rato, hasta que mi boca comenzó a adormecerse y era una lástima, porque me gustaba escucharla gritar con jadeos. Este punto era uno menos que le quitaba al ser humano, si hubiera sido un vampiro, mi lengua hubiera jugado por horas o para siempre… ¡Maldita rosa Kitsune!
Subí besando todo el camino, y deteniéndome al llegar a sus pechos con los que jugué a pedido de la mano de mi princesa, me aferraba los cabellos con fuerza. Su mano se separó y pude susurrarle al oído;
—Mi princesa, estás deliciosa—sonreí en su oreja—. Al final sabía que serías mía.
—Damon…si, hazme tuya… —jadeó.
Era un pedido que no podía rechazar, Elena me lo pedía y eso era una orden de arriba.
Cuidadosamente introducía mi pene erecto como nunca en la exquisita vagina de mi princesa. Sentí su dolor, como así su placer. Y sonreímos cuando en el cuarto intento estuve adentro. Salía y entraba con delicadeza, aunque se hacía difícil, ella me empujaba la cola y mi pene entraba con violencia, ella quería más y yo, que estaba débil, no la ignoré; con lujuria acompañada de jadeos frenéticos de mi parte la penetre de una forma animal, jamás lo había sentido de esa manera, ella irradiaba fuego, y me arrastraba con todo su ardor. Nuestros gritos de placer eran entrelazados en uno mismo, al igual que nuestros cuerpos.
De repente ella se dio vuelta y quedó arriba mío como una diosa de la hermosura. Sus pechos deseables a centímetros de mis labios, ella quería que los besé y no me negué; mi lengua los rozaba y ella jadeaba con preciosidad. Su placer me contagiaba haciendo que acaricie todo su cuerpo sin restricciones.
Sentía su vagina cálida y mojada. Mi pene subía y bajaba dentro de ella. Pude sentir como la cabeza, el glande, temblaba al tacto húmedo de su cavidad, porque estaba ardiendo…ya terminaría y comenzaría de nuevo, ya que ella no se cansaría…estaba disfrutando con una sonrisa plena y con el rostro lleno de placer. A Elena le encantaba que esté dentro de ella.
Cerré los ojos y grité lleno de complacencia cuando nuestros fluidos se juntaron en su cuerpo desnudo simbolizando la hermosura. No detuve a mi cuerpo y seguí moviéndome aún ella estando arriba mío, porque la delectación se terminaba un poco después de haber consumado el acto. Ella lo aceptaba jadeando y con los ojos llenos de lágrimas, las sentí cuando acaricié su rostro.
Sonreía por el sentimiento de gozo que ella me transmitía.
—¿Damon?—inquirió rota pero feliz.
Abrí los ojos y me encontré con Elena acostada arriba mío, sus labios enarcados a una sonrisa de satisfacción a centímetros de los míos al igual que sus ojos que me miraban con un brillo especial.
—¿Qué sucede mi princesa?—mi voz era dulce, ya no había rastro de enfado por nada, ahora estaba en paz.
—Te amo—susurró con el más leve de los arrullos.
Me derretí en sus palabras. Mis ojos se inundaron de lágrimas porque nunca me lo habían dicho. Katherine fue a la primera mujer con la que había hecho el amor, y me había entregado y aún así fue una hipócrita que me dijo que me amaba, pero siempre había sido a Stefan.
En ese momento Elena era todo lo que podía pensar. Sus palabras eran sinceras, por el modo en que las decía y eso me desarmó.
La miré con las lágrimas cayéndome como si fuera un niño; después de 500 años mi alma tenía paz, y yo sentía amor verdadero.
—Yo también princesa…mi corazón es tuyo—reí por la convicción de mis palabras—¿Te has dado cuenta Elena?—inquirí lleno de emoción. No me contestó por lo que seguí diciendo—, he tardado, pero mira como te has dado cuenta que eres mía, teníamos que llegar a esto.
Ella sonreía aún cuando bostezo mirándome con disculpas y sonrojándose.
—Discúlpame por herirte Damon. Siempre actué egoístamente y estoy arrepentida ¿podrías perdonarme?—inquirió con los ojos azules, ese azul lapislázuli.
—Por supuesto que sí, mi princesa—la miré con los ojos lleno de alegría—Siempre te he amado y eso no va a cambiar.
—¿Siempre? Pensé que a veces me odiabas.
—No, jamás. Si he hecho cosas odiosas os ruego que me disculpes, mi princesa. Sabes que era un lobo solitario.
—Si…
De repente el recuerdo de mi hermanito y los demás se me vinieron a la mente.
—Te dejaré dormir, princesa. Los demás vendrán.
—Pero ¿Qué haremos? Yo…
—Shh…fingir, por lo menos hasta convencer a mi hermanito que me trasforme o a Sage y luego nos podremos ir. Y digo luego porque primero debemos encontrar al maldito de Shinishi y que me devuelva todos los recuerdos.
Ella asintió.
—Bien…
—No hagas nada con mi hermano, mi amor. No lo podría soportar.
—Claro que no, yo…
—Está bien, ya me tengo que ir—urgí. Todavía, débilmente, podía sentir la presencia de mi hermano, y él estaba por llegar.
Me cambié rápido, no quería que nadie me vea con Elena y menos si mi hermanito era más fuerte que yo. Era una humillación.
—Damon—me llamó la princesa.
Me di vuelta antes de irme.
—Te amo y estaré contigo siempre…
Sonreí abiertamente, sabía que la dejaba anonadada.
—Yo también, te amo…mi princesa de la oscuridad.
Luego abrí la puerta, crucé y la cerré tras mío, justo cuando los demás habían llegado. Me apresuré a la escalera y me senté en el mismo escalón en el que me dejaron.
Por fin Elena era mía, yo la desfloré. Y cuando consiga otra vez ser vampiro la transformaré y del terror formaremos parte.
Lo único bueno era que mi odioso hermano, Stefan, podía confiar en mí, Elena estaba segura, ella era el triple de poderosa de lo que yo soy.
¡Maldita sea! Incluso Sage…si tan solo me mordiera Stefan para poder ser yo otra vez, pero él nunca lo haría ¿por qué ayudarme? mejor que Damon esté endeble y sin Poder, para que todos estén más tranquilos. ¡Qué hipócrita! Ese Shinishi es peor que yo y cuando lo pueda tener en mis manos lo aplastaré como un gusano al maldito, me ha robado todos los recuerdos que he tenido con Elena ¡me las pagarás maleducato, bastardo!
De todas formas, no valía la pena pensar en ello.
Sonreí, solo había una cosa capaz de ponerme alegre…
Suspiré desde mi lugar mirando las escaleras, en la que estaba sentado. La pensión de la señora Flowers estaba casi solitaria. Sonreí otra vez, porque con ese pensamiento de mi odioso hermanito, Meredith, la deseable y bruja Bonnie con y él con Sage fueron a buscar a no sé qué lugar—porque no me interesé en absoluto en lo que me estaban diciendo—algo para poder volverse humano.
He de decir; no sé qué le ve a esta condición, es fastidioso, por lo menos para mí, todo el tiempo me están repitiendo que tengo respirar, masticar, tragar, e incluso me canso más al caminar, lo hago lento. Si quiera hablo de parpadear…es horroroso, además ¡mis sentidos son débiles!
En cuanto a la señora Flowers y a… ¿Matt? ¿Mutt? Es lo mismo…ese chico, se han ido a…algún lugar para saber cómo enfrentar al Kitsune que me ha…Apreté con fuerza los dientes, ¡quería matarlo!
Mis ojos se posaron en la puerta que estaba en la parte superior, allí se encontraba una Elena cansada por haber practicado con su aura, ella debía poder controlarla y meterla en su cuerpo para que ningún demonio venga, como lo hizo el Kitsune. Ya no la podía ayudar más, lo hacía Stefan. Al contrario, ahora ella me ayudaba con Bonnie a mí con esto de ser humano.
Reí con tristeza al recordar porqué me había quedado, por dos razones; una, porque el bosque era peligroso para mí y dos; para proteger a Elena o aunque sea cuidarla.
Suspiré porque sus labios me llamaban otra vez, sabiendo su respuesta; otro rechazo, no sabía si lo podría soportar otra vez. Ella siempre aceptaba mis besos, solo para desencadenar a una metáfora, pero luego se negaba, eso me dolía, jamás lo demostraría, prefería ser frio e insondable. En eso ella tenía razón, me inundaba de muros contra el dolor. Sabía que a ella le hería, no podía hacer otra cosa, no podía permitir que me abra sus alas y luego me repudie, como si no fuera nada…
Miré la puerta otra vez, tenía un magnetismo inexplicable, ella me llamaba, ya era una adicción. Quería verla, a sus ojos color azul—violeta, sus labios tan deseables, su pelo rubio—dorado que tanto me gustaba tocar, acariciar y apretar en las puntas justo como yo sabía que le gustaba, al punto de caerse de placer.
Resignado, me paré y subí los peldaños haciendo mucho ruido. No podía, todavía, controlar mi sutileza, eso me fastidiaba mucho, antes llegaría de improviso con rapidez inhumana, ahora mis pies chirriaban a cada paso.
Cuando estuve enfrente de la puerta me di con que hacía bastante que no respiraba, esto era incomodo. Respiré profundamente y miré la puerta, diciéndome “respira, respira”.
Algo le pasaba a mi cuerpo, sentía una extraña sensación, incluso transpiraba… ¿estaba nervioso? Eso era ridículo, jamás había estado nervioso por esto ¿o sí? ¡Kitsune…que no me entere que me has robado algo por el estilo!
Traté de escuchar algo de dentro, pero no pude oír nada, la debilidad de mi sentido era absoluta. Así que no lo dudé más y entré de sopetón como de costumbre.
Quedé maravillado al mirarla y ella a mí. Elena mantenía los ojos fijos en mi figura con las cejas fruncidas y los ojos expectantes. Sus labios estaban hechos una línea. Su mano mantenía una lapicera, ella estaba escribiendo en su diario.
—Elena—susurré mirándola fijamente.
—Damon ¿Qué estás haciendo aquí? Se supone que estarías afuera, cuidándonos…
Fruncí el seño.
—¿A quién?—inquirí confundido, no sabía que había otra persona.
—A nosotros—nos señaló—. Tú estarías aquí para cuidarte y a mi estado afuera de esta habitación.
¿Por qué se me hacía difícil hablar con ella? Sabía que estaba enamorado…no me gustaba admitirlo, pero esa era la verdad…
Caminé hasta estar en el pie de la cama sin bajar la mirada. Se notaba que ella no me tenía miedo, yo debería tenerlo… y me gustaba.
—Elena—me arrodillé hasta estar a su altura, pero nunca sentándome en la cama—¿dime por qué lo haces?—arrugué el entrecejo, no quería demostrar debilidad y menos con ella.
Parecía confundida, pero me contestó;
—¿Hacer qué?
Sonreí con los labios maliciosos.
—Mi princesa de la oscuridad, no soy idiota, sé perfectamente que me has escuchado cuando subí las escaleras y no dijiste nada. Ahora dime ¿por qué me dejas entras si no lo quieres?—mi voz sonaba ruda, pero no me importó, quería una explicación.
—Te he dicho que no soy tu princesa de la oscuridad—se molestó a lo que yo rolé los ojos, tenía una percepción bastante diferente—y si lo hice fue porque quería saber hasta dónde eras capaz de llegar.
Me enfadé, ella estaba jugando conmigo entonces. De pronto, ella hizo un gesto muy sensual, un puchero ¿pero por qué?
Me paré y me senté en la cama con esfuerzo, ella no me hacía lugar, tuve que empujar sus piernas tapadas por una sábana blanca casi translucida.
—Elena, sabes muy bien hasta donde soy capaz de llegar, no hace falta que te lo recuerde. Además, hay una noche que me la han robado y tú no me la quieres contar, puedo pensar entonces que es más grave de lo que he estado pensando ¿o no?
Bajó la mirada.
—Prometí no decírselo a nadie—susurró.
Me acerqué más y lo que me dejaba atónito es que ella no se separaba de mí, no había rechazo.
—Ay Elena—suspiré aferrándola entre mis brazos y como siempre ella cedió sin objetar—. He extrañado esto, tenerte entre mis brazos.
—Yo también lo he extrañado—suspiró en mi cuello. Su aliento me provocaba escalofríos.
—¿Eres sincera?—pregunté dejándome llevar por las sensaciones.
—Sabes que si, ya te lo he dicho; no puedo esperar que nadie sea sincero conmigo cuando yo no los soy.
Reí nostálgicamente.
—A lo que te dije; no me quieras, soy un lobo solitario y tu un alma pura—susurré alejándome un poco, pero sin dejar de abrazarla, para mirarla.
Sus ojos estaban llenos de algo, algún sentimiento irreconocible, pero me miraba y eso me llenaba por completo.
—¿Pero por qué?—sonrió, también recordando.
—Porque te podría lastimar. No, yo…no te quiero morder…solo, te quiero besar así, solo un poco—murmuré rosando mis labios con los suyos.
En ese momento sus manos se posaron adentro de mi chaqueta de cuero, acariciándome la espalda.
Sentí placer, ella me hacía vibrar y mi reparación también a ella. Incluso su tacto en mi espalda se intensificó y sacó la camisa del pantalón para tocar mi piel cálida. Estaba perplejo, no me podía mover y lo que me inundaba el cuerpo era sentirla, sentir sus manos acariciando toda mi espalda; las cicatrices del azote con insistencia.
Y como siempre ella despertaba…
—Oh…Damon, por favor, no hagamos esto—me susurró entre beso y beso.
El enojo se apoderaba de mí porque no lo entendía; ella lo deseaba, ella quería besarme, tocarme, acariciarme. Lo podía saber por las feromonas que ella soltaba por la nariz ¿por qué lo hacía tan difícil? ¿Por qué siempre era yo el que tenía que dar el primer paso?
—¿Hacer qué?—pregunté duramente con mis ojos negros clavados en ella.
—Esto que estamos haciendo…yo amo a Stefan—me miró con desesperación, como si yo la obligase.
—Sabes que no estoy usando ningún truco contigo, no puedo en este estado. Además jamás lo he hecho. Así que no me eches la culpa a mí, Elena—dije casi enojado.
—Ya lo sé, por eso te pido que no sigas—su voz se partía, no tenía decisión, ella me deseaba, lo podía sentir.
—Eso me recuerda a que te dije que eras unicornbait ¿por qué lo habré dicho?—fruncí el seño.
—No importa. Ahora vete.
Me reí, ella de verdad era testaruda y como siempre no me daría por vencido. Me acerqué aún más para saber si de alguna maldita vez ella golpearía con su aura, si no me quería cerca ella desplegaría su poder para alejarme.
Sonreí, ella no lo hizo, solo me miró con sus ojos grandes y sus labios a milímetros de los míos, su aliento a flores me rozaba el rostro. Nuevamente la besé, pero esta vez hice lo que siempre; aferré las puntas de su pelo y supe que flaquearía como lo hizo siempre.
No me equivoqué.
No había piso, había un colchón debajo de ella, porque lo que me recosté arriba sintiendo su calor y lamentando que en medio estuviera la sabana.
Su pelo color dorado era suave y lo acaricié con otra mano. Extrañaba sentir ardor, y querer morderla cuando ella aferró mi cabello y empujó mi rostro hacía su garganta. Sonreí con pesar, porque yo también lo deseaba.
—No puedo Elena, ya no…
—Muérdeme—jadeó.
¡Por Dios! Su respiración entrecortada provocaba sensaciones en mí, no eran nuevas sino diferentes. Me sentí incomodo cuando el pantalón comenzó a molestarme en la entrepierna, porque no estaba seguro de qué hacer, solo de una cosa.
Con aserción la mordí, no era eficaz, los dientes no son lo mismo que dos filosos colmillos, pero de todas maneras lo hice con fuerza cuando ella me arrastró para que la muerda más profundo. Pero no lo estaba haciendo bien, debía morder la yugular que quedaba demasiado lejos para el tamaño de mis dientes.
Su cuerpo se movía extraño debajo de mí, ella subía y bajaba. No era normal y me gustaba, me arrastraba con ella, con su deseo con forme la mordía y sentía sus muslos alrededor de mi cintura.
No debía olvidar que estaba vestida con su camisón y no era nada discreto. Mi deseo se intensificaba a medida que sus manos aferraban mi cabello y luego se posaban en mi espalda.
De pronto sentí calor y de un tirón me saqué la chaqueta. Cuando estuve libre de mi abrigo, miré a Elena que jadeaba aferrándome el cuerpo con sus extremidades.
Me sentí feliz, porque sería primera persona que desfloraría a esta virgen hermosa. Está diosa sería mía y de nadie más…que estúpido eres hermanito al confiarme a Elena, ella está conmigo. Tu virgen en este momento disfrutará con ¡Damon Salvatore!—pensé conforme nos besábamos y nuestra respiración se hacía entre cortada.
Abrí la sabana y recordé aquel tiempo en la cabaña inventada por Shinishi, los masajes que le había proporcionado a esta magnífica reina y todo lo que deseé este momento. En aquellos minutos de apetito, no le había hecho nada porque me sentía culpable por muchas cosas, por haberme dejado traicionar por el Kitsune tramposo y por haber engañado a Stefan. Pero en ese momento no había nada que pueda distraerme, ella sería mía—cavilé conforme repasaba su esplendido cuerpo, sus muslos, sus pechos, la tela que recubría su vagina y me atrevo a decir que no llevaba ropa interior…
—¿Elena?—le llamé besándole el cuello con fervor.
—Hum
—Deseo hacer algo… —jadeé por verla extasiada.
—Hum.
Sin pensarlo más, besé su clavícula, siguiendo el camino a sus pechos. Me dificultaba el camisón hacer algo, por lo que lo subí hasta su esternón. Y ahí estaban, hermosos senos como me los había imaginado. Con la lengua rodeé sus pezones excitados. Elena jadeaba aferrándome todo el cuerpo y con movimientos que no me dejaban pensar claramente.
—¿Damon?—me llamó. Esperé la negativa, ya acostumbrado a que me aplacasen en el mejor momento—, quítate la ropa, me lastima—susurró jadeante.
Ella no me negó, al contrario ella me quería ¿desnudo? Ella…No dudé ni cinco minutos. Me paré y me saqué el pantalón tironeando, olvidándome que si no me sacaba primero las botas no lograría nada.
Me desnudé en orden y otra vez estaba ah con la diosa del Olimpo toda para mí. Pero esta vez estábamos desnudos los dos, y yo podía seguir con mis besos cuanto deseaba.
Elena me besaba con pasión libidinosa jugando con su lengua en la mía, conforme sus manos me acariciaban todo el cuerpo, la espalda, mi cola. Sus manos recorrían mis muslos y mi masculinidad repetidas veces, bajando y subiendo la piel que lo recubría. Esto hizo que no dudara al bajar otra vez escuchando su pacer cuando mi legua, nuevamente, se posó en sus pechos jóvenes y firmes. O cuando mi tibia lengua besó su estomago suave y delicioso. Incluso cuando bajé hasta su sexo—allí gritó, no jadeó, de placer— y mi lengua jugaba con su clítoris haciéndola estremecer, también me atreví a besar toda su vagina acuosa que estaba deliciosa. Lo hice por mucho rato, hasta que mi boca comenzó a adormecerse y era una lástima, porque me gustaba escucharla gritar con jadeos. Este punto era uno menos que le quitaba al ser humano, si hubiera sido un vampiro, mi lengua hubiera jugado por horas o para siempre… ¡Maldita rosa Kitsune!
Subí besando todo el camino, y deteniéndome al llegar a sus pechos con los que jugué a pedido de la mano de mi princesa, me aferraba los cabellos con fuerza. Su mano se separó y pude susurrarle al oído;
—Mi princesa, estás deliciosa—sonreí en su oreja—. Al final sabía que serías mía.
—Damon…si, hazme tuya… —jadeó.
Era un pedido que no podía rechazar, Elena me lo pedía y eso era una orden de arriba.
Cuidadosamente introducía mi pene erecto como nunca en la exquisita vagina de mi princesa. Sentí su dolor, como así su placer. Y sonreímos cuando en el cuarto intento estuve adentro. Salía y entraba con delicadeza, aunque se hacía difícil, ella me empujaba la cola y mi pene entraba con violencia, ella quería más y yo, que estaba débil, no la ignoré; con lujuria acompañada de jadeos frenéticos de mi parte la penetre de una forma animal, jamás lo había sentido de esa manera, ella irradiaba fuego, y me arrastraba con todo su ardor. Nuestros gritos de placer eran entrelazados en uno mismo, al igual que nuestros cuerpos.
De repente ella se dio vuelta y quedó arriba mío como una diosa de la hermosura. Sus pechos deseables a centímetros de mis labios, ella quería que los besé y no me negué; mi lengua los rozaba y ella jadeaba con preciosidad. Su placer me contagiaba haciendo que acaricie todo su cuerpo sin restricciones.
Sentía su vagina cálida y mojada. Mi pene subía y bajaba dentro de ella. Pude sentir como la cabeza, el glande, temblaba al tacto húmedo de su cavidad, porque estaba ardiendo…ya terminaría y comenzaría de nuevo, ya que ella no se cansaría…estaba disfrutando con una sonrisa plena y con el rostro lleno de placer. A Elena le encantaba que esté dentro de ella.
Cerré los ojos y grité lleno de complacencia cuando nuestros fluidos se juntaron en su cuerpo desnudo simbolizando la hermosura. No detuve a mi cuerpo y seguí moviéndome aún ella estando arriba mío, porque la delectación se terminaba un poco después de haber consumado el acto. Ella lo aceptaba jadeando y con los ojos llenos de lágrimas, las sentí cuando acaricié su rostro.
Sonreía por el sentimiento de gozo que ella me transmitía.
—¿Damon?—inquirió rota pero feliz.
Abrí los ojos y me encontré con Elena acostada arriba mío, sus labios enarcados a una sonrisa de satisfacción a centímetros de los míos al igual que sus ojos que me miraban con un brillo especial.
—¿Qué sucede mi princesa?—mi voz era dulce, ya no había rastro de enfado por nada, ahora estaba en paz.
—Te amo—susurró con el más leve de los arrullos.
Me derretí en sus palabras. Mis ojos se inundaron de lágrimas porque nunca me lo habían dicho. Katherine fue a la primera mujer con la que había hecho el amor, y me había entregado y aún así fue una hipócrita que me dijo que me amaba, pero siempre había sido a Stefan.
En ese momento Elena era todo lo que podía pensar. Sus palabras eran sinceras, por el modo en que las decía y eso me desarmó.
La miré con las lágrimas cayéndome como si fuera un niño; después de 500 años mi alma tenía paz, y yo sentía amor verdadero.
—Yo también princesa…mi corazón es tuyo—reí por la convicción de mis palabras—¿Te has dado cuenta Elena?—inquirí lleno de emoción. No me contestó por lo que seguí diciendo—, he tardado, pero mira como te has dado cuenta que eres mía, teníamos que llegar a esto.
Ella sonreía aún cuando bostezo mirándome con disculpas y sonrojándose.
—Discúlpame por herirte Damon. Siempre actué egoístamente y estoy arrepentida ¿podrías perdonarme?—inquirió con los ojos azules, ese azul lapislázuli.
—Por supuesto que sí, mi princesa—la miré con los ojos lleno de alegría—Siempre te he amado y eso no va a cambiar.
—¿Siempre? Pensé que a veces me odiabas.
—No, jamás. Si he hecho cosas odiosas os ruego que me disculpes, mi princesa. Sabes que era un lobo solitario.
—Si…
De repente el recuerdo de mi hermanito y los demás se me vinieron a la mente.
—Te dejaré dormir, princesa. Los demás vendrán.
—Pero ¿Qué haremos? Yo…
—Shh…fingir, por lo menos hasta convencer a mi hermanito que me trasforme o a Sage y luego nos podremos ir. Y digo luego porque primero debemos encontrar al maldito de Shinishi y que me devuelva todos los recuerdos.
Ella asintió.
—Bien…
—No hagas nada con mi hermano, mi amor. No lo podría soportar.
—Claro que no, yo…
—Está bien, ya me tengo que ir—urgí. Todavía, débilmente, podía sentir la presencia de mi hermano, y él estaba por llegar.
Me cambié rápido, no quería que nadie me vea con Elena y menos si mi hermanito era más fuerte que yo. Era una humillación.
—Damon—me llamó la princesa.
Me di vuelta antes de irme.
—Te amo y estaré contigo siempre…
Sonreí abiertamente, sabía que la dejaba anonadada.
—Yo también, te amo…mi princesa de la oscuridad.
Luego abrí la puerta, crucé y la cerré tras mío, justo cuando los demás habían llegado. Me apresuré a la escalera y me senté en el mismo escalón en el que me dejaron.
Por fin Elena era mía, yo la desfloré. Y cuando consiga otra vez ser vampiro la transformaré y del terror formaremos parte.
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