La historia de Mariana
Sentada en el autobús a casi diez horas de haber salido de Retiro en un viaje de casi veinte horas que la llevaría a su pueblo, tras una dura semana de estudio de posgraduada, en Buenos Aires, Mariana se sorprendió al notar los dedos de de una mujer, que se había sentado a su lado, estaban indagando sus piernas.
Nada hacía pensar que la mujer, de unos treinta y seis años, morena y de muy buen vestir, pudiera mostrar interés por otra mujeres pero el roce, aparentemente casual, de sus dedos con sus muslos lo dejaba bien claro. Mariana a los minutos y al repetirse los mismos roces pero ya con más intensidad, y haberse ya encerrado en la pared del micro (le correspondía a Mariana, el asiento que da a la ventanilla) se empezó a molestar
La primera reacción de Mariana (una mujer de veinte y siete años) fue la de levantarse precipitadamente del asiento y buscar otro desocupado, pero el autobús estaba completo, cosa no muy frecuente en ésta compañía, pero la proximidad de las vacaciones de invierno habían aumentado la cantidad de personas para alojarse en Tucumán, Salta y Jujuy, mas también había gente de que gastaban unos pesos menos en esta compañía que era buena y económica
La mujer que molestaba a Mariana, y que se llamaba Elsa, había elegido bien el lugar donde sentarse, o la casualidad obró así, pues sus asientos quedaban casi completamente ocultos al final del autobús.
Mariana, miró desesperada, pero estaba claro que no había otro lugar donde sentarse. Pensó entonces que no tenía por qué tolerar éstos abusos de la mujer, y la miró a la mujer directamente a los ojos, estaba ya a punto de llamarla por algo bastante fuerte, cuando las manos de ella llegaron a sus bragas.
Dio un sobresalto, en ese momento supo que no se atrevería a reprocharle nada. Sentía vergüenza, y no quería quedar en evidencia.
La mujer la miró, en sus ojos brillaba el deseo. Sus dedos así lo demostraban, pues sin rodeos le masajeaban la vulva con delicadeza aunque con insistencia.
Había excitado a Mariana esa mujer impidiendo que ella se moviese, así como en un acto impensado de Mariana, más bien abriendo aun más sus piernas.
Por favor, le dijo Mariana, déjame que me siento molesta incomoda y hasta con vergüenza, compréndeme le suplicó.
Ella, solamente la miró, sonriendo algo y siguió con lo que ya había empezado
Fue casi un susurro, pero Mariana no se atrevía a dirigirle la palabra en voz alta. De repente, se sentía pudorosa y tímida, solamente quería escapar de allí, negar lo que estaba pasando. Rogando porque la mujer la dejase en paz, miró por la ventana, fingiendo que no pasaba nada, aunque abría sus piernas lo más que podía, de poco servía, pues la mano estaba bien envuelta en su entrepierna, y sus dedos frotaban una y otra vez su clítoris a través de las bragas.
Algo sucedió mientras Mariana pensaba de forma frenética cómo librarse de aquella situación. Su vulva, independientemente de todo lo demás, comenzó a hincharse, como siempre que empezaba a masturbarse.
¿Acaso no apreciaba la diferencia de tacto, aquellos dedos diferentes a los suyos? ¿Por qué respondía entonces?
Pensó que quizás fuera por el nerviosismo por lo que respondía así, pero un suave calor se insinuaba ya en su bajo vientre. Ella no era lesbiana o así lo creía, de eso ya no estaba completamente segura. ¿Qué sucedía entonces?
Miró furtivamente a la mujer. La muy zorra parecía completamente ajena a todo lo que su mano hacía, mirando hacia otro lado, aparentemente aburrida del viaje. Pero sus dedos seguían el ritmo que habían iniciado hacía un par de minutos en el cuerpo de Mariana.
A Mariana le parecía una eternidad esos momentos, pero ahora ya su resistencia que ya fuese vencida a medida que los estímulos aumentaba internamente en su cuerpo, eran correspondidos por la suavidad de encontrase con su clítoris ya empapado manejado por unos dedos desconocidos que le proporcionaban los más intensos gozos conocidos.
La sensación de calor empezó a hacerse más fuerte, ya no podía negarlo: estaba caliente como nunca, y de una forma que nunca antes había experimentado a ello. Desesperada trató de moverse, pero sus piernas solo se abrieron un poco más. Espantada se dio cuenta de que las tenía completamente separadas, de que aquella mano insidiosa obraba con total libertad. Pensó una y mil formas de acabar con aquello, pero no se le ocurría ninguna que le permitiera librarse sin llamar la atención.
Miró a su alrededor.
La mayoría dormitaba, el resto no miraba ni remotamente en su dirección, solo rostros aburridos. Miró de nuevo por el cristal: carretera vacía. Pero las sensaciones que ella estaba experimentando distaban mucho del aburrimiento.
Entonces comprendió que no haría nada, que solamente esperaría a que ella acabase de tocarla para poder olvidarlo todo, todo pasaría pronto.
Siguió pues mirando por el cristal, haciéndose la aburrida como todos los demás, y dejó que aquellos dedos de fuego siguieran frotando sus bragas, mojadas ya por sus propios fluidos.
Pasaron los minutos, y Mariana empezó a mover la vulva adelante y atrás, muy suavemente. Pensó que su reacción era automática, involuntaria, pero en su interior sabía que lo hacía queriendo. Por un momento se quedó parada, horrorizada pensando que realmente estaba empezando a gustarle aquella situación, que le gustaría correrse bajo la masturbación a la que la sometía la mujer.
Pero ese momento de horror pronto pasó, su excitación era demasiado intensa. Nada importaba, solo seguir sintiendo los dedos en su cueva mojada. Siguió moviendo su cintura. La mujer la miró por un breve instante. Una fugaz sonrisa de comprensión aleteó en sus labios, luego volvió a hacerse la desinteresada, aunque la intensidad y rapidez de los movimientos de su mano aumentó.
Mariana pasó de una reacción inicial de rechazo a una aceptación y atrevimiento total. Su fantasía empezó a desbordarse, se imaginó en su cama con ella, mientras esos dedos se movían sobre su concha desnuda. Eso le dio una idea, ¿por qué no?
Y sin pararse a pensarlo llevó sus manos a su cintura, levantó un poco su falda y tiró hacia abajo de sus bragas, las tenía ahora en sus rodillas, rápidamente se las bajó hasta los tobillos acabando por quitárselas del todo. Las introdujo rápidamente en su bolso y se sentó. Nadie se había percatado de lo que había hecho.
Nadie excepto la mujer, por supuesto, que aparentemente sorprendida se había quedado quieta desde que empezó a excitarla, contemplando de reojo la operación.
Mariana abrió las piernas, invitando a la mujer a proseguir el juego. No se hizo esperar, esos dedos ahora conocidos empezaron a hurgar en su interior, mojándose a medida que la frotación continuaba.
Emitió un suspiro inaudible, empezando a moverse de nuevo. Aquello era el delirio. Nunca había imaginado que pudiera ocurrir algo así, pero ahora no quería que acabase nunca. Se movía cada vez más rápido, como aquellos deditos juguetones, que pasaron a moverse de forma circular, rápidamente, con los movimientos exactos que la propia Mariana utilizaban para llegar al éxtasis cuando se masturbaba en su habitación.
El orgasmo no se hizo esperar, llegó en lentas oleadas de placer intenso, húmedo y caliente al mismo tiempo. Empezó a temblar de gusto. Muy pronto iba a derramarse sobre aquella mano y aquello la ponía tan cachonda que apenas podía controlarse.
Mordiéndose los labios hasta casi hacerse sangre para no gritar de placer, apretando entre sus puños su minifalda, se corrió como nunca en su vida lo había hecho, experimentando un placer más allá de todo pensamiento racional. Sintió el orgasmo empezando en su concha y expandiéndose por todo su cuerpo.
Otro gemido involuntario que no pudo impedir escapó de su garganta en el momento en que pequeños estremecimientos de flujo vaginal escapaban de los labios vaginales, dejando cochinos aquellos dedos que se movían fuerte y velozmente sobre su jugosa fruta. Casi perdió el conocimiento por el intenso placer.
Elsa tomó la cara de esa joven entre sus manos y Mariana accedió sin resistencia, un beso largo larguísimo se estableció entre ambas, Mariana ahora le estregaba a ella su calor de su cuerpo a su boca, y Elsa lo comprendió… y en una penumbra inquietante:
Bajó su boca a la vagina de Mariana y absorbió todo sus jugos.
Poco a poco se fue relajando, los dedos aflojaron su presión, hasta separarse definitivamente de ella. Entre suspiros, pudo ver como la mujer limpiaba sus dedos y su boca en un minúsculo pañuelo, y como se relamía los labios ante lo que había provocado en el joven cuerpo. A las horas ambas mujeres dormían tapadas por una manta larga que atravesaba ambos asientos Mariana semidesnuda con sus senos descubiertos en donde las manos de Elsa reposaban en sus senos.
Al amanecer, ya llegando al término del viaje para Mariana, ambas se miraron y se terminaron de vestir, ahora tranquilas, una mirada de comprensión, de agradecimiento mutuo fue sellando para siempre con un beso, mas a un breve tiempo, a la vuelta del baño en donde Mariana se higienizó y solo faltando unos minutos para llegar a destino, una parada antes de llegar a Salta.
Mariana supo entonces lo que tenía que hacer.
Sacó de su bolso una pequeña agenda, anotó su número de teléfono y su nombre en una hoja en blanco, la arrancó y la tendió a la mujer.
Ésta la tomó en silencio, miró lo que Mariana había escrito y la guardó en su propio bolso. Sonrió y apretó la mano de la chica entre la suya, también dejándole su tarjeta buscada con apuro en su cartera cuando prolijamente guardó el recado de Mariana
Y al tomar Marina la tarjeta y leerla, mas cuando Mariana le mirase sonriéndole por esa tarjeta que confirmaba otros encuentros, Elsa, le dijo:
Nadie Mariana, me había proporcionado tanto placer.
Mariana, al arrancar el micro a un saludo emotivo de Elsa rumbo a Jujuy desde la ventanilla supo que en aquel instante una nueva vida, ahora sí, comenzaba para ambas.
Jamás tendría que volver a imaginar cosas.
De ahora en adelante, las vivirían
Prologo:
He de considerar que hube de omitir nombres y profesiones como de haber cambiados detalles fundamentales en esta historia en concepto de la original, pero ciertamente así como lo escribí y me fuese, contado: sucedió.
“La casualidad hizo que a los meses, y después de hablarse y ocasionalmente de verse en varias oportunidades por el fin de semana, en Jujuy donde residía Elsa, le consiguió a Mariana, un insuperable trabajo, y ambas compraron una casa algo desvista, pero al pie de una montaña, a la cual mejoraron con su propio trabajo y desde hace tiempo viven juntas…”
Ya ahora ambas están casadas legalmente
ggc
Sentada en el autobús a casi diez horas de haber salido de Retiro en un viaje de casi veinte horas que la llevaría a su pueblo, tras una dura semana de estudio de posgraduada, en Buenos Aires, Mariana se sorprendió al notar los dedos de de una mujer, que se había sentado a su lado, estaban indagando sus piernas.
Nada hacía pensar que la mujer, de unos treinta y seis años, morena y de muy buen vestir, pudiera mostrar interés por otra mujeres pero el roce, aparentemente casual, de sus dedos con sus muslos lo dejaba bien claro. Mariana a los minutos y al repetirse los mismos roces pero ya con más intensidad, y haberse ya encerrado en la pared del micro (le correspondía a Mariana, el asiento que da a la ventanilla) se empezó a molestar
La primera reacción de Mariana (una mujer de veinte y siete años) fue la de levantarse precipitadamente del asiento y buscar otro desocupado, pero el autobús estaba completo, cosa no muy frecuente en ésta compañía, pero la proximidad de las vacaciones de invierno habían aumentado la cantidad de personas para alojarse en Tucumán, Salta y Jujuy, mas también había gente de que gastaban unos pesos menos en esta compañía que era buena y económica
La mujer que molestaba a Mariana, y que se llamaba Elsa, había elegido bien el lugar donde sentarse, o la casualidad obró así, pues sus asientos quedaban casi completamente ocultos al final del autobús.
Mariana, miró desesperada, pero estaba claro que no había otro lugar donde sentarse. Pensó entonces que no tenía por qué tolerar éstos abusos de la mujer, y la miró a la mujer directamente a los ojos, estaba ya a punto de llamarla por algo bastante fuerte, cuando las manos de ella llegaron a sus bragas.
Dio un sobresalto, en ese momento supo que no se atrevería a reprocharle nada. Sentía vergüenza, y no quería quedar en evidencia.
La mujer la miró, en sus ojos brillaba el deseo. Sus dedos así lo demostraban, pues sin rodeos le masajeaban la vulva con delicadeza aunque con insistencia.
Había excitado a Mariana esa mujer impidiendo que ella se moviese, así como en un acto impensado de Mariana, más bien abriendo aun más sus piernas.
Por favor, le dijo Mariana, déjame que me siento molesta incomoda y hasta con vergüenza, compréndeme le suplicó.
Ella, solamente la miró, sonriendo algo y siguió con lo que ya había empezado
Fue casi un susurro, pero Mariana no se atrevía a dirigirle la palabra en voz alta. De repente, se sentía pudorosa y tímida, solamente quería escapar de allí, negar lo que estaba pasando. Rogando porque la mujer la dejase en paz, miró por la ventana, fingiendo que no pasaba nada, aunque abría sus piernas lo más que podía, de poco servía, pues la mano estaba bien envuelta en su entrepierna, y sus dedos frotaban una y otra vez su clítoris a través de las bragas.
Algo sucedió mientras Mariana pensaba de forma frenética cómo librarse de aquella situación. Su vulva, independientemente de todo lo demás, comenzó a hincharse, como siempre que empezaba a masturbarse.
¿Acaso no apreciaba la diferencia de tacto, aquellos dedos diferentes a los suyos? ¿Por qué respondía entonces?
Pensó que quizás fuera por el nerviosismo por lo que respondía así, pero un suave calor se insinuaba ya en su bajo vientre. Ella no era lesbiana o así lo creía, de eso ya no estaba completamente segura. ¿Qué sucedía entonces?
Miró furtivamente a la mujer. La muy zorra parecía completamente ajena a todo lo que su mano hacía, mirando hacia otro lado, aparentemente aburrida del viaje. Pero sus dedos seguían el ritmo que habían iniciado hacía un par de minutos en el cuerpo de Mariana.
A Mariana le parecía una eternidad esos momentos, pero ahora ya su resistencia que ya fuese vencida a medida que los estímulos aumentaba internamente en su cuerpo, eran correspondidos por la suavidad de encontrase con su clítoris ya empapado manejado por unos dedos desconocidos que le proporcionaban los más intensos gozos conocidos.
La sensación de calor empezó a hacerse más fuerte, ya no podía negarlo: estaba caliente como nunca, y de una forma que nunca antes había experimentado a ello. Desesperada trató de moverse, pero sus piernas solo se abrieron un poco más. Espantada se dio cuenta de que las tenía completamente separadas, de que aquella mano insidiosa obraba con total libertad. Pensó una y mil formas de acabar con aquello, pero no se le ocurría ninguna que le permitiera librarse sin llamar la atención.
Miró a su alrededor.
La mayoría dormitaba, el resto no miraba ni remotamente en su dirección, solo rostros aburridos. Miró de nuevo por el cristal: carretera vacía. Pero las sensaciones que ella estaba experimentando distaban mucho del aburrimiento.
Entonces comprendió que no haría nada, que solamente esperaría a que ella acabase de tocarla para poder olvidarlo todo, todo pasaría pronto.
Siguió pues mirando por el cristal, haciéndose la aburrida como todos los demás, y dejó que aquellos dedos de fuego siguieran frotando sus bragas, mojadas ya por sus propios fluidos.
Pasaron los minutos, y Mariana empezó a mover la vulva adelante y atrás, muy suavemente. Pensó que su reacción era automática, involuntaria, pero en su interior sabía que lo hacía queriendo. Por un momento se quedó parada, horrorizada pensando que realmente estaba empezando a gustarle aquella situación, que le gustaría correrse bajo la masturbación a la que la sometía la mujer.
Pero ese momento de horror pronto pasó, su excitación era demasiado intensa. Nada importaba, solo seguir sintiendo los dedos en su cueva mojada. Siguió moviendo su cintura. La mujer la miró por un breve instante. Una fugaz sonrisa de comprensión aleteó en sus labios, luego volvió a hacerse la desinteresada, aunque la intensidad y rapidez de los movimientos de su mano aumentó.
Mariana pasó de una reacción inicial de rechazo a una aceptación y atrevimiento total. Su fantasía empezó a desbordarse, se imaginó en su cama con ella, mientras esos dedos se movían sobre su concha desnuda. Eso le dio una idea, ¿por qué no?
Y sin pararse a pensarlo llevó sus manos a su cintura, levantó un poco su falda y tiró hacia abajo de sus bragas, las tenía ahora en sus rodillas, rápidamente se las bajó hasta los tobillos acabando por quitárselas del todo. Las introdujo rápidamente en su bolso y se sentó. Nadie se había percatado de lo que había hecho.
Nadie excepto la mujer, por supuesto, que aparentemente sorprendida se había quedado quieta desde que empezó a excitarla, contemplando de reojo la operación.
Mariana abrió las piernas, invitando a la mujer a proseguir el juego. No se hizo esperar, esos dedos ahora conocidos empezaron a hurgar en su interior, mojándose a medida que la frotación continuaba.
Emitió un suspiro inaudible, empezando a moverse de nuevo. Aquello era el delirio. Nunca había imaginado que pudiera ocurrir algo así, pero ahora no quería que acabase nunca. Se movía cada vez más rápido, como aquellos deditos juguetones, que pasaron a moverse de forma circular, rápidamente, con los movimientos exactos que la propia Mariana utilizaban para llegar al éxtasis cuando se masturbaba en su habitación.
El orgasmo no se hizo esperar, llegó en lentas oleadas de placer intenso, húmedo y caliente al mismo tiempo. Empezó a temblar de gusto. Muy pronto iba a derramarse sobre aquella mano y aquello la ponía tan cachonda que apenas podía controlarse.
Mordiéndose los labios hasta casi hacerse sangre para no gritar de placer, apretando entre sus puños su minifalda, se corrió como nunca en su vida lo había hecho, experimentando un placer más allá de todo pensamiento racional. Sintió el orgasmo empezando en su concha y expandiéndose por todo su cuerpo.
Otro gemido involuntario que no pudo impedir escapó de su garganta en el momento en que pequeños estremecimientos de flujo vaginal escapaban de los labios vaginales, dejando cochinos aquellos dedos que se movían fuerte y velozmente sobre su jugosa fruta. Casi perdió el conocimiento por el intenso placer.
Elsa tomó la cara de esa joven entre sus manos y Mariana accedió sin resistencia, un beso largo larguísimo se estableció entre ambas, Mariana ahora le estregaba a ella su calor de su cuerpo a su boca, y Elsa lo comprendió… y en una penumbra inquietante:
Bajó su boca a la vagina de Mariana y absorbió todo sus jugos.
Poco a poco se fue relajando, los dedos aflojaron su presión, hasta separarse definitivamente de ella. Entre suspiros, pudo ver como la mujer limpiaba sus dedos y su boca en un minúsculo pañuelo, y como se relamía los labios ante lo que había provocado en el joven cuerpo. A las horas ambas mujeres dormían tapadas por una manta larga que atravesaba ambos asientos Mariana semidesnuda con sus senos descubiertos en donde las manos de Elsa reposaban en sus senos.
Al amanecer, ya llegando al término del viaje para Mariana, ambas se miraron y se terminaron de vestir, ahora tranquilas, una mirada de comprensión, de agradecimiento mutuo fue sellando para siempre con un beso, mas a un breve tiempo, a la vuelta del baño en donde Mariana se higienizó y solo faltando unos minutos para llegar a destino, una parada antes de llegar a Salta.
Mariana supo entonces lo que tenía que hacer.
Sacó de su bolso una pequeña agenda, anotó su número de teléfono y su nombre en una hoja en blanco, la arrancó y la tendió a la mujer.
Ésta la tomó en silencio, miró lo que Mariana había escrito y la guardó en su propio bolso. Sonrió y apretó la mano de la chica entre la suya, también dejándole su tarjeta buscada con apuro en su cartera cuando prolijamente guardó el recado de Mariana
Y al tomar Marina la tarjeta y leerla, mas cuando Mariana le mirase sonriéndole por esa tarjeta que confirmaba otros encuentros, Elsa, le dijo:
Nadie Mariana, me había proporcionado tanto placer.
Mariana, al arrancar el micro a un saludo emotivo de Elsa rumbo a Jujuy desde la ventanilla supo que en aquel instante una nueva vida, ahora sí, comenzaba para ambas.
Jamás tendría que volver a imaginar cosas.
De ahora en adelante, las vivirían
Prologo:
He de considerar que hube de omitir nombres y profesiones como de haber cambiados detalles fundamentales en esta historia en concepto de la original, pero ciertamente así como lo escribí y me fuese, contado: sucedió.
“La casualidad hizo que a los meses, y después de hablarse y ocasionalmente de verse en varias oportunidades por el fin de semana, en Jujuy donde residía Elsa, le consiguió a Mariana, un insuperable trabajo, y ambas compraron una casa algo desvista, pero al pie de una montaña, a la cual mejoraron con su propio trabajo y desde hace tiempo viven juntas…”
Ya ahora ambas están casadas legalmente
ggc
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