Mi cumpleaños de veinte. Previa en casa de Luciana. Alcohol y otras hierbas en el ambiente. Todas estábamos muy contentas. Los chicos nos bailaban arriba de la mesas. Nosotras hacíamos streep tease. Ellos sacaban fotos. Nosotras sacábamos fotos. Todo era un descontrol. Y todavía no llegábamos a la medianoche. Todos transábamos con todos, salvo los chicos entre ellos, los hombres cuando están borrachos es más lo que fingen que otra cosa, se te tiran encima y te dicen cualquier guarangada con la excusa que no se pueden controlar, ahora, empujás a uno para que le dé un beso a otro y enseguida saltan, para boluda, rescatate…
Nosotras no tenemos problemas, salvo algunas que un beso a una amiga le produzca asco, cosa respetable, pero la mayoría de las mujeres se ha besado con una amiga. Nosotras nos damos besos, nos tocamos el culo, apretamos nuestras tetas, somos amigas, está todo bien.
A las dos de la mañana salimos en patota. Seríamos unos doce en total. Íbamos por la calle cantando. Gritando. Decidimos ir al pub de siempre, ese que pasa rock nacional, y si el dueño tiene una buena noche hasta deja tocar bandas en vivo.
Al ingresar la verdad era que mi estado no era el más saludable. Luciana se percató de ello y como buena amiga se quedó a mi lado, pero mi bondad como amiga también tuvo su momento de gloria cuando le permití irse con el guitarrista de la banda que la policía había prohibido que tocara. Quedé sola, ebria, mareada, a punto de dormirme.
Y allí apareció él. Un hombre de unos treinta años. Se sentó a mi lado y me dijo:
- ¿Complicada?
- …
- Digo, ¿te sentís bien?
- Si, digo, un poco…bah, en realidad no.
Traté de explicarle como pude que era mi cumpleaños. Que habíamos hecho una previa tremenda. Que salimos y cada uno se cortó por su lado. Mi ebriedad y mi mareo no me impedían pensar con claridad, yo sabía que ese hombre trataría de abusar de mí debido a mi estado. Eso no me molestaba, era lindo, y me hubiese gustado no estar tan ebria para así poder disfrutarlo.
Él me dijo que estaba allí porque hacía tiempo que no salía. Que era un amante del rock nacional. Me contó sus experiencias en recitales. Y de alguna forma mi mareo se fue diluyendo.
Entonces por los parlantes comenzó a sonar Calamaro y esas canciones de amor que a nosotras tanto nos gustan. Creo que era Paloma y yo empecé a cantarla. Él se rió. Yo me puse de pie frente suyo, y mientras trataba de entonar la canción bailaba lento, apenas me meneaba hacia los costados y lo miraba. Apoyé mis manos en sus muslos. Él bebió un trago de cerveza. Traté de quitarle el vaso para beber también, pero él se negó a convidarme. Continué con mi danza, meneándome cada vez más cerca. Mi cadera cada vez más cerca de la suya. Mis muslos hicieron contacto con los de él, con la parte interna de sus muslos. Él me abrazó de la cadera y me apretó contra su cuerpo, y así yo ya no pude bailar más. Mi pelvis chocó contra su miembro, pude sentirlo, al sentirlo volví a menearme suavemente contra ese pene. Ya no cantaba, solo lo miraba a los ojos con carita de perra, quería ver su expresión al notar que su miembro crecía al compás de mis movimientos. Lo abracé del cuello y lo besé.
Él se manejaba con increíble respeto. Sus manos continuaban en mi cadera, demasiado cerca de mis glúteos, pero no me los tocaba, no los acariciaba, nada. Yo acariciaba los pelos de su nuca con el mismo ritmo que abría la boca para besarlo. Eran besos lentos, nuestras bocas estaban algo secas producto del alcohol. La música fuerte impedía que escuchara el chuik chuik de los labios y la saliva. Introdujo su lengua en mi boca y mi respiración se intensificó. Noté que su miembro ya estaba duro, mi vagina pasó de estar fría y seca a elevar su temperatura y humedecerse poco a poco. Su lengua era una serpiente con vida propia dentro de mi boca. Era carne viva que estaba tratando de comerme. Luego de varias canciones de estar transando sin detenernos, nuestras bocas se separaron. Hicimos lo que todas las parejas nuevas hacen luego del primer beso, nos miramos, nos sonreímos, luego reímos, nos dimos un pico y nos abrazamos, yo deposité mi cabeza sobre su hombro.
Repetimos la escena de los besos varias veces. Mi borrachera ya no estaba. Ese hombre me había hecho bajar, si me permiten la expresión.
Afuera el amanecer ya estaba próximo, por esa época amanece temprano. Me propuso llevarme a mi casa. Yo sabía que subirme a su auto era sinónimo de continuar la cosa con más privacidad. Dije que sí, no sabía donde terminaría todo eso, pero como tonta no soy, sabía que al menos un poco de sexo oral iba a tener que hacerle, una no se sube al auto del chico con el que acaba de transar para decirle adiós en la puerta de su casa.
- ¿Por dónde vivís? – preguntó.
- Damos una vuelta antes – dije, como para que notara que estaba dispuesta a continuar – Si querés…
- Ok – dijo, alargando la palabra, comprendiendo la indirecta, oookkeeeeeyyyy……
Estacionó su auto frente al mar. Me senté encima suyo, con una pierna de cada lado de su cuerpo, apoyando mi sexo contra el suyo. Comencé a besarlo mientras me movía hacia arriba y abajo, como si estuviésemos teniendo relaciones, luego hacia adelante y hacia atrás, apoyándolo bien, sintiendo la dureza de su pene. Él se animó a tocarme la cola, sus manos primero acariciaron el contorno de mis glúteos, luego los apretó, esta llegar a tocarme el culo con mucha calentura, yo notaba su excitación y me gustaba saber que él estaba notando la mía.
Me separé de su cuerpo y volví al asiento del acompañante. Lo miré y a la vez comencé a acariciar su pene por encima del pantalón. Él lanzó un jadeo.
- ¿Cómo sigue esto? – preguntó él.
No respondí. Desabroché su botón y bajé su cierre. Bajé el pantalón hasta donde pude, dejando su pene erecto a mi total disposición. Yo acariciaba el miembro no masturbándolo, lo tocaba con la palma de mi mano, el tronco, sus testículos, la cabeza, que ya estaba mojada y pegajosa por ese flujo que les sale a los hombres cuando están calientes. Entonces sí me decidí a masturbarlo. Comencé con movimientos lentos, yo estaba muy excitada, y mordía mi labio inferior. Tenía muchas ganas de chuparlo, pero me encanta que me lo pidan, es divertido ver como un hombre le pide sexo oral a una mujer, utilizan distintas expresiones, ¿me hacés un pete?, ¿me chupás la pija?, ¿me hacés sexo oral?, las cosas que harías con esa boca, y meten un dedo en ella. Estaba esperando que me lo pidiera, pero ya no soportaría mucho más, ese pene se veía sabroso, y yo quería degustarlo.
Fue muy rápido. Me agarró de la nuca y cerró su mano apretando mis cabellos y me empujó hacia abajo. Me tomó tan por sorpresa que cuando reaccioné ya tenía su miembro en mi boca. Pensé en hacerme la histérica y retirarme, de decirle que no se confundiera, pero me gustaba tanto que no dije nada y comencé a lamer su palo.
Chupé su pija de todas las formas posibles, o de todas las formas que yo conocía en ese entonces. Metiéndomela toda y haciéndole el amor con mi cara, mi boca era el orificio que subía y bajaba por ese tronco, cada vez más duro, grande y gordo. Mi lengua se encargaba de lamer la cabeza, los gemidos que él producía me súper excitaban, le hacía tantas cosquillas que cada tanto me levantaba la cabeza por los pelos y me decía que me detuviera, que era demasiado el placer que sentía y que no era capaz de soportarlo. Yo me sentía una perra cuando eso ocurría, era una chupadora de pijas tremenda, la mejor, me sentí una puta profesional que sabía hacer muy bien su trabajo.
Continuaba mi trabajo, introducía sus testículos peludos en mi boca, pasaba mi lengua por debajo de ellos, volvía a lamer el tronco, lo metía por completo en mi boca, se la chupaba de costado, su cabeza golpeaba contra la parte interna de mis cachetes, inflándolos. Sentí que era la mejor mamada que había realizado en mi vida. Hice lo posible porque mi macho acabara, pero luego de un pete de veinte minutos él no eyaculó.
Me retiré. No iba a chupársela toda la vida. Lo miré mientras me limpié la boca, todo el contorno de mis labios estaba mojado con su flujo y mi saliva.
- ¿Cómo sigue ahora? – volvió a preguntar.
Me quité el pantalón y la bombacha. Esa es la desventaja nuestra. Los hombres solo necesitan desprenderse la bragueta, nosotras tenemos que quedar desnudas.
Me senté en el volante del auto, apoyando mi cola allí y abriendo mis piernas lo más que el pequeño lugar me permitía. Estaba frente a él, quería que me chupara la vagina. Mi espalda tocaba el techó del auto, por lo que debí doblar mi cuerpo, quedando en una posición muy incómoda, pero lo importante era que mi concha estaba en el lugar indicado.
Acercó su cara y sentí su respiración, el aire tibio golpeaba mis muslos, con su nariz acariciaba mi vello, respiraba profundo. Supe que me estaba olfateando, el muy pervertido me estaba oliendo la concha, y eso me volvió terriblemente loca.
Acarició mi tajo con un dedo. Pasó su lengua por allí. Volvió a acariciar. Tocó mi ano. La punta de su lengua trató de meterse en mi culo. Yo suspiré. Finalmente comenzó a lamer mi vagina, pasaba su lengua completa por toda mi concha. Sus labios se abrían y cerraban, como si mi concha fuese una boca que él tenía la responsabilidad de besar. Yo sentía como mi flujo salía como una cascada, y me re calentaba saber que mi hombre se lo estaba tragando, me estaba saboreando. Con sus dedos separó mis labios vaginales dejando indefenso el clítoris. La punta de su lengua se movía con mucha velocidad sobre él, haciendo que mis suspiros se convirtieran en gemidos, un gemido atrás de otro, como si ya me estuviese penetrado. Luego calmaba su intensidad y me la chupaba más lento, cosa que me encanta, que me chupen la concha suave me fascina. Se lo dije.
- Sí, así mi amor, así, así que me gusta, así, no pares… - le confesé entre suspiros.
Él, todo un caballero, siguió lamiendo al ritmo que me gustaba.
Le hice saber el momento exacto en el que acabé, aunque por el temblor de mis piernas y mis sonidos eróticos supongo que se dio cuenta solo.
Caí rendida y mareada de placer en mi asiento, el del acompañante. Me daba vergüenza estar desnuda de la parte de abajo y que él estuviese vestido, porque ni bien acabé él se volvió a prender el pantalón. Quedamos en silencio un rato. Él no hacía nada y yo cada vez con más vergüenza.
- ¿Seguimos? – consulté.
- No tengo forros.
- Compramos y vamos a tu casa.
- No podemos a mi casa…
No quise preguntar el motivo. O el muy mantenido todavía vivía con sus padres o estaba casado, con hijos, o de novio, o quizás era gay y vivía con otro hombre.
- ¿Se puede a la tuya?
No me gustaba ni medio la idea de llevar a un desconocido a mi casa, yo vivía sola desde hacía un par de meses. Pero mi calentura era tal que no pude negarme. Le dije que sí y me vestí.
Compró forros en una estación de servicio. Me dio mucha bronca verlo hablar con el chico que lo atendió. Lo veía gesticular desde el auto, y los dos se reían, y miraban hacia donde yo me encontraba y volvían a reír. El muy maldito le estaba diciendo a un desconocido que se la había chupado en el auto, y que en minutos más iba a estar cogiéndome. Me dio tanta bronca que pensé en bajarme e irme caminando sola, y que este tipo se hiciera una paja solo.
- Listo – dijo cuando subió al auto.
- Sos un forro – le dije, sin explicar motivos de mi insulto, pero supe que se dio cuenta.
- Si te gusta pendeja – dijo, con una irrespetuosidad que jamás pensé que tendría - ¿La querés seguir o no?
- ¿Sabés qué? Te vas a la mierda, yo me voy… - o algo así le dije, no me iba a dejar tratar así por más calentura sexual que sintiera en ese momento.
Me bajé y cerré la puerta de un portazo.
Cuando el auto se fue me di cuenta que estaba sola, sin plata, y muy pero muy lejos de mi casa. Ingresé al mercado de la estación. Donde estaba el chico que sabía que había acabado de chupar una pija en al auto a orillas de la playa. En mi vida me sentí tan avergonzada.
- Puedo usar una cabina – le pregunté – No tengo plata, llamo para que me vengan a buscar, te pago ahí…
- Te dejo, pero…
Supe lo que significaba ese pero…
- Dale, pedime…
- Un pete.
- Estés en pedo.
- Bueno, unos besos.
- Ok.
A esa altura de la noche, transarme a un chico desconocido no significaba nada. Además mi imagen delante de él estaba hecha polvo, para él sería una puta chupa pijas. Fui detrás del mostrador y apoyé mis manos en sus hombros y lo besé. Él dirigió sus manos directamente a mi culo. Yo lo permití. Ya no me importaba nada. Tocaba mi culo como si nunca hubiese tocado uno. Cuando sentí que su pene estaba erecto dije que era suficiente. Una transa de quince minutos sin interrupción por una simple llamada telefónica me pareció una estafa.
- Hola Lorena, ¿me podés venir a buscar?
Al rato Lorena estaba allí, como siempre, rescatándome de las macanas que me mando por alcohólica. Por eso la amo tanto.
Cuando estábamos saliendo del local el chico me llama.
- Disculpame… Son veinticinco centavos la llamada.
Este era peor que el otro. Lorena le pagó.
En el camino le conté lo sucedido. Ella se rió muchísimo. Yo estaba enojada.
- Encima te dejaron con las ganas… - se burló ella haciendo referencia a que no había podido coger.
Lo peor es que tenía razón.
Nosotras no tenemos problemas, salvo algunas que un beso a una amiga le produzca asco, cosa respetable, pero la mayoría de las mujeres se ha besado con una amiga. Nosotras nos damos besos, nos tocamos el culo, apretamos nuestras tetas, somos amigas, está todo bien.
A las dos de la mañana salimos en patota. Seríamos unos doce en total. Íbamos por la calle cantando. Gritando. Decidimos ir al pub de siempre, ese que pasa rock nacional, y si el dueño tiene una buena noche hasta deja tocar bandas en vivo.
Al ingresar la verdad era que mi estado no era el más saludable. Luciana se percató de ello y como buena amiga se quedó a mi lado, pero mi bondad como amiga también tuvo su momento de gloria cuando le permití irse con el guitarrista de la banda que la policía había prohibido que tocara. Quedé sola, ebria, mareada, a punto de dormirme.
Y allí apareció él. Un hombre de unos treinta años. Se sentó a mi lado y me dijo:
- ¿Complicada?
- …
- Digo, ¿te sentís bien?
- Si, digo, un poco…bah, en realidad no.
Traté de explicarle como pude que era mi cumpleaños. Que habíamos hecho una previa tremenda. Que salimos y cada uno se cortó por su lado. Mi ebriedad y mi mareo no me impedían pensar con claridad, yo sabía que ese hombre trataría de abusar de mí debido a mi estado. Eso no me molestaba, era lindo, y me hubiese gustado no estar tan ebria para así poder disfrutarlo.
Él me dijo que estaba allí porque hacía tiempo que no salía. Que era un amante del rock nacional. Me contó sus experiencias en recitales. Y de alguna forma mi mareo se fue diluyendo.
Entonces por los parlantes comenzó a sonar Calamaro y esas canciones de amor que a nosotras tanto nos gustan. Creo que era Paloma y yo empecé a cantarla. Él se rió. Yo me puse de pie frente suyo, y mientras trataba de entonar la canción bailaba lento, apenas me meneaba hacia los costados y lo miraba. Apoyé mis manos en sus muslos. Él bebió un trago de cerveza. Traté de quitarle el vaso para beber también, pero él se negó a convidarme. Continué con mi danza, meneándome cada vez más cerca. Mi cadera cada vez más cerca de la suya. Mis muslos hicieron contacto con los de él, con la parte interna de sus muslos. Él me abrazó de la cadera y me apretó contra su cuerpo, y así yo ya no pude bailar más. Mi pelvis chocó contra su miembro, pude sentirlo, al sentirlo volví a menearme suavemente contra ese pene. Ya no cantaba, solo lo miraba a los ojos con carita de perra, quería ver su expresión al notar que su miembro crecía al compás de mis movimientos. Lo abracé del cuello y lo besé.
Él se manejaba con increíble respeto. Sus manos continuaban en mi cadera, demasiado cerca de mis glúteos, pero no me los tocaba, no los acariciaba, nada. Yo acariciaba los pelos de su nuca con el mismo ritmo que abría la boca para besarlo. Eran besos lentos, nuestras bocas estaban algo secas producto del alcohol. La música fuerte impedía que escuchara el chuik chuik de los labios y la saliva. Introdujo su lengua en mi boca y mi respiración se intensificó. Noté que su miembro ya estaba duro, mi vagina pasó de estar fría y seca a elevar su temperatura y humedecerse poco a poco. Su lengua era una serpiente con vida propia dentro de mi boca. Era carne viva que estaba tratando de comerme. Luego de varias canciones de estar transando sin detenernos, nuestras bocas se separaron. Hicimos lo que todas las parejas nuevas hacen luego del primer beso, nos miramos, nos sonreímos, luego reímos, nos dimos un pico y nos abrazamos, yo deposité mi cabeza sobre su hombro.
Repetimos la escena de los besos varias veces. Mi borrachera ya no estaba. Ese hombre me había hecho bajar, si me permiten la expresión.
Afuera el amanecer ya estaba próximo, por esa época amanece temprano. Me propuso llevarme a mi casa. Yo sabía que subirme a su auto era sinónimo de continuar la cosa con más privacidad. Dije que sí, no sabía donde terminaría todo eso, pero como tonta no soy, sabía que al menos un poco de sexo oral iba a tener que hacerle, una no se sube al auto del chico con el que acaba de transar para decirle adiós en la puerta de su casa.
- ¿Por dónde vivís? – preguntó.
- Damos una vuelta antes – dije, como para que notara que estaba dispuesta a continuar – Si querés…
- Ok – dijo, alargando la palabra, comprendiendo la indirecta, oookkeeeeeyyyy……
Estacionó su auto frente al mar. Me senté encima suyo, con una pierna de cada lado de su cuerpo, apoyando mi sexo contra el suyo. Comencé a besarlo mientras me movía hacia arriba y abajo, como si estuviésemos teniendo relaciones, luego hacia adelante y hacia atrás, apoyándolo bien, sintiendo la dureza de su pene. Él se animó a tocarme la cola, sus manos primero acariciaron el contorno de mis glúteos, luego los apretó, esta llegar a tocarme el culo con mucha calentura, yo notaba su excitación y me gustaba saber que él estaba notando la mía.
Me separé de su cuerpo y volví al asiento del acompañante. Lo miré y a la vez comencé a acariciar su pene por encima del pantalón. Él lanzó un jadeo.
- ¿Cómo sigue esto? – preguntó él.
No respondí. Desabroché su botón y bajé su cierre. Bajé el pantalón hasta donde pude, dejando su pene erecto a mi total disposición. Yo acariciaba el miembro no masturbándolo, lo tocaba con la palma de mi mano, el tronco, sus testículos, la cabeza, que ya estaba mojada y pegajosa por ese flujo que les sale a los hombres cuando están calientes. Entonces sí me decidí a masturbarlo. Comencé con movimientos lentos, yo estaba muy excitada, y mordía mi labio inferior. Tenía muchas ganas de chuparlo, pero me encanta que me lo pidan, es divertido ver como un hombre le pide sexo oral a una mujer, utilizan distintas expresiones, ¿me hacés un pete?, ¿me chupás la pija?, ¿me hacés sexo oral?, las cosas que harías con esa boca, y meten un dedo en ella. Estaba esperando que me lo pidiera, pero ya no soportaría mucho más, ese pene se veía sabroso, y yo quería degustarlo.
Fue muy rápido. Me agarró de la nuca y cerró su mano apretando mis cabellos y me empujó hacia abajo. Me tomó tan por sorpresa que cuando reaccioné ya tenía su miembro en mi boca. Pensé en hacerme la histérica y retirarme, de decirle que no se confundiera, pero me gustaba tanto que no dije nada y comencé a lamer su palo.
Chupé su pija de todas las formas posibles, o de todas las formas que yo conocía en ese entonces. Metiéndomela toda y haciéndole el amor con mi cara, mi boca era el orificio que subía y bajaba por ese tronco, cada vez más duro, grande y gordo. Mi lengua se encargaba de lamer la cabeza, los gemidos que él producía me súper excitaban, le hacía tantas cosquillas que cada tanto me levantaba la cabeza por los pelos y me decía que me detuviera, que era demasiado el placer que sentía y que no era capaz de soportarlo. Yo me sentía una perra cuando eso ocurría, era una chupadora de pijas tremenda, la mejor, me sentí una puta profesional que sabía hacer muy bien su trabajo.
Continuaba mi trabajo, introducía sus testículos peludos en mi boca, pasaba mi lengua por debajo de ellos, volvía a lamer el tronco, lo metía por completo en mi boca, se la chupaba de costado, su cabeza golpeaba contra la parte interna de mis cachetes, inflándolos. Sentí que era la mejor mamada que había realizado en mi vida. Hice lo posible porque mi macho acabara, pero luego de un pete de veinte minutos él no eyaculó.
Me retiré. No iba a chupársela toda la vida. Lo miré mientras me limpié la boca, todo el contorno de mis labios estaba mojado con su flujo y mi saliva.
- ¿Cómo sigue ahora? – volvió a preguntar.
Me quité el pantalón y la bombacha. Esa es la desventaja nuestra. Los hombres solo necesitan desprenderse la bragueta, nosotras tenemos que quedar desnudas.
Me senté en el volante del auto, apoyando mi cola allí y abriendo mis piernas lo más que el pequeño lugar me permitía. Estaba frente a él, quería que me chupara la vagina. Mi espalda tocaba el techó del auto, por lo que debí doblar mi cuerpo, quedando en una posición muy incómoda, pero lo importante era que mi concha estaba en el lugar indicado.
Acercó su cara y sentí su respiración, el aire tibio golpeaba mis muslos, con su nariz acariciaba mi vello, respiraba profundo. Supe que me estaba olfateando, el muy pervertido me estaba oliendo la concha, y eso me volvió terriblemente loca.
Acarició mi tajo con un dedo. Pasó su lengua por allí. Volvió a acariciar. Tocó mi ano. La punta de su lengua trató de meterse en mi culo. Yo suspiré. Finalmente comenzó a lamer mi vagina, pasaba su lengua completa por toda mi concha. Sus labios se abrían y cerraban, como si mi concha fuese una boca que él tenía la responsabilidad de besar. Yo sentía como mi flujo salía como una cascada, y me re calentaba saber que mi hombre se lo estaba tragando, me estaba saboreando. Con sus dedos separó mis labios vaginales dejando indefenso el clítoris. La punta de su lengua se movía con mucha velocidad sobre él, haciendo que mis suspiros se convirtieran en gemidos, un gemido atrás de otro, como si ya me estuviese penetrado. Luego calmaba su intensidad y me la chupaba más lento, cosa que me encanta, que me chupen la concha suave me fascina. Se lo dije.
- Sí, así mi amor, así, así que me gusta, así, no pares… - le confesé entre suspiros.
Él, todo un caballero, siguió lamiendo al ritmo que me gustaba.
Le hice saber el momento exacto en el que acabé, aunque por el temblor de mis piernas y mis sonidos eróticos supongo que se dio cuenta solo.
Caí rendida y mareada de placer en mi asiento, el del acompañante. Me daba vergüenza estar desnuda de la parte de abajo y que él estuviese vestido, porque ni bien acabé él se volvió a prender el pantalón. Quedamos en silencio un rato. Él no hacía nada y yo cada vez con más vergüenza.
- ¿Seguimos? – consulté.
- No tengo forros.
- Compramos y vamos a tu casa.
- No podemos a mi casa…
No quise preguntar el motivo. O el muy mantenido todavía vivía con sus padres o estaba casado, con hijos, o de novio, o quizás era gay y vivía con otro hombre.
- ¿Se puede a la tuya?
No me gustaba ni medio la idea de llevar a un desconocido a mi casa, yo vivía sola desde hacía un par de meses. Pero mi calentura era tal que no pude negarme. Le dije que sí y me vestí.
Compró forros en una estación de servicio. Me dio mucha bronca verlo hablar con el chico que lo atendió. Lo veía gesticular desde el auto, y los dos se reían, y miraban hacia donde yo me encontraba y volvían a reír. El muy maldito le estaba diciendo a un desconocido que se la había chupado en el auto, y que en minutos más iba a estar cogiéndome. Me dio tanta bronca que pensé en bajarme e irme caminando sola, y que este tipo se hiciera una paja solo.
- Listo – dijo cuando subió al auto.
- Sos un forro – le dije, sin explicar motivos de mi insulto, pero supe que se dio cuenta.
- Si te gusta pendeja – dijo, con una irrespetuosidad que jamás pensé que tendría - ¿La querés seguir o no?
- ¿Sabés qué? Te vas a la mierda, yo me voy… - o algo así le dije, no me iba a dejar tratar así por más calentura sexual que sintiera en ese momento.
Me bajé y cerré la puerta de un portazo.
Cuando el auto se fue me di cuenta que estaba sola, sin plata, y muy pero muy lejos de mi casa. Ingresé al mercado de la estación. Donde estaba el chico que sabía que había acabado de chupar una pija en al auto a orillas de la playa. En mi vida me sentí tan avergonzada.
- Puedo usar una cabina – le pregunté – No tengo plata, llamo para que me vengan a buscar, te pago ahí…
- Te dejo, pero…
Supe lo que significaba ese pero…
- Dale, pedime…
- Un pete.
- Estés en pedo.
- Bueno, unos besos.
- Ok.
A esa altura de la noche, transarme a un chico desconocido no significaba nada. Además mi imagen delante de él estaba hecha polvo, para él sería una puta chupa pijas. Fui detrás del mostrador y apoyé mis manos en sus hombros y lo besé. Él dirigió sus manos directamente a mi culo. Yo lo permití. Ya no me importaba nada. Tocaba mi culo como si nunca hubiese tocado uno. Cuando sentí que su pene estaba erecto dije que era suficiente. Una transa de quince minutos sin interrupción por una simple llamada telefónica me pareció una estafa.
- Hola Lorena, ¿me podés venir a buscar?
Al rato Lorena estaba allí, como siempre, rescatándome de las macanas que me mando por alcohólica. Por eso la amo tanto.
Cuando estábamos saliendo del local el chico me llama.
- Disculpame… Son veinticinco centavos la llamada.
Este era peor que el otro. Lorena le pagó.
En el camino le conté lo sucedido. Ella se rió muchísimo. Yo estaba enojada.
- Encima te dejaron con las ganas… - se burló ella haciendo referencia a que no había podido coger.
Lo peor es que tenía razón.
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