Con Fernando empezamos a tener una relación. Él es abogado y yo su secretaria. No sé si llegamos a ser novios oficiales, pero yo dormía en su cama todos los días, abrazada a él. Hacíamos el amor varias veces al día, a la tarde, a la noche, los fines de semana no veíamos la luz del sol, por la mañanas yo le regalaba un pete como buenos días, a media mañana lo visitaba en su despacho para besarlo mucho, sentarme en su falda y provocarlo. A la hora del almuerzo se nos hizo costumbre ir a un hotel de la otra cuadra y tirarnos un rapidito para después volver a la oficina.
Ese día todo venía muy bien. A la noche habíamos hecho el amor dos veces, y yo cumplí con mi pete matutino hasta el final, y también lo había ido a visitar a su oficina a sentarme encima suyo y decirle chanchadas al oído. También cumplimos con el rapidito en el hotel, pero por la tarde lo vi dialogar muy amablemente con una clienta. Él debe ser así por su trabajo, pero la actitud de la mujer me enfureció, estaba claro que se lo quería levantar e intentaba seducirlo. Siempre que él atiende a alguien yo debo concretar alguna otra visita, o explicarle como sigue si situación, es el trabajo de secretaria.
- Lo bueno que está el abogado – me dijo sin dar vueltas la mujer, que estaba en pleno divorcio.
Yo quedé muda.
- ¿Es soltero no?
Yo tuve ganas de decirle que no, que dormía conmigo, que me tragaba su leche todas las mañanas. Y luego de eso saltar sobre ella y agarrarla de los pelos. Pero no pude, no era el lugar.
- Si, es soltero todavía – dije.
Regresamos a su casa y apenas bajamos del auto comenzó mi escena de celos.
- La divorciada te quiere coger, pasale el caso a otro.
- La mirabas con una cara de baboso.
- Yo sé cuando una mina se quiere levantar a un tipo.
- Vino a decirme que estás re bueno, a mí, podés creer.
Él se reía, al fin y al cabo no había hecho nada. Pero yo enojada me fui a dormir temprano sin cenar. A diferencia de todas las noches, donde me acuesto casi desnuda, solo usando una bombacha y con mis pechos al aire, esa vez dormí con bombacha, corpiño y una remera larga. Me hice una bolita en la punta de la cama y no le dirigí la palabra. Él trató de acariciarme los muslos, pero yo le corrí la mano de mala gana.
Por la mañana no le hice su pete. Él me preguntaba que me pasaba, yo no respondía.
- ¿No me vas a hablar más? – preguntó.
Hice un gesto de negación con mi cabeza.
- ¿Nunca más?
Volví a negar.
El viaje a las oficinas fue en silencio. En el trabajo tuve que llevarle unos expedientes hasta su oficina, y un papel escrito de mi puño y letra que decía que nunca más en la vida de mi boca iban a salir sonidos dirigidos a él, que te hablé la divorciada le escribí.
Soy una histérica, caprichosa, infantil, celosa, lo reconozco.
Irónicamente cerca del mediodía él tenía que ir a una audiencia de conciliación. Yo como su secretaria personal tuve que acompañarlo. El viaje fue nuevamente en silencio.
Terminada la audiencia emprendimos el viaje de regreso. Él dobló una cuadra antes, en lugar de ir para la oficina iba directo al hotel. Yo hice un gesto con mi cara. Ingresamos. Él pidió una habitación. Ingresamos.
- Sacate la ropa – me exigió.
Yo me senté en la cama y no moví un pelo.
Él se arrodillo y me quitó la bombacha por debajo de mi pollera. Se bajó los pantalones y ví que su miembro ya estaba bien erecto. El cabrón ya estaba excitado. Me pidió que se la chupara. Giré mi cabeza hacia un costado, dándole la espalda. Se bajó su ropa interior y no pude evitar mirar de reojo su pene, es hermoso, se le marcan las venas, es gordo y grande, me encanta.
De un empujón me acostó sobre la cama, levantó mi pollera y elevó mis piernas que depositó sobre sus hombros. Con sus brazos sujetaba mis manos por encima de mi cabeza. La punta de su pene, seco, se apoyaba sobre la entrada de mi vagina, también seca.
- Hablame – dijo.
Yo mantuve silencio. Él con una fuerza tremenda ingresó en mi cuerpo. Le dolió, sé que le dolió porque jadeó distinto a como jadea siempre, introducir un pene sin lubricar es doloroso para los hombres. El problema fui yo, sentí que mi vagina y mi interior se desgarraban. A pesar de no querer grité, y sentí como mi cara adoptaba un expresión de sufrimiento.
- Bueno, ya emitiste sonido – dijo – Ahora voy a hacer que hables.
Se movió hacia atrás, su pene raspaba mis paredes vaginales provocándome un dolor enorme. Con toda la fuerza del mundo volvió a ingresar en mí. Él jadeó yo grité y sentí un dolor que no había sentido nunca.
- AAAAAAAhhhhh!!!!!!!!
Hizo eso unas veces. Yo gritaba cada vez que me penetraba. Mis manos ya estaban libres y las tenía depositadas sobre sus hombros. El me sujetaba de las caderas, y cada vez que arremetía hacia arriba para ingresar en mi cuerpo con sus brazos hacía fuerza para bajar mi cuerpo. De mis ojos cayeron lágrimas, me estaba partiendo al medio como nunca me habían hecho. Mi orgullo femenino no iba a pedirle que se detenga, estaña dispuesta a no hablarle, no quería que me humillara de esa forma, para nosotras las mujeres es una pequeña humillación pedirle a un hombre que se detenga, o que sea más suave, ellos lo hacen fuerte para demostrar quién manda. Grité con fuerza hasta que hubo una penetración que realmente me dolió, sentí un sonido en mi interior que nunca había sentido, algo en mi interior se había roto.
Clavé mis uñas en su nuca y hablé.
- Despacio – dije, y mi dignidad se perdió.
- Hasta que hablaste.
Mi pedido no surgió efecto, por el contrario, él incrementó la fuerza y la velocidad de sus embestidas contra mí. Yo solo podía gritar, tenía las piernas inmovilizadas y mis brazos no son fuertes como para defenderme. Me arrepentí de no haber hablado antes, y de ser tan histérica, me estaba castigando por eso, y sentí que lo merecía.
- Pará por favor – le supliqué – Pará…
Él se retiró de mi interior. Me dio vuelta y levantó mis caderas, dejándome en cuatro patas. Sentí pánico, si me hacía eso mismo por el culo me desmayaría del dolor.
- No pará – traté de moverme, pero él es más fuerte que yo.
Por suerte para mí, la penetración fue vaginal. Sentía mi espalda transpirada, tenía que regresar a la oficina y mi camisa estaba empapada de sudor, como también lo estaba mi pollera, inclusive manchada con mis flujos, por suerte a pesar del insoportable dolor mi vagina se lubricó un poco. Me daba nalgadas terribles, me dolían de verdad, yo gritaba por todo, por la brusquedad de sus penetraciones y por los golpes en mis glúteos. Lo escuché jadear y de inmediato el líquido espeso chorrearse por mis muslos. Se retiró y se fue al baño.
Yo permanecí recostada, con ardor.
- ¿Cómo estás? – me preguntó con la toalla enrollada en su cintura, se había bañado.
- Me lastimaste – dije – Desde lo físico, me lastimaste mucho.
Mi dolor era terrible, sabía que me iba a arder un par de días, y que hasta me costaría trabajo caminar con normalidad y permanecer sentada sin sentir pinchazos.
Se acercó, me besó la boca y habló.
- Que te sirva de lección – dijo – A la única que me voy a coger es a vos. Así que guardate tus escenitas de celos para algún novio adolescente.
En cierta forma me tranquilizó. Él era mío.
Por dudar de su fidelidad y por ser una inmadura me dieron una lección que no voy a olvidar nunca.
Ese día todo venía muy bien. A la noche habíamos hecho el amor dos veces, y yo cumplí con mi pete matutino hasta el final, y también lo había ido a visitar a su oficina a sentarme encima suyo y decirle chanchadas al oído. También cumplimos con el rapidito en el hotel, pero por la tarde lo vi dialogar muy amablemente con una clienta. Él debe ser así por su trabajo, pero la actitud de la mujer me enfureció, estaba claro que se lo quería levantar e intentaba seducirlo. Siempre que él atiende a alguien yo debo concretar alguna otra visita, o explicarle como sigue si situación, es el trabajo de secretaria.
- Lo bueno que está el abogado – me dijo sin dar vueltas la mujer, que estaba en pleno divorcio.
Yo quedé muda.
- ¿Es soltero no?
Yo tuve ganas de decirle que no, que dormía conmigo, que me tragaba su leche todas las mañanas. Y luego de eso saltar sobre ella y agarrarla de los pelos. Pero no pude, no era el lugar.
- Si, es soltero todavía – dije.
Regresamos a su casa y apenas bajamos del auto comenzó mi escena de celos.
- La divorciada te quiere coger, pasale el caso a otro.
- La mirabas con una cara de baboso.
- Yo sé cuando una mina se quiere levantar a un tipo.
- Vino a decirme que estás re bueno, a mí, podés creer.
Él se reía, al fin y al cabo no había hecho nada. Pero yo enojada me fui a dormir temprano sin cenar. A diferencia de todas las noches, donde me acuesto casi desnuda, solo usando una bombacha y con mis pechos al aire, esa vez dormí con bombacha, corpiño y una remera larga. Me hice una bolita en la punta de la cama y no le dirigí la palabra. Él trató de acariciarme los muslos, pero yo le corrí la mano de mala gana.
Por la mañana no le hice su pete. Él me preguntaba que me pasaba, yo no respondía.
- ¿No me vas a hablar más? – preguntó.
Hice un gesto de negación con mi cabeza.
- ¿Nunca más?
Volví a negar.
El viaje a las oficinas fue en silencio. En el trabajo tuve que llevarle unos expedientes hasta su oficina, y un papel escrito de mi puño y letra que decía que nunca más en la vida de mi boca iban a salir sonidos dirigidos a él, que te hablé la divorciada le escribí.
Soy una histérica, caprichosa, infantil, celosa, lo reconozco.
Irónicamente cerca del mediodía él tenía que ir a una audiencia de conciliación. Yo como su secretaria personal tuve que acompañarlo. El viaje fue nuevamente en silencio.
Terminada la audiencia emprendimos el viaje de regreso. Él dobló una cuadra antes, en lugar de ir para la oficina iba directo al hotel. Yo hice un gesto con mi cara. Ingresamos. Él pidió una habitación. Ingresamos.
- Sacate la ropa – me exigió.
Yo me senté en la cama y no moví un pelo.
Él se arrodillo y me quitó la bombacha por debajo de mi pollera. Se bajó los pantalones y ví que su miembro ya estaba bien erecto. El cabrón ya estaba excitado. Me pidió que se la chupara. Giré mi cabeza hacia un costado, dándole la espalda. Se bajó su ropa interior y no pude evitar mirar de reojo su pene, es hermoso, se le marcan las venas, es gordo y grande, me encanta.
De un empujón me acostó sobre la cama, levantó mi pollera y elevó mis piernas que depositó sobre sus hombros. Con sus brazos sujetaba mis manos por encima de mi cabeza. La punta de su pene, seco, se apoyaba sobre la entrada de mi vagina, también seca.
- Hablame – dijo.
Yo mantuve silencio. Él con una fuerza tremenda ingresó en mi cuerpo. Le dolió, sé que le dolió porque jadeó distinto a como jadea siempre, introducir un pene sin lubricar es doloroso para los hombres. El problema fui yo, sentí que mi vagina y mi interior se desgarraban. A pesar de no querer grité, y sentí como mi cara adoptaba un expresión de sufrimiento.
- Bueno, ya emitiste sonido – dijo – Ahora voy a hacer que hables.
Se movió hacia atrás, su pene raspaba mis paredes vaginales provocándome un dolor enorme. Con toda la fuerza del mundo volvió a ingresar en mí. Él jadeó yo grité y sentí un dolor que no había sentido nunca.
- AAAAAAAhhhhh!!!!!!!!
Hizo eso unas veces. Yo gritaba cada vez que me penetraba. Mis manos ya estaban libres y las tenía depositadas sobre sus hombros. El me sujetaba de las caderas, y cada vez que arremetía hacia arriba para ingresar en mi cuerpo con sus brazos hacía fuerza para bajar mi cuerpo. De mis ojos cayeron lágrimas, me estaba partiendo al medio como nunca me habían hecho. Mi orgullo femenino no iba a pedirle que se detenga, estaña dispuesta a no hablarle, no quería que me humillara de esa forma, para nosotras las mujeres es una pequeña humillación pedirle a un hombre que se detenga, o que sea más suave, ellos lo hacen fuerte para demostrar quién manda. Grité con fuerza hasta que hubo una penetración que realmente me dolió, sentí un sonido en mi interior que nunca había sentido, algo en mi interior se había roto.
Clavé mis uñas en su nuca y hablé.
- Despacio – dije, y mi dignidad se perdió.
- Hasta que hablaste.
Mi pedido no surgió efecto, por el contrario, él incrementó la fuerza y la velocidad de sus embestidas contra mí. Yo solo podía gritar, tenía las piernas inmovilizadas y mis brazos no son fuertes como para defenderme. Me arrepentí de no haber hablado antes, y de ser tan histérica, me estaba castigando por eso, y sentí que lo merecía.
- Pará por favor – le supliqué – Pará…
Él se retiró de mi interior. Me dio vuelta y levantó mis caderas, dejándome en cuatro patas. Sentí pánico, si me hacía eso mismo por el culo me desmayaría del dolor.
- No pará – traté de moverme, pero él es más fuerte que yo.
Por suerte para mí, la penetración fue vaginal. Sentía mi espalda transpirada, tenía que regresar a la oficina y mi camisa estaba empapada de sudor, como también lo estaba mi pollera, inclusive manchada con mis flujos, por suerte a pesar del insoportable dolor mi vagina se lubricó un poco. Me daba nalgadas terribles, me dolían de verdad, yo gritaba por todo, por la brusquedad de sus penetraciones y por los golpes en mis glúteos. Lo escuché jadear y de inmediato el líquido espeso chorrearse por mis muslos. Se retiró y se fue al baño.
Yo permanecí recostada, con ardor.
- ¿Cómo estás? – me preguntó con la toalla enrollada en su cintura, se había bañado.
- Me lastimaste – dije – Desde lo físico, me lastimaste mucho.
Mi dolor era terrible, sabía que me iba a arder un par de días, y que hasta me costaría trabajo caminar con normalidad y permanecer sentada sin sentir pinchazos.
Se acercó, me besó la boca y habló.
- Que te sirva de lección – dijo – A la única que me voy a coger es a vos. Así que guardate tus escenitas de celos para algún novio adolescente.
En cierta forma me tranquilizó. Él era mío.
Por dudar de su fidelidad y por ser una inmadura me dieron una lección que no voy a olvidar nunca.
6 comentarios - Castigada
Excelente relato
Muuyy caleinte!
Gracias por compartir