A mis cincuenta años miro hacia atrás y no puedo quejarme del sexo durante mi adolescencia. Considero que tuve mi primera relación a una edad prudente, y posteriormente, viví historias que le pueden ocurrir a cualquier muchacho con suerte, porque sin ella, uno mojaba el bizcocho cada muerte de obispo. Al menos así era en aquellas épocas.
La historia que les narraré -la primera de muchas- trata sobre la abuela de un amigo llamado Ernesto y que vivía a una cuadra de la mía. Trataré de recordar la situación y los diálogos de la manera más fiel posible.
Por aquellos años en mi barrio destacaban tres mujeres: Una veinteañera con pinta de zorra que tenía un cuerpazo y varios amantes veteranos de turno, la mamá de un amigo que tenía un aire a la actriz italiana Sofía Loren, y la abuela de Ernesto, una viuda sesentona bajita, de culo y tetas enormes, en resumen, mujeres que con seguridad inspiraron las pajas de varias generaciones de vecinos del barrio.
La abuela de Ernesto no era una belleza de rostro, diría que tenía el semblante de la típica ama de casa argentina, pero ya bien madura. Sin maquillaje resaltaban sus ojos negros, rodete de pelo grisáceo y unos labios semicarnosos, que quién sabe cuántas pijas habrán chupado en sus años mozos.
Ella vivía sola y acostumbraba ir hasta la panadería a comprar facturas para tomar té con sus amigas. Todas las semanas ocurría la misma ceremonia. Nosotros, los quinceañeros, nos sentábamos a tocar guitarra en la puerta de la casa y mirábamos con reverencia pasar caminando a la veterana. La abuela de Ernesto se mantenía muy bien y se notaba. Usaba vestidos apretados, casi siempre floreados, cosa que la volvía más jovial. Más allá de saludarla, no le dirigíamos la palabra y mucho menos le lanzábamos un piropo. Pero no todos se quedaban callados ante el paso de la singular dama. Ocurrió una vez que durante varias semanas, los obreros que arreglaban el garaje de uno de los vecinos, le lanzaron una serie de piropos de alto calibre que hacían sonrojar a la abuela de mi amigo. Salvando distancias, esos obreros eran nuestra voz, ya que expresaban bajo la forma de piropos, las fantasías que rondaban nuestra novata imaginación y que jamás nos hubiésemos atrevido a confesarlas a viva voz.
Una tarde, mientras esperaba que mis amigos salgan a la calle para charlar, me quedé parado un buen rato sin pensar en nada. De pronto, veo que la abuela de Ernesto sale de su casa rumbo a la panadería, y justo algunos obreros estaban trabajando en la acera del garaje haciendo una mezcla de cemento. Al pasar junto a ellos y sin mirarlos, los albañiles comenzaron a propinarle los piropos más morbosos que escuché en mi corta existencia y que lograron que se me pare la pija en un segundo. “Vení, abuela, que te chupamos el culo hasta que tus nietos salgan de la colimba”, “Mirá cuántas pijas gruesas, mi amor”, “Viejita, entrá a la obra que te llenamos de leche esas tetazas” y otros que no recuerdo porque lo que más me llamó la atención es que llegando a la panadería, observe un leve movimiento de la mano de la abuela de Ernesto, algo así como si se corriese o despegase su bombacha de la concha. ¿O me lo estaba imaginando? ¿Acaso se había excitado?
Producto de la situación, mi pija estaba a mil. Durísima y sin vísperas de que baje, salvo que hubiera corrido a mi casa y echado una soberana paja en el baño. Fue cuando la abuela de Ernesto salió del local y en vez de caminar por la acera donde estaban los obreros cruzó la calle para hacerlo por la mía. Pensé rápidamente cómo ocultar la erección, pero no tenía nada a mano. Esperando que ocurra la mayor vergüenza de mi vida, cerré los ojos y dejé que pasara la madura mujer sin más detalles que el consabido saludo de cortesía. Fue cuando ocurrió algo inesperado.
- Hola, hijo, ¿vos sos amigo de mi nieto Ernestito, no? –preguntó ella al detenerse frente a mí.
- Sí, señora –respondí con voz temblorosa y mirando por primera vez de cerca los tremendos melones blancos que portaba dentro del apretado escote.
- Tengo que pedirte un favor –dijo y se acercó más a mí como para contarme un secreto- Esos obreros son unos atrevidos y no quiero bajarme al nivel de ellos e insultarlos en la calle, no es mi estilo. ¿Podés acompañarme hasta mi casa?
- Por supuesto, señora –respondí comedido.
Acto seguido, caminé junto a ella y esta vez los obreros no dijeron nada. Al llegar a la casa, aún con la pija parada dentro del jean y dispuesto a retirarme, la abuela de Ernesto me dijo:
- Vení, pasá un momento. Dejame premiarte con unas facturas y un vaso de Coca Cola –comentó mientras abría la puerta e invitaba a entrar.
- Gracias, pero… -intenté evadir la invitación más por vergüenza que por otra cosa.
- Jamás aceptaré un “no”, mucho menos después que fuiste tan gentil de acompañarme y protegerme de esos animales –respondió sonriendo.
No lo podía creer. Estaba dentro de la casa de la mujer que era la imagen recurrente de mis pajas. Mientras ella colocaba las facturas en la mesa, tuve todo el tiempo del mundo para observar el culazo que portaba. Se notaba que era redondo, bien carnoso, gigante para mi pija, la cual dentro del pantalón ya estaba goteando semen, la sentía palpitar. Tuve terror de acabar sin tocarme, hubiese sido catastrófico…
Luego, ella se dirigió hacia el sillón grande de la sala y me llamó.
- Vení, sentate aquí, ahora te sirvo tu gaseosa…
- Gracias, señora –respondí mientras me sentaba en la otra punta del sillón.
- Ay, hijo, primero nada de “señora”, desde ahora soy Betty para vos. Y lo más importante, no te sentés tan lejos… mírame que estoy viejita y ya no muerdo.
- No, señora… perdón, Betty. Usted es una mujer muy linda –no sé cómo me atreví a decir esa frase. Creo que había comenzado a alucinar despierto. Ella me miró con una sonrisa radiante, como si jamás hubiera esperado un piropo así de inocente. Luego, se acercó mucho más a mí. Quedé como acorralado. Podía sentir el aroma de su piel y un perfume riquísimo que llevaba puesto.
- Pero habías sido un caballero galante pese a tu corta edad. Supongo que las chicas deben hacer fila para escucharte….
- No, Betty. Soy un poco tímido y además todavía no tengo novia –contesté.
- ¿No tenés novia? ¿Y acaso ya diste tu primer beso? –confieso que la pregunta me tomó por sorpresa. Seguramente me puse rojo, pero la que no aguantaba más era mi pija dentro del pantalón. Una palabra más y los borbotones de leche inundarían mis calzoncillos.
- No, ni una cosa ni otra –dije.
Por un momento nos quedamos en un silencio que pareció durar una eternidad. Luego, el teléfono sonó y se levantó a responder. Regresó un poco contrariada, molesta.
- ¡Qué increíble! Recién ahora mis amigas me avisan que no pueden venir a tomar el té. ¡Y yo aquí con mis facturas! ¡Qué irresponsables! ¿Y ahora qué hago? Había planificado estar toda la tarde con ellas -comentó mientras se sentaba bien pegada a mi lado en el sillón.
- Perdón, Betty, entonces me voy a mi… -quise responder y colocó su mano en mi rodilla para detenerme.
- Nada de eso, jovencito. ¿Me vas a dejar sola aquí aburriéndome? –y noté un extraño brillo en su mirada. Tuve la sensación de que aquella mujer me estaba seduciendo. Mientras aferraba su mano en mi rodilla y levemente me acariciaba, observé que había notado el bulto en mi pantalón. Por puro instinto me acomodé en el sillón e intenté taparlo con la otra mano.
- No, no, no… no te tapes. Me gusta saber que aún a mi edad puedo excitar a un chico lindo como vos. Esos obreros me harían de todo, ya los escuchaste, pero no me gusta estar con cualquiera –me dijo en un tono mitad confesión, mitad sensual- De querer algo me gusta elegir y tomar la iniciativa.
En ese mismo momento, ante tanta excitación, comencé a acabar dentro del pantalón. Más allá de no poder frenar el impulso involuntario de mi pija, que palpitaba sin cesar, comenzó a aparecer una gran mancha en mi jean. Ella se dio cuenta y se quedó mirando fijo a mi apresada pija, mientras con una mano se comenzó a acariciar las tetas.
- Vamos a solucionar esto… -dijo mientras se paraba y agarraba mi mano.
Caminando rápido, casi arrastrándome, me llevó a su dormitorio donde había una cama blanca y dos grandes espejos, uno a cada lado de la misma. Me empujó en la cama como si fuese un muñeco y quedé paralizado recostado en la misma. Ella me pidió que la espere e ingresó al baño. Al cabo de unos minutos, donde escuché correr el agua de la ducha, salió tal como Dios la trajo al mundo. Ahora, parada frente a mí, con una toalla pequeña en su mano, pude observarla con detenimiento. Sin sus zapatos medía aún menos de lo que mostraba en la calle. Sus tetas grandes pero macizas colgaban sobre su pecho, coronadas por dos pezones oscuros del tamaño de una pequeña hamburguesa. Tenía la concha rasurada y su culo era hermoso. Blanco y radiante, formado por dos nalgas descomunales. Inmediatamente, sentí un olor a sexo invadió la habitación… Se me acercó lentamente y graduando la luz mediante un interruptor en la pared, dejó casi en penumbras la habitación.
- Preparate pendejo, ahora te voy a enseñar a coger de verdad a una hembra caliente… -dijo en una voz que no parecía la de ella, sino más bien de alguien a punto de consumar un secreto deseo.
Después, parada al borde de la cama y yo paralizado de temor, procedió a bajarme el jean y el calzoncillo con un solo movimiento. El enchastre de semen que había alrededor de mi pija era increíble, casi muero de vergüenza, pero no tuve tiempo de hacerlo. La abuela de mi amigo se puso de rodillas, me atrajo hacia el borde de la cama y brindó una mamada de verga colosal. Durante veinte minutos se dedicó pacientemente a chuparme la pija de arriba hacia abajo, huevos incluídos. Lamió hasta el más mínimo vestigio de semen derramado. Con los años y luego de ganar experiencia, entendí que aquella mujer era una maestra en la cama. Su técnica de chupado era profesional. Con una mano me bajaba la piel de la pija, pajeándome, y luego se la tragaba hasta la base del tronco. Con la lengua, mientras la chupaba sin dejar centímetro de piel a la vista, me lamía los huevos. Y con la otra mano me apretaba suavemente los pezones y acariciaba el pecho. La vieja era una máquina endemoniada de devorar carne en barra. Y mi pija, pese a haberme lecheado instintivamente, no bajaba por nada del mundo. Era obvio, más allá de haberle agarrado las tetas a una prima mayor y darnos un beso de lengua, quien escribe era virgen en esa época.
- ¿Sos virgen, pendejito, no? Sólo una verga virgen puede aguantar dura tanto tiempo… -comentó asombrada, con voz ronca, mientras me seguía pajeando.
- Sí –respondí aun temblando por tanta sorpresa y excitación. Era como ser goloso y que te regalen una entrada gratuita a una fábrica de chocolate.
- Uyyyyyy, qué rico, mi amor… ahora te voy a enseñar cómo darle placer a una mujer en la cama.
Luego se paró y comenzó a trepar la cama gateando por encima mío. Al llegar a mi boca me brindó un largo beso de lengua. Su lengua era jugosa, caliente y sabía aún a enjuague bucal de menta, el sabor que más me gusta. Así que ni corto ni perezoso abrí mi boca y entregué mi lengua para que haga con ella lo que quiera. Durante un buen rato me chupó la lengua con la misma destreza que momentos antes tragó mi pija. Sentí por momentos que su lengua llegaría a mi paladar, era larga y la revolvía dentro de mi boca como buscando algo. Mientras me besaba comencé a amasar sus tetas y pellizcarle los pezones, los cuales eran enormes y estaban durísimos.
- Ahora te enseñaré a chupar las tetas de una mujer y calentarla. Sentate mi amor… -dijo mientras se sentaba a mi lado y pasaba su brazo por detrás de mi cabeza- Venga mi niño, venga a sacarle leche a estas tetas.
Con un pezón en mi boca, chupando como poseído, la abuela de mi amigo se sostenía la teta para facilitar la tarea. Luego, agarró mi mano y se la llevó a su concha depilada que estaba empapada de flujo.
- Así, así… mientras chupás la teta de una mujer tenés que meterle dedos a la concha, sacarlos y meterlos, como si fuese tu pija… así, ¿ves? –me decía mientras guiaba mis dedos en un mete y saca rápido.
Fue cuando comenzó a gemir profusamente, con mi cara pegada a su pecho y sin dejar de chupar el otro pezón, sentí que se le aceleraban los latidos del corazón. Posteriormente, lanzando un grito ahogado y con mis cinco dedos metidos en su concha, alcanzó –lo entendí más tarde- el primer orgasmo de la tarde. Respirando de forma entrecortada, transpirando, se acostó en la cama.
- Qué rico que me hiciste acabar, ahhhhhh… hacía tiempo que esta concha necesitaba algo adentro y no había quien la llene –y me dio un nuevo beso en la boca, esta vez sin lengua, como un beso de amor correspondido.
Por mi parte, como fiel alumno al lado de su maestra, no respondí palabra alguna y quedé esperando qué más me iba a hacer, y por supuesto, a enseñar. Luego de unos minutos colocó una almohada arriba de otra y se echó encima de ellas, dejando su culo gigante al aire ofreciéndome en pompa. De rodillas atrás de ella, mi vista era privilegiada. Por primera vez tuve la oportunidad de mirarle el culo y la concha al mismo tiempo. Su concha, colorada y mojada después del orgasmo, tenía un botón hinchado de carne, como un pequeño pene. Más tarde me explicó que era su clítoris, el centro de placer de cualquier mujer, sin importar la edad que tenga. Pasando sus manos por debajo del cuerpo, se abrió la concha lo más que pudo.
- Tenés que aprender a comerte una concha. Yo la voy a abrir bien y tenés que chuparme con los labios cerrados, como si dieses un beso, eso que sobresale… se llama clítoris. Y también pasar la lengua por el agujero bebiendo todos mis jugos, ¿entendiste? –preguntó.
Durante diez largos minutos chupé la concha de esa mujer. Tenía la boca y la nariz impregnada de sus jugos, era increíble cómo babeaba. Ya se me empezaba a acalambrar la lengua cuando me indicó:
- Vení, ahora acostate igual que yo, sobre las almohadas, que te voy a enseñar algo que se llama el beso negro. Tenés que lavarte bien el culo antes de que te lo hagan y también pedirle lo mismo a la mujer con quien quieras hacerlo –cuando dijo esto me asusté porque no entendía de qué se trababa la cosa. Inclusive, pensé que capaz quería meterme por mi culo uno de esos consoladores que ví en el catálogo de un sex shop que con unos amigos guardábamos celosamente, y por turnos, debajo de nuestros colchones.
Sin embargo, del miedo pasé al placer. Betty me abrió lentamente las nalgas, inclusive la escuché reir y luego sentí que me metía la lengua en el ojete. Así sin aviso. Lo mismo que había hecho en mi boca ahora lo hacía en mi culo. Era una sensación indescriptible, en especial, porque mientras metía y sacaba su lengua, aprovechaba para pajearme con una mano. Sentí que en cualquier momento llenaba de leche la cama, me estaba ordeñando la pija…
- ¿Viste que lindo es? Qué rico culo que tenés, amor. Sabe amarguito… Ni se te ocurra volverte putito de grande porque los vas a enloquecer con este trasero blanquito que tenés… -dijo mientras me daba un cachetazo en las nalgas.
Después me pidió que intercambiemos de lugar. Otra vez, montada sobre las almohadas y con el culo parado, se abrió las nalgas con las manos y me pidió que le haga lo mismo. Confieso que al principio me pareció asqueroso lamerle el ojete, pero la mujer lo tenía extremadamente limpio. Así que le devolví favores y metí mi lengua en ese exquisito hoyo negro tan lejos como pudiese llegar. Ella, con el rostro hacia un costado y los ojos cerrados, no dejaba de suspirar y pedir que le meta la lengua más adentro…
Fue cuando llegó el plato fuerte de la tarde. Abriéndose aún más las grandes nalgas, con el ojete brillando de tanta saliva, me pidió que se la meta por el culo. Me incorporé, apoyé la cabeza de mi pija en su dilatado ojete y como por arte de magia mi aparato resbaló hacia adentro haciendo tope en mis huevos. Sabiendo que era la primera vez que cogía a una mujer, y para mi suerte por el culo, embestí ese agujero lo más salvajemente que pude. Con cada empujón, la abuela de mi amigo gritaba de placer, hasta que no pude aguantar más y le descargué toda la leche caliente que tenía acumulada en mis huevos. Con cada embestida largando leche, ella apretaba su ojete aprisionándome la pija y tuvo su segundo orgasmo. Habré estado medio minuto llenándole de semen el intestino. Luego, con mi pija medio flácida, bajé de cabalgar ese tremendo culo y me acosté a su lado. Ella se quedó un minuto más descansando con el ojete abierto apuntando el techo.
- Me encantó, corazón. Te portaste diez puntos por ser la primera vez. Ahora date una ducha y regresá a tu casa, te deben andar buscando –dijo mientras me daba un beso en la mejilla y se ponía de lado para reposar.
Cuando salí del baño estaba dormida. No podía creer que había cogido a la abuela de mi amigo, y que sorpresivamente, resultó ser mi maestra del sexo. La última imagen que me llevé de ese día, fue de ella reposando de costado, su culo apuntando a uno de los espejos laterales de la cama y un hilo de leche espesa, con pequeñas burbujas, manando lentamente de su ojete colorado…
La historia que les narraré -la primera de muchas- trata sobre la abuela de un amigo llamado Ernesto y que vivía a una cuadra de la mía. Trataré de recordar la situación y los diálogos de la manera más fiel posible.
Por aquellos años en mi barrio destacaban tres mujeres: Una veinteañera con pinta de zorra que tenía un cuerpazo y varios amantes veteranos de turno, la mamá de un amigo que tenía un aire a la actriz italiana Sofía Loren, y la abuela de Ernesto, una viuda sesentona bajita, de culo y tetas enormes, en resumen, mujeres que con seguridad inspiraron las pajas de varias generaciones de vecinos del barrio.
La abuela de Ernesto no era una belleza de rostro, diría que tenía el semblante de la típica ama de casa argentina, pero ya bien madura. Sin maquillaje resaltaban sus ojos negros, rodete de pelo grisáceo y unos labios semicarnosos, que quién sabe cuántas pijas habrán chupado en sus años mozos.
Ella vivía sola y acostumbraba ir hasta la panadería a comprar facturas para tomar té con sus amigas. Todas las semanas ocurría la misma ceremonia. Nosotros, los quinceañeros, nos sentábamos a tocar guitarra en la puerta de la casa y mirábamos con reverencia pasar caminando a la veterana. La abuela de Ernesto se mantenía muy bien y se notaba. Usaba vestidos apretados, casi siempre floreados, cosa que la volvía más jovial. Más allá de saludarla, no le dirigíamos la palabra y mucho menos le lanzábamos un piropo. Pero no todos se quedaban callados ante el paso de la singular dama. Ocurrió una vez que durante varias semanas, los obreros que arreglaban el garaje de uno de los vecinos, le lanzaron una serie de piropos de alto calibre que hacían sonrojar a la abuela de mi amigo. Salvando distancias, esos obreros eran nuestra voz, ya que expresaban bajo la forma de piropos, las fantasías que rondaban nuestra novata imaginación y que jamás nos hubiésemos atrevido a confesarlas a viva voz.
Una tarde, mientras esperaba que mis amigos salgan a la calle para charlar, me quedé parado un buen rato sin pensar en nada. De pronto, veo que la abuela de Ernesto sale de su casa rumbo a la panadería, y justo algunos obreros estaban trabajando en la acera del garaje haciendo una mezcla de cemento. Al pasar junto a ellos y sin mirarlos, los albañiles comenzaron a propinarle los piropos más morbosos que escuché en mi corta existencia y que lograron que se me pare la pija en un segundo. “Vení, abuela, que te chupamos el culo hasta que tus nietos salgan de la colimba”, “Mirá cuántas pijas gruesas, mi amor”, “Viejita, entrá a la obra que te llenamos de leche esas tetazas” y otros que no recuerdo porque lo que más me llamó la atención es que llegando a la panadería, observe un leve movimiento de la mano de la abuela de Ernesto, algo así como si se corriese o despegase su bombacha de la concha. ¿O me lo estaba imaginando? ¿Acaso se había excitado?
Producto de la situación, mi pija estaba a mil. Durísima y sin vísperas de que baje, salvo que hubiera corrido a mi casa y echado una soberana paja en el baño. Fue cuando la abuela de Ernesto salió del local y en vez de caminar por la acera donde estaban los obreros cruzó la calle para hacerlo por la mía. Pensé rápidamente cómo ocultar la erección, pero no tenía nada a mano. Esperando que ocurra la mayor vergüenza de mi vida, cerré los ojos y dejé que pasara la madura mujer sin más detalles que el consabido saludo de cortesía. Fue cuando ocurrió algo inesperado.
- Hola, hijo, ¿vos sos amigo de mi nieto Ernestito, no? –preguntó ella al detenerse frente a mí.
- Sí, señora –respondí con voz temblorosa y mirando por primera vez de cerca los tremendos melones blancos que portaba dentro del apretado escote.
- Tengo que pedirte un favor –dijo y se acercó más a mí como para contarme un secreto- Esos obreros son unos atrevidos y no quiero bajarme al nivel de ellos e insultarlos en la calle, no es mi estilo. ¿Podés acompañarme hasta mi casa?
- Por supuesto, señora –respondí comedido.
Acto seguido, caminé junto a ella y esta vez los obreros no dijeron nada. Al llegar a la casa, aún con la pija parada dentro del jean y dispuesto a retirarme, la abuela de Ernesto me dijo:
- Vení, pasá un momento. Dejame premiarte con unas facturas y un vaso de Coca Cola –comentó mientras abría la puerta e invitaba a entrar.
- Gracias, pero… -intenté evadir la invitación más por vergüenza que por otra cosa.
- Jamás aceptaré un “no”, mucho menos después que fuiste tan gentil de acompañarme y protegerme de esos animales –respondió sonriendo.
No lo podía creer. Estaba dentro de la casa de la mujer que era la imagen recurrente de mis pajas. Mientras ella colocaba las facturas en la mesa, tuve todo el tiempo del mundo para observar el culazo que portaba. Se notaba que era redondo, bien carnoso, gigante para mi pija, la cual dentro del pantalón ya estaba goteando semen, la sentía palpitar. Tuve terror de acabar sin tocarme, hubiese sido catastrófico…
Luego, ella se dirigió hacia el sillón grande de la sala y me llamó.
- Vení, sentate aquí, ahora te sirvo tu gaseosa…
- Gracias, señora –respondí mientras me sentaba en la otra punta del sillón.
- Ay, hijo, primero nada de “señora”, desde ahora soy Betty para vos. Y lo más importante, no te sentés tan lejos… mírame que estoy viejita y ya no muerdo.
- No, señora… perdón, Betty. Usted es una mujer muy linda –no sé cómo me atreví a decir esa frase. Creo que había comenzado a alucinar despierto. Ella me miró con una sonrisa radiante, como si jamás hubiera esperado un piropo así de inocente. Luego, se acercó mucho más a mí. Quedé como acorralado. Podía sentir el aroma de su piel y un perfume riquísimo que llevaba puesto.
- Pero habías sido un caballero galante pese a tu corta edad. Supongo que las chicas deben hacer fila para escucharte….
- No, Betty. Soy un poco tímido y además todavía no tengo novia –contesté.
- ¿No tenés novia? ¿Y acaso ya diste tu primer beso? –confieso que la pregunta me tomó por sorpresa. Seguramente me puse rojo, pero la que no aguantaba más era mi pija dentro del pantalón. Una palabra más y los borbotones de leche inundarían mis calzoncillos.
- No, ni una cosa ni otra –dije.
Por un momento nos quedamos en un silencio que pareció durar una eternidad. Luego, el teléfono sonó y se levantó a responder. Regresó un poco contrariada, molesta.
- ¡Qué increíble! Recién ahora mis amigas me avisan que no pueden venir a tomar el té. ¡Y yo aquí con mis facturas! ¡Qué irresponsables! ¿Y ahora qué hago? Había planificado estar toda la tarde con ellas -comentó mientras se sentaba bien pegada a mi lado en el sillón.
- Perdón, Betty, entonces me voy a mi… -quise responder y colocó su mano en mi rodilla para detenerme.
- Nada de eso, jovencito. ¿Me vas a dejar sola aquí aburriéndome? –y noté un extraño brillo en su mirada. Tuve la sensación de que aquella mujer me estaba seduciendo. Mientras aferraba su mano en mi rodilla y levemente me acariciaba, observé que había notado el bulto en mi pantalón. Por puro instinto me acomodé en el sillón e intenté taparlo con la otra mano.
- No, no, no… no te tapes. Me gusta saber que aún a mi edad puedo excitar a un chico lindo como vos. Esos obreros me harían de todo, ya los escuchaste, pero no me gusta estar con cualquiera –me dijo en un tono mitad confesión, mitad sensual- De querer algo me gusta elegir y tomar la iniciativa.
En ese mismo momento, ante tanta excitación, comencé a acabar dentro del pantalón. Más allá de no poder frenar el impulso involuntario de mi pija, que palpitaba sin cesar, comenzó a aparecer una gran mancha en mi jean. Ella se dio cuenta y se quedó mirando fijo a mi apresada pija, mientras con una mano se comenzó a acariciar las tetas.
- Vamos a solucionar esto… -dijo mientras se paraba y agarraba mi mano.
Caminando rápido, casi arrastrándome, me llevó a su dormitorio donde había una cama blanca y dos grandes espejos, uno a cada lado de la misma. Me empujó en la cama como si fuese un muñeco y quedé paralizado recostado en la misma. Ella me pidió que la espere e ingresó al baño. Al cabo de unos minutos, donde escuché correr el agua de la ducha, salió tal como Dios la trajo al mundo. Ahora, parada frente a mí, con una toalla pequeña en su mano, pude observarla con detenimiento. Sin sus zapatos medía aún menos de lo que mostraba en la calle. Sus tetas grandes pero macizas colgaban sobre su pecho, coronadas por dos pezones oscuros del tamaño de una pequeña hamburguesa. Tenía la concha rasurada y su culo era hermoso. Blanco y radiante, formado por dos nalgas descomunales. Inmediatamente, sentí un olor a sexo invadió la habitación… Se me acercó lentamente y graduando la luz mediante un interruptor en la pared, dejó casi en penumbras la habitación.
- Preparate pendejo, ahora te voy a enseñar a coger de verdad a una hembra caliente… -dijo en una voz que no parecía la de ella, sino más bien de alguien a punto de consumar un secreto deseo.
Después, parada al borde de la cama y yo paralizado de temor, procedió a bajarme el jean y el calzoncillo con un solo movimiento. El enchastre de semen que había alrededor de mi pija era increíble, casi muero de vergüenza, pero no tuve tiempo de hacerlo. La abuela de mi amigo se puso de rodillas, me atrajo hacia el borde de la cama y brindó una mamada de verga colosal. Durante veinte minutos se dedicó pacientemente a chuparme la pija de arriba hacia abajo, huevos incluídos. Lamió hasta el más mínimo vestigio de semen derramado. Con los años y luego de ganar experiencia, entendí que aquella mujer era una maestra en la cama. Su técnica de chupado era profesional. Con una mano me bajaba la piel de la pija, pajeándome, y luego se la tragaba hasta la base del tronco. Con la lengua, mientras la chupaba sin dejar centímetro de piel a la vista, me lamía los huevos. Y con la otra mano me apretaba suavemente los pezones y acariciaba el pecho. La vieja era una máquina endemoniada de devorar carne en barra. Y mi pija, pese a haberme lecheado instintivamente, no bajaba por nada del mundo. Era obvio, más allá de haberle agarrado las tetas a una prima mayor y darnos un beso de lengua, quien escribe era virgen en esa época.
- ¿Sos virgen, pendejito, no? Sólo una verga virgen puede aguantar dura tanto tiempo… -comentó asombrada, con voz ronca, mientras me seguía pajeando.
- Sí –respondí aun temblando por tanta sorpresa y excitación. Era como ser goloso y que te regalen una entrada gratuita a una fábrica de chocolate.
- Uyyyyyy, qué rico, mi amor… ahora te voy a enseñar cómo darle placer a una mujer en la cama.
Luego se paró y comenzó a trepar la cama gateando por encima mío. Al llegar a mi boca me brindó un largo beso de lengua. Su lengua era jugosa, caliente y sabía aún a enjuague bucal de menta, el sabor que más me gusta. Así que ni corto ni perezoso abrí mi boca y entregué mi lengua para que haga con ella lo que quiera. Durante un buen rato me chupó la lengua con la misma destreza que momentos antes tragó mi pija. Sentí por momentos que su lengua llegaría a mi paladar, era larga y la revolvía dentro de mi boca como buscando algo. Mientras me besaba comencé a amasar sus tetas y pellizcarle los pezones, los cuales eran enormes y estaban durísimos.
- Ahora te enseñaré a chupar las tetas de una mujer y calentarla. Sentate mi amor… -dijo mientras se sentaba a mi lado y pasaba su brazo por detrás de mi cabeza- Venga mi niño, venga a sacarle leche a estas tetas.
Con un pezón en mi boca, chupando como poseído, la abuela de mi amigo se sostenía la teta para facilitar la tarea. Luego, agarró mi mano y se la llevó a su concha depilada que estaba empapada de flujo.
- Así, así… mientras chupás la teta de una mujer tenés que meterle dedos a la concha, sacarlos y meterlos, como si fuese tu pija… así, ¿ves? –me decía mientras guiaba mis dedos en un mete y saca rápido.
Fue cuando comenzó a gemir profusamente, con mi cara pegada a su pecho y sin dejar de chupar el otro pezón, sentí que se le aceleraban los latidos del corazón. Posteriormente, lanzando un grito ahogado y con mis cinco dedos metidos en su concha, alcanzó –lo entendí más tarde- el primer orgasmo de la tarde. Respirando de forma entrecortada, transpirando, se acostó en la cama.
- Qué rico que me hiciste acabar, ahhhhhh… hacía tiempo que esta concha necesitaba algo adentro y no había quien la llene –y me dio un nuevo beso en la boca, esta vez sin lengua, como un beso de amor correspondido.
Por mi parte, como fiel alumno al lado de su maestra, no respondí palabra alguna y quedé esperando qué más me iba a hacer, y por supuesto, a enseñar. Luego de unos minutos colocó una almohada arriba de otra y se echó encima de ellas, dejando su culo gigante al aire ofreciéndome en pompa. De rodillas atrás de ella, mi vista era privilegiada. Por primera vez tuve la oportunidad de mirarle el culo y la concha al mismo tiempo. Su concha, colorada y mojada después del orgasmo, tenía un botón hinchado de carne, como un pequeño pene. Más tarde me explicó que era su clítoris, el centro de placer de cualquier mujer, sin importar la edad que tenga. Pasando sus manos por debajo del cuerpo, se abrió la concha lo más que pudo.
- Tenés que aprender a comerte una concha. Yo la voy a abrir bien y tenés que chuparme con los labios cerrados, como si dieses un beso, eso que sobresale… se llama clítoris. Y también pasar la lengua por el agujero bebiendo todos mis jugos, ¿entendiste? –preguntó.
Durante diez largos minutos chupé la concha de esa mujer. Tenía la boca y la nariz impregnada de sus jugos, era increíble cómo babeaba. Ya se me empezaba a acalambrar la lengua cuando me indicó:
- Vení, ahora acostate igual que yo, sobre las almohadas, que te voy a enseñar algo que se llama el beso negro. Tenés que lavarte bien el culo antes de que te lo hagan y también pedirle lo mismo a la mujer con quien quieras hacerlo –cuando dijo esto me asusté porque no entendía de qué se trababa la cosa. Inclusive, pensé que capaz quería meterme por mi culo uno de esos consoladores que ví en el catálogo de un sex shop que con unos amigos guardábamos celosamente, y por turnos, debajo de nuestros colchones.
Sin embargo, del miedo pasé al placer. Betty me abrió lentamente las nalgas, inclusive la escuché reir y luego sentí que me metía la lengua en el ojete. Así sin aviso. Lo mismo que había hecho en mi boca ahora lo hacía en mi culo. Era una sensación indescriptible, en especial, porque mientras metía y sacaba su lengua, aprovechaba para pajearme con una mano. Sentí que en cualquier momento llenaba de leche la cama, me estaba ordeñando la pija…
- ¿Viste que lindo es? Qué rico culo que tenés, amor. Sabe amarguito… Ni se te ocurra volverte putito de grande porque los vas a enloquecer con este trasero blanquito que tenés… -dijo mientras me daba un cachetazo en las nalgas.
Después me pidió que intercambiemos de lugar. Otra vez, montada sobre las almohadas y con el culo parado, se abrió las nalgas con las manos y me pidió que le haga lo mismo. Confieso que al principio me pareció asqueroso lamerle el ojete, pero la mujer lo tenía extremadamente limpio. Así que le devolví favores y metí mi lengua en ese exquisito hoyo negro tan lejos como pudiese llegar. Ella, con el rostro hacia un costado y los ojos cerrados, no dejaba de suspirar y pedir que le meta la lengua más adentro…
Fue cuando llegó el plato fuerte de la tarde. Abriéndose aún más las grandes nalgas, con el ojete brillando de tanta saliva, me pidió que se la meta por el culo. Me incorporé, apoyé la cabeza de mi pija en su dilatado ojete y como por arte de magia mi aparato resbaló hacia adentro haciendo tope en mis huevos. Sabiendo que era la primera vez que cogía a una mujer, y para mi suerte por el culo, embestí ese agujero lo más salvajemente que pude. Con cada empujón, la abuela de mi amigo gritaba de placer, hasta que no pude aguantar más y le descargué toda la leche caliente que tenía acumulada en mis huevos. Con cada embestida largando leche, ella apretaba su ojete aprisionándome la pija y tuvo su segundo orgasmo. Habré estado medio minuto llenándole de semen el intestino. Luego, con mi pija medio flácida, bajé de cabalgar ese tremendo culo y me acosté a su lado. Ella se quedó un minuto más descansando con el ojete abierto apuntando el techo.
- Me encantó, corazón. Te portaste diez puntos por ser la primera vez. Ahora date una ducha y regresá a tu casa, te deben andar buscando –dijo mientras me daba un beso en la mejilla y se ponía de lado para reposar.
Cuando salí del baño estaba dormida. No podía creer que había cogido a la abuela de mi amigo, y que sorpresivamente, resultó ser mi maestra del sexo. La última imagen que me llevé de ese día, fue de ella reposando de costado, su culo apuntando a uno de los espejos laterales de la cama y un hilo de leche espesa, con pequeñas burbujas, manando lentamente de su ojete colorado…
24 comentarios - La abuela de Ernesto
Rescato una frase que ilustra lo máximo de la cultura popular y callejera argentina:
"“Vení, abuela, que te chupamos el culo hasta que tus nietos salgan de la colimba” (sublime)
Abrazo