El sadomasoquismo era algo que nunca había practicado. Es verdad que más de una vez en medio de la pasión rasguño, doy nalgadas, muerdo fuerte, o dejo que me den chirlos bien fuertes, y hasta me animo a pedir que me peguen en los glúteos con fuerzas. Utilizo frases como, ay si putito, pégame más fuerte, matame. Pero sadomasoquismo propiamente dicho nunca lo había realizado. Eso de dejarme humillar, dejarme decir cualquier vulgaridad, dejarme golpear, ser sometida a las más bajas de las humillaciones no solo me generaba algo de miedito, sino también algo de excitación.
Lorena siempre me hablaba de cosas que ella había experimentado. Me contaba que llegaron a atarla a una cama y ahorcarla mientras la penetraban analmente. Que le vendaban los ojos y la sometían a la más brutal de las masturbaciones, introduciéndole en su vagina consoladores enormes. Hasta llegaron a defecarla encima. Según ella toda mujer debe ser sometida a esa tipo de bajezas al menos una vez en la vida. Debe sentirse humillada, denigrada, forreada, debe permitir que le falten el respeto. Por otro lado también decía que los orgasmos que ella tenía en esas sesiones de sadomasoquismo eran infinitos, que los golpes, la brutalidad, y todo el entorno fomentaban la excitación.
Tanto me habló de ese tipo de experiencias que terminó por convencerme de hacerlo. No tardé en encontrar por internet alguien dispuesto a hacerlo. Dio la casualidad que uno de mis amigos del facebook también gustaba no solo de las orgías, sino también del sadomasoquismo. ¿El problema? El vivía lejos. Por lo tanto tuvimos que esperar un fin de semana largo y fui yo la encargada de viajar hasta Bahía Blanca, y no voy a dar más detalles de mi amigo del facebook, a quien a partir de ahora llamaré Bahiano.
Me fue a recibir a la terminal, me invitó a almorzar. Charlamos bastante, me cayó bien. Yo me esperaba una especie de hombre dark, gótico y depresivo que sentía placer al golpear a las mujeres, pero no, era un tipo bárbaro.
- ¿Tus relatos son reales? – me preguntó.
- Si estoy acá con vos, a punto de hacer lo que voy a hacer, es obvio que sí – respondí.
- ¿Así que sadomasoquismo nunca?
- No.
- Mirá que una vez que entremos en la habitación no hay vuelta atrás. Te voy a cagar a palos, ahorcarte, y mil cosas más que se me ocurran.
- Todo bien, mientras no me mates – bromeé.
Nos dirigimos en su auto hasta su casa. Lo primero que me mostró fue el living y sus sillones de tres cuerpos, donde supe que lo haríamos. Luego me mostró su habitación, una cama de dos plazas y media, donde sabía que me cogería. Un ventanal daba a un patio no muy grande pero muy bonito, tenía una fuente y flores y un árbol en el fondo.
- Sacate la ropa que empezamos – me dijo y me dio una nalgada.
Obedecí. Esa tarde yo sería una esclava sumisa y él mi amo. Y si él exigía que yo me quitara la ropa yo debía cumplir. Mientras me desvestía él se fue a la habitación, volvió con una especie de soga.
- ¿Sabés qué es esto? – me dijo enseñándomela.
- Una soga…
- Una correa de ahorque para los perros. Ponetela.
Con un poco de dudas también obedecí.
- Cada vez que te de una orden y no la cumplas voy a tirar de la soga y te va a ahorcar un par de segundos. ¿Entendido?
- Si.
- ¡Si mi amo! – dijo él tirando de la soga, ahorcándome, haciéndome doler el cuello.
- Si mi amo – repetí.
Mi corazón ya latía con más fuerza. Yo estaba desnuda con una correa para perros, y él vestido y sin el menor indicio que querer hacerme el amor. Me dijo que daríamos una vuelta por el patio. Abrió la puerta, yo salí primera, pero antes de pisar el pasto una vez más el tiró de la soga, quitándome la respiración unos segundos. Esta vez no entendí por qué.
- Es una correa de perros – dijo – Y vos sos una perra, caminá en cuatro patas.
Tuve que obedecer. Eso sería el primer acto de humillación, me pasearían por el jardín con una correa y yo en cuatro patas, como la perrita sucia que soy. Me avergoncé pero debí acceder a su pedido. Adopté la posición del perrito y comencé a caminar hacía el pasto. La correa se estiró de nuevo. Yo tosí.
- Al lado del amo perrita desobediente – dijo.
Caminamos un par de vueltas. Yo debía ir a su lado. Las rodillas ya me dolían, no cualquiera está de esa forma varios minutos, pero sabía que no debía quejarme. Me pregunté qué era lo que excitaba de esa situación a un hombre, ¿por qué esa necesidad de demostrar que manda?
- Hacé pis antes de entrar – ordenó.
La situación ya no me estaba gustando. Pero al vacilar unos segundos en obedecer la orden el Bahiano tiró de la correa más fuerte que nunca, y la mantuvo presionada por más tiempo. Yo no podía respirar.
- Levantá la pata y hace pis – volvió a decir.
Completamente humillada tuve que obedecer, levanté mi pierna derecha como s estuviese haciendo gimnasia con tobilleras de peso, y con los ojos cerrados dejé salir mi orina. Él gimió al oír el sonido del líquido golpear el pasto, como si fuese una canilla abierta. Yo no podía creer lo que estaba haciendo, en mi vida me había sentido tan avergonzada. Pero lo que vino fue peor.
- Bien perrita, bien – dijo – Ahora a hacer caca.
- No, pará… - me defendí.
No solo que tiró de la correa, sino que se arrodillo hasta quedar a mi altura. Sonrió y me dio un cachetazo que me dejó la mejilla ardiendo un buen rato. Supe que una vez más iba a tener que cumplir con sus deseos. Me puse en cuclillas, me vinieron ganas de llorar por la humillación, hice fuerza y cagué en el patio como una perra. Caminé en cuatro patas unos metros, esta vez él venía detrás de mí, yo estaba tan distraída, con la mente en cualquier lado, no pude ver ni sentir que se estaba quitando los pantalones.
Me sujetó de la cintura. Sentí su miembro bien duro, latiendo, apoyarse sobre le entrada de mi ano. Sin ningún tipo de sutileza, ni de lubricación, empujó hacia adentro, metiéndome la pija en el orto de una. El dolor que sentí no lo había sentido en m vida, y hasta el día de hoy tampoco volví a sentirlo. Grité con fuerza, y m cuerpo se desplomó como desmayado sobre el pasto. Mi cuerpo formaba una especie de triángulo, en el que mi culo era la punta de la pirámide. Él detrás de mí bombeando con fuerzas, dándome nalgadas que yo prácticamente no sentía y diciéndome vulgaridades que no entendía.
Llegó un momento en que mi culo era un pedazo de carne muerta, dormido por el dolor. Yo sentía como su verga serruchaba mi interior, la sacaba y la metía con fuerza, cada tanto hacía movimientos leves como para que me gustaran a mí, pero a esa altura yo ya no sentía nada. Agarrándome del interior de mis muslos hizo que mis piernas se abrieran aun más, dejándome casi al ras del suelo, los pastos más altos rozaban mi vagina, así de abierta estaba. Jugó un poco con su pene en la entrada de mi culo y la metió. Su penetración fue tan profunda y dolorosa que no solo grité, sino que con mis manos pellizqué la tierra tratando de apaciguar el sufrimiento, quedándome con un pedazo de pasto en cada mano. Lloré. No es que me caían lágrimas, lloraba como si se hubiese muerto un ser querido. Eso pareció motivarlo porque comenzó a cogerme con más énfasis. Al cabo de unos minutos eternos jadeó, dejó su pija bien adentro de mí, y su leche no tardó en golpear mi interior y comenzar a chorrearse por mis piernas.
Caí hecha mierda en el pasto, quedando recostada, tratando de calmar el dolor y de recuperar el aire. Yo moqueaba y secaba mis lágrimas.
- Te rompí el culo puta – me dijo.
- Si.
- Decilo.
- Me rompiste el culo.
A esa altura ya no quería discutir con él, sabía que debía hacer y decir lo que él me dijera. Era lo que yo había elegido, todo aquello era consentido. No podía quejarme.
Tironeó de la soga y me arrastró por el suelo, manchando mi piel con el pasto y el barro. Como pude me incorporé y lo seguí. Él se sentó en su sofá, separó sus piernas y las levantó. Su orden fue muy clara. – Chupame el culo – dijo. Tuve que hacerlo.
Lamí en círculos con mi lengua ese aro morrón y un poco peludo. El gemía y con una de sus manos comenzó a hacerse la paja. A pesar que no me lo pidió yo comencé a tocar con mis dedos la circunferencia de su culo, y de a poco introducía un pequeño pedazo de mi dedo. Siempre lubricando con mi saliva y sin dejar de mover la lengua. Llegó un momento en que mi lengua ya estaba cansada, dormida, escupí su agujero y metí dos dedos. Los saqué y me los volví a escupir. Le metía y sacaba los dedos de su culo con fuerza, como queriendo cobrarme venganza por lo que me había hecho él. Él seguía gimiendo y pajeándose. Metí tres dedos, sentía una necesidad grande de romperle el culo. Se lo dije.
- Te voy a romper el culo puto.
Él solo se dedicó a seguir gimiendo. Sacaba mis dedos por completo y arremetía con fuerza. Sentí en mi mano líquido espeso y caliente. Su pija había eyaculado una gran cantidad de semen que chorreaba por sus muslos separados, cayendo sobre mis dedos y metiéndose en su culo. Me sentí satisfecha, su propia leche estaba cogiendo su culo. Volví a chupar el ano, un sabor extraño, mezcla de transpiración, leche, flujos, saliva.
Permanecimos los dos recostados sobre el sillón. Descansando. Nos reímos. Se bañó él primero. Luego yo. Después de eso nos dijimos que nos debíamos una buena cogida sin golpes ni insultos, y así es que fuimos al dormitorio, donde garchamos de forma más normal. Él encima de mí, yo cabalgando su pene. En cuatro patas. Allí pudimos hacernos sexo oral de manera más pacífica, este tipo era un gran chupador de conchas, tuve que pedirle que se detenga, y eso que a mí me fascinan las chupadas de concha, pero el placer era tan grande que pensé que me moriría. Él alagó mis petes, algo que yo se que hago de mil maravillas. Nos tomamos los flujos del otro. Yo su semen y él mis constantes chorreadas de flujo. Nos bañamos juntos y en la ducha volvimos a coger. Mi objetivo era dejarlo seco. Yo le voy a dar, tratarme como una perra a mí, obligarme a orinar en cuatro patas.
Salimos de la habitación y mi cuerpo ya no quería saber más nada. Pero mi orgullo femenino me decía otra cosa. Me lo iba a coger hasta que ya no se le parara la pija. Y fue lo que hice. Se la chupe de nuevo hasta hacerlo acabar. Le pedí que me dejara montarlo una vez más. Luego que me la chupara de nuevo, y apenas sentí que su miembro se endureció un poco le dije que tenía ganas de un rapidito. Fue la noche que más cogí con un hombre, perdí la cuenta. Entre petes, pajas y penetraciones el tipo acabó no menos de 12 veces. Hasta que su pija dijo basta. A mí me ardía la concha y el culo. Mi lengua estaba acalambrada de tanto chupar. Pero sus huevos estaban secos y su pija era un cadáver.
Le exigí más. Me dijo que ya no podía.
- Cuando seas un hombre de verdad llámeme papito – le dije. Me vestí, le di un piquito y me tomé un taxi. Al fin y al cabo, mi colectivo de regreso a mi ciudad estaba a punto de salir.
Nadie me humilla.
Lorena siempre me hablaba de cosas que ella había experimentado. Me contaba que llegaron a atarla a una cama y ahorcarla mientras la penetraban analmente. Que le vendaban los ojos y la sometían a la más brutal de las masturbaciones, introduciéndole en su vagina consoladores enormes. Hasta llegaron a defecarla encima. Según ella toda mujer debe ser sometida a esa tipo de bajezas al menos una vez en la vida. Debe sentirse humillada, denigrada, forreada, debe permitir que le falten el respeto. Por otro lado también decía que los orgasmos que ella tenía en esas sesiones de sadomasoquismo eran infinitos, que los golpes, la brutalidad, y todo el entorno fomentaban la excitación.
Tanto me habló de ese tipo de experiencias que terminó por convencerme de hacerlo. No tardé en encontrar por internet alguien dispuesto a hacerlo. Dio la casualidad que uno de mis amigos del facebook también gustaba no solo de las orgías, sino también del sadomasoquismo. ¿El problema? El vivía lejos. Por lo tanto tuvimos que esperar un fin de semana largo y fui yo la encargada de viajar hasta Bahía Blanca, y no voy a dar más detalles de mi amigo del facebook, a quien a partir de ahora llamaré Bahiano.
Me fue a recibir a la terminal, me invitó a almorzar. Charlamos bastante, me cayó bien. Yo me esperaba una especie de hombre dark, gótico y depresivo que sentía placer al golpear a las mujeres, pero no, era un tipo bárbaro.
- ¿Tus relatos son reales? – me preguntó.
- Si estoy acá con vos, a punto de hacer lo que voy a hacer, es obvio que sí – respondí.
- ¿Así que sadomasoquismo nunca?
- No.
- Mirá que una vez que entremos en la habitación no hay vuelta atrás. Te voy a cagar a palos, ahorcarte, y mil cosas más que se me ocurran.
- Todo bien, mientras no me mates – bromeé.
Nos dirigimos en su auto hasta su casa. Lo primero que me mostró fue el living y sus sillones de tres cuerpos, donde supe que lo haríamos. Luego me mostró su habitación, una cama de dos plazas y media, donde sabía que me cogería. Un ventanal daba a un patio no muy grande pero muy bonito, tenía una fuente y flores y un árbol en el fondo.
- Sacate la ropa que empezamos – me dijo y me dio una nalgada.
Obedecí. Esa tarde yo sería una esclava sumisa y él mi amo. Y si él exigía que yo me quitara la ropa yo debía cumplir. Mientras me desvestía él se fue a la habitación, volvió con una especie de soga.
- ¿Sabés qué es esto? – me dijo enseñándomela.
- Una soga…
- Una correa de ahorque para los perros. Ponetela.
Con un poco de dudas también obedecí.
- Cada vez que te de una orden y no la cumplas voy a tirar de la soga y te va a ahorcar un par de segundos. ¿Entendido?
- Si.
- ¡Si mi amo! – dijo él tirando de la soga, ahorcándome, haciéndome doler el cuello.
- Si mi amo – repetí.
Mi corazón ya latía con más fuerza. Yo estaba desnuda con una correa para perros, y él vestido y sin el menor indicio que querer hacerme el amor. Me dijo que daríamos una vuelta por el patio. Abrió la puerta, yo salí primera, pero antes de pisar el pasto una vez más el tiró de la soga, quitándome la respiración unos segundos. Esta vez no entendí por qué.
- Es una correa de perros – dijo – Y vos sos una perra, caminá en cuatro patas.
Tuve que obedecer. Eso sería el primer acto de humillación, me pasearían por el jardín con una correa y yo en cuatro patas, como la perrita sucia que soy. Me avergoncé pero debí acceder a su pedido. Adopté la posición del perrito y comencé a caminar hacía el pasto. La correa se estiró de nuevo. Yo tosí.
- Al lado del amo perrita desobediente – dijo.
Caminamos un par de vueltas. Yo debía ir a su lado. Las rodillas ya me dolían, no cualquiera está de esa forma varios minutos, pero sabía que no debía quejarme. Me pregunté qué era lo que excitaba de esa situación a un hombre, ¿por qué esa necesidad de demostrar que manda?
- Hacé pis antes de entrar – ordenó.
La situación ya no me estaba gustando. Pero al vacilar unos segundos en obedecer la orden el Bahiano tiró de la correa más fuerte que nunca, y la mantuvo presionada por más tiempo. Yo no podía respirar.
- Levantá la pata y hace pis – volvió a decir.
Completamente humillada tuve que obedecer, levanté mi pierna derecha como s estuviese haciendo gimnasia con tobilleras de peso, y con los ojos cerrados dejé salir mi orina. Él gimió al oír el sonido del líquido golpear el pasto, como si fuese una canilla abierta. Yo no podía creer lo que estaba haciendo, en mi vida me había sentido tan avergonzada. Pero lo que vino fue peor.
- Bien perrita, bien – dijo – Ahora a hacer caca.
- No, pará… - me defendí.
No solo que tiró de la correa, sino que se arrodillo hasta quedar a mi altura. Sonrió y me dio un cachetazo que me dejó la mejilla ardiendo un buen rato. Supe que una vez más iba a tener que cumplir con sus deseos. Me puse en cuclillas, me vinieron ganas de llorar por la humillación, hice fuerza y cagué en el patio como una perra. Caminé en cuatro patas unos metros, esta vez él venía detrás de mí, yo estaba tan distraída, con la mente en cualquier lado, no pude ver ni sentir que se estaba quitando los pantalones.
Me sujetó de la cintura. Sentí su miembro bien duro, latiendo, apoyarse sobre le entrada de mi ano. Sin ningún tipo de sutileza, ni de lubricación, empujó hacia adentro, metiéndome la pija en el orto de una. El dolor que sentí no lo había sentido en m vida, y hasta el día de hoy tampoco volví a sentirlo. Grité con fuerza, y m cuerpo se desplomó como desmayado sobre el pasto. Mi cuerpo formaba una especie de triángulo, en el que mi culo era la punta de la pirámide. Él detrás de mí bombeando con fuerzas, dándome nalgadas que yo prácticamente no sentía y diciéndome vulgaridades que no entendía.
Llegó un momento en que mi culo era un pedazo de carne muerta, dormido por el dolor. Yo sentía como su verga serruchaba mi interior, la sacaba y la metía con fuerza, cada tanto hacía movimientos leves como para que me gustaran a mí, pero a esa altura yo ya no sentía nada. Agarrándome del interior de mis muslos hizo que mis piernas se abrieran aun más, dejándome casi al ras del suelo, los pastos más altos rozaban mi vagina, así de abierta estaba. Jugó un poco con su pene en la entrada de mi culo y la metió. Su penetración fue tan profunda y dolorosa que no solo grité, sino que con mis manos pellizqué la tierra tratando de apaciguar el sufrimiento, quedándome con un pedazo de pasto en cada mano. Lloré. No es que me caían lágrimas, lloraba como si se hubiese muerto un ser querido. Eso pareció motivarlo porque comenzó a cogerme con más énfasis. Al cabo de unos minutos eternos jadeó, dejó su pija bien adentro de mí, y su leche no tardó en golpear mi interior y comenzar a chorrearse por mis piernas.
Caí hecha mierda en el pasto, quedando recostada, tratando de calmar el dolor y de recuperar el aire. Yo moqueaba y secaba mis lágrimas.
- Te rompí el culo puta – me dijo.
- Si.
- Decilo.
- Me rompiste el culo.
A esa altura ya no quería discutir con él, sabía que debía hacer y decir lo que él me dijera. Era lo que yo había elegido, todo aquello era consentido. No podía quejarme.
Tironeó de la soga y me arrastró por el suelo, manchando mi piel con el pasto y el barro. Como pude me incorporé y lo seguí. Él se sentó en su sofá, separó sus piernas y las levantó. Su orden fue muy clara. – Chupame el culo – dijo. Tuve que hacerlo.
Lamí en círculos con mi lengua ese aro morrón y un poco peludo. El gemía y con una de sus manos comenzó a hacerse la paja. A pesar que no me lo pidió yo comencé a tocar con mis dedos la circunferencia de su culo, y de a poco introducía un pequeño pedazo de mi dedo. Siempre lubricando con mi saliva y sin dejar de mover la lengua. Llegó un momento en que mi lengua ya estaba cansada, dormida, escupí su agujero y metí dos dedos. Los saqué y me los volví a escupir. Le metía y sacaba los dedos de su culo con fuerza, como queriendo cobrarme venganza por lo que me había hecho él. Él seguía gimiendo y pajeándose. Metí tres dedos, sentía una necesidad grande de romperle el culo. Se lo dije.
- Te voy a romper el culo puto.
Él solo se dedicó a seguir gimiendo. Sacaba mis dedos por completo y arremetía con fuerza. Sentí en mi mano líquido espeso y caliente. Su pija había eyaculado una gran cantidad de semen que chorreaba por sus muslos separados, cayendo sobre mis dedos y metiéndose en su culo. Me sentí satisfecha, su propia leche estaba cogiendo su culo. Volví a chupar el ano, un sabor extraño, mezcla de transpiración, leche, flujos, saliva.
Permanecimos los dos recostados sobre el sillón. Descansando. Nos reímos. Se bañó él primero. Luego yo. Después de eso nos dijimos que nos debíamos una buena cogida sin golpes ni insultos, y así es que fuimos al dormitorio, donde garchamos de forma más normal. Él encima de mí, yo cabalgando su pene. En cuatro patas. Allí pudimos hacernos sexo oral de manera más pacífica, este tipo era un gran chupador de conchas, tuve que pedirle que se detenga, y eso que a mí me fascinan las chupadas de concha, pero el placer era tan grande que pensé que me moriría. Él alagó mis petes, algo que yo se que hago de mil maravillas. Nos tomamos los flujos del otro. Yo su semen y él mis constantes chorreadas de flujo. Nos bañamos juntos y en la ducha volvimos a coger. Mi objetivo era dejarlo seco. Yo le voy a dar, tratarme como una perra a mí, obligarme a orinar en cuatro patas.
Salimos de la habitación y mi cuerpo ya no quería saber más nada. Pero mi orgullo femenino me decía otra cosa. Me lo iba a coger hasta que ya no se le parara la pija. Y fue lo que hice. Se la chupe de nuevo hasta hacerlo acabar. Le pedí que me dejara montarlo una vez más. Luego que me la chupara de nuevo, y apenas sentí que su miembro se endureció un poco le dije que tenía ganas de un rapidito. Fue la noche que más cogí con un hombre, perdí la cuenta. Entre petes, pajas y penetraciones el tipo acabó no menos de 12 veces. Hasta que su pija dijo basta. A mí me ardía la concha y el culo. Mi lengua estaba acalambrada de tanto chupar. Pero sus huevos estaban secos y su pija era un cadáver.
Le exigí más. Me dijo que ya no podía.
- Cuando seas un hombre de verdad llámeme papito – le dije. Me vestí, le di un piquito y me tomé un taxi. Al fin y al cabo, mi colectivo de regreso a mi ciudad estaba a punto de salir.
Nadie me humilla.
2 comentarios - Encuentro Sado
felicitaciones!!
Gracias por compartir