Mi amigo Alberto me pidió, con mucha insistencia, que vaya a hablar con un amigo suyo que tenía serios problemas legales en su divorcio, para presentarle algunas soluciones probables pero, sobre todo, para que lo calme y le de confianza en que todo iba a salir bien. El tipo era preparador físico de un equipo del ascenso, que tiene su predio en el Gran Buenos Aires y, después de arreglar la cita, hacia allí me dirigí.
Llegué en medio de la práctica, así que me dispuse a esperar mirando los movimientos de los jugadores desde el costado de la cancha. Me anuncié con un colaborador que pasó por delante mío y el tipo me marcó a quien buscaba. Después le avisó a Jorge, que así se llamaba, y quien me saludó desde el círculo central.
Cuando terminó el trabajo, me vino a buscar y me invitó a tomar un café en el buffet del club. Charlamos más de cuarenta minutos y se fue vaciando el lugar. De repente, me dijo que no aguantaba más todo traspirado, si podíamos seguir en el vestuario ya que, además, allí tenía unos papeles que me quería dar para nuestro amigo en común. No tuve problemas, ya que estábamos terminando.
Entramos al vestuario, que era típico y estaba desierto y desordenado después del paso de treinta jugadores. Jorge abrió su armario y me dio la carpeta, que me puse a leer. Jorge se desnudó y se metió en las duchas, pero yo estaba distraído en los papeles.
Unos minutos después, lo escucho hablarme, yo mirando hacia abajo, hacia los papeles, levanté los ojos y me encontré con un físico hermosa y dedicadamente trabajado, que secaba su cabeza con un toallón y movimientos enérgicos, lo que hacía que una verga gloriosa, gruesa, venosa, muy oscura, se sacudiera libre y tentadora. ¡Cómo me gustan las porongas oscuras!. La empezó a secar y el roce debe haber sido lo que produjo que se ponga semi rígida, ese mágico estado cuando ya no está fláccida pero tampoco erecta. No podía quitarle los ojos.
Jorge se calló, avanzó hacia mí hasta quedar parado delante mío, la tomó con su mano izquierda, alzándola desafiante en el aire, me apoyó su derecha al costado de mi cabeza y me soltó.
- Comé puto… Todavía tenía algo del perfume del jabón, lo que la hizo más exquisita.
Se la chupé de todas las maneras que conozco durante veinte minutos deliciosos, me arrodillé, lo acosté en el banco, todo lo que sabía. Hasta que me mandó desnudarme, me inclinó hacia delante, escupió en sus dedos, me lubricó unos segundos y me la puso toda de un saque.
Cerré los ojos para disfrutar ese glorioso momento. Una verga de dureza impagable me bombeaba enérgicamente, sentía sus hermosos huevos chocando junto a mi culo maltratado.
De repente, me gritó que me de vuelta, lo que hice a la vez que me arrodillaba. Me la zampó toda en la boca, y me hizo tragar una tonelada de leche tibia, que bajó por mi garganta bendiciendo todo en su camino.
Se vistió de espaldas, mientras yo hacía lo mismo en silencio. Arreglamos vernos la semana siguiente en el estudio de Alberto. Me pidió secreto, se lo juré.
Nunca me había gustado tanto entrenar…
Llegué en medio de la práctica, así que me dispuse a esperar mirando los movimientos de los jugadores desde el costado de la cancha. Me anuncié con un colaborador que pasó por delante mío y el tipo me marcó a quien buscaba. Después le avisó a Jorge, que así se llamaba, y quien me saludó desde el círculo central.
Cuando terminó el trabajo, me vino a buscar y me invitó a tomar un café en el buffet del club. Charlamos más de cuarenta minutos y se fue vaciando el lugar. De repente, me dijo que no aguantaba más todo traspirado, si podíamos seguir en el vestuario ya que, además, allí tenía unos papeles que me quería dar para nuestro amigo en común. No tuve problemas, ya que estábamos terminando.
Entramos al vestuario, que era típico y estaba desierto y desordenado después del paso de treinta jugadores. Jorge abrió su armario y me dio la carpeta, que me puse a leer. Jorge se desnudó y se metió en las duchas, pero yo estaba distraído en los papeles.
Unos minutos después, lo escucho hablarme, yo mirando hacia abajo, hacia los papeles, levanté los ojos y me encontré con un físico hermosa y dedicadamente trabajado, que secaba su cabeza con un toallón y movimientos enérgicos, lo que hacía que una verga gloriosa, gruesa, venosa, muy oscura, se sacudiera libre y tentadora. ¡Cómo me gustan las porongas oscuras!. La empezó a secar y el roce debe haber sido lo que produjo que se ponga semi rígida, ese mágico estado cuando ya no está fláccida pero tampoco erecta. No podía quitarle los ojos.
Jorge se calló, avanzó hacia mí hasta quedar parado delante mío, la tomó con su mano izquierda, alzándola desafiante en el aire, me apoyó su derecha al costado de mi cabeza y me soltó.
- Comé puto… Todavía tenía algo del perfume del jabón, lo que la hizo más exquisita.
Se la chupé de todas las maneras que conozco durante veinte minutos deliciosos, me arrodillé, lo acosté en el banco, todo lo que sabía. Hasta que me mandó desnudarme, me inclinó hacia delante, escupió en sus dedos, me lubricó unos segundos y me la puso toda de un saque.
Cerré los ojos para disfrutar ese glorioso momento. Una verga de dureza impagable me bombeaba enérgicamente, sentía sus hermosos huevos chocando junto a mi culo maltratado.
De repente, me gritó que me de vuelta, lo que hice a la vez que me arrodillaba. Me la zampó toda en la boca, y me hizo tragar una tonelada de leche tibia, que bajó por mi garganta bendiciendo todo en su camino.
Se vistió de espaldas, mientras yo hacía lo mismo en silencio. Arreglamos vernos la semana siguiente en el estudio de Alberto. Me pidió secreto, se lo juré.
Nunca me había gustado tanto entrenar…
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