Queridos amigos, en este relato (que aun es solo fantasia) describo un poco mis intenciones y el juego al cual pretendo hacer jugar a Betty. Este relato le gusta mucho, si bien se resiste a llevarlo a cabo. Sospecho que su mayor temor es encontrarse son la hembra insaciable que vive dentro de ella, teme el torrente de lujuria que puede despertar y que YO SE POSITIVAMENTE QUE ESTÁ AHÍ, ESCONDIDO, A PUNTO DE ESCAPAR.
Bueno, espero que les guste, y una vez mas agradezco la buena onda, los comentarios, y la paciencia..
JUEGO PROCAZ EN LA PLAYA
Mi nombre es Xavier, tengo 45 años y hace 22 que estoy en pareja con Betty. Betty tiene 42 años, pero aparente al menos 10 o 15 años menos. Es alta, delgada, morocha, tiene un lomazo: pechos erguidos y medianos, 90 de talla, y una cola parada e increíble, que enloquece a los tipos. Siempre tuvo buen tono físico por genética y lo ayuda con gimnasia.
Nuestra vida sexual es bastante simple: después de 22 años algunas cuestiones se rutinizan. Sin embargo, verla desnuda aun me excita, al punto que no logro dejarla tranquila.
Sólo tuvo un hombre antes que yo, su primer marido, por lo cual su experiencia se limitaba a él y a mí, y Betty es una mujer que debe ser guiada, a veces le cuesta tomar la iniciativa.
Al principio, yo me ponía muy celoso de que la miraran y piropeaban: además sabía que todo el tiempo se le acercaban tipos para conquistarla. Sin embargo, con el tiempo la cabeza me hizo un click: la imaginaba haciendo cosas con otro tipo y yo, o con dos desconocidos, cosas que en general no quería hacer: chupar la pija hasta el final, besar con desesperación al Otro, dejarse poseer por ese culito maravilloso que tiene y que entrega a regañadientes, muy ocasionalmente.
La idea se me tornó obsesión y permanentemente trataba de tocar el tema con ella. Sólo lo aceptaba como fantasía mientras cogíamos, yo le decía que le íbamos a hacer doble penetración y mientras le cogía la conchita, le trabajaba la entrada de la cola, suavemente con un dedo: noté que eran los orgasmos más potentes los que ella disfrutaba de este modo. Sin embargo, al terminar, siempre decía que era eso, una fantasía y nada más, y que ni soñara que alguna vez se hiciera real.
Al preguntarle cual era el obstáculo, siempre me decía que tenía miedo de que la lastimaran o maltrataran o cosas así: yo creo que el miedo era a descubrir la puta salvaje que toda mujer lleva dentro, miedo a que yo mismo la viera sin ninguna inhibición ni límite, enloquecida de placer y lujuria.
Pasó el tiempo, pero mi obsesión no me abandonaba. En medio, atravesamos diversas crisis de pareja, altibajos como cualquiera, y el tema se fue enfriando…
Este año, en noviembre, nos tomamos unos días para visitar la costa uruguaya. Primeramente fuimos a La Paloma, que a esta altura del año tiene sus playas prácticamente desiertas.
El primer día de playa lo pasamos en La Balconada: armamos nuestra carpa playera, reposeras, y nos dedicamos a disfrutar tranquilos de la casi total soledad. Betty con los años comenzó a acostumbrarse a usar las tangas cada vez más cola-less: al principio le costaba, sobre toda en las playas del país, pero ante mi insistencia consintió en darme ese gusto. Calculo que también le gustará mostrarse y ser deseada, aunque no lo dice…
Cada tanto pasaban algunos caminantes solitarios, casi nadie en la playa. En un momento, un fuerte viento nos obligó a guarecernos en la carpa, la cual no tiene puerta.
La vi recostada y hermosa y le propuse masturbarnos frente a frente, ahí mismo, casi a la vista de quien pudiera pasar. Al principio no quería, pero poco a poco la idea de exponerse la fue excitando. Metió lentamente su mano bajo la tanga, separó las piernas, cerró sus ojos y comenzó a estimularse. A mí la pija se me escapaba de la malla, terminé por sacarla, ya no me importaba nada.
Betty me la miraba sin dejar de tocarse, la cabeza hinchada, las venas a tope, me empezó a gotear flujo pre-seminal, mi excitación era absoluta, rogaba que alguien pasara y viera esta escena. Se lo dije a ella y noté que comenzó a balancear la pelvis, a retorcerse, a tocarse con más fuerza. Corría los costados de la tanga y me mostraba la concha empapada. Hacía mucho tiempo que no la veía así. Acerqué mi pija inflamada a su mano libre y la asió casi con furia, apretándola hasta hacerme doler. Ya sus movimientos pélvicos eran los de una mujer que es penetrada, gemía y entreabría la boca, yo estaba por explotar. Y de repente, estalló en un violento orgasmo, largo, terrible. En unos pocos segundos, los chorros de mi leche cayeron calientes y espesos sobre su pelvis y panza. Quedamos exhaustos y felices. Con un hilo de voz ronca, me dijo “estuvo muy bueno hacerlo en la playa, me encantó”.
Los días siguientes fueron tranquilos, pero yo quería avanzar, llegar un poco más allá, o mejor dicho, hacer que Betty llegara más allá. Lógicamente, me debatía entre la fiebre del deseo y el miedo a las consecuencias. Hasta dónde llegaríamos? Realmente podríamos controlar una situación y a nosotros mismos en ella, o se iría todo al mismo infierno? Y el después?
Con todos estos sentimientos encontrados, el tercer día de playa nos encontró en La Aguada, al otro lado del pueblo. Aquí sí había más gente, es una playa de surfers, y si bien no estaba abarrotada, estaba mucho más concurrida que la otra playa.
Cerca del mediodía, me fui con el auto a comprar el almuerzo. Cada vez que la dejo sola en la playa, imagino que en mi ausencia se acercaran tipos a ella a chamuyarla y un escalofrío de adrenalina y calentura me recorre el cuerpo como un shock eléctrico. No puedo evitar pensarlo.
Volví a los 20 minutos, sándwichs y cerveza helada. Betty estaba en el mar, tomé la cámara de fotos para sacarle algunas, tan hermosa y sexy con su bikini tipo cebra, bien entangada a pedido mío. Luego de sacarle algunas fotos, me puse a mirar como habían quedado y descubrí que en mi ausencia había fotografiado a varios surfers.
Sé que le gustan y el morbo se me encendió un poquito. Pero fue aún más lejos: tenía varias fotos de un chabón de unos 25 o a lo sumo 30 años, con rastas largas, torso desnudo y marcado, sobre un caballo. Se ve que éste le había gustado más, o al menos era lo que yo quería. Me parecía el candidato apropiado y supuse que de alguna manera, ella lo había elegido.
Como un rayo, la idea vino a mi mente: quería que tuviera algo, lo que fuera, con ese tipo. Hasta donde se animara, sin forzarla. Sabía que sería una tarea ardua, si no imposible, convencerla. Que opondría mil reparos. Y que si accediera a algo, seguramente luego me lo reprocharía. Pero yo ya estaba decidido. Era ahora o nunca.
Cuando llegó a la carpa, con un tono de reproche risueño le espeté: “así que cuando me voy te dedicás a fotografiar machos”. Ella, sonriente, lo negó. “Acá están las pruebas, culpable” le dije entre risas. Ya se me notaba el bulto en el short.
Le pregunté si el del caballo le había gustado y respondió tibiamente que tal vez, que en realidad le gustó verlo pasar a caballo y otra sarta de excusas. Yo, sin ceder, jugué mi primera carta: “No sería un buen candidato para un trío?” “Nooo, ni loca, jamás” etc., etc.
“Entonces dejame que te proponga un juego, y no me interrumpas. Si lo que te propongo no te va, lo acepto. Pero escuchame hasta el final. Me gustaría que lo invitemos al chabón a la carpa y frente a mí le hagas una buena paja. Sólo eso. Nada de besos, nada de chupar pija, nada de coger. No es tan grave ni arriesgado, y tal vez sea el modo de alcanzar lo que alguna vez fantaseamos sin ir demasiado lejos. Pensalo 5 minutos, dame ese gusto. Aceptaré lo que decidas. Pero te aclaro que de hacerlo, a mí no me jode ni lastima, en realidad lo ansío”
Salí un momento fuera de la carpa. El calor y la excitación me ahogaban. Betty quedó en silencio y pensé que se había ofendido.
Despacio y sin palabra, volví a entrar, me senté a su lado y le pasé un brazo por los hombros.
De pronto, me miró y me dijo: “pero como lo vamos a hacer? A mí me da vergüenza, no sé qué hacer, no da que vaya yo a encararlo, va a pensar que soy una loca…” En ese momento, supe que ya lo había pensado, evaluado y aprobado, y una oleada de fuego me atravesó el cuerpo.
“Dejame a mí hablar con él. Llevo la cámara, para que vea tus fotos y le hago la propuesta. Vas a ver que se va a copar, y va a estar re bueno”
“Ok”-me dijo- “si acepta quiero que se cumplan algunas condiciones, si no olvídate: primero, que cuando el flaco se acerque a la carpa, me dejes sola con él, ese momento va a ser muy fuerte para mí y quiero vivirlo sola. Así que vos te vas a dar unas vueltas por ahí y no apareces antes de 10 minutos, por lo menos”
Eso realmente mucho no me gustó: quería ser testigo de todo, pero al parecer era eso o nada.
“ok, dalo por hecho, pero a los 10 minutos estoy acá. Para no incomodar, me voy a quedar mirando desde afuera; que otras condiciones hay?”
“Decile que no le voy a chupar la pija, ni me voy a desnudar. Y sólo podrá tocarme cuando y donde yo le indique. Yo dirigiré la situación”
Verla tan decidida y dominante me calentaba sobremanera, al fin asomaba la loba en celo que yo sabía que vivía dentro de ella…
“Y por último, quiero que siempre tengas presente que esto lo pediste vos. No quiero después reproches, ni celos, ni recriminaciones. Bancate las consecuencias, como me las voy a bancar yo. Está claro?”
“Clarísimo” –contesté con voz ronca, agarré la cámara y me fui a encarar al tipo. El corazón se me salía por la boca, imágenes obscenas me nublaban la vista a medida que me acercaba.
El flaco venia por la orilla del mar, con el caballo al paso. Lo saludé y le dije que necesitaba pedirle un favor. No abundaré en detalles de la negociación, la propuesta lo sorprendió, sobre todo porque era yo, el marido, quien se acercaba. No hizo falta mostrarle las fotos, me dijo que ya la había visto y que le parecía una hembra infernal. De buen gusto aceptó las condiciones y le dije que esperara alejado a que yo me fuera para luego acercarse. Obviamente, le aclaré que era MI MUJER, que por lo tanto la tratara como una reina, educadamente y que no cometiera ningún error o forzamiento, porque lo pagaría muy caro.
“Despreocupate, loco”-me dijo- “soy buena gente, ya te vas a enterar” con una sonrisa bastante libidinosa.
Pasé por la carpa a dejar la cámara. Temía que en el ínterin Betty se hubiera echado atrás. La noté tensa, pero cuando le dije “ya está todo arreglado” me dijo “ok, podés irte nomás”; y allá salí, con la cabeza dándome mil vueltas por segundo, a caminar sin rumbo, a pasar los diez minutos más largos de mi vida.
Al cabo, el lapso eterno se cumplió y volví con desesperación a la carpa. El caballo pastaba en unos yuyos ralos cerca de ahí. Noté que habían colgado una lona, ya que la carpa no tiene puerta, como para cubrir un poco la acción del resto de la gente en la playa. Pero lógicamente cubría una parte. Traté de no mirar enseguida, escuchaba susurros y risitas, murmullos, ruidos tenues de movimientos furtivos.
Me senté frente a la carpa, tomé coraje y miré, sin poder dar crédito a lo que veía: el flaco se había tendido boca arriba, a lo largo de la carpa. Sus bermudas las tenía a la altura de los tobillos. Betty se había sentado sobre sus piernas, casi a la altura de los genitales. No tenía el corpiño de la malla puesto, sí la tanga, y sus manos subían y bajaban pajeando al chabón, mientras se miraban fijamente y con deseo. La pija del flaco no era demasiado grande ni gorda, más bien mediana, pero lo que destacaba era la cabeza enorme y morada, como un hongo, parecía desproporcionada en relación al resto. Él cada tanto le acariciaba las tetas, muy suavemente, Betty apenas se frotaba sin dejar de pajearlo. Yo estaba desorbitado, enloquecido, como nunca!!
Betty respiraba trabajosamente, la boca entreabierta en un gesto lascivo, el flaco le decía barbaridades, tipo “ahí está tu marido, afuera, viéndote comportarte como una putita con un extraño” y frases por el estilo. A cada frase, Betty daba un gemido o un fuerte suspiro. Nunca la había visto tan caliente, tan puta. Cada tanto, acercaba su cara a la pija y se la escupía, para lubricarla. El chabón trataba de acercarle el miembro a la boca, pero ella, pícara, se escapaba justo a tiempo, diciendo “No, te dije que para eso no me dieron permiso, ok?”
El tipo empezó a jadear fuerte, evidentemente estaba por explotar. Betty aceleró el ritmo de la paja, utilizaba todos sus recursos para estimularlo. Se había acomodado mejor, frotando la conchita sobre uno de los muslos del flaco. Se notaba que tenía la tanga empapada de flujo, que perra!!!. El flaco, enloquecido, le sujetaba los cachetes del culo, los apretaba con desesperación, los separaba y eso a ella la ponía más en llamas
En un momento dado, el tipo grita “Acabo, perra!!!” Betty sin dejar de pajearlo, acerco el torso a la pija. El flaco empezó a eyacular gran cantidad de esperma, increíble, chorro tras chorro, en las tetas de Betty. Nunca había visto algo así, ni me ha pasado. Es más, uno de los chorros alcanzó a Betty en la cara, rozando la comisura de su boquita húmeda. Y para mi sorpresa, ella, a quien nunca le gustó el semen, con un gesto que parecía inconsciente, humedeció sus labios tocando apenas el semen que mojaba su comisura (luego me confesó que estaba can caliente y se sentía tan puta que hasta le gustó el sabor). Mientras el tipo aún se sacudía, Betty tuvo 2 orgasmos seguidos, uno tras otro. Finalmente, se recostó a un lado, exhausta y satisfecha.
El flaco, viéndome ahí, medio turbado, apenas alcanzó a decirle “gracias, bombón”, agarró sus ropas y desapareció.
Yo estaba petrificado. De golpe, entré a la carpa y la abracé. Aún tenía esperma en las tetas. La besé con desesperación, con avidez. Su boca sabía a macho. Me preguntó “estas contento ahora, conseguiste lo que tanto querías…” “Si, le dije, y vos?” “yo no puedo creer lo que hice, pero me gustó y mucho, más sabiendo que estabas ahí viéndolo todo”
De un manotón, le corrí la tanga a un costado y la penetré, feliz de la diosa y la puta que era mi mujer. No tardé demasiado en acabar, y logré arrancarle otro orgasmo. Al fin, mi sueño cumplido.
Bueno, espero que les guste, y una vez mas agradezco la buena onda, los comentarios, y la paciencia..
JUEGO PROCAZ EN LA PLAYA
Mi nombre es Xavier, tengo 45 años y hace 22 que estoy en pareja con Betty. Betty tiene 42 años, pero aparente al menos 10 o 15 años menos. Es alta, delgada, morocha, tiene un lomazo: pechos erguidos y medianos, 90 de talla, y una cola parada e increíble, que enloquece a los tipos. Siempre tuvo buen tono físico por genética y lo ayuda con gimnasia.
Nuestra vida sexual es bastante simple: después de 22 años algunas cuestiones se rutinizan. Sin embargo, verla desnuda aun me excita, al punto que no logro dejarla tranquila.
Sólo tuvo un hombre antes que yo, su primer marido, por lo cual su experiencia se limitaba a él y a mí, y Betty es una mujer que debe ser guiada, a veces le cuesta tomar la iniciativa.
Al principio, yo me ponía muy celoso de que la miraran y piropeaban: además sabía que todo el tiempo se le acercaban tipos para conquistarla. Sin embargo, con el tiempo la cabeza me hizo un click: la imaginaba haciendo cosas con otro tipo y yo, o con dos desconocidos, cosas que en general no quería hacer: chupar la pija hasta el final, besar con desesperación al Otro, dejarse poseer por ese culito maravilloso que tiene y que entrega a regañadientes, muy ocasionalmente.
La idea se me tornó obsesión y permanentemente trataba de tocar el tema con ella. Sólo lo aceptaba como fantasía mientras cogíamos, yo le decía que le íbamos a hacer doble penetración y mientras le cogía la conchita, le trabajaba la entrada de la cola, suavemente con un dedo: noté que eran los orgasmos más potentes los que ella disfrutaba de este modo. Sin embargo, al terminar, siempre decía que era eso, una fantasía y nada más, y que ni soñara que alguna vez se hiciera real.
Al preguntarle cual era el obstáculo, siempre me decía que tenía miedo de que la lastimaran o maltrataran o cosas así: yo creo que el miedo era a descubrir la puta salvaje que toda mujer lleva dentro, miedo a que yo mismo la viera sin ninguna inhibición ni límite, enloquecida de placer y lujuria.
Pasó el tiempo, pero mi obsesión no me abandonaba. En medio, atravesamos diversas crisis de pareja, altibajos como cualquiera, y el tema se fue enfriando…
Este año, en noviembre, nos tomamos unos días para visitar la costa uruguaya. Primeramente fuimos a La Paloma, que a esta altura del año tiene sus playas prácticamente desiertas.
El primer día de playa lo pasamos en La Balconada: armamos nuestra carpa playera, reposeras, y nos dedicamos a disfrutar tranquilos de la casi total soledad. Betty con los años comenzó a acostumbrarse a usar las tangas cada vez más cola-less: al principio le costaba, sobre toda en las playas del país, pero ante mi insistencia consintió en darme ese gusto. Calculo que también le gustará mostrarse y ser deseada, aunque no lo dice…
Cada tanto pasaban algunos caminantes solitarios, casi nadie en la playa. En un momento, un fuerte viento nos obligó a guarecernos en la carpa, la cual no tiene puerta.
La vi recostada y hermosa y le propuse masturbarnos frente a frente, ahí mismo, casi a la vista de quien pudiera pasar. Al principio no quería, pero poco a poco la idea de exponerse la fue excitando. Metió lentamente su mano bajo la tanga, separó las piernas, cerró sus ojos y comenzó a estimularse. A mí la pija se me escapaba de la malla, terminé por sacarla, ya no me importaba nada.
Betty me la miraba sin dejar de tocarse, la cabeza hinchada, las venas a tope, me empezó a gotear flujo pre-seminal, mi excitación era absoluta, rogaba que alguien pasara y viera esta escena. Se lo dije a ella y noté que comenzó a balancear la pelvis, a retorcerse, a tocarse con más fuerza. Corría los costados de la tanga y me mostraba la concha empapada. Hacía mucho tiempo que no la veía así. Acerqué mi pija inflamada a su mano libre y la asió casi con furia, apretándola hasta hacerme doler. Ya sus movimientos pélvicos eran los de una mujer que es penetrada, gemía y entreabría la boca, yo estaba por explotar. Y de repente, estalló en un violento orgasmo, largo, terrible. En unos pocos segundos, los chorros de mi leche cayeron calientes y espesos sobre su pelvis y panza. Quedamos exhaustos y felices. Con un hilo de voz ronca, me dijo “estuvo muy bueno hacerlo en la playa, me encantó”.
Los días siguientes fueron tranquilos, pero yo quería avanzar, llegar un poco más allá, o mejor dicho, hacer que Betty llegara más allá. Lógicamente, me debatía entre la fiebre del deseo y el miedo a las consecuencias. Hasta dónde llegaríamos? Realmente podríamos controlar una situación y a nosotros mismos en ella, o se iría todo al mismo infierno? Y el después?
Con todos estos sentimientos encontrados, el tercer día de playa nos encontró en La Aguada, al otro lado del pueblo. Aquí sí había más gente, es una playa de surfers, y si bien no estaba abarrotada, estaba mucho más concurrida que la otra playa.
Cerca del mediodía, me fui con el auto a comprar el almuerzo. Cada vez que la dejo sola en la playa, imagino que en mi ausencia se acercaran tipos a ella a chamuyarla y un escalofrío de adrenalina y calentura me recorre el cuerpo como un shock eléctrico. No puedo evitar pensarlo.
Volví a los 20 minutos, sándwichs y cerveza helada. Betty estaba en el mar, tomé la cámara de fotos para sacarle algunas, tan hermosa y sexy con su bikini tipo cebra, bien entangada a pedido mío. Luego de sacarle algunas fotos, me puse a mirar como habían quedado y descubrí que en mi ausencia había fotografiado a varios surfers.
Sé que le gustan y el morbo se me encendió un poquito. Pero fue aún más lejos: tenía varias fotos de un chabón de unos 25 o a lo sumo 30 años, con rastas largas, torso desnudo y marcado, sobre un caballo. Se ve que éste le había gustado más, o al menos era lo que yo quería. Me parecía el candidato apropiado y supuse que de alguna manera, ella lo había elegido.
Como un rayo, la idea vino a mi mente: quería que tuviera algo, lo que fuera, con ese tipo. Hasta donde se animara, sin forzarla. Sabía que sería una tarea ardua, si no imposible, convencerla. Que opondría mil reparos. Y que si accediera a algo, seguramente luego me lo reprocharía. Pero yo ya estaba decidido. Era ahora o nunca.
Cuando llegó a la carpa, con un tono de reproche risueño le espeté: “así que cuando me voy te dedicás a fotografiar machos”. Ella, sonriente, lo negó. “Acá están las pruebas, culpable” le dije entre risas. Ya se me notaba el bulto en el short.
Le pregunté si el del caballo le había gustado y respondió tibiamente que tal vez, que en realidad le gustó verlo pasar a caballo y otra sarta de excusas. Yo, sin ceder, jugué mi primera carta: “No sería un buen candidato para un trío?” “Nooo, ni loca, jamás” etc., etc.
“Entonces dejame que te proponga un juego, y no me interrumpas. Si lo que te propongo no te va, lo acepto. Pero escuchame hasta el final. Me gustaría que lo invitemos al chabón a la carpa y frente a mí le hagas una buena paja. Sólo eso. Nada de besos, nada de chupar pija, nada de coger. No es tan grave ni arriesgado, y tal vez sea el modo de alcanzar lo que alguna vez fantaseamos sin ir demasiado lejos. Pensalo 5 minutos, dame ese gusto. Aceptaré lo que decidas. Pero te aclaro que de hacerlo, a mí no me jode ni lastima, en realidad lo ansío”
Salí un momento fuera de la carpa. El calor y la excitación me ahogaban. Betty quedó en silencio y pensé que se había ofendido.
Despacio y sin palabra, volví a entrar, me senté a su lado y le pasé un brazo por los hombros.
De pronto, me miró y me dijo: “pero como lo vamos a hacer? A mí me da vergüenza, no sé qué hacer, no da que vaya yo a encararlo, va a pensar que soy una loca…” En ese momento, supe que ya lo había pensado, evaluado y aprobado, y una oleada de fuego me atravesó el cuerpo.
“Dejame a mí hablar con él. Llevo la cámara, para que vea tus fotos y le hago la propuesta. Vas a ver que se va a copar, y va a estar re bueno”
“Ok”-me dijo- “si acepta quiero que se cumplan algunas condiciones, si no olvídate: primero, que cuando el flaco se acerque a la carpa, me dejes sola con él, ese momento va a ser muy fuerte para mí y quiero vivirlo sola. Así que vos te vas a dar unas vueltas por ahí y no apareces antes de 10 minutos, por lo menos”
Eso realmente mucho no me gustó: quería ser testigo de todo, pero al parecer era eso o nada.
“ok, dalo por hecho, pero a los 10 minutos estoy acá. Para no incomodar, me voy a quedar mirando desde afuera; que otras condiciones hay?”
“Decile que no le voy a chupar la pija, ni me voy a desnudar. Y sólo podrá tocarme cuando y donde yo le indique. Yo dirigiré la situación”
Verla tan decidida y dominante me calentaba sobremanera, al fin asomaba la loba en celo que yo sabía que vivía dentro de ella…
“Y por último, quiero que siempre tengas presente que esto lo pediste vos. No quiero después reproches, ni celos, ni recriminaciones. Bancate las consecuencias, como me las voy a bancar yo. Está claro?”
“Clarísimo” –contesté con voz ronca, agarré la cámara y me fui a encarar al tipo. El corazón se me salía por la boca, imágenes obscenas me nublaban la vista a medida que me acercaba.
El flaco venia por la orilla del mar, con el caballo al paso. Lo saludé y le dije que necesitaba pedirle un favor. No abundaré en detalles de la negociación, la propuesta lo sorprendió, sobre todo porque era yo, el marido, quien se acercaba. No hizo falta mostrarle las fotos, me dijo que ya la había visto y que le parecía una hembra infernal. De buen gusto aceptó las condiciones y le dije que esperara alejado a que yo me fuera para luego acercarse. Obviamente, le aclaré que era MI MUJER, que por lo tanto la tratara como una reina, educadamente y que no cometiera ningún error o forzamiento, porque lo pagaría muy caro.
“Despreocupate, loco”-me dijo- “soy buena gente, ya te vas a enterar” con una sonrisa bastante libidinosa.
Pasé por la carpa a dejar la cámara. Temía que en el ínterin Betty se hubiera echado atrás. La noté tensa, pero cuando le dije “ya está todo arreglado” me dijo “ok, podés irte nomás”; y allá salí, con la cabeza dándome mil vueltas por segundo, a caminar sin rumbo, a pasar los diez minutos más largos de mi vida.
Al cabo, el lapso eterno se cumplió y volví con desesperación a la carpa. El caballo pastaba en unos yuyos ralos cerca de ahí. Noté que habían colgado una lona, ya que la carpa no tiene puerta, como para cubrir un poco la acción del resto de la gente en la playa. Pero lógicamente cubría una parte. Traté de no mirar enseguida, escuchaba susurros y risitas, murmullos, ruidos tenues de movimientos furtivos.
Me senté frente a la carpa, tomé coraje y miré, sin poder dar crédito a lo que veía: el flaco se había tendido boca arriba, a lo largo de la carpa. Sus bermudas las tenía a la altura de los tobillos. Betty se había sentado sobre sus piernas, casi a la altura de los genitales. No tenía el corpiño de la malla puesto, sí la tanga, y sus manos subían y bajaban pajeando al chabón, mientras se miraban fijamente y con deseo. La pija del flaco no era demasiado grande ni gorda, más bien mediana, pero lo que destacaba era la cabeza enorme y morada, como un hongo, parecía desproporcionada en relación al resto. Él cada tanto le acariciaba las tetas, muy suavemente, Betty apenas se frotaba sin dejar de pajearlo. Yo estaba desorbitado, enloquecido, como nunca!!
Betty respiraba trabajosamente, la boca entreabierta en un gesto lascivo, el flaco le decía barbaridades, tipo “ahí está tu marido, afuera, viéndote comportarte como una putita con un extraño” y frases por el estilo. A cada frase, Betty daba un gemido o un fuerte suspiro. Nunca la había visto tan caliente, tan puta. Cada tanto, acercaba su cara a la pija y se la escupía, para lubricarla. El chabón trataba de acercarle el miembro a la boca, pero ella, pícara, se escapaba justo a tiempo, diciendo “No, te dije que para eso no me dieron permiso, ok?”
El tipo empezó a jadear fuerte, evidentemente estaba por explotar. Betty aceleró el ritmo de la paja, utilizaba todos sus recursos para estimularlo. Se había acomodado mejor, frotando la conchita sobre uno de los muslos del flaco. Se notaba que tenía la tanga empapada de flujo, que perra!!!. El flaco, enloquecido, le sujetaba los cachetes del culo, los apretaba con desesperación, los separaba y eso a ella la ponía más en llamas
En un momento dado, el tipo grita “Acabo, perra!!!” Betty sin dejar de pajearlo, acerco el torso a la pija. El flaco empezó a eyacular gran cantidad de esperma, increíble, chorro tras chorro, en las tetas de Betty. Nunca había visto algo así, ni me ha pasado. Es más, uno de los chorros alcanzó a Betty en la cara, rozando la comisura de su boquita húmeda. Y para mi sorpresa, ella, a quien nunca le gustó el semen, con un gesto que parecía inconsciente, humedeció sus labios tocando apenas el semen que mojaba su comisura (luego me confesó que estaba can caliente y se sentía tan puta que hasta le gustó el sabor). Mientras el tipo aún se sacudía, Betty tuvo 2 orgasmos seguidos, uno tras otro. Finalmente, se recostó a un lado, exhausta y satisfecha.
El flaco, viéndome ahí, medio turbado, apenas alcanzó a decirle “gracias, bombón”, agarró sus ropas y desapareció.
Yo estaba petrificado. De golpe, entré a la carpa y la abracé. Aún tenía esperma en las tetas. La besé con desesperación, con avidez. Su boca sabía a macho. Me preguntó “estas contento ahora, conseguiste lo que tanto querías…” “Si, le dije, y vos?” “yo no puedo creer lo que hice, pero me gustó y mucho, más sabiendo que estabas ahí viéndolo todo”
De un manotón, le corrí la tanga a un costado y la penetré, feliz de la diosa y la puta que era mi mujer. No tardé demasiado en acabar, y logré arrancarle otro orgasmo. Al fin, mi sueño cumplido.
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