Entre muchas otras cosas mi marido tiene afición por la lectura. Tiene una colección inestimable de todos los autores, todos los géneros, todas las ediciones, incluso en casa de sus padres hay apiladas cajas y cajas llenas de ejemplares con los que podría abrir, si quisiera, un par de locales de venta de libros usados. Pero no fue eso precisamente lo que se le ocurrió, pero sí venderlos, por lo menos aquellos que ya no le interesara. Hizo algunas ventas por internet, también en forma particular, hasta que se puso en contacto, a través de Mercado Libre, con un coleccionista de ediciones antiguas. Mi marido tenía varios de esos, primeras ediciones del autor que se les ocurra, así que armó una estantería con todos esos títulos y lo llamo para que viniera a verlos y le hiciera una cotización. El problema es que el horario de ambos no coincidía y para colmo el fin de semana mi marido tuvo que viajar a Rosario por un problema de la empresa. Así que me encargó a mí cerrar el negocio. Me dio las instrucciones de cuánto pretendía libro por libro, lote por lote o por la colección completa. El coleccionista quedo en venir un martes por la tarde. La verdad me olvidé que venía, así que cuando llegó, estaba vestida de entre casa: un shortcito de jean, una blusa holgada, sin corpiño debajo y ojotas. Cuándo lo recibí, los ojos del tipo se fueron directo al escote de mi blusa, por donde el canal de mis pechos asomaba voluptuoso e incitante.
-¿La señora de (el apellido de mi marido)- preguntó con voz de locutor romántico.
-Sí, ¿el señor Ayala?- replique.
-El mismo, un placer conocerla- asintió tendiéndome la mano.
-Encantada- le correspondí estrechándosela.
Al estrecharle la mano sentí como una leve caricia de su palma contra la mía, casi imperceptible pero evidente. Lo hice, pasar, lo invite a tomar asiento, y le convide una taza de café. Se trataba de un hombre de más de 50 pero menos de 60, más cercano a esta última década. Cabello escaso, entrecano, engominado hacia atrás. Un bigotón casi cubierto de grises y panza prominente que delataba un trabajo sedentario.
Luego del café y de conversar un poco, y de decirme que no esperaba que un cliente tuviera una esposa tan atractiva… jaja, le mostré los libros. Los fue hojeando uno por uno, revisando las tapas, las hojas, sobre todo los bordes.
-Mmm… muy bien… ¿y esos de ahí abajo?- preguntó acomodándose los anteojos sobre el puente de la nariz.
-Son de una colección de Borges- le dije y me incliné para agarrar uno, fue entonces que me di cuenta que había quedado con el culo empinado hacia él.
-Pero… ¡que buen material!- exclamó risueñamente cuándo le di una edición de “El Aleph”, aunque por su expresión no sabía si se refería al libro o a mi cola.
-De los mejores- me sonreí también, entendiendo que se refería a lo último. En ese preciso instante, como si fuera una señal del destino, se escucha el llanto de mi bebé (sí, tengo un bebé de seis meses), reclamando su alimento.
-¿Me disculpa? Hora de la teta, usted siga viendo los libros- le digo.
Voy a la habitación, traigo a mi bebé conmigo a la sala, me siento frente al coleccionista y pelando una teta comienzo a amamantarlo. Los ojos del tipo iban de un lado a otro, del libro a mi pecho y viceversa. Cuando termina la primera tomada, le hago su provechito y lo cambio a la otra teta, pero sin guardarme la primera. Si antes los ojos del tipo se le salían de las órbitas, ahora se le daban vueltas. No era que estaba pensando en cogérmelo, pero por lo menos quería saber hasta donde era capaz de llegar, y además quería sacarme de encima esos benditos libros de una buena vez.
-¿Y, que le parece?- le pregunté con evidente doble sentido.
-La verdad que… muy interesante- asintió mirándome sin disimulo alguno el pecho desnudo –Como dije, material de primera, aunque…-
-¿Aunque qué?- quise saber.
-Es que tendría que hacerle una revisión más exhaustiva- respondió sin quitarme los ojos de encima.
Me sonreí, le hice un nuevo provechito a mi bebé y ya satisfecho lo devolví a su cuna, todo esto sin cubrirme los pechos, por lo que al volver a la sala estaba todavía con las tetas al descubierto. Me las agarre por abajo con las dos manos y levantándolas en señal de ofrenda, le dije:
-¿Le gustaría probarlas?-
Dejo el libro en el estante y se me vino al humo. Me abrazó con frenesí, apoyándome su paquete entre las piernas.
-¡Así te quería tener mamita, me venís calentando desde que llegue hija de puta, ¿Qué te crees que soy de fierro?- me dijo y besándome con frenesí comenzó a restregarse contra mi cuerpo como un perro alzado. De mi boca bajó a mis pechos y me los chupó sorbiendo golosamente la leche que había quedado.
-Me parece que vos y yo vamos a hacer un buen negocio- me dijo deslizando una mano por mi espalda, llegando así a mi culo, para tocármelo y estrujármelo a su antojo.
-¡Que ganas tenía de tocártelo desde que me lo pusiste enfrente… mmm… que buenas cachas tenés mamita!-
-Pero primero hablemos de negocios- le dije apartándolo con un suave empujoncito.
-¿Qué, me vas a cobrar?- se sobresaltó.
-No tonto, hablo de los libros, ¿Cuánto por todo?-
-Eh… no sé, tal vez…- titubeó.
-Mirá que cuánto mejor sea la cotización, mejor me voy a portar yo- lo incito.
-Bueno, eh… ¿Qué te parece (X) pesos?-
-¡No me jodas!- ahora la que se sobresaltó fui yo –Por eso te hago un pete, y como mucho una turca-
-Está bien, a ver... digamos… ¿(X) pesos por toda la colección?-
-Así está mucho mejor, aunque me gustaría más (X) pesos- le dije mencionando una cifra que sobrepasaba lo que había fijado mi marido.
-No sé…- volvió titubear, rascándose la cabeza.
Le di un empujón para hacerlo caer sentado en el sofá, me le senté encima, a horcajadas, y le comí la boca, enredando mi lengua con la suya.
-Mirá que puedo ser muy agradecida, eh- le confié.
-Está bien, está bien, te doy lo que pidas- aceptó finalmente.
-Lo que pida, ¿en serio?- repetí sonriéndole pícaramente, a la vez que me chava de rodillas entre sus piernas y comenzaba a desprenderle el pantalón, sin dejar de acariciar por sobre la tela una importante erección.
Enseguida tuve entre mis manos una pija corta pero bastante gruesa, con una cabeza que parecía el sombrero de un hongo. Se la besé en la punta y deslicé mi lengua arriba y abajo, lamiéndola en toda su extensión, llegando incluso hasta sus huevos, a los que traté con suma deferencia, besándolos, chupándolos, mordiéndolos… llenándome la boca con uno y otro, para luego subir y comenzar a comerme pedazo por pedazo, pieza por pieza, primero el glande, caliente, jugoso, hinchado, y luego lo demás, hasta que aquello que parecía un hongo se me queda atracado en la garganta, se me viene una arcada, pero la contengo y voy por el resto, llegando a guardármela toda dentro de la boca. Mis labios rozan sus huevos y los pendejos, gruesos y erizados, me hacen cosquillas en la puntita de la nariz. La suelto, toda pringosa y entumecida, cubierta con mis babas y me la vuelvo a comer, hasta la raíz, y así una y otra vez, deleitándome con cada porción de pija, delirando al coleccionista en una forma por demás impiadosa.
-¡Uffffff… ahhhhhh… que buen mamada…!- exclama entre plácidos suspiros, expresando de todas las maneras posibles, lo mucho que lo satisfacía la tirada de goma que le estaba haciendo.
A mí también debo decir, ya que tenía una pija riquísima, de esas que dan ganas de chupar y chupar hasta arrancarle la piel a pura succión.
Ya con la pija en lo máximo de su esplendor, me levanté y me saque toda la ropa, dando una vueltita para que pudiera contemplarme sin impedimentos.
-¡Uy, que caramelito me voy a comer!- expresó alborozado, frotándose firmemente la poronga mientras se regocijaba los sentidos con mis curvas.
A toda prisa se sacó los zapatos, se arrancó prácticamente el pantalón, el calzoncillo y cuando estaba a punto de desanudarse la corbata, le dije:
-Esperá, dejame eso a mí-
Me le volví a sentar encima, con su pija restregándose entre mis partes íntimas, le saque primero la corbata, y luego, mientras lo besaba jugosa y efusivamente, raspándome los labios con sus ásperos y gruesos bigotes, le fui desprendiendo botón por botón de la camisa. Cuando llegué al último botón, se la abrí de par en par, y enterrando la nariz en su pecho velludo aspiré ese aroma tan varonil e incitante, puro olor a macho caliente, le mordí despacito las tetillas, se las chupé y seguí por la línea del vientre, lamiendo y besando todo a mi paso, metiéndole la lengua en el ombligo, dando vueltas y vueltas ahí dentro, para así llegar de nuevo a la pija, furiosamente enhiesta, y volver a chupársela con entusiasta frenesí. Esta vez me agarró con sus manos de los costados de mi cabeza y me acompañó en ese ir y venir que yo realizaba en torno a su macizo contorno. Luego de chupársela bien chupada, le puse un forro de los que usamos con mi marido, y lo monté con todas las ganas, pero antes de ensartármela, se la agarré con una mano y la froté contra mis labios vaginales… sentí como una descarga eléctrica que me hizo vibrar toda… recién entonces acomodé la cabeza en forma de hongo entre mis labios y me fui dejando caer, succionando todo ese grueso bastón de carne que supo amoldarse perfectamente a mis ajustadas dimensiones.
Lancé una exclamación de júbilo al tenerla toda adentro, palpitando de excitación, llenándome con esa turgencia que me colmaba de sensaciones… sensaciones intensas, maravillosas. De a poco empecé a moverme, arriba y abajo, arriba y abajo, sintiendo en lo más profundo esas deliciosas punciones que me remecen hasta el alma.
Al principio mis oscilaciones eran pausadas y lentas, toda una “Lady” montando a su corcel, pero progresivamente las fui acelerando, clavándome con más fuerza en ese palpitante y turgente morcillón que se me enterraba hasta lo más íntimo, transformándome ahora sí en una amazona cabalgando a su salvaje semental. No claudicaba, muy por el contario, intensificaba el ritmo, haciendo de la gorda verga del coleccionista mi centro de gravedad, el eje de todos mis movimientos, subía y bajaba, acoplándome a la perfección, entregándole mis pechos para que los degustara a su antojo. Y eso era, precisamente, lo que hacía, me los chupaba, besaba, mordía, se empalaga con la leche que fluía a borbotones de mis pezones.
Luego de tan intensa jineteada, me baje de tan confortable montura, y me puse en cuatro palmeándome yo misma las nalgas, entregándome con moño y todo. El coleccionista se levantó, me palmeó él también las nalgas y aferrando su gordo nabo con una mano lo ubicó prestamente entre mis cachas… cuando sentí la gorda cabeza quemándome los labios, solo tuve que ir para atrás y devorármelo hasta la mitad, él se ocupó de meter el resto, entonces me agarró de la cintura y empezó a cogerme con todo, bien a lo bestia, irradiando con cada empuje toda la calentura que tenía encima. Cada golpe de su pelvis contra mi retaguardia producía un estruendoso sonido que resonaba por sobre nuestros gemidos y jadeos. Los dos nos movíamos, él para adelante, yo para atrás, esforzándonos ambos por concretar una penetración cada vez más profunda, aunque ello fuera imposible, ya que me la estaba metiendo hasta los huevos. De pronto me la dejo clavada bien adentro y pegándome una fuerte nalgada, exclamó:
-¡Que puta había resultado la esposa de mi cliente!-
-¡Muy pero muy puta!- le reafirmé, a la vez que lo empujaba hacia atrás con la cola, hasta dejarlo sentado, acomodándome yo encima, todo esto con su pija aún latiendo en mi interior.
Al parecer se había cansado de tanto moverse. Pero yo no quería parar, ni siquiera para recobrar el aliento, quería seguir cogiendo, quería seguir sintiendo en mis adentros esa potencia viva y encarnada.
Ahora fui yo la que empezó a moverse, saltando prácticamente sobre sus piernas, clavándome una y otra vez toda esa barra de carne, que pese al látex se notaba caliente y resbalosa. Entonces lo sentí… lo sentí llegar… el orgasmo explotó en una forma por demás estruendosa. Mis gemidos debieron escucharse hasta en el pasillo del edificio, no me importaba, necesitaba liberar de una sola vez toda esa tensión sexual que había acumulado desde que el coleccionista atravesó la puerta de mi departamento. Al sentir que me mojaba toda y que acababa tan violentamente, el coleccionista acabó conmigo. Sus roncos jadeos se mezclaron con los míos, a la vez que me aferraba por las tetas y me mantenía apretada contra su cuerpo, llenando el forro hasta su máxima capacidad.
Ya pasado el fragor de la batalla, me fui levantando despacio, sosteniendo la base del forro con el índice y el pulgar de la mano derecha, para que no se saliera, y me desclavé. Al hacerlo la leche empezó a salir por los costados del preservativo. Se me hacía agua la boca al ver la cantidad que había eyaculado. Con la conchita todavía latiéndome de placer, me acomodé en el suelo, entre sus piernas, le saque yo misma el forro, le hice el nudito en la punta para desecharlo, y le volví a chupar la pija, succionando vorazmente cada pedazo, saboreando con suma delectación el semen que había quedado impregnado en su superficie. El tipo estaba que ya no daba más, se lo notaba exhausto aunque sumamente complacido.
-¡Que polvo por Dios!- exclamaba entre risas y suspiros -¡Hace años que no me echaba un polvo así!- y acariciándome paternalmente la cabeza, agregó: -¡Gracias!-
-Gracias a vos…- le replique -… por tener una pija tan rica- y se la seguí chupando, mirándolo siempre a los ojos.
Y así fue como logré vender la colección de libros de mi marido, y con el mejor precio de mercado. Mi marido contentísimo, obvio… jeje.
-¿La señora de (el apellido de mi marido)- preguntó con voz de locutor romántico.
-Sí, ¿el señor Ayala?- replique.
-El mismo, un placer conocerla- asintió tendiéndome la mano.
-Encantada- le correspondí estrechándosela.
Al estrecharle la mano sentí como una leve caricia de su palma contra la mía, casi imperceptible pero evidente. Lo hice, pasar, lo invite a tomar asiento, y le convide una taza de café. Se trataba de un hombre de más de 50 pero menos de 60, más cercano a esta última década. Cabello escaso, entrecano, engominado hacia atrás. Un bigotón casi cubierto de grises y panza prominente que delataba un trabajo sedentario.
Luego del café y de conversar un poco, y de decirme que no esperaba que un cliente tuviera una esposa tan atractiva… jaja, le mostré los libros. Los fue hojeando uno por uno, revisando las tapas, las hojas, sobre todo los bordes.
-Mmm… muy bien… ¿y esos de ahí abajo?- preguntó acomodándose los anteojos sobre el puente de la nariz.
-Son de una colección de Borges- le dije y me incliné para agarrar uno, fue entonces que me di cuenta que había quedado con el culo empinado hacia él.
-Pero… ¡que buen material!- exclamó risueñamente cuándo le di una edición de “El Aleph”, aunque por su expresión no sabía si se refería al libro o a mi cola.
-De los mejores- me sonreí también, entendiendo que se refería a lo último. En ese preciso instante, como si fuera una señal del destino, se escucha el llanto de mi bebé (sí, tengo un bebé de seis meses), reclamando su alimento.
-¿Me disculpa? Hora de la teta, usted siga viendo los libros- le digo.
Voy a la habitación, traigo a mi bebé conmigo a la sala, me siento frente al coleccionista y pelando una teta comienzo a amamantarlo. Los ojos del tipo iban de un lado a otro, del libro a mi pecho y viceversa. Cuando termina la primera tomada, le hago su provechito y lo cambio a la otra teta, pero sin guardarme la primera. Si antes los ojos del tipo se le salían de las órbitas, ahora se le daban vueltas. No era que estaba pensando en cogérmelo, pero por lo menos quería saber hasta donde era capaz de llegar, y además quería sacarme de encima esos benditos libros de una buena vez.
-¿Y, que le parece?- le pregunté con evidente doble sentido.
-La verdad que… muy interesante- asintió mirándome sin disimulo alguno el pecho desnudo –Como dije, material de primera, aunque…-
-¿Aunque qué?- quise saber.
-Es que tendría que hacerle una revisión más exhaustiva- respondió sin quitarme los ojos de encima.
Me sonreí, le hice un nuevo provechito a mi bebé y ya satisfecho lo devolví a su cuna, todo esto sin cubrirme los pechos, por lo que al volver a la sala estaba todavía con las tetas al descubierto. Me las agarre por abajo con las dos manos y levantándolas en señal de ofrenda, le dije:
-¿Le gustaría probarlas?-
Dejo el libro en el estante y se me vino al humo. Me abrazó con frenesí, apoyándome su paquete entre las piernas.
-¡Así te quería tener mamita, me venís calentando desde que llegue hija de puta, ¿Qué te crees que soy de fierro?- me dijo y besándome con frenesí comenzó a restregarse contra mi cuerpo como un perro alzado. De mi boca bajó a mis pechos y me los chupó sorbiendo golosamente la leche que había quedado.
-Me parece que vos y yo vamos a hacer un buen negocio- me dijo deslizando una mano por mi espalda, llegando así a mi culo, para tocármelo y estrujármelo a su antojo.
-¡Que ganas tenía de tocártelo desde que me lo pusiste enfrente… mmm… que buenas cachas tenés mamita!-
-Pero primero hablemos de negocios- le dije apartándolo con un suave empujoncito.
-¿Qué, me vas a cobrar?- se sobresaltó.
-No tonto, hablo de los libros, ¿Cuánto por todo?-
-Eh… no sé, tal vez…- titubeó.
-Mirá que cuánto mejor sea la cotización, mejor me voy a portar yo- lo incito.
-Bueno, eh… ¿Qué te parece (X) pesos?-
-¡No me jodas!- ahora la que se sobresaltó fui yo –Por eso te hago un pete, y como mucho una turca-
-Está bien, a ver... digamos… ¿(X) pesos por toda la colección?-
-Así está mucho mejor, aunque me gustaría más (X) pesos- le dije mencionando una cifra que sobrepasaba lo que había fijado mi marido.
-No sé…- volvió titubear, rascándose la cabeza.
Le di un empujón para hacerlo caer sentado en el sofá, me le senté encima, a horcajadas, y le comí la boca, enredando mi lengua con la suya.
-Mirá que puedo ser muy agradecida, eh- le confié.
-Está bien, está bien, te doy lo que pidas- aceptó finalmente.
-Lo que pida, ¿en serio?- repetí sonriéndole pícaramente, a la vez que me chava de rodillas entre sus piernas y comenzaba a desprenderle el pantalón, sin dejar de acariciar por sobre la tela una importante erección.
Enseguida tuve entre mis manos una pija corta pero bastante gruesa, con una cabeza que parecía el sombrero de un hongo. Se la besé en la punta y deslicé mi lengua arriba y abajo, lamiéndola en toda su extensión, llegando incluso hasta sus huevos, a los que traté con suma deferencia, besándolos, chupándolos, mordiéndolos… llenándome la boca con uno y otro, para luego subir y comenzar a comerme pedazo por pedazo, pieza por pieza, primero el glande, caliente, jugoso, hinchado, y luego lo demás, hasta que aquello que parecía un hongo se me queda atracado en la garganta, se me viene una arcada, pero la contengo y voy por el resto, llegando a guardármela toda dentro de la boca. Mis labios rozan sus huevos y los pendejos, gruesos y erizados, me hacen cosquillas en la puntita de la nariz. La suelto, toda pringosa y entumecida, cubierta con mis babas y me la vuelvo a comer, hasta la raíz, y así una y otra vez, deleitándome con cada porción de pija, delirando al coleccionista en una forma por demás impiadosa.
-¡Uffffff… ahhhhhh… que buen mamada…!- exclama entre plácidos suspiros, expresando de todas las maneras posibles, lo mucho que lo satisfacía la tirada de goma que le estaba haciendo.
A mí también debo decir, ya que tenía una pija riquísima, de esas que dan ganas de chupar y chupar hasta arrancarle la piel a pura succión.
Ya con la pija en lo máximo de su esplendor, me levanté y me saque toda la ropa, dando una vueltita para que pudiera contemplarme sin impedimentos.
-¡Uy, que caramelito me voy a comer!- expresó alborozado, frotándose firmemente la poronga mientras se regocijaba los sentidos con mis curvas.
A toda prisa se sacó los zapatos, se arrancó prácticamente el pantalón, el calzoncillo y cuando estaba a punto de desanudarse la corbata, le dije:
-Esperá, dejame eso a mí-
Me le volví a sentar encima, con su pija restregándose entre mis partes íntimas, le saque primero la corbata, y luego, mientras lo besaba jugosa y efusivamente, raspándome los labios con sus ásperos y gruesos bigotes, le fui desprendiendo botón por botón de la camisa. Cuando llegué al último botón, se la abrí de par en par, y enterrando la nariz en su pecho velludo aspiré ese aroma tan varonil e incitante, puro olor a macho caliente, le mordí despacito las tetillas, se las chupé y seguí por la línea del vientre, lamiendo y besando todo a mi paso, metiéndole la lengua en el ombligo, dando vueltas y vueltas ahí dentro, para así llegar de nuevo a la pija, furiosamente enhiesta, y volver a chupársela con entusiasta frenesí. Esta vez me agarró con sus manos de los costados de mi cabeza y me acompañó en ese ir y venir que yo realizaba en torno a su macizo contorno. Luego de chupársela bien chupada, le puse un forro de los que usamos con mi marido, y lo monté con todas las ganas, pero antes de ensartármela, se la agarré con una mano y la froté contra mis labios vaginales… sentí como una descarga eléctrica que me hizo vibrar toda… recién entonces acomodé la cabeza en forma de hongo entre mis labios y me fui dejando caer, succionando todo ese grueso bastón de carne que supo amoldarse perfectamente a mis ajustadas dimensiones.
Lancé una exclamación de júbilo al tenerla toda adentro, palpitando de excitación, llenándome con esa turgencia que me colmaba de sensaciones… sensaciones intensas, maravillosas. De a poco empecé a moverme, arriba y abajo, arriba y abajo, sintiendo en lo más profundo esas deliciosas punciones que me remecen hasta el alma.
Al principio mis oscilaciones eran pausadas y lentas, toda una “Lady” montando a su corcel, pero progresivamente las fui acelerando, clavándome con más fuerza en ese palpitante y turgente morcillón que se me enterraba hasta lo más íntimo, transformándome ahora sí en una amazona cabalgando a su salvaje semental. No claudicaba, muy por el contario, intensificaba el ritmo, haciendo de la gorda verga del coleccionista mi centro de gravedad, el eje de todos mis movimientos, subía y bajaba, acoplándome a la perfección, entregándole mis pechos para que los degustara a su antojo. Y eso era, precisamente, lo que hacía, me los chupaba, besaba, mordía, se empalaga con la leche que fluía a borbotones de mis pezones.
Luego de tan intensa jineteada, me baje de tan confortable montura, y me puse en cuatro palmeándome yo misma las nalgas, entregándome con moño y todo. El coleccionista se levantó, me palmeó él también las nalgas y aferrando su gordo nabo con una mano lo ubicó prestamente entre mis cachas… cuando sentí la gorda cabeza quemándome los labios, solo tuve que ir para atrás y devorármelo hasta la mitad, él se ocupó de meter el resto, entonces me agarró de la cintura y empezó a cogerme con todo, bien a lo bestia, irradiando con cada empuje toda la calentura que tenía encima. Cada golpe de su pelvis contra mi retaguardia producía un estruendoso sonido que resonaba por sobre nuestros gemidos y jadeos. Los dos nos movíamos, él para adelante, yo para atrás, esforzándonos ambos por concretar una penetración cada vez más profunda, aunque ello fuera imposible, ya que me la estaba metiendo hasta los huevos. De pronto me la dejo clavada bien adentro y pegándome una fuerte nalgada, exclamó:
-¡Que puta había resultado la esposa de mi cliente!-
-¡Muy pero muy puta!- le reafirmé, a la vez que lo empujaba hacia atrás con la cola, hasta dejarlo sentado, acomodándome yo encima, todo esto con su pija aún latiendo en mi interior.
Al parecer se había cansado de tanto moverse. Pero yo no quería parar, ni siquiera para recobrar el aliento, quería seguir cogiendo, quería seguir sintiendo en mis adentros esa potencia viva y encarnada.
Ahora fui yo la que empezó a moverse, saltando prácticamente sobre sus piernas, clavándome una y otra vez toda esa barra de carne, que pese al látex se notaba caliente y resbalosa. Entonces lo sentí… lo sentí llegar… el orgasmo explotó en una forma por demás estruendosa. Mis gemidos debieron escucharse hasta en el pasillo del edificio, no me importaba, necesitaba liberar de una sola vez toda esa tensión sexual que había acumulado desde que el coleccionista atravesó la puerta de mi departamento. Al sentir que me mojaba toda y que acababa tan violentamente, el coleccionista acabó conmigo. Sus roncos jadeos se mezclaron con los míos, a la vez que me aferraba por las tetas y me mantenía apretada contra su cuerpo, llenando el forro hasta su máxima capacidad.
Ya pasado el fragor de la batalla, me fui levantando despacio, sosteniendo la base del forro con el índice y el pulgar de la mano derecha, para que no se saliera, y me desclavé. Al hacerlo la leche empezó a salir por los costados del preservativo. Se me hacía agua la boca al ver la cantidad que había eyaculado. Con la conchita todavía latiéndome de placer, me acomodé en el suelo, entre sus piernas, le saque yo misma el forro, le hice el nudito en la punta para desecharlo, y le volví a chupar la pija, succionando vorazmente cada pedazo, saboreando con suma delectación el semen que había quedado impregnado en su superficie. El tipo estaba que ya no daba más, se lo notaba exhausto aunque sumamente complacido.
-¡Que polvo por Dios!- exclamaba entre risas y suspiros -¡Hace años que no me echaba un polvo así!- y acariciándome paternalmente la cabeza, agregó: -¡Gracias!-
-Gracias a vos…- le replique -… por tener una pija tan rica- y se la seguí chupando, mirándolo siempre a los ojos.
Y así fue como logré vender la colección de libros de mi marido, y con el mejor precio de mercado. Mi marido contentísimo, obvio… jeje.
28 comentarios - Me lo mandó mi marido... jaja
Muy buen relato.
Lo comparto, me quedé sin puntos..mañana vuelvo con ellos!!
sale reco y puntitos para ud, experta en encender la llama del deseo!
Muy caliente!
Gracias por compartir
¿tenes mas libros para vender?
te mando un beso atorranta hermosa Misko
Increiblemente te superás en cada relato, en cada situación, que maravilla Marita, me enloqueció esta historia !!!
Recomiendo, dejo puntos y toda mi admiración de siempre. Genia !!!
La mejor forma de agradecer es comentando a quien te comenta.
+10
pasaste por mis aportes a la comunidad?
comentar es el mejor agradecimiento.
de esta forma te digo GRACIAS.