A Mario Ontivero lo conocí haciendo negocios. Era un hombre de 65 años, bien plantado, de gustos refinados y muy elegante. Hicimos varias operaciones exitosas y rentables. Lo invité a cenar a casa porque varias veces le hablé de las dotes de anfitriona de Rocío y quería que la conociera.
Llegó puntual, enfundado en un traje azul, de corbata roja y camisa blanca. Un vino tinto elegido de excelente cosecha y un enorme ramo de flores silvestres para la dama. Ella había dejado la cena terminándose de hacer y estaba cambiándose en la planta alta, así que lo hice pasar y le convidé wiskey. Nos sentamos a charlar y a escuchar un disco, y en eso estábamos cuando Ro bajó enfundada en un vestido blanco estrechadísimo al cuerpo, de falda corta y, lo que lo hacía extremadamente sensual, por completo sin espalda.
Don Mario se paró de un salto, le tomó la mano y se la besó.
- Por fin la conozco, su marido me habló mucho y muy bien de usted.
- Y a mí de usted. Es un placer recibirlo.
- Créame señora, que el placer es todo mío.
Tuvimos una cena fantástica, una charla profunda y vivaz. La comida estaba exquisita y Ro nos atendió de maravillas. Ya estábamos en el café y los puros, y Don Mario nos contó que había enviudado hacía cinco años, y todo lo que extrañaba a su esposa.
- Créanme que todo se extraña, pero hay noches que son horribles.
- ¿Por la soledad?. Pregunté inocente.
- Por la soledad, querido amigo, y por el sexo. ¿Para qué ocultarlo?.
Hubo un silencio un poco espeso de unos segundos, que Ro rompió ofertándole ver fotos de mi autoría, a lo que nuestro invitado accedió gustoso.
Debo reconocer que lo hice a propósito. Subí a buscar más fotos e intercalé los desnudos de Ro y la sesión que le hice teniendo sexo con un modelo.
Nuestro huésped fue observando las colecciones con interés y, cuando llegó a las fotos de Ro, se detuvo. La miró fijamente a los ojos y le dijo:
- Rocío, eres una hermosísima mujer vestida y una verdadera Venus desnuda.
- Gracias, Don Mario. Bajando el mentón y sonriendo.
- Mostrale, Ro.
- No, amigo, no es necesario... Mientras él me decía esto, Ro había empezado a bajar sus breteles y asomaban sus pechos desnudos. Cayó el vestido al piso y se bajó la tanguita, lentamente.
- Vení mi amor.
La senté en mis piernas y comencé a acariciarla por todo el cuerpo. Ella me besaba la cara y el cuello.
Cuando miré a Mario, noté que estaba llorando. Puse a Rocío de pie y la llevé hasta que quedara frente al invitado, la arrodillé y, tomándola de los hombros suavemente, la acompañé hasta la entrepierna.
El hombre lloraba mirando al techo.
Le desabrochó el cinturón y el pantalón y se los bajó despacio. Le besó las pantorrillas y la entrepierna mientras le acariciaba el bajo vientre, las bolas, y su pene fláccido, rosado, venoso y extraordinariamente gordo. Lo besaba muy lentamente, para asegurarse que la poderosa sensación tuviera el efecto deseado.
Le quitó la camisa y el resto de la ropa hasta dejarlo absolutamente desnudo. Allí sobre el sillón de nuestro living lo acomodó convenientemente y se le sentó en la cara.
- Coma, señor mío... cómame.
Ella le puso su vagina en la boca y él empezó a lamerla. Me saqué los pantalones, me paré en el apoyabrazos y le llené la boca de carne, ella la tragó toda, sin chupar, sentía sus pequeños estertores en mi sexo.
Después de unos minutos me retiró, giró 180 grados y se acostó sobre él para un sesenta y nueve. Me tomó de la mano y me ubicó frente a ella, bien cerca y a su altura.
- Mirá bien cómo me como esta verga llena de experiencia, mi amor. Sin soltarla se la ponía en la boca, la sacaba y me besaba. Así lo hizo seis o siete veces, hasta que siguió en lo suyo y me dejó ahí, contemplando.
Le empezó a lamer el culo, primero el contorno, después le metió la lengua, todo lo que pudo. La verga de Don Mario comenzó a crecer y a ponerse rígida, adquirió un color violáceo y un vigor inusitados. Ro lo comenzó a mamar con su exquisito arte, mientras le ponía un dedo en el culo. Le pasaba la lengua por las bolas y le chupaba la cabeza, alternativamente. Yo disfrutaba el espectáculo desde no más de 50cm. Estaba anonadado con la escena, Ro sostuvo la palpitante pija firmemente con su mano por la base mientras lo chupaba y le metía ahora dos dedos en el orto. Cosa que, al levantarme para acomodarme, vi que nuestro visitante le hacía a ella.
Los dos gemían fuerte. Identifiqué al menos tres orgasmos de mi amada.
Repentinamente, ella se irguió y en un rápido movimiento se sentó sobre él, franqueándole su precioso culo, que se devoró la poronga del viejo por entero. Daba pequeños saltos, bajos pero enérgicos.
Allí fue donde nuestro invitado se transformó. Sin sacársela del culo, y usando sus brazos, la levantó y se levantó, la dobló sobre la panza, orientándola hacia donde yo estaba. Ro quedó parada, con las piernas abiertas, el culo empalado y mi verga a 5cm de su boca hambrienta de virilidad. Mario la tomó de las caderas y la empezó a bombear con fuerza.
- Coma pija, mi señora, coma todo lo que le dan.
Ella obedeció y sólo dejaba que los empujones la hicieran fellarme. Sus caderas habían quedado más altas que mis ojos, y eso me permitía ver la poronga entrando y saliendo de su culito.
Me calentó tanto que acabé enseguida, y ella saboreó hasta la última gota. Después, me miró directo a los ojos:
- No sabés lo bien que me está cogiendo.
- Disfrutalo, bebé, disfrutalo.
De repente, Don Mario se quedó quieto y supe que le acabaría en el culo. Luego profirió un grito gutural y la sacó, victoriosa, hinchada, todavía erguida. Cayó en el sillón.
Ro giró sobre sí misma, se agachó a los pies de él y se la chupó durante una hora sin parar, hasta que lo hizo acabar en su boca.
- Gracias, Don Mario.
- Gracias a usted, señora, por “la” noche de mi madurez.
Los tres nos vestimos, tomamos café y Don Mario se fue.
Llegó puntual, enfundado en un traje azul, de corbata roja y camisa blanca. Un vino tinto elegido de excelente cosecha y un enorme ramo de flores silvestres para la dama. Ella había dejado la cena terminándose de hacer y estaba cambiándose en la planta alta, así que lo hice pasar y le convidé wiskey. Nos sentamos a charlar y a escuchar un disco, y en eso estábamos cuando Ro bajó enfundada en un vestido blanco estrechadísimo al cuerpo, de falda corta y, lo que lo hacía extremadamente sensual, por completo sin espalda.
Don Mario se paró de un salto, le tomó la mano y se la besó.
- Por fin la conozco, su marido me habló mucho y muy bien de usted.
- Y a mí de usted. Es un placer recibirlo.
- Créame señora, que el placer es todo mío.
Tuvimos una cena fantástica, una charla profunda y vivaz. La comida estaba exquisita y Ro nos atendió de maravillas. Ya estábamos en el café y los puros, y Don Mario nos contó que había enviudado hacía cinco años, y todo lo que extrañaba a su esposa.
- Créanme que todo se extraña, pero hay noches que son horribles.
- ¿Por la soledad?. Pregunté inocente.
- Por la soledad, querido amigo, y por el sexo. ¿Para qué ocultarlo?.
Hubo un silencio un poco espeso de unos segundos, que Ro rompió ofertándole ver fotos de mi autoría, a lo que nuestro invitado accedió gustoso.
Debo reconocer que lo hice a propósito. Subí a buscar más fotos e intercalé los desnudos de Ro y la sesión que le hice teniendo sexo con un modelo.
Nuestro huésped fue observando las colecciones con interés y, cuando llegó a las fotos de Ro, se detuvo. La miró fijamente a los ojos y le dijo:
- Rocío, eres una hermosísima mujer vestida y una verdadera Venus desnuda.
- Gracias, Don Mario. Bajando el mentón y sonriendo.
- Mostrale, Ro.
- No, amigo, no es necesario... Mientras él me decía esto, Ro había empezado a bajar sus breteles y asomaban sus pechos desnudos. Cayó el vestido al piso y se bajó la tanguita, lentamente.
- Vení mi amor.
La senté en mis piernas y comencé a acariciarla por todo el cuerpo. Ella me besaba la cara y el cuello.
Cuando miré a Mario, noté que estaba llorando. Puse a Rocío de pie y la llevé hasta que quedara frente al invitado, la arrodillé y, tomándola de los hombros suavemente, la acompañé hasta la entrepierna.
El hombre lloraba mirando al techo.
Le desabrochó el cinturón y el pantalón y se los bajó despacio. Le besó las pantorrillas y la entrepierna mientras le acariciaba el bajo vientre, las bolas, y su pene fláccido, rosado, venoso y extraordinariamente gordo. Lo besaba muy lentamente, para asegurarse que la poderosa sensación tuviera el efecto deseado.
Le quitó la camisa y el resto de la ropa hasta dejarlo absolutamente desnudo. Allí sobre el sillón de nuestro living lo acomodó convenientemente y se le sentó en la cara.
- Coma, señor mío... cómame.
Ella le puso su vagina en la boca y él empezó a lamerla. Me saqué los pantalones, me paré en el apoyabrazos y le llené la boca de carne, ella la tragó toda, sin chupar, sentía sus pequeños estertores en mi sexo.
Después de unos minutos me retiró, giró 180 grados y se acostó sobre él para un sesenta y nueve. Me tomó de la mano y me ubicó frente a ella, bien cerca y a su altura.
- Mirá bien cómo me como esta verga llena de experiencia, mi amor. Sin soltarla se la ponía en la boca, la sacaba y me besaba. Así lo hizo seis o siete veces, hasta que siguió en lo suyo y me dejó ahí, contemplando.
Le empezó a lamer el culo, primero el contorno, después le metió la lengua, todo lo que pudo. La verga de Don Mario comenzó a crecer y a ponerse rígida, adquirió un color violáceo y un vigor inusitados. Ro lo comenzó a mamar con su exquisito arte, mientras le ponía un dedo en el culo. Le pasaba la lengua por las bolas y le chupaba la cabeza, alternativamente. Yo disfrutaba el espectáculo desde no más de 50cm. Estaba anonadado con la escena, Ro sostuvo la palpitante pija firmemente con su mano por la base mientras lo chupaba y le metía ahora dos dedos en el orto. Cosa que, al levantarme para acomodarme, vi que nuestro visitante le hacía a ella.
Los dos gemían fuerte. Identifiqué al menos tres orgasmos de mi amada.
Repentinamente, ella se irguió y en un rápido movimiento se sentó sobre él, franqueándole su precioso culo, que se devoró la poronga del viejo por entero. Daba pequeños saltos, bajos pero enérgicos.
Allí fue donde nuestro invitado se transformó. Sin sacársela del culo, y usando sus brazos, la levantó y se levantó, la dobló sobre la panza, orientándola hacia donde yo estaba. Ro quedó parada, con las piernas abiertas, el culo empalado y mi verga a 5cm de su boca hambrienta de virilidad. Mario la tomó de las caderas y la empezó a bombear con fuerza.
- Coma pija, mi señora, coma todo lo que le dan.
Ella obedeció y sólo dejaba que los empujones la hicieran fellarme. Sus caderas habían quedado más altas que mis ojos, y eso me permitía ver la poronga entrando y saliendo de su culito.
Me calentó tanto que acabé enseguida, y ella saboreó hasta la última gota. Después, me miró directo a los ojos:
- No sabés lo bien que me está cogiendo.
- Disfrutalo, bebé, disfrutalo.
De repente, Don Mario se quedó quieto y supe que le acabaría en el culo. Luego profirió un grito gutural y la sacó, victoriosa, hinchada, todavía erguida. Cayó en el sillón.
Ro giró sobre sí misma, se agachó a los pies de él y se la chupó durante una hora sin parar, hasta que lo hizo acabar en su boca.
- Gracias, Don Mario.
- Gracias a usted, señora, por “la” noche de mi madurez.
Los tres nos vestimos, tomamos café y Don Mario se fue.
2 comentarios - La Noche Madura (Mis hermosos cuernos)