Disculpen la ausencia de estas semanas, pero le estoy buscando guarderia a mi bebe, el 15 ya me debo reintegrar al trabajo y todavía no se donde dejarlo, igual, como verán, no me privo de ciertos placeres, como el de comer carne en viernes santo... ¿será pecado? Si lo es no rechazo mi condena y es que bocados así no se encuentran todos los dias.
Fin de semana de Pascua en San Justo. El reencuentro con mis viejos, mis hermanos, algún primo que llega de visita. Es volver a mi casa paterna, el lugar donde nací, crecí y me crié. No quedan muchas de mis amigas de la adolescencia, o mejor dicho no queda ninguna. La mayoría, ya casadas y lejos del lugar que las vio crecer. En mi caso me gusta volver a las fuentes, recorrer las calles que tantas veces transité de chica. Extrañamente hasta hace algún tiempo había mantenido a San Justo lejos de mis escarceos amorosos, de mis infidelidades, es mi casa y la casa se respeta. Pero determinadas circunstancias me llevaron a no mantener por demasiado tiempo ese respeto. Cuando se es puta, se lo es en todas partes… jaja. Así que, viernes por la mañana, viernes santo, feriado, me levanté tempranito, le di el pecho al Ro y salí a trotar. Calzas, zapatillas, remerita de lycra por encima del ombligo bien ceñida al cuerpo, y gorrita para el sol. O sea, no había quién me cruzara que no me dijera algo, aunque a esa hora eran pocos. Igual, yo, seria, seguía mi camino. En realidad tenía un destino: la casa del Cholo. Acérrimo enemigo de mis hermanos, era quién me había pegado flor de cogida en uno de esos tantos fin de semana en San Justo. La idea era pasar frente a su casa, como de casualidad y ver que onda. Pasé y nada, la puerta cerrada, las persianas bajas. Di la vuelta a la manzana y volví a pasar y nada de nada. La puta madre, me dije, ya veo que me quedo con las ganas. Me pare en un maxi kiosco de esos que abren las 24 horas y compre una botellita de agua. Termine la botella y seguí mi ruta, volviendo a pasar frente a la casa del Cholo. Seguía todo igual. No aguante más y le toque el timbre, toque varias veces, como para despertar a un muerto… ¿Y que quieren? Con la calentura que tenía encima era capaz de tirarle la puerta abajo. Ese decir, ya iba con la idea de dejarme coger de nuevo por el Cholo, pero al no encontrarlo, la desesperación comenzaba a ganarme. ¿Qué iba a hacer si no estaba? Luego de bastante insistencia se escucha desde adentro.
-¿Quién es?- con un tono bastante malhumorado.
¡Por fin!, exclamé para mí misma.
-¡Mariela!- le digo también muy malhumorada, aunque en mi casa el malhumor era por falta de pija.
-¿Quién?- pregunta.
Hijo de puta, pienso, me garchó como para dejarme en terapia intensiva y ni se acuerda de mí. Por dignidad tendría que haberme ido, pero… en esos momentos dignidad es lo que menos tengo.
-Mariela, la hermana de… y…-le digo mencionando los nombres de mis hermanos.
Ahí abrió la puerta enseguida.
-Pero, ¿Qué tiene que hacer una mujer para que se la cojan?- le preguntó, las manos en la cintura, mirándolo inquisitivamente.
-Solo pedirlo- me dice.
-Entonces… cogeme- le digo, o mejor dicho, le suplico, le imploro.
Me agarro del brazo, me tiró hacia adentro y cerrando la puerta con un fuerte golpe, me puso de espalda contra la misma.
-Así que querés que te coja… Parece que te quedo un buen recuerdo de la otra vez- me dijo a la vez que me metía una mano por entre las piernas. Las separé rápidamente para darle mayor cabida y sentirlo así más íntimamente.
-El mejor recuerdo- asentí -¿A vos no?- sintiendo que sus dedos pretendían perforarme la calza.
Él estaba en camiseta y calzoncillo, uno de esos con abertura en la parte de adelante para sacarla y mear. Yo no la saque… todavía… sino que metí la mano por esa abertura, esa especie de puerta al Paraíso, y se la agarré, sobándosela a mi antojo. Me encanta sentirla en ese momento, cuando se va endureciendo, recobrando poco a poco el vigor anhelado, me encanta proporcionarle el calor y la atención que necesita para elevarse hasta el cielo y convertirse por derecho propio en la pieza más fascinante que la naturaleza nos pudo haber legado.
Cuando ya la tuvo en su máximo esplendor, me puse de cuclillas frente a él y bajándole de un tirón el calzoncillo, descubrí al supremo objeto de mis deseos. Se la agarre con una mano y empecé a meneársela, mirándolo en forma incitante desde abajo, sonriéndole, haciéndole caritas, calentándolo hasta límites estratosféricos. Quería ponerlo al borde de la locura, quería sacarlo, que se le soltara la cadena y me rompiera toda, que me cogiera a lo bestia, como un animal, sin piedad ni consideración alguna, que me desfondara a pijazos, que de tanto darme por el culo rompiera de una vez por todas esa débil pared que separa culo de concha y convirtiera toda esa parte en una sola cavidad, un solo destino con dos puertas de entrada.
La pija ya comenzaba a evidenciar esos signos de extremismo que yo buscaba. El glande enrojecido, casi amoratado, las venas hinchadas y pulsantes, las bolas gordísimas, empecé justamente por ahí, besándoselas, pasándole la lengua por toda la parte baja, quería humillarme, ¿y acaso hay algo más humillante que besar, lamer y chupar toda esa parte en un hombre?, puede ser humillante, sí, pero también es sumamente placentero, sentir ese sabor que se esconde allí, entre los pliegues de piel y los pelo. Con la lengua subí por toda la poronga, besándola, chupándola de costado, para así llegar al glande y disfrutar del más preciado bocado de la naturaleza, en este caso endulzado con algunas gotitas de fluido preseminal. Barrí las perladas gotitas con la lengua y le di toda la vuelta alrededor, sintiendo en la puntita esa pulsión varonil que tanto me enloquece. Tras lamer todo ese néctar que la embadurnaba, abrí la boca y me tragué… mejor dicho, ¡me devoré!, una buena porción de carne, chupándosela con frenesí, deslizándola dentro y fuera de mi boca, por entre mis labios que aprovechaban para saborear todo lo que tenían al alcance. La pija del Cholo estaba que hervía, caliente a más no poder, a punto de inmolarse, por lo que hice acopio de una buena cantidad de saliva y le escupí encima, con la lengua y los dedos esparcí la saliva por todo su contorno y volví a comérmela, con más intensidad que antes…
-¡Ahhhhh… puta divina… que buena mamada hacés!- me decía entre profusos suspiros, causados precisamente por la mamada que le estaba dando.
En un momento me saca la pija de la boca, y me pega con ella en la cara, como si fuera un látigo o la cachiporra de un policía.
-¡Como te gusta la pija!... ¿La querés? ¿La querés toda?- me decía usando su pija como azote. Yo no lo evitaba, por el contario, le ponía la cara para que me golpeara una y otra mejilla.
-¡Siiii… la quiero… la quiero toda!- le respondía yo, abriendo la boca a todo dar, incitándolo para que me la metiera adentro. ¡Y me la metió! ¡¡Y cómo!! Me la mandó de una hasta lo más profundo de la mi garganta. Tuve que contener una arcada cuando la punta me golpeó la glotis. Cerré los ojos al sentir las lágrimas aflorando, y deje que me cogiera por la boca a su gusto. Bien a lo bestia, me agarro con las dos manos por detrás de la cabeza, y empezó a meter y sacar todo ese tubo de mi garganta con un ritmo infernal. Yo no podía ni quería oponerme. En cierto momento me la tuvo que sacar para que pudiera toser y escupir en el suelo una espesa mezcla de babas, fluido preseminal, mocos y lágrimas, pero apenas me dejo recuperar el aire que ya me la estaba embocando de nuevo. Cuando ya pareció quedar satisfecho, me levantó de un tirón, y metiéndome tremenda mano en el orto, me dijo, o mejor dicho, me prometió:
-¡Hoy sí te vas en muletas!-
Me levantó en upa, como si fuera una nena y montada en su pija, la que se frotaba contra mi entrepierna, por sobre la calza, me llevo a su cuarto. Durante el trayecto nos comíamos las bocas, chupándonos, mordiéndonos con furor, como si en el otro encontráramos el aire que necesitábamos para respirar. De una patada abrió la puerta de su cuarto, entramos y me tiró en la cama. Caí de espalda, toda despatarrada. Enseguida me saque la calza junto con la tanga y le ofrecí mi concha toda empapada de flujo. Sin demora se sacó camiseta, la revoleó por los aires y zambulléndose entre mis piernas empezó a comerme la concha en una forma por demás maravillosa. ¡Como usa la lengua ese tipo! No sé pero la debe tener como el de Kiss, parecía una ganzúa, más me la metía, más me abría, entregándome sin un mínimo decoro, aprisionando con mis muslos su cabeza para que no se saliera de allí y me complaciera en la misma forma que yo acababa de hacerlo. Y lo hizo. Me la chupó tan bien que los chorritos de mi acabada empezaron a saltar como si de una fuente se tratara. Él abría la boca y se tragaba todo lo que podía, saboreándolo con suma delectación. Un poco lo escupía y volvía a atacarme en esa forma que me erizaba los sentidos. Mientras él se entretenía con mi conchita, me saque la remera y comencé a estrujarme las tetas, buscando canalizar de alguna forma toda esa tensión sexual que se acumulaba en las zonas erógenas de mi cuerpo. Al notar la desesperación que estaba evidenciando, levantó la cabeza y vino hacia mis pechos.
-Me enteré que fuiste mamá hace poco- dijo –Así que debes tener bastante lechita- se puso a chuparme un pezón y a apretarme la teta como si me estuviera ordeñando -¡Mmmm… que rica leche!- exclamó.
-No tan rica como la tuya- le repliqué.
-¿Te gusta mi leche?-
-¡Me encanta!-
-Ya la vas a tener… la vas a tener toda, hasta la última gota- me aseguró a la vez que frotaba la punta de su verga sobre mi conchita.
Me puse a temblar al sentirla, quería sentirla YA, la necesitaba. Sé que debí pedirle que se protegiera, que se pusiera un forro, pero en esos momentos la razón pierde el partido contra la calentura. De a poco me la fue metiendo, como haciéndomela desear, lenta, pausadamente, mirándome siempre a la cara, disfrutando de los gestos que yo esbozaba a medida que la iba guardando toda en mi interior.
-¡Que puta sos! ¡Cómo te gusta la pija!-
-¡Ahhhh… siiiii… me gusta… tu pija…!- le confirmaba y metiendo una mano por debajo le agarraba los huevos y se los acariciaba, acompañándolos en el recorrido que hacían golpeando una y otra vez contra los labios de mi sexo.
-¡Siiii… dámela toda…!- le pedía disfrutando todas y cada una de esas soberbias penetraciones que me hacían delirar de placer.
Toda esa carne dura, caliente, rebosante, se amontonaba en mi interior, proporcionándome la innegable dicha de sentirme muy bien cogida. De a poco empezó a acelerar, abriéndose paso por entre mis piernas a pura arremetida. Entonces, para estar más cómodo y disponer de un mayor campo de acción, me empujó las piernas hacia adelante, contra mi pecho, dejándome como un pollito al spiedo, y poniéndose de rodillas frente a mí, comenzó a cogerme con todo, tal como yo anhelaba, mandándomela a guardar hasta lo más profundo, embistiéndome una y otra vez con una fuerza demoledora. De tan fuerte que me daba, a veces la pija se salía y como estaba tan dura y parada, se impulsaba hacia arriba, entonces yo la agarraba y la volvía a encaminar por el camino correcto… a pelo… como aquella otra vez. “No importa, después voy a la farmacia y me compro la pastilla del día después”, me decía a mí misma. Y es que necesitaba sentirla así, sin forro, la carne al desnudo. Con un tipo así, con una pija como esa, el preservativo estaba de más.
Me estuvo cogiendo un buen rato por la concha, hasta que decidió cambiar de objetivo. Me la sacó, y empapándose bien el glande con los fluidos de mi intimidad, me los esparció alrededor del culito.
-¡Si… si… rompeme bien el culo…!- le pedí con morbo y furor.
-Me parece que ya lo tenés bastante rotito- aseguró mientras alcanzaba a insertar la cabeza -¡Ufff…! Por lo visto no fui el único que entró por acá- agregó metiéndome el resto, no sin esfuerzo, aunque si con relativa facilidad.
-No importa… vos culeame bien a fondo… rómpemelo todo…- le volvía a pedir.
De nuevo las patitas contra el pecho, la raya bien abierta y los embistes que se hacen cada vez más acelerados. Me entraba toda, hasta los pelos, así se dilataba mi culito, dándole total cabida. Cuándo me la sacaba se producía ese ruido como de pedo, pero que no es un pedo, sino el sonido que se produce debido al vacío que deja semejante aparato al salirse. Pero no me lo dejaba vacío por mucho tiempo porque enseguida me volvía a rellenar el hueco con toda esa carne rebosante de vigor que tan bien se amoldaba a mis interiores. Sin darme ni un solo segundo de respiro, me la sacó echando humo del ojete, me hizo poner en cuatro y desde atrás volvió a metérmela en esa forma tan salvaje y brutal, brutalísima que tanto me complacía. Me agarró bien de los cachetes de la cola y me dio para que tenga.
-¡Siiii… así… así…!- le gritaba enfervorizada, empujando también yo hacía atrás, yendo a su encuentro cada vez que me la sacaba, provocando la colisión de nuestros cuerpos en una forma por demás violenta y agresiva.
Cada golpe, cada estocada me repercutía en el alma, me estaba haciendo llorar de placer y yo quería más, no quería que me la sacara nunca, no quería sentir ninguno de mis orificios vacíos, por eso, cuando me cogía por la concha me metía yo misma los dedos en el culo, o le pedía a él que lo hiciera, y cuando me cogía por el culo, viceversa, los dedos, los suyos o los míos iban a parar adentro de mi conchita. Con un frenesí inclaudicable el Cholo no discriminaba entre un agujero y otro, para él los dos eran cogibles, y me daba por ambos con igual intensidad, dejándomelos bien abiertos, supurando placer, haciéndome sentir en todo momento que era un objeto destinado a su propia satisfacción.
Luego de una vertiginosa andanada de pijazos, empezó a gemir cada vez más fuerte:
-¡Ahhhh… ahhhhhh…. ahhhhhhhh…!- y agarrándome bien fuerte de la cintura, me atrajo hacia él y clavándomela bien adentro de la concha, estalló como si se le fuera el alma en esa eyaculación.
Me llenó la concha de leche, podía sentir los bombazos de semen golpeando contra mis entrañas con la fuerza de un tsunami.
-¡Ahhhhhhhhh…!- yo también estallé, viniéndome en un orgasmo del que tarde un buen rato en recuperarme.
Me quede ahí derrumbada, acariciándome suavemente los labios de la concha, los que envolvían a esa tubería inagotable que seguía disparando a mansalva en el interior de mi cuerpo. Lentamente me la fue sacando, provocando el inmediato derrame hacia afuera de lo que no había podido contener mi conchita… y también, si absorbía todo eso era capaz de hacerme quintillizos el muy turro.
Pese a que estaba todavía media grogui, me dio la vuelta, poniéndome de costado, y empezó a refregarme la pija por toda la cara. Instintivamente saque la lengua para lamérsela, saboreando todo el semen que impregnaba toda su bien dotada superficie. Me puso entonces de espalda, se subió a horcajadas sobre mi cuerpo, sentándose en mi vientre y colocando entre mis pechos su aún enhiesta poronga, no dura del todo pero si medio morcillona, empezó a hacerse una turca de antología. Como me apretaba los pechos el uno contra el otro, para así aprisionar su pedazo, la leche empezó a salirme, por lo que con ella se lubricaba la pija, deslizándose así con mayor celeridad. Enseguida se le puso al palo, incluso más que antes.
-¿Me vas a coger de nuevo?- le pregunté con voz de gata melosa.
-Ya te dije, de acá te vas andando en muletas- me recordó, tras lo cual se bajó de mis tetas, se calzó mis piernas sobre los hombros y me la volvió a mandar sin anestesia. De nuevo alternaba los orificios, sin predilección por ninguno en especial, cogiéndome, culeándome, cogiéndome, culeándome, dándome sin descanso, como si quisiera cumplir de veras con eso de que me iba a dejar en muletas, y debo decir que si en mi lugar hubiera estado otra, digamos… con menos experiencia o… ¿menos puta?, la verdad es que no sé si en muletas, pero renga seguro que salía.
Una última cogida por el culo, como para despuntar el vicio, y me la saca, me pone de costado y me encula de nuevo, debo decir que mi culito seguía bien apretadito, esa es una de mis mayores virtudes, tengo el anillo del ano bastante elastizado, me la metés y se me abre para recibirte con todos los honores… jaja… pero me la sacás y se vuelve a cerrar como si todavía fuera virgen… o casi. Por lo que sentir de nuevo esa incansable poronga me hizo estremecer como si recién me la estuviera metiendo. Él mismo, mientras me culeaba, introdujo sus dedos en mi concha y me fue pajeando al ritmo con que me la metía desde atrás. Estuvo un rato ahí y salió solo para metérmela por adelante, llevándome a puro pijazo a un nuevo y vibrante orgasmo… fue como el acabose… me deshice en gemidos, jadeos, gritos y gruñidos, mientras sentía esa herramienta de precisión entrar ya en plena ebullición.
-¿La querés en la boquita?- me preguntó.
-¡Sería un placer!- asentí.
Me la sacó de un tirón, se puso de pie y yo de rodillas ante él, con la boca abierta esperando la tan anhelada descarga. Se la meneó un par de veces y explotó, el torrente de semen se vuelca en mi boca, embriagándome con esa efusividad tan deliciosa y complaciente. Cuándo ya empiezan a salir los últimos chorritos, me mete la pija hasta la garganta y me tapa la nariz con los dedos, forzándome a tragarme hasta la última gota. Si bien yo estaba dispuesta a exprimirlo hasta dejarlo completamente seco, resultaba agradable que me obligara. Si él pretendía dejarme en muletas, yo no iba a ser menos, lo iba a secar por unos cuantos días.
Luego de la terrible biava que me dio, me puse la calza, la remera, las zapatillas, me coloque al final gorrita y, mirándolo sobradamente, le dije:
-Chau, gracias por todo- y me fui.
Llegue a la casa de mis viejos, y me pegue una ducha, todos creyeron que estaba toda así de transpirada y cansada por haber corrido… je, y luego de cambiarme me fui a una farmacia de guardia a comprar la pastillita del día después. Me la tomé y como se dice habitualmente, colorín colorado, esta historia se ha terminado.
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Fin de semana de Pascua en San Justo. El reencuentro con mis viejos, mis hermanos, algún primo que llega de visita. Es volver a mi casa paterna, el lugar donde nací, crecí y me crié. No quedan muchas de mis amigas de la adolescencia, o mejor dicho no queda ninguna. La mayoría, ya casadas y lejos del lugar que las vio crecer. En mi caso me gusta volver a las fuentes, recorrer las calles que tantas veces transité de chica. Extrañamente hasta hace algún tiempo había mantenido a San Justo lejos de mis escarceos amorosos, de mis infidelidades, es mi casa y la casa se respeta. Pero determinadas circunstancias me llevaron a no mantener por demasiado tiempo ese respeto. Cuando se es puta, se lo es en todas partes… jaja. Así que, viernes por la mañana, viernes santo, feriado, me levanté tempranito, le di el pecho al Ro y salí a trotar. Calzas, zapatillas, remerita de lycra por encima del ombligo bien ceñida al cuerpo, y gorrita para el sol. O sea, no había quién me cruzara que no me dijera algo, aunque a esa hora eran pocos. Igual, yo, seria, seguía mi camino. En realidad tenía un destino: la casa del Cholo. Acérrimo enemigo de mis hermanos, era quién me había pegado flor de cogida en uno de esos tantos fin de semana en San Justo. La idea era pasar frente a su casa, como de casualidad y ver que onda. Pasé y nada, la puerta cerrada, las persianas bajas. Di la vuelta a la manzana y volví a pasar y nada de nada. La puta madre, me dije, ya veo que me quedo con las ganas. Me pare en un maxi kiosco de esos que abren las 24 horas y compre una botellita de agua. Termine la botella y seguí mi ruta, volviendo a pasar frente a la casa del Cholo. Seguía todo igual. No aguante más y le toque el timbre, toque varias veces, como para despertar a un muerto… ¿Y que quieren? Con la calentura que tenía encima era capaz de tirarle la puerta abajo. Ese decir, ya iba con la idea de dejarme coger de nuevo por el Cholo, pero al no encontrarlo, la desesperación comenzaba a ganarme. ¿Qué iba a hacer si no estaba? Luego de bastante insistencia se escucha desde adentro.
-¿Quién es?- con un tono bastante malhumorado.
¡Por fin!, exclamé para mí misma.
-¡Mariela!- le digo también muy malhumorada, aunque en mi casa el malhumor era por falta de pija.
-¿Quién?- pregunta.
Hijo de puta, pienso, me garchó como para dejarme en terapia intensiva y ni se acuerda de mí. Por dignidad tendría que haberme ido, pero… en esos momentos dignidad es lo que menos tengo.
-Mariela, la hermana de… y…-le digo mencionando los nombres de mis hermanos.
Ahí abrió la puerta enseguida.
-Pero, ¿Qué tiene que hacer una mujer para que se la cojan?- le preguntó, las manos en la cintura, mirándolo inquisitivamente.
-Solo pedirlo- me dice.
-Entonces… cogeme- le digo, o mejor dicho, le suplico, le imploro.
Me agarro del brazo, me tiró hacia adentro y cerrando la puerta con un fuerte golpe, me puso de espalda contra la misma.
-Así que querés que te coja… Parece que te quedo un buen recuerdo de la otra vez- me dijo a la vez que me metía una mano por entre las piernas. Las separé rápidamente para darle mayor cabida y sentirlo así más íntimamente.
-El mejor recuerdo- asentí -¿A vos no?- sintiendo que sus dedos pretendían perforarme la calza.
Él estaba en camiseta y calzoncillo, uno de esos con abertura en la parte de adelante para sacarla y mear. Yo no la saque… todavía… sino que metí la mano por esa abertura, esa especie de puerta al Paraíso, y se la agarré, sobándosela a mi antojo. Me encanta sentirla en ese momento, cuando se va endureciendo, recobrando poco a poco el vigor anhelado, me encanta proporcionarle el calor y la atención que necesita para elevarse hasta el cielo y convertirse por derecho propio en la pieza más fascinante que la naturaleza nos pudo haber legado.
Cuando ya la tuvo en su máximo esplendor, me puse de cuclillas frente a él y bajándole de un tirón el calzoncillo, descubrí al supremo objeto de mis deseos. Se la agarre con una mano y empecé a meneársela, mirándolo en forma incitante desde abajo, sonriéndole, haciéndole caritas, calentándolo hasta límites estratosféricos. Quería ponerlo al borde de la locura, quería sacarlo, que se le soltara la cadena y me rompiera toda, que me cogiera a lo bestia, como un animal, sin piedad ni consideración alguna, que me desfondara a pijazos, que de tanto darme por el culo rompiera de una vez por todas esa débil pared que separa culo de concha y convirtiera toda esa parte en una sola cavidad, un solo destino con dos puertas de entrada.
La pija ya comenzaba a evidenciar esos signos de extremismo que yo buscaba. El glande enrojecido, casi amoratado, las venas hinchadas y pulsantes, las bolas gordísimas, empecé justamente por ahí, besándoselas, pasándole la lengua por toda la parte baja, quería humillarme, ¿y acaso hay algo más humillante que besar, lamer y chupar toda esa parte en un hombre?, puede ser humillante, sí, pero también es sumamente placentero, sentir ese sabor que se esconde allí, entre los pliegues de piel y los pelo. Con la lengua subí por toda la poronga, besándola, chupándola de costado, para así llegar al glande y disfrutar del más preciado bocado de la naturaleza, en este caso endulzado con algunas gotitas de fluido preseminal. Barrí las perladas gotitas con la lengua y le di toda la vuelta alrededor, sintiendo en la puntita esa pulsión varonil que tanto me enloquece. Tras lamer todo ese néctar que la embadurnaba, abrí la boca y me tragué… mejor dicho, ¡me devoré!, una buena porción de carne, chupándosela con frenesí, deslizándola dentro y fuera de mi boca, por entre mis labios que aprovechaban para saborear todo lo que tenían al alcance. La pija del Cholo estaba que hervía, caliente a más no poder, a punto de inmolarse, por lo que hice acopio de una buena cantidad de saliva y le escupí encima, con la lengua y los dedos esparcí la saliva por todo su contorno y volví a comérmela, con más intensidad que antes…
-¡Ahhhhh… puta divina… que buena mamada hacés!- me decía entre profusos suspiros, causados precisamente por la mamada que le estaba dando.
En un momento me saca la pija de la boca, y me pega con ella en la cara, como si fuera un látigo o la cachiporra de un policía.
-¡Como te gusta la pija!... ¿La querés? ¿La querés toda?- me decía usando su pija como azote. Yo no lo evitaba, por el contario, le ponía la cara para que me golpeara una y otra mejilla.
-¡Siiii… la quiero… la quiero toda!- le respondía yo, abriendo la boca a todo dar, incitándolo para que me la metiera adentro. ¡Y me la metió! ¡¡Y cómo!! Me la mandó de una hasta lo más profundo de la mi garganta. Tuve que contener una arcada cuando la punta me golpeó la glotis. Cerré los ojos al sentir las lágrimas aflorando, y deje que me cogiera por la boca a su gusto. Bien a lo bestia, me agarro con las dos manos por detrás de la cabeza, y empezó a meter y sacar todo ese tubo de mi garganta con un ritmo infernal. Yo no podía ni quería oponerme. En cierto momento me la tuvo que sacar para que pudiera toser y escupir en el suelo una espesa mezcla de babas, fluido preseminal, mocos y lágrimas, pero apenas me dejo recuperar el aire que ya me la estaba embocando de nuevo. Cuando ya pareció quedar satisfecho, me levantó de un tirón, y metiéndome tremenda mano en el orto, me dijo, o mejor dicho, me prometió:
-¡Hoy sí te vas en muletas!-
Me levantó en upa, como si fuera una nena y montada en su pija, la que se frotaba contra mi entrepierna, por sobre la calza, me llevo a su cuarto. Durante el trayecto nos comíamos las bocas, chupándonos, mordiéndonos con furor, como si en el otro encontráramos el aire que necesitábamos para respirar. De una patada abrió la puerta de su cuarto, entramos y me tiró en la cama. Caí de espalda, toda despatarrada. Enseguida me saque la calza junto con la tanga y le ofrecí mi concha toda empapada de flujo. Sin demora se sacó camiseta, la revoleó por los aires y zambulléndose entre mis piernas empezó a comerme la concha en una forma por demás maravillosa. ¡Como usa la lengua ese tipo! No sé pero la debe tener como el de Kiss, parecía una ganzúa, más me la metía, más me abría, entregándome sin un mínimo decoro, aprisionando con mis muslos su cabeza para que no se saliera de allí y me complaciera en la misma forma que yo acababa de hacerlo. Y lo hizo. Me la chupó tan bien que los chorritos de mi acabada empezaron a saltar como si de una fuente se tratara. Él abría la boca y se tragaba todo lo que podía, saboreándolo con suma delectación. Un poco lo escupía y volvía a atacarme en esa forma que me erizaba los sentidos. Mientras él se entretenía con mi conchita, me saque la remera y comencé a estrujarme las tetas, buscando canalizar de alguna forma toda esa tensión sexual que se acumulaba en las zonas erógenas de mi cuerpo. Al notar la desesperación que estaba evidenciando, levantó la cabeza y vino hacia mis pechos.
-Me enteré que fuiste mamá hace poco- dijo –Así que debes tener bastante lechita- se puso a chuparme un pezón y a apretarme la teta como si me estuviera ordeñando -¡Mmmm… que rica leche!- exclamó.
-No tan rica como la tuya- le repliqué.
-¿Te gusta mi leche?-
-¡Me encanta!-
-Ya la vas a tener… la vas a tener toda, hasta la última gota- me aseguró a la vez que frotaba la punta de su verga sobre mi conchita.
Me puse a temblar al sentirla, quería sentirla YA, la necesitaba. Sé que debí pedirle que se protegiera, que se pusiera un forro, pero en esos momentos la razón pierde el partido contra la calentura. De a poco me la fue metiendo, como haciéndomela desear, lenta, pausadamente, mirándome siempre a la cara, disfrutando de los gestos que yo esbozaba a medida que la iba guardando toda en mi interior.
-¡Que puta sos! ¡Cómo te gusta la pija!-
-¡Ahhhh… siiiii… me gusta… tu pija…!- le confirmaba y metiendo una mano por debajo le agarraba los huevos y se los acariciaba, acompañándolos en el recorrido que hacían golpeando una y otra vez contra los labios de mi sexo.
-¡Siiii… dámela toda…!- le pedía disfrutando todas y cada una de esas soberbias penetraciones que me hacían delirar de placer.
Toda esa carne dura, caliente, rebosante, se amontonaba en mi interior, proporcionándome la innegable dicha de sentirme muy bien cogida. De a poco empezó a acelerar, abriéndose paso por entre mis piernas a pura arremetida. Entonces, para estar más cómodo y disponer de un mayor campo de acción, me empujó las piernas hacia adelante, contra mi pecho, dejándome como un pollito al spiedo, y poniéndose de rodillas frente a mí, comenzó a cogerme con todo, tal como yo anhelaba, mandándomela a guardar hasta lo más profundo, embistiéndome una y otra vez con una fuerza demoledora. De tan fuerte que me daba, a veces la pija se salía y como estaba tan dura y parada, se impulsaba hacia arriba, entonces yo la agarraba y la volvía a encaminar por el camino correcto… a pelo… como aquella otra vez. “No importa, después voy a la farmacia y me compro la pastilla del día después”, me decía a mí misma. Y es que necesitaba sentirla así, sin forro, la carne al desnudo. Con un tipo así, con una pija como esa, el preservativo estaba de más.
Me estuvo cogiendo un buen rato por la concha, hasta que decidió cambiar de objetivo. Me la sacó, y empapándose bien el glande con los fluidos de mi intimidad, me los esparció alrededor del culito.
-¡Si… si… rompeme bien el culo…!- le pedí con morbo y furor.
-Me parece que ya lo tenés bastante rotito- aseguró mientras alcanzaba a insertar la cabeza -¡Ufff…! Por lo visto no fui el único que entró por acá- agregó metiéndome el resto, no sin esfuerzo, aunque si con relativa facilidad.
-No importa… vos culeame bien a fondo… rómpemelo todo…- le volvía a pedir.
De nuevo las patitas contra el pecho, la raya bien abierta y los embistes que se hacen cada vez más acelerados. Me entraba toda, hasta los pelos, así se dilataba mi culito, dándole total cabida. Cuándo me la sacaba se producía ese ruido como de pedo, pero que no es un pedo, sino el sonido que se produce debido al vacío que deja semejante aparato al salirse. Pero no me lo dejaba vacío por mucho tiempo porque enseguida me volvía a rellenar el hueco con toda esa carne rebosante de vigor que tan bien se amoldaba a mis interiores. Sin darme ni un solo segundo de respiro, me la sacó echando humo del ojete, me hizo poner en cuatro y desde atrás volvió a metérmela en esa forma tan salvaje y brutal, brutalísima que tanto me complacía. Me agarró bien de los cachetes de la cola y me dio para que tenga.
-¡Siiii… así… así…!- le gritaba enfervorizada, empujando también yo hacía atrás, yendo a su encuentro cada vez que me la sacaba, provocando la colisión de nuestros cuerpos en una forma por demás violenta y agresiva.
Cada golpe, cada estocada me repercutía en el alma, me estaba haciendo llorar de placer y yo quería más, no quería que me la sacara nunca, no quería sentir ninguno de mis orificios vacíos, por eso, cuando me cogía por la concha me metía yo misma los dedos en el culo, o le pedía a él que lo hiciera, y cuando me cogía por el culo, viceversa, los dedos, los suyos o los míos iban a parar adentro de mi conchita. Con un frenesí inclaudicable el Cholo no discriminaba entre un agujero y otro, para él los dos eran cogibles, y me daba por ambos con igual intensidad, dejándomelos bien abiertos, supurando placer, haciéndome sentir en todo momento que era un objeto destinado a su propia satisfacción.
Luego de una vertiginosa andanada de pijazos, empezó a gemir cada vez más fuerte:
-¡Ahhhh… ahhhhhh…. ahhhhhhhh…!- y agarrándome bien fuerte de la cintura, me atrajo hacia él y clavándomela bien adentro de la concha, estalló como si se le fuera el alma en esa eyaculación.
Me llenó la concha de leche, podía sentir los bombazos de semen golpeando contra mis entrañas con la fuerza de un tsunami.
-¡Ahhhhhhhhh…!- yo también estallé, viniéndome en un orgasmo del que tarde un buen rato en recuperarme.
Me quede ahí derrumbada, acariciándome suavemente los labios de la concha, los que envolvían a esa tubería inagotable que seguía disparando a mansalva en el interior de mi cuerpo. Lentamente me la fue sacando, provocando el inmediato derrame hacia afuera de lo que no había podido contener mi conchita… y también, si absorbía todo eso era capaz de hacerme quintillizos el muy turro.
Pese a que estaba todavía media grogui, me dio la vuelta, poniéndome de costado, y empezó a refregarme la pija por toda la cara. Instintivamente saque la lengua para lamérsela, saboreando todo el semen que impregnaba toda su bien dotada superficie. Me puso entonces de espalda, se subió a horcajadas sobre mi cuerpo, sentándose en mi vientre y colocando entre mis pechos su aún enhiesta poronga, no dura del todo pero si medio morcillona, empezó a hacerse una turca de antología. Como me apretaba los pechos el uno contra el otro, para así aprisionar su pedazo, la leche empezó a salirme, por lo que con ella se lubricaba la pija, deslizándose así con mayor celeridad. Enseguida se le puso al palo, incluso más que antes.
-¿Me vas a coger de nuevo?- le pregunté con voz de gata melosa.
-Ya te dije, de acá te vas andando en muletas- me recordó, tras lo cual se bajó de mis tetas, se calzó mis piernas sobre los hombros y me la volvió a mandar sin anestesia. De nuevo alternaba los orificios, sin predilección por ninguno en especial, cogiéndome, culeándome, cogiéndome, culeándome, dándome sin descanso, como si quisiera cumplir de veras con eso de que me iba a dejar en muletas, y debo decir que si en mi lugar hubiera estado otra, digamos… con menos experiencia o… ¿menos puta?, la verdad es que no sé si en muletas, pero renga seguro que salía.
Una última cogida por el culo, como para despuntar el vicio, y me la saca, me pone de costado y me encula de nuevo, debo decir que mi culito seguía bien apretadito, esa es una de mis mayores virtudes, tengo el anillo del ano bastante elastizado, me la metés y se me abre para recibirte con todos los honores… jaja… pero me la sacás y se vuelve a cerrar como si todavía fuera virgen… o casi. Por lo que sentir de nuevo esa incansable poronga me hizo estremecer como si recién me la estuviera metiendo. Él mismo, mientras me culeaba, introdujo sus dedos en mi concha y me fue pajeando al ritmo con que me la metía desde atrás. Estuvo un rato ahí y salió solo para metérmela por adelante, llevándome a puro pijazo a un nuevo y vibrante orgasmo… fue como el acabose… me deshice en gemidos, jadeos, gritos y gruñidos, mientras sentía esa herramienta de precisión entrar ya en plena ebullición.
-¿La querés en la boquita?- me preguntó.
-¡Sería un placer!- asentí.
Me la sacó de un tirón, se puso de pie y yo de rodillas ante él, con la boca abierta esperando la tan anhelada descarga. Se la meneó un par de veces y explotó, el torrente de semen se vuelca en mi boca, embriagándome con esa efusividad tan deliciosa y complaciente. Cuándo ya empiezan a salir los últimos chorritos, me mete la pija hasta la garganta y me tapa la nariz con los dedos, forzándome a tragarme hasta la última gota. Si bien yo estaba dispuesta a exprimirlo hasta dejarlo completamente seco, resultaba agradable que me obligara. Si él pretendía dejarme en muletas, yo no iba a ser menos, lo iba a secar por unos cuantos días.
Luego de la terrible biava que me dio, me puse la calza, la remera, las zapatillas, me coloque al final gorrita y, mirándolo sobradamente, le dije:
-Chau, gracias por todo- y me fui.
Llegue a la casa de mis viejos, y me pegue una ducha, todos creyeron que estaba toda así de transpirada y cansada por haber corrido… je, y luego de cambiarme me fui a una farmacia de guardia a comprar la pastillita del día después. Me la tomé y como se dice habitualmente, colorín colorado, esta historia se ha terminado.
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30 comentarios - Pascua en San Justo
cada dia mas atorranta y mejor escritora
te mando un beso mi atorranta hermosa Misko tu seguidor 😘 😘
como hay que llegarte turrita?...obvio 1000% discrsión...ni dudarlo!
ESA PODEROSA HABILIDAD QUE TENES DE CALENTAR CON PALABRAS BOMBOM.... 🙎♂️
Me fascina lo puta que sos...la mujer ideal como dije en otra oportunidad. 🙎♂️
A favoritos y reco de una.
Como siempre Marita, excelso tu relato, que lindo como contás la forma que te entra en el culito y cómo lo disfrutás.
Sos mi ídola y me alegrás la vida con tus historias ❤️
La mejor forma de agradecer es comentando a quien te comenta.
Como siempre @maritainfiel dando cátedra (ahora no se si de hacer relatos eróticos o de clavarle las guampas al dorima).
🤘 🤘 🤘 🤘 🤘 🤘 🤘 🤘 🤘 🤘 🤘 🤘 🤘 🤘 🤘 🤘 🤘 🤘 🤘 🤘 🤘 🤘 🤘 🤘
Volví a dejart de merecidos puntitos y de paso a recrearme con el ambiente vicioso de tu post. Qué lindo, hasta olor a sexo hay acá. 🤤
La mejor forma de agradecer es comentando a quien te comenta.
Muuuy calientee!!
Gracias por compartir
besitos en la colita bb.