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Abuso Policial En La Frontera por Krista -fantasia

Serena Bell veía el desierto pasar por el extremo de sus luces largas al borde de la carretera, miró el reloj del salpicadero. La una y media de la mañana y parecía que tenía el desierto entero para ella sola. Eso era algo bueno, teniendo en cuenta lo rápido que conducía. Pero estaba impaciente por llegar a casa, después de pasar el fin de semana con algunos amigos en Las Vegas. Su Miata ronroneaba a casi 130 km/h.



De repente, el ronroneo se convirtió en un tartamudeo, después en una tos y entonces el motor murió. Tiró fuerte para girar el volante sin dirección asistida y se deslizó a un lado de la carretera. Miró las estúpidas luces encendidas detrás del volante y se dio cuenta de que la señal de la gasolina estaba encendida. Si no hubiera sido por los baches del camino, quizás habría oído el sonido de alarma a tiempo para echar gasolina.



—Mierda—. La última ciudad por la que había pasado estaba al menos 30 kms atrás y ella no había adelantado a ningún coche desde entonces. Miró el espejo retrovisor y no vio ningún signo de que hubiera alguien detrás de ella. Sacó el móvil y se preparó para llamar por ayuda, pero en la pantalla apareció la frase: sin cobertura.

¿Cuánto tiempo se tendría que sentar allí hasta que pasara otro coche?

Se desabrochó el cinturón y probó diferentes aplicaciones del móvil por si alguna funcionaba. Nada. Sin cobertura. Estaba de verdad atascada en mitad del desierto y sola.

Serena inclinó un poco su asiento y se recostó para una larga espera. Cantó con la radio y echó un sueñecito. Un súbito golpeteo en la ventana la hizo despertarse sobresaltada. Un hombre vestido de uniforme estaba fuera, cegándola con la linterna.

—Baje la ventanilla, señorita —,le ordenó. Ella lo hizo. —Vimos su vehículo parado al lado de la carretera. ¿Qué problema tiene?

Ella entrecerró los ojos, intentando ver a través de la luz de la linterna.

—Me he quedado sin gasolina, ¿oficial…?

—Oficial Williams. ¿Puedo ver su permiso de conducir y los papeles del coche?

Mientras ella buscaba en el bolso, él continuó interrogándola.

— ¿Ha estado bebiendo esta noche?

Negó con la cabeza y le dio los documentos que él le había pedido.

—No, señor.

—Bueno, cuando encontramos a alguien dormido en un lado de la carretera es algo rutinario pasar por una serie de pruebas. Por favor salga del coche.

Ella puso los ojos en blanco y abrió la puerta y salió. El oficial podría haber olido alcohol en su aliento si hubiera estado bebiendo, así que no había motivo para que sospechara. Sus tacones temblaron en la arena del arcén de la carretera y ella puso la mano en el techo del coche para estabilizarse.

El oficial miró a su compañero, que venía del lado del pasajero.

—Parece un poco inestable.

—Es por los zapatos—, dijo ella quitándoselos. Quitó las manos del techo para demostrar que no necesitaba el apoyo. — ¿Ves? Ahora estoy bien.

—A pesar de ello, necesitamos hacerte unas pruebas. Venga a la parte trasera del coche.

Ella siguió a los dos hombres deseando no estar viajando sola. A pesar de que eran polis, eran el doble de grandes que ella y había oído historias de mujeres a las que habían parado por la noche. El pensar en lo que podrían hacerle envió escalofríos por su piel, aunque sus pezones se endurecieron de excitación.

Su camiseta sin mangas se le pegaba como una segunda piel, así que sabía que ellos podrían verlo mientras estuviera a la luz del coche. Deseó poder sacarse los shorts de la raja del culo para estar más cómoda, pero no iba a hacer algo como eso con ellos mirando.

—Ponga las manos en el maletero—, ordenó el primer oficial.

Mientras se giraba dándoles la espalda para hacer eso ella pregunto — ¿Por qué? No estaba haciendo nada. Estaba sentada en mi coche esperando por gasolina.

— ¿Alguien te va a traer un bote de gasolina?

—No. Mi teléfono no tiene cobertura, así que no he llamado a nadie.

—Entonces pon las manos en el maletero como se te ha dicho—. El se acercó por detrás y golpeó sus tobillos. — Separe los pies.

Ella lo hizo, haciendo una mueca porque las piedras se le clavaban en las plantas de los pies.

El oficial le dio la linterna a su compañero y empezó a cachearla con ambas manos. Al principio sus movimientos parecían pura rutina, mientras movía las palmas por los lados y entre los pechos, pero entonces los ahuecó en las manos y apretó.

Ella saltó por la sorpresa. Sus pechos crecían en las manos de él y sus pezones se pusieron todavía más duros. Sin un sujetador, lo único que había entre las manos de él y su piel era una delgada capa de tela. El calor de sus manos la calentó, dejando un rastro ardiente mientras las manos bajaban por su parte delantera.

Una mano intentó deslizarse bajo la cinturilla de sus shorts, pero estaban demasiado apretados. Él tiró del botón y abrió la cremallera.

— ¿Qué estás haciendo?— gritó ella.

—Mantén las manos en el coche. Necesitamos asegurarnos de que no ocultas armas o drogas.

—Pero no hay motivos para sospechar eso. Os he dicho….

— ¡Silencio! ¿Quieres que te arrestemos por resistencia a la autoridad?

—No, pero….

—Entonces estate callada a menos que te preguntemos algo.

Los ojos se le llenaron de lágrimas mientras sentía cómo le bajaban los shorts. El tanga no ocultaba nada a los ojos de ellos, así que sabía que estaban mirando su desnudo culo. Quería cerrar las piernas pero tenía miedo de moverse.

—Maldición, bonito culo, cariño—, dijo uno de los oficiales tras ella.

— ¡No jodas!—, estuvo de acuerdo el otro.

Serena se quedó de pie con la camiseta sin mangas y la tanga puestos, en el arcén de la carretera a la vista de cualquier coche que pudiera pasar. Pero eso era parte del problema, ningún coche pasaba. Nunca imaginó que la gente de la que debería estar asustada serían los que vendrían a rescatarla.

Unas manos se movieron sobre las mejillas de su culo, ahuecándolas y separándolas. Él tiró de la fina tira del tanga y oyó cómo se rompía y entonces sintió cómo caía. Su corazón estaba acelerado y se avergonzó cuando su coño apareció húmedo al pensar en ser abierto por los dos hombres.

—Quítate la camiseta—, dijo uno de ellos.

Quedándose de pie, ella agarró el dobladillo de la camiseta y se la quitó, soltándola en el maletero.

—Buena chica. Ahora gírate muy despacio.

Pisando con cuidado la grava, se giró y los enfrentó. Las brillantes luces del coche de policía evitaban que viera sus caras, pero veía sus siluetas en las luces. Altos, más o menos fornidos, eran demasiado intimidantes como para discutir con ellos.

— Pon las manos detrás de la cabeza.

Levantó los brazos y se sujetó las manos como le habían dicho. Se sentía muy vulnerable, desnuda y abierta así delante de los hombres. ¿Por qué le estaban haciendo eso?

Uno de los oficiales dio un paso adelante, quedándose a su lado y tirando de su pezón, como si quisiera que su compañero lo viera. Serena cerró los ojos e intentó desear que su cuerpo no reaccionara. El dolor mientras él pellizcaba y retorcía el duro nudo envió fragmentos de deseo entre sus piernas.

¿Qué había mal en ella? Se estaba poniendo caliente al ser atacada de esa forma. Su clítoris latía y esperaba que la humedad no estuviera bajando por su muslo.

Él continuó apretando y jugando con sus pechos.

—Hombre, estas tetas son de verdad. ¿Puedes creerlo?



— ¡No jodas!— El otro oficial se acercó y agarró el otro pecho. — Sí, así es como me gustan.

El primero se agachó y pasó los dedos por su coño. — Está depilada excepto por una parte del frente.

—Me encanta un coño desnudo.

Ella contuvo un gemido cuando unos dedos abrieron sus labios y encontraron sus jugos.

—Está lo suficientemente húmeda para follar. ¿Te gusta esto, pequeña?

—No—, susurró ella.

—Habla alto cuando te hablemos.

— ¡No!

El levantó los dedos a la luz.

—Tu coño dice otra cosa.

—Tenemos que asegurarnos de que no esconde nada—, dijo el otro oficial.

La giraron y la empujaron sobre el coche. Uno de ellos le metió dos dedos, sacándolos y metiéndolos.

—Aquí no hay nada.



Extendió la humedad a su ano y lo rodeó. Ella se estremeció antes incluso de que él empujara hacia dentro y gritó por el dolor que la atravesó cuando abrió su agujero apretado.

— ¡Oww!

— ¿Tienes un culo virgen? No te preocupes, no seremos duros contigo—. El dedo se quedó en ese lugar y ella se apretó en torno a él, deseando que sus músculos se relajaran. Él no iba a parar sólo porque le doliera, así que necesitaba hacerlo lo menos doloroso posible.

El otro hombre se acercó y cogió un pecho en la mano, tirando de él dolorosamente. Ella gimoteó, con miedo de que si decía algo, podrían volverse más duros con ella.

Su coño suspiraba por tener algo dentro. Los dedos en su culo habían empezado a golpear dentro y fuera, retorciéndose cada vez que él empujaba más profundo. Su ano estaba siendo estirado, su interior picaba y su clítoris vibraba por la necesidad.

Algo debería estar muy mal en ella para que reaccionara de esa forma.

Uno de los hombres abrió los labios de su coño y pellizcó su clítoris y ella se apartó de las manos, incapaz de detener su grito.

— ¿Por qué me estáis haciendo esto? No he hecho nada.

—Todavía no, pero lo harás.

El otro tipo se rió. —Por la forma en que tu coño está goteando en mi mano, te correrás en un minuto. ¿Por qué te quejas?

Ella inclinó la cabeza, sabiendo que tenía razón. Su cuerpo la estaba traicionando, suplicando por el final. El calor ardía en su interior, extendiéndose a sus pechos, donde una mano todavía jugaba con los pezones, abajo hacia su coño y su culo. Los dos hombres la follaban con los dedos, uno de ellos también hacía círculos en su clítoris y apretaba duro.

Serena no pudo detener el gemido que escapo de su boca y los quejidos que lo siguieron. Su voz se alzó mientras la espiral de tensión se enroscaba en su interior. El sonido baboso de sus jugos en la mano de alguien le decía a los hombres lo cerca que estaba.

¡Plas! Una mano golpeó su culo. Plas. Plas.

—Oh, Dios—, gimió mientras la zurra la llevaba al borde. Sus caderas se movían contra las manos que estaban en su interior, intentando que los dedos entraran más profundos, forzando su clítoris contra un brazo. —Joder. Oh…

—Sí, eso es—, la animaron. La zurra continuó mientras su cuerpo entraba en los espasmos de la liberación. Sus jugos chorreaban sobre los dedos que la follaban. Su coño se apretaba y también su ano.

—Oh, joder, desearía estar dentro—, dijo el tipo que tenía los dedos en su culo.

— ¿Qué te lo impide?—, contestó su compinche.

Serena escuchó el ruido de la hebilla de un cinturón y una cremallera abrirse mientras que las manos la dejaban. Una dura polla presionó su coño y entró por la fuerza. Su vagina se apretó alrededor de ella y se contrajo, cerca de otro orgasmo. El oficial empujaba profundo, duro y rápido y ella se inclinó hacia el maletero para darle más espacio.

La folló rápidamente, como si estuviera a punto de correrse y de repente disparó su caliente simiente dentro de ella.

—Ahhh—, gruñó. Se sacudió dentro, con su ingle golpeando su culo y luego se salió.

Antes de que ella pudiera recuperarse, su compañero se movió y empujó su polla dentro de su coño. La acarició lo justo para que se humedeciera y entonces se salió y presionó contra su ano. Ella sabía que era demasiado largo para que lo tomara fácilmente.

—Oh, no, por favor, no…

Pero él ya estaba empujando entre sus apretados músculos. Luchó por relajarse, para mantener el dolor lejos. Gimoteó y entonces la mano de él envolvió su cadera y encontró su clítoris.

—Vente otra vez, como la última... Fuerte y húmeda.

Al principio todo en lo que ella pudo centrarse fue en el dolor en su culo, pero mientras él lentamente entraba y salía, el placer regresó. Los dedos de él extendían la humedad de su clítoris y pellizcaban, entonces se movieron para llenar su coño.

Tres dedos la extendieron y se curvaron dentro de ella, encontrando el punto que siempre la hacía ponerse más caliente. Ella se sacudió sobre la mano y sobre la polla, con la necesidad construyéndose rápidamente. Los gruñidos de él la animaban. La folló más duro, más rápido y ella llegó a la cima rápidamente.

—Oh, Dios, ¡sí!—. El cuerpo de ella se hizo pedazos y el éxtasis se extendió, sus caderas se balancearon y montó al poli mientras él gritaba su liberación, llenándola con su caliente semen.

Colapsó contra el coche, sus piernas eran demasiado débiles para sostenerla cuando él se apartó. Se quedó allí tumbada delante de las luces del coche de policía, con las piernas extendidas y el semen y sus jugos deslizándose hacia abajo por ellas. En ese momento podría haber pasado otro coche y a ella no le habría importado.

Sus shorts aterrizaron al lado de su cabeza y ella saltó.

—Ponte la ropa y te llevaremos por gasolina—. Ambos hombres se habían abrochado los pantalones y estaban de pie esperándola.

—Y cuando te traigamos de vuelta a tu coche podrás agradecérnoslo. Estoy seguro de que se te ocurrirá algo para mostrarnos tu gratitud.

Mientras ella tiraba de sus shorts y la costura de la entrepierna empujaba sobre su húmedo coño, se calentó pensando en lo que le podrían hacer después.

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