Quinta entrega de mis relatos mas eroticos, espero que este les guste
De la vez que hablo, todavía daba clases particulares a chicos de la secundaria. Los preparaba en lengua (o castellano), porque tengo un terciario en literatura y cuando no tengo trabajo, recurro a las clases particulares para seguir estudiando.
Me acuerdo que eran varios los pendejos que me gustaban… el más grande de ellos tendría 17 o 18 años y yo 24, casi 25. Igual nunca les insinuaba nada. Me aguantaba las ganas y cuando terminaba la clase me tiraba en la cama y con un osito o una almohada me tocaba un rato pensando en alguno de ellos.
El primer alumno con el que pasó algo, tenía 17 justamente. Era un chico de mediana estatura, algo robusto y de peinado desprolijo. La mirada era tímida, pero ardía en deseo reprimido cuando venía a mis clases. Más de una vez me levantaba a buscar algo, y en cuanto salía de la habitación, sabía que se estaba tocando. Varias veces, también, mientras él completaba ejercicios que le hacía, yo me ponía a leer, justo en frente suyo, y cada tanto lo miraba de reojo y veía como posaba su mirada en mis pechos. En seguida corría la vista… y yo pensaba en lo que se estaría imaginando hacer conmigo… “¡Que rico…! Un chico tan joven, pensando en cosas tan sucias… ¡y conmigo! ¡qué excitante!”.
Pensaba en qué cara pondría si me arrodillaba frente a él y se la chupaba por arriba del pantalón… “¡¿Cómo?! ¡Ah!... Si, Fede, a ver…”.- Me despertó de la ensoñación con una pregunta. Me sentí algo avergonzada por un momento, creía que se podía dar cuenta. Pero me levanté como si nada y me puse a su lado, reclinándome un poco para ver su hoja. Casi como un impulso, le apoyé una mano en el hombro y sin prestar mucha atención a lo que me decía (y creo que él tampoco a sus propias palabras) vi de reojo como me miraba los pechos, que los tenía en ese momento a pocos centímetros de la cara: “Disculpá, Fede… repetime la pregunta”. Me la repitió y esta vez sí pude respondérsela. Me acerqué la silla para sentarme a su lado, y le expliqué mejor lo que debía hacer.
Volvió a su trabajo, y yo me recliné, como si fuera a continuar mi lectura, pero en realidad le eché un vistazo a su pantalón: ¡más parado imposible!.
A propósito, me desabroché dos botones de mi camisa. Ya debía estar timbrada, eso lo iba a volver loco. Me puse de pie y me paseé por la sala, haciendo que leía mi libro y no le prestaba atención a mi alumno; pero en realidad tenía toda mi mente puesta en él.
No lo veía directamente, pero sentía su mirada clavada, recorriéndome el cuerpo. Seguro ya había visto mis pechos timbrados, y… “¡Siii, Fede, eso es lo que quería…!” Vi como bajó lentamente una de sus manos, y se empezó a apretujar compulsivamente el bulto “Se está tocando despacio. ¡Qué calor!”... Empezaba a pensar en qué decirle, y no me decidía: “Fede, no les digas a tus papás, pero…”… No, no, muy formal, mejor otra cosa: “Querés probar estas…”… No, no daba así, muy actuado, capaz que… ¡Y Fede se levantó de repente y me pidió ir al baño!. ¡No lo podía dejar ir! ¡Se iba a masturbar y me iba a dejar re caliente!.
No le contesté. Dejé mi libro en un estante, me arrodillé y caminé en cuatro patas hasta quedar de frente a mi alumnito. Él me miraba sorprendido, asustado casi. Estaba algo pálido y me pareció sentirlo temblar. Como ya lo había pensado, le empecé a pasar la lengua por el pantalón, y lo miré a los ojos: así que era ésa la cara que pondría… Me había sacado una curiosidad bastante grande: pálido, con los ojos grandes, la boca abierta, haciendo unos movimientos raros con las cejas.
“¿Todavía querés ir al baño… o te puedo ayudar yo?”. No me contestó, y se sacó la camisa: tenía un lindo cuerpo, no tenía pelos en el pecho, pero estaban bien marcados. Seguro se ejercitaba bien. Le empecé a pasar los pechos, todavía vestidos, por su bulto… siempre con el pantalón puesto. Él me agarró los hombros y empezó a mover la pelvis con velocidad, friccionando su bulto contra mis pechos grandes, como un perro en una pierna.
Me paré y se la apreté con fuerza, con una mirada amenazante, controladora, sobre él. Fede respiraba con fuerza y muy rápido. Cada tanto cerraba los párpados como aguantando algo muy fuerte. Le apoyé las tetas en su pecho y me sacó de un tirón la camisa y me corrió el corpiño, dejando los pezones al aire.
Se quedó un rato mirándolos, y apoyó con inseguridad y torpeza una de sus manos. Me empezó a tocar muy despacio, pero en algún movimiento me dolió y se lo saqué de la mano. Lo agarré por los pelos, bruscamente, y le llevé la boca a un pezón: “¡No lo muerdas, eh!”.
Si podía usar la expresión “nene de pecho”, era el momento. La verdad que chupando el pezón se lucía bastante.
Me bajé y le abrí el cierre del pantalón con los dientes (yo seguía agrandada, controlando la situación, y me daba el gusto de hacer ese tipo de cosas). Con la sola lengua le fui abriendo la bragueta hasta dar con el calzoncillo y estirarlo con los dientes: por fin asomó el miembro púber de Fede. Tenía apenas algo de pelo, nunca había visto el pubis de un menor. Como quedó a medio salir, usé las manos para desabrochar y bajar el pantalón con el calzoncillo, de una. Me la puse en la boca y la saboreé un rato, apoyándole mi lengua en el frenillo. Él seguía haciendo ese parpadeo raro, como aguantando, y en ese momento me di cuenta qué estaba aguantando: empezó a eyacular…! Yo no hacía un solo movimiento, sólo lo miraba retorcer la mirada de placer y sentía como me iba llenando la boca. No me lo saqué hasta que terminó.
Sentía algo de enojo, pero me calmé pensando en que era un nene. Se la agarré con fuerza y se la exprimí, con la lengua y succionando, hasta que no le quedase una gota.
Lo miré y él me miró. Se mostró avergonzado y bajó la cabeza. Yo lo miré con desaprobación, como si me hubiera roto un plato o algo. Todavía seguía con el semen en la boca.
Me levanté, le agarré la mano y se lo escupí en ella: “Ahora sí, andá al baño y lavate bien…”, le dije con desinterés y secamente, como al pasar. Me hizo caso y salió de la habitación. Para cuando volvió me encontró vestida y como si nada hubiera pasado. Ya le había corregido el ejercicio y le mostré lo que había hecho mal.
Salió de mi casa con una sonrisa enorme. En las semanas que siguieron volvió un par de veces más con intenciones de hacerlo de nuevo… pero no me mostré interesada.
Bueno eso es todo, muchas gracias por los comentarios en los post anteriores y por los puntos, realmente me dan ganas de seguir adelante calentandolos hasta mas no poder, sigan asi!
De la vez que hablo, todavía daba clases particulares a chicos de la secundaria. Los preparaba en lengua (o castellano), porque tengo un terciario en literatura y cuando no tengo trabajo, recurro a las clases particulares para seguir estudiando.
Me acuerdo que eran varios los pendejos que me gustaban… el más grande de ellos tendría 17 o 18 años y yo 24, casi 25. Igual nunca les insinuaba nada. Me aguantaba las ganas y cuando terminaba la clase me tiraba en la cama y con un osito o una almohada me tocaba un rato pensando en alguno de ellos.
El primer alumno con el que pasó algo, tenía 17 justamente. Era un chico de mediana estatura, algo robusto y de peinado desprolijo. La mirada era tímida, pero ardía en deseo reprimido cuando venía a mis clases. Más de una vez me levantaba a buscar algo, y en cuanto salía de la habitación, sabía que se estaba tocando. Varias veces, también, mientras él completaba ejercicios que le hacía, yo me ponía a leer, justo en frente suyo, y cada tanto lo miraba de reojo y veía como posaba su mirada en mis pechos. En seguida corría la vista… y yo pensaba en lo que se estaría imaginando hacer conmigo… “¡Que rico…! Un chico tan joven, pensando en cosas tan sucias… ¡y conmigo! ¡qué excitante!”.
Pensaba en qué cara pondría si me arrodillaba frente a él y se la chupaba por arriba del pantalón… “¡¿Cómo?! ¡Ah!... Si, Fede, a ver…”.- Me despertó de la ensoñación con una pregunta. Me sentí algo avergonzada por un momento, creía que se podía dar cuenta. Pero me levanté como si nada y me puse a su lado, reclinándome un poco para ver su hoja. Casi como un impulso, le apoyé una mano en el hombro y sin prestar mucha atención a lo que me decía (y creo que él tampoco a sus propias palabras) vi de reojo como me miraba los pechos, que los tenía en ese momento a pocos centímetros de la cara: “Disculpá, Fede… repetime la pregunta”. Me la repitió y esta vez sí pude respondérsela. Me acerqué la silla para sentarme a su lado, y le expliqué mejor lo que debía hacer.
Volvió a su trabajo, y yo me recliné, como si fuera a continuar mi lectura, pero en realidad le eché un vistazo a su pantalón: ¡más parado imposible!.
A propósito, me desabroché dos botones de mi camisa. Ya debía estar timbrada, eso lo iba a volver loco. Me puse de pie y me paseé por la sala, haciendo que leía mi libro y no le prestaba atención a mi alumno; pero en realidad tenía toda mi mente puesta en él.
No lo veía directamente, pero sentía su mirada clavada, recorriéndome el cuerpo. Seguro ya había visto mis pechos timbrados, y… “¡Siii, Fede, eso es lo que quería…!” Vi como bajó lentamente una de sus manos, y se empezó a apretujar compulsivamente el bulto “Se está tocando despacio. ¡Qué calor!”... Empezaba a pensar en qué decirle, y no me decidía: “Fede, no les digas a tus papás, pero…”… No, no, muy formal, mejor otra cosa: “Querés probar estas…”… No, no daba así, muy actuado, capaz que… ¡Y Fede se levantó de repente y me pidió ir al baño!. ¡No lo podía dejar ir! ¡Se iba a masturbar y me iba a dejar re caliente!.
No le contesté. Dejé mi libro en un estante, me arrodillé y caminé en cuatro patas hasta quedar de frente a mi alumnito. Él me miraba sorprendido, asustado casi. Estaba algo pálido y me pareció sentirlo temblar. Como ya lo había pensado, le empecé a pasar la lengua por el pantalón, y lo miré a los ojos: así que era ésa la cara que pondría… Me había sacado una curiosidad bastante grande: pálido, con los ojos grandes, la boca abierta, haciendo unos movimientos raros con las cejas.
“¿Todavía querés ir al baño… o te puedo ayudar yo?”. No me contestó, y se sacó la camisa: tenía un lindo cuerpo, no tenía pelos en el pecho, pero estaban bien marcados. Seguro se ejercitaba bien. Le empecé a pasar los pechos, todavía vestidos, por su bulto… siempre con el pantalón puesto. Él me agarró los hombros y empezó a mover la pelvis con velocidad, friccionando su bulto contra mis pechos grandes, como un perro en una pierna.
Me paré y se la apreté con fuerza, con una mirada amenazante, controladora, sobre él. Fede respiraba con fuerza y muy rápido. Cada tanto cerraba los párpados como aguantando algo muy fuerte. Le apoyé las tetas en su pecho y me sacó de un tirón la camisa y me corrió el corpiño, dejando los pezones al aire.
Se quedó un rato mirándolos, y apoyó con inseguridad y torpeza una de sus manos. Me empezó a tocar muy despacio, pero en algún movimiento me dolió y se lo saqué de la mano. Lo agarré por los pelos, bruscamente, y le llevé la boca a un pezón: “¡No lo muerdas, eh!”.
Si podía usar la expresión “nene de pecho”, era el momento. La verdad que chupando el pezón se lucía bastante.
Me bajé y le abrí el cierre del pantalón con los dientes (yo seguía agrandada, controlando la situación, y me daba el gusto de hacer ese tipo de cosas). Con la sola lengua le fui abriendo la bragueta hasta dar con el calzoncillo y estirarlo con los dientes: por fin asomó el miembro púber de Fede. Tenía apenas algo de pelo, nunca había visto el pubis de un menor. Como quedó a medio salir, usé las manos para desabrochar y bajar el pantalón con el calzoncillo, de una. Me la puse en la boca y la saboreé un rato, apoyándole mi lengua en el frenillo. Él seguía haciendo ese parpadeo raro, como aguantando, y en ese momento me di cuenta qué estaba aguantando: empezó a eyacular…! Yo no hacía un solo movimiento, sólo lo miraba retorcer la mirada de placer y sentía como me iba llenando la boca. No me lo saqué hasta que terminó.
Sentía algo de enojo, pero me calmé pensando en que era un nene. Se la agarré con fuerza y se la exprimí, con la lengua y succionando, hasta que no le quedase una gota.
Lo miré y él me miró. Se mostró avergonzado y bajó la cabeza. Yo lo miré con desaprobación, como si me hubiera roto un plato o algo. Todavía seguía con el semen en la boca.
Me levanté, le agarré la mano y se lo escupí en ella: “Ahora sí, andá al baño y lavate bien…”, le dije con desinterés y secamente, como al pasar. Me hizo caso y salió de la habitación. Para cuando volvió me encontró vestida y como si nada hubiera pasado. Ya le había corregido el ejercicio y le mostré lo que había hecho mal.
Salió de mi casa con una sonrisa enorme. En las semanas que siguieron volvió un par de veces más con intenciones de hacerlo de nuevo… pero no me mostré interesada.
Bueno eso es todo, muchas gracias por los comentarios en los post anteriores y por los puntos, realmente me dan ganas de seguir adelante calentandolos hasta mas no poder, sigan asi!
1 comentarios - La profesora particular
Necesito ejercitar sobre todo Lengua en Orto grafía, Lengua en Pechos y Cachucha
😉
Buen relato!