Estimados y estimadas, aqui un pequeño relatito, recién salidito del horno, espero que les guste, quye lo puedan disfrutar.
Eran como las dos de la mañana y ya la noche estaba echada. Me había llamado dos veces, yo me hacía rogar un poco. El sólo recordarla, su piel suave y fresca, sus tetas deliciosas, su culo juguetón, me limaba la cabeza. Y yo ya estaba de la cabeza. Esperar verla, nuevamente, con su aire de princesita. Su pollera, sus piernas torneadas, su cintura apretada y esas rastas enormes que caían hasta el suelo. Pero nada de perra fumanchera, nada. Apenas una nena de mamá que se había animado a desobedecer. Y encima cómo cogía!!!!
Entonces fui rápido pero sin querer demostrar nada, y me ratoneaba. Cuando llegué algo de razón tenía, y al final del patio, donde la fiesta aún fluía, estaba ella, con amigas, que son mías también, y me esperaba.
Todavía me pasa que no puedo mirarla sin desnudarla, sin remontarme a los momentos gloriosos en que con la excusa de estudiar nos juntábamos a coger rabiosamente hasta que saliera el sol, y nos paseábamos desnudos, cogiendo por toda la casa, hasta llegar al baño, y matarnos debajo del agua. La miro, me enciendo, y ella con una fugaz mirada me devuelve la misma sensación. Pero habrá que esperar.
Al saludarla noté su perfume rico, y roce también su suave piel. Me dieron ganas de besarla. Ella indiferente. Las amigas eran más perras, y si bien ese no es su estilo, estar rodeada de ellas la favorecía, porque resalta su originalidad. Ahí estábamos los dos, como enjaulados, buscándonos desde hace por lo menos dos años, y los dos de novios. Sabemos que no podemos vernos, sin alborotarnos.
Por suerte la cantina y el baño estaban para el mismo lado, y casi sin querer nos encontramos alejados. Nos prometernos matarnos, después de una cerveza más, y cuando las formas se fueron diluyendo en la noche espesa, decidimos rajarnos. Con diferentes excusas terminamos en su habitación de estudiante. Entre almohadones en el piso comenzó la función. Le bajé lentamente la pollera mientras la recorría en un largo y esperado beso. Su cintura, sus caderas, su piel, su bello púbico, y la lengua. Empezó a falshear. Yo ya estaba al palo. Cuando me di cuenta la tenía desnudo, le chupaba la concha, el culo y de vez en cuando las tetas. Se las agarraba como melones. Qué hermoso.
Entonces vino el turno de ella. Y cuando menos me di cuenta la tenía dentro de la boca, chocha. Chupaba que me dejaba loca. Un artesana del felatio. Siempre me ponía al límite y esta no era la excepción. Su piel bien blanca, perfumada, suave, cuidada, sin siqueira mucho uso, me transportaba, me transformaba, quería devorarla. Y así fue, un rato largo, los comimos el uno al otro, largas horas de besos palabras, candelarias, hogueras, algunas lagunas y vuelta a empezar. Un lujo, vernos y tenernos el uno para el otro. Ella introduciéndose cada centímetro de mi verga erecta por sus agujeros, comiéndose la pija a rabiar, y rabiar puteando despacito, para que no nos escuchara vaya uno a saber quien. Era cuestión de mantener caliente la leña.
Creo que estuvimos así unas horas. Ella llegó a un orgasmo, como siempre lo hace, cabalgando, arrancándome lo más furioso que llevo adentro, y así llegué también yo, llenando su boca de leche, su cara y hasta sus tetas. Embardunándola entera, para después bañarla, y volverla a enjuagar.
Una turca, y los chupones de ella a la pija, apretarle los cachetes del culo mientras se la metía, tocarle mientras tanto el clítoris, y después vuelta a chupar. Amasar sus tetas tranquilas, frescas debajo de la remerita, enredarme entre sus rastas y sus ideas. Embriagarme en esos besos y esos ojos de cielo.
De pronto amaneció.
Entonces desayunamos, descargados los dos, y ella se paseaba, en cullotte, para hacerme calentar, y se reía de las ganas de comerse la pija de nuevo hinchada por su paseito tan hermoso.
Eran como las dos de la mañana y ya la noche estaba echada. Me había llamado dos veces, yo me hacía rogar un poco. El sólo recordarla, su piel suave y fresca, sus tetas deliciosas, su culo juguetón, me limaba la cabeza. Y yo ya estaba de la cabeza. Esperar verla, nuevamente, con su aire de princesita. Su pollera, sus piernas torneadas, su cintura apretada y esas rastas enormes que caían hasta el suelo. Pero nada de perra fumanchera, nada. Apenas una nena de mamá que se había animado a desobedecer. Y encima cómo cogía!!!!
Entonces fui rápido pero sin querer demostrar nada, y me ratoneaba. Cuando llegué algo de razón tenía, y al final del patio, donde la fiesta aún fluía, estaba ella, con amigas, que son mías también, y me esperaba.
Todavía me pasa que no puedo mirarla sin desnudarla, sin remontarme a los momentos gloriosos en que con la excusa de estudiar nos juntábamos a coger rabiosamente hasta que saliera el sol, y nos paseábamos desnudos, cogiendo por toda la casa, hasta llegar al baño, y matarnos debajo del agua. La miro, me enciendo, y ella con una fugaz mirada me devuelve la misma sensación. Pero habrá que esperar.
Al saludarla noté su perfume rico, y roce también su suave piel. Me dieron ganas de besarla. Ella indiferente. Las amigas eran más perras, y si bien ese no es su estilo, estar rodeada de ellas la favorecía, porque resalta su originalidad. Ahí estábamos los dos, como enjaulados, buscándonos desde hace por lo menos dos años, y los dos de novios. Sabemos que no podemos vernos, sin alborotarnos.
Por suerte la cantina y el baño estaban para el mismo lado, y casi sin querer nos encontramos alejados. Nos prometernos matarnos, después de una cerveza más, y cuando las formas se fueron diluyendo en la noche espesa, decidimos rajarnos. Con diferentes excusas terminamos en su habitación de estudiante. Entre almohadones en el piso comenzó la función. Le bajé lentamente la pollera mientras la recorría en un largo y esperado beso. Su cintura, sus caderas, su piel, su bello púbico, y la lengua. Empezó a falshear. Yo ya estaba al palo. Cuando me di cuenta la tenía desnudo, le chupaba la concha, el culo y de vez en cuando las tetas. Se las agarraba como melones. Qué hermoso.
Entonces vino el turno de ella. Y cuando menos me di cuenta la tenía dentro de la boca, chocha. Chupaba que me dejaba loca. Un artesana del felatio. Siempre me ponía al límite y esta no era la excepción. Su piel bien blanca, perfumada, suave, cuidada, sin siqueira mucho uso, me transportaba, me transformaba, quería devorarla. Y así fue, un rato largo, los comimos el uno al otro, largas horas de besos palabras, candelarias, hogueras, algunas lagunas y vuelta a empezar. Un lujo, vernos y tenernos el uno para el otro. Ella introduciéndose cada centímetro de mi verga erecta por sus agujeros, comiéndose la pija a rabiar, y rabiar puteando despacito, para que no nos escuchara vaya uno a saber quien. Era cuestión de mantener caliente la leña.
Creo que estuvimos así unas horas. Ella llegó a un orgasmo, como siempre lo hace, cabalgando, arrancándome lo más furioso que llevo adentro, y así llegué también yo, llenando su boca de leche, su cara y hasta sus tetas. Embardunándola entera, para después bañarla, y volverla a enjuagar.
Una turca, y los chupones de ella a la pija, apretarle los cachetes del culo mientras se la metía, tocarle mientras tanto el clítoris, y después vuelta a chupar. Amasar sus tetas tranquilas, frescas debajo de la remerita, enredarme entre sus rastas y sus ideas. Embriagarme en esos besos y esos ojos de cielo.
De pronto amaneció.
Entonces desayunamos, descargados los dos, y ella se paseaba, en cullotte, para hacerme calentar, y se reía de las ganas de comerse la pija de nuevo hinchada por su paseito tan hermoso.
1 comentarios - te estuve esperando, rastas