lo hago con mi cuñado?
Ser así era un sueño que anhelaba aún antes de casarme. Silenciosamente dentro de mí adormilaba el enorme deseo de sentirme mujer pero no había hecho nada al respecto. Ya casada con Mayra, una chica muy sensual y atrevida, se me presentó la ocasión de ir despertando no sola la mujer que me habita, sino la puta que deseaba ser. Ese despertar se apresuró cuando veía a mi esposa arreglarse y vestirse, principalmente cuando usaba una blusita escotada, una minifalda de mezclilla y unas botas ajustadas de tacón alto que le llegaban casi a la rodilla. Siempre me excita tanto verla así, y me entran unas ganas de vestirme como ella.
El hecho de que mi mujer viaje constantemente s por cuestiones de trabajo facilitó las cosas.
Fue hasta después de dos años de casado y una vez que viajó a Guadalajara por una semana que lo hice, y es que viendo a mi esposa salir de la casa vestida de esa manera tan sexy, me entraron ganas de imitarla. Así que busqué en sus cajones la ropa con la que me gustaba verla y con la que tanto me había gustado verme. No fue difícil elegir la minifalda, la blusa, las botas. Mi decisión más difícil fue elegir la ropa interior. Y eso porque en el momento de empezar a travestirme, también me entraron unas ganas enormes de putear y lo que pensaba era en la prenda que le gustaría a mí hombre encontrar al levantarme la minifalda.
Entre una tanga roja que solamente cubría el asunto principal y un calzón de encajes blanco transparente, elegí finalmente la tanga.
Una vez vestida me puse a caminar excitadísima en la habitación. Me sentía súper rara, pero satisfecha. Al fin me estaba realizando. Caminaba de ida y vuelta en la habitación sintiéndome desnuda por debajo, sintiendo el aire colarse entre mis rendijas, sintiendo mis nalgas que se rozaban a cada paso. No podía evitar contonear mi cintura. Y de nuevo me subían las ganas de putear. Imaginaba a un hombre entrar en la habitación, verme con deseos, acercarse a mi decidido, agarrarme con fiereza, tirarme sobre la cama y hacerme su puta una y otra vez. Pensaba en los pensamientos de mi esposa cuando se vestía con esas prendas.
Pintarme, usar peluca, depilarme, fue algo en que empecé a pensar la tercera vez que lo hice. Y eso fue seis meses después, cuando mi esposa se fue a un tercer viaje. El deseo de estar con un hombre había crecido mucho más y con el tiempo que pasaba eso me provocaba desasosiego, insatisfacción y una gran desesperación. Qué ganas de un macho! Pero también el miedo me dominaba. Y mi miedo no era que mi esposa me descubriera, sino mi miedo era no agradarles a los hombres.
¿Me mirarían guapa? Les parecería sexy? Les gustarían mis nalgas? Me desearían? Querrían hacerme su puta? Eran preguntas que resonaban en mi mente con más insistencia cuando parecía normal y andaba por la calle disfrazada de hombre. Así pasó otro año y sin duda me volvía una experta en travestirme. Siempre he tenido ganas de salir a la calle, y siempre me he contenido. Eso me hacia sufrir mucho y de seguir así nunca realizaría el mayor de mis sueños: ser poseída por un hombre.
Pese a seguir así, en el closet, esa primera vez tan anhelada llegó. Y a qué no adivinan con quién? Pues con uno de los hermanos de mi esposa.
Chava llegó a visitarnos hace un año pero llegó justo el día en que mi esposa se iba de viaje. Dijo que venía a pasar con nosotros unos tres días, y su hermana se iba una semana. Nos acompañó a dejar a Mayra al aeropuerto, todavía con él nos quedamos charlando hasta ver levantarse el avión. –Bueno, chiquito, me dijo. A aprovechar que se fue tu mujer, vámonos a divertirnos con unas buenas chicas, o con algún chico. Eh?
Eso me sorprendió, y sentí excitarme. -Vaya, dije, te gustan los chicos! Pues si se trata de divertirse y de pasarla bien, dijo, no importa con quien. Hay que disfrutar de la vida. Y como que te gustan?, pregunté. Chicos normales o travestis? Pues me encantan los travestis, respondió, aunque he estado con uno que otro chico. –Vaya, dije, si que eres omnívoro. Ja, ja, ja! Fue su respuesta, lo cual me hizo soltarle de sopetón. Pues a mí me gusta travestirme. –En serio. Te vistes de Chica? Y sales a la calle a putear? Tienes novio? Lo sabe mi hermana? Esa si es noticia. Me imagino cómo te miraras, porque la verdad, no estás nada mal. Eso me puso en guardia. Lo dices en serio? Pues claro chiquito, a leguas se nota que luces un buen cuerpo, y tu cola no está nada despreciable. Ya me imagino como luces de chica. –Te gustaría verme así. Pues claro, creo que lo que pensaba salir a buscar esta tarde, ya lo encontré. Ja, ja, ja. Su risa alegre me volvió a estremecer. –Vaya, pensé, este chico no tiene ningún pudor, y no le importa que sea el esposo de su hermana. Pero si me estrena, seré su perrita para siempre.
(continuará…)
Ser así era un sueño que anhelaba aún antes de casarme. Silenciosamente dentro de mí adormilaba el enorme deseo de sentirme mujer pero no había hecho nada al respecto. Ya casada con Mayra, una chica muy sensual y atrevida, se me presentó la ocasión de ir despertando no sola la mujer que me habita, sino la puta que deseaba ser. Ese despertar se apresuró cuando veía a mi esposa arreglarse y vestirse, principalmente cuando usaba una blusita escotada, una minifalda de mezclilla y unas botas ajustadas de tacón alto que le llegaban casi a la rodilla. Siempre me excita tanto verla así, y me entran unas ganas de vestirme como ella.
El hecho de que mi mujer viaje constantemente s por cuestiones de trabajo facilitó las cosas.
Fue hasta después de dos años de casado y una vez que viajó a Guadalajara por una semana que lo hice, y es que viendo a mi esposa salir de la casa vestida de esa manera tan sexy, me entraron ganas de imitarla. Así que busqué en sus cajones la ropa con la que me gustaba verla y con la que tanto me había gustado verme. No fue difícil elegir la minifalda, la blusa, las botas. Mi decisión más difícil fue elegir la ropa interior. Y eso porque en el momento de empezar a travestirme, también me entraron unas ganas enormes de putear y lo que pensaba era en la prenda que le gustaría a mí hombre encontrar al levantarme la minifalda.
Entre una tanga roja que solamente cubría el asunto principal y un calzón de encajes blanco transparente, elegí finalmente la tanga.
Una vez vestida me puse a caminar excitadísima en la habitación. Me sentía súper rara, pero satisfecha. Al fin me estaba realizando. Caminaba de ida y vuelta en la habitación sintiéndome desnuda por debajo, sintiendo el aire colarse entre mis rendijas, sintiendo mis nalgas que se rozaban a cada paso. No podía evitar contonear mi cintura. Y de nuevo me subían las ganas de putear. Imaginaba a un hombre entrar en la habitación, verme con deseos, acercarse a mi decidido, agarrarme con fiereza, tirarme sobre la cama y hacerme su puta una y otra vez. Pensaba en los pensamientos de mi esposa cuando se vestía con esas prendas.
Pintarme, usar peluca, depilarme, fue algo en que empecé a pensar la tercera vez que lo hice. Y eso fue seis meses después, cuando mi esposa se fue a un tercer viaje. El deseo de estar con un hombre había crecido mucho más y con el tiempo que pasaba eso me provocaba desasosiego, insatisfacción y una gran desesperación. Qué ganas de un macho! Pero también el miedo me dominaba. Y mi miedo no era que mi esposa me descubriera, sino mi miedo era no agradarles a los hombres.
¿Me mirarían guapa? Les parecería sexy? Les gustarían mis nalgas? Me desearían? Querrían hacerme su puta? Eran preguntas que resonaban en mi mente con más insistencia cuando parecía normal y andaba por la calle disfrazada de hombre. Así pasó otro año y sin duda me volvía una experta en travestirme. Siempre he tenido ganas de salir a la calle, y siempre me he contenido. Eso me hacia sufrir mucho y de seguir así nunca realizaría el mayor de mis sueños: ser poseída por un hombre.
Pese a seguir así, en el closet, esa primera vez tan anhelada llegó. Y a qué no adivinan con quién? Pues con uno de los hermanos de mi esposa.
Chava llegó a visitarnos hace un año pero llegó justo el día en que mi esposa se iba de viaje. Dijo que venía a pasar con nosotros unos tres días, y su hermana se iba una semana. Nos acompañó a dejar a Mayra al aeropuerto, todavía con él nos quedamos charlando hasta ver levantarse el avión. –Bueno, chiquito, me dijo. A aprovechar que se fue tu mujer, vámonos a divertirnos con unas buenas chicas, o con algún chico. Eh?
Eso me sorprendió, y sentí excitarme. -Vaya, dije, te gustan los chicos! Pues si se trata de divertirse y de pasarla bien, dijo, no importa con quien. Hay que disfrutar de la vida. Y como que te gustan?, pregunté. Chicos normales o travestis? Pues me encantan los travestis, respondió, aunque he estado con uno que otro chico. –Vaya, dije, si que eres omnívoro. Ja, ja, ja! Fue su respuesta, lo cual me hizo soltarle de sopetón. Pues a mí me gusta travestirme. –En serio. Te vistes de Chica? Y sales a la calle a putear? Tienes novio? Lo sabe mi hermana? Esa si es noticia. Me imagino cómo te miraras, porque la verdad, no estás nada mal. Eso me puso en guardia. Lo dices en serio? Pues claro chiquito, a leguas se nota que luces un buen cuerpo, y tu cola no está nada despreciable. Ya me imagino como luces de chica. –Te gustaría verme así. Pues claro, creo que lo que pensaba salir a buscar esta tarde, ya lo encontré. Ja, ja, ja. Su risa alegre me volvió a estremecer. –Vaya, pensé, este chico no tiene ningún pudor, y no le importa que sea el esposo de su hermana. Pero si me estrena, seré su perrita para siempre.
(continuará…)
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