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Me vuelven a coger

Me vuelvena coger y me enkanta[/i]
Si me desvirgaron el martes, la verdad es que no me imaginaba que en la mañana del viernes volvería a estrenarme con otro semental.
Desde el lunes lo había sentido mirarme con insistencia mientras comíamos en el restaurante del hotel. El miércoles por la tarde lo vi acercarse sonriendo, con una mirada pícara y saludándome: “hola chico guapo, te invito a una cerveza”. Le dije que no podía en aquel momento. Me desprecias?” preguntó, le dije que no, que estaría ocupado. “Te busco mañana entonces”, dijo mientras se alejaba guiñándome el ojo.
Efectivamente, al día siguiente reconocí su voz susurrándome. “Hola Alexa, por ahí me contaron que ese es tu nombre de combate”. Claro, con ese nombre me bautizo mi primer macho (el del día anterior), y como lo dijo tan directo, no lo negué, simplemente le pregunté lo que quería. “Tú sabes lo que quiero, guapo, estaría feliz si me permites un mañanero mañana”. Vaya ganoso y urgido que estaba aquel macho! Le respondí que más feliz estaría yo y que lo esperaba a las siete y treinta en la habitación 301.
A la mañana siguiente, después de ducharme, me puse unos short muy cortos y ceñidos de modo que resaltara la línea de mis nalgas al mismo tiempo que mis glúteos. Del mismo modo me puse una camiseta transparente muy ceñida. “Qué puntual”, dije, al abrirle la puerta e invitarlo a pasar. “Una cita como ésta no es para presentarse tarde”, exclamó. Pues tú dices por donde empezamos, le dije mientras sonreía pícaramente. “Empecemos siendo novios”, me dijo. Qué crees que hacen los novios? Preguntó. Pues se abrazan, dije, se acarician, se be…
Pues ven para acá dijo aprisionándome entre sus fuertes brazos. Me besó la nuca, el cuello, los hombros, después buscó mi boca, y nos dedicamos a intercambiar besos, lengua, saliva, aliento, mucho rato. Tienes una boquita deliciosa me dijo al oído.
Entonces se deshizo de mí. Lo vi pasearse por la habitación mientras iniciaba a quitarse la camisa. Se detuvo mientras me clavaba su mirada. Uno a uno fue desabotonándose, se la fue quitando sin dejar de mirarme, insinuándose, provocándome. Yo estaba embelesada, admirando aquel pecho musculoso cubierto de espeso vello oscuro, indomable. Luego, sin dejar de verme, se desanudó el cinturón, se abrió el pantalón y se lo fue quitando tomándose su tiempo. Qué piernas mas hermosas, peludas! Su enorme bulto estiraba su tanga que parecía a punto de romperse. Qué te parece? Me dijo. Yo me llevé la mano a los labios y ahogué un grito de sorpresa. Lo vi agarrarse los costados de su tanga e irse inclinando hasta quitárselo. Entonces se enderezó lentamente, mientras iba levantando los brazos. Giro sobre sí hasta dejarme verlo de perfil.
Mi mirada se detuvo en la mitad de su cuerpo. Qué grandota!, qué peluda!, qué bombón!. Su enorme verga despeinada y morena lucía desgreñada, agresiva, caprichosa, indomable. La primera verga que probé si bien dura, tenía expresión de tersura. Por el contrario, la verga de este macho lucía dura hasta la violencia, con un grueso prepucio y un glande con una abertura desmesurada que daba la apariencia de una boca con unos labios gruesos y caídos.
El miedo y la curiosidad se mezclaron en mi mente. Miedo por pensar que aquella verga me rompería mis esfínteres. Curiosidad de probarlo, de sentirlo, de saber si me cabría. Así que mirándosela, y lanzándole un beso, me quité la camiseta al tiempo que empezaba a caminar hacia él meneando el trasero provocativamente. Cuando estuve a un paso de él me voltee y caminé de regreso en la misma forma. Me agradó ver el efecto que estaba provocando. Aquel macho tenía su mirada clava directamente en mis nalgas. Su lengua salía a relamer sus labios, los cuales mordisqueaba ansioso, mientras su enorme vara se tensaba y erguía en un ritmo que denotaba su anhelante deseo.
Disfruté verlo. Saber que me deseaba provocó un efecto parecido pero en mis esfínteres que se apretaban y se relajaban cada vez que aquella verga se tensaba. Le sonreí picarón. Mientras me fui acercando. Entonces me volteé quitándome el short. Giré la cabeza y vi nuevamente su mirada prendida a mi trasero y su enorme verga erguida humedeciéndose. Me quitas la tanga, le pedí mientras me inclinaba sobre el respaldo del sofá. Sentí sus manos tomando mis nalgas, apretándolas y pellizcándolas con suavidad mientras recorría toda mi línea. Poco a poco fue quitándome la tanga. Sentí su lengua caliente humedecer mis nalgas, hurgar en mi línea e irse metiendo hasta el rincón. Me recliné más aún. Sentí la punta de su lengua pasar rozando el ojo de mi culo, entonces me abrió las nalgas y el lengüetazo que vino inmediatamente me hizo ahogar un grito de placer. Pero no acabó ahí, aquella lengua siguió moviéndose sobre mi orificio, lamiéndolo, hurgándolo, penetrándolo. Los diez minutos que paso así fue de lo más placentero que he sentido en mi vida.
Siempre prendido a mi cintura se fue incorporando. Sus dos manazas se posaron en mis nalgas agitándolas con suavidad, hundía sus pulgares en mis glúteos pegándolos, separándolos, o simplemente presionándolos provocando a cada segunda que me fuera relajando. Entonces sentí su enorme verga pegarse a mis nalgas, golpearme, mojarme. La fue metiendo entre mis nalgas hasta posarla en el centro. Agarré mis nalgas abriéndolas para facilitar la entrada a mi invitado. Casi grité de dolor con la primera embestida. Lo sentí hundirse sin misericordia en mi interior, clavándome, mojándome, desgarrándome. Pese a ello la sensación de felicidad que sentía no se me escapó, no podía entender como aquella enorme verga encajaba bien en mi culo, y por segunda vez, en la misma semana, tenía un macho prendido a mi trasero. Cada vez sus embestidas se fueron haciendo más rápidas, más intensas y más húmedas. Un sonido de chapoteo delicioso salía de mis nalgas. Y es que aquel macho ya me había inundado con su semen y aún no terminaba. Siguió metiéndomela una, dos, tres, cien veces hasta que empezó a gemir y dejó venir toda su lecha en mi espalda.
Dos minutos después sentía todavía su enorme verga destilando. Estaba tan contento que me voltee para mamársela, limpiándolo con la lengua y tragándome los restos de semen que asomaban por la abertura de su glande.

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