Nos encontramos por casualidad a la salida de un recital, dando vueltas al Luna Park. Ella estaba con una amiga que no conocía. A ella misma hacía mucho que no la veía. Habíamos cursado juntos en la facultad algunos años antes, nos habíamos revolcado alguna vez para quitarnos la presión antes de un final, y no mucho más.
Estábamos cansados de saltar, todos sudados, y sedientos. Yo había ido solo al recital, así que me uní a sus planes, que por el momento eran buscar algún kiosco donde comprar algo para tomar. Entre que no había nada abierto un jueves a la noche en el centro, y que había mucha gente, nos fuimos caminando para el lado de San Telmo. Para cuando nos dimos cuenta había caminado bastante, y las posibilidades de encontrar algo abierto disminuían.
Entonces, de casualidad, nos cruzamos con un super chino medio en penumbras, disimulado sobre una calle lateral. Nos acercamos con la idea de comprar un agua o una gaseosa, pero al ver que en la heladera tenía cerveza, nos miramos con cara de pregunta. Decidimos comprar unas cervezas y un frizzé, que el chino nos cobró innecesariamente caros, claro. Pero antes de vendernos, nos avisó que no podíamos tomarlo ahí en la calle. Pensamos en ir caminando, pero las chicas dijoeron que mejor no, que a ver si teníamos problemas con la policía, o lo que fuera. El plan parecía frustrarse, pero yo atiné a proponer mi casa. No estábamos lejos, si íbamos en taxi era un toque, y entre tres...
Pensé que iba a sonar raro, pero parece que no, en seguida aceptaron.
Pusimos unas músicas, y nos pusimos a tomar las bebidas, tranquilos. Al otro día había que trabajar, pero duraba todavía la excitación del recital. Con la amiga de mi amiga nos tomamos las cervezas, mi amiga se tomó el frizzé prácticamente ella sola. La cosa se ponía cada vez más animada, entre el recital, recuerdos de la facu, y las historias de la amiga que para mí eran nuevas, y para mi amiga más o menos, porque hacía mucho que no se veían (de hecho, se habían cruzado en el recital por casualidad). Yo, mientras, aprovechaba para mirarle el escote a Almendra, mi amiga. Me parece que Cielo, su amiga, se daba cuenta, pero se había la boluda. Almendra no tiene tetas grandes, pero sí muy firmes y duras; y un culo que, honestamente, yo creo que es lo mejor que vi en mi vida. De cara, bueno, no está mal, digamos. Cielo en cambio estaba más tapada, parecía no tener buenas gomas, y el culo lo tenía tapado con un saquito, por más que había intentado, no había podido averiguar qué escondía. De cara era muy linda, incluso con la mugre post-recital.
Así estuvimos un rato, hasta que en un determinado momento, buscando hielo en la cocina, y ya sin casi nada por beber, nos curzamos con Almendra. Yo le miré el orto sin disimulo, y ella se dio cuenta, y me miró, y se quedó callada un segundo. Yo no dije nada; la miré a la cara, y después le miré el culo de nuevo. Tenía una calza negra de algodón completamente clavada en la raya del orto.
¿Qué pasó?, preguntó finalmente. Nada, te estaba mirando el orto, dije sin más, honestamente. ¿Te gusta?, dijo, con tono sincero. Claro que me gusta, tenés el mejor culo del país, ya lo sabés, dije yo, repitiendo lo que, efectivamente, ella ya sabía. Se me empezaba a parar la pija. Gracias, dijo ella; dale, vamos, dijo, y empezó a caminar para salir de la cocina. Yo iba atrás de ella, y antes de salir se frenó, me pegó un culazo en la verga, tal vez para comprobar que tenía una buena erección, y siguió.
Seguimos hablando un poco más, pero yo ya no pensaba. Cielo se reía de todo, divina, la pasaba bomba con su inocencia, su risa sencilla para cualquier comentario. A los diez minutos Almendra dijo que iba a buscar agua, o más hielo, no sé, y ahí entonces la agarré en la cocina, le toqué el orto, y cuando se dio vuelta, antes de saber qué cara ponía, le partí la boca. Estaba toda caliente. Toda. Teníala boca caliente, el cuello caliente, las manos calientes, el culo caliente, y la argolla también, a juzgar por el calor que desprendía esa calza a la altura de la entrepierna.
Qué mierda que esté tu amiga, dije, sabiendo que no podíamos despacharla porque tenían que volver juntas (era de noche tarde, y viven lejos, en zona oeste). No importa, dijo, y me empujó la pelvis contra la chota. A mi me empezó a dar cosa: está tu amiga del otro lado de la pared, dije, no da. Quedate acá, dijo, ya vengo.
Fue al living, y hablo algo que no entendí con la amiga, en voz baja. La amiga se empezó a cagar de risa, y dijo que estaba todo bien. Volvió a la cocina. Ya está, dijo, y me empezó a apretar la poronga. Seguimos franeleando. Le bajé la calza lo suficiente para dejarle el culo al aire. Ella solita lo levantó, como apuntando al cielo, como pidiendo. Ahí empezó a gemir, y ahí me acordé que solía gritar mucho cuando óbamos a un telo, pero pensé que sería cosa de telo, que en esta circunstancia se mediría. Así como estaba, con el culo al aire, con la tanga puesta, me peló la verga, se arrodilló, y me la empezó a chupar sin demoras, haciendo un ruido tremendo, mientras decía Qué buena pija, hijo de puta, me ecanta tu pija, qué rico, y chupaba.
Escuchame, vamos a la pieza, mejor. Bueno, dale, me dijo. Se levantó, se acomodó la calza como pudo, y me empezó a tironear de la mano. Pará, pará, no voy a salir con la verga colgando, le dije, y en seguida me di cuenta que la amiga me había escuchado seguramente, porque mi casa es un un dos ambientes muy chico, apenas dividido por una pared, sin puerta. Crucé el living con la bragueta baja y una erección imposible de disimular, y sin querer la miré a Cielo, que nos miraba pasar muy contenta, con una sonrisa muy tranquila, mientras terminaba su cerveza.
La pieza, como dije, no es más que el costado de la habitación, del otro lado de una pared. No hay puerta porque la saqué para que no ocupe lugar. En cuanto llegó a la pieza se sacó las calzas y la tanga, se abrió de piernas en la cama, y se empezó a pajear, mientras seguía gimiendo y puteando. Pará, le dije, bajá la voz, pobre tu amiga, está del otro lado. Que se vaya a la mierda, dijo, y siguió.
Me quité los pantalones y le empecé a chupar la argolla. La mina, súper caliente, empezó a gemir como loca. Oíme, está tu amiga, insistí yo, no sé ya ni por qué. Encima que la dejás sola le culeás al lado, y ella, ahí? Que se cague, dijo. Al menos preguntale si quiere venir, pregunté en chiste, mientras ella se amasaba las tetas y se pellizcaba los pezones. Bueno, dijo. Salió en bolas, con el corpiño a medio desabrochar y la concha toda chupada. Se escucharon risas. Habló algo con la amiga, de nuevo en voz baja, y de nuevo se escucharon risas.
Vení, dijo fuerte, y yo que ya no sabía qué hacer, salí de la pieza sin pensar, en bolas, con la camisa a medio desabrochar, y la verga durísima. Ella estaba parada al lado del sillón, y en el sillón, con las calzas por las rodillas, Cielo, haciéndose una paja divina. Todavía se reía. Yo la miré a ella, le miré la argolla, ella me miró la verga. Tenía una tremendamata de pelo, y a mí no me gusta nada la cosa, pero ya no me importaba nada. Sugerí que si armábamos un trío, pero Almendra dijo que no, que Cielo estaba peluda y le daba verguenza, y Cielo me preguntó si no me molestaba que se pajeara en el sillón o si quería que fuera al baño. Yo le dije que, obvio, hiciera lo que quisiera, que se pajeara cómo y donde quisiera, y para devolver la gentileza, le pregunté si le jodía que la mirara. Me dijo que no, que le calentaba bocha.
Antes de que pudiera terminar la conversación, Almendra ya me estaba chupando la pija de nuevo. Hacía los mismos ruidos que antes, ni más ni menos, como si no hubiera nadie nunca cuando ella cogía. Cielo la miraba trabajar y se pajeaba sin dejar de sonreir, ya se había sacado las calzas del todo, aunque se había dejado las zapatillas.
La acomodé a Almendra sobre el borde de la mesa, como pude, y le emmpecé a dar despacio. Dale, hijo de puta, cogeme más fuerte, decía, enojada. Si le daba más fuerte acababa ahí nomás. La mina se echó sobre la mesa, acompañó la cogida con una pajona furiosa, y acabó a los gritos, puteando como loca. Medio minuto después acabó Cielo, con un suspiro largo y profundo. Recién ahí noté que había sacado, de su cartera supongo, un pequño consolador que se había metido en el culo. Lo tenía ahí todavía mientras se masajeaba la almeja, los pelos empapados de flujo, saliva y sudor.
Aproveché para parar un segundo, porque tenía los huevos a punto de estallar. La di vuelta a Almendra y le avisé que le iba a hacer el culo. Sos un hijo de puta, dijo, y se dio vuelta sin problemas. La miré a Cielo con cara de invitarla a lo que fuera, me miró con cara de que no, gracias. Le empecé a chupar el culo a Almendra, mientras intentaba serenarme. Después de un rato, un poco más relajado, la puse en cuatro, apoyada en una silla, mirando a Cielo. Qué linda pija tenés, dijo Cielo, yo creo que más por compromiso que por otra cosa. Ahí noté que nunca se habbía sacado la mano de la entrepierna, y que más allá de los pelos, tenía una concha muy linda. Vos tenés muy linda conchita, le dije, no querés que te la chupe un ratito? No, dijo, estoy peluda, no me gusta, pero gracias, culeatela a Dani que le encanta, eso quiero, dijo, siempre sonriendo.
Almendra ya tenía mi verga en la mano, y estaba puteandome y se apoyaba la punta de la verga en el dilatado agujero de su tremendo culo, y empujaba, y dale, hijo de puta, te gusta, hijo de puta, rompeme el culo, hijo de puta, llename el orto de carne y leche, la puta que te parió. Hice un esfuerzo y se la mandé al fondo sin aviso. Gritó, y puteó, y se movió más. Cielo tenía los ojos cerrados y se pajeaba con las piernas bien abiertas, ahora sin el consolador. Gemía despacito, lento, pero muy profundo. Almendra en cambio se pajeaba como loca. La agarré de los pelos y le pegué fuerte en el culo. Te gusta, hija de puta, le dije, y gritó, y Cielo miró, y vio que la tenía empalada por el culo, agarrada de los pelos, y le pegaba en la nalga derecha, y se ve que le gustó, y al minuto acabó de nuevo, esta vez con un grito ahogado muy agudo. Se empezó a retorcer como loca en el sillón, y yo no podía más, y se la saqué un segundo para intentar aguantar más.
En el preciso momento en que se la saqué del culo, Almendra acabó. Se le doblaron las piernas y terminó arrodillada en el piso, apretándose la entrepierna, ya no gritaba ni puteaba. Me había salido mal el plan, me había quedado con la pija al palo, los huevos llenos de leche, y las dos minas recontra acabadas. Almendra estaba en el piso, necesitaba recuperarase.
Entonces Cielo me miró, sonrió, y se levantó. Se arrodilló al lado mío, siempre sonriendo, y repitió Qué linda pija que tenés, y me la agarró, y me tocó los huevos, y se escupió en la mano, y me empezó a pajear. Almendra se dio vuelta en el piso, y miró, y dijo Vamos Cie, viste qué linda pija? Y Cielo la miró, y dijo que sí, y sonrió, y me siguió pajeando, suave, sin violencia. La agarré de la cabeza con la intención de que me la chupara, pero me dio a entender que no. Entonces a la mierda, acabo de una y listo.
Entonces, antes de que pudiera avisarle que iba a acabar, Cielo me miró y me dijo ¿Me acabás en la cara? Yo pensé que me estaa cargando, pero ya no había tiempo. Nunca pensé que pudiera acabar tanto, nunca había pasado antes, le llené la cara de leche caliente. Cielo cerró los ojos, puso cara de satisfacción, y dirigió los lechazos para distribuirlos por toda la cara. Una vez que se aseguró que me había apretado bien la poronga y no me quedaba nada más, se la fortó por la cara, el pecho, y el culo. Ahí, cuando se levantó, vi que tenía lindo culo.
Estábamos cansados de saltar, todos sudados, y sedientos. Yo había ido solo al recital, así que me uní a sus planes, que por el momento eran buscar algún kiosco donde comprar algo para tomar. Entre que no había nada abierto un jueves a la noche en el centro, y que había mucha gente, nos fuimos caminando para el lado de San Telmo. Para cuando nos dimos cuenta había caminado bastante, y las posibilidades de encontrar algo abierto disminuían.
Entonces, de casualidad, nos cruzamos con un super chino medio en penumbras, disimulado sobre una calle lateral. Nos acercamos con la idea de comprar un agua o una gaseosa, pero al ver que en la heladera tenía cerveza, nos miramos con cara de pregunta. Decidimos comprar unas cervezas y un frizzé, que el chino nos cobró innecesariamente caros, claro. Pero antes de vendernos, nos avisó que no podíamos tomarlo ahí en la calle. Pensamos en ir caminando, pero las chicas dijoeron que mejor no, que a ver si teníamos problemas con la policía, o lo que fuera. El plan parecía frustrarse, pero yo atiné a proponer mi casa. No estábamos lejos, si íbamos en taxi era un toque, y entre tres...
Pensé que iba a sonar raro, pero parece que no, en seguida aceptaron.
Pusimos unas músicas, y nos pusimos a tomar las bebidas, tranquilos. Al otro día había que trabajar, pero duraba todavía la excitación del recital. Con la amiga de mi amiga nos tomamos las cervezas, mi amiga se tomó el frizzé prácticamente ella sola. La cosa se ponía cada vez más animada, entre el recital, recuerdos de la facu, y las historias de la amiga que para mí eran nuevas, y para mi amiga más o menos, porque hacía mucho que no se veían (de hecho, se habían cruzado en el recital por casualidad). Yo, mientras, aprovechaba para mirarle el escote a Almendra, mi amiga. Me parece que Cielo, su amiga, se daba cuenta, pero se había la boluda. Almendra no tiene tetas grandes, pero sí muy firmes y duras; y un culo que, honestamente, yo creo que es lo mejor que vi en mi vida. De cara, bueno, no está mal, digamos. Cielo en cambio estaba más tapada, parecía no tener buenas gomas, y el culo lo tenía tapado con un saquito, por más que había intentado, no había podido averiguar qué escondía. De cara era muy linda, incluso con la mugre post-recital.
Así estuvimos un rato, hasta que en un determinado momento, buscando hielo en la cocina, y ya sin casi nada por beber, nos curzamos con Almendra. Yo le miré el orto sin disimulo, y ella se dio cuenta, y me miró, y se quedó callada un segundo. Yo no dije nada; la miré a la cara, y después le miré el culo de nuevo. Tenía una calza negra de algodón completamente clavada en la raya del orto.
¿Qué pasó?, preguntó finalmente. Nada, te estaba mirando el orto, dije sin más, honestamente. ¿Te gusta?, dijo, con tono sincero. Claro que me gusta, tenés el mejor culo del país, ya lo sabés, dije yo, repitiendo lo que, efectivamente, ella ya sabía. Se me empezaba a parar la pija. Gracias, dijo ella; dale, vamos, dijo, y empezó a caminar para salir de la cocina. Yo iba atrás de ella, y antes de salir se frenó, me pegó un culazo en la verga, tal vez para comprobar que tenía una buena erección, y siguió.
Seguimos hablando un poco más, pero yo ya no pensaba. Cielo se reía de todo, divina, la pasaba bomba con su inocencia, su risa sencilla para cualquier comentario. A los diez minutos Almendra dijo que iba a buscar agua, o más hielo, no sé, y ahí entonces la agarré en la cocina, le toqué el orto, y cuando se dio vuelta, antes de saber qué cara ponía, le partí la boca. Estaba toda caliente. Toda. Teníala boca caliente, el cuello caliente, las manos calientes, el culo caliente, y la argolla también, a juzgar por el calor que desprendía esa calza a la altura de la entrepierna.
Qué mierda que esté tu amiga, dije, sabiendo que no podíamos despacharla porque tenían que volver juntas (era de noche tarde, y viven lejos, en zona oeste). No importa, dijo, y me empujó la pelvis contra la chota. A mi me empezó a dar cosa: está tu amiga del otro lado de la pared, dije, no da. Quedate acá, dijo, ya vengo.
Fue al living, y hablo algo que no entendí con la amiga, en voz baja. La amiga se empezó a cagar de risa, y dijo que estaba todo bien. Volvió a la cocina. Ya está, dijo, y me empezó a apretar la poronga. Seguimos franeleando. Le bajé la calza lo suficiente para dejarle el culo al aire. Ella solita lo levantó, como apuntando al cielo, como pidiendo. Ahí empezó a gemir, y ahí me acordé que solía gritar mucho cuando óbamos a un telo, pero pensé que sería cosa de telo, que en esta circunstancia se mediría. Así como estaba, con el culo al aire, con la tanga puesta, me peló la verga, se arrodilló, y me la empezó a chupar sin demoras, haciendo un ruido tremendo, mientras decía Qué buena pija, hijo de puta, me ecanta tu pija, qué rico, y chupaba.
Escuchame, vamos a la pieza, mejor. Bueno, dale, me dijo. Se levantó, se acomodó la calza como pudo, y me empezó a tironear de la mano. Pará, pará, no voy a salir con la verga colgando, le dije, y en seguida me di cuenta que la amiga me había escuchado seguramente, porque mi casa es un un dos ambientes muy chico, apenas dividido por una pared, sin puerta. Crucé el living con la bragueta baja y una erección imposible de disimular, y sin querer la miré a Cielo, que nos miraba pasar muy contenta, con una sonrisa muy tranquila, mientras terminaba su cerveza.
La pieza, como dije, no es más que el costado de la habitación, del otro lado de una pared. No hay puerta porque la saqué para que no ocupe lugar. En cuanto llegó a la pieza se sacó las calzas y la tanga, se abrió de piernas en la cama, y se empezó a pajear, mientras seguía gimiendo y puteando. Pará, le dije, bajá la voz, pobre tu amiga, está del otro lado. Que se vaya a la mierda, dijo, y siguió.
Me quité los pantalones y le empecé a chupar la argolla. La mina, súper caliente, empezó a gemir como loca. Oíme, está tu amiga, insistí yo, no sé ya ni por qué. Encima que la dejás sola le culeás al lado, y ella, ahí? Que se cague, dijo. Al menos preguntale si quiere venir, pregunté en chiste, mientras ella se amasaba las tetas y se pellizcaba los pezones. Bueno, dijo. Salió en bolas, con el corpiño a medio desabrochar y la concha toda chupada. Se escucharon risas. Habló algo con la amiga, de nuevo en voz baja, y de nuevo se escucharon risas.
Vení, dijo fuerte, y yo que ya no sabía qué hacer, salí de la pieza sin pensar, en bolas, con la camisa a medio desabrochar, y la verga durísima. Ella estaba parada al lado del sillón, y en el sillón, con las calzas por las rodillas, Cielo, haciéndose una paja divina. Todavía se reía. Yo la miré a ella, le miré la argolla, ella me miró la verga. Tenía una tremendamata de pelo, y a mí no me gusta nada la cosa, pero ya no me importaba nada. Sugerí que si armábamos un trío, pero Almendra dijo que no, que Cielo estaba peluda y le daba verguenza, y Cielo me preguntó si no me molestaba que se pajeara en el sillón o si quería que fuera al baño. Yo le dije que, obvio, hiciera lo que quisiera, que se pajeara cómo y donde quisiera, y para devolver la gentileza, le pregunté si le jodía que la mirara. Me dijo que no, que le calentaba bocha.
Antes de que pudiera terminar la conversación, Almendra ya me estaba chupando la pija de nuevo. Hacía los mismos ruidos que antes, ni más ni menos, como si no hubiera nadie nunca cuando ella cogía. Cielo la miraba trabajar y se pajeaba sin dejar de sonreir, ya se había sacado las calzas del todo, aunque se había dejado las zapatillas.
La acomodé a Almendra sobre el borde de la mesa, como pude, y le emmpecé a dar despacio. Dale, hijo de puta, cogeme más fuerte, decía, enojada. Si le daba más fuerte acababa ahí nomás. La mina se echó sobre la mesa, acompañó la cogida con una pajona furiosa, y acabó a los gritos, puteando como loca. Medio minuto después acabó Cielo, con un suspiro largo y profundo. Recién ahí noté que había sacado, de su cartera supongo, un pequño consolador que se había metido en el culo. Lo tenía ahí todavía mientras se masajeaba la almeja, los pelos empapados de flujo, saliva y sudor.
Aproveché para parar un segundo, porque tenía los huevos a punto de estallar. La di vuelta a Almendra y le avisé que le iba a hacer el culo. Sos un hijo de puta, dijo, y se dio vuelta sin problemas. La miré a Cielo con cara de invitarla a lo que fuera, me miró con cara de que no, gracias. Le empecé a chupar el culo a Almendra, mientras intentaba serenarme. Después de un rato, un poco más relajado, la puse en cuatro, apoyada en una silla, mirando a Cielo. Qué linda pija tenés, dijo Cielo, yo creo que más por compromiso que por otra cosa. Ahí noté que nunca se habbía sacado la mano de la entrepierna, y que más allá de los pelos, tenía una concha muy linda. Vos tenés muy linda conchita, le dije, no querés que te la chupe un ratito? No, dijo, estoy peluda, no me gusta, pero gracias, culeatela a Dani que le encanta, eso quiero, dijo, siempre sonriendo.
Almendra ya tenía mi verga en la mano, y estaba puteandome y se apoyaba la punta de la verga en el dilatado agujero de su tremendo culo, y empujaba, y dale, hijo de puta, te gusta, hijo de puta, rompeme el culo, hijo de puta, llename el orto de carne y leche, la puta que te parió. Hice un esfuerzo y se la mandé al fondo sin aviso. Gritó, y puteó, y se movió más. Cielo tenía los ojos cerrados y se pajeaba con las piernas bien abiertas, ahora sin el consolador. Gemía despacito, lento, pero muy profundo. Almendra en cambio se pajeaba como loca. La agarré de los pelos y le pegué fuerte en el culo. Te gusta, hija de puta, le dije, y gritó, y Cielo miró, y vio que la tenía empalada por el culo, agarrada de los pelos, y le pegaba en la nalga derecha, y se ve que le gustó, y al minuto acabó de nuevo, esta vez con un grito ahogado muy agudo. Se empezó a retorcer como loca en el sillón, y yo no podía más, y se la saqué un segundo para intentar aguantar más.
En el preciso momento en que se la saqué del culo, Almendra acabó. Se le doblaron las piernas y terminó arrodillada en el piso, apretándose la entrepierna, ya no gritaba ni puteaba. Me había salido mal el plan, me había quedado con la pija al palo, los huevos llenos de leche, y las dos minas recontra acabadas. Almendra estaba en el piso, necesitaba recuperarase.
Entonces Cielo me miró, sonrió, y se levantó. Se arrodilló al lado mío, siempre sonriendo, y repitió Qué linda pija que tenés, y me la agarró, y me tocó los huevos, y se escupió en la mano, y me empezó a pajear. Almendra se dio vuelta en el piso, y miró, y dijo Vamos Cie, viste qué linda pija? Y Cielo la miró, y dijo que sí, y sonrió, y me siguió pajeando, suave, sin violencia. La agarré de la cabeza con la intención de que me la chupara, pero me dio a entender que no. Entonces a la mierda, acabo de una y listo.
Entonces, antes de que pudiera avisarle que iba a acabar, Cielo me miró y me dijo ¿Me acabás en la cara? Yo pensé que me estaa cargando, pero ya no había tiempo. Nunca pensé que pudiera acabar tanto, nunca había pasado antes, le llené la cara de leche caliente. Cielo cerró los ojos, puso cara de satisfacción, y dirigió los lechazos para distribuirlos por toda la cara. Una vez que se aseguró que me había apretado bien la poronga y no me quedaba nada más, se la fortó por la cara, el pecho, y el culo. Ahí, cuando se levantó, vi que tenía lindo culo.
5 comentarios - En el Cielo las estrellas
Si te gustan los relatos, yo escribí algunos que me gustaría que leyeras. Un abrazo, gran relato