Cuando entró al avión, en seguida fiché su asiento.
B47, cerca de los baños.
Era ideal.
Había venido vestida con una pollera que le tapaba las rodillas, una camisa blanca que permitía ver su corpiño negro pero ocultaba sus tetas, que asomaban gloriosas a través del escote.
Me volvía loco.
A la hora de vuelo, me acerqué por atrás y le hablé al oído.
- Le gustaría algo para beber?
- Sí- contestó-, podría ser un sex on the Beach?
Se lo preparé y le llevé, y, a propósito, le volqué un poco en su camisa, manchando un poco su manga izquierda.
- Perdón!
- Está bien, no pasa nada
- Sí, disculpe. Mire, si usted quiere tenemos unas remeras de la empresa, si le parece, puede pasar al baño y ahí mismo se la cambia
- No, está bien, no te preocupés
- Por favor, insisto. La empresa me obliga a hacerlo, en serio. Por favor, vaya al baño y yo le alcanzo la remera.
Mágicamente, me hizo caso.
Se levantó, encaró para el baño más cercano y cerró la puerta.
Tomé la remera que pensaba regalarle, que yo traía en mi valija de repuesto, y me acerqué hasta donde estaba.
El cartelito decía ‘locked’, por lo que cualquier persona no podría entrar hasta que ella no destrabara la puerta.
Yo, claro, conocía la forma de destrabarla desde afuera.
Toqué dos veces la puerta, anunciándome.
Me pidió un minuto, y a los veinte segundos, destrabé y entré.
- Señor!
- Disculpe, señora… esperé un minuto como usted dijo y entré!
- Pero si yo tenía trabada la puerta!
- Parece que se olvidó, mil disculpas le pido- dije, tapándome los ojos
Ya tenía una de las cosas que quería. Tenía unas tetas increíbles, comestibles, tocables, todo lo que uno esperaba de una mujer.
Lo mejor de todo era que en sus ojos había visto la lujuria.
Le alcancé la remera, con mi mano libre, y dejé mis ojos al descubierto. Ella me miraba, frenética. Había entendido todo mi propósito, desde el trago hasta la remera, y ambos sabíamos lo que pasaría.
No importaba la historia de cada uno, ni quién nos esperara en tierra. Ahí arriba éramos sólo ella y yo, amantes perfectos de una noche eterna.
No tardé un minuto en agarrarla por la cintura y traerla hacia mí, sintiendo sus pechos apretarse contra mi cuerpo, mis labios besar los suyos, tan carnosos y tiernos, tan idóneos.
Nos fundimos en un beso ardiente, en el cual ni ella ni yo podíamos pensar en otra cosa que no fuera en el otro. Desabrochó mi camisa y jugó con mi cuerpo, toqué sus tetas y me sentí en el paraíso.
La alcé y la senté en el lavamanos. Corrí su pollera hacia atrás, arranqué su bombacha de un tirón, y jugando con mis dedos, sentí toda su concha mojada… su olor, la calentura de sus gemidos reprimidos me volvieron loco, y poco a poco acerqué mi boca hacia su sexo.
Apenas mi lengua la rozó, la escuché gritar y pensé que eso acabaría el juego, pero nada nos interrumpió y así seguí durante un tiempo. De un lado al otro, de arriba abajo, metiéndole la lengua hasta lo más profundo, sintiendo su sabor particular, su esencia de mujer.
Aquel que lo haya vivenciado, sabrá que coger en el baño de un avión es una experiencia magnífica, pero también muy complicada.
Suerte para mí que, como azafato, tenía experiencia en el tema. Ya había vivido un par de fiestitas personales, que más adelante les voy a contar, con otras pasajeras, y a veces con compañeras…
Terminé con su clítoris, en apenas unos minutos, en el aire no hay mucho tiempo para degustar como uno quisiera, y saqué mi pija, ya gigante, dura y sedienta de sexo.
Ella amagó para chuparla, como putita viciosa que era, pero yo no se lo permití. Las medidas reducidas de nuestro lecho de amor no eran muy útiles para eso… a cambio, acerqué la puntita hacia su húmeda y excitada concha, y de a poquito se la fui metiendo… llegué hasta el fondo y la saqué, y empecé a metérsela y sacársela con fuerza, con furia, con rabia, con mucha calentura. Ella gemía en mi oído cada vez que la metía del todo, que sentía mis huevos duros chocando contra sus labios vaginales, que eventualmente comenzaron a hacer una presión extrema en mi miembro, un orgasmo que se aprontaba a llegar, producto del morbo de la situación. Cuando ella acabó, yo seguí cogiéndola, queriendo llegar a mi propio orgasmo, pero sus palabras me hicieron frenar
- Necesito probar tu leche, me la quiero tomar toda!
Como pudimos, cambiamos de lugar, y con sus labios y sus manos me terminó una paja bestial, y chupó de mi pija todo el semen que pude sacar, acumulado de verla.
Yo me cambié, arreglé mi camisa y salí, sabiendo que, por más que me vieran, nadie preguntaría nada.
B47, cerca de los baños.
Era ideal.
Había venido vestida con una pollera que le tapaba las rodillas, una camisa blanca que permitía ver su corpiño negro pero ocultaba sus tetas, que asomaban gloriosas a través del escote.
Me volvía loco.
A la hora de vuelo, me acerqué por atrás y le hablé al oído.
- Le gustaría algo para beber?
- Sí- contestó-, podría ser un sex on the Beach?
Se lo preparé y le llevé, y, a propósito, le volqué un poco en su camisa, manchando un poco su manga izquierda.
- Perdón!
- Está bien, no pasa nada
- Sí, disculpe. Mire, si usted quiere tenemos unas remeras de la empresa, si le parece, puede pasar al baño y ahí mismo se la cambia
- No, está bien, no te preocupés
- Por favor, insisto. La empresa me obliga a hacerlo, en serio. Por favor, vaya al baño y yo le alcanzo la remera.
Mágicamente, me hizo caso.
Se levantó, encaró para el baño más cercano y cerró la puerta.
Tomé la remera que pensaba regalarle, que yo traía en mi valija de repuesto, y me acerqué hasta donde estaba.
El cartelito decía ‘locked’, por lo que cualquier persona no podría entrar hasta que ella no destrabara la puerta.
Yo, claro, conocía la forma de destrabarla desde afuera.
Toqué dos veces la puerta, anunciándome.
Me pidió un minuto, y a los veinte segundos, destrabé y entré.
- Señor!
- Disculpe, señora… esperé un minuto como usted dijo y entré!
- Pero si yo tenía trabada la puerta!
- Parece que se olvidó, mil disculpas le pido- dije, tapándome los ojos
Ya tenía una de las cosas que quería. Tenía unas tetas increíbles, comestibles, tocables, todo lo que uno esperaba de una mujer.
Lo mejor de todo era que en sus ojos había visto la lujuria.
Le alcancé la remera, con mi mano libre, y dejé mis ojos al descubierto. Ella me miraba, frenética. Había entendido todo mi propósito, desde el trago hasta la remera, y ambos sabíamos lo que pasaría.
No importaba la historia de cada uno, ni quién nos esperara en tierra. Ahí arriba éramos sólo ella y yo, amantes perfectos de una noche eterna.
No tardé un minuto en agarrarla por la cintura y traerla hacia mí, sintiendo sus pechos apretarse contra mi cuerpo, mis labios besar los suyos, tan carnosos y tiernos, tan idóneos.
Nos fundimos en un beso ardiente, en el cual ni ella ni yo podíamos pensar en otra cosa que no fuera en el otro. Desabrochó mi camisa y jugó con mi cuerpo, toqué sus tetas y me sentí en el paraíso.
La alcé y la senté en el lavamanos. Corrí su pollera hacia atrás, arranqué su bombacha de un tirón, y jugando con mis dedos, sentí toda su concha mojada… su olor, la calentura de sus gemidos reprimidos me volvieron loco, y poco a poco acerqué mi boca hacia su sexo.
Apenas mi lengua la rozó, la escuché gritar y pensé que eso acabaría el juego, pero nada nos interrumpió y así seguí durante un tiempo. De un lado al otro, de arriba abajo, metiéndole la lengua hasta lo más profundo, sintiendo su sabor particular, su esencia de mujer.
Aquel que lo haya vivenciado, sabrá que coger en el baño de un avión es una experiencia magnífica, pero también muy complicada.
Suerte para mí que, como azafato, tenía experiencia en el tema. Ya había vivido un par de fiestitas personales, que más adelante les voy a contar, con otras pasajeras, y a veces con compañeras…
Terminé con su clítoris, en apenas unos minutos, en el aire no hay mucho tiempo para degustar como uno quisiera, y saqué mi pija, ya gigante, dura y sedienta de sexo.
Ella amagó para chuparla, como putita viciosa que era, pero yo no se lo permití. Las medidas reducidas de nuestro lecho de amor no eran muy útiles para eso… a cambio, acerqué la puntita hacia su húmeda y excitada concha, y de a poquito se la fui metiendo… llegué hasta el fondo y la saqué, y empecé a metérsela y sacársela con fuerza, con furia, con rabia, con mucha calentura. Ella gemía en mi oído cada vez que la metía del todo, que sentía mis huevos duros chocando contra sus labios vaginales, que eventualmente comenzaron a hacer una presión extrema en mi miembro, un orgasmo que se aprontaba a llegar, producto del morbo de la situación. Cuando ella acabó, yo seguí cogiéndola, queriendo llegar a mi propio orgasmo, pero sus palabras me hicieron frenar
- Necesito probar tu leche, me la quiero tomar toda!
Como pudimos, cambiamos de lugar, y con sus labios y sus manos me terminó una paja bestial, y chupó de mi pija todo el semen que pude sacar, acumulado de verla.
Yo me cambié, arreglé mi camisa y salí, sabiendo que, por más que me vieran, nadie preguntaría nada.
1 comentarios - Con una puta en el avión