Estimado Lector - PARTE II
“No todas las puertas conocidas nos llevan a seguros destinos;
no todo lo desconocido nos conduce inexorablemente al abismo.”
SexNonVerba.
Estimado lector, no estoy seguro de cuáles han sido las motivaciones que te han llevado a tomar tan arriesgada decisión. Pero confío en ti y sé que enarbolarás bien alto la bandera de la decencia y bajo este estandarte iluminarás los pasos de tan inocente y desesperada jovencita. Conjeturo que tu objetivo ha sido quizás el de proporcionarle a la inexperta Daniela las herramientas para que conozca y aprehenda los aspectos más difíciles y miserables de este mundo. Una vez adquirida dicha experiencia ella podrá por si misma, por propia voluntad, optar por el camino correcto. Espero no equivocarme…
- ¡Qué bueno que llamaste! Todavía estamos a tiempo.- Exclamó Carla del otro lado de la línea.
-Esperá... Todavía no estoy segura de...
-Ah
-Quizá no debí haberte... pero me acordé lo que me dijiste ayer... lo de trabajar con el cuerpo... ¡Y me duele hasta el culo de tenerlo pegado a esa puto banco de madera durante horas!
A Carla le dio un ataque de risa del otro lado de la línea y Daniela, entre ofendida y avergonzada, estuvo a punto de cortar la comunicación. Le estaba hablando en serio... Tenía ganas de llorar.
-Perdoname... De verdad. No te enojes. ¡Es que sonó muy sincero!
-Sonó como fue. Tengo un humor tremendo.
-¿Por qué no te venís a casa y charlamos un rato?- Daniela hizo una pausa y Carla aprovechó para agregar: -Sin compromiso. Como amigas...
-Okey. En una hora paso.
El departamento de Carla era un poco más amplio que el que ella alquilaba, aunque mucho más alegre, cuidado y luminoso. Todo estaba impecable. Carla le comentó que tenía una empleada que acudía tres veces por semana a hacer la limpieza y las tareas de la casa. También le cocinaba y se encargaba de la ropa.
Carla fue hasta la heladera por dos latas de cerveza y le ofreció una a Daniela.
-¿Qué te parece mi pequeña mansión de dos ambientes?
-Es hermosa, luminosa... es divina.
-Vení. Sentate.
Ambas se ubicaron en el sofá de dos cuerpos que había en la sala.
-La verdad es que no sé bien por qué vine, Carla... Creo que necesitaba compañía
-Bueno... te dije que era acompañante.- bromeó.
-En serio. Debo estar loca...
-O te debe doler hasta el culo de trabajar en la lencería.- le recordó Carla con una pizca de sarcasmo –quizás sea eso.
-Si... debe ser.
-No te quiero presionar, pero antes de las doce tengo que llamar a Jorge y confirmarle si consigo o no a mi partenaire.
-Me dijiste “sin compromisos”.
-Sí. Es verdad, pero mi amante es muy ansioso...
-¿Amante? Me dijiste que era tu cliente.
- Él cree... o, mejor dicho, le gusta jugar a que somos amantes. Entonces, en lugar de dejarme el dinero, se encarga de pagar el alquiler, los impuestos y esas cosas. Es simbólico, como diría Lacán. Y a mí me sirve igual. Él sabe que el efectivo lo consigo por otro lado.
-Pura psicología aplicada... Y... ¿No le molesta que atiendas a otros tipos?
-No sé ni me importa, Dani. Es como un juego y con él esas son las reglas. La mayoría de los tipos vienen, pagan y se van... Son todos conocidos de conocidos.- Carla miró su reloj: -Nos queda una hora.
-¿Y si decís que no voy? ¿Perdés el trabajo?
-No, no. Yo voy seguro. El tema es así: es una fiesta de cumpleaños entre amigos, íntima. Son cuatro tipos en total. Y quieren regalarle al del cumpleaños, dos chicas. O sea yo y otra más. Si yo no llevo compañía, ellos se encargan de conseguirla.
-Y... ¿Por qué te parece que yo podría...?
-¡Porque sos divina, Dani! Y porque me dijiste que estabas buscando trabajo... Y porque te siento una amiga. Prefiero mil veces ir con una amiga y no con una desconocida.
-Gracias… ¿Pero vos crees que yo podría..?
-Mirá, Dani. –Empezó Carla con su seguridad característica que tanto impresionaba a Daniela.- Ninguna mujer nace para ser puta, ¿sí? Si vas a sentirte así, no lo hagas. Pero tenés que tener claro que coger por plata no es lo que te hace puta... Es como vos te lo tomás... Tu filosofía. Está todo acá...- Y remató el concepto tocándose la sien con el dedo índice.
-Parecés estudiante de psicología... –Bromeó Daniela que volvía a sentirse contagiada por aquel entusiasmo. –Yo también te siento mi amiga… -Y por un momento se le cruzó por la cabeza la idea que podría hacerlo, que con Carla todo estaría bien: -Entonces… ¿Vamos a animar la fiesta, amiga?- Ambas rieron un rato, chocaron sus latas heladas y bebieron su cerveza.
¿Daniela acababa de tomar una decisión? ¿O la decisión ya estaba tomada antes de digitar aquel número celular y ahora solo buscaba una dosis de aquella energía que emanaba Carla para sentirse segura? No perdamos tiempo de divagaciones espurias. Tú sabes tan bien como yo, estimado lector, que no es realmente importante “cuándo” Daniela se vio tentada por primera vez a acudir a aquella reunión en calidad de “acompañante”, sino que ella ya ha tomado tal decisión y está dispuesta a hacerlo.
El jueves temprano llamó a la dueña de la lencería para avisarle que ya no iría a trabajar; que el puesto era incompatible con sus estudios y que, para colmo, el dinero que percibía le resultaba insuficiente. La mujer se ofuscó y le dijo que era una jovencita irresponsable. Daniela no pudo evitar sentirse culpable, pero se mantuvo firme en su posición.
La angustia mermó con el correr de la mañana y dio lugar a un nuevo sentimiento de libertad. Era nuevamente dueña de su tiempo y lo invertiría de la mejor manera.
Su profesor, el doctor Díaz Duref, había comunicado en clase que el sábado próximo por la mañana tomaría un breve parcial. Por lo cuál, liberada del yugo de la ropa interior, podría aprovechar el día para estudiar. Trató de no pensar en la cita del viernes por la noche o, mejor dicho, en su nuevo trabajo. Pero a media mañana Carla le mandó un mensaje de texto: “Hablé con Jorge, (el anti-forro). Le confirmé lo del viernes. Arreglamos en ¡5000! ¡2500 para cada una! ¡Somos ricas! jaja”
Daniela respondió un escueto: “Ok”. Pero su cabeza se transformó en un remolino de pensamientos turbulentos: Le preocupaba el examen del sábado. ¿Haría tiempo para descansar lo suficiente? Pero había uno, un pensamiento en particular, que volvía una y otra vez y se abría paso entre la turbulencia: Con dos mil quinientos pesos podría vivir dos meses enteros con el trabajo de unas pocas horas.
Justo cuando se disponía a retomar sus estudios, sonó su celular. Otro mensaje. ¡Era Marcos! Quería invitarla a almorzar el sábado después del examen. Se sintió rara. ¿Le diría algo sobre su nuevo trabajo? Impensable. ¿Podría estar con un chico, tener novio? ¡Claro! Carla le hubiese dicho: -Una cosa es el trabajo y otra la vida privada.- Daniela aceptó la invitación y logró despejar su mente para volver a los libros.
Terminó siendo un jueves de estudio muy provechoso.
Más tarde, se fue a dormir en paz.
El viernes amaneció bajo una lluvia torrencial.
Aquella mañana no disponía de muchas horas de lectura porque debía cursar en la facultad de once a una y se había prometido utilizar la tarde del viernes para descansar, ya que no sabía hasta qué hora iba a extenderse lo de la noche, y el sábado por la mañana tendría que acudir al parcial. No asistir a la cursada era una locura porque sería la última clase antes del examen. De manera que desayunó temprano, estudió durante tres horas sin descanso y luego partió hacia la facultad bajo un aguacero violento.
Llegó empapada y de mal humor, pero se encontró con una grata sorpresa. Al finalizar la clase, el docente titular de la materia le pidió si podía conversar con ella unos pocos minutos. Cuando el salón quedó vacío, el profesor Díaz Duref, un hombre calvo, de unos sesenta años, y uno de los psicoanalistas mas reconocidos en la academia, se sentó junto a ella y le dijo:
-Señorita Szajha, discúlpeme que le robe unos minutos, pero no podía dejar pasar esta oportunidad. –Su tono era pausado, claro y algo solemne- Veo que está empapada y no quisiera afectar su salud.
Daniela miró su pecho y se ruborizó. Advirtió que la camisa clara que llevaba puesta, ahora mojada, transparentaba sutilmente su delgado corpiño. Además, al adherirse a su piel, contorneaba casi imperceptiblemente el doble relieve natural se sus pezones. Se sintió algo incómoda y acalorada.
-No es molestia, Doctor… - Daniela intentó con torpe disimulo cubrirse el pecho con su chaqueta y se odió a sí misma por no haber advertido antes aquella vergonzante situación.- Es que… me toma por sorpresa.
-Seré breve. La semana próxima se abre un concurso para un cargo de “Ayudante rentado” y se me ocurrió ofrecerle esta oportunidad. Quiero decir: Me gustaría proponerle, si usted estuviera interesada, por supuesto, que se presente a concurso para el cargo.
La sorpresa era ahora aun mayor.
¿Había escuchado bien? ¿Díaz Duref quería incorporarla a su cátedra? ¿Le estaba ofreciendo concursar por un cargo rentado para incorporarla a su equipo docente?
Daniela intentó controlar su euforia:
-¡Ejem!- Se aclaró la garganta. -Gracias, Doctor… Por supuesto que me interesa, pero… ¿por qué pensó en mí?
-Bueno. Está a la vista. Quiero decir: usted es una estudiante modelo. Además creo que podría tener aptitud para la docencia.
-Sería algo maravilloso, Doctor. ¿Qué tendría que hacer para concursar?
-Por el momento, acercarme su CV.
-El sábado mismo, antes del examen, le traigo mi currículum. ¿Le parece bien?- Trataba de moderar su estado de excitación, pero no lo lograba del todo y la erección que sufrían sus pezones eran la evidencia más directa. Por suerte ya se encontraban a resguardo bajo su chaqueta, fuera del alcance visual del doctor Duref.
-Bien. Igual quiero que comprenda que se trata de un concurso. Por el momento hay cinco postulantes más que no son de esta cursada y que aun no he comenzado a evaluar.
-No importa. Le agradezco de nuevo la oportunidad. En serio. Esto es muy importante para mí. Sobre todo en este momento… -Estaba tan exultante que estuvo a punto de largarle todo el rollo de su compleja situación económica, pero se contuvo a tiempo.
-Su entusiasmo es importante, señorita Szajha. Le prometo que lo voy a tener en cuenta a la hora de tomar una decisión. No puedo prometerle nada más por ahora.
-Es más que suficiente para mí que usted me haya tenido en cuenta, profesor. Le estoy muy agradecida.
-Algo más que no viene al caso… ¿Su apellido es ruso?
- Húngaro, profesor. Mi padre es de Hungría.
-¡Ah! ¿Y conoces el significado?
-La verdad que no… -Daniela se quedó pensando un momento. Nunca había reparado en ello. –Quizá no tenga ningún significado en español.- Dijo finalmente.
-Quizás… Tampoco creo que tenga demasiada importancia. –Y tras un gesto desinteresado, se despidió: -Nos vemos el sábado.
-Hasta el sábado, profesor, y… gracias de nuevo.
Daniela llegó a su departamento, se preparó un almuerzo frugal y después de comer se metió en la cama y se echó a dormir una regia siesta bajo el sonido monocorde de una lluvia incansable.
Soñó toda la tarde que estaba al frente de una clase. Se sorprendía ella misma al descubrirse como una excelente y apasionada docente.
Al despertar, a eso de las seis de la tarde, la tormenta había mermado y los buenos sueños también. Apenas abrió lo ojos, sintió por primar vez una punzada de vértigo en la boca del estómago. Todos los pensamientos que su mente había logrado bloquear, aparecían ahora al unísono: Mañana después del examen saldría con Marcos y una posibilidad para nada lejana, teniendo en cuenta los últimos sucesos en el parque, sería que acabaran allí, juntos, en aquella misma cama. Pero todavía era viernes, y aquella noche tenía otro compromiso… ¡Vaya compromiso!
¿Como sería hacerlo con Marcos después de la experiencia con Carla?
No hacía frío, pero se cubrió con las sábanas hasta la coronilla.
Las cartas estaban echadas. No iba a traicionar a su amiga. Además, ¡ya había renunciado a su trabajo en la lencería! Echarse atrás implicaba quedar definitivamente en la calle.
Inspiró profundamente y trató de evaluar su situación de la forma más pragmática y desapasionada posible: Esa noche acompañaría a Carla y haría lo que tenía que hacer. Después, ya con el dinero en su poder, tendría dos largos meses de tranquilidad económica para evaluar si, haberse procurado el dinero de aquella forma, le había dejado algún tipo de secuela psico-emocional. Cuando solo existe una alternativa, no existe el problema. Y abandonar su carrera justo en es este momento, no constituía ninguna alternativa.
Se sintió orgullosa por ver las cosas con tanta claridad.
Las cosas prácticas la tranquilizaban. Se levantó de un salto y se metió bajo la ducha caiente.
Solía masturbarse más o menos regularmente mientras se bañaba; más como un hábito sedativo que como una respuesta a su insatisfacción. Y aquella tarde de viernes no fue la excepción. Aunque su cuerpo estaba más acalorado que de costumbre, necesitaba más que nunca una terapia sedativa.
De pie y con la máxima presión del agua caliente impactando sobre su coronilla, comenzó a acariciar su sexo con las yemas de sus tres dedos medios, como lo hacía siempre.
Sabía que esa noche se iba a sentir deseada... deseada y poseída. Eso la excitaba. La idea de tener tantas miradas masculinas sobre ella, sobre su cuerpo, la aterrorizaba; pero también la ponía muy caliente. Se frotó como hacía tiempo no lo hacía. Como en sus primeras noches solitarias en Buenos Aires, cuando aún conservaba vivo el recuerdo de su viejo novio de pueblo.
Cuando cerró los ojos, él volvió a su memoria con mucha intensidad. Estaba allí, junto a ella, compartiendo el baño. No recordaba que se verga fuese tan gruesa, pero allí estaba, mojada, caliente, recta y apuntado directo hacia sus ojos. No hizo falta más. Tuvo que sostenerse contra la pared para no perder el equilibrio al momento de alcanzar el orgasmo.
Una duda existencial la abordó cuando abrió el placard: ¿Cómo mierda se suponía que debía ir vestida una “acompañante”? Inmediatamente se comunicó con la experta.
-Da lo mismo.- Respondió Carla, como siempre despreocupada: - Me dijo Jorge que él se encarga de la ropa. Así que ponete lo de siempre, como si fueras a la facultad. Después nos cambiamos allá.
Ese tipo, Jorge, estaba en todo.
Daniela se puso sus jeans azules clásicos y una remera negra ajustada. A pesar de la lluvia sería una noche templada así que no había que preocuparse por el abrigo.
Carla le dio las indicaciones pertinentes al chofer del taxi. Al parecer el lugar quedaba en Pilar, a unos cincuenta kilómetros al norte de la ciudad de Buenos Aires, en un barrio privado.
El vehículo se desplazaba a alta velocidad por la autopista. La cabina del taxi, artificialmente refrigerada y exageradamente perfumada, permanecía en silencio. Apenas se oía el murmullo incomprensible que producía la radio AM a mínimo volumen. Daniela miraba sin ver a través de la ventana, probablemente absorta en sus pensamientos, o intentando dominarlos. Entonces Carla le tomó la mano. La sintió húmeda. Daniela primero se sobresaltó, luego la aferró con fuerza.
-¿Cómo son? ¿Los conocés? –le preguntó sin apartar los ojos de la ventana.
-¿A los tipos?
-Si.
-No a todos. Conozco a Jorge, obviamente, y me dijo que iba a estar su hijo también.
-¿Tiene hijos grandes?
-Claro. “El nene”, como le dice él, creo que tiene treinta y pico.
-¿Treinta y pico? Entonces Jorge... –Daniela cortó la frase. Había quedado absorta con la imagen que se le había cruzado por la cabeza.
-Jorge dice que tiene cincuenta y cinco, pero debe tener algunos más, yo creo.
Daniela permaneció en silencio y Carla le apretó la mano: –¿Qué pasa?
-Nada. Que... –dijo Daniela bajando casi totalmente el volumen de su voz y gesticulando con la cara, como para no llegar a oídos del chofer.- Que podría ser mi viejo...
-O el mío ¿Cuál es el problema? – Respondió Carla, sin intenciones de mantener la reserva. -Pero no es ni mi viejo ni el tuyo, es un tipo como cualquiera. Un tipo que le gusta cogerse pendejas como nosotras y tiene la plata para darse ese gusto. Nada más.
El chofer deslizó una mirada a través del espejo retrovisor y se cruzó con los ojos de Daniela. Ella desvió automáticamente la mirada hacia afuera y sintió que sus mejillas se le prendían fuego. Luego fue el conductor el que bajó la mirada cuando se cruzó con los ojos verdes y decididos de Carla. Las amigas aun permanecían aferradas de la mano.
-Al resto no los conozco.- retomó Carla -pero si son amigos de Jorge deben tener su edad, supongo.
Un detalle más en el que Daniela jamás había reparado: la edad.
Unos minutos más tarde salieron de la autopista y tomaron una calle interna. Pasaron el puesto de seguridad del barrio privado y avanzaron a paso de hombre hacia su destino.
Cuando el coche se detuvo, Carla pagó y abandonaron el taxi.
Daniela no entendía cómo alguien podría llegar a tener alguna vez el dinero suficiente como para vivir en una casa como aquella. Cruzaron el pequeño parque del frente y llegaron hasta la puerta principal. Ahora fue Daniela quién tomó la mano de Carla, pero sin decir nada.
-Va a estar todo bien, Dani, de verdad. Cuando los conozcas te vas a tranquilizar. –Daniela la miraba como una niña mira a su madre el primer día de clases. –Hacé de cuenta que sos una invitada más. Después las cosas se van a ir dando solas... vas a ver.
-Gracias. Voy a intentarlo...-dijo Daniela. Carla le sonrió con una expresión bastante parecida a la ternura. Luego se volvió hacia la puerta de entrada de aquella mansión y presionó el botón del timbre.
Ambas esperaron algunos segundos con creciente tensión sin atreverse siquiera a cruzar la mirada. Finalmente, el sonido seco del pestillo al destrabarse, fue el indicio inconfundible de que alguien había venido a recibirlas. -Ya no hay donde correr.- pensó Daniela conteniendo la respiración. Una fracción de segundo antes de enfrentarse cara a cara con quién sería su primer cliente una parte de su “yo” perdió contacto con la realidad.
No tienes potestad sobre su destino, estimado lector. No por el momento.
No es hora, esta hora, de arrepentimientos y sentimentalismos. Daniela cruzará aquel umbral nos guste o no, estimado lector, ese es un hecho consumado. Aunque debo recordarte que no ha sido más mi pluma que tu voluntad quién la ha depositado allí. Y puedo asegurarte que, más allá del rumbo incierto de los acontecimientos venideros, aquel umbral no es un lugar cómodo para una jovencita de buen corazón, responsable, inocente y hermosa como Daniela.
Sé lo que estás pensando, estimado lector, pero no debes culparla. Si bien es cierto que han sido sus temores, su orgullo y -por qué no- también su arrogancia, quienes la han guiado hasta aquí, bien sabes que a los veinte años no siempre somos capaces de evaluar las consecuencias de nuestros propios actos… Ten piedad de ella y no la abandones ahora, cuando más te necesita.
Ricardo, el dueño de casa, era un tipo de unos sesenta años y de una talla extraordinariamente grande. No era precisamente obeso, pero su altura rondaba los dos metros de estatura.
En el momento que Ricardo abrió la puerta, Daniela sintió que se le aflojaban las piernas y una parte de su mente quedaba en blanco. No llegó a desvanecerse, pero entró en un estado de “piloto automático” en el que su subconsciente asumió el mando temporalmente.
-¡Llegaron las chicas! ¡Buenas noches! Bienvenidas a casa. –Dijo el anfitrión con su enorme rostro iluminado de alegría y champagne. –Yo soy Ricardo. Vos debés ser Carla, la noviecita de Jorge…- Le dijo a la rubia. Carla asintió y se estiró en puntas de pie para saludarlo con un beso en la mejilla:
–Buenas noches y gracias por invitarnos.- Los eufemismos eran moneda corriente en el mundillo de las acompañantes, y Carla, con sus veintidós años, ya manejaba el código a la perfección. Además, una ficción deja de serlo cuando crees en ella, y Carla había decidido creer.
-Jorge no para de hablarnos de vos, Carla… De su novia modelo… Pero la verdad es nunca te hubiera imaginado tan hermosa. ¡Bien por Jorgito!
-Muchas gracias, Ricardo…- Dijo, regalando su mejor sonrisa de acompañante.
-Si es la mitad de cierto lo que cuenta Jorge de lo bien que la pasan juntos, creo que vamos a tener una gran noche.
Si Daniela hubiese estado viendo -además de tener los ojos abiertos- hubiese reparado en algo totalmente nuevo para ella en la expresión de su amiga: lascivia. Justo lo que ellos querían.
-No tengas dudas… Nos encanta pasarla bien. –Lanzó Carla con una sonrisa pícara y se mordió el labio inferior.
El disparo fue certero, convincente y sin sobreactuaciones. Ricardo se quedó un momento en silencio, con la puerta y la boca abiertas. Nunca encontró una respuesta para tanta belleza y tanta lujuria en simultáneo.
Entonces reparó en Daniela, que lo miraba absorto y con una sonrisa inexpresiva.
-Y vos debés ser…
-Ella es Daniela, una amiga. –Se adelantó Carla.
Ricardo escrutó a Daniela de pies a cabeza. Y no pudo evitar hacer una descarada doble pausa a la altura de sus pechos.
-¿Cuánto años tenés, Danielita? – Preguntó Ricardo, intentando con poco éxito parecer más simpático que obsceno.
-Cumplí veinte el mes pasado.- Su voz suave sonó pausada pero clara. Solo Carla advirtió un indicio de su estado ausente.
A la primera impresión, Ricardo, no pudo dejar de admirar el abultado relieve de su remera negra, pero luego quedó realmente asombrado por la belleza de aquel rostro que era más blanco que el blanco; aquellos ojos grandes acaramelados y aquel cabello lacio y negro que lo enmarcaba delicadamente. Nunca había visto una puta menos puta que aquella puta. Eso fue, sin dudas, lo que más lo excitó.
-No es que no te crea, pequeña. No pienses mal de mí. Pero preferiría que me muestres tus documentos.
Sin decir nada y entendiendo perfectamente la situación, Daniela extrajo su cédula de identidad del bolsillo trasero de sus jeans y se la ofreció a Ricardo. Este la tomó, pero le costó un momento abandonar la atención sobre la chica para concentrarse en el documento. Lo estudió con poco interés, del anverso y del reverso, y finalmente se lo devolvió. Daniela, con la misma sonrisa inexpresiva, regresó su cédula al bolsillo. Luego Ricardo se dirigió a Carla:
-¿Jorge conoce a tu amiga?
-No. No se conocen todavía.
-Creo que vas a darle una grata sorpresa...- Y volvió su rostro hacia Daniela: -La verdad, no te hubiese dado más de quince o dieciséis años... Una suerte que seas mayor de edad, porque ni loco te hubiese mandado de vuelta.
-¡Una suerte tener un amigo falsificador!- Bromeó Carla.
Ricardo rió cómplice mientras abría completamente la puerta principal, invitando a las chicas a ingresar a su lujosa morada.
Carla pidió inmediatamente por la toilette y Daniela la siguió como un perro faldero.
- ¿Me escuchás, Dani?¿Te sentís bien? ¡Estás muy pálida, nena! - le dijo en un susurro
-Ya estamos acá. Ahora vamos a salir del baño y vamos a tratar de pasarla lo mejor posible. Después nos vamos a dormir tranquilas.- Su voz contenía ese germen innato de autoridad que tanto reconfortaba a Daniela.
Aquellas palabras mágicas le devolvieron, poco a poco, el control sobre sus piernas y sobre su cerebro. Lo anterior había sido una especie de limbo sin gravedad donde no era consciente de sus movimientos, y donde las voces a su alrededor sonaban como ecos lejanos.
-Soy pálida.- Respondió Daniela con naturalidad –Soy así... -volviendo de una profunda ensoñación.
Carla tuvo que contener una sonora carcajada.
-¡Qué susto me diste, nena! Vamos. Te voy a presentar a Jorge.
No era la primera vez que Carla recibía una invitación para este tipo de “agasajos”, pero ella solía declinarlas mucho antes de discutir los honorarios. Se sentía demasiado segura física y económicamente en el “cuerpo a cuerpo” como para asumir otro tipo de riesgos. Pero esta vez había sido diferente. Esta vez había sido nada menos que Jorge quien se lo había pedido, y negarle de plano algo a Jorge era arriesgar demasiado. Ella confiaba en él, pero también sabía que a Jorge no le gustaban las negativas. Eso sí, estaba dispuesto a negociar, y hasta solía ser generoso en ciertas circunstancias. A él le gustaba ese juego y ella no lo hacía nada mal.
En uno de sus ardientes encuentros vespertinos, mientras Carla permanecía en cuatro patas sobre la cama sin ninguna otra prenda además de los soquetes blancos que cubrían sus delicados pies, se dirimió el asunto de aquella noche. Jorge, desde atrás, le perforaba ese conejito calvo, rosado y apretado de chica buena, que tanto le gustaba; en ese preciso momento, le hizo la propuesta. Empezó siendo una “fiestita de cumpleaños íntima”: él y cinco o seis amigos. Jorge pretendía que sus allegados conocieran a aquella jovencita, ex modelo, de la que tanto les había hablado. Carla, entre jadeos –no del todos fingidos- le decía que nunca había estado con más de dos hombres al mismo tiempo y que, solo si él se lo pedía, estaría dispuesta a hacerlo con tres. En respuesta, Jorge comenzó a embestirla con el doble de fuerza. Ella, al sentir la violencia de sus estocadas, arqueó la espalda y se llevó una mano al culo para facilitar el camino. Con la punta de los dedos rozaba el pistón lubricado del maduro amante que entraba y salía de su anatomía. Jorge insistió y le dijo que no podrían ser menos de cinco. Carla, con la yema su dedo mayor, comenzó a trazar círculos concéntricos alrededor de su ano mientras le decía que tres tipos era el número máximo al que accedería. Ahora, los huevos de Jorge sonaban como bofetadas contra sus labios mayores en cada estocada. Carla sabía que tenía que inventar algo urgente que la ayudara a negociar antes de perder el control sobre sí misma. Jorge, desde su perspectiva cenital, veía como el delgado dedo de la rubia desaparecía en el interior de aquel juvenil culo deportivo. Ese era su punto débil. ¡Qué astuta era aquella hembra! Entonces, como leyendo sus pensamientos, la rubia giró el cuello sobre su espalda y le apuntó con esos ojos verdes, irritados por el ejercicio y la lujuria. Le fijo entre jadeos que si cerraban el trato en cuatro participantes, le dejaría “bien preparada la puertita de atrás para recibirlo”. A lo que Jorge dio por zanjada la negociación en cuatro asistentes.
Después de disfrutar a placer de aquella manzana tierna y apretada, que no siempre se le ofrecía con semejante generosidad, Jorge le aclaró a Carla que ella no sería la única “invitada” femenina del evento. Carla, que todavía sentía palpitaciones en su parte de atrás, no tenía mucho ánimo de seguir negociando, pero Jorge le preguntó si ella conocía alguna amiga con quien asistir. Carla sabía de buena fuente que algunas de sus ex compañeras del mundo de las pasarelas figuraban en catálogos vip, pero les había perdido el rastro. No tenía amigas “acompañantes”. En primer lugar, porque siempre había trabajado sola y en su domicilio; y en segundo lugar, porque no le interesaba aquel ambiente. Fue entonces cuando Carla pensó por primera vez en aquella chica de la facultad. Sin experiencia, pero de una belleza exótica y pueril, deslumbrante.
Disculpa esta breve digresión, estimado lector, pero a veces es bueno conocer algunos pormenores del pasado para entender más cabalmente la complejidad del presente.
La sala era un lugar amplio donde reinaba el color blanco. A pesar del sobrio estilo minimalista la iluminación tenue aportaba un clima de de sofisticada calidez. Un disco de Bob Marley en vivo sonando de fondo.
De pie, junto a una mesa baja, había dos hombres de camisa y pantalón sport conversando animadamente con una copa de champagne en la mano. Uno de ellos era canoso y aparentaba más de cincuenta años; el otro era mucho más joven, aunque notablemente parecido al primero. Daniela supo inmediatamente que se trataba de padre e hijo, por lo que adivinó quién era Jorge unos segundos antes de que se lo presentasen.
-¡Carla! ¡Qué alegría tenerte acá! Te presento a Mario, mi hijo. –Dijo Jorge mientras le besaba el dorso de la mano en un gesto exageradamente ampuloso. Luego se dirigió a su alter ego de treinta años:
-Mario. Ella es Carla, la cachorrita de papá.- Ambos se saludaron con un beso en la mejilla.
Jorge Ramos había quedado viudo hacía cinco años. Después de la muerte de la madre de Mario, decidió dar rienda suelta a su refinado y exquisito gusto por las putas caras y el whisky importado. Si bien no había incursionado en la cocaína como su amigo Ricardo, al poco tiempo sus placeres nocturnos se volvieron perjudiciales para su salud. Fue su hijo Mario quien lo ayudó a moderar un poco su ritmo de vida. De hecho había conseguido abandonar casi completamente la bebida, pero gastaba una fortuna en mujeres. Si bien el dinero no representaba ningún tipo de impedimento, los rumores y las malas lenguas habían logrado afectar su reputación entre los miembros de la Sociedad Rural Argentina.
Fue en ese momento cuando conoció a Carla, su “conejita intelectual”, como la llamaba entre sus amigos. Era una rubia que había abandonado las pasarelas para dedicarse a una actividad más rentable que le permitía costearse sus estudios. Carla no era una puta común y corriente. Ella necesitaba un mecenas y él estaba dispuesto a serlo. A cambio, ella le daba todo el placer que un hombre podía pedir y que una jovencita hermosa de veintidós años podía dar. Armar una rutina con su joven y hermosa amante le obligaría a frecuentar menos mujeres y organizar su agitada vida nocturna.
Mario Ramos era diferente. Amaba a su padre, pero sufría por las mujeres. Se había divorciado hacía unos meses y estaba transitando un doloroso duelo. Conocía los placeres de su padre pero no los compartía. Había aceptado aquella invitación porque Jorge le insistió como nunca para que lo acompañase al cumpleaños de Humberto. Dijo que quería presentarle a su “conejita intelectual”. Mario finalmente aceptó. Hacía días que no salía de su casa.
-¡Hola! Tu papá siempre me habla de vos.- Dijo Carla con su mejor sonrisa.
-Bueno. Yo podría decir lo mismo…- Respondió Mario devolviendo la gentileza con una sonrisa.
-¡Me imagino, George, que no le contarás demasiado detalles!- Mirando a Jorge con picardía.
-Entre padre e hijo no hay secretos, belleza.- Jorge había reparado en Daniela mientras Carla hacía su breve acting.- ¿Por qué no nos presentás a tu amiga?- Entonces todos se volvieron hacia la silenciosa jovencita de ojos radiantes y piel de leche.
-Ella es Daniela, una amiga de la facultad.- Daniela se adelantó un paso para saludar a Jorge y a Mario.
-Hola.
-Hola, Daniela. Un placer conocerte. Bienvenida. ¿También tenés tu departamento o…? - Jorge se refería a si trabajaba en su departamento privado, como Carla, o si lo hacía para un tercero.
-Sí. Bueno, en realidad alquilo.- Daniela pensó que se refería a su casa. No entendía muy bien a qué venía aquella pregunta, pero igual respondió amablemente. Ahora, quien pareció desconcertado fue Jorge.
Entonces intervino Carla:
-Ella está empezando a trabajar conmigo. Por ahora estamos juntas en casa.
Daniela entendió de golpe su torpeza y su pálido rostro se ruborizó evidenciando algunas pequeñas pecas rosadas.
-¡Son socias! ¡Qué buena noticia! Me imagino que Carlita te debe estar enseñando muchas cosas… ¿Algún día podríamos invitar a Dani a que nos acompañe, no?- Le preguntó a Carla.
-Sabés que no soy celosa…- Dijo la rubia con su mejor cara de “gatita intelectual”.
Ricardo se sumó al grupo trayendo dos nuevas copas y una botella burbujeante de Don Perignon extra brut.
- ¿Viste el par de… ojos que tiene Daniela, Jorgito?- Dijo, mientras le ofrecía sendas copas a la chicas.
-No te ofendas, Carla.- Intervino Jorge.- Pero tu amiga es una muñeca. Con permiso. – Jorge pasó el dorso de sus dedos por la mejilla casi transparente de Daniela.- ¡Una muñeca de porcelana!- Reafirmó -¡Una niña preciosa! ¡Humberto no lo va a poder creer!
-Gracias.- Dijo tímidamente Daniela.
-¡Brindemos por nuestras invitadas!- Animó Ricardo. Y los cinco alzaron las copas y entrechocaron los cristales. Jorge y Ricardo estaban excitados como niños con juguetes nuevos. Carla hacía su escena. Daniela, silenciosa, trataba de integrarse y perder el miedo. Mario, moderado, había quedado cautivado por la belleza de Daniela. Los cinco bebieron de sus copas.
Se quedaron conversando y bebiendo animadamente. Carla y Daniela se enteraron que Humberto, el agasajado, todavía no se encontraba en la casa. Recién entonces comenzaría la acción. Jorge había comprado ropa sexy y la idea era que las chicas aparecieran con aquel vestuario para recibir a Humberto por sorpresa.
Pasaban los minutos y las copas de champagne, y Daniela empezaba a convencerse a si misma de que quizás aquello no sería tan traumático. Al principio no podía dejar de pensar en cómo resultaría dejarse coger por aquellos vejestorios. ¿Podría chuparles el rabo sin sufrir arcadas? Al menos olían a perfume importado. ¿Tendría que besarlos en la boca?
Entonces intentó refugiarse pensando en el más joven. No le resultaba imposible imaginarse besando a Mario o haciendo el amor con él. De hecho, era un hombre atractivo. De súbito se acordó de la paja que se había hecho aquella tarde bajo el agua caliente de la ducha y pugnó por sacarse aquella imagen de la cabeza.
Los cinco conversaron animadamente. Las chicas hablaron de la universidad, de la vida en el interior del país, y de otros temas banales.
Ricardo quiso saber de quién había heredado Daniela aquellos hermosos ojos color miel. Ella contó que su padre era húngaro y su madre hija de españoles. Que su piel era muy blanca como la de su padre, pero había heredado los enormes ojos moros de su madre. Carla la dejaba hablar y la animaba. Sabía que Daniela estaba, poco a poco, entrando en confianza.
Mientras bebían la tercera copa, Daniela escuchó que Jorge le decía a Carla que tenía que hacerle un pedido especial. Luego la tomó del brazo y se apartaron unos metros del grupo. En ese momento Daniela estaba hablando animadamente con Mario. Él era sociólogo. Era dueño de una consultora y docente de la universidad. Entonces ella le contó que estaba concursando por un cargo docente en la facultad de psicología.
Mientras conversaban, Daniela sintió que no sería un verdadero sacrificio tener que acostarse con Mario. De hecho, la agradaba la idea. Incluso le resultaría excitante jugar a ser su puta. Ricardo estaba junto a ellos y escuchaba la conversación, pero se mantenía al margen. No paraba de beber champagne y de mirarle las tetas a Daniela, cada vez con menos reparo.
Súbitamente la música se detuvo y el silencio invadió la escena. El disco de Bob Marley se había terminado y Ricardo le sugirió a Mario que continuara musicalizando la velada.
-Mis gustos musicales no están acordes a la juventud de las damas.- se justificó el dueño de casa.
Mario se vio forzado a interrumpir su charla con Daniela y acudió, con solapado fastidio, a cumplir con el encargo.
Ella quedó virtualmente a solas con Ricardo. Su tamaño corporal y el descaro con el que la miraba, la intimidaron.
Carla y Jorge seguían conversando. Si Daniela hubiese conocido ciertos pormenores de su relación, se habría percatado en seguida de que se encontraban en plena negociación.
El silencio entre ella y el anfitrión comenzaba a incomodarla, entonces se animó a romper el hielo:
-¿Usted vive solo en esta casa?
-Estoy divorciado y mis hijos ya se fueron hace tiempo. Pero me gusta esta casa. Estoy cómodo...- Ricardo no podía dejar ni de sonreír, ni de mirarle las tetas.
-¡Es enorme! Además es muy bonita.
-Y solo viste el living. ¿Querés conocer el parque?
Daniela no sabía si era la mejor idea, pero quería terminar con aquella incomoda situación y Mario parecía no terminar de decidirse por ningún disco en particular.
-Me encantaría. –Dijo finalmente, con más dudas que certezas.
-Vení, seguime por acá.
Ricardo la condujo hacia el ventanal del contrafrente y por allí salieron hacia el jardín. El suave aroma a hierba húmeda invadió sus pulmones. El césped estaba prolijamente recortado y se extendía hacia los límites laterales de la propiedad marcados por sendas hilera de pinos añosos. Si bien la zona más próxima a la casa se encontraba iluminada, la oscuridad de la noche no le permitía ver el límite posterior del terreno. ¡Qué injusticia! ¡Tantos metros cuadrados para una sola persona! Pensó Daniela, mientras recordaba el sacrificio que estaba a punto de hacer para pagar la renta de su departamento ínfimo.
A diez metros del ventanal por donde habían salido se encontraba la piscina. La iluminación interna provocaba que las leves ondas de la superficie fueran perceptibles aun a aquella distancia.
La brisa templada del exterior, el aroma de la hierba y el sonido lejano de un grillo le renovaron el espíritu. Sentía que finalmente y sin darse cuenta, había comenzado a disfrutar de aquella noche. Pensó en Mario.
Carla tenía razón, podría encontrar placer... Ella siempre tenía razón.
Permanecía absorta en aquel pensamiento positivo mientras sus ojos recorrían las flores celosamente cuidadas del jardín, cuando Ricardo le dijo:
-¿Qué te parece? A veces pienso que es demasiado para un hombre solo. –Con sobreactuado sentimentalismo.
-Nunca había estado en un lugar así. Supongo que para usted debe ser algo habitual.-dijo Daniela, sin quitarle la vista a aquellas hermosas flores.
-Después de los sesenta todo empieza a parecer habitual. Por eso busco todo el tiempo cosas nuevas… Llenas de juventud, como vos.
Daniela perdió de golpe su ensoñación, como si le hubiesen asestado una bofetada. Pero prefirió no modificar su actitud contemplativa.
-¿Eso le hace sentirse más joven? –Inquirió, con una pincelada de sarcasmo.
-¿Disfrutar de un buen rato con una adolescente? No. Eso no. La plata puede comprar mujeres jóvenes y hermosas como vos; pero no compra la juventud. Aunque de alguna manera repara lo que la edad te quita.
-No entiendo.
-Claro. Si no fuera por el “vil metal” nunca te hubiese conocido. O, si hubiese llegado a conocerte, jamás accederías voluntariamente a mostrarle, a un viejo como yo, esas hermosas tetas que te dio la naturaleza. –Hizo una pausa y concluyó: -El dinero te devuelve lo que la edad te quita, es eso.
Daniela sintió rechazo por aquel hombre, pero prefirió no confróntalo y guardó silencio.
-Vamos. Sigamos con el recorrido. Todavía no viste nada.- dijo Ricardo, cambiando de tema.
Daniela obedeció en silencio, aunque hubiese querido volver a la sala a retomar su charla con Mario.
Tomaron por una galería perimetral e ingresaron por una puerta de servicio que daba hacia la cocina. Cruzaron la estancia vacía y atravesaron una puerta lateral. En el fondo había una escalera por donde ascendieron hacia la planta alta. La casa tenía cuatro habitaciones. Cada una con su baño privado. Ricardo se las enseñó una por una, hasta llegar al cuarto principal.
-Este es mi refugio.
-Su cuarto es más grande que todo mi departamento.
-Podés venir a quedarte cuando quieras.- Ricardo metió la mano en el bolsillo del pantalón y saco de su billetera una tarjeta personal.-Acá tenés mi teléfono. –No hace falta que esperes la invitación de tu amiga.
Daniela tomó el pequeño cartón para no ser descortés, le dedicó una mirada de compromiso y lo guardó en su pantalón.
-Espero no haberte ofendido con lo que te dije en el parque- agregó.
Daniela se sintió visiblemente incómoda.
Ricardo se sentó al pie de aquella enorme cama y le tendió una mano.
-Vení. Acercate un momento. No tengas miedo.
El viejo hijo de puta se las había ingeniado para llevarla hasta el cuarto antes de lo previsto. Daniela suponía que ahora solo tendría que poner la mente en blanco y hacer lo que se esperaba que hiciese una “acompañante”. Daniela supo que aquel era el momento que tanto había temido desde que aceptó la propuesta de Carla. Ahora finalmente había llegado y ella había permitido que la tomara por sorpresa.
Ricardo, sentado sobre la cama con su gran porte, le tomó la mano y la acercó unos pasos hacia sí. Daniela se dejó llevar.
-Quiero verlas – exigió con autoridad. -Haceme el favor… sé buena chica. Quiero que me muestres las tetas. Ahora. Antes que a nadie. Hace rato que vengo esperando y no me gusta esperar, soy muy ansioso.
Daniela sabía que no tenía opción. Estiró las manos por detrás de su espalda para desabrocharse el sujetador y luego levanto remera y corpiño, todo junto. Sus pechos saltaron con gracia y rebotaron dos veces con juvenil elasticidad, hacia arriba y hacia abajo.
-¡Madre de dios! ¡Qué maravilla! ¿Ahora entendés lo que quería decirte?- Daniela guardaba silencio y comenzaba a sentir el brusco cambio de temperatura en la piel más sensible de sus pechos. -Solo hay dos clases de hombres que pueden tener el privilegio de acceder a esta maravilla con solo pedirlo: aquellos que se ganen tu deseo, y aquellos que puedan pagarlo. Si yo no tuviese el dinero no tendría posibilidades ¿Me entendés? Pero como puedo pagarlo… Ya no hay deferencia ente unos y otros.
-¿Puedo volver a bajarme la remera, señor?- fue su única respuesta ante aquel pensamiento abyecto.
-Claro, niña. Esta fiesta todavía no comenzó… Ahora, decime una cosa, ¿Cuánto arreglaste con Jorge? - mientras volvía a meter mano en su billetera.
-Bueno… Fue Carla quien…
-Tomá. –y le extendió algo que había sacado de allí.
-Si no le molesta, preferiría arreglar directamente con ella lo de…
-Esto es aparte. ¡Agarrá, te digo! ¡No seas tímida!
Daniela tomó lo que Ricardo le daba: Tres papeles verdes de cien dólares cada uno.
-Ya había estado antes con pendejas de veinte años, pero ninguna parecía de quince como vos. Quiero que te portes bien conmigo, que me la chupes como si se la estuvieses chupando a tu novio, ¿dale? Quiero ensuciarte esa boquita de nena buena que tenés.
Aborrecía al tipo. Lo odiaba con todo su ser. Y dijo lo primero que se le cruzó por la cabeza que no fuese un insulto:
-Le aviso que no trago el semen. Me da asco.- La palabra “semen” le sonó extraña en su propia voz, anticuada, técnica, pero fue lo primero que se le ocurrió decir al imaginar aquella escena desagradable.
-¡No me digas! ¡Qué pena! –Ricardo manejaba la ironía con destreza. -Se ve que mi oferta no fue del todo buena. Y decime: ¿“por cuánto más” te lo comés como dulce de leche? Porque todo tiene un precio en esta vida…
A Daniela le temblaban las piernas. Indudablemente todo de aquel inmundo miserable le causaba repulsión. Pero… ¿Podría evitar acostarse con él? No. ¿No era acaso el trabajo que había venido a hacer aquí: cobrar por sexo? Si. Ahora le estaban ofreciendo más dinero del pactado. ¿Iba a rechazarlo? Ridículo. Ella sabía mejor que nadie que ninguna cifra pagaría realmente aquel sacrificio. Entonces su mente disparó la siguiente pregunta: ¿Realmente le daba asco tragar semen? Imposible. Sencillamente porque nunca lo había hecho antes. En una oportunidad había consentido que su antiguo novio terminara en su boca, pero había escupido todo inmediatamente después. Y había sido más por principios que por repugnancia. Ni siquiera recordaba muy bien cómo sabía aquello.
Pero había algo más… ¿Y si aquel era el momento de empezar a jugar a ser puta de verdad? ¿Qué era lo que se suponía tenía que hacer si no? Arrepentida o no, era imposible volver el tiempo atrás. Entonces, que el sacrificio resultara la más productivo posible. Esa era la alternativa práctica; la mejor alternativa.
En su cuenta mental los honorarios de aquella noche ascendían a dos mil ochocientos pesos, y le estaban ofreciendo aun más.
-Depende.- dijo finalmente Daniela, con impostada arrogancia, tratando de parecer segura de sí misma.
Mala estrategia la de disputar el poder en inferioridad de condiciones.
En un movimiento rápido, Ricardo, con sus enormes manos tomó la delgada cintura de Daniela y la empujó hacia sí sentándola sobre su muslo. La imagen era la de un papá a punto de enfadarse con su hija adolescente. Daniela sintió miedo y se dejó hacer. Ricardo pegó la nariz a su nuca e inspiró sonoramente sobre ella, sobre su cabello. Después recorrió la piel blanca y aterciopelada de su cuello con su lengua seca y áspera. Desde la clavícula hasta el lóbulo de la oreja. Daniela sintió un cosquilleo eléctrico que le erizó la piel. Luego, el aliento caliente de una sonora exhalación.
-¡Ahhh! ¡Cómo me gusta el olor a puta! Es una debilidad que tengo…- exclamó mientras su mano huesuda y ancha se metía inexorable por debajo de la remera negra de Daniela, y subía a tientas buscando sus tetas inexpertas.
Al alcanzar el objetivo, presionó con fuerza atrayendo todo el cuerpo de la chica contra el suyo. Su boca quedó pegada a la oreja de la jovencita, y entonces le dijo en un susurro amenazante:
-Las putas están para decir que sí. No para jugar al suspenso. ¿Está claro?
-Si
-Bien-. Y, mientras la mantenía sentada en el regazo y sujeta contra su cuerpo, agregó:
-Ahora decime cuánto querés para dejarme acabar en esa boca de putita húngara que tenés.
-Trescientos más.- dijo Daniela, por decir algo, presa del pánico.
Entonces Ricardo tomó la billetera con su mano libre, sacó tres nuevos papeles de a cien y los arrojó con desprecio sobre la alfombra.
-¿Te da asco que te acaben en la boca ahora?- Ricardo no paraba de masajearle las tetas por dentro de la remera mientras le hablaba.
-No.
-¿Te la vas a tragar toda?
-Si.
-Muy bien. Ya nos vamos entendiendo. Ahora quiero que también le pongas un precio a tu colita.
En ese preciso momento sonó el teléfono celular de Ricardo y Daniela sintió que le devolvían el oxígeno que acababan de quitarle. ¿La cola? Eso sí que le daba pánico. Nunca se le había cruzado semejante idea por la cabeza.
Ricardo contestó. Era Jorge desde la planta baja para avisarle que Humberto acababa de aparcar en la puerta y las chicas tenían que esconderse y alistarse para la entrada triunfal.
El viejo salió disparado de la habitación, pero antes de marcharse le dio una palmada en el culo a Daniela y le dijo:
-Para todo hay un precio justo. Incluso para un culo tierno como el tuyo. Pensá cuál es y me avisas.- y se marchó.
Daniela estaba a punto de sufrir una crisis nerviosa. Tenía los ojos llenos de lágrimas pero no podía llorar. Sentía impotencia. Odio. Pero cuando escuchó que alguien estaba subiendo las escaleras. Se hincó de rodillas en el piso y recogió presurosa, uno a uno, los tres billetes desparramados sobre la alfombra. Nadie le quitaría lo que era de ella. Lo que se había ganado.
Un momento más tarde Carla entró en la habitación y se encontró a su amiga sentada al borde de la enorme cama.
Carla la miró y no supo leer la expresión de su rostro.
-¿Todo bien, Dani?
-Perfecto.- respondió mientras tocaba disimuladamente el relieve de los seis billetes a través del vaquero. –Creo que todo va a salir bien.
Estimado lector, solo voy a pedirte que no emitas juicio antes de tiempo. Recuerda que Daniela es una víctima de sus circunstancias (y de vuestras decisiones). Allí donde solo ves el germen de la codicia en un alma pura, podría haber también un refugio imaginario donde expiar sus culpas. Déjala aferrarse al dinero como el fin último de su sacrificio. Permítele regodearse en el único punto de luz que la niña divisa al final de este oscuro túnel en el que la haz hecho ingresar. No la abandones ahora, estimado lector. La jovencita ha sido llevada de la mano, -la de su amiga y la tuya propia- hacia la jaula de los leones. Pero quizá todavía haya esperanzas para ella.
Carla venía cargada con dos bolsas llenas de ropa.
-Me dijeron que ésta era para “la colegiala de los ojos de miel”- explicó mientras le tendía uno de los sacos a Daniela. –No te voy a hacer una escena de celos, pero me parece que le rompiste el corazón a más de uno.- le dijo Carla, sin otra intención más que la de inyectarle confianza.
Daniela comenzó a hurgar en su bolsa. Había ropa y accesorios: Una camisa blanca pequeña con solapas, muy escotada; unas medias negras de red que terminaban en la mitad del muslo; un portaligas negro; una minifalda tableada, tipo escocesa, roja y negra; una corbata haciendo juego y una vincha elástica azul para el cabello. Nada más.
-Se olvidaron la bombacha. –Dijo Daniela mientras volvía a revisar todas las prendas una por una.
-Entonces no hay bombacha. Jorge me recalcó que sólo podíamos usar el vestuario que había en las bolsas.
Daniela volvió a buscar una y otra vez la ropa interior, hasta que finalmente se resignó.
-¡Quieren que me vista de colegiala! -dijo con perplejidad. -Quieren pensar que soy una puta que todavía no terminó la escuela…
-¡Shhh! Acordate que esa palabra no se dice.- Dijo Carla con tono amable, mientras sacaba el vestuario de su propia bolsa y descubría que a ella le había tocado interpretar a una conejita blanca.
-La conejita intelectual.- Se dijo para sí.
Todo era blanco: Medias de red; una musculosa super ajustada y transparente; una tanga con un pompón al final de la espalda, a modo de rabo; y una vincha con orejas de conejo.
Por primera vez Daniela sintió algo de rencor hacia ella. ¿Qué carajo era, si no era una puta? ¿Cómo mierda se le llamaba a una mujer que se disfrazaba de conejita para coger por dinero? Pero prefirió dejarlo pasar. Sabía cuál era la estrategia de Carla para sostener mentalmente aquel trabajo. De alguna manera, aquello también era pensamiento práctico. Y, al fin y al cabo, ella no era quién para contradecirla. Al menos no todavía.
Se demoraron casi media hora en alistarse. Carla se había convertido de una conejita que hubiera dejado sin habla al mismísimo Hugh Hefner. Daniela, en cambio, parecía una adolecente inexperta disfrazada de puta. La minifalda de tablas apenas le cubría su sexo desnudo y sus nalgas, dejando el portaligas completamente visible. La blusa era dos talles más pequeña, por lo que sus pechos, sin sujetador, estaban apenas contenidos por solo dos botones tensos hasta el límite de su resistencia. La corbata se le antojaba ridícula, pero al menos le permitía cubrir levemente su impúdico escote. Sin ropa interior y con aquellas prendas deliberadamente pequeñas, se sentía incómodamente expuesta.
Por último se colocó las medias negras de red sobre sus piernas blancas y se abrochó el portaligas. Al ajustarse la vincha elástica sobre la frente y detrás de la nuca, la belleza de su rostro también quedó absolutamente expuesta.
Daniela, siguiendo el consejo de su amiga, solo se había delineado finamente los ojos y había pincelado sus labios con un brillo sutil
-¿Ya bajamos?- Quiso saber Daniela al ver que Carla acomodaba las pinturas dentro de su bolso de mano y cerraba la cremallera.
-Me dijo Jorge que nos va a llamar cuando esté todo listo. Y… Hay algo más.
-¿Un tapado o algo así?
-No. No me refería a “más ropa”. Te juro que no te hace falta. Así estás preciosa.- Carla le dedicó una sonrisa tan poco natural que a Daniela le dio la sensación que, vestida de conejita, su amiga había perdido algo de su seguridad innata… O quizás fuera algo de temor indisimulable; o que la férrea negación de su condición se contradecía con aquel pompón blanco sobre la base de su espalda y con la fina tanga blanca que se perdía entre sus nalgas de gimnasio. Por primera vez sintió una pincelada de pena por ella.
-¿Entonces? –Quiso saber Daniela.
-Es algo que me pidió Jorge. Algo que no estaba en los planes…
-Por favor, Carla. ¡Mirá como estoy vestida! No es momento para misterios, yo…- pero Carla la interrumpió antes de que empezara a perder la calma.
-Quiere que hagamos un show. Vos y yo.
Se hizo una pausa de tres segundos.
-¿Bailar? ¿Tipo streptease? Soy de madera para…- pero Carla volvió a interrumpirla.
-No quiere que bailemos. Quiere que… interactuemos.
Esta vez la pausa fue de seis segundos.
-¿Qué?
-Que juguemos entre nosotras, Dani.
-Pero yo no soy bi.- Dijo Daniela como si todo se tratara de una gran confusión.
-Yo tampoco. Le dije que no, pero insistió. Jorge es así… Finalmente le terminé sacando quinientos pesos más para cada una. Igual le dije que lo iba a consultar con vos. Que si vos no estabas dispuesta, no…
Daniela se sentó sobre la cama. Carla temió que volviera a entrar en pánico y se sentó junto a ella.
-No voy a obligarte a hacer nada que no quieras, Dani. Ese es nuestro trato. Si en tu lugar hubiese cualquier otra chica me habría negado sin pensármelo dos veces, pero con vos es distinto… me animo a probar… La plata no está mal, solo va a ser un momento. De hecho, cuanto mejor nos salga, más rápido vamos a pasar a otra cosa, ¿entendés?
Daniela levantó la vista y la miró a los ojos. Se horrorizó al descubrir que no le resultaría desagradable besarla en los labios. Incluso la prefería mil veces antes que a aquel monstruo libidinoso que le había magreado las tetas. ¿Pero tocarla? ¿Tocar sexualmente a otra mujer? Eso era otra cosa ¿Acariciar su intimidad? ¿Lamerla? Entonces se reprimió y apartó la vista.
-¿Cuál es el límite, Carla?- preguntó entre fastidiada y abatida.
-El que vos pongas.
Daniela sabía que su amiga no quería presionarla. Pero en ese momento hubiese preferido que fuese ella quien tomara la decisión. No sabía cómo abordar aquella situación.
-¿Quinientos más, dijiste…?.- quiso corroborar. Su cuenta mental le daba tres mil seiscientos. Mil pesos más del dinero pactado por el que había aceptado venir inicialmente. Un mes más sin preocuparse por el alquiler, o por solventar su vida en Buenos Aires. Un mes más para dedicarle full-time a la universidad. De hecho, se aseguraba económicamente casi hasta el final del cuatrimestre. ¡Y en una sola noche!
-Sí. Me ofreció trescientos extra para cada una, pero negocié doscientos más. Total: quinientos.
-¿Y qué se supone que tendríamos que hacer? ¿Qué tendría que hacer yo?- Su voz denotaba abatimiento. Se sentía superada por todo aquello.
- Relajarte y dejarme hacer todo a mí, y… tratar de disfrutar. Te prometo que voy a cuidarte.
Estimado lector, hemos llegado finalmente a vuestra última intervención en la vida de nuestra querida Daniela. ¡Cuántas sensaciones encontradas habrás tenido conforme los últimos hechos! Lo sé. No es fácil mantener la firmeza del espíritu en situaciones tan extremas. ¡Mira nada más! Daniela deberá aceptar o declinar la propuesta de mantener relaciones íntimas con otra mujer, con su amiga Carla, delante de cuatro hombres mayores ávidos de la más desbocada lujuria. Yo, personalmente, voy a eximirla de esta decisión y voy a delegar en ti, en tu criterio de equidad y en tu sano juicio, asumir dicha tarea. De esta forma quedará sellado el destino de nuestra querida Daniela.
SI DECIDES QUE DANIELA ACEPTE HACER EL SHOW,
CONTINUA LEYENDO LA PARTE IV.
SI DECIDES QUE DANIELA SE NIEGUE A HACER EL SHOW,
CONTINUA LEYENDO LA PARTE V.
“No todas las puertas conocidas nos llevan a seguros destinos;
no todo lo desconocido nos conduce inexorablemente al abismo.”
SexNonVerba.
Estimado lector, no estoy seguro de cuáles han sido las motivaciones que te han llevado a tomar tan arriesgada decisión. Pero confío en ti y sé que enarbolarás bien alto la bandera de la decencia y bajo este estandarte iluminarás los pasos de tan inocente y desesperada jovencita. Conjeturo que tu objetivo ha sido quizás el de proporcionarle a la inexperta Daniela las herramientas para que conozca y aprehenda los aspectos más difíciles y miserables de este mundo. Una vez adquirida dicha experiencia ella podrá por si misma, por propia voluntad, optar por el camino correcto. Espero no equivocarme…
- ¡Qué bueno que llamaste! Todavía estamos a tiempo.- Exclamó Carla del otro lado de la línea.
-Esperá... Todavía no estoy segura de...
-Ah
-Quizá no debí haberte... pero me acordé lo que me dijiste ayer... lo de trabajar con el cuerpo... ¡Y me duele hasta el culo de tenerlo pegado a esa puto banco de madera durante horas!
A Carla le dio un ataque de risa del otro lado de la línea y Daniela, entre ofendida y avergonzada, estuvo a punto de cortar la comunicación. Le estaba hablando en serio... Tenía ganas de llorar.
-Perdoname... De verdad. No te enojes. ¡Es que sonó muy sincero!
-Sonó como fue. Tengo un humor tremendo.
-¿Por qué no te venís a casa y charlamos un rato?- Daniela hizo una pausa y Carla aprovechó para agregar: -Sin compromiso. Como amigas...
-Okey. En una hora paso.
El departamento de Carla era un poco más amplio que el que ella alquilaba, aunque mucho más alegre, cuidado y luminoso. Todo estaba impecable. Carla le comentó que tenía una empleada que acudía tres veces por semana a hacer la limpieza y las tareas de la casa. También le cocinaba y se encargaba de la ropa.
Carla fue hasta la heladera por dos latas de cerveza y le ofreció una a Daniela.
-¿Qué te parece mi pequeña mansión de dos ambientes?
-Es hermosa, luminosa... es divina.
-Vení. Sentate.
Ambas se ubicaron en el sofá de dos cuerpos que había en la sala.
-La verdad es que no sé bien por qué vine, Carla... Creo que necesitaba compañía
-Bueno... te dije que era acompañante.- bromeó.
-En serio. Debo estar loca...
-O te debe doler hasta el culo de trabajar en la lencería.- le recordó Carla con una pizca de sarcasmo –quizás sea eso.
-Si... debe ser.
-No te quiero presionar, pero antes de las doce tengo que llamar a Jorge y confirmarle si consigo o no a mi partenaire.
-Me dijiste “sin compromisos”.
-Sí. Es verdad, pero mi amante es muy ansioso...
-¿Amante? Me dijiste que era tu cliente.
- Él cree... o, mejor dicho, le gusta jugar a que somos amantes. Entonces, en lugar de dejarme el dinero, se encarga de pagar el alquiler, los impuestos y esas cosas. Es simbólico, como diría Lacán. Y a mí me sirve igual. Él sabe que el efectivo lo consigo por otro lado.
-Pura psicología aplicada... Y... ¿No le molesta que atiendas a otros tipos?
-No sé ni me importa, Dani. Es como un juego y con él esas son las reglas. La mayoría de los tipos vienen, pagan y se van... Son todos conocidos de conocidos.- Carla miró su reloj: -Nos queda una hora.
-¿Y si decís que no voy? ¿Perdés el trabajo?
-No, no. Yo voy seguro. El tema es así: es una fiesta de cumpleaños entre amigos, íntima. Son cuatro tipos en total. Y quieren regalarle al del cumpleaños, dos chicas. O sea yo y otra más. Si yo no llevo compañía, ellos se encargan de conseguirla.
-Y... ¿Por qué te parece que yo podría...?
-¡Porque sos divina, Dani! Y porque me dijiste que estabas buscando trabajo... Y porque te siento una amiga. Prefiero mil veces ir con una amiga y no con una desconocida.
-Gracias… ¿Pero vos crees que yo podría..?
-Mirá, Dani. –Empezó Carla con su seguridad característica que tanto impresionaba a Daniela.- Ninguna mujer nace para ser puta, ¿sí? Si vas a sentirte así, no lo hagas. Pero tenés que tener claro que coger por plata no es lo que te hace puta... Es como vos te lo tomás... Tu filosofía. Está todo acá...- Y remató el concepto tocándose la sien con el dedo índice.
-Parecés estudiante de psicología... –Bromeó Daniela que volvía a sentirse contagiada por aquel entusiasmo. –Yo también te siento mi amiga… -Y por un momento se le cruzó por la cabeza la idea que podría hacerlo, que con Carla todo estaría bien: -Entonces… ¿Vamos a animar la fiesta, amiga?- Ambas rieron un rato, chocaron sus latas heladas y bebieron su cerveza.
¿Daniela acababa de tomar una decisión? ¿O la decisión ya estaba tomada antes de digitar aquel número celular y ahora solo buscaba una dosis de aquella energía que emanaba Carla para sentirse segura? No perdamos tiempo de divagaciones espurias. Tú sabes tan bien como yo, estimado lector, que no es realmente importante “cuándo” Daniela se vio tentada por primera vez a acudir a aquella reunión en calidad de “acompañante”, sino que ella ya ha tomado tal decisión y está dispuesta a hacerlo.
El jueves temprano llamó a la dueña de la lencería para avisarle que ya no iría a trabajar; que el puesto era incompatible con sus estudios y que, para colmo, el dinero que percibía le resultaba insuficiente. La mujer se ofuscó y le dijo que era una jovencita irresponsable. Daniela no pudo evitar sentirse culpable, pero se mantuvo firme en su posición.
La angustia mermó con el correr de la mañana y dio lugar a un nuevo sentimiento de libertad. Era nuevamente dueña de su tiempo y lo invertiría de la mejor manera.
Su profesor, el doctor Díaz Duref, había comunicado en clase que el sábado próximo por la mañana tomaría un breve parcial. Por lo cuál, liberada del yugo de la ropa interior, podría aprovechar el día para estudiar. Trató de no pensar en la cita del viernes por la noche o, mejor dicho, en su nuevo trabajo. Pero a media mañana Carla le mandó un mensaje de texto: “Hablé con Jorge, (el anti-forro). Le confirmé lo del viernes. Arreglamos en ¡5000! ¡2500 para cada una! ¡Somos ricas! jaja”
Daniela respondió un escueto: “Ok”. Pero su cabeza se transformó en un remolino de pensamientos turbulentos: Le preocupaba el examen del sábado. ¿Haría tiempo para descansar lo suficiente? Pero había uno, un pensamiento en particular, que volvía una y otra vez y se abría paso entre la turbulencia: Con dos mil quinientos pesos podría vivir dos meses enteros con el trabajo de unas pocas horas.
Justo cuando se disponía a retomar sus estudios, sonó su celular. Otro mensaje. ¡Era Marcos! Quería invitarla a almorzar el sábado después del examen. Se sintió rara. ¿Le diría algo sobre su nuevo trabajo? Impensable. ¿Podría estar con un chico, tener novio? ¡Claro! Carla le hubiese dicho: -Una cosa es el trabajo y otra la vida privada.- Daniela aceptó la invitación y logró despejar su mente para volver a los libros.
Terminó siendo un jueves de estudio muy provechoso.
Más tarde, se fue a dormir en paz.
El viernes amaneció bajo una lluvia torrencial.
Aquella mañana no disponía de muchas horas de lectura porque debía cursar en la facultad de once a una y se había prometido utilizar la tarde del viernes para descansar, ya que no sabía hasta qué hora iba a extenderse lo de la noche, y el sábado por la mañana tendría que acudir al parcial. No asistir a la cursada era una locura porque sería la última clase antes del examen. De manera que desayunó temprano, estudió durante tres horas sin descanso y luego partió hacia la facultad bajo un aguacero violento.
Llegó empapada y de mal humor, pero se encontró con una grata sorpresa. Al finalizar la clase, el docente titular de la materia le pidió si podía conversar con ella unos pocos minutos. Cuando el salón quedó vacío, el profesor Díaz Duref, un hombre calvo, de unos sesenta años, y uno de los psicoanalistas mas reconocidos en la academia, se sentó junto a ella y le dijo:
-Señorita Szajha, discúlpeme que le robe unos minutos, pero no podía dejar pasar esta oportunidad. –Su tono era pausado, claro y algo solemne- Veo que está empapada y no quisiera afectar su salud.
Daniela miró su pecho y se ruborizó. Advirtió que la camisa clara que llevaba puesta, ahora mojada, transparentaba sutilmente su delgado corpiño. Además, al adherirse a su piel, contorneaba casi imperceptiblemente el doble relieve natural se sus pezones. Se sintió algo incómoda y acalorada.
-No es molestia, Doctor… - Daniela intentó con torpe disimulo cubrirse el pecho con su chaqueta y se odió a sí misma por no haber advertido antes aquella vergonzante situación.- Es que… me toma por sorpresa.
-Seré breve. La semana próxima se abre un concurso para un cargo de “Ayudante rentado” y se me ocurrió ofrecerle esta oportunidad. Quiero decir: Me gustaría proponerle, si usted estuviera interesada, por supuesto, que se presente a concurso para el cargo.
La sorpresa era ahora aun mayor.
¿Había escuchado bien? ¿Díaz Duref quería incorporarla a su cátedra? ¿Le estaba ofreciendo concursar por un cargo rentado para incorporarla a su equipo docente?
Daniela intentó controlar su euforia:
-¡Ejem!- Se aclaró la garganta. -Gracias, Doctor… Por supuesto que me interesa, pero… ¿por qué pensó en mí?
-Bueno. Está a la vista. Quiero decir: usted es una estudiante modelo. Además creo que podría tener aptitud para la docencia.
-Sería algo maravilloso, Doctor. ¿Qué tendría que hacer para concursar?
-Por el momento, acercarme su CV.
-El sábado mismo, antes del examen, le traigo mi currículum. ¿Le parece bien?- Trataba de moderar su estado de excitación, pero no lo lograba del todo y la erección que sufrían sus pezones eran la evidencia más directa. Por suerte ya se encontraban a resguardo bajo su chaqueta, fuera del alcance visual del doctor Duref.
-Bien. Igual quiero que comprenda que se trata de un concurso. Por el momento hay cinco postulantes más que no son de esta cursada y que aun no he comenzado a evaluar.
-No importa. Le agradezco de nuevo la oportunidad. En serio. Esto es muy importante para mí. Sobre todo en este momento… -Estaba tan exultante que estuvo a punto de largarle todo el rollo de su compleja situación económica, pero se contuvo a tiempo.
-Su entusiasmo es importante, señorita Szajha. Le prometo que lo voy a tener en cuenta a la hora de tomar una decisión. No puedo prometerle nada más por ahora.
-Es más que suficiente para mí que usted me haya tenido en cuenta, profesor. Le estoy muy agradecida.
-Algo más que no viene al caso… ¿Su apellido es ruso?
- Húngaro, profesor. Mi padre es de Hungría.
-¡Ah! ¿Y conoces el significado?
-La verdad que no… -Daniela se quedó pensando un momento. Nunca había reparado en ello. –Quizá no tenga ningún significado en español.- Dijo finalmente.
-Quizás… Tampoco creo que tenga demasiada importancia. –Y tras un gesto desinteresado, se despidió: -Nos vemos el sábado.
-Hasta el sábado, profesor, y… gracias de nuevo.
Daniela llegó a su departamento, se preparó un almuerzo frugal y después de comer se metió en la cama y se echó a dormir una regia siesta bajo el sonido monocorde de una lluvia incansable.
Soñó toda la tarde que estaba al frente de una clase. Se sorprendía ella misma al descubrirse como una excelente y apasionada docente.
Al despertar, a eso de las seis de la tarde, la tormenta había mermado y los buenos sueños también. Apenas abrió lo ojos, sintió por primar vez una punzada de vértigo en la boca del estómago. Todos los pensamientos que su mente había logrado bloquear, aparecían ahora al unísono: Mañana después del examen saldría con Marcos y una posibilidad para nada lejana, teniendo en cuenta los últimos sucesos en el parque, sería que acabaran allí, juntos, en aquella misma cama. Pero todavía era viernes, y aquella noche tenía otro compromiso… ¡Vaya compromiso!
¿Como sería hacerlo con Marcos después de la experiencia con Carla?
No hacía frío, pero se cubrió con las sábanas hasta la coronilla.
Las cartas estaban echadas. No iba a traicionar a su amiga. Además, ¡ya había renunciado a su trabajo en la lencería! Echarse atrás implicaba quedar definitivamente en la calle.
Inspiró profundamente y trató de evaluar su situación de la forma más pragmática y desapasionada posible: Esa noche acompañaría a Carla y haría lo que tenía que hacer. Después, ya con el dinero en su poder, tendría dos largos meses de tranquilidad económica para evaluar si, haberse procurado el dinero de aquella forma, le había dejado algún tipo de secuela psico-emocional. Cuando solo existe una alternativa, no existe el problema. Y abandonar su carrera justo en es este momento, no constituía ninguna alternativa.
Se sintió orgullosa por ver las cosas con tanta claridad.
Las cosas prácticas la tranquilizaban. Se levantó de un salto y se metió bajo la ducha caiente.
Solía masturbarse más o menos regularmente mientras se bañaba; más como un hábito sedativo que como una respuesta a su insatisfacción. Y aquella tarde de viernes no fue la excepción. Aunque su cuerpo estaba más acalorado que de costumbre, necesitaba más que nunca una terapia sedativa.
De pie y con la máxima presión del agua caliente impactando sobre su coronilla, comenzó a acariciar su sexo con las yemas de sus tres dedos medios, como lo hacía siempre.
Sabía que esa noche se iba a sentir deseada... deseada y poseída. Eso la excitaba. La idea de tener tantas miradas masculinas sobre ella, sobre su cuerpo, la aterrorizaba; pero también la ponía muy caliente. Se frotó como hacía tiempo no lo hacía. Como en sus primeras noches solitarias en Buenos Aires, cuando aún conservaba vivo el recuerdo de su viejo novio de pueblo.
Cuando cerró los ojos, él volvió a su memoria con mucha intensidad. Estaba allí, junto a ella, compartiendo el baño. No recordaba que se verga fuese tan gruesa, pero allí estaba, mojada, caliente, recta y apuntado directo hacia sus ojos. No hizo falta más. Tuvo que sostenerse contra la pared para no perder el equilibrio al momento de alcanzar el orgasmo.
Una duda existencial la abordó cuando abrió el placard: ¿Cómo mierda se suponía que debía ir vestida una “acompañante”? Inmediatamente se comunicó con la experta.
-Da lo mismo.- Respondió Carla, como siempre despreocupada: - Me dijo Jorge que él se encarga de la ropa. Así que ponete lo de siempre, como si fueras a la facultad. Después nos cambiamos allá.
Ese tipo, Jorge, estaba en todo.
Daniela se puso sus jeans azules clásicos y una remera negra ajustada. A pesar de la lluvia sería una noche templada así que no había que preocuparse por el abrigo.
Carla le dio las indicaciones pertinentes al chofer del taxi. Al parecer el lugar quedaba en Pilar, a unos cincuenta kilómetros al norte de la ciudad de Buenos Aires, en un barrio privado.
El vehículo se desplazaba a alta velocidad por la autopista. La cabina del taxi, artificialmente refrigerada y exageradamente perfumada, permanecía en silencio. Apenas se oía el murmullo incomprensible que producía la radio AM a mínimo volumen. Daniela miraba sin ver a través de la ventana, probablemente absorta en sus pensamientos, o intentando dominarlos. Entonces Carla le tomó la mano. La sintió húmeda. Daniela primero se sobresaltó, luego la aferró con fuerza.
-¿Cómo son? ¿Los conocés? –le preguntó sin apartar los ojos de la ventana.
-¿A los tipos?
-Si.
-No a todos. Conozco a Jorge, obviamente, y me dijo que iba a estar su hijo también.
-¿Tiene hijos grandes?
-Claro. “El nene”, como le dice él, creo que tiene treinta y pico.
-¿Treinta y pico? Entonces Jorge... –Daniela cortó la frase. Había quedado absorta con la imagen que se le había cruzado por la cabeza.
-Jorge dice que tiene cincuenta y cinco, pero debe tener algunos más, yo creo.
Daniela permaneció en silencio y Carla le apretó la mano: –¿Qué pasa?
-Nada. Que... –dijo Daniela bajando casi totalmente el volumen de su voz y gesticulando con la cara, como para no llegar a oídos del chofer.- Que podría ser mi viejo...
-O el mío ¿Cuál es el problema? – Respondió Carla, sin intenciones de mantener la reserva. -Pero no es ni mi viejo ni el tuyo, es un tipo como cualquiera. Un tipo que le gusta cogerse pendejas como nosotras y tiene la plata para darse ese gusto. Nada más.
El chofer deslizó una mirada a través del espejo retrovisor y se cruzó con los ojos de Daniela. Ella desvió automáticamente la mirada hacia afuera y sintió que sus mejillas se le prendían fuego. Luego fue el conductor el que bajó la mirada cuando se cruzó con los ojos verdes y decididos de Carla. Las amigas aun permanecían aferradas de la mano.
-Al resto no los conozco.- retomó Carla -pero si son amigos de Jorge deben tener su edad, supongo.
Un detalle más en el que Daniela jamás había reparado: la edad.
Unos minutos más tarde salieron de la autopista y tomaron una calle interna. Pasaron el puesto de seguridad del barrio privado y avanzaron a paso de hombre hacia su destino.
Cuando el coche se detuvo, Carla pagó y abandonaron el taxi.
Daniela no entendía cómo alguien podría llegar a tener alguna vez el dinero suficiente como para vivir en una casa como aquella. Cruzaron el pequeño parque del frente y llegaron hasta la puerta principal. Ahora fue Daniela quién tomó la mano de Carla, pero sin decir nada.
-Va a estar todo bien, Dani, de verdad. Cuando los conozcas te vas a tranquilizar. –Daniela la miraba como una niña mira a su madre el primer día de clases. –Hacé de cuenta que sos una invitada más. Después las cosas se van a ir dando solas... vas a ver.
-Gracias. Voy a intentarlo...-dijo Daniela. Carla le sonrió con una expresión bastante parecida a la ternura. Luego se volvió hacia la puerta de entrada de aquella mansión y presionó el botón del timbre.
Ambas esperaron algunos segundos con creciente tensión sin atreverse siquiera a cruzar la mirada. Finalmente, el sonido seco del pestillo al destrabarse, fue el indicio inconfundible de que alguien había venido a recibirlas. -Ya no hay donde correr.- pensó Daniela conteniendo la respiración. Una fracción de segundo antes de enfrentarse cara a cara con quién sería su primer cliente una parte de su “yo” perdió contacto con la realidad.
No tienes potestad sobre su destino, estimado lector. No por el momento.
No es hora, esta hora, de arrepentimientos y sentimentalismos. Daniela cruzará aquel umbral nos guste o no, estimado lector, ese es un hecho consumado. Aunque debo recordarte que no ha sido más mi pluma que tu voluntad quién la ha depositado allí. Y puedo asegurarte que, más allá del rumbo incierto de los acontecimientos venideros, aquel umbral no es un lugar cómodo para una jovencita de buen corazón, responsable, inocente y hermosa como Daniela.
Sé lo que estás pensando, estimado lector, pero no debes culparla. Si bien es cierto que han sido sus temores, su orgullo y -por qué no- también su arrogancia, quienes la han guiado hasta aquí, bien sabes que a los veinte años no siempre somos capaces de evaluar las consecuencias de nuestros propios actos… Ten piedad de ella y no la abandones ahora, cuando más te necesita.
Ricardo, el dueño de casa, era un tipo de unos sesenta años y de una talla extraordinariamente grande. No era precisamente obeso, pero su altura rondaba los dos metros de estatura.
En el momento que Ricardo abrió la puerta, Daniela sintió que se le aflojaban las piernas y una parte de su mente quedaba en blanco. No llegó a desvanecerse, pero entró en un estado de “piloto automático” en el que su subconsciente asumió el mando temporalmente.
-¡Llegaron las chicas! ¡Buenas noches! Bienvenidas a casa. –Dijo el anfitrión con su enorme rostro iluminado de alegría y champagne. –Yo soy Ricardo. Vos debés ser Carla, la noviecita de Jorge…- Le dijo a la rubia. Carla asintió y se estiró en puntas de pie para saludarlo con un beso en la mejilla:
–Buenas noches y gracias por invitarnos.- Los eufemismos eran moneda corriente en el mundillo de las acompañantes, y Carla, con sus veintidós años, ya manejaba el código a la perfección. Además, una ficción deja de serlo cuando crees en ella, y Carla había decidido creer.
-Jorge no para de hablarnos de vos, Carla… De su novia modelo… Pero la verdad es nunca te hubiera imaginado tan hermosa. ¡Bien por Jorgito!
-Muchas gracias, Ricardo…- Dijo, regalando su mejor sonrisa de acompañante.
-Si es la mitad de cierto lo que cuenta Jorge de lo bien que la pasan juntos, creo que vamos a tener una gran noche.
Si Daniela hubiese estado viendo -además de tener los ojos abiertos- hubiese reparado en algo totalmente nuevo para ella en la expresión de su amiga: lascivia. Justo lo que ellos querían.
-No tengas dudas… Nos encanta pasarla bien. –Lanzó Carla con una sonrisa pícara y se mordió el labio inferior.
El disparo fue certero, convincente y sin sobreactuaciones. Ricardo se quedó un momento en silencio, con la puerta y la boca abiertas. Nunca encontró una respuesta para tanta belleza y tanta lujuria en simultáneo.
Entonces reparó en Daniela, que lo miraba absorto y con una sonrisa inexpresiva.
-Y vos debés ser…
-Ella es Daniela, una amiga. –Se adelantó Carla.
Ricardo escrutó a Daniela de pies a cabeza. Y no pudo evitar hacer una descarada doble pausa a la altura de sus pechos.
-¿Cuánto años tenés, Danielita? – Preguntó Ricardo, intentando con poco éxito parecer más simpático que obsceno.
-Cumplí veinte el mes pasado.- Su voz suave sonó pausada pero clara. Solo Carla advirtió un indicio de su estado ausente.
A la primera impresión, Ricardo, no pudo dejar de admirar el abultado relieve de su remera negra, pero luego quedó realmente asombrado por la belleza de aquel rostro que era más blanco que el blanco; aquellos ojos grandes acaramelados y aquel cabello lacio y negro que lo enmarcaba delicadamente. Nunca había visto una puta menos puta que aquella puta. Eso fue, sin dudas, lo que más lo excitó.
-No es que no te crea, pequeña. No pienses mal de mí. Pero preferiría que me muestres tus documentos.
Sin decir nada y entendiendo perfectamente la situación, Daniela extrajo su cédula de identidad del bolsillo trasero de sus jeans y se la ofreció a Ricardo. Este la tomó, pero le costó un momento abandonar la atención sobre la chica para concentrarse en el documento. Lo estudió con poco interés, del anverso y del reverso, y finalmente se lo devolvió. Daniela, con la misma sonrisa inexpresiva, regresó su cédula al bolsillo. Luego Ricardo se dirigió a Carla:
-¿Jorge conoce a tu amiga?
-No. No se conocen todavía.
-Creo que vas a darle una grata sorpresa...- Y volvió su rostro hacia Daniela: -La verdad, no te hubiese dado más de quince o dieciséis años... Una suerte que seas mayor de edad, porque ni loco te hubiese mandado de vuelta.
-¡Una suerte tener un amigo falsificador!- Bromeó Carla.
Ricardo rió cómplice mientras abría completamente la puerta principal, invitando a las chicas a ingresar a su lujosa morada.
Carla pidió inmediatamente por la toilette y Daniela la siguió como un perro faldero.
- ¿Me escuchás, Dani?¿Te sentís bien? ¡Estás muy pálida, nena! - le dijo en un susurro
-Ya estamos acá. Ahora vamos a salir del baño y vamos a tratar de pasarla lo mejor posible. Después nos vamos a dormir tranquilas.- Su voz contenía ese germen innato de autoridad que tanto reconfortaba a Daniela.
Aquellas palabras mágicas le devolvieron, poco a poco, el control sobre sus piernas y sobre su cerebro. Lo anterior había sido una especie de limbo sin gravedad donde no era consciente de sus movimientos, y donde las voces a su alrededor sonaban como ecos lejanos.
-Soy pálida.- Respondió Daniela con naturalidad –Soy así... -volviendo de una profunda ensoñación.
Carla tuvo que contener una sonora carcajada.
-¡Qué susto me diste, nena! Vamos. Te voy a presentar a Jorge.
No era la primera vez que Carla recibía una invitación para este tipo de “agasajos”, pero ella solía declinarlas mucho antes de discutir los honorarios. Se sentía demasiado segura física y económicamente en el “cuerpo a cuerpo” como para asumir otro tipo de riesgos. Pero esta vez había sido diferente. Esta vez había sido nada menos que Jorge quien se lo había pedido, y negarle de plano algo a Jorge era arriesgar demasiado. Ella confiaba en él, pero también sabía que a Jorge no le gustaban las negativas. Eso sí, estaba dispuesto a negociar, y hasta solía ser generoso en ciertas circunstancias. A él le gustaba ese juego y ella no lo hacía nada mal.
En uno de sus ardientes encuentros vespertinos, mientras Carla permanecía en cuatro patas sobre la cama sin ninguna otra prenda además de los soquetes blancos que cubrían sus delicados pies, se dirimió el asunto de aquella noche. Jorge, desde atrás, le perforaba ese conejito calvo, rosado y apretado de chica buena, que tanto le gustaba; en ese preciso momento, le hizo la propuesta. Empezó siendo una “fiestita de cumpleaños íntima”: él y cinco o seis amigos. Jorge pretendía que sus allegados conocieran a aquella jovencita, ex modelo, de la que tanto les había hablado. Carla, entre jadeos –no del todos fingidos- le decía que nunca había estado con más de dos hombres al mismo tiempo y que, solo si él se lo pedía, estaría dispuesta a hacerlo con tres. En respuesta, Jorge comenzó a embestirla con el doble de fuerza. Ella, al sentir la violencia de sus estocadas, arqueó la espalda y se llevó una mano al culo para facilitar el camino. Con la punta de los dedos rozaba el pistón lubricado del maduro amante que entraba y salía de su anatomía. Jorge insistió y le dijo que no podrían ser menos de cinco. Carla, con la yema su dedo mayor, comenzó a trazar círculos concéntricos alrededor de su ano mientras le decía que tres tipos era el número máximo al que accedería. Ahora, los huevos de Jorge sonaban como bofetadas contra sus labios mayores en cada estocada. Carla sabía que tenía que inventar algo urgente que la ayudara a negociar antes de perder el control sobre sí misma. Jorge, desde su perspectiva cenital, veía como el delgado dedo de la rubia desaparecía en el interior de aquel juvenil culo deportivo. Ese era su punto débil. ¡Qué astuta era aquella hembra! Entonces, como leyendo sus pensamientos, la rubia giró el cuello sobre su espalda y le apuntó con esos ojos verdes, irritados por el ejercicio y la lujuria. Le fijo entre jadeos que si cerraban el trato en cuatro participantes, le dejaría “bien preparada la puertita de atrás para recibirlo”. A lo que Jorge dio por zanjada la negociación en cuatro asistentes.
Después de disfrutar a placer de aquella manzana tierna y apretada, que no siempre se le ofrecía con semejante generosidad, Jorge le aclaró a Carla que ella no sería la única “invitada” femenina del evento. Carla, que todavía sentía palpitaciones en su parte de atrás, no tenía mucho ánimo de seguir negociando, pero Jorge le preguntó si ella conocía alguna amiga con quien asistir. Carla sabía de buena fuente que algunas de sus ex compañeras del mundo de las pasarelas figuraban en catálogos vip, pero les había perdido el rastro. No tenía amigas “acompañantes”. En primer lugar, porque siempre había trabajado sola y en su domicilio; y en segundo lugar, porque no le interesaba aquel ambiente. Fue entonces cuando Carla pensó por primera vez en aquella chica de la facultad. Sin experiencia, pero de una belleza exótica y pueril, deslumbrante.
Disculpa esta breve digresión, estimado lector, pero a veces es bueno conocer algunos pormenores del pasado para entender más cabalmente la complejidad del presente.
La sala era un lugar amplio donde reinaba el color blanco. A pesar del sobrio estilo minimalista la iluminación tenue aportaba un clima de de sofisticada calidez. Un disco de Bob Marley en vivo sonando de fondo.
De pie, junto a una mesa baja, había dos hombres de camisa y pantalón sport conversando animadamente con una copa de champagne en la mano. Uno de ellos era canoso y aparentaba más de cincuenta años; el otro era mucho más joven, aunque notablemente parecido al primero. Daniela supo inmediatamente que se trataba de padre e hijo, por lo que adivinó quién era Jorge unos segundos antes de que se lo presentasen.
-¡Carla! ¡Qué alegría tenerte acá! Te presento a Mario, mi hijo. –Dijo Jorge mientras le besaba el dorso de la mano en un gesto exageradamente ampuloso. Luego se dirigió a su alter ego de treinta años:
-Mario. Ella es Carla, la cachorrita de papá.- Ambos se saludaron con un beso en la mejilla.
Jorge Ramos había quedado viudo hacía cinco años. Después de la muerte de la madre de Mario, decidió dar rienda suelta a su refinado y exquisito gusto por las putas caras y el whisky importado. Si bien no había incursionado en la cocaína como su amigo Ricardo, al poco tiempo sus placeres nocturnos se volvieron perjudiciales para su salud. Fue su hijo Mario quien lo ayudó a moderar un poco su ritmo de vida. De hecho había conseguido abandonar casi completamente la bebida, pero gastaba una fortuna en mujeres. Si bien el dinero no representaba ningún tipo de impedimento, los rumores y las malas lenguas habían logrado afectar su reputación entre los miembros de la Sociedad Rural Argentina.
Fue en ese momento cuando conoció a Carla, su “conejita intelectual”, como la llamaba entre sus amigos. Era una rubia que había abandonado las pasarelas para dedicarse a una actividad más rentable que le permitía costearse sus estudios. Carla no era una puta común y corriente. Ella necesitaba un mecenas y él estaba dispuesto a serlo. A cambio, ella le daba todo el placer que un hombre podía pedir y que una jovencita hermosa de veintidós años podía dar. Armar una rutina con su joven y hermosa amante le obligaría a frecuentar menos mujeres y organizar su agitada vida nocturna.
Mario Ramos era diferente. Amaba a su padre, pero sufría por las mujeres. Se había divorciado hacía unos meses y estaba transitando un doloroso duelo. Conocía los placeres de su padre pero no los compartía. Había aceptado aquella invitación porque Jorge le insistió como nunca para que lo acompañase al cumpleaños de Humberto. Dijo que quería presentarle a su “conejita intelectual”. Mario finalmente aceptó. Hacía días que no salía de su casa.
-¡Hola! Tu papá siempre me habla de vos.- Dijo Carla con su mejor sonrisa.
-Bueno. Yo podría decir lo mismo…- Respondió Mario devolviendo la gentileza con una sonrisa.
-¡Me imagino, George, que no le contarás demasiado detalles!- Mirando a Jorge con picardía.
-Entre padre e hijo no hay secretos, belleza.- Jorge había reparado en Daniela mientras Carla hacía su breve acting.- ¿Por qué no nos presentás a tu amiga?- Entonces todos se volvieron hacia la silenciosa jovencita de ojos radiantes y piel de leche.
-Ella es Daniela, una amiga de la facultad.- Daniela se adelantó un paso para saludar a Jorge y a Mario.
-Hola.
-Hola, Daniela. Un placer conocerte. Bienvenida. ¿También tenés tu departamento o…? - Jorge se refería a si trabajaba en su departamento privado, como Carla, o si lo hacía para un tercero.
-Sí. Bueno, en realidad alquilo.- Daniela pensó que se refería a su casa. No entendía muy bien a qué venía aquella pregunta, pero igual respondió amablemente. Ahora, quien pareció desconcertado fue Jorge.
Entonces intervino Carla:
-Ella está empezando a trabajar conmigo. Por ahora estamos juntas en casa.
Daniela entendió de golpe su torpeza y su pálido rostro se ruborizó evidenciando algunas pequeñas pecas rosadas.
-¡Son socias! ¡Qué buena noticia! Me imagino que Carlita te debe estar enseñando muchas cosas… ¿Algún día podríamos invitar a Dani a que nos acompañe, no?- Le preguntó a Carla.
-Sabés que no soy celosa…- Dijo la rubia con su mejor cara de “gatita intelectual”.
Ricardo se sumó al grupo trayendo dos nuevas copas y una botella burbujeante de Don Perignon extra brut.
- ¿Viste el par de… ojos que tiene Daniela, Jorgito?- Dijo, mientras le ofrecía sendas copas a la chicas.
-No te ofendas, Carla.- Intervino Jorge.- Pero tu amiga es una muñeca. Con permiso. – Jorge pasó el dorso de sus dedos por la mejilla casi transparente de Daniela.- ¡Una muñeca de porcelana!- Reafirmó -¡Una niña preciosa! ¡Humberto no lo va a poder creer!
-Gracias.- Dijo tímidamente Daniela.
-¡Brindemos por nuestras invitadas!- Animó Ricardo. Y los cinco alzaron las copas y entrechocaron los cristales. Jorge y Ricardo estaban excitados como niños con juguetes nuevos. Carla hacía su escena. Daniela, silenciosa, trataba de integrarse y perder el miedo. Mario, moderado, había quedado cautivado por la belleza de Daniela. Los cinco bebieron de sus copas.
Se quedaron conversando y bebiendo animadamente. Carla y Daniela se enteraron que Humberto, el agasajado, todavía no se encontraba en la casa. Recién entonces comenzaría la acción. Jorge había comprado ropa sexy y la idea era que las chicas aparecieran con aquel vestuario para recibir a Humberto por sorpresa.
Pasaban los minutos y las copas de champagne, y Daniela empezaba a convencerse a si misma de que quizás aquello no sería tan traumático. Al principio no podía dejar de pensar en cómo resultaría dejarse coger por aquellos vejestorios. ¿Podría chuparles el rabo sin sufrir arcadas? Al menos olían a perfume importado. ¿Tendría que besarlos en la boca?
Entonces intentó refugiarse pensando en el más joven. No le resultaba imposible imaginarse besando a Mario o haciendo el amor con él. De hecho, era un hombre atractivo. De súbito se acordó de la paja que se había hecho aquella tarde bajo el agua caliente de la ducha y pugnó por sacarse aquella imagen de la cabeza.
Los cinco conversaron animadamente. Las chicas hablaron de la universidad, de la vida en el interior del país, y de otros temas banales.
Ricardo quiso saber de quién había heredado Daniela aquellos hermosos ojos color miel. Ella contó que su padre era húngaro y su madre hija de españoles. Que su piel era muy blanca como la de su padre, pero había heredado los enormes ojos moros de su madre. Carla la dejaba hablar y la animaba. Sabía que Daniela estaba, poco a poco, entrando en confianza.
Mientras bebían la tercera copa, Daniela escuchó que Jorge le decía a Carla que tenía que hacerle un pedido especial. Luego la tomó del brazo y se apartaron unos metros del grupo. En ese momento Daniela estaba hablando animadamente con Mario. Él era sociólogo. Era dueño de una consultora y docente de la universidad. Entonces ella le contó que estaba concursando por un cargo docente en la facultad de psicología.
Mientras conversaban, Daniela sintió que no sería un verdadero sacrificio tener que acostarse con Mario. De hecho, la agradaba la idea. Incluso le resultaría excitante jugar a ser su puta. Ricardo estaba junto a ellos y escuchaba la conversación, pero se mantenía al margen. No paraba de beber champagne y de mirarle las tetas a Daniela, cada vez con menos reparo.
Súbitamente la música se detuvo y el silencio invadió la escena. El disco de Bob Marley se había terminado y Ricardo le sugirió a Mario que continuara musicalizando la velada.
-Mis gustos musicales no están acordes a la juventud de las damas.- se justificó el dueño de casa.
Mario se vio forzado a interrumpir su charla con Daniela y acudió, con solapado fastidio, a cumplir con el encargo.
Ella quedó virtualmente a solas con Ricardo. Su tamaño corporal y el descaro con el que la miraba, la intimidaron.
Carla y Jorge seguían conversando. Si Daniela hubiese conocido ciertos pormenores de su relación, se habría percatado en seguida de que se encontraban en plena negociación.
El silencio entre ella y el anfitrión comenzaba a incomodarla, entonces se animó a romper el hielo:
-¿Usted vive solo en esta casa?
-Estoy divorciado y mis hijos ya se fueron hace tiempo. Pero me gusta esta casa. Estoy cómodo...- Ricardo no podía dejar ni de sonreír, ni de mirarle las tetas.
-¡Es enorme! Además es muy bonita.
-Y solo viste el living. ¿Querés conocer el parque?
Daniela no sabía si era la mejor idea, pero quería terminar con aquella incomoda situación y Mario parecía no terminar de decidirse por ningún disco en particular.
-Me encantaría. –Dijo finalmente, con más dudas que certezas.
-Vení, seguime por acá.
Ricardo la condujo hacia el ventanal del contrafrente y por allí salieron hacia el jardín. El suave aroma a hierba húmeda invadió sus pulmones. El césped estaba prolijamente recortado y se extendía hacia los límites laterales de la propiedad marcados por sendas hilera de pinos añosos. Si bien la zona más próxima a la casa se encontraba iluminada, la oscuridad de la noche no le permitía ver el límite posterior del terreno. ¡Qué injusticia! ¡Tantos metros cuadrados para una sola persona! Pensó Daniela, mientras recordaba el sacrificio que estaba a punto de hacer para pagar la renta de su departamento ínfimo.
A diez metros del ventanal por donde habían salido se encontraba la piscina. La iluminación interna provocaba que las leves ondas de la superficie fueran perceptibles aun a aquella distancia.
La brisa templada del exterior, el aroma de la hierba y el sonido lejano de un grillo le renovaron el espíritu. Sentía que finalmente y sin darse cuenta, había comenzado a disfrutar de aquella noche. Pensó en Mario.
Carla tenía razón, podría encontrar placer... Ella siempre tenía razón.
Permanecía absorta en aquel pensamiento positivo mientras sus ojos recorrían las flores celosamente cuidadas del jardín, cuando Ricardo le dijo:
-¿Qué te parece? A veces pienso que es demasiado para un hombre solo. –Con sobreactuado sentimentalismo.
-Nunca había estado en un lugar así. Supongo que para usted debe ser algo habitual.-dijo Daniela, sin quitarle la vista a aquellas hermosas flores.
-Después de los sesenta todo empieza a parecer habitual. Por eso busco todo el tiempo cosas nuevas… Llenas de juventud, como vos.
Daniela perdió de golpe su ensoñación, como si le hubiesen asestado una bofetada. Pero prefirió no modificar su actitud contemplativa.
-¿Eso le hace sentirse más joven? –Inquirió, con una pincelada de sarcasmo.
-¿Disfrutar de un buen rato con una adolescente? No. Eso no. La plata puede comprar mujeres jóvenes y hermosas como vos; pero no compra la juventud. Aunque de alguna manera repara lo que la edad te quita.
-No entiendo.
-Claro. Si no fuera por el “vil metal” nunca te hubiese conocido. O, si hubiese llegado a conocerte, jamás accederías voluntariamente a mostrarle, a un viejo como yo, esas hermosas tetas que te dio la naturaleza. –Hizo una pausa y concluyó: -El dinero te devuelve lo que la edad te quita, es eso.
Daniela sintió rechazo por aquel hombre, pero prefirió no confróntalo y guardó silencio.
-Vamos. Sigamos con el recorrido. Todavía no viste nada.- dijo Ricardo, cambiando de tema.
Daniela obedeció en silencio, aunque hubiese querido volver a la sala a retomar su charla con Mario.
Tomaron por una galería perimetral e ingresaron por una puerta de servicio que daba hacia la cocina. Cruzaron la estancia vacía y atravesaron una puerta lateral. En el fondo había una escalera por donde ascendieron hacia la planta alta. La casa tenía cuatro habitaciones. Cada una con su baño privado. Ricardo se las enseñó una por una, hasta llegar al cuarto principal.
-Este es mi refugio.
-Su cuarto es más grande que todo mi departamento.
-Podés venir a quedarte cuando quieras.- Ricardo metió la mano en el bolsillo del pantalón y saco de su billetera una tarjeta personal.-Acá tenés mi teléfono. –No hace falta que esperes la invitación de tu amiga.
Daniela tomó el pequeño cartón para no ser descortés, le dedicó una mirada de compromiso y lo guardó en su pantalón.
-Espero no haberte ofendido con lo que te dije en el parque- agregó.
Daniela se sintió visiblemente incómoda.
Ricardo se sentó al pie de aquella enorme cama y le tendió una mano.
-Vení. Acercate un momento. No tengas miedo.
El viejo hijo de puta se las había ingeniado para llevarla hasta el cuarto antes de lo previsto. Daniela suponía que ahora solo tendría que poner la mente en blanco y hacer lo que se esperaba que hiciese una “acompañante”. Daniela supo que aquel era el momento que tanto había temido desde que aceptó la propuesta de Carla. Ahora finalmente había llegado y ella había permitido que la tomara por sorpresa.
Ricardo, sentado sobre la cama con su gran porte, le tomó la mano y la acercó unos pasos hacia sí. Daniela se dejó llevar.
-Quiero verlas – exigió con autoridad. -Haceme el favor… sé buena chica. Quiero que me muestres las tetas. Ahora. Antes que a nadie. Hace rato que vengo esperando y no me gusta esperar, soy muy ansioso.
Daniela sabía que no tenía opción. Estiró las manos por detrás de su espalda para desabrocharse el sujetador y luego levanto remera y corpiño, todo junto. Sus pechos saltaron con gracia y rebotaron dos veces con juvenil elasticidad, hacia arriba y hacia abajo.
-¡Madre de dios! ¡Qué maravilla! ¿Ahora entendés lo que quería decirte?- Daniela guardaba silencio y comenzaba a sentir el brusco cambio de temperatura en la piel más sensible de sus pechos. -Solo hay dos clases de hombres que pueden tener el privilegio de acceder a esta maravilla con solo pedirlo: aquellos que se ganen tu deseo, y aquellos que puedan pagarlo. Si yo no tuviese el dinero no tendría posibilidades ¿Me entendés? Pero como puedo pagarlo… Ya no hay deferencia ente unos y otros.
-¿Puedo volver a bajarme la remera, señor?- fue su única respuesta ante aquel pensamiento abyecto.
-Claro, niña. Esta fiesta todavía no comenzó… Ahora, decime una cosa, ¿Cuánto arreglaste con Jorge? - mientras volvía a meter mano en su billetera.
-Bueno… Fue Carla quien…
-Tomá. –y le extendió algo que había sacado de allí.
-Si no le molesta, preferiría arreglar directamente con ella lo de…
-Esto es aparte. ¡Agarrá, te digo! ¡No seas tímida!
Daniela tomó lo que Ricardo le daba: Tres papeles verdes de cien dólares cada uno.
-Ya había estado antes con pendejas de veinte años, pero ninguna parecía de quince como vos. Quiero que te portes bien conmigo, que me la chupes como si se la estuvieses chupando a tu novio, ¿dale? Quiero ensuciarte esa boquita de nena buena que tenés.
Aborrecía al tipo. Lo odiaba con todo su ser. Y dijo lo primero que se le cruzó por la cabeza que no fuese un insulto:
-Le aviso que no trago el semen. Me da asco.- La palabra “semen” le sonó extraña en su propia voz, anticuada, técnica, pero fue lo primero que se le ocurrió decir al imaginar aquella escena desagradable.
-¡No me digas! ¡Qué pena! –Ricardo manejaba la ironía con destreza. -Se ve que mi oferta no fue del todo buena. Y decime: ¿“por cuánto más” te lo comés como dulce de leche? Porque todo tiene un precio en esta vida…
A Daniela le temblaban las piernas. Indudablemente todo de aquel inmundo miserable le causaba repulsión. Pero… ¿Podría evitar acostarse con él? No. ¿No era acaso el trabajo que había venido a hacer aquí: cobrar por sexo? Si. Ahora le estaban ofreciendo más dinero del pactado. ¿Iba a rechazarlo? Ridículo. Ella sabía mejor que nadie que ninguna cifra pagaría realmente aquel sacrificio. Entonces su mente disparó la siguiente pregunta: ¿Realmente le daba asco tragar semen? Imposible. Sencillamente porque nunca lo había hecho antes. En una oportunidad había consentido que su antiguo novio terminara en su boca, pero había escupido todo inmediatamente después. Y había sido más por principios que por repugnancia. Ni siquiera recordaba muy bien cómo sabía aquello.
Pero había algo más… ¿Y si aquel era el momento de empezar a jugar a ser puta de verdad? ¿Qué era lo que se suponía tenía que hacer si no? Arrepentida o no, era imposible volver el tiempo atrás. Entonces, que el sacrificio resultara la más productivo posible. Esa era la alternativa práctica; la mejor alternativa.
En su cuenta mental los honorarios de aquella noche ascendían a dos mil ochocientos pesos, y le estaban ofreciendo aun más.
-Depende.- dijo finalmente Daniela, con impostada arrogancia, tratando de parecer segura de sí misma.
Mala estrategia la de disputar el poder en inferioridad de condiciones.
En un movimiento rápido, Ricardo, con sus enormes manos tomó la delgada cintura de Daniela y la empujó hacia sí sentándola sobre su muslo. La imagen era la de un papá a punto de enfadarse con su hija adolescente. Daniela sintió miedo y se dejó hacer. Ricardo pegó la nariz a su nuca e inspiró sonoramente sobre ella, sobre su cabello. Después recorrió la piel blanca y aterciopelada de su cuello con su lengua seca y áspera. Desde la clavícula hasta el lóbulo de la oreja. Daniela sintió un cosquilleo eléctrico que le erizó la piel. Luego, el aliento caliente de una sonora exhalación.
-¡Ahhh! ¡Cómo me gusta el olor a puta! Es una debilidad que tengo…- exclamó mientras su mano huesuda y ancha se metía inexorable por debajo de la remera negra de Daniela, y subía a tientas buscando sus tetas inexpertas.
Al alcanzar el objetivo, presionó con fuerza atrayendo todo el cuerpo de la chica contra el suyo. Su boca quedó pegada a la oreja de la jovencita, y entonces le dijo en un susurro amenazante:
-Las putas están para decir que sí. No para jugar al suspenso. ¿Está claro?
-Si
-Bien-. Y, mientras la mantenía sentada en el regazo y sujeta contra su cuerpo, agregó:
-Ahora decime cuánto querés para dejarme acabar en esa boca de putita húngara que tenés.
-Trescientos más.- dijo Daniela, por decir algo, presa del pánico.
Entonces Ricardo tomó la billetera con su mano libre, sacó tres nuevos papeles de a cien y los arrojó con desprecio sobre la alfombra.
-¿Te da asco que te acaben en la boca ahora?- Ricardo no paraba de masajearle las tetas por dentro de la remera mientras le hablaba.
-No.
-¿Te la vas a tragar toda?
-Si.
-Muy bien. Ya nos vamos entendiendo. Ahora quiero que también le pongas un precio a tu colita.
En ese preciso momento sonó el teléfono celular de Ricardo y Daniela sintió que le devolvían el oxígeno que acababan de quitarle. ¿La cola? Eso sí que le daba pánico. Nunca se le había cruzado semejante idea por la cabeza.
Ricardo contestó. Era Jorge desde la planta baja para avisarle que Humberto acababa de aparcar en la puerta y las chicas tenían que esconderse y alistarse para la entrada triunfal.
El viejo salió disparado de la habitación, pero antes de marcharse le dio una palmada en el culo a Daniela y le dijo:
-Para todo hay un precio justo. Incluso para un culo tierno como el tuyo. Pensá cuál es y me avisas.- y se marchó.
Daniela estaba a punto de sufrir una crisis nerviosa. Tenía los ojos llenos de lágrimas pero no podía llorar. Sentía impotencia. Odio. Pero cuando escuchó que alguien estaba subiendo las escaleras. Se hincó de rodillas en el piso y recogió presurosa, uno a uno, los tres billetes desparramados sobre la alfombra. Nadie le quitaría lo que era de ella. Lo que se había ganado.
Un momento más tarde Carla entró en la habitación y se encontró a su amiga sentada al borde de la enorme cama.
Carla la miró y no supo leer la expresión de su rostro.
-¿Todo bien, Dani?
-Perfecto.- respondió mientras tocaba disimuladamente el relieve de los seis billetes a través del vaquero. –Creo que todo va a salir bien.
Estimado lector, solo voy a pedirte que no emitas juicio antes de tiempo. Recuerda que Daniela es una víctima de sus circunstancias (y de vuestras decisiones). Allí donde solo ves el germen de la codicia en un alma pura, podría haber también un refugio imaginario donde expiar sus culpas. Déjala aferrarse al dinero como el fin último de su sacrificio. Permítele regodearse en el único punto de luz que la niña divisa al final de este oscuro túnel en el que la haz hecho ingresar. No la abandones ahora, estimado lector. La jovencita ha sido llevada de la mano, -la de su amiga y la tuya propia- hacia la jaula de los leones. Pero quizá todavía haya esperanzas para ella.
Carla venía cargada con dos bolsas llenas de ropa.
-Me dijeron que ésta era para “la colegiala de los ojos de miel”- explicó mientras le tendía uno de los sacos a Daniela. –No te voy a hacer una escena de celos, pero me parece que le rompiste el corazón a más de uno.- le dijo Carla, sin otra intención más que la de inyectarle confianza.
Daniela comenzó a hurgar en su bolsa. Había ropa y accesorios: Una camisa blanca pequeña con solapas, muy escotada; unas medias negras de red que terminaban en la mitad del muslo; un portaligas negro; una minifalda tableada, tipo escocesa, roja y negra; una corbata haciendo juego y una vincha elástica azul para el cabello. Nada más.
-Se olvidaron la bombacha. –Dijo Daniela mientras volvía a revisar todas las prendas una por una.
-Entonces no hay bombacha. Jorge me recalcó que sólo podíamos usar el vestuario que había en las bolsas.
Daniela volvió a buscar una y otra vez la ropa interior, hasta que finalmente se resignó.
-¡Quieren que me vista de colegiala! -dijo con perplejidad. -Quieren pensar que soy una puta que todavía no terminó la escuela…
-¡Shhh! Acordate que esa palabra no se dice.- Dijo Carla con tono amable, mientras sacaba el vestuario de su propia bolsa y descubría que a ella le había tocado interpretar a una conejita blanca.
-La conejita intelectual.- Se dijo para sí.
Todo era blanco: Medias de red; una musculosa super ajustada y transparente; una tanga con un pompón al final de la espalda, a modo de rabo; y una vincha con orejas de conejo.
Por primera vez Daniela sintió algo de rencor hacia ella. ¿Qué carajo era, si no era una puta? ¿Cómo mierda se le llamaba a una mujer que se disfrazaba de conejita para coger por dinero? Pero prefirió dejarlo pasar. Sabía cuál era la estrategia de Carla para sostener mentalmente aquel trabajo. De alguna manera, aquello también era pensamiento práctico. Y, al fin y al cabo, ella no era quién para contradecirla. Al menos no todavía.
Se demoraron casi media hora en alistarse. Carla se había convertido de una conejita que hubiera dejado sin habla al mismísimo Hugh Hefner. Daniela, en cambio, parecía una adolecente inexperta disfrazada de puta. La minifalda de tablas apenas le cubría su sexo desnudo y sus nalgas, dejando el portaligas completamente visible. La blusa era dos talles más pequeña, por lo que sus pechos, sin sujetador, estaban apenas contenidos por solo dos botones tensos hasta el límite de su resistencia. La corbata se le antojaba ridícula, pero al menos le permitía cubrir levemente su impúdico escote. Sin ropa interior y con aquellas prendas deliberadamente pequeñas, se sentía incómodamente expuesta.
Por último se colocó las medias negras de red sobre sus piernas blancas y se abrochó el portaligas. Al ajustarse la vincha elástica sobre la frente y detrás de la nuca, la belleza de su rostro también quedó absolutamente expuesta.
Daniela, siguiendo el consejo de su amiga, solo se había delineado finamente los ojos y había pincelado sus labios con un brillo sutil
-¿Ya bajamos?- Quiso saber Daniela al ver que Carla acomodaba las pinturas dentro de su bolso de mano y cerraba la cremallera.
-Me dijo Jorge que nos va a llamar cuando esté todo listo. Y… Hay algo más.
-¿Un tapado o algo así?
-No. No me refería a “más ropa”. Te juro que no te hace falta. Así estás preciosa.- Carla le dedicó una sonrisa tan poco natural que a Daniela le dio la sensación que, vestida de conejita, su amiga había perdido algo de su seguridad innata… O quizás fuera algo de temor indisimulable; o que la férrea negación de su condición se contradecía con aquel pompón blanco sobre la base de su espalda y con la fina tanga blanca que se perdía entre sus nalgas de gimnasio. Por primera vez sintió una pincelada de pena por ella.
-¿Entonces? –Quiso saber Daniela.
-Es algo que me pidió Jorge. Algo que no estaba en los planes…
-Por favor, Carla. ¡Mirá como estoy vestida! No es momento para misterios, yo…- pero Carla la interrumpió antes de que empezara a perder la calma.
-Quiere que hagamos un show. Vos y yo.
Se hizo una pausa de tres segundos.
-¿Bailar? ¿Tipo streptease? Soy de madera para…- pero Carla volvió a interrumpirla.
-No quiere que bailemos. Quiere que… interactuemos.
Esta vez la pausa fue de seis segundos.
-¿Qué?
-Que juguemos entre nosotras, Dani.
-Pero yo no soy bi.- Dijo Daniela como si todo se tratara de una gran confusión.
-Yo tampoco. Le dije que no, pero insistió. Jorge es así… Finalmente le terminé sacando quinientos pesos más para cada una. Igual le dije que lo iba a consultar con vos. Que si vos no estabas dispuesta, no…
Daniela se sentó sobre la cama. Carla temió que volviera a entrar en pánico y se sentó junto a ella.
-No voy a obligarte a hacer nada que no quieras, Dani. Ese es nuestro trato. Si en tu lugar hubiese cualquier otra chica me habría negado sin pensármelo dos veces, pero con vos es distinto… me animo a probar… La plata no está mal, solo va a ser un momento. De hecho, cuanto mejor nos salga, más rápido vamos a pasar a otra cosa, ¿entendés?
Daniela levantó la vista y la miró a los ojos. Se horrorizó al descubrir que no le resultaría desagradable besarla en los labios. Incluso la prefería mil veces antes que a aquel monstruo libidinoso que le había magreado las tetas. ¿Pero tocarla? ¿Tocar sexualmente a otra mujer? Eso era otra cosa ¿Acariciar su intimidad? ¿Lamerla? Entonces se reprimió y apartó la vista.
-¿Cuál es el límite, Carla?- preguntó entre fastidiada y abatida.
-El que vos pongas.
Daniela sabía que su amiga no quería presionarla. Pero en ese momento hubiese preferido que fuese ella quien tomara la decisión. No sabía cómo abordar aquella situación.
-¿Quinientos más, dijiste…?.- quiso corroborar. Su cuenta mental le daba tres mil seiscientos. Mil pesos más del dinero pactado por el que había aceptado venir inicialmente. Un mes más sin preocuparse por el alquiler, o por solventar su vida en Buenos Aires. Un mes más para dedicarle full-time a la universidad. De hecho, se aseguraba económicamente casi hasta el final del cuatrimestre. ¡Y en una sola noche!
-Sí. Me ofreció trescientos extra para cada una, pero negocié doscientos más. Total: quinientos.
-¿Y qué se supone que tendríamos que hacer? ¿Qué tendría que hacer yo?- Su voz denotaba abatimiento. Se sentía superada por todo aquello.
- Relajarte y dejarme hacer todo a mí, y… tratar de disfrutar. Te prometo que voy a cuidarte.
Estimado lector, hemos llegado finalmente a vuestra última intervención en la vida de nuestra querida Daniela. ¡Cuántas sensaciones encontradas habrás tenido conforme los últimos hechos! Lo sé. No es fácil mantener la firmeza del espíritu en situaciones tan extremas. ¡Mira nada más! Daniela deberá aceptar o declinar la propuesta de mantener relaciones íntimas con otra mujer, con su amiga Carla, delante de cuatro hombres mayores ávidos de la más desbocada lujuria. Yo, personalmente, voy a eximirla de esta decisión y voy a delegar en ti, en tu criterio de equidad y en tu sano juicio, asumir dicha tarea. De esta forma quedará sellado el destino de nuestra querida Daniela.
SI DECIDES QUE DANIELA ACEPTE HACER EL SHOW,
CONTINUA LEYENDO LA PARTE IV.
SI DECIDES QUE DANIELA SE NIEGUE A HACER EL SHOW,
CONTINUA LEYENDO LA PARTE V.
2 comentarios - Estimado Lector - Parte 2