Estimado Lector
"Yo quería que el lector estuviera libre, lo más libre posible, el lector tiene que ser un cómplice y no un lector pasivo.” Julio Cortázar.
Dedicado a Edward Packard cuyas aventuras han engendrado en los albores de esta mente perversa, una profunda pasión por la literatura.
ADVERTENCIA
Estimado lector, esta es la historia de Daniela Szajha, una joven estudiante argentina que inesperadamente se encontrará enredada en una difícil situación. Como en la vida misma, ella se verá impelida a optar por ciertos caminos -y a renunciar a otros-. Deberá tomar algunas decisiones que, de una u otra manera, torcerán el rumbo de su vida. Algunas decisiones cuyo verdadero alcance, cuyas reales consecuencias, son de difícil predicción. Sobre todo cuando apenas cuentas con veinte años, como nuestra inocente Daniela.
Es por esto, estimado lector, que apelando a vuestro buen juicio y vasta experiencia en los asuntos de la vida; te invoco a que intervengas en determinados puntos clave de los acontecimientos que aquí se narran, de manera anónima y omnisciente, para orientar a nuestra inexperta Daniela en la difícil empresa de trazar su propio destino.
Sin más, le animo a adentrarse en los laberínticos senderos de esta historia, donde usted, estimado lector, deberá evaluar las mejores alternativas para resolver el incierto destino de nuestra pueril y conflictuada protagonista, Daniela Szajha.
PARTE I
“El futuro tiene muchos nombres: para el débil es lo inalcanzable
para el miedoso, lo desconocido. Para el valiente, la oportunidad.”
Víctor Hugo
Durante los nefastos años noventa los habitantes de la República Argentina han padecido la más cruda política económica neoliberal orquestada por los gobiernos de turno. Entre otros males han vivido una de las crisis laborales más profundas de su historia. El desempleo se incrementaba año a año, y el trabajo precarizado, constituyéndose en la única forma de supervivencia, crecía como un cáncer en la realidad diaria de muchos argentinos.
Es precisamente durante estos años, al terminar el colegio secundario, cuando Daniela Szajha, como tantos jóvenes del interior, decide emigrar hacia Buenos Aires para ingresar a la universidad. Contando con el apoyo incondicional -aunque modesto- de sus padres, quienes siempre guardaron celosamente la esperanza de forjar el mejor futuro para su hija.
Daniela pertenece a una familia típica de la clase trabajadora argentina. Es la única hija de una pareja de inmigrantes europeos: padre húngaro y madre española. En su seno familiar siempre se han inculcado los sanos valores del trabajo, la educación y el sacrificio. Y gracias al abnegado esfuerzo de sus padres, Daniela ha podido dedicarse full time a sus estudios de psicología durante sus dos primeros años en la universidad.
Durante este corto período la joven había dado sobradas muestras de ser una estudiante destacada. Sus padres, alentados por la dedicación y el empeño que su hija invertía en su formación, decidieron redoblar el esfuerzo conforme se agudizaba la crisis general del país. Solventar el oneroso alquiler de un modesto departamento en la Capital, sumado a una módica mensualidad que apenas cubría los gastos diarios de la jovencita, implicaba para ellos un sacrificio extraordinario.
Daniela, a sus veinte años de edad, era lo suficientemente madura e inteligente como para ser perfectamente conciente de tal situación. En más de una oportunidad había sugerido a su familia la posibilidad de buscarse un empleo de medio tiempo, pero siempre obtenía la misma respuesta de su padre: -No te fuiste a más de setecientos kilómetros de tu casa para ser una empleada como yo. Tu trabajo en Buenos Aires es estudiar. Punto.
La verdad sea dicha: Daniela se sentía cómoda tal y como estaban las cosas; y realmente estaba avanzando a paso firme en su carrera. Además, conseguir un empleo a la medida de sus necesidades, no era algo que hubiese podido resultarle tan sencillo como ella solía imaginar en sus divagaciones de autosubsistencia.
El tercer año en la universidad había comenzada a todo vapor. No solo por su entusiasmo y sus óptimos resultados académicos -que ya eran moneda corriente- sino también en su aspecto social. Por primera vez había empezado a sentirse parte de la “comunidad universitaria” y, sobre todo, de aquel gigante y misterioso Buenos Aires.
Ese sentir le había insuflado confianza en sí misma y le había permitido relacionarse con más gente y entablar nuevas amistades. Sin embargo, todavía le quedaba una asignatura pendiente en este plano: su vida amorosa era un verdadero desastre y se sentía responsable por ello. Era plenamente conciente que durante aquellos dos primeros años de carrera había evitado cualquier acercamiento con el sexo opuesto; no había querido desviar su atención del verdadero objetivo: sus calificaciones. Pero ahora se sentía más segura; sentía que podía sostener lo que había logrado sin sentirse tan sola. Intuía que ese nuevo año se propiciaría alentador, incluso en ese plano. Sentía que la miraban -y la admiraban- muchos de sus compañeros.
Y no era para menos: Daniela era una joven dulce y hermosa. Sus ojos eran de la India; dos almendras de miel enormes y luminosas. Pero su piel era nórdica, pálida como la nieve. Tenía un rostro fino, de porcelana, enmarcado en un cabello absolutamente lacio que le llovía hasta apenas por debajo de los hombros. Siempre lo llevaba de color negro brillante para aumentar ex profeso el contraste con su piel. Su exótica combinación genética había sido delicadamente equilibrada con su figura en general; aunque deliciosamente exagerada respecto de su busto en particular. Como siempre sucede en estos casos, dicha cualidad anatómica había pasado de ser un complejo en su infancia, a un orgullo en su primera juventud; ahora lo llevaba con naturalidad. Sin ostentar, pero sin esconder nada.
Estimado lector, pido perdón por la breve digresión descriptiva, pero creo que merece la pena que estéis al tanto de ciertos pormenores en apariencia insignificantes. Daniela porta con humildad una belleza exótica y cautivante. El hecho de que no haya tenido parejas -ni siquiera ocasionales- desde su estadía en Buenos Aires, ha sido producto exclusivamente de su dedicación al estudio. Ha sido un verdadero padecimiento para ella afrontar el cambio tan lejos de casa. Ha atravesado crisis de profunda soledad durante este período debido a su carácter retraído y a la presión impuesta por sus nuevas responsabilidades. El total abandono de su vida social –y sexual- era muestra de ello.
Por eso este año las cosas serían diferentes.
Después de pasar la temporada estival en el pueblo, junto a sus padres y a sus viejos amigos, Daniela sintió que algo había cambiado en ella. La mañana antes de volverse a Buenos Aires se había mirado al espejo y había visto algo completamente nuevo. Su reflejo no le había devuelto la imagen monótona de una niña pueblerina pidiendo permiso para crecer. Ya no. Frente a ella había una chica de ciudad dispuesta a conseguir sus objetivos, a cumplir sus metas.
Ese cambio de actitud comenzó a devolverle, poco a poco, aquel mundo social tan postergado. Corría el segundo mes de cursada y ya había trabado amistad con tres muchachas de su clase. Una de ellas, Lorena, provenía del interior y transitaba una historia similar a la suya. También había comenzado a tontear con un compañero de estudio que moría por ella, aunque la cosa iba lenta. Marcos tenía diecinueve años y se comportaba como un niño de su edad. Daniela se reía mucho con él, pero no le parecía un príncipe azul ni nada por el estilo. Sin embargo, había algo en su reloj biológico que le exigía cortar con aquella absurda abstinencia. No era virgen, pero cada vez se sentía un poco más. Ya habían pasado más de dos años desde su último contacto sexual. Había sido con su primer y único novio, un chico de su pueblo que el tiempo y la distancia alejaron definitivamente de su cuerpo y de su mente. ¡Qué lejana percibía ahora aquella otra vida! Era apenas un vago recuerdo en su memoria, en su piel.
El viernes, después de una agotadora jornada de ocho horas de cursada, había ido con Marcos a beber una cerveza al parque. Se sentaron bajo la copa de un árbol a la última hora de la tarde y bebieron sendas latas. Después de un rato de incómodo silencio, el chico tomó coraje y la besó en los labios. Daniela quedó pasmada con el torpe e inesperado impulso de Marcos, pero no lo rechazó. Hacía rato que no sentía en su boca otra lengua más que la propia y al comienzo la situación le provocó más nostalgia que excitación. Los jovencitos comenzaron a juguetear con sus lenguas. Estuvieron más de cinco minutos seguidos lamiendo y succionando. Poco a poco algo dormido se fue despertando en ella.
Daniela advirtió que Marcos introducía tímidamente una mano por debajo de su remera escotada hasta aferrarse triunfalmente a uno de sus redondos pechos. A pesar se la pueril torpeza con que aquellos dedos atenazaban obsesivamente su pezón a través de la tela del corpiño, Daniela había comenzado a sentirse excitada. En su mente se cruzó la disyuntiva de hasta dónde debía dejarse hacer, allí en el parque, a la vista de cualquier curioso. “No mucho más”, fue la respuesta. Pero no quería cortar el rollo, no todavía. Quería demostrarle a Marcos que ella también lo deseaba. Entonces comenzó a deslizar su mano por el muslo del muchacho, hacia arriba, hasta encontrarlo. Allí estaba, duro como el quebracho, podía palparlo a través de la fina tela del pantalón. Podía sentir su firmeza y sus palpitaciones. Podía sentir el calor que irradiaba sobre la palma de su mano. Al advertir esto, la lengua de Marcos cobró nuevo impulso y la penetró casi hasta la garganta. Su mano exploradora, igualmente excitada, jaló hacia debajo de la fina tela del corpiño y liberó el pecho derecho sin más preámbulos. Daniela, presa del deseo, oteó sutilmente a su alrededor para asegurarse que no hubiese nadie a la vista, y con su mano libre bajó el escote holgado de su remera. Su pecho níveo y turgente saltó hacia el exterior y fue alcanzado por los últimos rayos de sol de aquella espléndida tarde de otoño. Marcos abrió los ojos como platos al ver aquella gema rosada y erguida tan al alcance de su boca; y sin pedir permiso se abalanzó sobre ella y comenzó a mamar como un niño hambriento. Al sentir el tibio contacto de sus labios, Daniela se aferró con fuerza a la herramienta que latía en su mano y comenzó a frotarla a través de la tela, como Aladino a su lámpara mágica. Sentía la boca hinchada, húmeda, palpitante... como su entrepierna. Y sin quererlo, comenzó a jadear.
Mucho tiempo más tarde reflexionaría sobre cuanto la había excitado aquella escena montada en el parque; incluso mucho más que la propia compañía de Marcos.
El chico era más un ternero asustado que un amante experto, y le estaba comenzando a inflingir dolor con su boca frenética. Justo antes de pedirle que se detenga, de explicarle que le estaba haciendo daño, el muchacho liberó repentinamente su presa y miró a Daniela con cara desencajada, como intentando expresarle que algo terrible e inevitable estaba a punto de suceder. Ella sintió un alivio repentino sobre su pecho... Luego sintió algo más... sobre su mano, la que frotaba la lámpara de Aladino: se estaba mojando.
Tardó unos segundos en comprender... Su mano se impregnada de algo viscoso.
-Lo siento.- Dijo Marcos en un susurro, y justo un segundo antes de huir despavorido a través del parque impulsado por la vergüenza.
Daniela acomodó su pecho dentro de la remera y se quedó mirando en silencio como Marcos se alejaba presuroso intentando salir de su campo visual. Se recostó sobre el tronco del árbol y sintió pena por él... y por ella.
Aquel fin de semana viajaría de visita a casa de sus padres. Utilizaría aquellas tediosas horas de ómnibus para tomar una decisión sobre Marcos: ¿Le daría una segunda oportunidad o prescindiría de él? Con este pensamiento abandonó el parque. Su mano y su ropa íntima todavía estaban mojadas, aunque por razones y sustancias diferentes.
Y así sucedió, estimado lector. Estas cuestiones banales, propias de la juventud, ocuparon la mente de Daniela durante las largas horas del tramo de ida hacia su pueblo natal.
Todavía desconocía que su viaje de regreso a la ciudad estaría signado por la angustia y por cavilaciones más propias de la vida adulta.
Ni bien llegó a casa de sus padres, se desayunó con las malas nuevas:
- Daniela, la fábrica cerró. Papá se quedó sin trabajo.- Dijo su madre con lágrimas en los ojos y la garganta quebrada por la angustia. –Apenas nos quedan ahorros para dos meses, sin contar tu alquiler y tu mensualidad. ¡No se que vamos a hacer, hija! Tu padre está destrozado.
Daniela sintió que la tierra perdía estabilidad bajo sus pies. ¡Justo en aquel momento promisorio, la vida había puesto en jaque sus proyectos!
Sus dos días de estadía en el pueblo fueron de una profunda tristeza. Terminó convenciendo a sus padres que podría salir adelante sola y continuar con la universidad -y la vida en Buenos Aires- sin depender de su ayuda económica. Por lo menos hasta que volvieran a estabilizarse.
Estas fueron las cuestiones que ocuparon la mente de Daniela, estimadlo lector, durante el viaje de regreso a Buenos Aires. Primero lloró desconsoladamente. Luego se prometió a si misma que saldría adelante de una forma o de otra. Aunque sin conocer todavía el verdadero significado de aquellas palabras.
El mismo lunes, Daniela citó en su departamento a sus nuevas amigas de cursada para comentarles las desalentadoras novedades. Todas se sintieron muy afectadas y prometieron ponerse en campaña para ayudarla a buscar un empleo.
Pero lo cierto fue que pasó una semana, los exámenes se aproximaron, la cuota del alquiler estaba por vencer y todavía no había novedades.
Daniela había planificado dedicar aquel domingo íntegramente al estudio. Pero al cabo de una hora se dio cuenta que, por más esfuerzos que hiciera, le resultaba imposible lograr concentrarse. Entonces salió de su casa en busca del periódico.
Los avisos clasificados pidiendo empleo daban pena. Apenas media página y nada conveniente. Hasta que detectó algo que no daba mucha información, pero encendió en ella una tenue luz de esperanza:
SE BUSCA EMPLEADA PARA VENTA AL PUBLICO EN LENCERÍA ZONA BELGRANO. SEXO FEMENINO EXCLUYENTE. BUENA PRESENCIA EXCLUYENTE. PREFERNETEMENTE CON EXPERIENCIA. HORARIO DE 14 A 20 HS.
El lunes a primera hora Daniela se acercó al local. Se encontró con una cola de más de treinta muchachas bonitas, con el periódico en la mano, esperando una entrevista.
Al cabo de dos horas consiguió entrar. La atendió una mujer de mediana edad que se presentó como la dueña del comercio. Le indicó que completara una ficha con sus datos personales, le tomó unas cuantas fotos y le prometió que la llamaría el martes para darle una respuesta. La información que se llevó de allí fue escasa y bastante desalentadora. Trabajaría sin contrato, con un salario básico que era exactamente la mitad del costo que debía pagar de alquiler, pero con la posibilidad de llevarse comisiones de hasta un diez por ciento de las prendas que vendiera.
Llegó a su casa muy angustiada. Se veía en un callejón sin salida y tremendamente sola.
Después de llorar un buen rato decidió telefonear a su amiga Lorena. Era con ella con quien sentía más confianza y mayor afinidad.
Al cabo de un largo rato de charla y contención, Daniela se sintió mucho mejor. Le contó el episodio con Marcos en el parque. Ambas se rieron como viejas amigas de aquella anécdota.
-Gracias por escucharme, Lore. Me siento mucho mejor. Hacía rato que no me reía tanto… Voy a ver que pasa mañana con esta bendita lencería.
-Esperá, Dani, no cortes... Quiero decirte algo que...- La duda en la voz de Lorena despertó la curiosidad de Daniela.
-Te escucho, decime.
-No quiero que me juzgues mal por lo que voy a decirte...- Lorena había cambiado el tono de su voz y Daniela comenzó a sentirse súbitamente incómoda.
-¿A qué viene tanto misterio? ¡Dale, Lore, me estas preocupando! No te conozco mucho, pero sé que puedo confiar en vos.
-Gracias... Es que... Siempre pienso que yo podría estar en tu lugar. Es decir, que como están las cosas hoy por hoy, también podría pasar lo mismo conmigo...
-Bueno, Lore, no te pongas así… No necesariamente...
-Quiero decirte que a veces fantaseo con esa posibilidad, nada más. ¿No es una locura paranoica, verdad? Podría sucederme…
-Bueno... si, claro. Es una posibilidad...- Daniela no terminaba de entender cuál era el punto. Y empezaba a sentir que Lorena se estaba poniendo pesada. –Pero no se dónde quieres llegar...
-Simplemente decirte que si me pasara a mí... Creo que tengo un plan, un plan de emergencia.
-¡Dios! ¡Cuánto misterio! ¿Estas dispuesta a compartirlo conmigo? Podría llegar a servirme…
- De eso se trata, Dani. Te acordás que te hablé de mi amiga Carla, que es de Mendoza como yo, que cursamos juntas “Salud Mental” el año pasado.
-Si. Carla, la rubia, “la modelito”. Me acuerdo. ¿Qué pasa con ella?
-Ella misma. Bueno. Carla vive sola, como nosotras, y trabaja en su departamento... los fines de semana.
-¿Es independiente? ¿Qué hace? ¿No era modelo?
Lorena hizo una pausa prolongada, como sin saber cómo continuar. Esperando la reacción de Daniela que nunca llegó.
-Ya no, dejó. Ahora trabaja de noche.- Suspiró y al fin dijo: –Es acompañante.
-¿Acompañante?- Repitió Daniela con sorpresa, mientras todas las fichas del puzzle se acomodaban en su cabeza.- ¿Me estás sugiriendo que me haga puta, Lore? O estoy entendiendo mal…
-¡Carla no es una puta! Carla no tiene un tipo que la explota. No le rinde cuentas a nadie. Ella es independiente. Trabaja con clientes fijos, los elije. La pasa bien un rato y paga la renta. Estudia y vive mejor que nosotras dos... Es un trabajo temporario.
-No lo puedo cree...- Daniela estaba de una pieza y apenas le salía la voz. –No puedo creer lo que me estás diciendo, Lore...
-Mirá, no tenés muchas chances. Te llamen o no te llamen de la lencería, vos sabés que vas a tener que inventar algo creativo si no querés volver al pueblo dentro de dos meses con una mano atrás y otra adelante.- El tono imperativo de Lorena diciéndole la cruda verdad, la dejó helada.- Anotá este teléfono y mañana, cuando salgas del shock, la llamás. Aunque sea para charlar con ella y que te cuente. Carla es divina. Yo lo hice y ahora estoy segura que cuando lo necesite voy a poner en práctica mi “plan de emergencia”.
Daniela anotó el número de teléfono celular en la libreta de direcciones que había sobre la mesa. Luego cortaron. Aquella noche Daniela se duchó y se fue a la cama sin probar bocado. Lloró un buen rato hasta que pudo conciliar el sueño.
Estimado lector, espero haberte podido transmitir con mi magra prosa, la angustia que vive Daniela en estos momentos. Se siente sola y con la sensación de no haber forjado todavía las herramientas que da la experiencia para tomar ciertas decisiones. Se acerca un momento difícil. El momento en el que serás convocado para que ayudes a nuestra protagonista a optar por un camino posible; asumiendo, claro, la responsabilidad de encausar su destino así como las consecuencias que este le depare.
Al despertar aquella mañana Daniela tuvo una sensación de incómoda calma, la calma que antecede a la tormenta.
Amaneció temprano; se preparó un desayuno liviano y se perdió en la compenetrada lectura de las obras de Freud.
Sólo el timbre del teléfono la sacó de su abstracción recién dos horas más tarde. Era la dueña de la lencería: -Si todavía estás interesada, el puesto es tuyo. Pero tendrías que empezar mañana mismo.
No estaba eufórica. Se sentía tranquila, profundamente reflexiva. Ahora tenía al menos una puerta de salida. Eso era alentador. Si lo de las comisiones funcionaba, podría conseguir el dinero necesario para sobrevivir. Aunque sabía perfectamente que el tiempo que invertiría en trabajar, afectaría negativamente su excelente performance académica. ¿Pero qué salida tenía? El trabajo disponible era prácticamente nulo y de unas condiciones pésimas, pero no trabajar era poner sentencia de muerte a su estadía en la universidad.
Después estaba la descabellada idea de su amiga.
Tomó pensativa el papel de la libreta y marcó imaginariamente el número con su dedo índice sobre la hoja del anotador. Había charlado con Carla decenas de veces en los pasillos de la facultad y nunca había tenido la sensación de estar con una puta. ¿Qué podía perder por hablar?
-¿Hola? ¿Quién habla? No tengo tu número registrado.
-Hola, Carla. Soy Daniela, la amiga de Lore, de la facu.
-¡Dani! ¿Cómo estás? Me dijo Lore que te había dado mi celu. Estoy justo entrando a clase y salgo en una hora. ¿Querés que nos encontremos en el bar de la facu?
-Dale, pero yo...
-Listo. Nos vemos en dos horas. Ahora tengo que apagar el celu. Beso.- Y cortó.
Lo único que le repetía su mente una y otra vez mientras llegaba a la cita era que ya había conseguido trabajo y que escuchar las historias de una puta no la convertía en tal.
Carla era pura simpatía. Tenía veintidós años, apenas dos más que ella, y entraba perfectamente en los estándares de belleza occidentales. Rubia natural, con el cabello levemente ondulado. Ojos verdes y una figura claramente modelada en el gimnasio. Había hecho carrera de modelo desde los dieciséis años. Pero aquel trabajo la absorbía demasiado. Jornadas eternas, días de viaje, mucha histeria... No era para ella. Carla tenía claro que quería tener su licenciatura en Psicología para luego regresar a Mendoza, su ciudad natal, a vivir de su profesión. Lo demás se reducía a un medio para conseguir sus fines. Una mente práctica.
Dejar de ser modelo para pasar a ser acompañante no había sido un trauma para ella. Casi que se había dado naturalmente. En el medio en el que Carla trabajaba era moneda corriente conseguir favores laborales, premios, regalos o dinero extra a cambio de sexo. Por lo general algunas chicas se convertían en putas vip sin darse cuenta, creyendo que era parte de su socialmente sobrevalorado trabajo de modelo; otras chicas, aquellas que no accedían a prestar favores sexuales a quienes tenían el poder de decidir sobre su futuro laboral, terminaban su carrera prematuramente. Carla era un caso extraño: Entendió que volverse acompañante le permitiría abandonar el estresante y frívolo mundo del modelaje; y, fundamentalmente, podría disponer de toda la semana libre para dedicarse al estudio.
-Lo importante, Dani, es que no pienses en vos misma como “puta”. Si vos no te sentís puta, nunca vas a serlo realmente. Eso es lo primero.
-Pero trabajás con tu cuerpo...
-¿Quién no trabaja con el cuerpo? Todos trabajamos con nuestro cuerpo.
-No entiendo.
-Preguntale a una médica que pasa horas corriendo en una guardia de hospital; a una maestra que lidia todos los días con treinta chicos; a un obrero de la construcción; a un empleado de oficina que se la pasa horas sentado atrás de un escritorio; preguntale a todos ellos si no trabajan con su cuerpo.– Carla hizo una pausa y continuó: -Llamame mañana a la noche, cuando vuelvas de tu nuevo trabajo en la lencería, y decime cómo se siente “tu cuerpo”...- Carla representó las comillas en el aire con los dedos.- ...después de haber estado paseando durante seis horas entre bombachas y corpiños. O peor: sentada detrás de un mostrador. ¿Entendés a lo que voy?
-Bueno, si... Pero el sexo no es lo mismo.
-El sexo es un ejercicio. Lo podés hacer por amor, por diversión o por dinero. La forma es siempre la misma, lo que cambia es la razón, lo que está en tu cabeza. Si lo sabés diferenciar de entrada, podés encontrar placer en cada una.
-No puedo tomarlo así... realmente te admiro... Tenés mucha confianza en vos misma. Pero... No se... ¿No te da miedo?
-Bueno, el sexo no me da miedo. Tenés que tomar ciertos recaudos, eso sí. Pero eso corre siempre: si lo hacés por amor o por placer te tenés que cuidar de la misma manera.
-Forro siempre. Obvio.
-No me refería solo a eso, pero si. En cuanto al cuidado del cuerpo, si. Preservativo y pastillas. Las dos cosas.
-¿Anticonceptivos también...?
-Tengo un cliente, Jorge, que desde hace un año viene de visita todos los viernes. Una vez me dijo que ya no quería usar el forro. Que era la única condición para que siguiera viniendo.
-¡Carla..! ¡Qué peligro..! ¿Y qué le dijiste?
-No sabía que decirle, es mi cliente vip. Al final llegamos a un acuerdo: Antes de pasar por casa se tiene que hacer un test rápido de VIH en la clínica de la esquina. Cada viernes. Cuesta una fortuna, pero él accedió y hace unos meses que solo nos cuidamos con pastillas. Yo igual ya las tomaba desde antes. Es una excepción, obviamente, pero él cubre mi alquiler y los gastos del departamento, imaginate... Y, al fin y al cabo, es él quien asume la mayor parte del riesgo porque sabe que también estoy con otros tipos.
- ¡Ah! Tenés más clientes entonces...
- ¡Claro, mujer! No soy su novia... o su amante. Para él soy su puta y yo hago de puta para él. Ese es el juego, no sabe nada de mi, sólo que soy su puta. Eso si, con él no hay restricciones, hago y me dejo hacer lo que me pida. Nada violento, obvio, pero es parte del trato. Todo legal.
-¿Y qué sería...? –Daniela no se figuraba exactamente qué incluía el “sin restricciones”, pero no se animaba a preguntar. Estaba recibiendo demasiada información que no lograba decodificar del todo, y no podía dejar de mostrarse interesada por aquel mundo desconocido.
-Nada del otro mundo, Dani. Me porto como una novia “gauchita”, como dicen los tipos. –y no pudo evitar una sonrisa pícara antes de continuar: -Y te aseguro que por una noche de hacer de “novia gauchita”, que por lo general no son más de dos horas, es un buen negocio. Cierra por todos lados.
Muy en el fondo de su mente Daniela se preguntaba qué estaba haciendo allí. Pero Carla había logrado cautivar su curiosidad, seducirla. Quería saber más y Carla parecía entusiasmada contando su historia:
-¿Y con los otros tipos?
-Tengo como norma no recibir más de un tipo por noche. No lo necesito y eso me mantiene descansada. Por lo general son cinco o seis en total que van rotando, pero casi nunca tengo una noche de sábado o domingo completamente libre. Siempre cae alguna visita, como yo le digo. –remató con gesto cómplice. Carla irradiaba simpatía y naturalidad.
Daniela estaba fascinada. Carla le había logrado despertar un interés antropológico desconocido para ella. Esa forma absolutamente desprejuiciada y natural con la que hablaba del tema la cautivó. Escucharla hacía que todo pareciera sencillo. Incluso eso: coger por plata.
-¿Y qué pasa si llega alguien que no te gusta, alguien nuevo? No se... Un viejo, un tipo sucio...- Preguntó Daniela con una inocencia casi infantil.
-Abro las piernas y me tapo la nariz.- bromeó Carla, y se echaron a reír juntas.
Cada vez le caía mejor. Era una chica muy simpática y muy despierta. Daniela sintió que podría ser su amiga. Se sintió protegida por su seguridad y por sus convicciones.
-Hablando en serio... Mi caché no está al alcance de cualquier pendejo calentón o de algún jubilado de plaza con ganas de divertirse. Por lo general son gente de entre treinta y cincuenta años, de mucha guita. De los que les gusta estar siempre limpitos y perfumados, ¡por suerte! Qué se yo... Al final es como en el amor: Lo de afuera es secundario... Si paga, obvio. -ambas rieron a carcajadas
Después la conversación derivó hacia la situación económica apremiante que afrontaba Daniela. Habló de sus padres, de su infancia, de todo un poco.
-Dani, la pasé muy bien con vos, pero ya estoy llegado tarde a “psicoanálisis”. Estaría bueno que nos volvamos a ver, aunque sea para tomar una cerveza. ¿Me das tu celu?
-Dale. Anotá.
Apelando a vuestra sagacidad, estimado lector, asumo que ya tendrás una idea aproximada de por dónde pasará la decisión que en esta primera oportunidad te ha tocado afrontar. Pero dejemos que la balanza se equilibre al máximo para que juzgues por vos mismo y des tu veredicto final e irreversible.
Al día siguiente Daniela se vistió para su primer día de trabajo en la lencería. Se puso una falda suelta hasta las rodillas y una camisa blanca de algodón. Maquilló sutilmente sus pestañas con rimel y colocó algo de brillo en sus finos labios. Perfumó su cuello con una mínima dosis de aquel néctar cítrico. Desabrochó el segundo botón de su camisa y se miró al espejo. La tersa blancura de su rostro y de la ondulada piel que ofrecía su escote, la encendía por sí misma. Colocó dos pequeños clips sobre sus orejas y se miró al espejo. ¿Qué sentido tenía no reconocerlo? Era una muñeca: juvenil, sobria, sutil, exótica, pero extremadamente bella.
Tomó su bolso y justo antes de cruzar la puerta sonó su celular. Era Carla.
-Disculpame el atrevimiento, pero quería hablar con vos antes que con nadie.
-¡Hola! ¡Qué sorpresa! Estaba saliendo a mi primer día de trabajo. Decime.
-Me acaba de llamar un tipo, “el” tipo, Jorge, mi mejor cliente, el que te conté...
-¿El anti forros?
-¡Exactamente!- Daniela adivinó la sonrisa de Carla del otro lado. –La cuestión es que me ha hecho una propuesta. Quiere que vaya a animar una reunión de cumpleaños de uno de sus amigos. Van a ser cuatro invitados...- Clara hizo una pausa.
-Bueno...- Daniela interpretó que Carla le estaba pidiendo alguna clase de consejo y no sabía qué debía responderle- Podés decirle que tenés tus límites y que el dinero no es...
-No, no. No es eso. La oferta es inmejorable. El tema es que quiere que lleve a una amiga.
Daniela se quedó de piedra. Finalmente había entendido el motivo de su llamada:
-Olvidate, Carla. Te agradezco la propuesta, pero... Justo me estoy yendo a mi nuevo trabajo en la lencería y...
-Son dos mil para cada una, Dani. Y te aseguro que no va a ser en horario comercial.
-¿Cuánto?- Daniela sabía perfectamente cuánto dinero eran dos mil pesos: Dos meses de alquiler y una mensualidad. Todo en una sola noche.
-Me dijo dos mil, pero si venís vos estoy segura que puedo sacarle quinientos mas... Sos un buen partido para este rubro, mujer. ¿Qué decís?
-¡Ni loca, Carla! Olvidate. En serio. Yo no...
-Ok. Solo te pido que lo pienses bien. Tengo tiempo para responder hasta esta noche.
-No tengo nada que pensar, Carla. De verdad. Igual, gracias por pensar en...
-Si no me llamas esta noche doy por cerrado el asunto. Espero tu llamado hasta las doce.
-Como quieras, pero...- Pero Carla ya había cortado la comunicación
Daniela llegó a su casa a las nueve de la noche y de pésimo humor. Se había cansado de mostrar prendas. Se había cansado de ver mujeres en ropa interior que le pedían consejo sobre cómo podían evitar el efecto de la gravedad sobre sus tetas. Durante dos horas estuvo mirando el techo sin saber qué hacer, luego comenzaron a entrar mujeres prepotentes que reclamaban su atención exclusiva o se iban enfurecidas cuando se demoraba más de la cuenta con otra clienta. Las dos compras grandes que había logrado cerrar se frustraron porque no sabía como mierda utilizar el sistema para el cobro con tarjeta de crédito. La dueña la había dejado a cargo del local sin siquiera explicarle lo básico. Había hecho una caja pésima, por lo que el dinero de sus comisiones sería despreciable. Haciendo una prospección rápida, si este era un día promedio de ventas, no llegaría ni a cubrir el alquiler mensual de su departamento.
Le dolían los pies y la espalda.
Cerró la puerta del departamento dejando el mundo atrás. Se dejó caer abatida sobre una silla intentando convencerse a sí misma que con el tiempo la cosa mejoraría, que mañana podría ser mejor. Ahora solo quería irse a dormir, ponerse a estudiar en aquel estado de abatimiento psíquico y físico, era una utopía.
Apoyó el bolso sobre la mesa y su vista tropezó accidentalmente con el único objeto que había permanecido en ese lugar durante todo el día: su libreta de direcciones. La cogió y se quedó mirando un buen rato lo que allí había escrito: un número de teléfono celular.
Por fin hemos llegado, mí estimado lector. En algunas oportunidades hemos escuchado que son los acontecimientos más efímeros de la vida los que, muchas veces, tuercen el rumbo de nuestros destinos. Esta no es la excepción. Una simple llamada, nada más. Un acto simple. Una acción que: o puede concretarse y trazar un nuevo rumbo en la eternamente inconclusa hoja de ruta de nuestra existencia; o nada más desecharse en el olvido y ser arrojada al infinito y misterioso baúl de lo que pudo haber sido y nunca fue.
SI DECIDES QUE DANIELA HAGA LA LLAMADA,
CONTINUA LEYENDO LA PARTE II.
SI PREFIERES QUE DANIELA DESCARTE LA OPCIÓN DE REALIZAR LA LLAMADA, CONTINUA LEYENDO LA PARTE III.
"Yo quería que el lector estuviera libre, lo más libre posible, el lector tiene que ser un cómplice y no un lector pasivo.” Julio Cortázar.
Dedicado a Edward Packard cuyas aventuras han engendrado en los albores de esta mente perversa, una profunda pasión por la literatura.
ADVERTENCIA
Estimado lector, esta es la historia de Daniela Szajha, una joven estudiante argentina que inesperadamente se encontrará enredada en una difícil situación. Como en la vida misma, ella se verá impelida a optar por ciertos caminos -y a renunciar a otros-. Deberá tomar algunas decisiones que, de una u otra manera, torcerán el rumbo de su vida. Algunas decisiones cuyo verdadero alcance, cuyas reales consecuencias, son de difícil predicción. Sobre todo cuando apenas cuentas con veinte años, como nuestra inocente Daniela.
Es por esto, estimado lector, que apelando a vuestro buen juicio y vasta experiencia en los asuntos de la vida; te invoco a que intervengas en determinados puntos clave de los acontecimientos que aquí se narran, de manera anónima y omnisciente, para orientar a nuestra inexperta Daniela en la difícil empresa de trazar su propio destino.
Sin más, le animo a adentrarse en los laberínticos senderos de esta historia, donde usted, estimado lector, deberá evaluar las mejores alternativas para resolver el incierto destino de nuestra pueril y conflictuada protagonista, Daniela Szajha.
PARTE I
“El futuro tiene muchos nombres: para el débil es lo inalcanzable
para el miedoso, lo desconocido. Para el valiente, la oportunidad.”
Víctor Hugo
Durante los nefastos años noventa los habitantes de la República Argentina han padecido la más cruda política económica neoliberal orquestada por los gobiernos de turno. Entre otros males han vivido una de las crisis laborales más profundas de su historia. El desempleo se incrementaba año a año, y el trabajo precarizado, constituyéndose en la única forma de supervivencia, crecía como un cáncer en la realidad diaria de muchos argentinos.
Es precisamente durante estos años, al terminar el colegio secundario, cuando Daniela Szajha, como tantos jóvenes del interior, decide emigrar hacia Buenos Aires para ingresar a la universidad. Contando con el apoyo incondicional -aunque modesto- de sus padres, quienes siempre guardaron celosamente la esperanza de forjar el mejor futuro para su hija.
Daniela pertenece a una familia típica de la clase trabajadora argentina. Es la única hija de una pareja de inmigrantes europeos: padre húngaro y madre española. En su seno familiar siempre se han inculcado los sanos valores del trabajo, la educación y el sacrificio. Y gracias al abnegado esfuerzo de sus padres, Daniela ha podido dedicarse full time a sus estudios de psicología durante sus dos primeros años en la universidad.
Durante este corto período la joven había dado sobradas muestras de ser una estudiante destacada. Sus padres, alentados por la dedicación y el empeño que su hija invertía en su formación, decidieron redoblar el esfuerzo conforme se agudizaba la crisis general del país. Solventar el oneroso alquiler de un modesto departamento en la Capital, sumado a una módica mensualidad que apenas cubría los gastos diarios de la jovencita, implicaba para ellos un sacrificio extraordinario.
Daniela, a sus veinte años de edad, era lo suficientemente madura e inteligente como para ser perfectamente conciente de tal situación. En más de una oportunidad había sugerido a su familia la posibilidad de buscarse un empleo de medio tiempo, pero siempre obtenía la misma respuesta de su padre: -No te fuiste a más de setecientos kilómetros de tu casa para ser una empleada como yo. Tu trabajo en Buenos Aires es estudiar. Punto.
La verdad sea dicha: Daniela se sentía cómoda tal y como estaban las cosas; y realmente estaba avanzando a paso firme en su carrera. Además, conseguir un empleo a la medida de sus necesidades, no era algo que hubiese podido resultarle tan sencillo como ella solía imaginar en sus divagaciones de autosubsistencia.
El tercer año en la universidad había comenzada a todo vapor. No solo por su entusiasmo y sus óptimos resultados académicos -que ya eran moneda corriente- sino también en su aspecto social. Por primera vez había empezado a sentirse parte de la “comunidad universitaria” y, sobre todo, de aquel gigante y misterioso Buenos Aires.
Ese sentir le había insuflado confianza en sí misma y le había permitido relacionarse con más gente y entablar nuevas amistades. Sin embargo, todavía le quedaba una asignatura pendiente en este plano: su vida amorosa era un verdadero desastre y se sentía responsable por ello. Era plenamente conciente que durante aquellos dos primeros años de carrera había evitado cualquier acercamiento con el sexo opuesto; no había querido desviar su atención del verdadero objetivo: sus calificaciones. Pero ahora se sentía más segura; sentía que podía sostener lo que había logrado sin sentirse tan sola. Intuía que ese nuevo año se propiciaría alentador, incluso en ese plano. Sentía que la miraban -y la admiraban- muchos de sus compañeros.
Y no era para menos: Daniela era una joven dulce y hermosa. Sus ojos eran de la India; dos almendras de miel enormes y luminosas. Pero su piel era nórdica, pálida como la nieve. Tenía un rostro fino, de porcelana, enmarcado en un cabello absolutamente lacio que le llovía hasta apenas por debajo de los hombros. Siempre lo llevaba de color negro brillante para aumentar ex profeso el contraste con su piel. Su exótica combinación genética había sido delicadamente equilibrada con su figura en general; aunque deliciosamente exagerada respecto de su busto en particular. Como siempre sucede en estos casos, dicha cualidad anatómica había pasado de ser un complejo en su infancia, a un orgullo en su primera juventud; ahora lo llevaba con naturalidad. Sin ostentar, pero sin esconder nada.
Estimado lector, pido perdón por la breve digresión descriptiva, pero creo que merece la pena que estéis al tanto de ciertos pormenores en apariencia insignificantes. Daniela porta con humildad una belleza exótica y cautivante. El hecho de que no haya tenido parejas -ni siquiera ocasionales- desde su estadía en Buenos Aires, ha sido producto exclusivamente de su dedicación al estudio. Ha sido un verdadero padecimiento para ella afrontar el cambio tan lejos de casa. Ha atravesado crisis de profunda soledad durante este período debido a su carácter retraído y a la presión impuesta por sus nuevas responsabilidades. El total abandono de su vida social –y sexual- era muestra de ello.
Por eso este año las cosas serían diferentes.
Después de pasar la temporada estival en el pueblo, junto a sus padres y a sus viejos amigos, Daniela sintió que algo había cambiado en ella. La mañana antes de volverse a Buenos Aires se había mirado al espejo y había visto algo completamente nuevo. Su reflejo no le había devuelto la imagen monótona de una niña pueblerina pidiendo permiso para crecer. Ya no. Frente a ella había una chica de ciudad dispuesta a conseguir sus objetivos, a cumplir sus metas.
Ese cambio de actitud comenzó a devolverle, poco a poco, aquel mundo social tan postergado. Corría el segundo mes de cursada y ya había trabado amistad con tres muchachas de su clase. Una de ellas, Lorena, provenía del interior y transitaba una historia similar a la suya. También había comenzado a tontear con un compañero de estudio que moría por ella, aunque la cosa iba lenta. Marcos tenía diecinueve años y se comportaba como un niño de su edad. Daniela se reía mucho con él, pero no le parecía un príncipe azul ni nada por el estilo. Sin embargo, había algo en su reloj biológico que le exigía cortar con aquella absurda abstinencia. No era virgen, pero cada vez se sentía un poco más. Ya habían pasado más de dos años desde su último contacto sexual. Había sido con su primer y único novio, un chico de su pueblo que el tiempo y la distancia alejaron definitivamente de su cuerpo y de su mente. ¡Qué lejana percibía ahora aquella otra vida! Era apenas un vago recuerdo en su memoria, en su piel.
El viernes, después de una agotadora jornada de ocho horas de cursada, había ido con Marcos a beber una cerveza al parque. Se sentaron bajo la copa de un árbol a la última hora de la tarde y bebieron sendas latas. Después de un rato de incómodo silencio, el chico tomó coraje y la besó en los labios. Daniela quedó pasmada con el torpe e inesperado impulso de Marcos, pero no lo rechazó. Hacía rato que no sentía en su boca otra lengua más que la propia y al comienzo la situación le provocó más nostalgia que excitación. Los jovencitos comenzaron a juguetear con sus lenguas. Estuvieron más de cinco minutos seguidos lamiendo y succionando. Poco a poco algo dormido se fue despertando en ella.
Daniela advirtió que Marcos introducía tímidamente una mano por debajo de su remera escotada hasta aferrarse triunfalmente a uno de sus redondos pechos. A pesar se la pueril torpeza con que aquellos dedos atenazaban obsesivamente su pezón a través de la tela del corpiño, Daniela había comenzado a sentirse excitada. En su mente se cruzó la disyuntiva de hasta dónde debía dejarse hacer, allí en el parque, a la vista de cualquier curioso. “No mucho más”, fue la respuesta. Pero no quería cortar el rollo, no todavía. Quería demostrarle a Marcos que ella también lo deseaba. Entonces comenzó a deslizar su mano por el muslo del muchacho, hacia arriba, hasta encontrarlo. Allí estaba, duro como el quebracho, podía palparlo a través de la fina tela del pantalón. Podía sentir su firmeza y sus palpitaciones. Podía sentir el calor que irradiaba sobre la palma de su mano. Al advertir esto, la lengua de Marcos cobró nuevo impulso y la penetró casi hasta la garganta. Su mano exploradora, igualmente excitada, jaló hacia debajo de la fina tela del corpiño y liberó el pecho derecho sin más preámbulos. Daniela, presa del deseo, oteó sutilmente a su alrededor para asegurarse que no hubiese nadie a la vista, y con su mano libre bajó el escote holgado de su remera. Su pecho níveo y turgente saltó hacia el exterior y fue alcanzado por los últimos rayos de sol de aquella espléndida tarde de otoño. Marcos abrió los ojos como platos al ver aquella gema rosada y erguida tan al alcance de su boca; y sin pedir permiso se abalanzó sobre ella y comenzó a mamar como un niño hambriento. Al sentir el tibio contacto de sus labios, Daniela se aferró con fuerza a la herramienta que latía en su mano y comenzó a frotarla a través de la tela, como Aladino a su lámpara mágica. Sentía la boca hinchada, húmeda, palpitante... como su entrepierna. Y sin quererlo, comenzó a jadear.
Mucho tiempo más tarde reflexionaría sobre cuanto la había excitado aquella escena montada en el parque; incluso mucho más que la propia compañía de Marcos.
El chico era más un ternero asustado que un amante experto, y le estaba comenzando a inflingir dolor con su boca frenética. Justo antes de pedirle que se detenga, de explicarle que le estaba haciendo daño, el muchacho liberó repentinamente su presa y miró a Daniela con cara desencajada, como intentando expresarle que algo terrible e inevitable estaba a punto de suceder. Ella sintió un alivio repentino sobre su pecho... Luego sintió algo más... sobre su mano, la que frotaba la lámpara de Aladino: se estaba mojando.
Tardó unos segundos en comprender... Su mano se impregnada de algo viscoso.
-Lo siento.- Dijo Marcos en un susurro, y justo un segundo antes de huir despavorido a través del parque impulsado por la vergüenza.
Daniela acomodó su pecho dentro de la remera y se quedó mirando en silencio como Marcos se alejaba presuroso intentando salir de su campo visual. Se recostó sobre el tronco del árbol y sintió pena por él... y por ella.
Aquel fin de semana viajaría de visita a casa de sus padres. Utilizaría aquellas tediosas horas de ómnibus para tomar una decisión sobre Marcos: ¿Le daría una segunda oportunidad o prescindiría de él? Con este pensamiento abandonó el parque. Su mano y su ropa íntima todavía estaban mojadas, aunque por razones y sustancias diferentes.
Y así sucedió, estimado lector. Estas cuestiones banales, propias de la juventud, ocuparon la mente de Daniela durante las largas horas del tramo de ida hacia su pueblo natal.
Todavía desconocía que su viaje de regreso a la ciudad estaría signado por la angustia y por cavilaciones más propias de la vida adulta.
Ni bien llegó a casa de sus padres, se desayunó con las malas nuevas:
- Daniela, la fábrica cerró. Papá se quedó sin trabajo.- Dijo su madre con lágrimas en los ojos y la garganta quebrada por la angustia. –Apenas nos quedan ahorros para dos meses, sin contar tu alquiler y tu mensualidad. ¡No se que vamos a hacer, hija! Tu padre está destrozado.
Daniela sintió que la tierra perdía estabilidad bajo sus pies. ¡Justo en aquel momento promisorio, la vida había puesto en jaque sus proyectos!
Sus dos días de estadía en el pueblo fueron de una profunda tristeza. Terminó convenciendo a sus padres que podría salir adelante sola y continuar con la universidad -y la vida en Buenos Aires- sin depender de su ayuda económica. Por lo menos hasta que volvieran a estabilizarse.
Estas fueron las cuestiones que ocuparon la mente de Daniela, estimadlo lector, durante el viaje de regreso a Buenos Aires. Primero lloró desconsoladamente. Luego se prometió a si misma que saldría adelante de una forma o de otra. Aunque sin conocer todavía el verdadero significado de aquellas palabras.
El mismo lunes, Daniela citó en su departamento a sus nuevas amigas de cursada para comentarles las desalentadoras novedades. Todas se sintieron muy afectadas y prometieron ponerse en campaña para ayudarla a buscar un empleo.
Pero lo cierto fue que pasó una semana, los exámenes se aproximaron, la cuota del alquiler estaba por vencer y todavía no había novedades.
Daniela había planificado dedicar aquel domingo íntegramente al estudio. Pero al cabo de una hora se dio cuenta que, por más esfuerzos que hiciera, le resultaba imposible lograr concentrarse. Entonces salió de su casa en busca del periódico.
Los avisos clasificados pidiendo empleo daban pena. Apenas media página y nada conveniente. Hasta que detectó algo que no daba mucha información, pero encendió en ella una tenue luz de esperanza:
SE BUSCA EMPLEADA PARA VENTA AL PUBLICO EN LENCERÍA ZONA BELGRANO. SEXO FEMENINO EXCLUYENTE. BUENA PRESENCIA EXCLUYENTE. PREFERNETEMENTE CON EXPERIENCIA. HORARIO DE 14 A 20 HS.
El lunes a primera hora Daniela se acercó al local. Se encontró con una cola de más de treinta muchachas bonitas, con el periódico en la mano, esperando una entrevista.
Al cabo de dos horas consiguió entrar. La atendió una mujer de mediana edad que se presentó como la dueña del comercio. Le indicó que completara una ficha con sus datos personales, le tomó unas cuantas fotos y le prometió que la llamaría el martes para darle una respuesta. La información que se llevó de allí fue escasa y bastante desalentadora. Trabajaría sin contrato, con un salario básico que era exactamente la mitad del costo que debía pagar de alquiler, pero con la posibilidad de llevarse comisiones de hasta un diez por ciento de las prendas que vendiera.
Llegó a su casa muy angustiada. Se veía en un callejón sin salida y tremendamente sola.
Después de llorar un buen rato decidió telefonear a su amiga Lorena. Era con ella con quien sentía más confianza y mayor afinidad.
Al cabo de un largo rato de charla y contención, Daniela se sintió mucho mejor. Le contó el episodio con Marcos en el parque. Ambas se rieron como viejas amigas de aquella anécdota.
-Gracias por escucharme, Lore. Me siento mucho mejor. Hacía rato que no me reía tanto… Voy a ver que pasa mañana con esta bendita lencería.
-Esperá, Dani, no cortes... Quiero decirte algo que...- La duda en la voz de Lorena despertó la curiosidad de Daniela.
-Te escucho, decime.
-No quiero que me juzgues mal por lo que voy a decirte...- Lorena había cambiado el tono de su voz y Daniela comenzó a sentirse súbitamente incómoda.
-¿A qué viene tanto misterio? ¡Dale, Lore, me estas preocupando! No te conozco mucho, pero sé que puedo confiar en vos.
-Gracias... Es que... Siempre pienso que yo podría estar en tu lugar. Es decir, que como están las cosas hoy por hoy, también podría pasar lo mismo conmigo...
-Bueno, Lore, no te pongas así… No necesariamente...
-Quiero decirte que a veces fantaseo con esa posibilidad, nada más. ¿No es una locura paranoica, verdad? Podría sucederme…
-Bueno... si, claro. Es una posibilidad...- Daniela no terminaba de entender cuál era el punto. Y empezaba a sentir que Lorena se estaba poniendo pesada. –Pero no se dónde quieres llegar...
-Simplemente decirte que si me pasara a mí... Creo que tengo un plan, un plan de emergencia.
-¡Dios! ¡Cuánto misterio! ¿Estas dispuesta a compartirlo conmigo? Podría llegar a servirme…
- De eso se trata, Dani. Te acordás que te hablé de mi amiga Carla, que es de Mendoza como yo, que cursamos juntas “Salud Mental” el año pasado.
-Si. Carla, la rubia, “la modelito”. Me acuerdo. ¿Qué pasa con ella?
-Ella misma. Bueno. Carla vive sola, como nosotras, y trabaja en su departamento... los fines de semana.
-¿Es independiente? ¿Qué hace? ¿No era modelo?
Lorena hizo una pausa prolongada, como sin saber cómo continuar. Esperando la reacción de Daniela que nunca llegó.
-Ya no, dejó. Ahora trabaja de noche.- Suspiró y al fin dijo: –Es acompañante.
-¿Acompañante?- Repitió Daniela con sorpresa, mientras todas las fichas del puzzle se acomodaban en su cabeza.- ¿Me estás sugiriendo que me haga puta, Lore? O estoy entendiendo mal…
-¡Carla no es una puta! Carla no tiene un tipo que la explota. No le rinde cuentas a nadie. Ella es independiente. Trabaja con clientes fijos, los elije. La pasa bien un rato y paga la renta. Estudia y vive mejor que nosotras dos... Es un trabajo temporario.
-No lo puedo cree...- Daniela estaba de una pieza y apenas le salía la voz. –No puedo creer lo que me estás diciendo, Lore...
-Mirá, no tenés muchas chances. Te llamen o no te llamen de la lencería, vos sabés que vas a tener que inventar algo creativo si no querés volver al pueblo dentro de dos meses con una mano atrás y otra adelante.- El tono imperativo de Lorena diciéndole la cruda verdad, la dejó helada.- Anotá este teléfono y mañana, cuando salgas del shock, la llamás. Aunque sea para charlar con ella y que te cuente. Carla es divina. Yo lo hice y ahora estoy segura que cuando lo necesite voy a poner en práctica mi “plan de emergencia”.
Daniela anotó el número de teléfono celular en la libreta de direcciones que había sobre la mesa. Luego cortaron. Aquella noche Daniela se duchó y se fue a la cama sin probar bocado. Lloró un buen rato hasta que pudo conciliar el sueño.
Estimado lector, espero haberte podido transmitir con mi magra prosa, la angustia que vive Daniela en estos momentos. Se siente sola y con la sensación de no haber forjado todavía las herramientas que da la experiencia para tomar ciertas decisiones. Se acerca un momento difícil. El momento en el que serás convocado para que ayudes a nuestra protagonista a optar por un camino posible; asumiendo, claro, la responsabilidad de encausar su destino así como las consecuencias que este le depare.
Al despertar aquella mañana Daniela tuvo una sensación de incómoda calma, la calma que antecede a la tormenta.
Amaneció temprano; se preparó un desayuno liviano y se perdió en la compenetrada lectura de las obras de Freud.
Sólo el timbre del teléfono la sacó de su abstracción recién dos horas más tarde. Era la dueña de la lencería: -Si todavía estás interesada, el puesto es tuyo. Pero tendrías que empezar mañana mismo.
No estaba eufórica. Se sentía tranquila, profundamente reflexiva. Ahora tenía al menos una puerta de salida. Eso era alentador. Si lo de las comisiones funcionaba, podría conseguir el dinero necesario para sobrevivir. Aunque sabía perfectamente que el tiempo que invertiría en trabajar, afectaría negativamente su excelente performance académica. ¿Pero qué salida tenía? El trabajo disponible era prácticamente nulo y de unas condiciones pésimas, pero no trabajar era poner sentencia de muerte a su estadía en la universidad.
Después estaba la descabellada idea de su amiga.
Tomó pensativa el papel de la libreta y marcó imaginariamente el número con su dedo índice sobre la hoja del anotador. Había charlado con Carla decenas de veces en los pasillos de la facultad y nunca había tenido la sensación de estar con una puta. ¿Qué podía perder por hablar?
-¿Hola? ¿Quién habla? No tengo tu número registrado.
-Hola, Carla. Soy Daniela, la amiga de Lore, de la facu.
-¡Dani! ¿Cómo estás? Me dijo Lore que te había dado mi celu. Estoy justo entrando a clase y salgo en una hora. ¿Querés que nos encontremos en el bar de la facu?
-Dale, pero yo...
-Listo. Nos vemos en dos horas. Ahora tengo que apagar el celu. Beso.- Y cortó.
Lo único que le repetía su mente una y otra vez mientras llegaba a la cita era que ya había conseguido trabajo y que escuchar las historias de una puta no la convertía en tal.
Carla era pura simpatía. Tenía veintidós años, apenas dos más que ella, y entraba perfectamente en los estándares de belleza occidentales. Rubia natural, con el cabello levemente ondulado. Ojos verdes y una figura claramente modelada en el gimnasio. Había hecho carrera de modelo desde los dieciséis años. Pero aquel trabajo la absorbía demasiado. Jornadas eternas, días de viaje, mucha histeria... No era para ella. Carla tenía claro que quería tener su licenciatura en Psicología para luego regresar a Mendoza, su ciudad natal, a vivir de su profesión. Lo demás se reducía a un medio para conseguir sus fines. Una mente práctica.
Dejar de ser modelo para pasar a ser acompañante no había sido un trauma para ella. Casi que se había dado naturalmente. En el medio en el que Carla trabajaba era moneda corriente conseguir favores laborales, premios, regalos o dinero extra a cambio de sexo. Por lo general algunas chicas se convertían en putas vip sin darse cuenta, creyendo que era parte de su socialmente sobrevalorado trabajo de modelo; otras chicas, aquellas que no accedían a prestar favores sexuales a quienes tenían el poder de decidir sobre su futuro laboral, terminaban su carrera prematuramente. Carla era un caso extraño: Entendió que volverse acompañante le permitiría abandonar el estresante y frívolo mundo del modelaje; y, fundamentalmente, podría disponer de toda la semana libre para dedicarse al estudio.
-Lo importante, Dani, es que no pienses en vos misma como “puta”. Si vos no te sentís puta, nunca vas a serlo realmente. Eso es lo primero.
-Pero trabajás con tu cuerpo...
-¿Quién no trabaja con el cuerpo? Todos trabajamos con nuestro cuerpo.
-No entiendo.
-Preguntale a una médica que pasa horas corriendo en una guardia de hospital; a una maestra que lidia todos los días con treinta chicos; a un obrero de la construcción; a un empleado de oficina que se la pasa horas sentado atrás de un escritorio; preguntale a todos ellos si no trabajan con su cuerpo.– Carla hizo una pausa y continuó: -Llamame mañana a la noche, cuando vuelvas de tu nuevo trabajo en la lencería, y decime cómo se siente “tu cuerpo”...- Carla representó las comillas en el aire con los dedos.- ...después de haber estado paseando durante seis horas entre bombachas y corpiños. O peor: sentada detrás de un mostrador. ¿Entendés a lo que voy?
-Bueno, si... Pero el sexo no es lo mismo.
-El sexo es un ejercicio. Lo podés hacer por amor, por diversión o por dinero. La forma es siempre la misma, lo que cambia es la razón, lo que está en tu cabeza. Si lo sabés diferenciar de entrada, podés encontrar placer en cada una.
-No puedo tomarlo así... realmente te admiro... Tenés mucha confianza en vos misma. Pero... No se... ¿No te da miedo?
-Bueno, el sexo no me da miedo. Tenés que tomar ciertos recaudos, eso sí. Pero eso corre siempre: si lo hacés por amor o por placer te tenés que cuidar de la misma manera.
-Forro siempre. Obvio.
-No me refería solo a eso, pero si. En cuanto al cuidado del cuerpo, si. Preservativo y pastillas. Las dos cosas.
-¿Anticonceptivos también...?
-Tengo un cliente, Jorge, que desde hace un año viene de visita todos los viernes. Una vez me dijo que ya no quería usar el forro. Que era la única condición para que siguiera viniendo.
-¡Carla..! ¡Qué peligro..! ¿Y qué le dijiste?
-No sabía que decirle, es mi cliente vip. Al final llegamos a un acuerdo: Antes de pasar por casa se tiene que hacer un test rápido de VIH en la clínica de la esquina. Cada viernes. Cuesta una fortuna, pero él accedió y hace unos meses que solo nos cuidamos con pastillas. Yo igual ya las tomaba desde antes. Es una excepción, obviamente, pero él cubre mi alquiler y los gastos del departamento, imaginate... Y, al fin y al cabo, es él quien asume la mayor parte del riesgo porque sabe que también estoy con otros tipos.
- ¡Ah! Tenés más clientes entonces...
- ¡Claro, mujer! No soy su novia... o su amante. Para él soy su puta y yo hago de puta para él. Ese es el juego, no sabe nada de mi, sólo que soy su puta. Eso si, con él no hay restricciones, hago y me dejo hacer lo que me pida. Nada violento, obvio, pero es parte del trato. Todo legal.
-¿Y qué sería...? –Daniela no se figuraba exactamente qué incluía el “sin restricciones”, pero no se animaba a preguntar. Estaba recibiendo demasiada información que no lograba decodificar del todo, y no podía dejar de mostrarse interesada por aquel mundo desconocido.
-Nada del otro mundo, Dani. Me porto como una novia “gauchita”, como dicen los tipos. –y no pudo evitar una sonrisa pícara antes de continuar: -Y te aseguro que por una noche de hacer de “novia gauchita”, que por lo general no son más de dos horas, es un buen negocio. Cierra por todos lados.
Muy en el fondo de su mente Daniela se preguntaba qué estaba haciendo allí. Pero Carla había logrado cautivar su curiosidad, seducirla. Quería saber más y Carla parecía entusiasmada contando su historia:
-¿Y con los otros tipos?
-Tengo como norma no recibir más de un tipo por noche. No lo necesito y eso me mantiene descansada. Por lo general son cinco o seis en total que van rotando, pero casi nunca tengo una noche de sábado o domingo completamente libre. Siempre cae alguna visita, como yo le digo. –remató con gesto cómplice. Carla irradiaba simpatía y naturalidad.
Daniela estaba fascinada. Carla le había logrado despertar un interés antropológico desconocido para ella. Esa forma absolutamente desprejuiciada y natural con la que hablaba del tema la cautivó. Escucharla hacía que todo pareciera sencillo. Incluso eso: coger por plata.
-¿Y qué pasa si llega alguien que no te gusta, alguien nuevo? No se... Un viejo, un tipo sucio...- Preguntó Daniela con una inocencia casi infantil.
-Abro las piernas y me tapo la nariz.- bromeó Carla, y se echaron a reír juntas.
Cada vez le caía mejor. Era una chica muy simpática y muy despierta. Daniela sintió que podría ser su amiga. Se sintió protegida por su seguridad y por sus convicciones.
-Hablando en serio... Mi caché no está al alcance de cualquier pendejo calentón o de algún jubilado de plaza con ganas de divertirse. Por lo general son gente de entre treinta y cincuenta años, de mucha guita. De los que les gusta estar siempre limpitos y perfumados, ¡por suerte! Qué se yo... Al final es como en el amor: Lo de afuera es secundario... Si paga, obvio. -ambas rieron a carcajadas
Después la conversación derivó hacia la situación económica apremiante que afrontaba Daniela. Habló de sus padres, de su infancia, de todo un poco.
-Dani, la pasé muy bien con vos, pero ya estoy llegado tarde a “psicoanálisis”. Estaría bueno que nos volvamos a ver, aunque sea para tomar una cerveza. ¿Me das tu celu?
-Dale. Anotá.
Apelando a vuestra sagacidad, estimado lector, asumo que ya tendrás una idea aproximada de por dónde pasará la decisión que en esta primera oportunidad te ha tocado afrontar. Pero dejemos que la balanza se equilibre al máximo para que juzgues por vos mismo y des tu veredicto final e irreversible.
Al día siguiente Daniela se vistió para su primer día de trabajo en la lencería. Se puso una falda suelta hasta las rodillas y una camisa blanca de algodón. Maquilló sutilmente sus pestañas con rimel y colocó algo de brillo en sus finos labios. Perfumó su cuello con una mínima dosis de aquel néctar cítrico. Desabrochó el segundo botón de su camisa y se miró al espejo. La tersa blancura de su rostro y de la ondulada piel que ofrecía su escote, la encendía por sí misma. Colocó dos pequeños clips sobre sus orejas y se miró al espejo. ¿Qué sentido tenía no reconocerlo? Era una muñeca: juvenil, sobria, sutil, exótica, pero extremadamente bella.
Tomó su bolso y justo antes de cruzar la puerta sonó su celular. Era Carla.
-Disculpame el atrevimiento, pero quería hablar con vos antes que con nadie.
-¡Hola! ¡Qué sorpresa! Estaba saliendo a mi primer día de trabajo. Decime.
-Me acaba de llamar un tipo, “el” tipo, Jorge, mi mejor cliente, el que te conté...
-¿El anti forros?
-¡Exactamente!- Daniela adivinó la sonrisa de Carla del otro lado. –La cuestión es que me ha hecho una propuesta. Quiere que vaya a animar una reunión de cumpleaños de uno de sus amigos. Van a ser cuatro invitados...- Clara hizo una pausa.
-Bueno...- Daniela interpretó que Carla le estaba pidiendo alguna clase de consejo y no sabía qué debía responderle- Podés decirle que tenés tus límites y que el dinero no es...
-No, no. No es eso. La oferta es inmejorable. El tema es que quiere que lleve a una amiga.
Daniela se quedó de piedra. Finalmente había entendido el motivo de su llamada:
-Olvidate, Carla. Te agradezco la propuesta, pero... Justo me estoy yendo a mi nuevo trabajo en la lencería y...
-Son dos mil para cada una, Dani. Y te aseguro que no va a ser en horario comercial.
-¿Cuánto?- Daniela sabía perfectamente cuánto dinero eran dos mil pesos: Dos meses de alquiler y una mensualidad. Todo en una sola noche.
-Me dijo dos mil, pero si venís vos estoy segura que puedo sacarle quinientos mas... Sos un buen partido para este rubro, mujer. ¿Qué decís?
-¡Ni loca, Carla! Olvidate. En serio. Yo no...
-Ok. Solo te pido que lo pienses bien. Tengo tiempo para responder hasta esta noche.
-No tengo nada que pensar, Carla. De verdad. Igual, gracias por pensar en...
-Si no me llamas esta noche doy por cerrado el asunto. Espero tu llamado hasta las doce.
-Como quieras, pero...- Pero Carla ya había cortado la comunicación
Daniela llegó a su casa a las nueve de la noche y de pésimo humor. Se había cansado de mostrar prendas. Se había cansado de ver mujeres en ropa interior que le pedían consejo sobre cómo podían evitar el efecto de la gravedad sobre sus tetas. Durante dos horas estuvo mirando el techo sin saber qué hacer, luego comenzaron a entrar mujeres prepotentes que reclamaban su atención exclusiva o se iban enfurecidas cuando se demoraba más de la cuenta con otra clienta. Las dos compras grandes que había logrado cerrar se frustraron porque no sabía como mierda utilizar el sistema para el cobro con tarjeta de crédito. La dueña la había dejado a cargo del local sin siquiera explicarle lo básico. Había hecho una caja pésima, por lo que el dinero de sus comisiones sería despreciable. Haciendo una prospección rápida, si este era un día promedio de ventas, no llegaría ni a cubrir el alquiler mensual de su departamento.
Le dolían los pies y la espalda.
Cerró la puerta del departamento dejando el mundo atrás. Se dejó caer abatida sobre una silla intentando convencerse a sí misma que con el tiempo la cosa mejoraría, que mañana podría ser mejor. Ahora solo quería irse a dormir, ponerse a estudiar en aquel estado de abatimiento psíquico y físico, era una utopía.
Apoyó el bolso sobre la mesa y su vista tropezó accidentalmente con el único objeto que había permanecido en ese lugar durante todo el día: su libreta de direcciones. La cogió y se quedó mirando un buen rato lo que allí había escrito: un número de teléfono celular.
Por fin hemos llegado, mí estimado lector. En algunas oportunidades hemos escuchado que son los acontecimientos más efímeros de la vida los que, muchas veces, tuercen el rumbo de nuestros destinos. Esta no es la excepción. Una simple llamada, nada más. Un acto simple. Una acción que: o puede concretarse y trazar un nuevo rumbo en la eternamente inconclusa hoja de ruta de nuestra existencia; o nada más desecharse en el olvido y ser arrojada al infinito y misterioso baúl de lo que pudo haber sido y nunca fue.
SI DECIDES QUE DANIELA HAGA LA LLAMADA,
CONTINUA LEYENDO LA PARTE II.
SI PREFIERES QUE DANIELA DESCARTE LA OPCIÓN DE REALIZAR LA LLAMADA, CONTINUA LEYENDO LA PARTE III.
4 comentarios - Estimado Lector - Parte 1
Esto que leí esta bueno.