Durante los días que siguieron a la reunión de mi promoción, extrañamente no sentía ganas de ver a ninguna de mis amistades masculinas. Tanto el Tripa como el Preceptor me seguían mandando mensajes, insistiéndome con que nos encontráramos, pero los eludía argumentando que mi novio no me dejaba ni a sol ni a sombra, aunque les prometía que en cuanto dispusiera de un momento los llamaría. Incluso a Raúl lo fletaba cuándo me llamaba. Pero a quién sí tenía ganas de ver era al Profesor, a mi ex Profesor, mejor dicho. No sé, he tenido cogidas más brutales, más intensas, me han cogido como para dejarme internada durante una semana, pero lo vivido con ese señor mayor, de aspecto intelectual, casi de época, lo había superado todo. Incluso si me dijeran que de ahora en más el sexo sería para mí como el experimentado aquella noche y esa mañana, me sentiría feliz, y no echaría de menos los momentos más “hot” de mi vida.
Nos mensajeábamos tanto a la mañana como a la tarde, y a la noche, antes de irnos a dormir, cada uno por su lado, nos hablábamos.
-Me gustaría estar con vos en este momento- le decía.
-Sí, a mí también me gustaría que lo estés-
-Me encantó como me cogiste-
-Jaja… el mérito es todo tuyo-
Así hasta quedarnos dormidos y despedirnos con un beso y un hasta pronto. Y a la mañana siguiente de nuevo, para darnos los buenos días, y preguntarnos qué íbamos a hacer hoy, hasta que cada uno debía partir a su respectiva actividad. No exagero cuándo digo que en el trabajo, o a la tarde, cuando iba al curso de masajes, me la pasaba pensando en él. ¿Qué me pasaba? Acaso… ¿estaría enamorándome? Ni siquiera con mi novio, con el que había estado por dos largos años, había estado así, tan babosa, tan pendiente, y eso que él había sido no solo mi primer amor, sino también mi primer hombre. Cuando estaba con él solo pensaba en el momento en que se iría, para irme a coger con otro, y cuanto menos tiempo pasáramos juntos, mejor. En cambio con el Profesor, pensaba en él, quería estar con él, ni siquiera alguna eventual apoyada en el subte o en el colectivo me distraía de mis pensamientos. Pero aunque ambos nos atraíamos, tal como quedo demostrado aquella noche de la promoción, había uno, o mejor dicho, dos problemitas que nos separaba. Primero, que él se consideraba demasiado mayor para estar con alguien de mi edad, lo cual se agravaba al haber sido alumna suya, y en segundo lugar, se estaba divorciando, me lo dijo una tarde por teléfono, no le pedí demasiadas explicaciones, pero por lo que me llegó a contar, su esposa, con la que estuvo casado por más de ¡30 años!, y con la que tenía un hijo, estaba empecinada en sacarle hasta el último centavo con el juicio de divorcio, y el hijo, un vago de primera, según sus propias palabras, tampoco se la hacía fácil, ya que vivía a sus costillas, por todo esto, tenía miedo de que si la mujer se enteraba de que estaba viendo a alguien menor que él, pudiera usarlo como argumento para inclinar la opinión del juez a su favor. Yo tampoco quería complicarle la vida, pero no me resignaba a perderlo por un simple interés económico.
-Quizás podamos vernos en secreto, a escondidas, sin que nadie lo sepa- le propuse.
-Tendríamos que ser muy cuidadosos- por lo menos no me dijo que no.
-No te preocupes, si tengo que disfrazarme para ir a verte, me disfrazo- dije, medio en broma, medio en serio.
-Jaja… no creo que sea para tanto, pero mientras lo mantengamos entre nosotros, mejor-
Y así quedamos, no se trataba de un romance, ni un noviazgo, solo nos veríamos para estar juntos. Sin embargo en estos días estaba con bastante trabajo, a lo del juicio se sumaba que ya estamos terminando el año, es época de exámenes y tenía bastante para corregir, así que decidí no molestarlo por unos días, por lo menos hasta que él me llamara. Entonces… llamé a Mario, el Preceptor. Ya me tenía hinchados los ovarios con sus mensajes y sus llamados a horas poco habituales. Imagínense, me llamaba pasada la medianoche para decirme que se pajeaba pensando en mí. El tipo es casado, así que me lo imaginaba encerrado en el baño de su casa, mientras su esposa y sus hijos dormían, el celular en una mano, y la pija en la otra, dándose a full. Quieran o no, tal imagen me excitaba. Así que a la enésima llamada y ya apiadándome de él, le mandé el mensaje que tanto me reclamaba:
“¿Querés que mañana vayamos a un telo?”. Obvio que me dijo que sí. Quedamos en vernos por la tarde. No fui a la clase de masajes, por lo que nos encontramos cuando salí del trabajo. Cuándo lo vi esperándome en la esquina convenida casi me caigo de espalda, por Dios, que cara de pervertido. Me miraba como si me fuera a saltar encima en cualquier momento, ahí en medio de la calle, y entre toda la gente que iba y venía. Aunque reconozco que no se la hice muy fácil tampoco, ya que me fui vestida como para infartarlo (al final les dejo una fotito de cómo fui)
Lo saludé con un beso en la mejilla, aunque en un primer momento intentó comerme la boca.
-Qué bueno que llamaste negri, no sabes como estoy, desde la otra noche que vengo enfermo con vos- me dijo, y la verdad es que sí se notaba como estaba, estaba como enardecido y hasta se hacía evidente la erección que guardaba en la bragueta.
-¿Querés tomar algo o vamos a…?- me preguntó.
-No, mejor vamos ya- le dije, no estaba como para hacerlo esperar, a ver si me garchaba encima de la mesa de la confitería.
Entramos al primer telo disponible, nada lujos, de medio pelo, lo suficiente como para echarse un polvo y nada más. Mario pagó la habitación y mientras caminábamos por el pasillo de luces rojas, me fue acariciando la cola por debajo del vestidito.
-Siempre tuviste el mejor orto del secundario, nadie te lo hizo en esa época, ¿no?- quiso saber.
-No, terminé invicta el colegio- le dije.
-Que pena. Unos cuantos te tenían ganas- me confesó –Y yo ni te cuento-
-Bueno, ahora te las vas a sacar- le dije con una sonrisa.
Me apretó fuerte con toda la mano y exclamó:
-¡Te lo voy a dejar bien roto en honor a todos los pajeritos de la promoción del 20…!-
Entramos a la habitación y sin que dejara de manosearme toda la cola, me atrajo hacia él y me chuponeó en una forma que revelaba la calentura que venía acumulando desde los años del secundario, prácticamente yo no lo besaba, sino que él me metía toda la lengua dentro de la boca, estirándola como si quisiera llegarme a la garganta, explorándome toda la cavidad bucal, mordiéndome y chupándome los labios, evidenciando en cada uno de sus modos una calentura por demás extrema y voraz. Yo estaba totalmente entregada, a su merced, después de todo yo era la lo había citado. Y sin embargo, en ese momento mi cuerpo hubiera deseado estar en otro lado… con mi profesor. Trate de alejar esa idea de mí y concentrarme en Mario, quería que todos esos años de espera valieran la pena, así que mientras él seguía comiéndome, o mejor dicho, devorándome la boca, comencé a acariciarle la erección que ostentaba por sobre la tela del pantalón. A pesar de la ropa ya se notaba que la tenía bien parada, así que entre sus exacerbadas muestras de pasión le fui desabrochando el pantalón, pelando en cuestión de segundos una pija de suculentas dimensiones. Debo ser sincera y admitir que si bien durante todo ese rato estuve pensando en el Profe y en lo mucho que me hubiera gustado estar con él, al ver desplegarse ante mí semejante pedazo de verga… me olvidé de todo y de todos… se la agarre y no se la solté más.
-¡Chupámela Gise… haceme sentir tu boquita en toda la pija!- me pidió y dándome un último chupón me liberó de sus garras.
Totalmente cautivada por eso que sostenía en mi mano, me hinque de rodillas ante él y comencé a besársela y a lamérsela por los lados, con cada lengüetazo que le aplicaba se estremecía toda, estremecimientos que eran acompañados por suspiros y exclamaciones de placer de parte del preceptor que le confería un tono aún más morboso a aquel encuentro.
Cuando me la metí en la boca y empecé a chupársela, creí que iba a acabar, pero se contuvo, permitiéndome disfrutar de su tamaño con toda la fuerza y energía que suelo ponerle a los petes, sobre todo cuando se trata de pijas tan bien proporcionadas y suculentas como aquella. Con todo ese empeño que me caracteriza, trataba de meterme lo más posible dentro de la boca, chupando, sobando y hasta mordiendo lo que me entraba, que por supuesto no era poco. Me la comía, la retenía un momento adentro y la soltaba, toda entumecida y cubierta de saliva y fluido preseminal, tomaba aire, abría la boca y me la volvía a comer, chupándosela hasta el cansancio o hasta que me quedaba sin aire. De a ratos, como para darme un breve respiro, el mismo preceptor me la sacaba de la boca y me la restregaba por toda la cara y hasta me pegaba con ella en las mejillas y sobre los labios, haciéndome sentir en carne propia el rigor de su virilidad.
Ya con la pija bien entonada, le di un último beso en la punta y me levanté. Iba hacia la cama cuándo Mario me detuvo aferrándome de la cintura. Me atrajo hacia él y me apoyó por detrás, haciéndome sentir en toda la cola la soberbia magnitud de su verga.
-¡Sentí Gise… sentí lo que te voy a meter!-
-¡Mmmm… estoy ansiosa por sentirla!- exclamé, llevando una mano hacia atrás para tocársela y frotársela suavemente.
Así, entre frotes y refriegues, caímos juntos en la cama, yo boca abajo, y él sobre mí, empujando contra mi cola esa dureza suya que deseaba hacerme sentir cuanto antes. Y así lo hizo, ahí mismo, como habíamos caído, me despojó del vestido, me bajó de un tirón la bombacha, me restregó la pija por toda la abertura, como presentándosela a mis partes íntimas, y me la metió.
-¡Ahhhhhhhh…!- me estremecí al sentirla.
-¡Ahhhhhhhh…!- se estremeció él al ponérmela -¡Por fin Gise, por fin!-
Me la dejo un rato ahí guardada, mientras se frotaba contra mí, y de a poco comenzó a moverse, metiéndomela cada vez con más ímpetu. Sentía sus huevos chocando contra mis labios siempre que me llegaba al fondo.
-¡Si… si… así… sacate las ganas que tenías de cogerme… ahhhh… dámela toda… ahhhhhh… si… reventame…!- le decía entre exaltados suspiros, incitándolo a que me diera más fuerte todavía.
Estaba ahí para coger, no para hacer el amor, y así se lo hice saber al incentivarlo para que no me tuviera piedad. Por suerte el preceptor siempre fue un degenerado, un pervertido, de esos que espían por debajo de las faldas de las colegialas que supuestamente deben resguardar, así que no se anduvo con fingida dulzura, sino todo lo contrario, su objetivo era darme la biava de mi vida, aunque, claro, no sabía de lo que es capaz esta ex alumna. Luego de unos cuantos ensartes, se irguió levemente y me acomodó en cuatro, se ubicó de rodillas tras de mí, me aferró de la cintura y mediante embistes cada vez más certeros comenzó a cogerme en la forma que tanto anhelaba. Con cada golpe de su pelvis contra mis nalgas, la piel de ambos estallaba con igual o más intensidad que los gemidos que ambos emitíamos. Me dio como para desfondarme, pero curtida en mil batallas, mi conchita le aguanto el ritmo de la mejor manera, tanto es así que se cansó él antes que yo. Entonces me la sacó, me la restregó por toda la cola y paseándomela también por la raya, que ya estaba toda resbalosa por los fluidos de la garchada, me dijo:
-Me gustaría hacerte la colita-
-Eso ni se pregunta- le dije, dándole a entender que estaba a su entera disposición, parando aún más toda mi retaguardia por si no le había quedado claro.
Me abrió bien el agujerito con los dedos, me escupió varias veces en el centro, y esparciendo la saliva hacia adentro, me lubricó de la manera adecuada, iniciando entonces con el glande la avanzada inicial. Ni bien sentí entrar la punta, comencé a estimularme el clítoris, frotándomelo aceleradamente con la yema de los dedos, como para prendérmelo fuego, acompañando con jadeos por demás emotivos tan agresiva perforación.
-¡Ahhhhh… si putita… así te quería tener… bien enculada… ahhhhh… que delicia de culito…!- decía Mario a mis espaldas, disfrutando la forma en que mi esfínter se contraía para abrazar y alojar en mi interior todo su vibrante pedazo.
Ni terminó de llegar al fondo que se retiró solo para volver a entrar con más fuerza, arrancándome un jadeo mucho más fuerte, el cual se repitió con mayor intensidad a medida que sus arremetidas aumentaban. Ahora sí, ya me tenía bien enculada, llena a más no poder con su caliente y jugosa carne, que, pese a haber alcanzado ya el tope, parecía insistir con buscar profundidades más recónditas. Me la metía toda, una y otra vez, golpeando mis atributos posteriores con su pelvis, produciendo con cada choque un estallido (PLAP-PLAP) que resonaba al ritmo de nuestros gemidos. La pija entraba como por un tubo, fluida y aceleradamente, haciéndome sentir con cada golpe que me retumbaba todo por dentro. Esa sensación, como de que te estás haciendo encima, es impagable, más aún cuándo yo seguía frotándome el clítoris, a veces despacio, a veces más fuerte, manteniendo en todo momento la coordinación con sus enculadas. Entonces pude sentirlo, la inminencia del orgasmo, de SU orgasmo, los espasmos, los jadeos, los movimientos, todo se amalgamaba a la perfección para desencadenar poco después en un final a toda orquesta. Aceleré mi frotamiento, buscando acabar con él, por su parte sus ensartes también se intensificaron, sacudiéndome las nalgas con cada embiste, hasta que de un tirón me la sacó y en medio de estruendosos jadeos me regó la cola, la espalda, y parte de la cabeza con una caudalosa lluvia de semen. En perfecta sincronía con su descarga, sentí también entre mis dedos la miel de mi concha que con su feroz culeada me había arrancado. Se quedo un rato encima de mí, halagando mis dotes peteriles y culeadoras, y comenzó a vestirse. Me duché rápido y salimos. Afuera, nos despedimos secamente, quién nos viera ni se imaginaría que acabábamos de darnos flor de cogida. Fui a esperar el colectivo para volver a casa, y ya arriba le mandé un mensaje al Profesor. Quiero verte, le puse. No tuvo reparos. Nos encontramos a los pocos minutos para tomar algo y charlar. Solo charlar. Hace tiempo que no estaba así con un hombre, sin pensar en el sexo como única finalidad de un encuentro. ¿Y saben qué? Me sentí bien. Me gustaba saber que ese hombre que estaba ahí conmigo, no estaba pensando solo en llevarme a la cama, porque ya habíamos estado en la cama, estaba ahí conmigo porque yo le gustaba y le interesaba, no como el Preceptor que solo busco sacarse una calentura de años y que solo me veía como una putita con la cual pasar un buen rato.
Con el Profesor es diferente… muy diferente. ¿Cómo seguirán las cosas con él? No lo sé, pero me gusta no saberlo, a veces hay que dejarse llevar y ver donde te deja la marea. Igual, ya saben, cualquier cosa que pase los mantendré al tanto.
BUeno, así fue mi encuentro con mi ex Preceptor, y así me fui vestida a verlo, ustedes, como él, ¿también me darían?:
Nos mensajeábamos tanto a la mañana como a la tarde, y a la noche, antes de irnos a dormir, cada uno por su lado, nos hablábamos.
-Me gustaría estar con vos en este momento- le decía.
-Sí, a mí también me gustaría que lo estés-
-Me encantó como me cogiste-
-Jaja… el mérito es todo tuyo-
Así hasta quedarnos dormidos y despedirnos con un beso y un hasta pronto. Y a la mañana siguiente de nuevo, para darnos los buenos días, y preguntarnos qué íbamos a hacer hoy, hasta que cada uno debía partir a su respectiva actividad. No exagero cuándo digo que en el trabajo, o a la tarde, cuando iba al curso de masajes, me la pasaba pensando en él. ¿Qué me pasaba? Acaso… ¿estaría enamorándome? Ni siquiera con mi novio, con el que había estado por dos largos años, había estado así, tan babosa, tan pendiente, y eso que él había sido no solo mi primer amor, sino también mi primer hombre. Cuando estaba con él solo pensaba en el momento en que se iría, para irme a coger con otro, y cuanto menos tiempo pasáramos juntos, mejor. En cambio con el Profesor, pensaba en él, quería estar con él, ni siquiera alguna eventual apoyada en el subte o en el colectivo me distraía de mis pensamientos. Pero aunque ambos nos atraíamos, tal como quedo demostrado aquella noche de la promoción, había uno, o mejor dicho, dos problemitas que nos separaba. Primero, que él se consideraba demasiado mayor para estar con alguien de mi edad, lo cual se agravaba al haber sido alumna suya, y en segundo lugar, se estaba divorciando, me lo dijo una tarde por teléfono, no le pedí demasiadas explicaciones, pero por lo que me llegó a contar, su esposa, con la que estuvo casado por más de ¡30 años!, y con la que tenía un hijo, estaba empecinada en sacarle hasta el último centavo con el juicio de divorcio, y el hijo, un vago de primera, según sus propias palabras, tampoco se la hacía fácil, ya que vivía a sus costillas, por todo esto, tenía miedo de que si la mujer se enteraba de que estaba viendo a alguien menor que él, pudiera usarlo como argumento para inclinar la opinión del juez a su favor. Yo tampoco quería complicarle la vida, pero no me resignaba a perderlo por un simple interés económico.
-Quizás podamos vernos en secreto, a escondidas, sin que nadie lo sepa- le propuse.
-Tendríamos que ser muy cuidadosos- por lo menos no me dijo que no.
-No te preocupes, si tengo que disfrazarme para ir a verte, me disfrazo- dije, medio en broma, medio en serio.
-Jaja… no creo que sea para tanto, pero mientras lo mantengamos entre nosotros, mejor-
Y así quedamos, no se trataba de un romance, ni un noviazgo, solo nos veríamos para estar juntos. Sin embargo en estos días estaba con bastante trabajo, a lo del juicio se sumaba que ya estamos terminando el año, es época de exámenes y tenía bastante para corregir, así que decidí no molestarlo por unos días, por lo menos hasta que él me llamara. Entonces… llamé a Mario, el Preceptor. Ya me tenía hinchados los ovarios con sus mensajes y sus llamados a horas poco habituales. Imagínense, me llamaba pasada la medianoche para decirme que se pajeaba pensando en mí. El tipo es casado, así que me lo imaginaba encerrado en el baño de su casa, mientras su esposa y sus hijos dormían, el celular en una mano, y la pija en la otra, dándose a full. Quieran o no, tal imagen me excitaba. Así que a la enésima llamada y ya apiadándome de él, le mandé el mensaje que tanto me reclamaba:
“¿Querés que mañana vayamos a un telo?”. Obvio que me dijo que sí. Quedamos en vernos por la tarde. No fui a la clase de masajes, por lo que nos encontramos cuando salí del trabajo. Cuándo lo vi esperándome en la esquina convenida casi me caigo de espalda, por Dios, que cara de pervertido. Me miraba como si me fuera a saltar encima en cualquier momento, ahí en medio de la calle, y entre toda la gente que iba y venía. Aunque reconozco que no se la hice muy fácil tampoco, ya que me fui vestida como para infartarlo (al final les dejo una fotito de cómo fui)
Lo saludé con un beso en la mejilla, aunque en un primer momento intentó comerme la boca.
-Qué bueno que llamaste negri, no sabes como estoy, desde la otra noche que vengo enfermo con vos- me dijo, y la verdad es que sí se notaba como estaba, estaba como enardecido y hasta se hacía evidente la erección que guardaba en la bragueta.
-¿Querés tomar algo o vamos a…?- me preguntó.
-No, mejor vamos ya- le dije, no estaba como para hacerlo esperar, a ver si me garchaba encima de la mesa de la confitería.
Entramos al primer telo disponible, nada lujos, de medio pelo, lo suficiente como para echarse un polvo y nada más. Mario pagó la habitación y mientras caminábamos por el pasillo de luces rojas, me fue acariciando la cola por debajo del vestidito.
-Siempre tuviste el mejor orto del secundario, nadie te lo hizo en esa época, ¿no?- quiso saber.
-No, terminé invicta el colegio- le dije.
-Que pena. Unos cuantos te tenían ganas- me confesó –Y yo ni te cuento-
-Bueno, ahora te las vas a sacar- le dije con una sonrisa.
Me apretó fuerte con toda la mano y exclamó:
-¡Te lo voy a dejar bien roto en honor a todos los pajeritos de la promoción del 20…!-
Entramos a la habitación y sin que dejara de manosearme toda la cola, me atrajo hacia él y me chuponeó en una forma que revelaba la calentura que venía acumulando desde los años del secundario, prácticamente yo no lo besaba, sino que él me metía toda la lengua dentro de la boca, estirándola como si quisiera llegarme a la garganta, explorándome toda la cavidad bucal, mordiéndome y chupándome los labios, evidenciando en cada uno de sus modos una calentura por demás extrema y voraz. Yo estaba totalmente entregada, a su merced, después de todo yo era la lo había citado. Y sin embargo, en ese momento mi cuerpo hubiera deseado estar en otro lado… con mi profesor. Trate de alejar esa idea de mí y concentrarme en Mario, quería que todos esos años de espera valieran la pena, así que mientras él seguía comiéndome, o mejor dicho, devorándome la boca, comencé a acariciarle la erección que ostentaba por sobre la tela del pantalón. A pesar de la ropa ya se notaba que la tenía bien parada, así que entre sus exacerbadas muestras de pasión le fui desabrochando el pantalón, pelando en cuestión de segundos una pija de suculentas dimensiones. Debo ser sincera y admitir que si bien durante todo ese rato estuve pensando en el Profe y en lo mucho que me hubiera gustado estar con él, al ver desplegarse ante mí semejante pedazo de verga… me olvidé de todo y de todos… se la agarre y no se la solté más.
-¡Chupámela Gise… haceme sentir tu boquita en toda la pija!- me pidió y dándome un último chupón me liberó de sus garras.
Totalmente cautivada por eso que sostenía en mi mano, me hinque de rodillas ante él y comencé a besársela y a lamérsela por los lados, con cada lengüetazo que le aplicaba se estremecía toda, estremecimientos que eran acompañados por suspiros y exclamaciones de placer de parte del preceptor que le confería un tono aún más morboso a aquel encuentro.
Cuando me la metí en la boca y empecé a chupársela, creí que iba a acabar, pero se contuvo, permitiéndome disfrutar de su tamaño con toda la fuerza y energía que suelo ponerle a los petes, sobre todo cuando se trata de pijas tan bien proporcionadas y suculentas como aquella. Con todo ese empeño que me caracteriza, trataba de meterme lo más posible dentro de la boca, chupando, sobando y hasta mordiendo lo que me entraba, que por supuesto no era poco. Me la comía, la retenía un momento adentro y la soltaba, toda entumecida y cubierta de saliva y fluido preseminal, tomaba aire, abría la boca y me la volvía a comer, chupándosela hasta el cansancio o hasta que me quedaba sin aire. De a ratos, como para darme un breve respiro, el mismo preceptor me la sacaba de la boca y me la restregaba por toda la cara y hasta me pegaba con ella en las mejillas y sobre los labios, haciéndome sentir en carne propia el rigor de su virilidad.
Ya con la pija bien entonada, le di un último beso en la punta y me levanté. Iba hacia la cama cuándo Mario me detuvo aferrándome de la cintura. Me atrajo hacia él y me apoyó por detrás, haciéndome sentir en toda la cola la soberbia magnitud de su verga.
-¡Sentí Gise… sentí lo que te voy a meter!-
-¡Mmmm… estoy ansiosa por sentirla!- exclamé, llevando una mano hacia atrás para tocársela y frotársela suavemente.
Así, entre frotes y refriegues, caímos juntos en la cama, yo boca abajo, y él sobre mí, empujando contra mi cola esa dureza suya que deseaba hacerme sentir cuanto antes. Y así lo hizo, ahí mismo, como habíamos caído, me despojó del vestido, me bajó de un tirón la bombacha, me restregó la pija por toda la abertura, como presentándosela a mis partes íntimas, y me la metió.
-¡Ahhhhhhhh…!- me estremecí al sentirla.
-¡Ahhhhhhhh…!- se estremeció él al ponérmela -¡Por fin Gise, por fin!-
Me la dejo un rato ahí guardada, mientras se frotaba contra mí, y de a poco comenzó a moverse, metiéndomela cada vez con más ímpetu. Sentía sus huevos chocando contra mis labios siempre que me llegaba al fondo.
-¡Si… si… así… sacate las ganas que tenías de cogerme… ahhhh… dámela toda… ahhhhhh… si… reventame…!- le decía entre exaltados suspiros, incitándolo a que me diera más fuerte todavía.
Estaba ahí para coger, no para hacer el amor, y así se lo hice saber al incentivarlo para que no me tuviera piedad. Por suerte el preceptor siempre fue un degenerado, un pervertido, de esos que espían por debajo de las faldas de las colegialas que supuestamente deben resguardar, así que no se anduvo con fingida dulzura, sino todo lo contrario, su objetivo era darme la biava de mi vida, aunque, claro, no sabía de lo que es capaz esta ex alumna. Luego de unos cuantos ensartes, se irguió levemente y me acomodó en cuatro, se ubicó de rodillas tras de mí, me aferró de la cintura y mediante embistes cada vez más certeros comenzó a cogerme en la forma que tanto anhelaba. Con cada golpe de su pelvis contra mis nalgas, la piel de ambos estallaba con igual o más intensidad que los gemidos que ambos emitíamos. Me dio como para desfondarme, pero curtida en mil batallas, mi conchita le aguanto el ritmo de la mejor manera, tanto es así que se cansó él antes que yo. Entonces me la sacó, me la restregó por toda la cola y paseándomela también por la raya, que ya estaba toda resbalosa por los fluidos de la garchada, me dijo:
-Me gustaría hacerte la colita-
-Eso ni se pregunta- le dije, dándole a entender que estaba a su entera disposición, parando aún más toda mi retaguardia por si no le había quedado claro.
Me abrió bien el agujerito con los dedos, me escupió varias veces en el centro, y esparciendo la saliva hacia adentro, me lubricó de la manera adecuada, iniciando entonces con el glande la avanzada inicial. Ni bien sentí entrar la punta, comencé a estimularme el clítoris, frotándomelo aceleradamente con la yema de los dedos, como para prendérmelo fuego, acompañando con jadeos por demás emotivos tan agresiva perforación.
-¡Ahhhhh… si putita… así te quería tener… bien enculada… ahhhhh… que delicia de culito…!- decía Mario a mis espaldas, disfrutando la forma en que mi esfínter se contraía para abrazar y alojar en mi interior todo su vibrante pedazo.
Ni terminó de llegar al fondo que se retiró solo para volver a entrar con más fuerza, arrancándome un jadeo mucho más fuerte, el cual se repitió con mayor intensidad a medida que sus arremetidas aumentaban. Ahora sí, ya me tenía bien enculada, llena a más no poder con su caliente y jugosa carne, que, pese a haber alcanzado ya el tope, parecía insistir con buscar profundidades más recónditas. Me la metía toda, una y otra vez, golpeando mis atributos posteriores con su pelvis, produciendo con cada choque un estallido (PLAP-PLAP) que resonaba al ritmo de nuestros gemidos. La pija entraba como por un tubo, fluida y aceleradamente, haciéndome sentir con cada golpe que me retumbaba todo por dentro. Esa sensación, como de que te estás haciendo encima, es impagable, más aún cuándo yo seguía frotándome el clítoris, a veces despacio, a veces más fuerte, manteniendo en todo momento la coordinación con sus enculadas. Entonces pude sentirlo, la inminencia del orgasmo, de SU orgasmo, los espasmos, los jadeos, los movimientos, todo se amalgamaba a la perfección para desencadenar poco después en un final a toda orquesta. Aceleré mi frotamiento, buscando acabar con él, por su parte sus ensartes también se intensificaron, sacudiéndome las nalgas con cada embiste, hasta que de un tirón me la sacó y en medio de estruendosos jadeos me regó la cola, la espalda, y parte de la cabeza con una caudalosa lluvia de semen. En perfecta sincronía con su descarga, sentí también entre mis dedos la miel de mi concha que con su feroz culeada me había arrancado. Se quedo un rato encima de mí, halagando mis dotes peteriles y culeadoras, y comenzó a vestirse. Me duché rápido y salimos. Afuera, nos despedimos secamente, quién nos viera ni se imaginaría que acabábamos de darnos flor de cogida. Fui a esperar el colectivo para volver a casa, y ya arriba le mandé un mensaje al Profesor. Quiero verte, le puse. No tuvo reparos. Nos encontramos a los pocos minutos para tomar algo y charlar. Solo charlar. Hace tiempo que no estaba así con un hombre, sin pensar en el sexo como única finalidad de un encuentro. ¿Y saben qué? Me sentí bien. Me gustaba saber que ese hombre que estaba ahí conmigo, no estaba pensando solo en llevarme a la cama, porque ya habíamos estado en la cama, estaba ahí conmigo porque yo le gustaba y le interesaba, no como el Preceptor que solo busco sacarse una calentura de años y que solo me veía como una putita con la cual pasar un buen rato.
Con el Profesor es diferente… muy diferente. ¿Cómo seguirán las cosas con él? No lo sé, pero me gusta no saberlo, a veces hay que dejarse llevar y ver donde te deja la marea. Igual, ya saben, cualquier cosa que pase los mantendré al tanto.
BUeno, así fue mi encuentro con mi ex Preceptor, y así me fui vestida a verlo, ustedes, como él, ¿también me darían?:
19 comentarios - El Preceptor...
sos la mejor escribiendo
detallando cada paso de tus cogidas
Y como no darte.. Si sos hermosa!
Gracias por compartir
tremendo post