A los 18 años yo era un chico tímido e introvertido con una sola obsesión en la cabeza: perder la virginidad. El hecho de que mis dos mejores amigos hubieran conseguido librarse recientemente de tan pesada carga me producía además una dolorosa sensación de torpeza, que hacía que me sintiese enfadado con el mundo y conmigo mismo. Lo peor era que Rubén y Fernando, mis amigos, sabían perfectamente de mi estado, y desde que ambos habían conseguido estrenarse no perdían ocasión para burlarse de mí.
Para colmo de males, recientemente había invertido mis ahorros en la adquisición de una flamante Play Station 3, con la cual pasaba muchas horas de entretenimiento pero que no parecía un artefacto muy apropiado para ayudarme a solucionar mi problema. Eso me había dejado sin un céntimo, justo cuando mis dos colegas proyectaban pasar una semana de vacaciones en Ibiza. No hace falta decir que yo ardía en deseos de ir con ellos, pues por lo que había oído, si no conseguía llegar hasta el final con una chica allí, en la isla del placer, entonces es que el mío era un caso desesperado.
Había intentado pedir un adelanto a mis padres, pero ambos se habían negado en rotundo, con lo que mi estado de ánimo era francamente penoso. Virgen y solitario, me veía condenado a pasar el verano encerrado en casa mientras Rubén y Fernando se corrían (nunca mejor dicho) la gran juerga en Ibiza. Sólo de imaginarles en una playa nudista con un par de bellezas mientras yo pasaba otro nivel en el Battlefield 3 me ponía malo.
En esas estábamos cuando un jueves de finales de junio Silvia, mi hermana, entró en mi cuarto con una sonrisa zalamera que no presagiaba nada bueno. Debo decir antes de nada que las relaciones entre mi hermana y yo eran prácticamente inexistentes. Según mis amigos, Silvia estaba muy buena y era muy simpática. Tal vez fuera cierto pero, desde que tengo uso de razón, mi hermana y yo nos hemos dedicado a putearnos la vida cordialmente, así que a duras penas le concedía una mirada cuando nos encontrábamos.
Cuatro años mayor que yo, Silvia era la típica hermana caradura que se aprovecha de su mayor experiencia para librarse de todo, para hacerme la vida imposible y para descojonarse de mí a la menor ocasión. No podíamos ser más distintos, ni física ni emocionalmente. Así, mientras yo soy moreno y muy delgado, ella es rubia y “exuberante” según mis amigos, “demasiado rellena” en mi opinión. Por otro lado, yo soy tímido, apocado, mientras que ella es algo así como una relaciones públicas profesional. Siempre tiene novio, y no es raro que, cuando nuestros padres no están, yo tenga que subir el volumen del televisor en mi cuarto para no oír los gritos de placer que se escapan del suyo.
No creo que haga falta decir nada más para que se comprenda que, en mi abatido estado de ánimo, la visita de mi hermana no podía augurar nada nuevo. Teniendo en cuenta que mis padres iban a pasar el fin de semana fuera visitando a una tía enferma, lo más probable era que Silvia pretendiera echarme para tener la casa para ella sola, para montar una fiesta, traer a su último novio o ambas cosas a un tiempo.
Sin embargo, aquella vez mi hermana me sorprendió enormemente.
-Hola hermanito.
-Corta el rollo, ¿qué quieres?
-Joder Roberto, no seas borde, vengo en son de paz.
-Estupendo. No estoy de humor ¿qué quieres?
-Está bien, iré al grano. He oído que necesitas dinero para irte con los pringados de tus amigos a Ibiza.
No me hacía ninguna gracia que mi hermana estuviera al corriente de mis problemas, pero ya era tarde para negarlo.
-Es verdad, ¿y?
Habrá quien piense que yo trataba muy mal a mi hermana, pero creedme: ella solía tratarme a mí peor. Si en aquella ocasión hablaba con dulzura y midiendo las palabras era sólo porque esperaba obtener algo de mí.
-Bueno, que tal vez yo pueda ayudarte…
-No pienso irme a casa de nadie mañana. Si pensabas montar una fiesta, te jodes.
-Ay por favor, qué humor. A ti lo que te hace falta es más sexo… bueno, “algo” de sexo. Y no hablo del sexo solitario claro, jaja.
Ya estábamos, ¿acaso llevaba yo un cartel en la frente que dijera “virgen y alérgico al polvo”? A veces tenía la impresión de que el mundo entero era consciente de mi inocencia, y de que jamás conseguiría abandonar tal estado. Pero Silvia parecía arrepentirse de su broma, lo cual quería decir que de verdad me necesitaba para algo.
-Escucha hermanito –dijo entrando en mi cuarto y cerrando la puerta detrás de ella- quiero proponerte algo.
Silvia había conseguido intrigarme. Que tuviera algo que discutir conmigo en privado sin que se enterase nadie de la casa era una novedad.
-Tú dirás.
-Verás, se acerca el final de curso y si quiero aprobar Dibujo Creativo tengo que tener unos cuantos bocetos impactantes listos para el lunes.
Mi silencio fue suficiente respuesta para ella. Aparte de que no sé dibujar, me era absolutamente indiferente que mi hermana aprobase o suspendiese. Estaba en cuarto o quinto de Bellas Artes y se pasaba el día dibujando a mis padres, que eran sus sacrificados modelos un día sí y otro también. Ella se pensaba el centro del mundo, una gran artista, aunque a mí sus cuadros me parecían todos una auténtica porquería.
-El caso es que necesitaría un modelo este fin de semana –siguió- papá y mamá no estarán y…
-Ni lo sueñes –dije levantándome- tengo mejores planes que…
-¡Un momento! No esperaba que lo hicieras por lo mucho que nos queremos hermanito. Pensaba pagarte.
Aquello sí que era una novedad. Habitualmente, mi hermana se tenía a sí misma por un regalo del cielo, y según ella el resto de la humanidad tendría que estar encantada de poder hacerle un favor. Pero por lo visto se encontraba en un verdadero apuro, Dibujo Creativo era una asignatura que le estaba dando problemas, y por algún motivo yo era de vital importancia para ella.
El caso es que, tras un regateo largo y laborioso, quedamos en que yo posaría viernes, sábado y domingo, y que a cambio ella me daría 200 €. Con esa cantidad, más lo que yo tenía ahorrado, más lo que pudiera sacarle a padres y abuelos, podría cumplir el sueño de ir a Ibiza con mis colegas.
Aunque la idea de ayudar a mi hermana a cualquier cosa me repugnaba, tenía la sensación de que había hecho un buen negocio.
***
Al día siguiente, viernes, mis padres nos dejaron solos después de comer, despidiéndose de nosotros hasta el domingo por la tarde. Apenas se cerró la puerta, Silvia entró en mi cuarto (su manía de no llamar me había puesto en más de una ocasión en una situación comprometida) y me dijo que me esperaba en su estudio.
Ése es otro de mis motivos para estar molesto con ella. Mientras yo tengo una habitación pequeña y oscura, ella disfruta del mejor dormitorio de la casa y de un pequeño estudio, muy luminoso “para que la niña pueda demostrar su talento”. Cómo Silvia ha conseguido convencer a mis padres de que tiene talento es algo que se me escapa, pero el caso es que allí estaba yo, muerto de aburrimiento, dispuesto a posar para ella para ganarme esos 200 pavos que necesitaba como el comer.
-Muy bien –dijo ella al verme entrar- lo tengo todo preparado. Ve quitándote la ropa.
-¿Qué?
-Que te vayas quitando la ropa.
-Eres muy graciosa Silvia, de veras.
-Verás Roberto, es que… ayer no te lo dije todo.
Así era mi hermana. Con ella cualquier cosa tenía doblez, lo más inocente del mundo podía ser una encerrona. Por lo visto, gran parte de sus compañeros de clase habían hecho muchos estudios sobre el desnudo. Ella, como no podía permitirse pagar a un modelo, apenas había podido hacer un par de bocetos en clase, y ahora estaba en un apuro. Necesitaba sin falta hacer unos cuantos bocetos muy elaborados, estudios de movimiento, de profundidad, etc, etc.
Resumiendo, que no se había atrevido a decírmelo el día anterior, pero necesitaba que yo posase desnudo. Lógicamente, no podía pedirles eso ni a papá ni a mamá, pero entre gente joven…
-Ni lo sueñes. Esta conversación ha terminado.
-Vamos Roberto, no me fastidies, no seas crío.
Ése era siempre el primer ataque de mi hermana: llamarme crío. Durante una hora, la discusión fue de las que hacen época. Silvia me reprochaba no comprenderla; ella era una artista, distinto sería al revés, porque los tíos somos todos unos pervertidos, pero yo era su hermano, y ella sólo podría verme con ojos académicos, era absurdo que yo sintiera vergüenza.
Es difícil explicar porqué accedí a hacerlo. Como ya he dicho, soy un tipo tímido. Sin embargo, la noche anterior había llamado a Fernando para decirles que esperasen antes de sacar los billetes, que creía que al final podría reunir el dinero. Me hacía muchísima ilusión aquel viaje, y además, después de todo era una chorrada, mi hermana y yo llevábamos años sin vernos desnudos pero tampoco sería la primera vez que ella me viese en cueros. Al final, y aunque una parte de mí se preguntaba cómo era posible que Silvia siempre se saliese con la suya, me encontré delante de ella, con el slip como única vestimenta y con la vaga sensación de estar haciendo el ridículo.
-Estás cachitas hermanito, vestido engañas.
Soy muy delgado, pero tres horas semanales de piscina han robustecido mis hombros y ensanchado mis espaldas. Eso, y mis 18 primaveras, me hacen disfrutar de un cuerpo enjuto pero fibroso. Creo que, si unos feos michelines hubiesen rodeado mi estómago, no habría sido capaz de exponerme a las burlas de mi hermana.
-Bueno Roberto –dijo ella entonces- ya hemos perdido mucho tiempo, fuera el slip.
-Venga no me jodas –protesté- ¿qué más te da? Acaso vas a dibujar…
-No seas crío Roberto, ya te lo he explicado.
Por lo visto, Silvia necesitaba estudiar el cuerpo humano como un todo, y me repitió otra vez las tan consabidas razones: que si era algo meramente artístico, que ella ni se fijaría, que era como un médico, que la relación entre un pintor y su modelo es algo único… total, que yo tenía que posar en pelota picada. Joder con mi hermanita. Antes de someterme a su petición, le hice darme 100 € por adelantado, le saqué otros 50 sobre el precio inicial y conseguí su promesa de que nunca, jamás, nadie en el mundo sabría quién había sido su modelo.
-Tienes mi palabra –aseguró ella- además, como sólo necesito bocetos previos, no pintaré tus rasgos faciales.
A pesar de todo, fue un palo quitarme el slip y quedarme en pelota picada delante de mi hermana. No sé si alguna vez habéis estado desnudos delante de una persona del otro sexo vestida, pero es una sensación sumamente extraña. Además, Silvia emitió una pequeña sonrisa al ver mi… y yo la amenacé con vestirme enseguida.
-Un solo comentario y me largo, y te quedas sin los 100 €.
-Tranquilo hombre, relájate. Además… estás muy bien guapo hombre.
-¡Silvia!
-Vale, vale, me callo. A mí me gusta hablar mientras trabajo, pero bueno…
Joder, ¡qué situación! Mi hermana me hacía adoptar distintas posturas: sacando músculo, adelantando una pierna, en cuclillas, de espaldas… en cada posición, hacía unos rápidos trazos sobre el lienzo, antes de hacerme cambiar de pose.
Siempre he pensado que el cuerpo femenino es mucho más hermoso que el masculino, y no digo esto por ser un hombre heterosexual. Si lo analizamos, el pecho femenino, por ejemplo, es suave, dulce, encantador. Sus caderas, tan armoniosas, resultan acogedoras; sus muslos, desnudos, carecen del feo vello que cubre las piernas masculinas… ¿Y qué decir del sexo? El de las chicas es coqueto, tan escondido y pudoroso. En cambio nosotros, ¡qué descaro! Los cojones colgando, ridículos, absurdos. Por no hablar de la minga, que se mueve como una estúpida a un lado y a otro al más mínimo movimiento. ¿Puede haber algo más feo que un sexo masculino colgando inerte?
Más que avergonzado, desnudo ante mi hermana me sentía ridículo. Además, ella vestía unos vaqueros viejos y una camiseta llena de manchas de pintura. Por un momento, imaginé la situación al revés, yo vestido con el pincel en la mano y ella frente a mí… desnuda.
Por lo que suponía, Silvia debía tener unos pechos grandes, tal vez un poco caídos, aunque según Rúben eran sencillamente perfectos. Además, eso sí había que reconocerlo, tenía un culo increíble, regordete pero muy llamativo, un culete por el que Fernando y el resto de mis amigos habrían dado gustosos el brazo izquierdo. Pero, ¡un momento! ¿qué estaba haciendo? Joder, Silvia era mi hermana, y tanto dejar volar la imaginación podía producirme un serio problema: en efecto, Paquito, ahí abajo, había dado una leve sacudida que esperaba que hubiese pasado desapercibida para Silvia.
¿Soy el único que le ha puesto nombre a su aparato? Supongo que no. Al fin y al cabo, a veces parece tener vida propia, resucitando cuando menos se le espera o haciéndose de rogar cuando menos conviene. El mío se llama Paquito cuando está en reposo, y se convierte en don Francisco cuando se alza orgulloso. No voy a fardar ahora de medidas de guinness, soy un tipo de lo más normal. Pero sí diré que, a los 18 años, son más las ocasiones en que don Francisco aparece por cuenta propia que aquellas en las que hay que esperarle.
De repente, una nueva preocupación se adentró en mi mente ¿y si me empalmaba delante de mi hermana? No se me había ocurrido pensarlo, pero era una posibilidad. Y basta que temas algo para que sea mucho más probable que suceda. ¡Dios! Tenía que concentrarme en algo absurdo, algo que me impidiera… ¡ya está, el fútbol! Joder, nadie se excita pensando en Pepe o Puyol, supongo.
Durante un rato todo marchó bien. En silencio, mi hermana me dibujó en cuclillas primero y luego de espaldas, mientras yo me concentraba en el último partido de liga que había visto. Una vez pasado el impacto inicial, tampoco era para tanto. Se trataba tan sólo de enseñar el culo, ¡y toma! 250 €. No estaba yo muy convencido de que mi hermana tuviese todo ese dinero disponible, pero ella me lo había jurado una y otra vez, y ya era tarde para arrepentirse.
-Muy bien –dijo entonces Silvia- una última pose y terminamos por hoy.
Entonces, mi hermana colocó un taburete tipo barra de bar en medio del estudio y me hizo apoyar allí mis delgadas nalgas, una pierna apoyada en el suelo y la otra sobre la madera colocada a mitad del taburete. Rápidamente, constaté dos cosas. Una, que la postura era la más cómoda que había adoptado, lo cual era un alivio. Y dos, que en esa postura, mis atributos masculinos eran perfectamente visibles para Silvia, lo cual no era ningún alivio.
Hasta ese momento, yo había estado o bien de espaldas o bien en posturas que más o menos cubrían mis partes pudendas. Pero ahora, de repente, estaba de frente a ella, y Paquito aparecía ante su vista sin ningún tipo de impedimenta. Tal vez, aquello le incomodaba también a ella, porque de repente empezó a hablar.
-¿Has quedado esta noche?
-No… ¿y tú?
-Yo sí, tengo plan.
Lo raro hubiera sido lo contrario. ¡Qué injusto era el mundo! Mi hermana de novio en novio y yo sin vender una escoba. Era desesperante.
-¿Cómo andas de novias hermanito?
-pjdfnsdnfn
Si ya habitualmente es un tema que no me gusta tocar, y menos con mi hermana, el hecho de hacerlo completamente desnudo no contribuía a incitarme a ello.
-Jaja, ¿sabes? Mi amiga Laura dice que eres muy mono.
-Me tomas el pelo.
-Nada de eso, dice que dentro de unos años serás un hombre muy interesante.
Otra vez, la historia de mi vida. Con las mujeres siempre llego demasiado pronto o demasiado tarde. ¿No habría ninguna mujer en el mundo que me considerase interesante “esa misma noche”?
-La verdad es que no entiendo que no te comas una rosca…
-¿Podríamos dejar el tema?
-Es que no estás nada mal, eres alto, fuerte… tienes los pectorales muy marcados, con tanta piscina.
Hay que joderse. Mi hermana, que nunca me dirigía la palabra más allá de “quita de ahí” o “dame eso”, precisamente ese día se preocupaba por mi vida social.
-También tienes unas manos bonitas, grandes y fuertes. Las chicas nos fijamos mucho en las manos ¿sabes?
No, no lo sabía. Bien mirado, tal vez Silvia pudiese servirme de ayuda ¡había tantas cosas que yo no sabía sobre las chicas!
-Los tíos os pensáis que lo único importante es tenerla grande, y ni mucho menos –seguía mi hermana, embalada.
-Bueno, supongo que…
-Mira, en confianza, he estado con tíos que la tenían tan grande que era molesto, parece que te van a abrir en canal…
-Oh, vaya…
-De verdad, la tuya no está mal. No es ni grande ni pequeña, pero resulta simpática.
Eso era demasiado. Empezaba a tener mucho calor, la charla de mi hermana me parecía surrealista ¿lo estaría haciendo a propósito para fastidiarme? Viniendo de ella no podía descartarlo, y lo peor era que, tanto hablar de mi cuerpo mientras estaba en cueros, Paquito había vuelto a dar una leve sacudida.
-Me gusta que estés circuncidado –seguía Silvia- no sé, le da un toque sexy muy gracioso.
-¿Falta mucho para terminar? –yo estaba cada vez más alterado, si aquello seguía así íbamos a tener un problema serio.
-Veinte minutos, le doy un último retoque a tus… atributos, jaja, y lo dejamos por hoy.
¡Dios, mi hermana estaba dibujando a Paquito! Ayayay, la cosa empezaba a ser preocupante.
-Las mingas sin circuncidar nunca me han gustado –seguía impasible Silvia, sin dejar de pintar- son como más serias, como más… más… ¡más viejas! Sí, ésa es la palabra, me parecen menos juveniles.
Juro que luché contra ello cuanto pude, pero fue inevitable. Alentado por la conversación y los continuos elogios, Paquito se había transformado en don Francisco en unos segundos. Ya he dicho que presento unas medidas modestas, pero a cambio soy de una puesta en escena rapidísima ¡de repente estaba empalmado delante de mi hermana! ¿Qué iba a pensar ella? No sabía dónde meterme ni cómo reaccionar, y lo único que se me ocurrió fue cubrirme cruzando las piernas, rogando que ella no se hubiera dado cuenta. Pero su sonrisa puso bien a las claras que no podía confiar demasiado en ello.
-¡Vaya, hermanito! Jaja, alguien se ha despertado, jaja.
Yo estaba increíblemente confuso, pero por lo visto ella encontraba la situación muy graciosa. Levantándome, abandoné la pose, dispuesto a salir de allí lo más rápidamente posible.
-Lo siento yo… no sé cómo…
-Tranquilo Roberto, no me fastidies –se rió ella- es la naturaleza, jaja, lo raro sería que a tu edad no pasasen estas cosas. Además…
Por unos segundos, yo me quedé de pie, tapando con dificultad mi sexo erecto mientras ella me estudiaba pensativa.
-¡Siéntate otra vez rápido! Creo que puede quedar una cosa muy original, ¡vamos!
No podía creerlo, pero acuciado por sus órdenes, volví a apoyarme en el taburete, una pierna estirada, otra recogida… ¡y don Francisco entre ellas en todo su esplendor!
-¡Magnífico, estupendo –gritaba Silvia- me parece súper original! ¿Crees que podrás mantener “la pose” mucho tiempo?
-Bueno, no sé…
Era cierto, con don Francisco nunca podía uno estar seguro. Lo mismo podía asustarse en unos segundos que permanecer así un buen rato. Y un buen rato es lo que estuvo mi hermana dibujando mi pene erecto, desde varias perspectivas y con distintas variaciones de enfoque.
-Esto es justo lo que quería, algo original, distinto y divertido –reía alborozada- un boceto más y…
Pero, justo en ese momento (en mi defensa diré que llevábamos ya un buen rato de “espectáculo”) don Francisco empezó a perder consistencia.
-Oh, ¡qué fastidio! –la cara de Silvia reflejó la más viva desolación- ¿no podrías hacer que volviese?
-Joder Silvia.
-Tienes razón, jaja, se me ocurren unas cosas…
¿Qué pretendía aquella loca? No iba a meneármela delante de ella para recuperar la erección.
-Sólo me faltaba un poquito, qué rabia.
De repente, Silvia me miró pensativa, con gesto divertido, mientras entre mis piernas Paquito se había vuelto a adueñar de la escena. Dejando un momento sus pinceles, mi hermana salió de detrás del lienzo y se acercó a mí sonriendo.
-¿Hemos acabado por hoy? –pregunté deseoso de terminar con aquello cuanto antes.
-Casi, sólo me faltaba un último boceto.
Silvia se había situado a mi altura, y su cercanía me producía un extraño nerviosismo.
-Ejem, Roberto, ¿te importaría si yo…?
Apostaría a que su desconcierto era fingido, porque su expresión reflejaba más diversión y alegría que timidez o extrañeza. Lo cierto es que, cuando Silvia cogió mi pene con su mano derecha, al principio no supe bien qué estaba pasando. Sólo fui consciente de que nunca mi sexo había sido agasajado de aquel modo, y de que las manos de mi hermana eran increíblemente calientes y suaves.
Como hipnotizado, miré hacia abajo. Silvia había rodeado mi sexo con dulzura, y empezaba a mover su mano adelante y atrás rítmicamente.
-Déjame que te ayude, necesito que aguantes sólo un minuto más.
-Pe… pero…
-Vamos, tonto, es un instante, jiji.
Me faltaba el aliento. Silvia, ¡mi propia hermana! Se había convertido en la primera chica que me tocaba ahí, y el efecto estaba siendo devastador. En apenas unos segundos, Paquito había vuelto a convertirse en don Francisco, en un don Francisco duro y erguido como un signo de admiración. Yo no sabía si sentirme culpable o no, pero lo cierto era que mi hermana me la estaba menando… y a mí me gustaba.
-Bueno, ya está –dijo Silvia cuando juzgó que aquello era suficiente- aguanta un poco, ¿quieres?
-lfknsfds, -las palabras se negaban a salir de mi boca, y bastante tenía con conservar el equilibrio sobre el taburete.
Durante unos minutos, Silvia pintó en silencio, sin perder el tiempo. Yo me debatía entre el pudor más doloroso y la angustia de haber sido interrumpido a medio camino. Era horrible, trágico, pero no podía evitarlo ¡había sido un momento increíble!
Diez minutos después, Silvia seguía pintando, y don Francisco, poco a poco y a pesar de mi agitación, empezó de nuevo a decaer. Más decidida que antes, mi hermana volvió a acercarse. Su cara dibujaba una extraña sonrisa ¿le gustaba a ella hacer aquello? ¿O simplemente quería terminar sus bocetos? No hubiera podido contestar a lo que ella sentía, pero sí sé que yo tuve que hacer esfuerzos para no correrme entre sus dedos cuando, de nuevo, volvió a acariciar mi pene para hacerlo resurgir.
-Uy hermanito –dijo ella riendo- te veo muy lanzado, será mejor que termine ya.
Y volviendo a toda prisa hacia sus pinceles, Silvia retomó de nuevo su trabajo. Yo estaba colorado como un tomate, don Francisco erecto como nunca antes y dando a veces pequeñas sacudidas que amenazaban con derramar toda su carga en presencia de mi hermana. Jamás había soñado con vivir una experiencia tan alocada, y menos aún con compartir algo así con Silvia.
Al fin, mi terrible hermana pareció dar por concluido su trabajo.
-Excelente, hemos terminado por hoy. Genial Roberto, ha sido una sesión muy provechosa.
-Vaya –respondí tartamudeando- voy… voy a…
Me temblaba todo el cuerpo, estaba abrumado, excitado, asustado. Sin saber cómo actuar, me levanté del taburete, buscando con la mirada mi slip… que de ninguna manera podría ponerme en ese estado. Mientras, Silvia me miraba sonriendo, con expresión entre burlona y cariñosa.
-Anda tonto –me dijo mimosa- menudo estás, jaja, no pensé que pudiera gustarte tanto que tu hermana te la menease.
-¿Qué dices? –protesté- es sólo que…
-Mira que eres bobo –dijo ella viniendo de nuevo hacia mí- anda, vuelve a apoyarte en el taburete.
Pensando que tal vez quería dar algún último retoque a sus bocetos, volví a adoptar la pose, incapaz de pensar con claridad. Silvia estaba otra vez a mi altura, sonriendo. Sin dejar de mirarme, puso su mano izquierda sobre mis testículos, mientras con la otra volvía a apresar mi pene duro y erecto.
-¿Qué… qué haces?
-No pensarás que iba a dejarte así, no soy tan mala. Voy a hacerte una paja.
Si en aquel momento no me dio un infarto es que jamás va darme. No podía creer que todo eso estuviese sucediendo ¿estaría soñando? Pero no, sus manos en mis huevos y en mi minga eran reales, increíblemente reales, y yo estaba como paralizado y sin capacidad de reacción.
-Pero… pero… esto no…
-Vamos hermanito, mira que eres serio. ¿Nunca has fantaseado con esto?
-¡No!
Silvia se encogió de hombros, como lamentado mi falta de imaginación.
-Bueno, si quieres lo dejo, pero viendo tu habilidad con las chicas… no sé, tal vez quieras terminar el trabajo tú solo…
A pesar de mi desconcierto, una cosa sí tenía clara: después de haber probado las manos de Silvia sobre mi cuerpo, sería deprimente tener que recurrir aquella noche a la autosatisfacción.
-¿Qué hago? –preguntó entonces Silvia con burla- ¿sigo o lo dejo?
-Si… sigue… por favor.
Aunque tenía la certidumbre de estar haciendo algo que no debía hacer, me fue imposible resistirme.
-Ése es mi chico. Relájate y disfruta, te lo has merecido.
Sin más palabras, Silvia redobló su atención sobre mí. Mientras su mano izquierda acariciaba, apretaba y sostenía mis testículos, la derecha se movía sabiamente alrededor de mi erecta verga. En ocasiones subía y bajaba con un ritmo enloquecedor, pero en otras se detenía y, con gran habilidad, se movía en círculos alrededor de mi falo. Sin duda, mi hermana era toda una experta en tales lides, y yo jamás hubiera soñado con ser uno de los beneficiados por ello.
El orgasmo se acercaba sin remedio, imposible de contener. Una parte de mí hubiera querido disfrutar más de aquella sensación, hacerla más duradera en el tiempo, pero mi excitación era tan fuerte que necesitaba desbordarse. Cuando Silvia notó que llegaba el momento, liberó mis testículos y, usando su mano izquierda a modo de cuenco, la colocó ante mi sexo, que empezaba a dar las primeras sacudidas.
Jamás hubiera pensado que mi primera vez de sexo compartido se limitase a una paja convencional, y menos aún que me la hiciese mi hermana. Aún así, fue maravilloso. Mi pene empezó a escupir con violencia mientras Silvia me frotaba con renovado frenesí, tratando de proporcionarme el mayor placer posible. Precariamente subido sobre el taburete, mi propio éxtasis me sorprendió. Parecía llegar de muy lejos, con lentitud pero incontenible, y cuando al fin explotó se expandió por igual a todas las partes de mi cuerpo.
Silvia forcejeaba en silencio, ¿había oído yo un par de gemidos salir de su boca? Durante unos segundos eternos, el semen salió de mi cuerpo como un manantial inagotable, llenándose la mano izquierda de Silvia del líquido blanco y caliente.
-Joder hermanito –dijo ella cuando al fin quedé satisfecho- venías cargadito.
-Yo… yo…
-A ver si ahora vas a disculparte hombre –rió ella.
Por lo visto, para Silvia aquello no significaba gran cosa, aunque a mí me había supuesto una conmoción increíble. No en vano, era lo más excitante que me había pasado nunca.
-¿Te ha gustado? –preguntó mientras se limpiaba la mano con un pañuelo de papel.
-Ha sido… bestial –al instante me arrepentí de mi sinceridad.
-Ay hermanito, te hace falta una novia, jaja.
De repente me sentí absurdo y ridículo. Para mí había sido un sueño, para ella… ¿qué significaba aquello para ella?
Media hora después, mi hermana se había ido, dejándome solo en casa. Incapaz de hacer nada, pasé toda la noche en mi cama, mirando el techo y dando vueltas a lo sucedido. Silvia volvió muy tarde, pasadas las seis de la mañana. Con amargura, pensé que era muy posible que hubiera ligado con alguien.
A escondidas, salí de mi cuarto y me deslicé por el pasillo, poniendo la oreja en la puerta de su cuarto. Permanecí allí más de media hora, al acecho. Cuando al fin me convencí de que había vuelto sola, regresé en silencio a mi cuarto.
Ni yo mismo comprendía por qué me sentía tan aliviado.
***
Como siempre después de una noche de juerga, mi hermana estuvo durmiendo toda la mañana. En más de una ocasión me asomé a su habitación, mirando por la puerta entreabierta. Boca abajo, la única vestimenta de Silvia eran unas braguitas mínimas y una camiseta sin mangas. Tenía razón Fernando, su culo era redondo y muy apetecible. Pero, ¿qué demonios estaba pensando? Era mi hermana joder, lo de la tarde anterior no podía volver a repetirse.
Me obligué a mí mismo a llamar a mis amigos y salir de casa. Fuimos a jugar un partido de baloncesto y comimos después en casa de Rubén. Luego, me propusieron ir al cine, pero recordé que tenía un trato con mi hermana, y que si no lo cumplía no conseguiría el dinero para ir a Ibiza.
Al llegar a casa me la encontré vestida con un chándal viejo y su camisa de trabajo, esperándome.
-Ya creí que me dabas plantón. Anda, desnúdate, tenemos que seguir trabajando.
Aquel día, la orden de desnudarme, además del lógico pudor, hizo que se me erizara el pelo de la nuca. Diez minutos después, estábamos igual que la tarde anterior, yo completamente desnudo delante de mi hermana, que me pintaba canturreando como si tal cosa ¿cómo podía tener tanta calma? Yo había pensado horrorizado que tal vez debíamos hablar de lo sucedido, arrepentirnos los dos juntos, pero por lo visto ella no le había dedicado ni diez minutos de su pensamiento a lo que a mí tanto me alteraba.
Afortunadamente, Paquito permanecía tranquilo, reducido a su mínima expresión. Sólo me faltaba que…
-¿Qué tal ayer? –pregunté nervioso. Por alguna razón, aquel día era yo el que no soportaba el silencio.
-Bien, conocí a un chico guapísimo, pero no parecía muy interesado. Le di mi número, pero no creo que me llame.
Así de sencillo. ¡Qué envidia sentí! Ella salía, se tomaba unas copas, y casi todos los días conocía a alguien. Y, al otro lado, había un tío que salía, se acerba a una chica y hala, a disfrutar. Yo, en cambio, no conseguía una mísera cita, a pesar de mis espaldas anchas y de “lo mona que era mi minga”. Por otro lado, me parecía increíble que nadie pudiera pasar de Silvia. Desde la tarde anterior, sus encantos me parecían más evidentes. Lejos de estar rellenita, lo que tenía era un cuerpo muy femenino, lleno de curvas mirases donde mirases: pechos llenos, muslos rotundos, caderas muy marcadas… y aquel culo que, bajo el chándal…
¡Dios! ¿qué me estaba pasando? Me estaba volviendo loco. Abajo, Paquito empezaba a ponerse nervioso. Eso no podía ser ¿qué iba a decir mi hermana? Me concentré en pensar en mi tía Enriqueta desnuda, remedio infalible contra cualquier calentura.
-¿Tienes planes para esta noche? –me preguntó entonces mi hermana mirándome las piernas mientras trabajaba.
-Rubén y Fernando van a ir al cine.
-Jo, hermanito, vaya juergas te montas –se mofó ella de mí- con esos dos feos no vas a ligar en la vida.
Poco me faltó para derrumbarme y confesar que “esos dos feos” ya habían mojado, mientras yo estaba aún a verlas venir. Pero reconocerle a Silvia que lo sucedido entre nosotros era lo más erótico que me había pasado nunca estaba muy lejos de mi pensamiento.
-¿Sabes qué? –dijo entonces ella- nunca hacemos nada juntos. Hoy estoy un poco cansada. ¿Qué tal si cuando terminemos pedimos unas pizzas y vemos juntos una peli?
¿Mi hermana y yo compartiendo nuestro tiempo libre? Si mis padres se enterasen, darían brincos de alegría. Claro que, pensándolo bien, mejor que mis padres siguieran pensando que no nos dirigíamos la palabra. De cualquier modo, la idea me pareció excelente, aunque una parte de mí se preguntaba dolorosamente por qué me parecía tan sugerente el plan.
Durante hora y media más, Silvia continuó pintándome. Aquel día me había hecho poner una pose más clásica, como si fuera a lanzar una jabalina o algo similar. Era más difícil y cansado, pero tenía la ventaja de que, en esa postura, era más complicado que Paquito decidiera transformarse en don Francisco por sí solo.
No sabría explicar cómo me sentía, en pelotas delante de mi hermana vestida. Por un lado estaba deseando que aquello terminara cuanto antes. Por otro, joder, para qué negarlo, hubiera dado cualquier cosa por atreverme a pedirle que me hiciera otra pajilla, pequeñita, al terminar.
Pero ni en un millón de años me atrevería yo a algo semejante. Intuía que ella lo había hecho casi como una broma, como algo gracioso que jamás se repetiría y de lo que no volvería a acordarse. A lo mejor, cuando fuésemos viejos, en alguna reunión familiar me miraría y, con su sonrisa socarrona, me preguntaría ¿te acuerdas del día que te hice una paja? No podía ni pensar en ello sin rubor.
Estábamos a punto de terminar cuando el móvil de mi hermana, que aquella tarde había estada extrañamente tranquilo, sonó.
-Descansa un poco mientras contesto.
Mientras estiraba las piernas y los brazos, no pude evitar oír la conversación de mi hermana.
-¿Sí? ¿Javier?, hombre, ¿qué tal?, jaja… sí… jeje…
Para qué demorarse más en ello. El tío que había conocido la noche anterior al final había resultado estar más interesado de lo que parecía. Unas risas, un poco de coqueteo y… ¡cita esa misma noche! Jamás habría sospechado que me pudiera sentar tan mal que mi hermana me diese calabazas. Al volver junto a mí, me sentí especialmente absurdo, con Paquito colgando fláccido entre las piernas y en pelotas delante de ella.
-Era el chico del que te he hablado, he quedado con él. Dejaremos la pizza para otro día, no te importa, ¿verdad?
Pero yo sabía que, si no era esa noche, nunca más volveríamos a estar tan unidos. No obstante, no dije nada, aunque supongo que mi cara fue como un libro abierto para Silvia. Diez minutos después, mi hermana dio por terminada la sesión.
-Puedes vestirte, yo subo a cambiarme y me abro.
Extrañamente irritado y de un humor de perros, me fui en pelotas a mi cuarto, cerré furioso de un portazo y, sin molestarme en vestirme, me tumbé en mi cama. Ni yo mismo conseguía comprender qué me pasaba. Joder, Silvia era mi hermana ¿no me estaría enamorando de ella? Sólo me faltaba… No, no creía que fuese tan serio, pero no podía dejar de pensar en ella. Lo de la tarde anterior había sido tan increíble, tan real, y ella estaba tan cerca, tan al alcance de la mano…
Unos golpes en mi puerta me sorprendieron y, a toda velocidad, tapé a Paquito con un cojín. Mi hermana asomó seria, mirándome fijamente. Sin decir nada, entró, se sentó en la esquina de la cama y sonrió levemente.
-A ver, Roberto, ¿qué pasa?
-Nada, ¿qué va a pasar?
-Hijo, estábamos tan a gusto, y de repente te has puesto… ¿te molesta que salga con Javier?
-¿Cómo iba a molestarme? Haz el favor de salir, estoy desnudo.
-Sí, ya lo he visto, jaja. Llevas así un buen rato.
Por unos segundos, Silvia se quedó observándome, y yo tuve la desagradable impresión de que podía leer dentro de mí con total facilidad.
-Anda, ven aquí tonto, ven con mamita, jaja.
Su risa era cristalina, me hablaba como a un niño bobalicón al que hay que consolar.
-¿Qué?
-Que vengas. Ya sé lo que te pasa a ti pillín. Me parece que te gustó mucho lo de ayer.
Sin poderlo remediar, me puse colorado como un tomate.
-Pero ¿qué estás diciendo? ¿te has vuelto loca?
-Mira Roberto, no hace falta que disimules. Además, te entiendo, estás en la edad, y eso de no tener novia… venga, te hago una paja rápida antes de irme, a mí no me importa.
La madre que me parió. O, mejor dicho, la madre que nos parió a los dos. Mi hermana había pasado de prescindir de mí por completo a preocuparse como la mejor de las hermanas mayores. Pero yo no podía permitir que… ¿o sí?
-Vamos, que no tengo todo el tiempo. Quiero ponerme guapa.
-Es que…
-¿Sí?
-No sé. Coño, eres mi hermana, esto no está bien…
-No me fastidies Roberto. Mira que le das vueltas a las cosas, ¿quieres que te lo haga o no?
Como yo todavía me hice el remiso, mi hermana se puso en pie, exasperada.
-El mundo va a seguir girando, aunque tu súper moral crea que no.
-¡Está bien! –dije apurado, temiendo quedarme allí como un tonto.
Silvia volvió a sentarse, sonriendo. Con suavidad, retiró el cojín y descubrió mi pene, a media transformación en don Francisco.
-Jaja, hermanito, mucho hacerte el estrecho, pero esto te gusta más que a un tonto una tiza.
-Yo…
-Anda, calla y disfruta. Pero a partir de mañana te buscas una chica que te haga esto, que una es muy decente eh, jajaja.
Y de nuevo, aquella increíble sensación. Como un resorte, mi pene creció y creció y creció. No recordaba haberla tenido tan dura en la vida, y mi hermana me miraba con gesto apreciativo, lo que me enardecía aún más.
-Joder con Robertito, jiji, vaya herramienta… y mira que te gusta esto…
-umdnsd –asentí yo demostrando lo bien que se me daban las chicas.
De repente, mi hermana detuvo el movimiento de su mano sobre mi verga, que tras dar un par de pequeñas sacudidas, quedó anhelante de la reanudación de sus caricias.
-¿Sabes qué?
-¿Qué… -pregunté aterrado, pensando que mi hermana acababa de arrepentirse de aquello.
-¡Qué diablos! Eres mi hermano, y me estás haciendo un favor tremendo posando para mí. Y otra cosa no, pero nadie puede decir que yo sea una desagradecida.
No entendía nada, pero mi hermana había soltado mi pene, y a don Francisco sólo le faltaba echarse a llorar, tan huérfano y desvalido se sentía de repente.
-Prepárate, porque vas a disfrutar de una experiencia única- rió mi hermana mientras se recogía el pelo en una coleta- pero que te quede claro, esto es una excepción, y no volveré a hacerlo.
-Claro, claro –balbucí, a pesar de que no tenía la más remota idea de lo que pretendía.
-Estás tan mono, hermanito, que te voy a premiar con la especialidad de la casa, jaja. Tú cierra los ojos y piensa que soy la chica que más te gusta de tu clase.
-Pero, pero, ¿qué vas a…
-Voy a chupártela hermadsfj…
Sin más dilación, Silvia había abierto la boca… y una generosa porción de mi miembro viril quedó escondido dentro. ¡Joder, joder y joder! Casi me muero del susto, no podía creer que aquello fuera cierto. Una cosa era una paja, pero eso… ¡era maravilloso! La boca de mi hermana era cálida, jugosa, increíblemente acogedora.
Tuve que recurrir a toda mi fuerza de voluntad para no correrme en el primer instante, y mi tía Enriqueta, desnuda, volvió a instalarse en mi cerebro. Pero no por mucho tiempo. Silvia era una experta felatriz, y aunque yo no tenía con quién compararla, era evidente que no podía ser sencillo superarla. Sus labios carnosos aprisionaban mi pene sin permitir el más mínimo roce de sus dientes, mientras sus preciosos ojos verdes buscaban los míos con expresión burlona.
Creo que fue encontrarme con su mirada lo que me impidió terminar antes. Sus ojos me intimidaban, y que ella fuera capaz de fijarlos en los míos en un momento así, mientras hacía algo tan especial conmigo…
Sólo puedo decir que, si el paraíso existe, consiste en tener la minga dentro de la boca de mi hermana. Sus labios ganaban centímetro a centímetro, acercándose poco a poco a la base de mi pene. A mí me parecía increíble que su mandíbula no se desencajase, que mi glande no provocase arcadas en su garganta insaciable.
Cuando noté que el orgasmo llegaba sin remedio, un último resquicio de cordura me hizo poner mi mano sobre su frente, indicándola que se retirase. Pero ella me la apartó ofendida, mirándome con el ceño fruncido, y susurró entre dientes retirándose levemente.
-No mphe jodas, si se hhacfe alfo… se hace bien.
Apenas dijo esto, volvió a engullir tanto como le fue posible de mi erecta verga, que tan sólo unos segundos después descargo una, dos, tres veces, mientras yo me deshacía en una agonía deliciosa y ella aguantaba impertérrita mis embestidas. Sólo cuando hube quedado totalmente exhausto, Silvia liberó mi pene, escupió parte de mi carga sobre su mano y, tras tragar otra generosa porción, se incorporó en la cama.
-Me voy a mi cita hermanito. Espero que no tengas queja de mí.
***
Si la noche anterior había sido larga, aquella fue atroz. Mi hermana y Javier volvieron antes de las dos de la madrugada y, desde mi cuarto, pude oír claramente los gemidos de su placer compartido.
Nunca me había sentido tan solo, tan ridículo y derrotado. ¿Qué esperaba? Mi hermana me había proporcionado dos momentos de una intensidad brutal, pero yo era sólo el mocoso de Roberto, su hermanito pequeño, al que había que cuidar. Aunque desde luego su manera de cuidarme era bastante curiosa, estaba claro que yo no significada nada para ella.
Además, así debía ser, yo tenía que buscar una chica ahí fuera, en el mundo real. Pero, por más que me hiciera a mí mismo estas y otras juiciosas razones, era difícil olvidar sin más lo sucedido. Había sido tan increíblemente excitante, que era complicado no desear al menos otro encuentro, el último, el definitivo…
Sí, joder, me daba vergüenza admitirlo ante mí mismo, pero durante toda la noche, una sola idea rondaba una y otra vez mi mente: quería perder la virginidad ese mismo día, y quería perderla con mi hermana. Al fin y al cabo, después de lo sucedido, ¿qué más le daba a ella, qué le importaba si una única vez…? Yo no volvería a molestarla, jamás volvería a hablar del tema. Mis padres volverían de ver a mi tía y todo sería de nuevo como antes, pero eso sería el lunes, hoy…
Pero para eso tenía que esperar que Silvia y su amante ocasional despertaran, y a juzgar por los gritos de la noche anterior, eso iba a llevar su tiempo. Incapaz de estarme quieto, salí a la calle y me aposté en un banco del parque, frente a mi casa. Como esperaba, a eso de las dos de la tarde, el tal Javier salió de mi portal, con la inconfundible expresión del que ha disfrutado del sexo en compañía durante toda la noche. Joder, ¡cómo le odié!
Pero no tenía tiempo que perder. Apenas le vi desaparecer, volví a mi casa a toda prisa. El sonido de la ducha me guió hasta el cuarto de baño. Silvia jamás cerraba con llave la puerta, aunque por supuesto yo nunca entraba cuando ella estaba dentro. Aquella vez, sin embargo, ni un ejército hubiera podido detenerme.
Para cambiar, ahora era yo el que estaba vestido con mis vaqueros y una camiseta, y un deseo irresistible de ver a mi hermana desnuda me hizo correr despacio la cortina de la ducha.
-¡Uy! Joder Roberto, ¡qué susto me has dado! –exclamó Silvia al tiempo que se volvía de espaldas.
Las palabras parecían negarse a salir de mi boca ¿cómo explicar a mi hermana lo que pretendía? Ante mi silencio, ella se volvió de nuevo parcialmente, aunque de modo que su sexo quedase oculto a mi vista.
-¿Se puede saber qué quieres? déjame ducharme en paz.
-Quería… hablar contigo.
-¿Y te parece que éste es el mejor momento? –de repente se había puesto muy seria, como intuyendo que algo raro iba a suceder- espérame en mi cuarto y ahora hablamos.
Tragando saliva, di media vuelta y salí de allí. Me temblaban tanto las manos que a duras penas pude abrir la puerta de la habitación de mi hermana. Yo nunca entraba allí, y la cama recién hecha y con sábanas limpias me hizo sentir una rabia inmensa contra el mundo ¡apenas una hora antes el maldito Javier había estado allí mismo!
Cinco minutos después, Silvia apareció envuelta en un albornoz y con una toalla en la cabeza.
-Y bien, ¿qué demonios corre tanta prisa? –preguntó sentándose en su cama.
-¿Hoy no trabajamos?
-Uff, no, es tardísimo. Papá y mamá no tardarán en volver, y creo que ya tengo suficientes bocetos. Muchas gracias Roberto, has sido de gran…
-Quiero verte desnuda.
-¿Qué?
-Que quiero verte desnuda.
Por un momento, temí que mi hermana se asustara, que me mandase salir de su cuarto, que me llamase pervertido. En lugar de eso, sonrió de aquel modo que tanto me irritaba siempre pero que aquel fin de semana me hacía enloquecer de deseo.
-Ay pillín, tu estás celoso de Javier, jaja. Por eso estás tan raro.
-¿Celoso yo? No digas bobadas. Pero tú me has visto desnudo todo el fin de semana, no es justo. Ahora quiero verte yo.
La verdad era que quería algo más, pero en presencia de Silvia las fuerzas me fallaban y no me atrevía ni a sugerirlo. Por un momento pensé que, si me dejaba contemplarla a mis anchas, de algún modo eso sería suficiente.
-Bueno –dijo ella sin dejar de sonreír- no creo que puedas quejarte de cómo te ha ido el fin de semana caradura. Pero para que no digas que soy una aprovechada, te voy a dar el gusto.
Diciendo esto, Silvia abrió su albornoz y lo dejó caer sobre la cama, quedando completamente desnuda, a excepción de la toalla sobre su cabeza. Tengo que comerme mis palabras del principio: mi hermana no era rellenita; mi hermana era un bombón de la cabeza a los pies.
Sus pechos eran grandes, generosos, pero increíblemente firmes; su ombligo estaba escoltado por un estómago pequeño y sorprendentemente plano; sus caderas eran anchas, muy femeninas, y su pubis presentaba un triángulo de pelo rizado, rubio y ensortijado que parecía la entrada al paraíso. Desnuda, mi hermana era mucho más hermosa que vestida.
-¿Quieres que me dé la vuelta?
Sin esperar respuesta, Silvia giró sobre sí misma y me permitió admirar sus nalgas, altas, redondas, espléndidas. Su belleza me deslumbraba pero, más aún, me descolocaba la calma con que se exhibía, el placer con que compartía su cuerpo. Mientras yo me comportaba como un cretino, preguntándome una y otra vez sobre la conveniencia de las cosas, ella aceptaba la vida tal cual venía, disfrutando del momento sin pensar en el día siguiente.
-¿Contento? –preguntó Silvia dándome de nuevo la oportunidad de disfrutar de una vista frontal de su desnudez.
-Eres… preciosa –conseguí articular.
Toda mi decisión se había evaporado. Con tristeza supe que jamás podría pedirle a mi hermana que fuera más allá. El terror me paralizaba, la culpa me asfixiaba. Además, ella había pasado la noche con Javier, era impensable que pudiese desear…
Dando media vuelta, procedí a salir de su habitación.
-Gracias Silvia, nunca olvidaré este fin de semana.
Acababa de salir de su cuarto cuando ella, todavía desnuda, me alcanzó en el pasillo.
-Roberto.
-¿Sí?
Nunca una mujer me ha parecido tan hermosa, tan seductora.
-Estaba pensando -su mirada era pícara y tierna a la vez- ¿quieres… hacerlo conmigo?
Ya está, pensé, el infarto. ¿Qué sino podía provocar aquella debilidad en mis piernas, aquel sudor frío, aquellas palpitaciones salvajes?
-¿Cómo jdfdosfnsf?
Silvia rió al oírme.
-Ya sé que es… un poquito raro pero… ¿y si hacemos una locura? ¿Te apetece?
La lengua no parecía mía y el pulso me golpeaba enloquecido. No sé cómo, volví al cuarto de mi hermana, me senté nuevamente en su cama y vi como en un sueño que ella empezaba a desabrocharme el pantalón.
-Anda tonto, que te voy a desvirgar. Al fin y al cabo, mejor conmigo que no con una cualquiera, como han hecho tus amigos Rubén y Fernando, ¿no?
-¿Qué?
-Mira que eres inocente Roberto. Me lo ha contado Luisa, la hermana de Rubén, ¿de verdad te pensabas que esos dos cretinos podían ligar más que tú?
-Joder yo… esto… no sé…
¿Qué era peor, ir de putas o estrenarse con tu hermana? La sociedad actual nos inclina más a lo primero que a lo segundo, pero Silvia parecía tenerlo muy claro.
-Venga desnúdate. En cualquier momento llegarán papá y mamá. Jaja, ¡qué raro es esto!
Efectivamente, era raro. Siempre nos habíamos llevado como el gato y el ratón, y ahora de repente se convertía en mi ángel de la guarda ¡y qué ángel! Pero mientras ella lo tomaba con sentido del humor y se reía, yo no podía dejar de pensar que aquello estaba mal, y se lo dije.
-¿Quién decide qué está mal y qué está bien? –me preguntó ella enfadada- no hacemos mal a nadie, ¿a ti te apetece?
-Claro –tuve que admitir- llevo dos días sin pensar en otra cosa.
-Entonces aprovéchate –dijo coqueta en mi oído- porque esto no se repetirá nunca ¿comprendido?
Los dos nos miramos seriamente. Yo sabía que tenía que ser así. Una única vez, pero la mejor de todas, la primera, la que nunca olvidaría. No obstante, tuve que preguntarla:
-Escucha Silvia, ¿tú…
-¿Sí? Si sigues hablando nos van a pillar, y entonces te vas a enterar tú de lo que es un tabú.
-Tienes razón. Quería preguntarte si a ti, si a ti…
-Sí tonto, a mí también me apetece, contestó ella riendo. ¿Crees que esa picha tuya tan traviesa me ha dejado indiferente? Estoy deseando probarla, jaja, y pensar que voy a ser la primera… ¡soy muy afortunada!
Las palabras de mi hermana terminaron de decidirme. Era el momento de disfrutar, de dejarse llevar. Ya llegaría el momento de analizar lo sucedido. Como ella había dicho, no hacíamos daño a nadie, salvo que… asustado, me puse en pie, desnudo, don Francisco en su máximo esplendor.
-¿Qué sucede?
-Voy a mi cuarto –dije apurado- tengo allí preservativos.
Con los nervios, había estado a punto de olvidarlo ¡buena la haríamos, si Silvia quedaba embarazada! Sólo esperaba que no estuvieran caducados, pero la risa de mi hermana me detuvo, sorprendido.
-No hace falta, jiji, estás de suerte.
-Pero…
-Uso la píldora hermanito, te vas a estrenar a pelo, como debe ser.
Sin creer mi suerte, volví a sentarme junto a Silvia, que se arrimaba mucho a mí, cariñosa.
-¿No te parece mejor esto que irte con una profesional?
No sólo me parecía mejor sino que, en aquel momento, si me hubieran dado a elegir entre todas las mujeres del mundo, me habría quedado con mi hermana.
Sin más palabras, me abandoné a sus sabios brazos, que me envolvieron en el más embriagador de los abrazos. Sus senos, firmes y turgentes, eran tan suaves al tacto que yo creí enloquecer. Silvia me pidió que se los besase, y notar cómo sus pezones crecían en mi boca fue la experiencia más embriagadora de mi corta vida.
Siempre dejándome llevar por ella, acaricié su vientre, la cara interna de sus muslos, enterré mis dedos entre sus carnosas nalgas y aspiré el aroma de su pelo húmedo recién salido de la ducha. Luego, con torpeza pero ebrio de placer, introduje un dedo en su más íntima oquedad, lo moví despacio, con timidez al principio, con más decisión después, y noté feliz el efecto que eso producía en… mi hermana.
Sí, mi hermana. Después de tantas peleas, de tantos momentos de considerarla una desgracia en mi vida, resultaba estar conmigo en el momento más deseado por mí, compartiéndolo, provocándolo.
Tras un tiempo delicioso acariciando y aprendiendo cómo era la anatomía íntima de Silvia, al fin me puse sobre ella, que abrió sus piernas y me invitó dulcemente a instalarme entre ellas. Con un suspiro de satisfacción imposible de reprimir, me coloqué allí y, saboreando el momento, entré por primera vez en el interior de una mujer.
Una miríada de sensaciones recorrió mi espina dorsal. ¿Cómo podía ser tan cálido, tan acogedor, aquel lugar? Hubiera querido estar allí eternamente, y el pensar que iba a visitar tan sólo en una ocasión la maravillosa vagina de mi hermana me hizo disfrutarlo de un modo especial. Quería retener cada momento, cada instante, y me movía tan despacio como me lo permitía mi excitación.
Debajo de mí, Silvia emitía encantadores gemidos, se mordía el labio inferior, respiraba agitada, resoplaba con fuerza. Yo había sido muchas veces testigo involuntario de sus sesiones de sexo, y ahora me volvía loco de orgullo notar que nunca mi hermana había gritado de aquel modo, que jamás se había estremecido con tal agonía. Ante mi empuje, Silvia pedía más en voz baja, con una dulzura que me volvía loco de pasión.
-Sí… sí… Ro… ber… to… ufff!
Si las dos noches anteriores habían sido sublimes, aquel orgasmo será por siempre el mejor de mi vida. Como desde una profundidad inmensa, el placer llegó a mí despacio, por oleadas, dejándome paralizado sobre mi hermana, que se abría bajo mi peso y adelantaba su pubis buscando una penetración más completa, más profunda. Nuestros cuerpos se arquearon al unísono y sus uñas sobre mi espalda me marcaron profundos surcos de los que estuve orgulloso durante muchos días. Mi semen entró en su cuerpo provocando un redoble de sus gemidos, un estremecimiento en sus pechos, un cataclismo que nos envolvió a ambos.
Cuando, finalmente, me derrumbé sobre ella, pensé agradecido que por fin había perdido la virginidad.
***
Apenas media hora después, mis padres volvieron de su viaje. Tía Enriqueta estaba mejor, y nos mandaba besos a los dos ¿por qué no habíamos querido ir a visitarla?
Ni Silvia ni yo volvimos a mencionar nunca aquel fin de semana, ni jamás volvimos a tener contacto sexual alguno. Sin embargo, mis padres estaban gratamente sorprendidos: sus hijos se llevaban cada vez mejor, charlaban entre ellos, se interesaban por su vidas respectivas… Lo pobres no sabían el motivo, pero de cualquier modo estaban contentos con aquel cambio inesperado.
Eso sí, como era de esperar, Silvia me había mentido: no tenía los 250 € que me había prometido y yo no pude viajar a Ibiza. No sólo no me enfadé sino que incluso le devolví los 100 que me había dado por anticipado.
No quería que mi hermana pensara que era un desagradecido 😃
Para colmo de males, recientemente había invertido mis ahorros en la adquisición de una flamante Play Station 3, con la cual pasaba muchas horas de entretenimiento pero que no parecía un artefacto muy apropiado para ayudarme a solucionar mi problema. Eso me había dejado sin un céntimo, justo cuando mis dos colegas proyectaban pasar una semana de vacaciones en Ibiza. No hace falta decir que yo ardía en deseos de ir con ellos, pues por lo que había oído, si no conseguía llegar hasta el final con una chica allí, en la isla del placer, entonces es que el mío era un caso desesperado.
Había intentado pedir un adelanto a mis padres, pero ambos se habían negado en rotundo, con lo que mi estado de ánimo era francamente penoso. Virgen y solitario, me veía condenado a pasar el verano encerrado en casa mientras Rubén y Fernando se corrían (nunca mejor dicho) la gran juerga en Ibiza. Sólo de imaginarles en una playa nudista con un par de bellezas mientras yo pasaba otro nivel en el Battlefield 3 me ponía malo.
En esas estábamos cuando un jueves de finales de junio Silvia, mi hermana, entró en mi cuarto con una sonrisa zalamera que no presagiaba nada bueno. Debo decir antes de nada que las relaciones entre mi hermana y yo eran prácticamente inexistentes. Según mis amigos, Silvia estaba muy buena y era muy simpática. Tal vez fuera cierto pero, desde que tengo uso de razón, mi hermana y yo nos hemos dedicado a putearnos la vida cordialmente, así que a duras penas le concedía una mirada cuando nos encontrábamos.
Cuatro años mayor que yo, Silvia era la típica hermana caradura que se aprovecha de su mayor experiencia para librarse de todo, para hacerme la vida imposible y para descojonarse de mí a la menor ocasión. No podíamos ser más distintos, ni física ni emocionalmente. Así, mientras yo soy moreno y muy delgado, ella es rubia y “exuberante” según mis amigos, “demasiado rellena” en mi opinión. Por otro lado, yo soy tímido, apocado, mientras que ella es algo así como una relaciones públicas profesional. Siempre tiene novio, y no es raro que, cuando nuestros padres no están, yo tenga que subir el volumen del televisor en mi cuarto para no oír los gritos de placer que se escapan del suyo.
No creo que haga falta decir nada más para que se comprenda que, en mi abatido estado de ánimo, la visita de mi hermana no podía augurar nada nuevo. Teniendo en cuenta que mis padres iban a pasar el fin de semana fuera visitando a una tía enferma, lo más probable era que Silvia pretendiera echarme para tener la casa para ella sola, para montar una fiesta, traer a su último novio o ambas cosas a un tiempo.
Sin embargo, aquella vez mi hermana me sorprendió enormemente.
-Hola hermanito.
-Corta el rollo, ¿qué quieres?
-Joder Roberto, no seas borde, vengo en son de paz.
-Estupendo. No estoy de humor ¿qué quieres?
-Está bien, iré al grano. He oído que necesitas dinero para irte con los pringados de tus amigos a Ibiza.
No me hacía ninguna gracia que mi hermana estuviera al corriente de mis problemas, pero ya era tarde para negarlo.
-Es verdad, ¿y?
Habrá quien piense que yo trataba muy mal a mi hermana, pero creedme: ella solía tratarme a mí peor. Si en aquella ocasión hablaba con dulzura y midiendo las palabras era sólo porque esperaba obtener algo de mí.
-Bueno, que tal vez yo pueda ayudarte…
-No pienso irme a casa de nadie mañana. Si pensabas montar una fiesta, te jodes.
-Ay por favor, qué humor. A ti lo que te hace falta es más sexo… bueno, “algo” de sexo. Y no hablo del sexo solitario claro, jaja.
Ya estábamos, ¿acaso llevaba yo un cartel en la frente que dijera “virgen y alérgico al polvo”? A veces tenía la impresión de que el mundo entero era consciente de mi inocencia, y de que jamás conseguiría abandonar tal estado. Pero Silvia parecía arrepentirse de su broma, lo cual quería decir que de verdad me necesitaba para algo.
-Escucha hermanito –dijo entrando en mi cuarto y cerrando la puerta detrás de ella- quiero proponerte algo.
Silvia había conseguido intrigarme. Que tuviera algo que discutir conmigo en privado sin que se enterase nadie de la casa era una novedad.
-Tú dirás.
-Verás, se acerca el final de curso y si quiero aprobar Dibujo Creativo tengo que tener unos cuantos bocetos impactantes listos para el lunes.
Mi silencio fue suficiente respuesta para ella. Aparte de que no sé dibujar, me era absolutamente indiferente que mi hermana aprobase o suspendiese. Estaba en cuarto o quinto de Bellas Artes y se pasaba el día dibujando a mis padres, que eran sus sacrificados modelos un día sí y otro también. Ella se pensaba el centro del mundo, una gran artista, aunque a mí sus cuadros me parecían todos una auténtica porquería.
-El caso es que necesitaría un modelo este fin de semana –siguió- papá y mamá no estarán y…
-Ni lo sueñes –dije levantándome- tengo mejores planes que…
-¡Un momento! No esperaba que lo hicieras por lo mucho que nos queremos hermanito. Pensaba pagarte.
Aquello sí que era una novedad. Habitualmente, mi hermana se tenía a sí misma por un regalo del cielo, y según ella el resto de la humanidad tendría que estar encantada de poder hacerle un favor. Pero por lo visto se encontraba en un verdadero apuro, Dibujo Creativo era una asignatura que le estaba dando problemas, y por algún motivo yo era de vital importancia para ella.
El caso es que, tras un regateo largo y laborioso, quedamos en que yo posaría viernes, sábado y domingo, y que a cambio ella me daría 200 €. Con esa cantidad, más lo que yo tenía ahorrado, más lo que pudiera sacarle a padres y abuelos, podría cumplir el sueño de ir a Ibiza con mis colegas.
Aunque la idea de ayudar a mi hermana a cualquier cosa me repugnaba, tenía la sensación de que había hecho un buen negocio.
***
Al día siguiente, viernes, mis padres nos dejaron solos después de comer, despidiéndose de nosotros hasta el domingo por la tarde. Apenas se cerró la puerta, Silvia entró en mi cuarto (su manía de no llamar me había puesto en más de una ocasión en una situación comprometida) y me dijo que me esperaba en su estudio.
Ése es otro de mis motivos para estar molesto con ella. Mientras yo tengo una habitación pequeña y oscura, ella disfruta del mejor dormitorio de la casa y de un pequeño estudio, muy luminoso “para que la niña pueda demostrar su talento”. Cómo Silvia ha conseguido convencer a mis padres de que tiene talento es algo que se me escapa, pero el caso es que allí estaba yo, muerto de aburrimiento, dispuesto a posar para ella para ganarme esos 200 pavos que necesitaba como el comer.
-Muy bien –dijo ella al verme entrar- lo tengo todo preparado. Ve quitándote la ropa.
-¿Qué?
-Que te vayas quitando la ropa.
-Eres muy graciosa Silvia, de veras.
-Verás Roberto, es que… ayer no te lo dije todo.
Así era mi hermana. Con ella cualquier cosa tenía doblez, lo más inocente del mundo podía ser una encerrona. Por lo visto, gran parte de sus compañeros de clase habían hecho muchos estudios sobre el desnudo. Ella, como no podía permitirse pagar a un modelo, apenas había podido hacer un par de bocetos en clase, y ahora estaba en un apuro. Necesitaba sin falta hacer unos cuantos bocetos muy elaborados, estudios de movimiento, de profundidad, etc, etc.
Resumiendo, que no se había atrevido a decírmelo el día anterior, pero necesitaba que yo posase desnudo. Lógicamente, no podía pedirles eso ni a papá ni a mamá, pero entre gente joven…
-Ni lo sueñes. Esta conversación ha terminado.
-Vamos Roberto, no me fastidies, no seas crío.
Ése era siempre el primer ataque de mi hermana: llamarme crío. Durante una hora, la discusión fue de las que hacen época. Silvia me reprochaba no comprenderla; ella era una artista, distinto sería al revés, porque los tíos somos todos unos pervertidos, pero yo era su hermano, y ella sólo podría verme con ojos académicos, era absurdo que yo sintiera vergüenza.
Es difícil explicar porqué accedí a hacerlo. Como ya he dicho, soy un tipo tímido. Sin embargo, la noche anterior había llamado a Fernando para decirles que esperasen antes de sacar los billetes, que creía que al final podría reunir el dinero. Me hacía muchísima ilusión aquel viaje, y además, después de todo era una chorrada, mi hermana y yo llevábamos años sin vernos desnudos pero tampoco sería la primera vez que ella me viese en cueros. Al final, y aunque una parte de mí se preguntaba cómo era posible que Silvia siempre se saliese con la suya, me encontré delante de ella, con el slip como única vestimenta y con la vaga sensación de estar haciendo el ridículo.
-Estás cachitas hermanito, vestido engañas.
Soy muy delgado, pero tres horas semanales de piscina han robustecido mis hombros y ensanchado mis espaldas. Eso, y mis 18 primaveras, me hacen disfrutar de un cuerpo enjuto pero fibroso. Creo que, si unos feos michelines hubiesen rodeado mi estómago, no habría sido capaz de exponerme a las burlas de mi hermana.
-Bueno Roberto –dijo ella entonces- ya hemos perdido mucho tiempo, fuera el slip.
-Venga no me jodas –protesté- ¿qué más te da? Acaso vas a dibujar…
-No seas crío Roberto, ya te lo he explicado.
Por lo visto, Silvia necesitaba estudiar el cuerpo humano como un todo, y me repitió otra vez las tan consabidas razones: que si era algo meramente artístico, que ella ni se fijaría, que era como un médico, que la relación entre un pintor y su modelo es algo único… total, que yo tenía que posar en pelota picada. Joder con mi hermanita. Antes de someterme a su petición, le hice darme 100 € por adelantado, le saqué otros 50 sobre el precio inicial y conseguí su promesa de que nunca, jamás, nadie en el mundo sabría quién había sido su modelo.
-Tienes mi palabra –aseguró ella- además, como sólo necesito bocetos previos, no pintaré tus rasgos faciales.
A pesar de todo, fue un palo quitarme el slip y quedarme en pelota picada delante de mi hermana. No sé si alguna vez habéis estado desnudos delante de una persona del otro sexo vestida, pero es una sensación sumamente extraña. Además, Silvia emitió una pequeña sonrisa al ver mi… y yo la amenacé con vestirme enseguida.
-Un solo comentario y me largo, y te quedas sin los 100 €.
-Tranquilo hombre, relájate. Además… estás muy bien guapo hombre.
-¡Silvia!
-Vale, vale, me callo. A mí me gusta hablar mientras trabajo, pero bueno…
Joder, ¡qué situación! Mi hermana me hacía adoptar distintas posturas: sacando músculo, adelantando una pierna, en cuclillas, de espaldas… en cada posición, hacía unos rápidos trazos sobre el lienzo, antes de hacerme cambiar de pose.
Siempre he pensado que el cuerpo femenino es mucho más hermoso que el masculino, y no digo esto por ser un hombre heterosexual. Si lo analizamos, el pecho femenino, por ejemplo, es suave, dulce, encantador. Sus caderas, tan armoniosas, resultan acogedoras; sus muslos, desnudos, carecen del feo vello que cubre las piernas masculinas… ¿Y qué decir del sexo? El de las chicas es coqueto, tan escondido y pudoroso. En cambio nosotros, ¡qué descaro! Los cojones colgando, ridículos, absurdos. Por no hablar de la minga, que se mueve como una estúpida a un lado y a otro al más mínimo movimiento. ¿Puede haber algo más feo que un sexo masculino colgando inerte?
Más que avergonzado, desnudo ante mi hermana me sentía ridículo. Además, ella vestía unos vaqueros viejos y una camiseta llena de manchas de pintura. Por un momento, imaginé la situación al revés, yo vestido con el pincel en la mano y ella frente a mí… desnuda.
Por lo que suponía, Silvia debía tener unos pechos grandes, tal vez un poco caídos, aunque según Rúben eran sencillamente perfectos. Además, eso sí había que reconocerlo, tenía un culo increíble, regordete pero muy llamativo, un culete por el que Fernando y el resto de mis amigos habrían dado gustosos el brazo izquierdo. Pero, ¡un momento! ¿qué estaba haciendo? Joder, Silvia era mi hermana, y tanto dejar volar la imaginación podía producirme un serio problema: en efecto, Paquito, ahí abajo, había dado una leve sacudida que esperaba que hubiese pasado desapercibida para Silvia.
¿Soy el único que le ha puesto nombre a su aparato? Supongo que no. Al fin y al cabo, a veces parece tener vida propia, resucitando cuando menos se le espera o haciéndose de rogar cuando menos conviene. El mío se llama Paquito cuando está en reposo, y se convierte en don Francisco cuando se alza orgulloso. No voy a fardar ahora de medidas de guinness, soy un tipo de lo más normal. Pero sí diré que, a los 18 años, son más las ocasiones en que don Francisco aparece por cuenta propia que aquellas en las que hay que esperarle.
De repente, una nueva preocupación se adentró en mi mente ¿y si me empalmaba delante de mi hermana? No se me había ocurrido pensarlo, pero era una posibilidad. Y basta que temas algo para que sea mucho más probable que suceda. ¡Dios! Tenía que concentrarme en algo absurdo, algo que me impidiera… ¡ya está, el fútbol! Joder, nadie se excita pensando en Pepe o Puyol, supongo.
Durante un rato todo marchó bien. En silencio, mi hermana me dibujó en cuclillas primero y luego de espaldas, mientras yo me concentraba en el último partido de liga que había visto. Una vez pasado el impacto inicial, tampoco era para tanto. Se trataba tan sólo de enseñar el culo, ¡y toma! 250 €. No estaba yo muy convencido de que mi hermana tuviese todo ese dinero disponible, pero ella me lo había jurado una y otra vez, y ya era tarde para arrepentirse.
-Muy bien –dijo entonces Silvia- una última pose y terminamos por hoy.
Entonces, mi hermana colocó un taburete tipo barra de bar en medio del estudio y me hizo apoyar allí mis delgadas nalgas, una pierna apoyada en el suelo y la otra sobre la madera colocada a mitad del taburete. Rápidamente, constaté dos cosas. Una, que la postura era la más cómoda que había adoptado, lo cual era un alivio. Y dos, que en esa postura, mis atributos masculinos eran perfectamente visibles para Silvia, lo cual no era ningún alivio.
Hasta ese momento, yo había estado o bien de espaldas o bien en posturas que más o menos cubrían mis partes pudendas. Pero ahora, de repente, estaba de frente a ella, y Paquito aparecía ante su vista sin ningún tipo de impedimenta. Tal vez, aquello le incomodaba también a ella, porque de repente empezó a hablar.
-¿Has quedado esta noche?
-No… ¿y tú?
-Yo sí, tengo plan.
Lo raro hubiera sido lo contrario. ¡Qué injusto era el mundo! Mi hermana de novio en novio y yo sin vender una escoba. Era desesperante.
-¿Cómo andas de novias hermanito?
-pjdfnsdnfn
Si ya habitualmente es un tema que no me gusta tocar, y menos con mi hermana, el hecho de hacerlo completamente desnudo no contribuía a incitarme a ello.
-Jaja, ¿sabes? Mi amiga Laura dice que eres muy mono.
-Me tomas el pelo.
-Nada de eso, dice que dentro de unos años serás un hombre muy interesante.
Otra vez, la historia de mi vida. Con las mujeres siempre llego demasiado pronto o demasiado tarde. ¿No habría ninguna mujer en el mundo que me considerase interesante “esa misma noche”?
-La verdad es que no entiendo que no te comas una rosca…
-¿Podríamos dejar el tema?
-Es que no estás nada mal, eres alto, fuerte… tienes los pectorales muy marcados, con tanta piscina.
Hay que joderse. Mi hermana, que nunca me dirigía la palabra más allá de “quita de ahí” o “dame eso”, precisamente ese día se preocupaba por mi vida social.
-También tienes unas manos bonitas, grandes y fuertes. Las chicas nos fijamos mucho en las manos ¿sabes?
No, no lo sabía. Bien mirado, tal vez Silvia pudiese servirme de ayuda ¡había tantas cosas que yo no sabía sobre las chicas!
-Los tíos os pensáis que lo único importante es tenerla grande, y ni mucho menos –seguía mi hermana, embalada.
-Bueno, supongo que…
-Mira, en confianza, he estado con tíos que la tenían tan grande que era molesto, parece que te van a abrir en canal…
-Oh, vaya…
-De verdad, la tuya no está mal. No es ni grande ni pequeña, pero resulta simpática.
Eso era demasiado. Empezaba a tener mucho calor, la charla de mi hermana me parecía surrealista ¿lo estaría haciendo a propósito para fastidiarme? Viniendo de ella no podía descartarlo, y lo peor era que, tanto hablar de mi cuerpo mientras estaba en cueros, Paquito había vuelto a dar una leve sacudida.
-Me gusta que estés circuncidado –seguía Silvia- no sé, le da un toque sexy muy gracioso.
-¿Falta mucho para terminar? –yo estaba cada vez más alterado, si aquello seguía así íbamos a tener un problema serio.
-Veinte minutos, le doy un último retoque a tus… atributos, jaja, y lo dejamos por hoy.
¡Dios, mi hermana estaba dibujando a Paquito! Ayayay, la cosa empezaba a ser preocupante.
-Las mingas sin circuncidar nunca me han gustado –seguía impasible Silvia, sin dejar de pintar- son como más serias, como más… más… ¡más viejas! Sí, ésa es la palabra, me parecen menos juveniles.
Juro que luché contra ello cuanto pude, pero fue inevitable. Alentado por la conversación y los continuos elogios, Paquito se había transformado en don Francisco en unos segundos. Ya he dicho que presento unas medidas modestas, pero a cambio soy de una puesta en escena rapidísima ¡de repente estaba empalmado delante de mi hermana! ¿Qué iba a pensar ella? No sabía dónde meterme ni cómo reaccionar, y lo único que se me ocurrió fue cubrirme cruzando las piernas, rogando que ella no se hubiera dado cuenta. Pero su sonrisa puso bien a las claras que no podía confiar demasiado en ello.
-¡Vaya, hermanito! Jaja, alguien se ha despertado, jaja.
Yo estaba increíblemente confuso, pero por lo visto ella encontraba la situación muy graciosa. Levantándome, abandoné la pose, dispuesto a salir de allí lo más rápidamente posible.
-Lo siento yo… no sé cómo…
-Tranquilo Roberto, no me fastidies –se rió ella- es la naturaleza, jaja, lo raro sería que a tu edad no pasasen estas cosas. Además…
Por unos segundos, yo me quedé de pie, tapando con dificultad mi sexo erecto mientras ella me estudiaba pensativa.
-¡Siéntate otra vez rápido! Creo que puede quedar una cosa muy original, ¡vamos!
No podía creerlo, pero acuciado por sus órdenes, volví a apoyarme en el taburete, una pierna estirada, otra recogida… ¡y don Francisco entre ellas en todo su esplendor!
-¡Magnífico, estupendo –gritaba Silvia- me parece súper original! ¿Crees que podrás mantener “la pose” mucho tiempo?
-Bueno, no sé…
Era cierto, con don Francisco nunca podía uno estar seguro. Lo mismo podía asustarse en unos segundos que permanecer así un buen rato. Y un buen rato es lo que estuvo mi hermana dibujando mi pene erecto, desde varias perspectivas y con distintas variaciones de enfoque.
-Esto es justo lo que quería, algo original, distinto y divertido –reía alborozada- un boceto más y…
Pero, justo en ese momento (en mi defensa diré que llevábamos ya un buen rato de “espectáculo”) don Francisco empezó a perder consistencia.
-Oh, ¡qué fastidio! –la cara de Silvia reflejó la más viva desolación- ¿no podrías hacer que volviese?
-Joder Silvia.
-Tienes razón, jaja, se me ocurren unas cosas…
¿Qué pretendía aquella loca? No iba a meneármela delante de ella para recuperar la erección.
-Sólo me faltaba un poquito, qué rabia.
De repente, Silvia me miró pensativa, con gesto divertido, mientras entre mis piernas Paquito se había vuelto a adueñar de la escena. Dejando un momento sus pinceles, mi hermana salió de detrás del lienzo y se acercó a mí sonriendo.
-¿Hemos acabado por hoy? –pregunté deseoso de terminar con aquello cuanto antes.
-Casi, sólo me faltaba un último boceto.
Silvia se había situado a mi altura, y su cercanía me producía un extraño nerviosismo.
-Ejem, Roberto, ¿te importaría si yo…?
Apostaría a que su desconcierto era fingido, porque su expresión reflejaba más diversión y alegría que timidez o extrañeza. Lo cierto es que, cuando Silvia cogió mi pene con su mano derecha, al principio no supe bien qué estaba pasando. Sólo fui consciente de que nunca mi sexo había sido agasajado de aquel modo, y de que las manos de mi hermana eran increíblemente calientes y suaves.
Como hipnotizado, miré hacia abajo. Silvia había rodeado mi sexo con dulzura, y empezaba a mover su mano adelante y atrás rítmicamente.
-Déjame que te ayude, necesito que aguantes sólo un minuto más.
-Pe… pero…
-Vamos, tonto, es un instante, jiji.
Me faltaba el aliento. Silvia, ¡mi propia hermana! Se había convertido en la primera chica que me tocaba ahí, y el efecto estaba siendo devastador. En apenas unos segundos, Paquito había vuelto a convertirse en don Francisco, en un don Francisco duro y erguido como un signo de admiración. Yo no sabía si sentirme culpable o no, pero lo cierto era que mi hermana me la estaba menando… y a mí me gustaba.
-Bueno, ya está –dijo Silvia cuando juzgó que aquello era suficiente- aguanta un poco, ¿quieres?
-lfknsfds, -las palabras se negaban a salir de mi boca, y bastante tenía con conservar el equilibrio sobre el taburete.
Durante unos minutos, Silvia pintó en silencio, sin perder el tiempo. Yo me debatía entre el pudor más doloroso y la angustia de haber sido interrumpido a medio camino. Era horrible, trágico, pero no podía evitarlo ¡había sido un momento increíble!
Diez minutos después, Silvia seguía pintando, y don Francisco, poco a poco y a pesar de mi agitación, empezó de nuevo a decaer. Más decidida que antes, mi hermana volvió a acercarse. Su cara dibujaba una extraña sonrisa ¿le gustaba a ella hacer aquello? ¿O simplemente quería terminar sus bocetos? No hubiera podido contestar a lo que ella sentía, pero sí sé que yo tuve que hacer esfuerzos para no correrme entre sus dedos cuando, de nuevo, volvió a acariciar mi pene para hacerlo resurgir.
-Uy hermanito –dijo ella riendo- te veo muy lanzado, será mejor que termine ya.
Y volviendo a toda prisa hacia sus pinceles, Silvia retomó de nuevo su trabajo. Yo estaba colorado como un tomate, don Francisco erecto como nunca antes y dando a veces pequeñas sacudidas que amenazaban con derramar toda su carga en presencia de mi hermana. Jamás había soñado con vivir una experiencia tan alocada, y menos aún con compartir algo así con Silvia.
Al fin, mi terrible hermana pareció dar por concluido su trabajo.
-Excelente, hemos terminado por hoy. Genial Roberto, ha sido una sesión muy provechosa.
-Vaya –respondí tartamudeando- voy… voy a…
Me temblaba todo el cuerpo, estaba abrumado, excitado, asustado. Sin saber cómo actuar, me levanté del taburete, buscando con la mirada mi slip… que de ninguna manera podría ponerme en ese estado. Mientras, Silvia me miraba sonriendo, con expresión entre burlona y cariñosa.
-Anda tonto –me dijo mimosa- menudo estás, jaja, no pensé que pudiera gustarte tanto que tu hermana te la menease.
-¿Qué dices? –protesté- es sólo que…
-Mira que eres bobo –dijo ella viniendo de nuevo hacia mí- anda, vuelve a apoyarte en el taburete.
Pensando que tal vez quería dar algún último retoque a sus bocetos, volví a adoptar la pose, incapaz de pensar con claridad. Silvia estaba otra vez a mi altura, sonriendo. Sin dejar de mirarme, puso su mano izquierda sobre mis testículos, mientras con la otra volvía a apresar mi pene duro y erecto.
-¿Qué… qué haces?
-No pensarás que iba a dejarte así, no soy tan mala. Voy a hacerte una paja.
Si en aquel momento no me dio un infarto es que jamás va darme. No podía creer que todo eso estuviese sucediendo ¿estaría soñando? Pero no, sus manos en mis huevos y en mi minga eran reales, increíblemente reales, y yo estaba como paralizado y sin capacidad de reacción.
-Pero… pero… esto no…
-Vamos hermanito, mira que eres serio. ¿Nunca has fantaseado con esto?
-¡No!
Silvia se encogió de hombros, como lamentado mi falta de imaginación.
-Bueno, si quieres lo dejo, pero viendo tu habilidad con las chicas… no sé, tal vez quieras terminar el trabajo tú solo…
A pesar de mi desconcierto, una cosa sí tenía clara: después de haber probado las manos de Silvia sobre mi cuerpo, sería deprimente tener que recurrir aquella noche a la autosatisfacción.
-¿Qué hago? –preguntó entonces Silvia con burla- ¿sigo o lo dejo?
-Si… sigue… por favor.
Aunque tenía la certidumbre de estar haciendo algo que no debía hacer, me fue imposible resistirme.
-Ése es mi chico. Relájate y disfruta, te lo has merecido.
Sin más palabras, Silvia redobló su atención sobre mí. Mientras su mano izquierda acariciaba, apretaba y sostenía mis testículos, la derecha se movía sabiamente alrededor de mi erecta verga. En ocasiones subía y bajaba con un ritmo enloquecedor, pero en otras se detenía y, con gran habilidad, se movía en círculos alrededor de mi falo. Sin duda, mi hermana era toda una experta en tales lides, y yo jamás hubiera soñado con ser uno de los beneficiados por ello.
El orgasmo se acercaba sin remedio, imposible de contener. Una parte de mí hubiera querido disfrutar más de aquella sensación, hacerla más duradera en el tiempo, pero mi excitación era tan fuerte que necesitaba desbordarse. Cuando Silvia notó que llegaba el momento, liberó mis testículos y, usando su mano izquierda a modo de cuenco, la colocó ante mi sexo, que empezaba a dar las primeras sacudidas.
Jamás hubiera pensado que mi primera vez de sexo compartido se limitase a una paja convencional, y menos aún que me la hiciese mi hermana. Aún así, fue maravilloso. Mi pene empezó a escupir con violencia mientras Silvia me frotaba con renovado frenesí, tratando de proporcionarme el mayor placer posible. Precariamente subido sobre el taburete, mi propio éxtasis me sorprendió. Parecía llegar de muy lejos, con lentitud pero incontenible, y cuando al fin explotó se expandió por igual a todas las partes de mi cuerpo.
Silvia forcejeaba en silencio, ¿había oído yo un par de gemidos salir de su boca? Durante unos segundos eternos, el semen salió de mi cuerpo como un manantial inagotable, llenándose la mano izquierda de Silvia del líquido blanco y caliente.
-Joder hermanito –dijo ella cuando al fin quedé satisfecho- venías cargadito.
-Yo… yo…
-A ver si ahora vas a disculparte hombre –rió ella.
Por lo visto, para Silvia aquello no significaba gran cosa, aunque a mí me había supuesto una conmoción increíble. No en vano, era lo más excitante que me había pasado nunca.
-¿Te ha gustado? –preguntó mientras se limpiaba la mano con un pañuelo de papel.
-Ha sido… bestial –al instante me arrepentí de mi sinceridad.
-Ay hermanito, te hace falta una novia, jaja.
De repente me sentí absurdo y ridículo. Para mí había sido un sueño, para ella… ¿qué significaba aquello para ella?
Media hora después, mi hermana se había ido, dejándome solo en casa. Incapaz de hacer nada, pasé toda la noche en mi cama, mirando el techo y dando vueltas a lo sucedido. Silvia volvió muy tarde, pasadas las seis de la mañana. Con amargura, pensé que era muy posible que hubiera ligado con alguien.
A escondidas, salí de mi cuarto y me deslicé por el pasillo, poniendo la oreja en la puerta de su cuarto. Permanecí allí más de media hora, al acecho. Cuando al fin me convencí de que había vuelto sola, regresé en silencio a mi cuarto.
Ni yo mismo comprendía por qué me sentía tan aliviado.
***
Como siempre después de una noche de juerga, mi hermana estuvo durmiendo toda la mañana. En más de una ocasión me asomé a su habitación, mirando por la puerta entreabierta. Boca abajo, la única vestimenta de Silvia eran unas braguitas mínimas y una camiseta sin mangas. Tenía razón Fernando, su culo era redondo y muy apetecible. Pero, ¿qué demonios estaba pensando? Era mi hermana joder, lo de la tarde anterior no podía volver a repetirse.
Me obligué a mí mismo a llamar a mis amigos y salir de casa. Fuimos a jugar un partido de baloncesto y comimos después en casa de Rubén. Luego, me propusieron ir al cine, pero recordé que tenía un trato con mi hermana, y que si no lo cumplía no conseguiría el dinero para ir a Ibiza.
Al llegar a casa me la encontré vestida con un chándal viejo y su camisa de trabajo, esperándome.
-Ya creí que me dabas plantón. Anda, desnúdate, tenemos que seguir trabajando.
Aquel día, la orden de desnudarme, además del lógico pudor, hizo que se me erizara el pelo de la nuca. Diez minutos después, estábamos igual que la tarde anterior, yo completamente desnudo delante de mi hermana, que me pintaba canturreando como si tal cosa ¿cómo podía tener tanta calma? Yo había pensado horrorizado que tal vez debíamos hablar de lo sucedido, arrepentirnos los dos juntos, pero por lo visto ella no le había dedicado ni diez minutos de su pensamiento a lo que a mí tanto me alteraba.
Afortunadamente, Paquito permanecía tranquilo, reducido a su mínima expresión. Sólo me faltaba que…
-¿Qué tal ayer? –pregunté nervioso. Por alguna razón, aquel día era yo el que no soportaba el silencio.
-Bien, conocí a un chico guapísimo, pero no parecía muy interesado. Le di mi número, pero no creo que me llame.
Así de sencillo. ¡Qué envidia sentí! Ella salía, se tomaba unas copas, y casi todos los días conocía a alguien. Y, al otro lado, había un tío que salía, se acerba a una chica y hala, a disfrutar. Yo, en cambio, no conseguía una mísera cita, a pesar de mis espaldas anchas y de “lo mona que era mi minga”. Por otro lado, me parecía increíble que nadie pudiera pasar de Silvia. Desde la tarde anterior, sus encantos me parecían más evidentes. Lejos de estar rellenita, lo que tenía era un cuerpo muy femenino, lleno de curvas mirases donde mirases: pechos llenos, muslos rotundos, caderas muy marcadas… y aquel culo que, bajo el chándal…
¡Dios! ¿qué me estaba pasando? Me estaba volviendo loco. Abajo, Paquito empezaba a ponerse nervioso. Eso no podía ser ¿qué iba a decir mi hermana? Me concentré en pensar en mi tía Enriqueta desnuda, remedio infalible contra cualquier calentura.
-¿Tienes planes para esta noche? –me preguntó entonces mi hermana mirándome las piernas mientras trabajaba.
-Rubén y Fernando van a ir al cine.
-Jo, hermanito, vaya juergas te montas –se mofó ella de mí- con esos dos feos no vas a ligar en la vida.
Poco me faltó para derrumbarme y confesar que “esos dos feos” ya habían mojado, mientras yo estaba aún a verlas venir. Pero reconocerle a Silvia que lo sucedido entre nosotros era lo más erótico que me había pasado nunca estaba muy lejos de mi pensamiento.
-¿Sabes qué? –dijo entonces ella- nunca hacemos nada juntos. Hoy estoy un poco cansada. ¿Qué tal si cuando terminemos pedimos unas pizzas y vemos juntos una peli?
¿Mi hermana y yo compartiendo nuestro tiempo libre? Si mis padres se enterasen, darían brincos de alegría. Claro que, pensándolo bien, mejor que mis padres siguieran pensando que no nos dirigíamos la palabra. De cualquier modo, la idea me pareció excelente, aunque una parte de mí se preguntaba dolorosamente por qué me parecía tan sugerente el plan.
Durante hora y media más, Silvia continuó pintándome. Aquel día me había hecho poner una pose más clásica, como si fuera a lanzar una jabalina o algo similar. Era más difícil y cansado, pero tenía la ventaja de que, en esa postura, era más complicado que Paquito decidiera transformarse en don Francisco por sí solo.
No sabría explicar cómo me sentía, en pelotas delante de mi hermana vestida. Por un lado estaba deseando que aquello terminara cuanto antes. Por otro, joder, para qué negarlo, hubiera dado cualquier cosa por atreverme a pedirle que me hiciera otra pajilla, pequeñita, al terminar.
Pero ni en un millón de años me atrevería yo a algo semejante. Intuía que ella lo había hecho casi como una broma, como algo gracioso que jamás se repetiría y de lo que no volvería a acordarse. A lo mejor, cuando fuésemos viejos, en alguna reunión familiar me miraría y, con su sonrisa socarrona, me preguntaría ¿te acuerdas del día que te hice una paja? No podía ni pensar en ello sin rubor.
Estábamos a punto de terminar cuando el móvil de mi hermana, que aquella tarde había estada extrañamente tranquilo, sonó.
-Descansa un poco mientras contesto.
Mientras estiraba las piernas y los brazos, no pude evitar oír la conversación de mi hermana.
-¿Sí? ¿Javier?, hombre, ¿qué tal?, jaja… sí… jeje…
Para qué demorarse más en ello. El tío que había conocido la noche anterior al final había resultado estar más interesado de lo que parecía. Unas risas, un poco de coqueteo y… ¡cita esa misma noche! Jamás habría sospechado que me pudiera sentar tan mal que mi hermana me diese calabazas. Al volver junto a mí, me sentí especialmente absurdo, con Paquito colgando fláccido entre las piernas y en pelotas delante de ella.
-Era el chico del que te he hablado, he quedado con él. Dejaremos la pizza para otro día, no te importa, ¿verdad?
Pero yo sabía que, si no era esa noche, nunca más volveríamos a estar tan unidos. No obstante, no dije nada, aunque supongo que mi cara fue como un libro abierto para Silvia. Diez minutos después, mi hermana dio por terminada la sesión.
-Puedes vestirte, yo subo a cambiarme y me abro.
Extrañamente irritado y de un humor de perros, me fui en pelotas a mi cuarto, cerré furioso de un portazo y, sin molestarme en vestirme, me tumbé en mi cama. Ni yo mismo conseguía comprender qué me pasaba. Joder, Silvia era mi hermana ¿no me estaría enamorando de ella? Sólo me faltaba… No, no creía que fuese tan serio, pero no podía dejar de pensar en ella. Lo de la tarde anterior había sido tan increíble, tan real, y ella estaba tan cerca, tan al alcance de la mano…
Unos golpes en mi puerta me sorprendieron y, a toda velocidad, tapé a Paquito con un cojín. Mi hermana asomó seria, mirándome fijamente. Sin decir nada, entró, se sentó en la esquina de la cama y sonrió levemente.
-A ver, Roberto, ¿qué pasa?
-Nada, ¿qué va a pasar?
-Hijo, estábamos tan a gusto, y de repente te has puesto… ¿te molesta que salga con Javier?
-¿Cómo iba a molestarme? Haz el favor de salir, estoy desnudo.
-Sí, ya lo he visto, jaja. Llevas así un buen rato.
Por unos segundos, Silvia se quedó observándome, y yo tuve la desagradable impresión de que podía leer dentro de mí con total facilidad.
-Anda, ven aquí tonto, ven con mamita, jaja.
Su risa era cristalina, me hablaba como a un niño bobalicón al que hay que consolar.
-¿Qué?
-Que vengas. Ya sé lo que te pasa a ti pillín. Me parece que te gustó mucho lo de ayer.
Sin poderlo remediar, me puse colorado como un tomate.
-Pero ¿qué estás diciendo? ¿te has vuelto loca?
-Mira Roberto, no hace falta que disimules. Además, te entiendo, estás en la edad, y eso de no tener novia… venga, te hago una paja rápida antes de irme, a mí no me importa.
La madre que me parió. O, mejor dicho, la madre que nos parió a los dos. Mi hermana había pasado de prescindir de mí por completo a preocuparse como la mejor de las hermanas mayores. Pero yo no podía permitir que… ¿o sí?
-Vamos, que no tengo todo el tiempo. Quiero ponerme guapa.
-Es que…
-¿Sí?
-No sé. Coño, eres mi hermana, esto no está bien…
-No me fastidies Roberto. Mira que le das vueltas a las cosas, ¿quieres que te lo haga o no?
Como yo todavía me hice el remiso, mi hermana se puso en pie, exasperada.
-El mundo va a seguir girando, aunque tu súper moral crea que no.
-¡Está bien! –dije apurado, temiendo quedarme allí como un tonto.
Silvia volvió a sentarse, sonriendo. Con suavidad, retiró el cojín y descubrió mi pene, a media transformación en don Francisco.
-Jaja, hermanito, mucho hacerte el estrecho, pero esto te gusta más que a un tonto una tiza.
-Yo…
-Anda, calla y disfruta. Pero a partir de mañana te buscas una chica que te haga esto, que una es muy decente eh, jajaja.
Y de nuevo, aquella increíble sensación. Como un resorte, mi pene creció y creció y creció. No recordaba haberla tenido tan dura en la vida, y mi hermana me miraba con gesto apreciativo, lo que me enardecía aún más.
-Joder con Robertito, jiji, vaya herramienta… y mira que te gusta esto…
-umdnsd –asentí yo demostrando lo bien que se me daban las chicas.
De repente, mi hermana detuvo el movimiento de su mano sobre mi verga, que tras dar un par de pequeñas sacudidas, quedó anhelante de la reanudación de sus caricias.
-¿Sabes qué?
-¿Qué… -pregunté aterrado, pensando que mi hermana acababa de arrepentirse de aquello.
-¡Qué diablos! Eres mi hermano, y me estás haciendo un favor tremendo posando para mí. Y otra cosa no, pero nadie puede decir que yo sea una desagradecida.
No entendía nada, pero mi hermana había soltado mi pene, y a don Francisco sólo le faltaba echarse a llorar, tan huérfano y desvalido se sentía de repente.
-Prepárate, porque vas a disfrutar de una experiencia única- rió mi hermana mientras se recogía el pelo en una coleta- pero que te quede claro, esto es una excepción, y no volveré a hacerlo.
-Claro, claro –balbucí, a pesar de que no tenía la más remota idea de lo que pretendía.
-Estás tan mono, hermanito, que te voy a premiar con la especialidad de la casa, jaja. Tú cierra los ojos y piensa que soy la chica que más te gusta de tu clase.
-Pero, pero, ¿qué vas a…
-Voy a chupártela hermadsfj…
Sin más dilación, Silvia había abierto la boca… y una generosa porción de mi miembro viril quedó escondido dentro. ¡Joder, joder y joder! Casi me muero del susto, no podía creer que aquello fuera cierto. Una cosa era una paja, pero eso… ¡era maravilloso! La boca de mi hermana era cálida, jugosa, increíblemente acogedora.
Tuve que recurrir a toda mi fuerza de voluntad para no correrme en el primer instante, y mi tía Enriqueta, desnuda, volvió a instalarse en mi cerebro. Pero no por mucho tiempo. Silvia era una experta felatriz, y aunque yo no tenía con quién compararla, era evidente que no podía ser sencillo superarla. Sus labios carnosos aprisionaban mi pene sin permitir el más mínimo roce de sus dientes, mientras sus preciosos ojos verdes buscaban los míos con expresión burlona.
Creo que fue encontrarme con su mirada lo que me impidió terminar antes. Sus ojos me intimidaban, y que ella fuera capaz de fijarlos en los míos en un momento así, mientras hacía algo tan especial conmigo…
Sólo puedo decir que, si el paraíso existe, consiste en tener la minga dentro de la boca de mi hermana. Sus labios ganaban centímetro a centímetro, acercándose poco a poco a la base de mi pene. A mí me parecía increíble que su mandíbula no se desencajase, que mi glande no provocase arcadas en su garganta insaciable.
Cuando noté que el orgasmo llegaba sin remedio, un último resquicio de cordura me hizo poner mi mano sobre su frente, indicándola que se retirase. Pero ella me la apartó ofendida, mirándome con el ceño fruncido, y susurró entre dientes retirándose levemente.
-No mphe jodas, si se hhacfe alfo… se hace bien.
Apenas dijo esto, volvió a engullir tanto como le fue posible de mi erecta verga, que tan sólo unos segundos después descargo una, dos, tres veces, mientras yo me deshacía en una agonía deliciosa y ella aguantaba impertérrita mis embestidas. Sólo cuando hube quedado totalmente exhausto, Silvia liberó mi pene, escupió parte de mi carga sobre su mano y, tras tragar otra generosa porción, se incorporó en la cama.
-Me voy a mi cita hermanito. Espero que no tengas queja de mí.
***
Si la noche anterior había sido larga, aquella fue atroz. Mi hermana y Javier volvieron antes de las dos de la madrugada y, desde mi cuarto, pude oír claramente los gemidos de su placer compartido.
Nunca me había sentido tan solo, tan ridículo y derrotado. ¿Qué esperaba? Mi hermana me había proporcionado dos momentos de una intensidad brutal, pero yo era sólo el mocoso de Roberto, su hermanito pequeño, al que había que cuidar. Aunque desde luego su manera de cuidarme era bastante curiosa, estaba claro que yo no significada nada para ella.
Además, así debía ser, yo tenía que buscar una chica ahí fuera, en el mundo real. Pero, por más que me hiciera a mí mismo estas y otras juiciosas razones, era difícil olvidar sin más lo sucedido. Había sido tan increíblemente excitante, que era complicado no desear al menos otro encuentro, el último, el definitivo…
Sí, joder, me daba vergüenza admitirlo ante mí mismo, pero durante toda la noche, una sola idea rondaba una y otra vez mi mente: quería perder la virginidad ese mismo día, y quería perderla con mi hermana. Al fin y al cabo, después de lo sucedido, ¿qué más le daba a ella, qué le importaba si una única vez…? Yo no volvería a molestarla, jamás volvería a hablar del tema. Mis padres volverían de ver a mi tía y todo sería de nuevo como antes, pero eso sería el lunes, hoy…
Pero para eso tenía que esperar que Silvia y su amante ocasional despertaran, y a juzgar por los gritos de la noche anterior, eso iba a llevar su tiempo. Incapaz de estarme quieto, salí a la calle y me aposté en un banco del parque, frente a mi casa. Como esperaba, a eso de las dos de la tarde, el tal Javier salió de mi portal, con la inconfundible expresión del que ha disfrutado del sexo en compañía durante toda la noche. Joder, ¡cómo le odié!
Pero no tenía tiempo que perder. Apenas le vi desaparecer, volví a mi casa a toda prisa. El sonido de la ducha me guió hasta el cuarto de baño. Silvia jamás cerraba con llave la puerta, aunque por supuesto yo nunca entraba cuando ella estaba dentro. Aquella vez, sin embargo, ni un ejército hubiera podido detenerme.
Para cambiar, ahora era yo el que estaba vestido con mis vaqueros y una camiseta, y un deseo irresistible de ver a mi hermana desnuda me hizo correr despacio la cortina de la ducha.
-¡Uy! Joder Roberto, ¡qué susto me has dado! –exclamó Silvia al tiempo que se volvía de espaldas.
Las palabras parecían negarse a salir de mi boca ¿cómo explicar a mi hermana lo que pretendía? Ante mi silencio, ella se volvió de nuevo parcialmente, aunque de modo que su sexo quedase oculto a mi vista.
-¿Se puede saber qué quieres? déjame ducharme en paz.
-Quería… hablar contigo.
-¿Y te parece que éste es el mejor momento? –de repente se había puesto muy seria, como intuyendo que algo raro iba a suceder- espérame en mi cuarto y ahora hablamos.
Tragando saliva, di media vuelta y salí de allí. Me temblaban tanto las manos que a duras penas pude abrir la puerta de la habitación de mi hermana. Yo nunca entraba allí, y la cama recién hecha y con sábanas limpias me hizo sentir una rabia inmensa contra el mundo ¡apenas una hora antes el maldito Javier había estado allí mismo!
Cinco minutos después, Silvia apareció envuelta en un albornoz y con una toalla en la cabeza.
-Y bien, ¿qué demonios corre tanta prisa? –preguntó sentándose en su cama.
-¿Hoy no trabajamos?
-Uff, no, es tardísimo. Papá y mamá no tardarán en volver, y creo que ya tengo suficientes bocetos. Muchas gracias Roberto, has sido de gran…
-Quiero verte desnuda.
-¿Qué?
-Que quiero verte desnuda.
Por un momento, temí que mi hermana se asustara, que me mandase salir de su cuarto, que me llamase pervertido. En lugar de eso, sonrió de aquel modo que tanto me irritaba siempre pero que aquel fin de semana me hacía enloquecer de deseo.
-Ay pillín, tu estás celoso de Javier, jaja. Por eso estás tan raro.
-¿Celoso yo? No digas bobadas. Pero tú me has visto desnudo todo el fin de semana, no es justo. Ahora quiero verte yo.
La verdad era que quería algo más, pero en presencia de Silvia las fuerzas me fallaban y no me atrevía ni a sugerirlo. Por un momento pensé que, si me dejaba contemplarla a mis anchas, de algún modo eso sería suficiente.
-Bueno –dijo ella sin dejar de sonreír- no creo que puedas quejarte de cómo te ha ido el fin de semana caradura. Pero para que no digas que soy una aprovechada, te voy a dar el gusto.
Diciendo esto, Silvia abrió su albornoz y lo dejó caer sobre la cama, quedando completamente desnuda, a excepción de la toalla sobre su cabeza. Tengo que comerme mis palabras del principio: mi hermana no era rellenita; mi hermana era un bombón de la cabeza a los pies.
Sus pechos eran grandes, generosos, pero increíblemente firmes; su ombligo estaba escoltado por un estómago pequeño y sorprendentemente plano; sus caderas eran anchas, muy femeninas, y su pubis presentaba un triángulo de pelo rizado, rubio y ensortijado que parecía la entrada al paraíso. Desnuda, mi hermana era mucho más hermosa que vestida.
-¿Quieres que me dé la vuelta?
Sin esperar respuesta, Silvia giró sobre sí misma y me permitió admirar sus nalgas, altas, redondas, espléndidas. Su belleza me deslumbraba pero, más aún, me descolocaba la calma con que se exhibía, el placer con que compartía su cuerpo. Mientras yo me comportaba como un cretino, preguntándome una y otra vez sobre la conveniencia de las cosas, ella aceptaba la vida tal cual venía, disfrutando del momento sin pensar en el día siguiente.
-¿Contento? –preguntó Silvia dándome de nuevo la oportunidad de disfrutar de una vista frontal de su desnudez.
-Eres… preciosa –conseguí articular.
Toda mi decisión se había evaporado. Con tristeza supe que jamás podría pedirle a mi hermana que fuera más allá. El terror me paralizaba, la culpa me asfixiaba. Además, ella había pasado la noche con Javier, era impensable que pudiese desear…
Dando media vuelta, procedí a salir de su habitación.
-Gracias Silvia, nunca olvidaré este fin de semana.
Acababa de salir de su cuarto cuando ella, todavía desnuda, me alcanzó en el pasillo.
-Roberto.
-¿Sí?
Nunca una mujer me ha parecido tan hermosa, tan seductora.
-Estaba pensando -su mirada era pícara y tierna a la vez- ¿quieres… hacerlo conmigo?
Ya está, pensé, el infarto. ¿Qué sino podía provocar aquella debilidad en mis piernas, aquel sudor frío, aquellas palpitaciones salvajes?
-¿Cómo jdfdosfnsf?
Silvia rió al oírme.
-Ya sé que es… un poquito raro pero… ¿y si hacemos una locura? ¿Te apetece?
La lengua no parecía mía y el pulso me golpeaba enloquecido. No sé cómo, volví al cuarto de mi hermana, me senté nuevamente en su cama y vi como en un sueño que ella empezaba a desabrocharme el pantalón.
-Anda tonto, que te voy a desvirgar. Al fin y al cabo, mejor conmigo que no con una cualquiera, como han hecho tus amigos Rubén y Fernando, ¿no?
-¿Qué?
-Mira que eres inocente Roberto. Me lo ha contado Luisa, la hermana de Rubén, ¿de verdad te pensabas que esos dos cretinos podían ligar más que tú?
-Joder yo… esto… no sé…
¿Qué era peor, ir de putas o estrenarse con tu hermana? La sociedad actual nos inclina más a lo primero que a lo segundo, pero Silvia parecía tenerlo muy claro.
-Venga desnúdate. En cualquier momento llegarán papá y mamá. Jaja, ¡qué raro es esto!
Efectivamente, era raro. Siempre nos habíamos llevado como el gato y el ratón, y ahora de repente se convertía en mi ángel de la guarda ¡y qué ángel! Pero mientras ella lo tomaba con sentido del humor y se reía, yo no podía dejar de pensar que aquello estaba mal, y se lo dije.
-¿Quién decide qué está mal y qué está bien? –me preguntó ella enfadada- no hacemos mal a nadie, ¿a ti te apetece?
-Claro –tuve que admitir- llevo dos días sin pensar en otra cosa.
-Entonces aprovéchate –dijo coqueta en mi oído- porque esto no se repetirá nunca ¿comprendido?
Los dos nos miramos seriamente. Yo sabía que tenía que ser así. Una única vez, pero la mejor de todas, la primera, la que nunca olvidaría. No obstante, tuve que preguntarla:
-Escucha Silvia, ¿tú…
-¿Sí? Si sigues hablando nos van a pillar, y entonces te vas a enterar tú de lo que es un tabú.
-Tienes razón. Quería preguntarte si a ti, si a ti…
-Sí tonto, a mí también me apetece, contestó ella riendo. ¿Crees que esa picha tuya tan traviesa me ha dejado indiferente? Estoy deseando probarla, jaja, y pensar que voy a ser la primera… ¡soy muy afortunada!
Las palabras de mi hermana terminaron de decidirme. Era el momento de disfrutar, de dejarse llevar. Ya llegaría el momento de analizar lo sucedido. Como ella había dicho, no hacíamos daño a nadie, salvo que… asustado, me puse en pie, desnudo, don Francisco en su máximo esplendor.
-¿Qué sucede?
-Voy a mi cuarto –dije apurado- tengo allí preservativos.
Con los nervios, había estado a punto de olvidarlo ¡buena la haríamos, si Silvia quedaba embarazada! Sólo esperaba que no estuvieran caducados, pero la risa de mi hermana me detuvo, sorprendido.
-No hace falta, jiji, estás de suerte.
-Pero…
-Uso la píldora hermanito, te vas a estrenar a pelo, como debe ser.
Sin creer mi suerte, volví a sentarme junto a Silvia, que se arrimaba mucho a mí, cariñosa.
-¿No te parece mejor esto que irte con una profesional?
No sólo me parecía mejor sino que, en aquel momento, si me hubieran dado a elegir entre todas las mujeres del mundo, me habría quedado con mi hermana.
Sin más palabras, me abandoné a sus sabios brazos, que me envolvieron en el más embriagador de los abrazos. Sus senos, firmes y turgentes, eran tan suaves al tacto que yo creí enloquecer. Silvia me pidió que se los besase, y notar cómo sus pezones crecían en mi boca fue la experiencia más embriagadora de mi corta vida.
Siempre dejándome llevar por ella, acaricié su vientre, la cara interna de sus muslos, enterré mis dedos entre sus carnosas nalgas y aspiré el aroma de su pelo húmedo recién salido de la ducha. Luego, con torpeza pero ebrio de placer, introduje un dedo en su más íntima oquedad, lo moví despacio, con timidez al principio, con más decisión después, y noté feliz el efecto que eso producía en… mi hermana.
Sí, mi hermana. Después de tantas peleas, de tantos momentos de considerarla una desgracia en mi vida, resultaba estar conmigo en el momento más deseado por mí, compartiéndolo, provocándolo.
Tras un tiempo delicioso acariciando y aprendiendo cómo era la anatomía íntima de Silvia, al fin me puse sobre ella, que abrió sus piernas y me invitó dulcemente a instalarme entre ellas. Con un suspiro de satisfacción imposible de reprimir, me coloqué allí y, saboreando el momento, entré por primera vez en el interior de una mujer.
Una miríada de sensaciones recorrió mi espina dorsal. ¿Cómo podía ser tan cálido, tan acogedor, aquel lugar? Hubiera querido estar allí eternamente, y el pensar que iba a visitar tan sólo en una ocasión la maravillosa vagina de mi hermana me hizo disfrutarlo de un modo especial. Quería retener cada momento, cada instante, y me movía tan despacio como me lo permitía mi excitación.
Debajo de mí, Silvia emitía encantadores gemidos, se mordía el labio inferior, respiraba agitada, resoplaba con fuerza. Yo había sido muchas veces testigo involuntario de sus sesiones de sexo, y ahora me volvía loco de orgullo notar que nunca mi hermana había gritado de aquel modo, que jamás se había estremecido con tal agonía. Ante mi empuje, Silvia pedía más en voz baja, con una dulzura que me volvía loco de pasión.
-Sí… sí… Ro… ber… to… ufff!
Si las dos noches anteriores habían sido sublimes, aquel orgasmo será por siempre el mejor de mi vida. Como desde una profundidad inmensa, el placer llegó a mí despacio, por oleadas, dejándome paralizado sobre mi hermana, que se abría bajo mi peso y adelantaba su pubis buscando una penetración más completa, más profunda. Nuestros cuerpos se arquearon al unísono y sus uñas sobre mi espalda me marcaron profundos surcos de los que estuve orgulloso durante muchos días. Mi semen entró en su cuerpo provocando un redoble de sus gemidos, un estremecimiento en sus pechos, un cataclismo que nos envolvió a ambos.
Cuando, finalmente, me derrumbé sobre ella, pensé agradecido que por fin había perdido la virginidad.
***
Apenas media hora después, mis padres volvieron de su viaje. Tía Enriqueta estaba mejor, y nos mandaba besos a los dos ¿por qué no habíamos querido ir a visitarla?
Ni Silvia ni yo volvimos a mencionar nunca aquel fin de semana, ni jamás volvimos a tener contacto sexual alguno. Sin embargo, mis padres estaban gratamente sorprendidos: sus hijos se llevaban cada vez mejor, charlaban entre ellos, se interesaban por su vidas respectivas… Lo pobres no sabían el motivo, pero de cualquier modo estaban contentos con aquel cambio inesperado.
Eso sí, como era de esperar, Silvia me había mentido: no tenía los 250 € que me había prometido y yo no pude viajar a Ibiza. No sólo no me enfadé sino que incluso le devolví los 100 que me había dado por anticipado.
No quería que mi hermana pensara que era un desagradecido 😃
26 comentarios - Desvirgado por mi hermana
🤤
Si tienes fotos yo pido una